Urbanización y formas de vida urbana en la Italia centro ...
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Alumno: Jordi Calvo Cortés (NIA: 165461)
Directora: Dra. Ana Delgado
Centro: Facultad de Humanidades
Curso: 2017-18
Urbanización y formas de vida
urbana en la Italia centro-tirrena.
Comunidades en transición (ss. X-VI
a.C.)
Trabajo de fin de Máster (Máster en Historia del Mundo)
1
A Manel
2
ἐπεὶ δὲ θαλεξὸλ ὅηη ηῶλ ἐμ ἀξχῆο αἰηίωλ δεῖ ιαβεῖλ ἐπηζηήκελ (ηόηε γὰξ εἰδέλαη θακὲλ
ἕθαζηνλ, ὅηαλ ηὴλ πξώηελ αἰηίαλ νἰώκεζα γλωξίδεηλ)
Y puesto que, evidentemente, es preciso adquirir la Ciencia de las primeras causas
(decimos, en efecto, que sabemos una cosa cuando creemos conocer su causa primera)
(Aristóteles. Met. 1.983a)
Si el Mediterráneo tiene unidad, es gracias a los movimientos de los hombres, a las
relaciones que implica, que en torno a él se tejen, a las rutas que lo surcan.
(Braudel, 1976 [1966]: 366)
3
Urbanización y formas de vida urbana en la Italia centro-tirrena. Comunidades en
transición (ss. X-VI a.C.)
Índice
Resumen .................................................................................................................................... 4
Introducción .............................................................................................................................. 4
De ciudad antigua a vida urbana ............................................................................................... 8
Urbanización en el Mediterráneo occidental ........................................................................... 15
La Italia centro-tirrena ............................................................................................................. 20
Discusión ................................................................................................................................. 33
Conclusiones ........................................................................................................................... 41
Bibliografía ............................................................................................................................. 44
Anexos..................................................................................................................................... 51
4
PALABRAS CLAVE: Iron Age, Urbanization, Thyrrhenian Italy, Early Rome, Local
transformations, Mediterranean Networks
Resumen
El estudio de los procesos de urbanización en el mundo antiguo ha estado muy lastrado
por visiones evolucionistas y difusionistas. El modelo tradicional para la ciudad antigua
se centraba en modelos clásicos, en especial Atenas, en torno a los que se intentaba
construir definiciones universales, con escaso éxito. En la Italia centro-tirrena la
emergencia de Roma ha marcado algunos debates en torno a esas líneas de difusión, a
causa de la presencia de otro modelo de urbanización como el etrusco. Las evidencias
arqueológicas en esta zona, y en otras del Mediterráneo y la Europa templada, han ido
laminando muchas de las ideas preconcebidas por esos modelos tradicionales. Al poner
en el foco la agencia humana, ausente en las grandes narrativas tradicionales sobre los
procesos de urbanización, se constata que hay múltiples formas de transitar hacia
formas de vida urbana. Son las comunidades a escala local las que actúan e
interaccionan para pasar de un modo de vivir en el territorio a otro. En el Mediterráneo
de finales de la Edad del Bronce a inicios de la del Hierro muchas comunidades
humanas empiezan a transitar por diversos caminos paralelos a formas de vida urbana.
Una variabilidad que se puede ejemplificar en el caso de Etruria y el Latium vetus.
Introducción
Este estudio surgió, en su origen ya muy lejano, a partir de una pregunta: ¿por qué
Veyes o Tarquinia no llegaron a imponer una hegemonía en Etruria y en cambio sí lo
hizo Roma en el Lacio? Está claro que se trata de una pregunta con una cierta trampa de
sesgo teleológico, algo parecido a lo que le sucedía a Polibio cuando trataba de resolver
el porqué de la hegemonía romana en el mundo helenístico de su tiempo1. Debemos
1 Para un análisis sobre las intenciones, transmisión e influencia de las Historias de Polibio véase:
Walbank, Frank W. Polybius, Rome and the Hellenistic World. Essays and Reflections. Cambridge:
Cambridge University Press, 2002.
5
estar siempre alerta ante este tipo de trampa cuando iniciamos cualquier estudio: no
debemos tratar de buscar la respuesta previamente confeccionada, y ajustar las
evidencias, aun a martillazos, en la construcción que hacemos. En nuestro caso no
trataremos de explicar las razones del dominio romano, sino más bien intentar ver si
hubo algo de diferente en la forma en la que se organizaron las comunidades urbanas
centro-tirrenas que pueda arrojar algo de luz en ese posterior devenir. Las similitudes y,
sobre todo, las diferencias nos pueden permitir intuir algo sobre porqué a un lado del
valle del Tíber, Roma, y no otra urbe latina, llegará a una hegemonía política expansiva,
y, en cambio, en Etruria ninguna de sus urbes lo hará. Analizar qué hay de diferente en
sus procesos de formación de vida urbana, de articulación política y territorial, y de
construcción de identidades.
Además, este es un estudio realizado en el ámbito de un posgrado centrado en una de las
nuevas líneas de investigación historiográfica, la llamada historia del mundo, o global.
En este tipo de análisis se trata de romper los límites que establecen las historias
centradas en los estados-nación, y así poder aplicar otras perspectivas más amplias a
sucesos históricos de mayor calado y extensión. A lo largo del último milenio antes de
nuestra era se dieron en múltiples lugares del Mediterráneo, y de la Europa templada,
diferentes procesos que llevaron a la formación de asentamientos humanos de tipo
urbano. Este fenómeno conocido como urbanización será el marco global en el que
centraremos el análisis del presente estudio. Esto puede ser una herramienta de
comprensión de fenómenos posteriores, y ver si podemos encontrar algunas de las
«causas primeras» como decía el filósofo.
Así pues, la idea central será tratar de mostrar las diferentes aproximaciones que se han
producido en el estudio de los procesos de urbanización centro-tirrena durante la
primera mitad del primer milenio antes de nuestra era. Con el objetivo de encontrar qué
nuevos marcos interpretativos nos pueden permitir establecer mejores nexos entre lo
local y lo global, pues de esta forma también podemos trasladar, con las cautelas
necesarias, la experiencia a otros escenarios. Si las diferentes comunidades
mediterráneas y de la Europa templada experimentaron cambios y transiciones, cada
una con sus matices, que las llevaron a formas de vida urbana; tratar de comprender
mejor que eso que llamamos urbanización no se trata de un único proceso, ni es un
camino concreto, lineal e inevitable; esto puede llevarnos a plantear nuevas preguntas y
acrecentar nuestro conocimiento.
6
El foco será la Italia central bañada por el mar Tirreno durante los siglos que vieron
como las poblaciones humanas que la habitaban pasaron de la denominada Edad del
Bronce a la del Hierro2, esto es, del siglo X hasta el siglo VI antes de nuestra era. En
concreto se analizará la Etruria meridional y el Latium Vetus, separados ambos por el
rio Tíber3. Es un caso interesante que nos permitirá visibilizar cómo en un área, no muy
extensa, se dieron procesos, con características distintas, que llevaron a comunidades
humanas vecinas, a esas formas de vida urbana. Es un buen laboratorio en el que
podemos tratar de comprender como comunidades locales, con sus propias
características, encuentran diferentes caminos hacia un tipo de vida urbana, que se está
desarrollando, a su vez, en más lugares de la cuenca mediterránea. Es decir, nos permite
integrar el análisis local —tanto a escala micro: en Etruria y Latium vetus; como
semimicro: el área centro-tirrena— en un escenario global —escala macro: el
Mediterráneo y la Europa templada—.
Esa urbanización centro-tirrena4 se ha estudiado de forma tradicional desde perspectivas
evolucionistas y difusionistas. El enfoque que daba la historiografía occidental, de tipo
nacional5, generaba un marco interpretativo que alimentaba esas mismas perspectivas.
Las raíces de todo el mundo urbano, y civilizado, occidental, estaban en la Grecia
antigua. En el caso de la historiografía italiana se añadía un toque autóctono que lo
permitía encajar en su propio discurso nacional, el modelo etrusco. Ahora bien, veremos
como la multiplicidad de nuevas evidencias que las investigaciones de los últimos años
han ido produciendo, desvelan como ese marco no es suficiente para poder integrarlas.
Se trata, pues, de intentar ver cómo en un marco global esos casos concretos, locales,
nos permitan comprehender mejor los complejos procesos que se fueron produciendo en
2 Debemos ser conscientes que el uso de esta terminología es debatible, pues implica una clara idea
evolutiva lineal y determinista de las edades de la humanidad en función de la tecnología. A efectos
prácticos, se continuará usando en este ensayo, por ser toda la cronología utilizada referente a Bronce y
Hierro. Por tanto, esto reconoce de forma explícita la dificultad que se tiene para poder escapar a esta
tradición. La delimitación cronológica mediante el uso de años calendáricos sería la que nos daría la
posibilidad de superar esta problemática, pero para la zona de nuestro estudio las cronologías absolutas
continúan siendo motivo de debate (Nijboer et alli, 2002; Bietti-Sestier & De Santis, 2008). Para la
cronología usada en este ensayo ver las tablas 1 y 2. 3 Para una situación geográfica de los diferentes lugares y asentamientos que se irán citando a lo largo del
texto de estas dos zonas, ver las figuras 1, 2 y 3. 4 En todo este estudio se va a utilizar este término para referirse en concreto a la Etruria meridional y el
Latium vetus, si bien puede ampliarse a la llanura pontina y hasta la Campania. La idea que hay bajo el
uso de este término de carácter geográfico es la de evitar el abuso de otros con connotación étnica como
serían, por ejemplo, etrusco y latino, que pueden llevar a confusiones interpretativas. Huelga indicar que
al poner Italia no se pretende designar al estado moderno, sino a la península itálica. 5 Es decir, el tipo de historiografía para la que la historia de los estados-nación de los ss. XIX-XX se
puede situar en una línea evolutiva continua desde los albores de la humanidad, por no decir del universo.
7
las diferentes comunidades humanas de ese período. Al enfoque de mayor escala
geográfica se suma también el análisis de larga duración, el Mediterráneo continúa
siendo una buena musa para este tipo estudios6.
Se tratará, por un lado, de abordar la problemática existente en cuanto a definir qué es
un asentamiento urbano y qué no, es decir, qué hace de una comunidad humana
asentada en un territorio una urbana. Ver qué diferentes enfoques se han sucedido en el
estudio sobre la ciudad antigua y los fenómenos asociados a su aparición. Campos como
la historia, la sociología y la arqueología, que se centraron tanto en sus aspectos
humanos como en los materiales. Por ello no solo hablaremos de los asentamientos, sino
que incorporaremos su faceta de lugar vivido, de ahí el concepto de formas de vida
urbana. Por otro lado, al focalizar en el caso de la Italia centro-tirrena, tratar de ver
cómo y en qué momentos algunas de las comunidades humanas de estas zonas se fueron
cohesionando en torno a crear asentamientos en los que llevar a cabo esas formas de
vida de tipo urbano, con las implicaciones que estas conllevaron a nivel político,
económico, y de identidad colectiva. Para ello, las evidencias que se incorporarán serán
en su mayor parte del ámbito arqueológico, como son patrones de asentamiento,
necrópolis —registro funerario—, estructuras comunales —rituales, políticas,
defensivas—, así como los marcos interpretativos que se han sucedido en su análisis.
6 Mediterráneo y longue durée forman un binomio muy sugerente gracias a F. Braudel y su seminal obra
La Méditerranée et le Monde méditerranéen à l'époque de Philippe II (1949).
8
De ciudad antigua a vida urbana
Según el Diccionario de la lengua española, urbanizar es acondicionar una porción de
terreno y prepararlo para su uso urbano; y urbanismo es la concentración y distribución
de la población en ciudades7. Si tomamos en consideración las dos cualidades que
destacan en cada una de dichas definiciones: por un lado el territorio, y, por otro, la
población, vemos que con la interrelación de ambas podemos empezar a estudiar el
fenómeno que nos interesa. Es decir, nos permiten hablar de las acciones por las que
una población humana se concentra y acondiciona un terreno para poder llevar en él una
vida urbana —pues, eso podemos entender es el uso urbano—. A efectos prácticos,
podemos tratar de fusionar ambas acepciones bajo un único vocablo, el de urbanización,
para que nos sirva de término indicativo de los procesos que llevan a que una
comunidad humana, en un espacio geográfico concreto, se asiente para poder realizar
vida urbana en él, y de esta forma lo transforme en una ciudad8.
Resulta interesante añadir que en todo este proceso de definición de lo urbano se hace
evidente que surge, a su vez, su contrario, lo rural. Al mismo tiempo que hablamos de
urbanización en un determinado territorio, se da también su ruralización (Yoffee, 2004:
60-61). Se genera toda una dialéctica entre campo y ciudad, estrechamente ligados y
que no podemos excluir en el análisis, pues forman un todo. Podemos llamar no urbanas
a las sociedades que no tienen ciudades; en cambio, no podemos llamar rurales a las que
no las tienen, pues rural solo tiene sentido si va asociado a lo urbano (Cowgill, 2004:
527). Las gentes de la ciudad y del campo están interconectadas, las decisiones de unos
afectan a los otros, y en muchos casos de la antigüedad no podemos distinguir con
claridad quien es urbanita y quien rural, forman un todo, que tiene un equilibrio variable
en el tiempo. Se puede vivir en la urbe y trabajar en el campo, o tener campo en el
interior del asentamiento urbano. La parte rural puede ser más difusa, incluso móvil, con
población pastoril y asentamientos temporales, mientras que la urbana puede ser
entendida como la parte más estática y sedentaria. En todo caso, las gentes que viven los
procesos de urbanización no serán solo las que se han considerado urbanas. En el fondo
7 Primera acepción en el caso de urbanizar, y tercera en el de urbanismo (DRAE:
http://dle.rae.es/?id=b8UJmFo ; http://dle.rae.es/?id=b8IcS7s fecha de consulta 11/08/2018). 8 Está claro que es una opción arbitraria, puesto que podríamos hacer lo mismo con el vocablo urbanismo,
o utilizarlos de forma indistinta como sinónimos. Prefiero escoger uno solo para evitar confusiones, y
urbanización me resulta más cómoda que urbanismo.
