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ROL DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA EN LA GESTACIÓN, CONSUMACIÓN Y AFIANZAMIENTO DEL GOLPE MILITAR DE 1973

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ROL DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA EN LA GESTACIÓN, CONSUMACIÓN Y AFIANZAMIENTO DEL GOLPE MILITAR

DE 1973

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MANUEL ACUÑA ASENJO

ROL DE LA DEMOCRACIA

CRISTIANA EN LA

GESTACIÓN,

CONSUMACIÓN Y

AFIANZAMIENTO DEL

GOLPE MILITAR DE 1973

SERIE CODEHS

ς

EDITORIAL SENDA/SENDA FÖRLAG I STOCKHOLM

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Diseño de la portada para la presente edición:

Carlos Maria Alemparte, sobre la base de

ideas del autor

Diagramación y composición para la presente edición:

Carlos María Alemparte

Fotografías:

Tomadas de diversas fuentes disponibles en Internet.

ROL DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA

EN LA GESTACIÓN, CONSUMACIÓN Y

AFIANZAMIENTO DEL GOLPE MILITAR DE 1973

Manuel Acuña Asenjo ©

Santiago, septiembre de 2016.

ISBN Nº 978-91-86431-32-7

Se autoriza la reproducción total o parcial con la única condición de

citar la fuente.

Editorial Senda/Senda Förlag i Stockholm

Stockholm, Sverige

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ÍNDICE

INDICE, 5

PRIMERA PRESENTACIÓN, de Rafael Luis Gumucio, 11

SEGUNDA PRESENTACIÓN, de Óscar Ortiz, 19

A MANERA DE PRÓLOGO, 25

PARTE I: GESTACIÓN DEL GOLPE Título I: Nociones generales acerca de los golpes de Estado. ‘Mo-

delos’ y formas de acumular. Preparación de un golpe de Estado.

Condiciones que favorecen una asonada militar. La situación de las

Fuerzas Armadas chilenas antes de la asunción de Allende. Las

condiciones continentales, 27

Título II: Un conveniente recuerdo de Gramsci. El Estado como

creación del arma. Descubriendo contactos. El Ejército comienza a

actuar, 33

Título III: La representación política de las clases y fracciones de

clase dominantes antes del golpe de Estado. La conducción de los

sectores opositores, 38

Título IV: Comenzando la preparación del golpe. Incorporación de

las distintas ramas. El ‘plan económico’ de la Armada. El partido

‘Nacional’ y la ‘Democracia Cristiana’ son informados del ‘plan

económico’ de la Armada. El plan ‘SACO’, 42

Título V: La ‘Cofradía de Lo Curro’ y el ‘Comité de los 15’. La

FACH desecha conversar con Pinochet para llevar a cabo el golpe

y prefiere iniciar los contactos al interior con un ex edecán del presi-

dente Frei, 58

Título VI: Los diputados demócrata cristianos aprueban la deslegi-

timación del Gobierno Popular. Reacción del general Prats. El ge-

neral Bonilla intenta una última gestión con la ‘Democracia Cris-

tiana’. Se malogra el plan. La ‘Democracia Cristiana’ es informada

de la inminencia del golpe, 68

Título VII: Participación de la ‘Democracia Cristiana’ en la reali-

zación del golpe militar, 72

Título VIII: Participación de otros partidos o movimientos en la

asonada de 1973, 77

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PARTE II: CONSUMACION Y AFIANZAMIENTO Título I: Otro poco de teoría social para explicar la situación de los

partidos con posterioridad al golpe militar, 82

Título II: La Junta Militar se instala. Primer Gabinete. Los primeros

mandos medios del Gobierno Pinochetista. Saludo de organizaciones

y personalidades. La dirigencia del partido ‘Demócrata Cristiano’ se

reúne con la Junta Militar, 84

Título III: Apoyo demócratacristiano a la Junta en los sectores

populares. Clotario Blest intenta reconstituir la verdadera CUT.