9
es un binomio que falsea la realidad, siempre mucho más compleja, como en general
sucede con muchos otros binomios.
Este simple ejercicio etimológico en torno a la urbanización y ciudad puede parecer
innecesario, pero se constata que en múltiples publicaciones que abordan el tema, estos
términos —urbanización y ciudad— no están definidos, pues, se asume que todo el
mundo sabe de qué hablamos; y no se explica por qué a un asentamiento, o a una
sociedad, se las llama urbanas (Cowgill, 2004: 526). Esto se hace aún más patente en
los casos que se refieren a la antigüedad, como es nuestro caso de estudio. Aquí hemos
lanzado una propuesta para definir urbanización, pero no para ciudad. Ya hace tiempo
advertía Moses Finley que ni geógrafos, ni sociólogos, ni historiadores han tenido éxito
en acordar una definición universal y única para ciudad; que las dificultades para
articular todo lo esencial, sin excluir períodos enteros de la historia, son muy grandes
(Finley, 1977: 307).
Ha existido un interés historiográfico moderno por la ciudad en el mundo antiguo que lo
podemos rastrear hasta mediados del siglo XIX con la importante obra La Cité antique
(2009 [1866]) del historiador francés Fustel de Coulanges. Una obra que se centra en las
sociedades greco-romanas, e intenta analizar la ciudad a través de sus instituciones,
siendo por tanto, un estudio versado en un tipo muy concreto de ciudades —las del
período clásico occidental—. Para este autor el proceso de desarrollo de estas ciudades
se basaría en la evolución de las estructuras familiares —fratrias, curias y tribus— que
dentro del marco institucional de leyes y ritos religiosos irían conformando el paso a la
forma cívica o estatal (Fustel, 2009: 150-156). Una visión que se manifiesta muy similar
en Engels en su El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (2008
[1884/1891]), y que nos pone evidencia cuan estrechamente ligados quedan el concepto
de ciudad con el de estado, o civilización, estableciéndose como un binomio clásico9. Es
decir, aquellos que no viven en ciudades quedan relegados a un estadio de barbarie. En
cierta medida, podemos ver en esto una relectura moderna de la Política de
Aristóteles10
. Todo esto pone de manifiesto que estos estudios sobre la ciudad antigua,
9 Verbalizado en el término de ciudad-estado (city-state en inglés y stadtstaat en alemán). Usadas para
poder distinguir el sentido político que la palabra polis tiene en el griego clásico, pues también tiene el
sentido material, del asentamiento en sí. 10
El telos del humano es vivir bien, y eso solo lo puede hacer en una polis, de ahí que sea un animal
político.
10
en el fondo, se basaban en la relectura de las obras clásicas greco-romanas11
, con una
buena dosis de evolucionismo social añadida. Se marcaba un modelo de ciudad: en
concreto la Atenas clásica, que servía de plantilla y marca definitoria, excluyendo otras
posibilidades y vías.
En el primer cuarto del siglo XX destacaron los estudios de Max Weber, con sus obras:
The Agrarian Sociology of Ancient Civilizations (2013 [1909]), y la póstuma The City
(1958 [1921]). Para este sociólogo alemán al peso de las instituciones se debe sumar el
factor económico y social, siendo la ciudad el nexo entre la sociedad y las instituciones.
La ciudad como centro administrativo y lugar de intercambio económico, de mercado.
La clave económica que introduce es esencial, pero su modelo, que parte del mundo
antiguo para centrarse en las raíces medievales de la ciudad moderna, es netamente
occidental, no universal. Si bien, los trabajos de Weber sobre la ciudad no son
historiográficos sensu stricto (Finley, 1977: 318), continuamos bastante aferrados al
modelo clasicista de los autores anteriores, en cuanto a la ciudad y la urbanización
antigua se refiere. Es decir, la ciudad griega clásica como el núcleo del que surge todo,
un modelo que continúa siendo muy atenocéntrico.
La impronta del modelo weberiano es grande, y pese a que se amplíen los campos de
estudio a otros procesos no occidentales, se continúa intentando marcar las líneas de
comunicación con el modelo occidental clásico. Así, aunque arqueólogos y
antropólogos, como Gordon Childe, se centren en procesos de urbanización que no sean
inmediatamente occidentales, se les aplica el mismo molde. Algo que, como es obvio,
continúa siendo más patente entre los historiadores clásicos. En este campo un autor de
gran influencia será Moses I. Finley y su The Ancient Economy (1999 [1973]), que
sigue la estela dejada por Weber.
Una estela de la que saldrán variadas formas de encarar la dificultad de definición de
ciudad; siempre dentro de esa visión tradicional occidental, que, además, solo sigue
criterios desde la perspectiva de la ciudad misma, excluyendo otros actores y puntos de
vista. Siguiendo ese camino, pues, se han adoptado diferentes aproximaciones para
tratar de consensuar unos criterios mínimos que contengan una definición de ciudad. El
primero es la variable demográfica, es decir, tratar de definir una ciudad mediante una
11
Las evidencias literarias de época clásica permiten acercarnos a la realidad de las ciudades-estado del
período que sigue a nuestro estudio, es decir, del siglo V a.C. en adelante, pero son una pobre fuente para
todos los procesos que en realidad dieron lugar a la formación de esos núcleos urbanos.
11
escala de tamaño y densidad poblacional. El problema de esta variable radica entonces
en establecer el límite que hace que un asentamiento llegue a ser calificado de urbano,
que en el fondo será arbitrario. La cantidad de gente que habita un asentamiento puede
ser muy variable a lo largo del tiempo, y con criterios demográficos elevados puede que
muchas ciudades antiguas se caigan de la lista. Es más, los habitantes de una ciudad
pueden estar repartidos por más territorio que el propio núcleo urbano, y, por tanto, no
ser contados por este criterio. Por ello, se añaden otras variables que traten de
compensar esas limitaciones del criterio de volumen poblacional, como ratios de
fertilidad/mortalidad, género, edad, etc., que permitan intuir un determinado escenario
poblacional urbano.
A estos criterios poblacionales se añaden otros criterios funcionales, como el de la
diversificación en las labores, que tratará de distinguir a la ciudad como centro de
especialización respecto a otros asentamientos. Según esto la ciudad es un centro de
redistribución y consumo, en donde su población satisface una parte significativa de sus
necesidades, ya sea por compra o intercambio, debido a que el nivel de especialización
y división del trabajo no le permite el autoabastecimiento completo de sus necesidades.
Otra posibilidad es no centrarse solo en la población, o en las actividades que se
realizan, sino en el propio asentamiento, en su estructura y entramado. Si hay presencia
de murallas y puertas, o cualquier otro tipo de arquitectura pública que denote
concentración de público para ceremonias religiosas o políticas. O, en líneas más
generales, cualquier estructura que denote una planificación previa. Es otro criterio
funcional, que trata también de definir la ciudad como centro de servicios. Así pues,
atendiendo a lo que dice Finley, al final, una buena definición que pueda ser útil para
ciudad debería contener todo lo dicho en alguna medida. Es decir, una ciudad debe ser
algo más que la mera aglomeración de personas, requerirá que incorpore unas
condiciones arquitectónicas que permitan la interacción social, así como una cierta
integración económica; todo ello para formar un conjunto con características que
denoten unas ciertas condiciones sociales, culturales y políticas (Finley, 1977: 305)12
.
Son unos criterios en los que también es complicado encontrar un amplio consenso.
Gordon Childe publicó un artículo clave: “The Urban Revolution” en 1950, y lo abría
indicando, como era de esperar, que tratar de definir qué es una ciudad es algo
12
Una definición que casa muy bien con la formulada por Max Weber (Weber, 1958: 80-81); cosa que no
nos debe sorprender.
12
notoriamente difícil13
. Para este autor la ciudad tiene su historia, y esta es resultado de
una revolución, que inició una nueva etapa en la evolución de la sociedad (Childe, 1950:
3). En su intento de describir las transformaciones económicas y sociopolíticas que
estuvieron asociadas al surgir de las ciudades en el área mesopotámica, Childe
construyó un modelo evolutivo que ha tenido un fuerte impacto en muchos autores
posteriores, entre ellos arqueólogos italianos que más tarde comentaremos. En este
modelo evolutivo14
, la ciudad pasa a ser un síntoma de procesos más extensos de
incremento de complejidad social y formación estatal. De esta forma, se inserta el
debate en torno a la ciudad dentro del de la formación del estado, casi de modo
subordinado (Osborne, 2005: 2).
Al interpretar que todo proceso de urbanización será indicativo de la emergencia del
estado, se refuerza el viejo binomio de ciudad y estado. Se concentran los esfuerzos en
determinar cuáles son las características sociales y ambientales que llevan al surgir de
comunidades urbanas en determinados lugares y períodos. Con una idea predefinida:
que al buscar los elementos que hacen que surjan las ciudades, las respuestas llevarán a
determinar cómo surgen los estados. Es pues, a partir de este momento, cuando en plena
eclosión de la llamada Nueva Arqueología, durante los años 60 y 70 del siglo pasado,
emergerá una plétora de estudios que tratarán de investigar cuales son los orígenes,
funciones y formas de las diversas ciudades antiguas de todo el planeta. La ciudad
antigua ya no es solo la mediterránea, pero el marco de análisis continúa manteniendo
un fuerte sesgo clasicista occidental.
Al contener una línea argumentativa que conecta los procesos de urbanización con la
formación de los diferentes estados territoriales, quedan un poco en la bruma los casos
que no se corresponden a ese modelo. Como si no se diera la posibilidad que hubiera
habido ciudades sin estado, y estado sin ciudades (Cowgill, 2004: 526). Se trata, pues,
13
Aunque él lo hace al proponer diez puntos que delimiten lo que es un asentamiento urbano: 1
Concentración de un relativamente amplio volumen de población en un área restringida. 2 Artesanía
especializada. 3 Apropiación de los excedentes por parte de una autoridad centralizada. 4 Arquitectura
monumental. 5 Estratificación social. 6 Uso de la escritura. 7 Emergencia de las ciencias. 8 Arte
naturalista. 9 Comercio exterior. 10 Pertenencia al grupo basada en la residencia y no en la familia. 14
El paso hacia una agricultura de tipo sedentario lleva a mayor producción, que hace que se incremente
la población. Este incremento poblacional hace que se empiece a incrementar la estratificación social, de
la cual surgen las élites sociales que terminan por centralizar el poder y controlar los excedentes. Se
materializan en edificios monumentales, sea palacios o templos, alrededor de los cuales se terminan
concentrando el resto de la población, que a través de la especialización de su trabajo producen lo que
esas élites demandan. Es decir, que la ciudad nace como consecuencia de los desarrollos políticos,
socioeconómicos y religiosos.
13
de una arqueología que centra sus esfuerzos en analizar esos grandes procesos, pero que
no analiza a todos los actores de los mismos. Las comunidades humanas que
protagonizan los cambios no son un factor a tener en cuenta. Como mucho se tiene
presente a las élites, atendiendo, casi en exclusiva, a la monumentalidad asociada a
ellos. Se estudia el templo o el palacio —aunque no lo sean, pero se asocia toda
monumentalidad a este tipo de jerarquía: religiosa y aristocrática— pero no las casas en
las que vivieron el grueso de la población. Podemos destacar tres grandes adjetivaciones
para estos estudios: procesualistas —por el interés exclusivo casi en los procesos—;
comparativas —al tratar de universalizar abren la puerta a estudios comparativos, que
sacan la ciudad antigua del aura clásica—, y neoevolucionistas —por la visión evolutiva
lineal, que sin ser la del evolucionismo social decimonónico, reaviva buena parte de sus
conceptos—.
Se estudia la ciudad como el lugar en que elementos antes dispersos se concentran en un
espacio reducido, acotado, en el que se genera un estado dinámico de tensión e
interacción social. Aunque ya se empieza a vislumbrar que es algo más que una serie de
procesos e instituciones, es un contenedor, no solo de gentes, sino de vidas y memorias
(Mumford, 1961: 31; 98). La crítica posprocesual posterior se alzó para indicar que
existía una estrecha relación entre las estructuras sociales y la acción social, algo
verbalizado en la palabra agencia, y que en boca de Pierre Bourdieu se ejecuta a través
de lo que denomina habitus15
(Bourdieu, 1977 [1972]). Además de destacar la
importancia de la dimensión espacial en la vida social de las personas (Lefebvre, 1991
[1974]; Foucault, 1977 [1975]). De esta forma, la ciudad aparece como un espacio
construido por personas vivas y activas, no meros sujetos pasivos; y es, por tanto, un
contexto en el que la interacción humana se desarrolla, jugando un papel activo, y
central, en la producción y reproducción social. Esto permite reconocer que las
ciudades, como constructo humano, son espacios facilitadores de vida social; que son
creados por múltiples agentes, a menudo con intereses contrapuestos. Gentes en
espacios, implicados todos ellos en los procesos de transformación sociopolítica. La
ciudad no es un simple contendor, sino un espacio generador (Soja, 2000). Esto da una
completa vuelta al concepto que los neoevolucionistas tenían de las ciudades. Estas en
vez de ser la consecuencia de procesos sociales, económicos, y políticos, que las llevan
15
Un conjunto único e individual de disposiciones y categorías, inconscientemente internalizadas, que
determina, en gran medida, como el individuo percibe el mundo y actúa en el mismo.
14
a ser el vértice de pirámides jerárquicas estatales, son, en cambio, los ambientes de
transformación social en los cuales esos estados se crean (Yoffee, 2004: 45). La agencia
y la dimensión social del espacio se interrelacionan; hay espacios vividos, que se
imbuyen de sentido, identidad, memoria, que son modelados activamente, a través de
las experiencias y la práctica diaria, por las personas que las habitan a lo largo del
tiempo.
Esta puesta en relieve de la agencia humana, de la parte vivida de las ciudades hace que
puedan ser entendidas como espacios sociales contingentes, con su propia historia,
alejando el foco de la linealidad evolutiva que las propuestas anteriores implicaban. Y
esto nos lleva a la parte de vida urbana, en la que no solo tiene cabida las relaciones
económicas y políticas, sino también las afectivas, las emocionales. La experiencia
urbana, donde se pueden dar sinergias y oportunidades para la interacción humana,
desarrollándose nuevas identidades, tanto individuales como colectivas, a diferentes
escalas socioespaciales. Todo esto abre la puerta a nuevas aproximaciones a viejas
preguntas sobre los orígenes y desarrollo de las ciudades, pues cada caso tendrá sus
propias historias y complejidades, a las que habrá que aproximarse de cerca para
entenderlas (Fisher & Creekmore, 2014: 6-7).
Así pues, la posibilidad de definir ciudad o urbanización con una simple lista de
variables se continúa mostrando como ineficaz. Dejan de tener sentido los modelos
basados en la historiografía clásica, centrados en exclusiva en la experiencia de Atenas
o Roma, y que no cuentan en nada la agencia humana. Al abrirnos a la existencia de esta
agencia, ya no solo podemos escapar de la tendencia difusionista y evolutiva con que se
impregnan esos modelos clásicos, sino también de su sesgo occidental. Al poner a las
personas, su vivencia y actuación, en el centro del análisis no necesitaremos rellenar una
plantilla modelo par que encaje. Cada territorio urbano tendrá su historia, que dependerá
de sus propios contextos, tanto territoriales como humanos. Así, analizando cada caso
en su propio devenir, con las personas que viven la experiencia de transitar a una vida
urbana, su forma de vida urbana, podremos entender mejor su significado. Y una vez
entendido, es cuándo podremos establecer comparativas, y modos de enlace en escalas
de interacción mayores. No podemos pasar a lo global sin entender lo local, en su propia
dinámica, en las acciones concretas humanas: gentes que desde su particularidad viven,
sienten, seleccionan, deciden, gestionan, sufren, y un largo etcétera.
15
Urbanización en el Mediterráneo occidental
Tras este breve sumario de cómo han ido variando las aproximaciones académicas, en
general, a la urbanización, la ciudad antigua, y la vida urbana, vamos a focalizar el
objetivo en el Mediterráneo. Ha existido una gran metanarrativa tradicional sobre la
urbanización en el Mediterráneo, en especial en su cuenca occidental, a caballo entre el
fin de la Edad del Bronce e inicio de la del Hierro —aproximadamente desde finales del
segundo milenio hasta la mitad del primero antes de nuestra era—.
Según esta, hay un gradiente que hace que la urbanización del Mediterráneo16
se
desplace desde oriente a occidente. Una idea de difusión sobre ese eje, donde el foco
original del que irradiarían el resto de procesos de urbanización se situaría en el Egeo,
siendo las polis griegas el modelo —la polis de los atenienses en concreto17
—, esta es la
visión que encaja con las posturas clasicistas. Un modelo helenocéntrico, que contaría
como motor para esa difusión en las migraciones de grupos egeos, conceptualizada
tradicionalmente bajo el prisma del “colonialismo” (Boardman, 1980 [1964]). Las
gentes egeas que surcarían el mar en busca de comercio y de otros emplazamientos para
su asentamiento serían las ascuas que extenderían el fuego de la civilización a un
bárbaro Mediterráneo occidental. Pues, la distinción entre las dos mitades del
Mediterráneo, la oriental y la occidental no es gratuita, la idea que subyace a esta
separación no es sólo geográfica, sino de desarrollo18
. Pero a medida que más se
investiga en la expansión colonial egea se observa que no son los únicos orientales que
surcan esas aguas. A esta misión prometeica griega le surge un claro competidor, antes
incluso que ellos los fenicios están llegando al extremo del mundo conocido: Iberia.
Esto no implica un cambio sustancial en el modelo, se aplica la misma receta: es
también fruto del colonialismo, en este caso fenicio (Aubet, 2001)19
, que se empiezan a
originar asentamientos urbanos en los otros puntos del Mediterráneo occidental a los
que no han llegado los griegos. De esta guisa, gracias a las empresas de egeos y
16
El Mediterráneo como zona urbanizada es un potente topos que ha dominado los debates arqueológicos
e históricos, pero de ahí a intentar crear una uniformidad hay un paso importante (Van Dommelen, 2005:
143). 17
Polis en el antiguo mundo griego hay de diferentes tipos, pero es el de Atenas el que se ha tomado casi
como el único disponible. 18
Es el mito de la traslación a Occidente, como el receptor y posterior portador, de la llama de la
civilización. Un mito muy útil para las potencias coloniales modernas. 19
En el caso fenicio no es tan descarado como el griego, pero intentar equiparar un modelo colonial al
otro es caer en la misma trampa. Ni Fenicia ni Grecia existen como entes que puedan imponer un modelo
colonial, cosa que es más del siglo XIX y XX, es decir varios milenios más tarde.
16
levantinos20
, tenemos a gentes de Iberia, Galia, Norte de África y de Italia llegando, por
fin, a un estadio de vida urbana —es un orientalis ex machina—.
Es obvio que en este modelo la agencia de las gentes locales es ninguneada, son meros
entes pasivos que están a la espera de que llegue el egeo o levantino21
a provocar un
cambio transcendental en su forma de vivir. Una conexión de carácter difusionista, en la
que el contacto con los pueblos egeos y levantinos era lo que llevaba a esos pueblos
itálicos al desarrollo de sus propias ciudades (Pallotino, 1993; Forsythe, 2005). Toda
esta argumentación en el fondo plasmaba una proyección hacia el pasado de lo que se
dibujaba en los textos clásicos, reformulada de tal forma que servía, a su vez, como
fundamento para sostener las políticas coloniales e imperialistas de los modernos
estados-nación europeos (Van Dommelen, 2008). Bajo esos parámetros tendríamos al
Mediterráneo occidental casi como un lienzo en blanco en el que se dibujaría un
urbanismo creado en otros lugares. Si esto fuera así de simple las evidencias
arqueológicas nos deberían corroborar este punto de inflexión, entre una nada local y
una vida urbana posterior a la llegada de los colonizadores. Pero los datos lo que
indican es otra cosa: que los fenómenos de urbanización son más bien simultáneos y
que se desarrollan de forma paralela en diversos lugares del Mediterráneo (Morris, 1987
Riva, 2010; Fulminante, 2014).
Pero, esta visión orientalizante ha tenido un peso enorme en la narrativa sobre los
procesos de desarrollo urbano mediterráneo. En el caso itálico es de manual, sobre todo
en el mundo académico anglosajón22
, un peso que lastra buena parte de las
interpretaciones hasta hace muy poco. A modo de ejemplo, tenemos tres grandes
monografías que se centran en la Roma arcaica:
The Beginnings of Rome (1995), de Tim Cornell:
The arrival of the Greeks in Italy had a profound impact on the social, economic
and cultural life of the native peoples. The hellenisation of Etruria, Latium and
Campania began in the eighth century and had a major influence on the
20
Prefiero utilizar términos como egeos y levantinos antes que griegos y fenicios, pues estas últimas son
denominaciones con connotación étnica que nos puede llevar a confusiones, pues esa identidad étnica es
un proceso que será más tardío. 21
En masculino, por cierto. Colonizar y urbanizar es cosa de hombres nunca de mujeres. En la
metanarrativa clásica el género activo es siempre masculino, no hay lugar para la otra mitad de la
humanidad. Como mucho cocinar, limpiar y tejer. 22
No así para el italiano, del que ya daremos cuenta más adelante.
17
structural changes that occurred in the orientalising period, and especially on the
formation of the aristocratic order. We cannot be sure whether contact with the
Greek settlements was the cause of social stratification and the emergence of an
aristocracy in Italy, or whether it merely impinged on a process that would
otherwise have taken place independently (Cornell, 1995: 87).
A Critical History of Early Rome (2005), de Gary Forsythe:
Phoenician and Greek permanent settlement and commercial activity throughout
the western Mediterranean brought about major economic, social, and political
changes on a hitherto unparalleled scale that led to the rise of true civilization in
Italy […] The social, economic, and cultural impact of Greek colonization on the
history of the ancient Mediterranean can hardly be exaggerated. It greatly
expanded the geographical limits of the Greek world, spread Greek institutions
and culture into less civilized areas (Forsythe, 2005: 28, 32).
Y la más reciente, The Rise of Rome (2017), de Kathryn Lomas:
The arrival of Greek settlers in Campania and Southern Italy […] did not
significantly affect the development of Italian societies. […] One of the most
important signs of the development of city-states in central Italy is the change
that can be observed in the physical character of the settlements. This was a long
and gradual process, beginning in the early Iron Age (ninth to eighth centuries
BC), when systems of small hilltop villages began to coalesce into larger
nucleated settlements. This so-called 'protourban' phenomenon is particularly
well documented in southern Etruria (Lomas, 2017: 34, 92).
Como vemos, Cornell asume que pese a que haya unos procesos locales ya en marcha,
es la llegada de gentes egeas la que produce un cambio de calidad. En cambio, Forsythe
ni apunta ese matiz, es el más fiel defensor de las tesis orientalizantes coloniales, pese a
ser extremadamente crítico en su obra con las fuentes literarias clásicas como evidencia
histórica para el período. Ambas obras sostienen que hay un peso determinante de la
influencia oriental en el desarrollo de las comunidades itálicas. Y es sólo en la tercera
cuando ya se empieza a descartar esa idea. Lomas ya se hace eco de los nuevos datos
18
que van surgiendo y da más prioridad a los procesos locales que, con mucha
anterioridad a ese supuesto efecto oriental23
, ya se están produciendo.
Ha sido la nueva dirección que ha tomado la arqueología mediterránea la que ha hecho
variar esa concepción inicial. Las prospecciones arqueológicas, tanto en asentamientos
como en zonas no urbanas, cementerios y santuarios, han incrementado la calidad de
nuestras evidencias24
y conocimiento sobre la urbanización mediterránea. Mostrando
que hay diferentes grados y umbrales (Osborne, 2005: 4, 7) que indican que sí hay algo
previo a la llegada de egeos y levantinos; y también posterior, pero en el sentido de que
hay bidireccionalidad en el intercambio25
. Nos muestran comunidades humanas que
están desarrollando sus propios asuntos, y que tienen mucho que decir. El foco ha
pasado de los agentes coloniales a los locales, el fenómeno colonial es un falso
testimonio, es más una muestra de las complejas dinámicas panmediterráneas que se
están produciendo en el período, que no una fuente motora de ellas (Malkin, 2003; Van
Dommelen, 2006).
El problema radica en determinar qué es lo que encontramos en el registro arqueológico
de los asentamientos en estudio. Es en este punto cuando nos encontraremos con la
aparición de términos como preurbano, protourbano, o similares, que denotan la
necesidad de establecer en qué punto del proceso urbano se encuentran. Es decir, de una
explicación fundacional —colonial— pasamos a una gradual, en la que se muestra que
una ciudad no es una entidad estática, que aparece de repente, sino que es un organismo
interactivo que emerge y se desarrolla. Esto nos dará como resultado una gran
variabilidad en el conjunto del área mediterránea y de la Europa templada26
. Los
procesos de urbanización dependerán tanto de factores locales como de interacciones
con otras comunidades, sin que esto determine el desarrollo —no cabe hablar más de
monodireccionalidad—. El siguiente paso es evitar la tendencia a pensar en estos
desarrollos de urbanización mediterránea bajo el prisma de las concepciones
neoevolutivas. Según las cuales terminaríamos viendo los asentamientos que llegarán a
ser urbanos un día como meros puntos germinales de una continuidad lineal y
23
La primera colonia egea en el Mediterráneo fue Pitecusas, y su fundación data del año 770 a.C. 24
Las iremos viendo en el próximo capítulo. 25
No solo las comunidades occidentales reciben influencia, no tan determinante como se creía, sino que
son, a su vez, fuente de influencia para las comunidades orientales. Es un cambio de paradigma muy
interesante. 26
La gran olvidada en este período, cuando en su seno se están produciendo también intensos cambios,
interconectados, en buena parte, con el área mediterránea.
19
progresiva neta, sin posibilidad de interrupciones o hiatos, cuando no tiene porqué ser
así. Es más, se constata que pueden tener episodios de crecimiento, de estancamiento, y
de ruptura (Fernández-Götz, Wendling & Winger, 2014:7-9). La urbanización se da
antes que la ciudad esté formada, y toda explicación a partir del producto final será un
tanto teleológica. Quizás este es el punto determinante, para poder pensar en los
diferentes caminos que llevan a poblaciones humanas a urbanizarse, hay que descartar
el utilizar como punto de partida lo que será uno de los productos finales, la ciudad del
siglo IV a.C. Si se sortea este sesgo empiezan a vislumbrarse los otros posibles caminos
que siguen, con sus líneas divergentes, e incluso abortivas.