Oposición de la ‘Democracia Cristiana’, 95

Título IV: Actitud de Eduardo Frei Montalva y de su familia tras la

instalación de la Junta Militar. Actitud de la familia Aylwin, 98

Título V: Por qué la ‘Democracia Cristiana’ y no otros partidos. La

razón, desde el punto de vista del sistema capitalista mundial SKM,

104

Título VI: Por qué la ‘Democracia Cristiana’ y no otros partidos. La

razón, desde el punto de vista institucional, 107

Título VII: Por qué la ‘Democracia Cristiana’ y no otros partidos.

La razón, desde el punto de vista de los ‘aparatos’ del Estado, 111

Título VIII: Por qué la ‘Democracia Cristiana’. La razón desde el

punto de vista ideológico, 113

PARTE III: EL COMIENZO DEL FIN. Título I: Comienza el derrumbe de la influencia demócrata cristiana.

Posibles causas, 116

Título II: La incorporación de Augusto Pinochet a la asonada.

Aspectos generales del carácter del dictador. Los demás miembros de

la Junta, 116

Título III: Objetivo y futuro del Gobierno Militar. Aparece Jaime

Guzmán. El Ejército (Pinochet) se impone por sobre el resto del

arma. Conflictos por la nominación de Pinochet, 119

Título IV: El general Lutz. Comienza a manifestarse el poder de

Manuel Contreras. Salen de sus cargos Lutz y Bonilla. El general

Prats y su mujer son asesinados. Lutz se enfrenta a Pinochet, 124

Título V: Proposiciones para la refundación del sistema capitalista

en Chile. Se definen algunos lineamientos. Los trabajadores gobier-

nistas van a Ginebra, 127

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Título VI: Las pretensiones demócrata cristianas comienzan a ser

derrotadas. Conflicto por el problema de los plazos. Detención y

expulsión. Enfrentamientos entre los generales Bonilla y Arellano,

por una parte, y el coronel Manuel Contreras, por otra. Cambios en el

alto mando, 135

Título VII: La muerte del general Augusto Lutz, 140

Título VIII : Muerte del general Bonilla. Atentado en Roma contra

Bernardo Leighton. Eduardo Frei se convierte en la alternativa a la

Junta. Arellano pasa a retiro, 144

Título IX: Ruptura definitiva. Cierre de la Radio Presidente Balma-

ceda. La muerte de Eduardo Frei, 152

A MANERA DE EPÍLOGO, 164

DOCUMENTOS ANEXOS, 171

1. Ultima carta de Salvador Allende a Patricio Aylwin,

172

2. Carta de Eduardo Frei Montalva a Mariano Rumor, 177

3. Carta de Eduardo Frei Montalva a Bernardo Leighton,

197

4. Carta (respuesta) de Bernardo Leighton a Eduardo Frei

Montalva, 217

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

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“El plano de la santidad, que nos pide el Señor, está determinado

por estos tres puntos: la santa intransigencia, la santa coacción y la

santa desvergüenza”.

José Maria Escriva de Balaguer: “Camino”.

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PRIMERA PRESENTACIÓN

anuel Acuña, en su libro Rol de la Democracia Cristiana en la

gestación, consumación y afianzamiento del Golpe Militar de

1973, nos entrega un análisis profundo y documentado sobre el papel

de la ‘Democracia Cristiana’ en la destrucción del sistema democrá-

tico chileno, a partir de 1973. Personalmente, pienso que el Chile re-

publicano no se ha recuperado hasta nuestros días: en efecto, la fa-

mosa transición a la democracia no ha sido más que la prolongación,

bajo formas más versallescas, de la hegemonía plutocrática instaura-

da por Augusto Pinochet, bajo el poder de los bancos y de grandes

empresas que, actualmente manipulan a su gusto a los políticos que

los representan en los poderes del Estado.

El juicio de la historia es implacable: es muy difícil negar realida-

des y hechos que, de por sí, son indiscutibles e indesmentibles. A pe-

sar de los esfuerzos de los dirigentes demócratacristianos actuales

para negar el rol fundamental de la fracción freísta del partido ‘De-

mócrata Cristiano’ en la gestación, proceso e instalación del gobierno

militar en el poder, un cúmulo de documentos y testimonios de algu-

nos dirigentes de primera línea de ese partido prueban que el Golpe

de Estado fue un proyecto gestado por la ‘Democracia Cristiana’, co-

mo actor principal del bloque derechista para acceder al poder del

Estado que, según ellos estaba en peligro de caer en una dictadura

marxista. Patricio Aylwin lo reconocía sin ambages:

“Si hubiera tenido que elegir entre una dictadura marxista o una

militar, claramente optaría por la segunda”.

Cabe preguntarse si el Golpe Militar hubiese sido posible sin el apo-

yo decidido de la ‘Democracia Cristiana’. Como bien lo sostiene Ra-

domiro Tomic, este partido no sólo era el dueño del poder legislati-

vo, sino también era mayoritario en las organizaciones civiles que

protagonizaron las acciones que fueron creando el clima favorable

para la intervención militar y el consecuente derrumbe de la demo-

cracia.

La ‘Falange Nacional’, un partido nacido en los años 30, estaba im-

buido de un anti militarismo muy influenciado por el clima nacional,

M

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contrario a las intervenciones militares. Con la caída de la dictadura

de Carlos Ibáñez del Campo, el rechazo a los militares por parte de

los civiles fue mayoritario y muy radical —muchos oficiales no se

atrevían, ni siquiera, a usar sus uniformes en público debido al miedo

de ser insultados por los ciudadanos—. Don Rafael Luis Gumucio

Vergara, líder conservador, parlamentario y padre espiritual de los

falangistas, era un antimilitarista rabioso. Se cuenta una anécdota

cuando era director del Diario Ilustrado: presenció, en compañía del

humorista y eximio periodista, Genaro Prieto, el triunfo del golpe

militar que exilió a don Arturo Alessandri, un tribuno del pueblo,

muy odiado por los conservadores. Don Rafael Luis se mostraba

feliz con la salida de este demagogo, pero Genaro Prieto le hizo ver

que, como no había hecho la guardia (servicio militar) por ser cojo

de nacimiento, ignoraba cómo eran en verdad los militares y cuando

se tomaban el poder no querían abandonarlo nunca. Esta lección del

humorista se mantuvo a fuego en la memoria de los fundadores de la

Falange: jamás y bajo ningún motivo o pretexto sus militantes iban a

apoyar una intervención militar. El día del golpe de Estado, don Ber-

nardo Leighton recordó este episodio y quiso acudir personalmente a

La Moneda a defender el gobierno democrático de Salvador Allende,

pero fue impedido, prácticamente a golpes, por Florencio Ceballos,

según lo relata en sus recuerdos.

Leighton nunca pudo perdonar a Eduardo Frei Montalva, a Patricio

Aylwin y a otros líderes derechistas democratacristianos de haber

gestado y apoyado el golpe de Estado. El juicio de la historia ha sido

certero para develar la infamia y traición de estos personajes polí-

ticos que, al apoyar a Pinochet y a sus secuaces, hundieron el ideal

antimilitarista que dio nacimiento a la Falange y que, además, se

mantuvo como principio fundamento en la historia de la ‘Democra-

cia Cristiana’, concepción que diferenciaba este Partido de los socia-

listas, bastante proclive a las dictaduras militares —baste recordar

que apoyaron el “Tacnazo”, durante el gobierno de Eduardo Frei

Montalva—.