En diferentes zonas habrá comunidades humanas locales que irán dando sus vacilantes
pasos a formas de vida urbana, no aisladas en sí mismas, sino formando parte de una
extensa red de redes, pero con su propia idiosincrasia y contingencias. Se cuentan en el
Egeo (Morris, 1987), la península ibérica (Sanmartí, 2014), en la zona galo-germana
(García, 2005; Fernández-Götz, 2018) y en la tirreno-campana (Riva, 2010; Attema et
al, 2010; Fulminante, 2014). Será la expansión romana, a partir de la segunda mitad del
siglo III a.C., por lo que los romanos llamaran mar internum o nostrum, la que terminará
con buena parte de esos otros procesos autónomos de urbanización. Es decir, Roma será
la destructora de esas otras vías paralelas de urbanización, y al mismo tiempo será la
generadora de un nuevo urbanismo mediterráneo, a finales del milenio e inicios del
siguiente. Uno homogeneizado bajo su propio molde, ya maduro tras varios siglos de
camino, experiencias e intercambios. En el próximo apartado nos centraremos en la
zona tirrena y trataremos de mostrar cómo se fueron dando esos pasos iniciales de
urbanización, entre los que se encuentra el que dio origen a esa urbanizadora
imperialista, Roma27
.
27
No deja de ser un poco irónico que empezásemos el apartado criticando la visión diseminadora heleno-
céntrica de la urbanización mediterránea, para terminar dando ese papel a una potencia expansiva como
Roma. Aunque esta sea ya una entidad política muy desarrollado —egeos y levantinos no lo eran en el
siglo VIII— seguro que una buena parte de la crítica que hemos realizado también le es aplicable. En el
modelo urbanístico imperial romano habrá una importancia nada pequeña del elemento local, de su
agencia. Es decir, no solo existirá una imposición, que la habrá, sino también una negociación que
implicará que sean las personas de cada civitas y sus alrededores las que terminen por determinar su
propio camino. Es no dar por bueno ese otro mito clásico de la romanización, como si de un paquete
completo diseñado desde Roma se termine imponiendo sin posibilidad de negociarlo. Es una interesante
línea a investigar, aunque se escapa del objetivo de este ensayo (ver a modo de ejemplo: Gardner,
Andrew. “Thinking about Roman Imperalism: Postcolonialism, Globalisation and Beyond?”, en
Britannia 44, pp. 1-25, 2013).
20
La Italia centro-tirrena
El mar tirreno baña las costas orientales de las islas de Cerdeña y Córcega, la
septentrional de Sicilia, y la oriental de Etruria, el Lacio y Campania en la península
italiana. Hay muestras de procesos de urbanización en buena parte de ellos, si bien nos
fijaremos en solo dos zonas concretas de la parte peninsular. El río Tíber nos sirve de
frontera que las delimita, quedando en la ribera norte Etruria y en la sur el antiguo Lacio
(Latium vetus)28
. Una vecindad que ha permitido que haya interacciones culturales y
económicas a lo largo del tiempo entre las gentes que las han habitado. Se trata de dos
regiones con morfologías similares, pero con características distintivas particulares que
las diferencian.
La Etruria meridional se caracteriza por la presencia de un antiguo sistema volcánico en
que cuyos ya extinguidos cráteres se llenaron de agua formando sendos lagos, los más
grandes serían el Bolsena, el Vico y el Bracciano29
. Esta naturaleza volcánica hace que
sean tierras de toba con algunos montículos elevados diseminados por el paisaje. Estas
alturas aisladas serán objeto de asentamiento humano durante la Edad del Bronce, y los
períodos subsiguientes. Múltiples ríos cruzan su extensión de este a oeste, siendo el
Arno y el Tíber los principales30
, dando una capacidad hidrográfica considerable a sus
tierras. Unas tierras que además contienen la mayor concentración de menas minerales
(hierro, cobre y plomo) de la península, incluyendo en esta riqueza a la isla de Elba que
se encuentra en sus costas. Una combinación de recursos naturales que hace de ella una
región muy apta para potenciales asentamientos humanos, puesto que puede permitir
tanto un desarrollo agropecuario, como una explotación mineral para productos
manufacturados. En general el territorio de Etruria es bastante homogéneo en cuanto al
acceso a sus recursos y capacidad de comunicaciones, inter e intraregionales (Bietti-
Sestireri, 1992: 25).
El Lacio se divide en dos partes, la primera el Latium vetus, que es la zona que va del
Tíber al monte Circeo, y la segunda es el llamado Latium adjectum, que va de este
28
Figura 1. 29
Figura 2. 30
El Arno forma su límite septentrional y el Tíber el meridional.
21
monte hasta el río Garigliano31
. La parte septentrional del Lacio está compuesta por un
antiguo sistema volcánico, algo parecido a lo que veíamos en su vecina Etruria,
concentrado en el área de las montañas Albanas, que forman su elemento geográfico de
referencia, y que, a su vez, ocupan una posición central. A un lado de estas se encuentra
el valle del Tíber, y al otro las llanuras pontinas. A nivel hidrográfico el territorio está
descompensado: sus dos principales ríos, el Tíber y el Aniene, se concentran en la parte
septentrional, y se unen cerca de Roma. El otro gran sistema fluvial lo componen los
ríos Sacco, Liri y Garigliano, regando la zona que conecta con la Campania, al sur.
Toda la parte centromeridional del Lacio queda regada solo por ríos menores. El suelo
volcánico es rico para el cultivo, pero en el sur es calcáreo y susceptible de
empobrecimiento. A nivel metalífero no es una zona que destaque en grandes menas.
Todo esto en conjunto hace del Lacio una zona que, en líneas generales, se considera
desde un punto de vista de recursos potencialmente explotables bastante más pobre, en
casi todo, que Etruria (Betti-Sestieri, 1992: 26).
Parece que Etruria es una región de mayor homogeneidad en cuanto a recursos, y
capacidad de comunicaciones, internas y externas. En cambio el Lacio posee una
distribución desigual de sus características físicas y morfológicas. Hay una fuerte
división entre sus zonas septentrional y meridional, que corresponden la primera al
Latium vetus, y la segunda al Latium adiectum. Y ya dentro del Latium vetus, también
se observa una desigualdad en cuanto a comunicaciones. Sus zonas interiores, en
especial las colinas albanas, son las que se encuentran en la mejor línea de
comunicaciones a nivel intraregional, pero, en cambio, están separadas de las dos
principales rutas fluviales que les permitirían establecer comunicaciones con otras
zonas. Las zonas costeras están alejadas del resto de sistemas, tanto del albano en el
centro, como de los fluviales. Son las zonas más externas las que se encuentran en
mejores condiciones para establecer contactos con otras regiones: por un lado a través
del Tíber con Etruria; del Sacco con Campania, y con la zona central de la península a
través del Aniene
A nivel medioambiental ambas regiones comparten el mismo tipo de clima:
mediterráneo, con veranos secos e inviernos moderadamente fríos, que hacen que haya
una variabilidad de temperaturas y humedad que obliga a tener que organizar las tareas
31
Una división registrada por las fuentes antiguas (Plinio) y que indicaba la separación entre el área
correspondiente a los latinos, respecto a la de ausones y auruncos.
22
agropecuarias en función de la época del año, en especial las economías de pastoreo.
Hay constatada una práctica de trashumancia de rebaños ovinos —cabras y ovejas— por
parte de las poblaciones humanas de la zona desde la Edad del Bronce, con rutas desde
las pasturas montañosas de los Apeninos en verano hacia las tierras bajas en invierno,
siguiendo los cursos fluviales. Esta tradición trashumante favorece un continuo contacto
y comunicación entre las gentes de la costa y las del interior. Una movilidad que se
tiende a ignorar una vez se empieza a hablar de la aparición de núcleos urbanizados,
como si la urbanización terminara con estas prácticas y obligara a hacer de toda la
población de la región sedentaria por fuerza.
Toda esta disertación sobre las características físicas de la región nos indica que
estamos ante una zona óptima para el asentamiento y desarrollo de poblaciones
humanas, con variabilidad regional en cuanto al acceso a algunos recursos, en especial
metales, pero con una capacidad de comunicación e intercambio considerables32
. Esto
puede favorecer la aparición de diferentes tipos de comunidades que puedan explotar
sus posibilidades, de forma particular y diversa. Es más, este desequilibrio en cuanto a
las posibilidades de comunicación que hay entre Etruria y el Lacio —la primera mucho
más homogénea en todo su territorio, mientras que la segunda no— hace a algunos
autores identificarlo como una de las posibles causas del desarrollo sociopolítico
diferencial posterior entre las dos zonas33
(Bietti-Sestieri, 1992; Pacciarelli, 2001,
2016).
De las comunidades humanas que poblaron estas regiones durante los períodos
precedentes a las fases finales de la Edad del Bronce (Bronce Antiguo y Bronce Medio)
parece ser que estaban diseminadas por el territorio, en pequeños grupos, con economías
de subsistencia agropecuarias. Formando sistemas de aldeas de amplitud variable, los
más de los casos de 1-5 hectáreas de tamaño, con casos excepcionales de 15-20, que en
algunos casos podían tener un cierto grado de integración territorial, si bien autónomas
(Pacciarelli, 2016: 173). Será justo en esta fase final del Bronce (Bronce Final II y III,
32
Incluyendo la violenta, unos grupos pueden rapiñar las cosechas y rebaños de otros vecinos en razias
temporales a través de esas mismas líneas de comunicación. Este es un factor a tener en cuenta más tarde,
cuando hablemos de la ideología guerrera. 33
Con este tipo de afirmaciones es cuando más alerta debemos estar de no caer, inadvertidamente, en un
determinismo geográfico. Es por ello que hablamos en términos de capacidad, o posibilidad. Serán las
propias gentes que habiten el terreno las que en su acción continua, y contingente, puedan, o no,
aprovechar los recursos, poco o muchos, que dispongan a su alcance. Y en esto, la forma en que se
organicen, la capacidad de establecer contactos e intercambios con otras comunidades, sea pacífica o
violentamente, hará más evidente su activa participación en su devenir.
23
entre los siglos XII y X a.C.) cuando se empiece a observar cambios en este tipo de
implantación humana en el territorio y se formen nuevos tipos de organización social,
económica y territorial. A inicios de la Edad del Hierro los asentamientos se hacen más
estables, y tienden a escogerse lugares con buenas posibilidades defensivas, y cercanas a
ríos y fuentes de agua, además se observa un incremento en su extensión. Se empiezan a
dar mayores muestras de un incremento de la jerarquización social; y en el registro
arqueológico se detecta un incremento de la cantidad, y calidad, de las manufacturas,
tanto locales como importadas de otros lugares. Todo esto parece ser un indicativo de
que algo está cambiando en la forma en la que viven dichas comunidades.
Buena parte de estos datos provienen del registro funerario, resultando una extraña
paradoja: es el mundo de la muerte el que nos sirve las pruebas para tratar de dibujar el
mundo de los vivos34
. Los objetos de las tumbas indican un incremento de la riqueza de
los ajuares, pasando de meros adornos personales a deposiciones más ricas en las que
destacan objetos como fíbulas, armas, piezas de armadura, joyas, o usos para tejer. Este
incremento de los utensilios, y su riqueza tanto material como simbólica, presente en
algunos de los enterramientos, pero no en todos, nos hace vislumbrar unas sociedades
con mayores cotas de diferencias sociales (Lomas, 2017:13). Son algunos miembros de
la comunidad los que acaparan esa riqueza, y la significación que atesoran esos objetos
con los que son enterrados. Es decir, son muestra de la posible emergencia de una
jerarquía social con una élite aristocrática, se les llega a llamar tumbas principescas, así
como una manifiesta distinción de género en dicha jerarquización (Bartoloni, 2003;
Fulminante, 2003).
Precisamente del análisis de un cementerio cercano a la ciudad de Bologna, en
Villanova, surge el nombre para una facies arqueológica que dará nombre a la cultura
material de la zona de Etruria en esta fase inicial de la Edad del Hierro: la
villanoviana35
. Una de sus principales características está en el tipo de ritual funerario:
34
Los trabajos de Ian Morris en el Egeo (Morris, 1987) sirven de base para dos grandes estudios en la
zona; en el Lacio el realizado por Anna Maria Bietti-Sestieri en Osteria dell’Osa (Bietti-Sestieri, 1992) y
en Etruria por Corinna Riva (Riva, 2010). Hay que tomar todas las precauciones que una interpretación
ligera sobre ese mundo de la muerte puede generar. Pues no es un registro fiel, no proyecta una visión real
de su mundo vivo contemporáneo, pues es un marco ritual en el que se quiere representar algo, y eso
puede distorsionar la realidad. 35
Una facies que no solo comprende a Etruria, también a la Emilia Romagna, y parte de la Campania.
Para un detalle en torno al problema que suscita lo villanoviano ver Bietti-Sestieri, 2010: 208-210.
24
incineración y entierro de las cenizas contenidas en una urna bicónica, en muchos casos
con deposición ritual de armas36
.