El libro de Manuel Acuña aporta una serie de pruebas de indudable

valor histórico para demostrar cómo desde el comienzo del gobierno

del Presidente Salvador Allende el sector freísta de la ‘Democracia

Cristiana’ se empeñó en detener el avance del programa de la ‘Uni-

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dad Popular’. En efecto, el Presidente Eduardo Frei Montalva recibió

con profundo desagrado el triunfo de Allende, en las elecciones

presidenciales de 1970 pues, en su alma, hubiera deseado un candi-

dato del ala derecha de su partido —un Edmundo Pérez Zujovic, por

ejemplo—. Muchos testigos presenciales relatan el estado de desá-

nimo en que se encontraba Frei, como también el rechazo que le pro-

vocaba la presencia de Allende —se sentía como Kerenski chileno,

como lo había pintado el fascista Plinio Correa de Oliveira— cuyo

sólo humor salvó la primera tensa entrevista mutua luego que el

electo mandatario se sentara en el trono presidencial y le preguntara:

“¿Cómo me veo?”

Existe una serie de documentos —algunos surgidos de la desclasifi-

cación por parte de Estados Unidos—, donde se retrata la zigza-

gueante actuación de Eduardo Frei Montalva en las diversas cons-

piraciones para evitar la asunción de Allende a la Primera Magis-

tratura. Está probado que la directiva de la ‘Democracia Cristiana’

consultó con los militares sobre las condiciones contenidas en el fa-

moso “Estatuto de garantías constitucionales”.

La ‘Democracia Cristiana’ había elegido la estrategia de ‘los maris-

cales rusos’, como la definía Claudio Orrego Vicuña, es decir, per-

mitir que ‘Unidad Popular’ se gobierno se instalara en Moscú —co-

mo ocurrió con Napoleón y con Hitler— para posteriormente diez-

marla a causa del ‘invierno ruso’. Subyacía la idea de derrocar insti-

tucionalmente el gobierno de Allende por medio de obtención de una

mayoría de dos tercios para acusar constitucionalmente al Presidente

de la República.

En la ‘Confederación de Partidos por la Democracia’ CODE, la

‘Democracia Cristiana’ era el partido mayoritario, por consiguiente,

tenía el liderazgo de la oposición a Allende —baste recordar que E-

duardo Frei obtuvo la primera mayoría senatorial por Santiago y

ocupó en la Cámara Alta, el segundo cargo de poder dentro del Es-

tado—.

El líder democratacristiano Radomiro Tomic se convirtió en uno de

los principales testigos de cargo en el juicio contra la derecha de su

partido respecto a su colaboración y cooperación en la preparación

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del golpe militar, y en la revista Chile-América escribía sobre la

responsabilidad de la directiva en el golpe lo siguiente:

“En primer lugar, el 9 de agosto de 1973, de acuerdo a la petición

de Patricio Aylwin, el presidente Allende había formado un gabi-

nete con participación institucional de militares; a los pocos días,

la DC se desligó del compromiso y empezó a exigir la renuncia de

los uniformados. En segundo lugar, el apoyo frontal de la DC a la

huelga de los camioneros y otros sectores de claro carácter ´ilegal´

y absolutamente inmoral a la luz de la moral cristiana. Tercero, la

declaración de la Cámara de Diputados, controlada por la DC, ´ile-

galizando´ al gobierno; finalmente, la declaración de la directiva

del PDC, del 2 de septiembre de 1973 en apoyo al golpe militar. Y

el silencio del Congreso Nacional, poder constitucional cuyas dos

ramas estaban en poder de la Democracia Cristiana, que se negó a

todo pronunciamiento de solidaridad con el gobierno a raíz de la

tentativa de golpe de Estado del 29 de junio y que aceptó sin pro-

testa la clausura del 11 de septiembre”.

Hay que recordar que el presidente del Senado era Eduardo Frei

Montalva, como lo señalábamos antes, y de la Cámara de Diputados,

Luis Pareto, ambos democratacristianos, que permanecieron pasivos

ante la persecución y prisión de sus colegas por parte de la Junta de

Gobierno. Cuando Frei Montalva acudió a saludar a la Junta Militar,

como ex presidente del Senado, le fue confiscado el vehículo oficial

para su vergüenza y humillación. Posteriormente participó, junto a

los ex Presidentes Gabriel González Videla y Jorge Alessandri, en

un Te Deum (en la Iglesia de la Gratitud Nacional) en acción de

gracias por la proeza militar de haber bombardeado La Moneda y

asesinado al presidente legítimo.

Don Rafael Agustín Gumucio Vives, en su libro Apuntes de Medio

Siglo, relata los esfuerzos de la ‘Unidad Popular’ con el fin de buscar

un acuerdo con la ‘Democracia Cristiana’, que pudiera evitar el gol-

pe de Estado en ciernes. Según Gumucio, cada vez que se llegaba a

un posible acuerdo entre los representantes de la Unidad Popular y

los de la ‘Democracia Cristiana’, un llamado de la directiva de este

partido anulaba todo el camino avanzado. Así ocurrió, por ejemplo,

con el caso de la Universidad de Chile y las tres áreas de la econo-

mía —pública, mixta y privada— antes de votar en el Parlamento el

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proyecto de acuerdo ya se sabía que iba a ser rechazado por la

directiva de la ‘Democracia Cristiana’.

La ‘Democracia Cristiana’, en concomitancia con la derecha, se

negó a conceder facultades extraordinarias al gobierno para combatir

la subversión y los atentados terroristas luego del golpe de Estado

frustrado en el ‘tanquetazo’. Como lo sostiene el dirigente demócra-

tacristiano Renán Fuentealba, más del 90% de los militantes de ese

partido ya estaban embarcados en la vía golpista y, además, com-

petían con la derecha cuál de ambos conglomerados se mostraba más

duro y decidido en la lucha contra el gobierno de la ‘Unidad Po-

pular’.

Durante el mes de agosto de 1973, el enfrentamiento entre el go-

bierno y la oposición alcanzaba los más altos grados de conflictivi-

dad: la lucha por el poder estaba al rojo candente. El Presidente,

Salvador Allende, buscaba denodadamente el diálogo con Eduardo

Frei Montalva; Gabriel Valdés se ofreció de emisario, pero Frei

Montalva, rabioso y amargado, se negó rotundamente a dialogar con

el Presidente de la República. El prelado de la iglesia, el cardenal

Raúl Silva Henríquez, también hizo el último intento, pero también

fracasó, pues Frei Montalva le preguntó si se lo pedía como católico,

y el cardenal respondió afirmativamente; sin embargo, Frei resolvió

enviar a su segundo, Patricio Aylwin, quien oficiaba como presidente

de la DC. El diálogo entre Aylwin y Allende dio escasos resultados,

pues la decisión de Frei y la directiva democratacristiana ya estaba

tomada en el sentido de apoyar el golpe de Estado, cuyos actores

principales serían los cuatro comandantes en jefe de las Fuerzas Ar-

madas.

La obra de Manuel Acuña aporta antecedentes pormenorizados

sobre las relaciones entre los ex edecanes de Eduardo Frei, Óscar Bo-

nilla y Sergio Arellano Stark, y los delegados —destacaban los ex

ministros de Defensa de su gobierno, Sergio Ossa Pretot, y Juan de

Dios Carmona— que Frei enviaba para dialogar y planificar el golpe

de Estado junto con los militares.

El ex senador Renán Fuentealba, en una entrevista concedida a un

medio de prensa, sostenía que el famoso diálogo fue un verdadero

engaño, pues Frei y la directiva de su partido ya estaban embarcados

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en el golpe de Estado, y lo único que podían aceptar era la rendición

incondicional del Presidente Allende y su gobierno.

Una vez decidido el golpe de Estado, sólo restaba darle una imagen

‘institucionalidad’: seis diputados democratacristianos —José Mona-

res, Baldemar Carrasco, Gustavo Ramírez, Eduardo Sepúlveda, Lau-

taro Vergara y Arturo Frei Bolívar— elaboraron un proyecto de a-

cuerdo por el cual se acusaba al Presidente de la República de violar

la Constitución y las leyes, que no fue una decisión individual de al-

gunos diputados, sino un acuerdo de la directiva de la DC, que según

el general Carlos Prat, constituyó

“[…] un hachazo decisivo, con el que se cercenaba en dos partes el

tronco de la comunidad nacional”.