Es durante el inicio de esta etapa cuando se empiezan a dar importantes cambios en el
tipo de asentamiento en el territorio de las comunidades de Etruria. Los asentamientos
en zonas defensivas altas, algunos ya ocupados en fases previas, se tornan en la forma
predominante del paisaje poblado humano, dándose un abandono de otros poblados
pequeños en su favor. De unos cincuenta asentamientos detectados en el siglo X en el
sur de Etruria, diseminados a intervalos de separación de unos cuantos kilómetros, y con
una extensión de entre una y quince hectáreas, se pasa en el siglo IX a una
concentración en menos lugares. Son centros clave que controlan más territorio de sus
alrededores, y son estos agrandados asentamientos (hasta diez veces mayores que sus
precedentes) villanovianos del siglo IX, los que formaran la base de las posteriores
ciudades etruscas de Veyes, Cerveteri, Tarquinia, Vulci, Bisenzio y Orvieto37
.
Se están dando evidencias que parecen indicar que las comunidades humanas de este
período se están agrupando en grupos de mayor extensión, y en algunos espacios
privilegiados respecto a otros. Se produce una clara transición en la forma de
distribución sobre territorio. En cuanto a las razones que llevan a la selección de estos
enclaves concretos del territorio respecto a otros, hay autores que proponen que se da
una manifiesta planificación previa en la selección, como Marco Pacciarelli (Pacciarelli,
2001). En cambio, para otros autores, como Alessandro Vanzetti, esto es algo que no
podemos afirmar, ya que la concentración en esos lugares pareces más bien ser fruto de
ocupación en largos períodos, y de crecimiento en etapas (Vanzetti, 2004). Es decir, que
no hay un día que alguien decide que una planicie elevada concreta debe dominar un
territorio dado, sino que es la acción diaria de varias sucesiones de habitantes de la zona
la que terminará conformando ese resultado. Puede que la agrupación se debiera a un
incremento de competencia por los recursos, en una dinámica que favorecía a los
centros más grandes (Attema, 2010: 108). O que fuera un cambio producido por las
acciones violentas de determinados grupos, cosa que no podemos descartar, habida
cuenta que las posibilidades de defensa son un elemento clave de los nuevos centros, y
36
Una presencia de armas en estas tumbas es indicativa de una cierta ideología en torno al conflicto y el
mundo guerrero, que puede ser indicativo de una cierta violencia presente en el seno de estas sociedades
(Martinelli, 2004; Iaia, 2013b; Armstrong, 2016). 37
Figura 2.
25
que en la cultura material hay una evidente ideología guerrera38
. Fueran cuales fueran
las causas, es en estos momentos que las gentes que ocupan y viven en la Etruria
meridional están iniciando los procesos de urbanización que les llevaran a una vida
urbana.
Para algunos autores se trata de un súbito proceso de aglutinación, que se remarca como
la principal característica de la urbanización en Etruria. Como para Marco Pacciarelli,
que la lleva a denominar svolta protourbana (Pacciarelli, 2001), definiéndola como una
especie de revolución39
en la forma en que se habita el territorio y se organiza la
comunidad, contrastándolo con lo que pasa en el Egeo, que es más paulatino
(Pacciarelli, 2016: 172). Hay una transición de una capilaridad de asentamientos por
todo el territorio, a una concentración en unos pocos. Puntos que serán centrales en el
territorio, y que no crecen en base a un proceso de sinecismo de pequeños centros
vecinos, sino por un movimiento deliberado con abandono de gran parte de los
asentamientos anteriores. Destaca el apelativo que se da de centros protourbanos para
estos asentamientos villanovianos, y merece la pena pararse un momento en desentrañar
lo que hay detrás de ello, pues cabe preguntarse si también hay algo parecido a una
protourbanización, y qué significado podría tener.
Estos términos de protourbanización, centro protourbano, y similares, empezaron a ser
utilizados por arqueólogos italianos a partir de los años setenta del siglo pasado;
coincidiendo con el debate que se promovió tras el congreso La formazione della città
nel Lazio40
, sostenido en Roma en el año 197741
. Un debate que intentaba dilucidar, por
un lado la “fecha” de nacimiento de la ciudad en la Italia centro-tirrena, y, por otro, sus
posibles orígenes. Era un debate muy en línea con las ideas de la Nueva Arqueología; se
38
Con esto estamos ante un dilema tipo huevo y gallina, qué se dio antes la violencia que favoreció la
nucleación, o fue esta la que provocó violencia y mayores tensiones entres poblados. Cabe analizarlo con
cautela. 39
Que sea un proceso rápido en el registro no implica que se dé en una única generación de personas, no
creo que se tenga que ver esta rápida transición como si de un Día de la Bastilla se tratara. 40
El contenido del cual se encuentra en forma publicada en: Ampolo, C. et al. La formazione della citt à
nel Lazio. Seminario tenuto a Roma, 24–26 giugno 1977. Roma: Dialoghi di Archaeologia, n.s., 2, 1980. 41
Un debate que, a su vez, podemos entroncar con otro sostenido en torno a la etrusquidad de la ciudad
de Roma, que tenía dos posturas opuestas. Por un lado la que se hacía eco de lo que Giorgio Pasquali
llamó la Grande Roma dei Tarquini (Pasquali, 1936), que presentaba una Roma de finales del siglo VII
a.C. hegemónica en el Lacio y no dependiente de ningún poder etrusco, aunque su dinastía fuera
originaria de Tarquinia. Y por otro la de Andrea Alföldi, que defendía que los datos de la analística
romana, en especial Fabio Píctor, eran una invención que trataba de maquillar que en realidad la Roma de
los siglos VIII-VII a.C. había estado sometida a la órbita de diferentes ciudades etruscas, y que no
dominaba el Lacio (Alföldi, 1965). En esta discusión Tim Cornell termina por desbancar la idea del
dominio etrusco en ese período, y sin postular que Roma sea ya una potencia hegemónica, reconoce que
sí es una de las urbes más vigorosas del Lacio (Cornell, 1995).
26
trataba de focalizar en el tipo de procesos que llevaban al desarrollo de las ciudades
etruscas y latinas. Escrutar si estas se formaban en el siglo VI, o, antes en el VII-VIII
a.C. Y lo más destacable del debate, si eran fruto de un desarrollo local o de un impulso
externo. En este debate italiano se constataba que había una posición que iba en contra
de la línea difusionista predominante en el mundo anglosajón, que la ciudad centro-
tirrena podía no ser un producto importado del Mediterráneo oriental, sino ser, más
bien, el fruto de un proceso evolutivo local, que arrancaba en la Edad del Bronce. Pero
esta era una postura diferente a medias, pues, ahora se destacaba la naturaleza autóctona
de la urbanización en Etruria, basada en los hallazgos que veíamos de la facies
villanoviana, pero se atribuía a ellos ser el nuevo foco desde el que se irradiaban a otras
partes de la península, en especial al Lacio. Ahora podían ser “los etruscos”42
los
primeros en llegar a un estadio de urbanización, por sí mismos o por influencia
egea/levantina; y el Latium vetus quedaba más retrasado a la espera de que le llegara la
buena nueva43
. Es decir, que se disputaba si la urbanización centro-tirrena era un
fenómeno oriental, u occidental (Fulminate & Stoddart, 2010, 2013)44
. Aunque en el
fondo en ambas posturas continuaba presente una clara idea difusionista, si bien
reformulada en términos más acordes a la tradición historiográfica italiana.
Así pues, se asumió el término protourbanización, y asociados, para referirse a los
procesos físicos de nucleación de asentamientos, el establecimiento de lugares centrales
—los centros protourbanos— y el consiguiente crecimiento de una jerarquía de
asentamientos (Attema et al, 2010: 107). Es decir, justo lo que parecía suceder en los
asentamientos villanovianos de la Etruria meridional. El prefijo proto45
se asignaba
como indicativo que eran centros territoriales que en el período histórico coincidirían
42
Los que serían directos herederos de esa facies/cultura villanoviana. 43
Y dentro de este se daba a Roma como la más avanzada en esa difusión respecto a los otros centros
latinos. 44
Consultar para las referencias bibliográficas. En resumen en la postura oriental destacan autores como
Ampolo, Pallottino o Rasmussen (la escuela etruscológica tradicional); y en la occidental otros como
Peroni, Di Gennaro, Guidi o Pacciarelli (la llamada escuela romana de protohistoria). 45
Sería conveniente realizar una crítica a este uso del proto. Como hemos dicho, se usa proto para
designar los asentamientos que no se considera que aún sean ciudades propiamente dichas, pero que lo
terminarán siendo, aunque también puede ser extendido a los asentamientos que no lo llegarán a ser, pero
son coetáneos a otros similares. En este sentido se nos presenta como una delimitación no muy clara
dentro de un gradiente o proceso evolutivo lineal. Podemos aceptar esta distinción a efectos prácticos para
diferenciar en el tiempo las fases de un asentamiento dado, hablar de la Veyes protourbana por ejemplo
para diferenciarla de fases posteriores. Pero lo que no veo con sentido alguno es utilizar el prefijo para
urbanización. ¿Qué sería una protourbanización, es más, qué haría que una comunidad estuviera haciendo
vida protourbana? Estar en un proceso anterior al urbano, pero que llevaría a él parecería la respuesta,
pero continua sin ser nada en concreto. ¿Habría también una protoruralización? Son cuestiones que nos
deben hacer replantearnos si hacemos bien utilizando estos términos.
27
con las ciudades etruscas. Eran, por tanto, asentamientos que aún no llegaban al rango
de ciudad, pero que de una forma ininterrumpida, llegarían a serlo. Y no quedó
circunscrito al ámbito villanoviano, se hizo extensivo también al lacial, y a otros puntos
de la península, como si todos ellos fueran fruto de los mismos procesos. Para Adam
Ziółkowski esta extensión del término protourbano enmascara una voluntad de acercar
ambos procesos, es decir, de homologar el caso latino al villanoviano, y según él esto se
trata de un error, pues no son procesos idénticos (Ziółkowski, 2005: 31-34)46
.
El desarrollo del Latium vetus durante los inicios de la Edad del Hierro parece que tuvo
una trayectoria similar a la mostrada en la Etruria meridional. Es decir, se constatan
claros indicios de un incremento de la complejidad y jerarquización social de sus
comunidades (Fulminante, 2003); desarrollo económico47
y producción artesana (Iaia,
2013a), y cambios en la forma de asentarse en el territorio (Alessandri, 2013;
Fulminante, 2014). Pero todo ello no en una forma idéntica. El registro funerario —que
nos sirve también de fuente de evidencias para los primeros procesos que hemos
indicado— muestra un tipo de ritual y deposición lo suficientemente distinto como para
ser clasificado como otro tipo de cultura material: la lacial. El enterramiento48
puede ser
por cremación, como en el villanoviano, pero las urnas suelen ser en forma de cabaña,
pese a que también hay algunas bicónicas; y en otros casos es por inhumación49
. En
ambos tipos de enterramiento el tipo de objetos depositados en las tumbas suelen ser
objetos cerámicos y de bronce, que son réplicas en miniatura de los reales. Este registro
funerario indica que, al igual que pasa en las comunidades humanas vecinas del norte,
parece que las desigualdades crecen, y que menos familias controlan cada vez más
riqueza y poder. Pero, de la misma forma que no hay un idéntico tipo de rito funerario,
respecto al villanoviano, ni de cultura material asociada, tampoco hay una misma forma
de cambios en el patrón de asentamiento; parece que estos se producen en el Lacio de
forma menos radical que lo visto en la Etruria meridional.
46
Para este autor el factor determinante que demuestra ya la existencia de un entramado urbanizante lacial
es la extensión, en buena parte de sus asentamientos, de estructuras defensivas —aggeres— como un
fenómeno particular del Lacio respecto a Etruria. Y según él esto no se dará hasta una fase posterior, en el
siglo VIII a.C. (Ziółkowski, 2005: 41-42). 47
Hay un cambio de una economía mixta, en la que la caza y la recolección aún eran importantes, a una
economía en la que la agricultura formaba la base de la subsistencia (Attema, 2016: 111). 48
El registro más completo del mundo funerario lacial es el proporcionado por el cementerio de Osteria
dell’Osa, que se encuentra en las cercanías del lago Castiglione, a unos 18 al este de Roma, donde se
situaría la posterior Gabii (Bietti-Sestieri, 1992). 49
Dado que algunas de las cremaciones suelen estar situadas en el centro de grupos de inhumaciones,
parece que estarían reservadas a gentes significadas dentro de la comunidad (Bietti-Sestieri, 1992)
28
No se detecta un súbito abandono de múltiples asentamientos de la Edad del Bronce
Final, pero sí un incremento en su número, con un énfasis en el emplazamiento en
lugares defendibles. Se constata que hay una variedad en cuanto a la posición en el
territorio de los asentamientos, y en el tamaño de los mismos —en Etruria ambas
magnitudes eran más o menos equilibradas—. En las colinas albanas y sus pequeños
lagos de origen volcánico el sistema de pequeños asentamientos que lo conforman se
revela como el de mayor continuidad desde el Bronce Final que tiene el Latium vetus50
.
Durante las primeras fases de la Edad del Hierro van cobrando fuerza en diferentes
zonas estratégicas del Latium vetus otros asentamientos51
, que ya podían estar ocupados
en fases previas —normalmente en planicies en altura— del Bronce, o son de nueva
formación. Centros como Lavinium, Ardea y Anzio, que se encuentra en zonas
próximas a la costa tirrena, o de la llanura pontina, se ven favorecidos por un cambio de
asentamiento desde un modelo de tipo perilagunar —cercano a los cuerpos de agua—
hacia mesetas de colinas interiores (Attema, 2010: 111); y van ganando tamaño con el
tiempo. Otros asentamientos se encuentran en el valle del Tíber, en puntos que permiten
controlar los vados del río, como Fidenae, Crustumerium o la misma Roma. Gabii,
situado en la ribera del lago Castiglione va creciendo de tamaño y ampliando su red
defensiva, un asentamiento que permite controlar la ruta de conexión entre Etruria y la
Campania a través de los valles del Sacco y el Liri. De la misma forma, Tibur permite
controlar el valle del Aniene; y Praeneste el del Sacco (Amoroso, 2016).
Todos estos ejemplos nos permiten ver cómo se van conformando diferentes
asentamientos que permiten controlar puntos estratégicos del variado territorio latino,
más que áreas extensas. Se trata más de un proceso de continuidad e incremento
paulatino; y que no solo es detectable en el área latina. También en la Calabria —en el
área de Síbaris— se constata la presencia de algunos asentamientos humanos que
muestran esos primeros pasos hacia la urbanización, cosa que se da antes de la llegada
de los primeros colonos egeos a la zona, que romperán ese desarrollo local (Vanzetti,
2004).
50
La tradición romana y latina situaba al Monte Cavo como el santuario federal de todas las gentes
latinas, algo que nos habla sobre una memoria sobre sus momentos más ancestrales de identidad
colectiva. Esta memoria podía ser una invención, pero parece que la arqueología parece corroborar, pues
es una zona con asentamientos muy antiguos. Lo que sí parece ser invención es la tradición romana que
situaba en la zona la legendaria Alba Longa, ciudad de la que se consideraba heredera Roma. Hay una
reciente obra monográfica de Alexandre Grandazzi sobre esta ciudad que no existió nunca, pero que dejó
tras sí una rica leyenda y búsquedas de la misma (Grandazzi, 2008). 51
Ver figura 3.
29
El tamaño de estos asentamientos del Lacio suelen ser más pequeños que los de
Etruria52
, con la excepción del de Roma, que se aproxima más a los segundos. El
territorio de la Etruria meridional —que tiene aproximadamente 6.800 kilómetros
cuadrados— estará controlado por un reducido número de centros53
, en un esquema
jerarquizado; mientras que en el Latium vetus —con una extensión menor, de unos
2.700 kilómetros cuadrados— habrá no menos de dieciocho asentamientos54
, de gran
variedad en tamaño. Todos ellos posicionándose en zonas que permiten controlar las
principales vías de comunicaciones, tanto dentro del Lacio como sobre todo, entre otras
regiones, se mantendrán con posterioridad, conformando el mismo patrón territorial que
tendrán las ciudades-estado latinas de los siglos VII y VI a.C. (Amoroso, 2016: 96)55
.
Toda esta interpretación sobre la distribución de los llamados asentamientos
protourbanos sobre el territorio descansa en un par de asunciones que merece la pena
resaltar. Por un lado, la idea que estos asentamientos son lugares centrales en cuanto a
explotación del territorio circundante, y de densidad de población. Es decir, que su
extensión y cantidad de gente que vive en él marca la capacidad de controlar su ager56
,
y de permitir el desarrollo de relaciones sociales más complejas. La suerte de cada
asentamiento descansará, pues, en la capacidad de sus gentes para explotar los recursos
de su entorno, y de defenderlo (Amoroso, 2016: 93). Esto lleva a la necesidad de tratar
de determinar la extensión de estos territorios —ager— bajo control de cada centro. Es
aquí cuando se aplican de forma bastante habitual modelos que usan polígonos de
Thiessen para trazar sus límites (Attema, Burgers & Van Leusen, 2010; Fulminante,
2009, 2014; Amoroso, 2016)57
. También se utilizan adaptaciones de modelos de
jerarquización —rank-size rule—, y otros análisis similares (Attema, 2010: 26-29). Esto
hacía que, por otro lado, el resultado de dichos análisis llevara a la articulación de
sendos sistemas de urbanización diferenciales para Etruria y el Latium vetus; más rápido
el primero, y el segundo más gradual, o de menor escala (Pacciarelli, 2001).
52
Ver la figura 4 para una comparativa. 53
Recordemos: Veyes, Cerveteri, Tarquinia, Vulci, Bisenzio y Orvieto (ver figura 2). 54
Crustumerium, Fidenae, Nomentum, Marco Simone Vecchio, Roma, Lavinium, Ardea, Anzio,
Satricum, Cisterna di Latina, Velletri, Lanuvio, Colle della Coedra, Praeneste, Tusculum, Gabii ,Tibur,
Montecelio (ver figura 3). 55
En este sentido concuerdan con el concepto de centros proto-urbanos, como habíamos visto 56
Ager era el término latino para referirse a toda la tierra que estaba bajo control de una ciudad: ager
romanus, ager veientanus, etc. 57
Por poner algunos de los ejemplos utilizados en este estudio.
30
A esta construcción de modelos teóricos que cartografían el poblamiento de la zona, se
suma la discusión sobre las cronologías58
. En un inicio las dataciones para el período de
transición del Bronce al Hierro que contenían estos procesos de cambio social e inicio
de urbanización, hacían pensar en una manifiesta diferencia a favor de Etruria, como la
más aventajada. Esto favorecía las visiones difusionistas autóctonas que comentábamos
con anterioridad, que se explicaban bien por mecanismos como el propuesto por Colin
Renfrew de peer polity interaction59
. Según estas visiones, la extensión de la
urbanización en Latium vetus también se daba a diferentes ritmos, y con un vector claro:
había una prioridad en la urbanización de la zona de Roma (Bettelli, 1997; Carandini,
2007) respecto al resto de asentamientos latinos más meridionales, que seguirían la
estela con posterioridad. Las correcciones a estas tendencias difusionistas lo que
terminan por configurar es el establecimiento de dos vías. Una directa que hace del
modelo de Etruria el centro, y lo hace extensivo como resultado final, de una especie de
koiné centro-tirrena (Pacciarelli, 2001); y otra que resalta las diferencias locales para
resaltar la singularidad de cada región (Ziółkowski, 2005; Fulmiante & Stodart, 2013).
Para esta segunda vía la existencia continuada en el tiempo de dos modelos vecinos
diferentes, que no se terminan engullendo, se explica porque la emergencia y
consolidación de una fuerte identidad cultural en el Latium vetus puede haber jugado un
papel determinante en la preservación de la autonomía de la región; cuando sus vecinos
del norte —los etruscos— en los períodos orientalizante y arcaico estén en la cima de su
poder (Bietti-Sestieri & De Santis, 2008:131). Es decir, que es justo en el momento que
empiezan a mostrarse estos iniciales procesos de urbanización en diferentes puntos de la
península se empiezan a dar también en su seno los procesos de etnogénesis (Bradley,
2000; Cifani, 2012; Fulminante, 2012), que se terminaran de construir más adelante. Sin
que todas las identidades étnicas de la Italia preromana tengan que terminar en
sociedades urbanas60
(Farney & Bradley, 2018)61
. En el fondo parece que hay una
58
En este campo se ha dado mucha controversia; según el tipo de cronología utilizada la datación para el
inicio de los procesos de urbanización varían, siendo más recientes en las cronologías históricas y
anteriores en las radiocarbónicas. 59
Según dicho autor: «Peer polity interaction designates the full range of interchanges taking place
(including imitation and emulation, competition, warfare, and the exchange of material goods and of
information) between autonomous (i.e. self-governing and in that sense politically independent) socio-
political units which are situated beside or close to each other within a single geographical region, or in
some cases more widely» (Renfrew & Cherry, 1986: 1). Dicho modelo permitía explicar la extensión
desde Etruria a regiones circundantes como el Latium vetus, y las áreas faliscas, capenates y sabinas
(Fulmiante & Stoddart, 2013: 120). 60
Esto nos tiene que dar que pensar, ya que si parece que se están dando procesos sociales asociados a la
urbanización, que en la etapa histórica no se corresponden a ciudades-estado conocidas; cabe deducir que
31
especie de síntesis entre un modelo más de tipo extendido, casi koiné, y otro que destaca
la importancia local, es decir que se reconoce que hay una escala de grises donde no hay
blanco y negro absolutos.
De esta forma se ponen en paralelo, como ramas diferenciadas dentro de una tendencia
general itálica, el modelo de Etruria y el del Latium vetus. Si bien, también se aprecian
variaciones en el seno de las mismas. En Etruria se da por establecido un sistema
jerárquico, con dominio de los seis grandes centros que hemos citado, es decir que todo
el territorio se articula en torno a ellos y emergen como los nuevos nodos de integración
social. En cambio, para el Latium vetus el sistema parece que continúa manteniendo una
estructura más policéntrica62
, es decir, pese a que varios centros —de menos tamaño
que los de Etruria— se destacan en el dominio de ciertas zonas, no terminan
absorbiendo todos los pequeños centros, que continúan activos. En ambas regiones la
complejidad de la sociedad se va incrementando, pero la articulación política territorial
parece que difiere. Permite mayores niveles de centralización en Etruria, y, en cambio,
en el Lacio hace que se tengan que establecer más lazos de interrelación entre
comunidades vecinas63
, probablemente para formar alianzas militares defensivas
(Pacciarelli, 2016: 199).
Si estamos ante dos formas diferentes, dos caminos, de construir redes urbanas en la
Italia centro-tirrena de los siglos X-IX antes de nuestra era. Esto nos indica que pese que
las comunidades humanas a ambas orillas del Tíber están viéndose sometidas a cambios
en la forma que se estructuran socialmente, y que deben adaptarse a sus propias
circunstancias. La urbanización en ambos casos es la respuesta a cambios y presiones
sociales, tanto internas como externas, y esto tiene un reflejo en la forma en que se
asientan en el territorio. Es decir, por un lado se da un incremento de desigualdades, de
jerarquía y prestigio social acumulado en grupos concretos; y, por otro, hay
lo que ocurre es más complejo e interconectado que la visión simplificada y lineal que de lo protourbano
a lo urbano implica. Por tanto, se puede interpretar que cambios sociales que se dan en el área se pueden
dar fuera del resultado final de la urbe. No solo la ciudad puede ser el contendor de los cambios sociales
que se viven en el área mediterránea, aunque están interconectados, pues están en contacto con sociedades
urbanas. 61
Para mayor detalle consultar este trabajo conjunto de reciente publicación sobre las diferentes
sociedades itálicas. 62
Como parecían ser los asentamientos del Bronce en Etruria, antes que pasaran a ese otro modelo mono-
céntrico. 63
Como las ligas de que hablan las fuentes clásicas: liga latina.
32
interacciones con otros grupos que pueden ser pacíficas —ritos comunales, migraciones,
intercambios— o violentas —razzias—64
.
El inicio de la urbanización en la Italia centro-tirrena puede empezar, pues, en diferentes
puntos, pero terminará al final por converger en un sistema más homogéneo, a partir de
los siglos VII-VI antes de nuestra era. La transición urbana se ha dado ya antes de que
esto suceda, el momento en que otro tipo de ingredientes se empiezan a sumar, en
especial el desarrollo de contactos con gentes más lejanas, no es el caldo de cultivo, sino
el catalizador para otro escenario. Es ahora cuando un factor externo como la llegada de
gentes egeas y levantinas puede entrar en acción. Las élites territoriales ya están activas,
y han desarrollado sus propios caminos de centralización de poder social, y las
comunidades en su conjunto han ido estableciéndose en las nuevas formas de vida
urbana, ya están en pleno desarrollo de sus procesos de urbanización. Estas trayectorias
locales de nucleación y centralización están insertadas en un contexto más amplio de
contactos a nivel mediterráneo y continental (Fulminante & Stoddart, 2013: 131). El
nuevo ambiente mediterráneo, con interconexión de personas, e ideas, puede actuar de
catalizador para el cambio de estos modelos locales hacia uno más global, fruto de
intercambios multidireccionales. Esto es el fenómeno que se suele denominar
orientalizante65
, como si fuera producto de Oriente, cosa que lo haría monodireccional,
y que negaría la importancia del factor local, cuando en realidad este es determinante.
En estas líneas se entienden fórmulas como las que postulan Irad Malkin de redes
(Malkin, 2003), o Peter van Dommelen de hibridación (van Dommlen, 2006), que
tienden a mostrar más esa necesidad de pensar el Mediterráneo como punto de contactos
que no menosprecien los elementos locales, sino que los integren.
64
Ambas explicarían la necesidad de control sobre rutas de comunicación, y de asentamiento en lugares
fácilmente defendibles y construcción de sistemas defensivos. 65
Orientalizante es otro término cuyo uso tiene problemas, asociados a su connotación difusionista. Para
una muestra del debate en torno a este término y concepto, ver: Riva, C. & Vella, N. C. (eds.). Debating
Orientalization. Multidisciplinary Approaches to Change in the Ancient Mediterranean. London:
Equinox, 2006.
33
Discusión
En biología molecular se entiende que hay fenómenos de agregación espontánea en los
que mediante procesos autocatalíticos, y retroalimentados, se incrementa la complejidad
de las estructuras macromoleculares —como las proteínas y los ácidos nucleicos—.
Esto también es aplicable a mayores escalas: a nivel celular, y pluricelular, llevándonos
al complejo campo de la evolución de la vida. Un campo de estudio en el que la ciencia
ha tenido que luchar por no caer en las pretensiones teológicas y teleológicas de
explicación de dichos procesos. Con las adecuadas cautelas, podemos extender a los
procesos de agregación social humana este patrón. Es decir, que podemos tratar de
comprender los procesos de urbanización basándonos en causas de naturaleza
autocatalítica, sin necesidad de que deba existir una fuerza de voluntad, o estímulo
concreto externo, que fuerce el paso a un tipo de estructura más compleja que el estadio
anterior.