El diputado Bernardo Leighton, inquieto y preocupado ante un pro-

yecto de acuerdo que avalaba el golpe de Estado y lo justificaba

institucionalmente, pidió al presidente del partido, Patricio Aylwin,

que aclarara que el voto de la Cámara de Diputados no significaba

dar el pase al golpe de Estado. Ya en el exilio, Leighton reconoció

haber sido engañado por la directiva de su partido.

Una vez producido el golpe de Estado, ya el 12 de septiembre, la je-

fatura de la ‘Democracia Cristiana’ reconocía a la Junta Militar ins-

talada en el poder, culpando al gobierno de la ‘Unidad Popular’ de

haber conducido a Chile al desastre económico, político y social, y

sosteniendo que los militares no habían buscado el poder, que sólo

habían actuado para enfrentar

“[…] los graves peligros que amenazaban a la nación chilena […]”,

y que los miembros de la Junta Militar

“[…] interpretan el sentimiento nacional y merecen la patriótica

colaboración de todos los sectores”.

Eduardo Frei Montalva envió una carta al Secretario General de la

Internacional Democratacristiana en la cual defiende el golpe militar,

justificándolo como necesario debido a la situación de caos en que

vivía el país.

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La mayoría de los funcionarios civiles del régimen recién instalado

pertenecían a la ‘Democracia Cristiana’ previa autorización de la di-

rectiva para ocupar esos cargos. Por otra parte, Enrique Krauss, Juan

Hamilton y Juan de Dios Carmona, fueron destinados a viajar por

América Latina para justificar la instalación en el gobierno de la

Junta Militar.

El partido ‘Demócrata Cristiano’, durante los primeros meses de la

dictadura, actuaba como partido de gobierno representando a la civi-

lidad, y confiaban en que la intervención militar sería de corta dura-

ción para dejar, posteriormente el poder a Eduardo Frei como Presi-

dente de la República y la ‘Democracia Cristiana’ como principal

partido de gobierno, aduciendo que con este fin habían adherido al

golpe y a la Junta de Gobierno, recién instalada.

No fue necesario mucho tiempo para que la DC se diera cuenta de

que el sector duro de los militares, encabezados por Augusto Pino-

chet, no estaban dispuestos a fijarse plazos, sino metas, cuyo fin de-

cían, era

“[…] la refundación del país”

sobre la base de un corporativismo católico ultra reaccionario, tri-

butario de las ideas de Francisco Franco, un ultra liberalismo en la

economía, contenido en El ladrillo, de autoría de economistas de la

Universidad Católica, becados en la Universidad de Chicago —los

Chicago Boys—.

Los militares, simpatizantes de la ‘Democracia Cristiana’, y que

habían sido los líderes del golpe militar, paulatinamente fueron des-

plazados del poder o bien, asesinados. Óscar Bonilla, por ejemplo,

murió en un extraño accidente de aviación, al regreso de las Termas

de Panimávida. El general Augusto Lutz fue asesinado en el Hospital

Militar, posiblemente con una bacteria proporcionada eventualmente

por químicos de la Dina, entre ellos Eugenio Berríos —posterior-

mente asesinado en Uruguay—, y Sergio Arellano Stark, despresti-

giado por conducir la “Caravana de la muerte”, fue llamado a retiro

por Pinochet.

El fin del matrimonio entre la ‘Democracia Cristiana’ y los milita-

res se produjo cuando la Junta decidió intervenir la Radio Balmace-

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da: el intercambio de cartas habido entre Patricio Aylwin y Óscar

Bonilla —en ese entonces ministro del Interior— fue humillante para

el presidente de la DC, pues le recordó que representaba sólo la au-

toridad administrativa de un Partido en receso y que debía dirigirse a

las autoridades del gobierno con el debido respeto de su investidura.