Si continuamos con el símil, en biología evolutiva se sabe de procesos llamados de
convergencia evolutiva, donde diferentes especies llegan a soluciones similares sin tener
ningún tipo de filiación ni contacto. Esto mismo puede haber sucedido en diferentes
comunidades humanas del Mediterráneo a inicios del último milenio antes de nuestra
era —a medio camino entre la Edad del Bronce y la del Hierro—, donde empiezan a
desarrollar formas de vida urbana, como es el caso de Etruria y el Latium vetus. Lo
hacen aprovechando las oportunidades que su entorno, social y medioambiental,
ofrecen. Destaca la interacción social tanto en el seno de dichas poblaciones como con
otras vecinas —fenómenos como guerra, competición, emulación, rituales, comercio o
intercambio, movilización o migraciones, etc.—. Sumando, pues, ambos símiles se
observa que hay una dialéctica de interacción entre los condicionantes internos y los
externos, de condicionantes genéticos versus ambientales. Es decir, si las comunidades
humanas que transitan a un nuevo tipo de vida urbana lo hacen por condicionantes
internos, sus propias dinámicas sociales, o lo hacen influidas por su ambiente, sea por
influjo de otras gentes u otras variables. Como en la discusión biológica no hay una
respuesta rotunda a favor de una u otra, cada caso tiene sus propios condicionantes.
En el caso histórico que nos preocupa, y otros similares, hay que ser conscientes que el
devenir de cada comunidad es contingente y que dependerá de decisiones particulares y
34
colectivas. Cada caso es un mundo, que pese a no estar aislado, sino interconectado,
termina por desarrollar sus propias características. Su inserción en un mundo más
complejo y dinámico de lo que se creía a priori: el Mediterráneo y alrededores, lleva a
la postre a otra convergencia. En otras palabras, que los centros urbanos mediterráneos,
de los siglos IV a.C. en adelante fueran del tipo que creemos conocer como polis —un
falso modelo que casi diviniza la polis de los atenienses— no significa que se hubiera
llegado a esta tipología de igual forma, ni que fueran idénticas. Para que tengamos algo
parecido a una urbanización más o menos homogénea deberemos esperar a la acción
romana/helenística de siglos posteriores, que en su expansión determinarán el fin de
ciertos caminos, y llevarán a un determinado modelo de forma urbana, por una cierta
imposición, si bien nunca completa y que continuará dejando margen a la agencia local.
Hay una transición en la forma de vida de muchas comunidades humanas en el
Mediterráneo, y zonas adyacentes, del último milenio (Morris, 1987; García, 2005;
Fernández-Götz, 2018). Este cambio es un inicio hacia la urbanización, hacia un tipo de
vida urbana. Que se inicie el transito no implica que se llegue de inmediato a una vida
urbana en los términos más o menos definidos por las diferentes escuelas clásicas —de
Fustel a Finley, pasando por Weber—. Estamos acostumbrados a la vida urbana y nos
cuesta delimitar, e incluso definir, qué es una ciudad, lo tenemos interiorizado pero nos
cuesta mucho expresarlo de forma clara y consensuada. Los inicios de la urbanización
no tienen por qué coincidir con lo que creemos que es una ciudad. La ciudad antigua
como objeto de estudio ha destacado durante mucho tiempo las características de la
polis de los atenienses, es decir, de la ciudad-estado del período clásico, con sus
instituciones y monumentalidad, la parte que permite visibilizarlas. La construcción del
binomio entre urbe y estado ha llevado a buena parte del discurso a hablar del surgir de
los estados; debates muy weberianos, si bien, el mundo antiguo no es el moderno y las
categorías no pueden ser las mismas. Que hay cambios sociales es obvio, al iniciarse la
urbanización de una sociedad esta cambia también su estructura política, y, con ello,
produce los rudimentos estatales, pero serán eso: rudimentos, tanto de estado como de
ciudad.
No merece la pena ofuscarse en el surgir del estado a solas, pues será algo incluido en el
proceso urbanizante antiguo, un elemento más que lo conforma, no su piedra filosofal.
Quizás parte del problema a nivel teórico es no saber trazar la distinción entre los
fenómenos que se quieren estudiar. No es lo mismo la ciudad, como punto final ya
35
reconocido, que la urbanización. Esta última es el camino que lleva a la primera, y no al
revés, es por ello que su estudio requiere de un mayor rango temporal de escrutinio. Un
ejemplo de esta tendencia teleológica lo encontramos en el uso del prefijo proto- para
designar los asentamientos que están iniciando este tipo de camino urbanizador. La
distinción entre urbano y protourbano es una distinción falseada, se quiere mostrar que
un asentamiento no ha llegado a su fase final —como diría Aristóteles a su telos— que
será la ciudad con sus instituciones, y monumentalizada, de los siglos VI a.C. en
adelante. Es así porque solo se contempla lo que pasa a nivel jerárquico, y no hay
espacio más que para la visión top-down. Al partir de un análisis excesivamente
procesual se enmascaran otras realidades, no hay lugar ni para relaciones de poder
heterárquicas, ni mucho menos para visiones down-top.
El denominar como protourbana a toda la gama de eventos que se suceden desde el
siglo X al VI a.C. es tratar de velar el problema de fondo: que aún no tenemos una idea
clara de lo que es una ciudad. Y esto pasa porque una ciudad no es un elemento fijo ni
estable en el tiempo, sino que muta y se transforma. No podemos encapsular en una
definición estrecha algo dinámico y cambiante. Hay una gradación, que no tiene que ser
lineal, no se es un asentamiento protourbano un día y al siguiente urbano. Se le da una
dimensión a la ciudad que es en sí arbitraria, los elementos que hacen de check-list para
determinar si cumple o no un asentamiento son en el fondo discutibles todos ellos, pese
a loables intentos recientes (Hansen, 2000). Por ello me parece mucho más interesante
como categorías de estudio la urbanización, y las formas de vida urbana, pues estas
englobaran el conjunto de cambios que se suceden en las poblaciones, sin perder de
vista el elemento humano. Son el camino, sin importar las paradas y el destino final, al
analizar cómo van transformando su modo de vida las comunidades que inician el
cambio a una vida urbana podemos entender un poco más qué significado tienen.
En este sentido, hablar de protourbanización me parecería un error categórico, puesto
que no describiría ningún hecho o factores concretos. Una sociedad, o comunidad, se
urbanizan, a un ritmo u a otro, en unas condiciones o en otras, pero no se
protourbanizan. Esta crítica nos deja un poco huérfanos de término para designar los
estadios iniciales de un proceso urbanizador, podemos continuar usando la designación
proto por tradición, pero siendo conscientes de su sesgo y limitaciones, o tratar de
consensuar otro. Preurbano lo deberíamos reservar para todo lo anterior al inicio de los
procesos de urbanización, en el caso centro-tirreno para antes de la Edad del Bronce
36
Final; así pues, igual deberíamos utilizar urbano para todo lo que está después de ese
momento, sin añadir ningún sufijo gradualista.
Una ciudad no nace de la nada, aunque la idea de fundación es atractiva por la
simplicidad que nos ofrece, de respuesta rápida y que desplaza el foco a otro lugar. Bajo
el paraguas de urbanización tienen cabida todos los procesos que llevarán al desarrollo
de ese tipo de asentamiento humano, tan cercano y tan complicado de asir, cual cáliz
sagrado en una saga artúrica. Y es así porque no hay un único tipo de ciudad, o de
camino de urbanización, sino variado, como variadas son las gentes que lo transitan y
sus circunstancias. Hay un cierto gradiente en el desarrollo de las urbes, no siempre
lineal, puede contener hiatos y pasos atrás, y no podemos analizarlas desde su punto
final o avanzado. La ciudad etrusca o latina de los siglos VI-IV antes de nuestra era es
algo muy diferente a la de los siglos previos. En este período más tardío es cuando están
consolidándose formas estatales de gran vigor, que no pueden servirnos de vara de
medir. Que habrá una continuidad con lo precedente es más que probable, pero
retrotraer de forma lineal al pasado una formación de etnicidades, y construcción estatal,
que pasa varios siglos más tarde, es caer en una construcción teleológica. Esto nos
puede llevar a una inseguridad en cuanto a qué podemos llegar a conocer, pero no por
ello debemos aceptar una metanarrativa sin más y quedarnos con una única conclusión.
Podemos tratar de entender los diferentes escenarios, y si bien no sabremos con total
seguridad cual fue el camino concreto, sí que tendremos una mayor concepción del
global. A veces hay que decidir si tratamos de conocer algo concreto, pero sin tener una
perspectiva más general, o lo contrario; como si fueran, en cierto sentido, una especie de
paralelo histórico-arqueológico al principio de incertidumbre de Heisenberg.
Tal y como se ha mostrado, parece que hay una interrelación entre el incremento de la
jerarquización y de la desigualdad social, y los cambios en la forma de asentarse en el
conjunto del territorio. Se habla de surgir de aristocracias o élites, con ajuares
mortuorios principescos tanto en Etruria (Bartoloni, 2003) como en el Latium vetus
(Fulminante, 2003). El inicio de los procesos de urbanización se da en un panorama de
reestructuración social, que tiene su reflejo en la forma en que se modela el paisaje. De
pequeñas agregaciones humanas dispersas por el territorio se pasa a una concentración
en núcleos de mayor densidad en el paso del siglo X al IX a.C., esto cambiará tanto la
forma en que sus habitantes perciban el mundo, así como la forma en que se relacionen
entre sí las personas. Hay una transición de un tipo de forma de estar en el territorio, de
37
más capilar, o difusa, a otra más nucleada con preeminencia en determinados lugares —
los que serán las futuras ciudades—, que se produce porque ya se están dando cambios
sociales anteriores. Cambios que se agudizarán por el mismo efecto, al transitar de un
modo de estar en el territorio a otro, esto hará que se produzcan más cambios a nivel
social. No sabemos a ciencia cierta que hace prender el proceso, pero una vez este se
dispara, los grupos humanos implicados entran en una dinámica de retroalimentación
que los lleva a incrementar, por un lado la escala de los asentamientos, y por otro la
complejidad de las mismas sociedades que los habitan.
Se ha indicado cómo estos cambios en cuanto a la forma en que las comunidades que
pueblan Etruria y el Lacio, y otras de la península, deciden ubicarse en el territorio
dependen de varios factores. Por un lado, de las propias características del territorio, y,
por otro, de la interacción social entre las diferentes poblaciones. El que veamos que se
da un paso de un poblamiento difuso a uno más concentrado, o más propenso a
controlar determinadas zonas, nos indica que no sean procesos aislados, no es decisión
de un único grupo humano, implica a más. Hay unas dinámicas que están llevando a una
mayor explotación de los recursos, y a su control, y defensa. No es una única
comunidad humana la implicada, ni en una única región, hay multitud, y están
interconectadas de alguna forma. Es decir, que los caminos hacia la urbanización que
estamos viendo no corresponden a un fenómeno puntual, sino más bien a una serie de
cambios a escala de red. No está surgiendo un único centro urbano, sino muchos,
interconectados; el territorio nos muestra como las comunidades humanas amplían sus
lazos sociales más allá de cada grupo particular. El uso del territorio como muestra de
esa red humana.
El tránsito hacia unas nuevas formas de vida en comunidad es una negociación que no
afecta a una sola población, o grupo, sino a muchas. En la Italia centro-tirrena no surge
la ciudad, sino las ciudades. Parece que se debe dar una cierta interacción territorial para
que termine cuajando una estructura urbana. Podemos imaginar que se trata de un
proceso colectivo, en el que se requiere de una participación colectiva extensa en el
territorio. No es un único foco, de un único asentamiento, lo que lleva a la formación de
una comunidad urbana. Las personas que pueblan un territorio no lo hacen de una única
forma, ni en el espacio ni en el tiempo. Es decir, hay grupos que cambian sus
asentamientos estacionalmente, en cambio, otros son más sedentarios, en su conjunto
son poblaciones que interaccionan en el mismo territorio, y no todas de la misma forma.
38
En su interrelación van conformando, de forma paulatina, la estructura territorial, y con
ello se estimulan mutuamente, retroalimentándose en su nuevo tipo de camino hacia el
mundo urbano.
En los procesos de urbanización centro-tirrena se ha destacado el creciente papel que
parece que el elemento guerrero va tomando, así como el auge de asentamientos de fácil
defensa, o de construcción de estructuras defensivas. Panoplias guerreras en ajuares
mortuorios (Bartoloni, 2003; Iaia, 2013), fosas y vallas en puntos vulnerables
(Ziółkowski, 2005; Nijboer, 2017) son indicativos de un tipo de interacción violenta
entre grupos, sea defensiva u ofensiva. Que grupos sedentarios se concentren para
defensa de sus terrenos y bienes colectivos es un posible motivo de los cambios en las
pautas de asentamiento. Que otros grupos más móviles vayan campando de un lugar a
otro genera, a su vez, otras posibles interacciones, tanto violentas como de intercambios.
Las comunidades pastoriles de trashumancia pueden beneficiarse del intercambio con
las más sedentarias que empiezan a incrementar su producción agrícola, y a la inversa.
En ambos casos el mundo que viven empieza a tener nuevas connotaciones, los
asentamientos, cuya población se incrementa, empiezan a mostrar nuevos niveles de
interacción interna; la agregación humana multiplica el número de contactos y
relaciones sociales. Ante estas nuevas interacciones, y con nuevas necesidades de
liderazgo, competencia, reparto de excedentes, cuidados, etc., surgen nuevas formas de
entender el día a día.
Si nos quedamos exclusivamente en el territorio, en la forma en que se distribuye y
concentra la población, eso puede hacernos centrar en exceso en la estructura, tanto
material de los asentamientos, como en la de poder; dejando aparcado otro punto
importante, el de la interacción y experiencias humanas, que ya hemos apuntado. En la
teorización sobre la ciudad se ha destacado su papel como lugar de interacción social;
crisol de cambios en la forma en que los humanos que la habitan, y la hacen, se
relacionan y perciben el mundo que les rodea. Estamos en el marco de los cambios de
mentalidades, que se producen a nivel individual, pero también colectivo. El cambio no
se produce en exclusiva en las gentes que están en el asentamiento urbano, también
afecta a los que viven en sus afueras. La forma de vida urbana no está circunscrita y
limitada al núcleo urbano, se extiende a todas las gentes que se interrelacionan; pues es
en esta misma interrelación en donde se da buena parte de lo que es la urbanización. El
39
tránsito en la forma de vivir, de relacionarse con los demás, de cambiar el paisaje, todo
ello es parte.
La urbanización afecta no solo al núcleo urbano, también a su extensión, el mundo
rural, con el que forma un todo. La vida urbana no es una cosa exclusiva del
asentamiento urbano, también forma parte de la misma el elemento rural. Nos muestra
esa conexión entre el cambio social y el territorio, de los cambios en la mentalidad, de
las nuevas necesidades, e interacciones que llevan a nuevas formas de identidad
colectiva. No hay una inicial dialéctica campo/ciudad, pues forman las dos caras de la
misma moneda, la vida rural es una extensión de la vida urbana, y a la inversa. Será
mucho más adelante en el tiempo cuando podamos intuir esa distinción, interesada. No
hay unas gentes del campo supeditadas a unas élites urbanas, ni unas gentes urbanas que
se hacen dependientes de la producción rural, sino que en su conjunto son población que
va transitando un cambio en la forma de encajar en un mundo cambiante.
Así pues, aun cuando los fenómenos de urbanización se estén dando en el interior de
una red humana presente en el territorio, es cada comunidad local la que va haciendo su
camino. Es una paradoja, no hay local sin global, se necesita de interacción entre varios
grupos humanos para que surja el arranque urbano, pero a su vez, es cada nodo el que
debe construir su propio sendero. Así que aunque haya una misma tendencia hacia esos
cambios de forma de vida, en cada caso será el resultado de las dinámicas internas,
moduladas por las dinámicas externas por las que se encuentre influida. Esto permite
explicar por qué en el Latium vetus hay una integración diferente que Etruria. Que dos
zonas limítrofes, en contacto e influenciadas mutuamente tengan caminos propios de
urbanización. Las gentes de ambas regiones desarrollan estilos de vida urbana, con sus
propias características, entre ellas el fuerte arraigo de nuevas identidades colectivas.
En la red centro-tirrena destacan estas tonalidades diferenciales. Pero no es una red
solitaria, a su vez forma parte de otra mayor itálica, y esta de otra mayor mediterránea.
Y en todas ellas se dan esas tonalidades diferenciales, a diferentes ritmos se van dando
diferentes respuestas y transiciones a formas de vida urbana. Y no todas las formas de
vida urbana mediterránea serán iguales, sino que en cada comunidad tendrá el tono que
sus habitantes le hayan dado, pues es un constructo humano contingente y apegado a la
agencia humana. Por ejemplo, en el Egeo tampoco habrá el mismo tipo de urbanización
40
en todas sus partes, no será homogéneo: no es lo mismo laconia que ática, y el modelo
de asentamiento y vida urbana difiere en gran manera en Esparta respecto Atenas.
No serán las élites las que determinen su inicio. Aunque en todas ellas las élites
terminaran por impregnar el nuevo tipo de vida, cuando empiecen a fomentar el uso
conspicuo de determinados productos, a controlar rituales comunales. Y en fases
posteriores se apropien y modifiquen usos de otros lugares que les sirva para esos fines
de control y prestigio social. Un ejemplo que ya empieza a ser clásico lo encontramos
en el uso del vino como consumible de prestigio social y comensalía ritual (Dietler &
Hayden, 2001). Es ahí cuando veremos ese efecto de convergencia que indicábamos al
principio. La interacción entre gentes de diferentes lugares empieza a poner en contacto
las ideas y usos que se han ido construyendo en cada lugar, de forma paralela. Esto
genera por contacto —que implica agencia, selección y multidireccionalidad, pero no
imposición— una primera convergencia hacia formas más comunes de entender el
desarrollo de unos fenómenos ya inoculados en muchos sitios.
No debemos, pues, buscar un único detonante, un meteoro que impacta y por ondas
esparce la urbanización por el conjunto —la colonización egea/lenvatina—, sino que es,
más bien, un efecto de autoagregación el que lleva a lo conocido como período
orientalizante. Al irse estableciendo más comunidades en esta nueva forma de asentarse
y vivir, la conectividad con otras comunidades crece. Y pese a que no compartan las
mismas líneas de desarrollo, si tienen en común aspectos que las aproximan,
influenciándose de forma mutua. En estos procesos de interacción, protagonizados por
personas concretas, que deciden compartir, asimilar, modificar, tomar prestado o
seleccionar rasgos y caracteres del otro, es cuando se van dando pasos a una primera
convergencia urbanística mediterránea. No hay lienzo en blanco, hay reciprocidad. Y
vemos como lo global se forma por lo local, cerrando el bucle de nuestra paradoja.
Partíamos de la pregunta de por qué Roma, y nada hemos hablado de esta urbe, la urbe
por excelencia. Su situación a medio caballo entre un tipo de urbanización centralizada,
y jerárquica, en grandes asentamientos —los de Etruria—, y otro más disperso
integrado entre varios asentamientos de tamaño medio y pequeño —los del Latium
vetus—, la hace partícipe de los dos. En esta posición puede que esté en capacidad de
poder afrontar la extensión de su control a centros latinos más pequeños, que su propia
dinámica en la forma de integrarse en la nueva vida urbana la haga más agresiva, y le
41
ayude a extender su dominio. En Etruria esta agresividad tendría consecuencias más
graves, pues la entidad de cada centro implicaría cambios en las relaciones del territorio
que en la ecuación beneficio/costes igual no se estaba en condiciones de afrontar. Es
quizás en la Roma fronteriza donde esta ecuación sale con beneficio. En todo caso, no
es algo que pueda hacer hasta bien andada esa fase de convergencia que indicábamos,
en la que las formas de vida urbana ya están bien asentadas, y la ciudad ya es estado.
Conclusiones
Parece que todavía continuamos muy lastrados por una visión de la ciudad antigua
jerarquizada, de arriba abajo, en la que el núcleo urbano supedita a todo el entorno rural,
o en que su carácter político hace supeditar a toda su población a las élites. Es decir, se
mantiene en una visión binomial junto al estado, en que la urbanización solo puede
explicarse mediante esas relaciones de poder. De ahí esta no causal distinción entre
centros protourbanos respecto a los auténticos centros urbanos, pues les falta algo, les
falta esa distinción de centros económicos y políticos weberianos, con sus instituciones
y monumentalidad que las materializa y hace visibles. Por ello, la urbanización previa a
la formación de lo que creemos es la ciudad-estado greco-romana es un período proto.
Un estadio inferior de desarrollo que se ha visto como fase previa a esa plenitud final,
en una clara visión evolutiva lineal, y teleológica, en donde la interacción heterárquica,
o las perspectivas de visión de abajo a arriba no han tenido mucha presencia.
Si aplicamos una visión más acorde con la agencia humana entonces nos aparece otro
tipo de posibilidades. Estamos en el campo de las interacciones humanas, en su
intersección con el territorio que habitan, y la forma en que deciden hacerlo. La chispa
que puede hacer encender este tipo de actuaciones humanas la encontraremos en la
interacción, tanto inter como intra grupales. El cambio será local, necesario campo de la
acción humana, pero, al mismo tiempo, necesitará de su integración en una red de
relaciones más amplia. Es el engarce entre lo local y lo global, que se retroalimentan y
permiten que sean las comunidades humanas implicadas las que vayan autoagregándose
en esa espiral urbanizadora. La urbanización será un proceso creado por la acción de
muchos humanos, que en sus interacciones generaran no una ciudad, sino un modo de
vida urbano extendido a lo largo de un territorio de estrechas relaciones.
42
Las acciones y decisiones que cada individuo, en cada grupo vaya tomando irán
conformando el camino concreto en que se irá estableciendo el tránsito a una vida
urbana. En diferentes lugares, a diferentes ritmos, cada camino será particular; en una
primera convergencia todos ellos empezaran, a su modo, a cambiar hacia formas que
reconocemos como indicios de urbanización. Esto en la Italia centro-tirrena sucede en el
siglo X a.C., y siguientes; años en los que las comunidades humanas que los viven van
modulando este tránsito. Es el período de urbanización previa esa ciudad “autentica” de
los más clasicistas, pero es justo el período fundamental, pues es cuando se desarrollan
los cambios de mentalidad, de estar en el mundo, de relación con el territorio, de nuevas
identidades colectivas y locales.
En una segunda convergencia, al estar expuestas a esas mismas redes de interconexión
más globales, las diversas vías simultáneas de urbanización que a lo largo de la cuenca
mediterránea se van dando, se van intercambiando e influenciando mutuamente hacia un
modelo más cercano a la ciudad tipo estado de los siglos VI a.C. en adelante. Las
influencias de nuevos contactos, el común denominador en ciertos gustos, modos de
entender la vida, o de actuar, permiten que se dé esa convergencia, que no será una
moda impuesta desde el exterior. La Italia centro-tirrena ya tiene sus tradiciones, al
igual que esas otras zonas que en paralelo están cambiando sus formas de vida, es por
ello que el denominado período orientalizante es un período de nombre engañoso, que
inocula una idea de difusión que no es adecuada a lo que sucede. El factor global no se
impone al local, sino que ambos se retroalimentan. Las interacciones humanas forman
una red de redes que es la que determina esa capacidad de compartir, intercambiar,
seleccionar, modificar, etc., sus formas de vida y que las líneas paralelas de
urbanización adquieran caracteres similares.
Cuando nos preguntamos cómo se formó la ciudad de Roma quizás deberíamos
reformular un poco la cuestión, puesto que igual no tiene sentido analizar el desarrollo
de una única urbe, sino más bien el conjunto de comunidades que en un territorio van
desarrollando formas de vida urbana. Roma no es una singularidad, es un nodo más
dentro de unas redes de asentamientos, en los que las que serán las comunidades latinas,
etruscas, y otras itálicas. Comunidades que, van interaccionando y creando ese nuevo
tipo de estructura, en transición de un modo de vida a otro. En esta transición al modo
de vida urbano podemos decir que una ciudad no hace verano, sino que es el entramado
de interacciones y tejido social de un territorio, más o menos extenso, el que va creando
43
ese nuevo tipo de forma de vida urbana. Roma podrá llegar a ser un nodo principal, pero
en etapas posteriores, que se irá imponiendo pues sabrá sacar provecho de sus ventajas,
y del tipo de redes entre las que se forma. Dentro del sistema latino y periférica respecto
al de Etruria, mas, con su propia singularidad respecto al resto de las comunidades
laciales. Los habitantes de Roma puede que saquen provecho de su situación entre dos
formas diferentes de modelar las comunidades urbanas. Eso puede explicar por qué,
entre otras cosas, mucho más tarde, se acabará imponiendo en el Lacio, y en cambio la
cercana Veyes no lo haga en Etruria, quién sabe. En todo caso, con Roma llegaremos a
una tercera convergencia, a finales del milenio e inicios del nuevo. En la que el modelo
de urbanización romano/helenístico se termina extendiendo a otras zonas del
Mediterráneo y la Europa templada, sustituyendo a los caminos locales; por un lado a
causa de imposición, pero por otro lado, con mucho que decir por parte de las
comunidades locales.
44
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Anexos
Tabla 1: Cronología absoluta para el Latium Vetus (Alessandri, 2016: 68)
Tabla 2: Tabla cronológica del Egeo, la Italia central, y la Europa templada. Con fechas
históricas y dendrocronológicas (Nijboer, Van der Plicht, Bietti-Sestieri & De Santis,
2002: 164).
Early Bronze Age (EBA) 2300-1700 BC
Middle Bronze Age (MBA)1/2 1700-1400 BC
Middle Bronze Age 3 1400-1325/1300 BC
Recent Bronze Age (RBA) 1325/1300-1175/1150
BC
Final Bronze Age (FBA) 1/2 1175/1150-1050 BC
Final Bronze Age 3
(Roma-Colli Albani I)
1050-950 BC
Roma-Colli Albani IIA 950-880 BC
Ear
ly I
ron
Age
(EIA
)
Roma-Colli Albani IIB 880-825/800 BC
Roma Colli Albani III 825/800-725 BC
Orientalizing period 725-580 BC
52
Figura 1: Italia centro-tirrena EIA (Amoroso, 2016: 84)
53
Figura 1: Etruria Merdional (Amoroso, 2016: 87)
54
Figura 2: Latium Vetus (Amoroso, 2016: 87)
55
Figura 3: Comparativa de la extensión de algunos asentamientos de Etruria Meridional
y Latium Vetus (Pacciarelli, 2001: 125)
Etruria Meridional: 1 Orvieto, 2 Bisenzio, 3 Vulci, 4 Tarquinia, 5 Caere, 6 Veio.
Latium vetus: 7 Gabii, 8 Crustumerium, 9 Fidene, 10 Lavinium, 11 Ardea, 12 Anzio.