El libro de Manuel Acuña demuestra fehacientemente la culpabili-

dad de la ‘Democracia Cristiana’ en la planificación y realización del

proceso que llevó a la destrucción de la democracia en Chile. Este

hecho rotundo no puede ser negado por ningún historiador que se

precie de tal, y será una mácula permanente en la historia de este

partido que no podrá ser borrada, ni siquiera por la firma de la carta

de los trece democratacristianos consecuentes que condenaron el gol-

pe de Estado.

Rafael Luis Gumucio Rivas

Historiador

Santiago, 23 de mayo de 2016

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SEGUNDA PRESENTACIÓN

ientras se estaban realizando las exequias del ex presidente

Patricio Aylwin, en abril de este año, y escuchaba yo y leía los

comentarios que se formulaban —como libreto— sobre su inmacu-

lada trayectoria, una interrogante quedó rondándome: ¿fue Aylwin el

General Civil del cruento Golpe de Estado de 1973, en su rol de pre-

sidente del partido ‘Demócrata Cristiano’ DC? Aunque este punto ha

sido excluido de cualquier alocución entre los partidos de la antigua

‘Unidad Popular’, aún subsiste la duda histórica sobre la ‘Democra-

cia Cristiana’.

Al primero que escuché reflexivamente referirse sobre la esencia de

la DC fue a mi maestro, Clotario Blest, a inicios de 1971, cuando,

luego de agitar un periódico, me paralizó con un comentario:

“Creo que están ocultando la pista de la ‘Democracia Cristiana’ en

el caso del asesinato del General Schneider”.

Yo, que era en ese momento un adolescente de quince años, inge-

nuamente le inquirí por qué lo decía, y su contestación fue contun-

dente y avasalladora:

“Debes saber que ese partido es un resabio de la Inquisición. Son cria-

tura de los jesuitas —con quienes yo me eduqué—, anticomunistas de

piel; todo lo que huela a popular o libertario es para ellos subversivo.

Tienen al tal cura Alberto Hurtado —compañero de curso mío en el se-

minario—, un pituco que solo buscaba reivindicar a Jacques Maritain,

un supuesto filósofo de lo Socialcristiano. Todos los demócratacristia-

nos son instrumento de la reacción más recalcitrante, los conozco des-

de los años treinta. Eduardo Frei, a quien aprecio y admiro por su inte-

lectualidad, es lamentablemente un beato religioso. Para él sólo la Igle-

sia vale”.

Eran meses aquellos en que el Fiscal Lyon continuaba con la investí-

gación en torno al atentado del Comandante en Jefe, René Schneider,

encontrando nuevos rastros interesantes. A medida que el proceso

avanzaba, no sólo militares de alta graduación se vinculaban al com-

plot, sino que civiles, mayoritariamente demócratacristianos. La ma-

M

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quinación surgió inmediatamente al triunfo electoral estrecho del

candidato Allende sobre su contendor Alessandri y que debía ser

ratificado por el Congreso Nacional en un plazo de dos meses. Re-

sueltos a que este trámite constitucional no se concretara, un grupo

de militares y civiles decidieron realizar diversas acciones terroristas,

entre otras, la operación contra Schneider para provocar un Golpe de

Estado.

Aunque la CIA colaboró con dinero y armas a través del grupo del

general Camilo Valenzuela, con dos intentos de raptos fallidos al Co-

mandante en Jefe del Ejército, fue el otro grupo, dirigido por el gene-

ral Roberto Viaux, quien pudo culminar la tarea que implicaba su

asesinato. Los integrantes de este comando sedicioso siempre con-

fesaron ante el Fiscal Fernando Lyon que ellos fueron financiados y

protegidos por sectores del gobierno DC. Según ellos algunos perso-

neros gubernamentales al ver que parte de su tienda partidaria se in-

clinaba por apoyar en el parlamento a Salvador Allende —iniciativa

promovida por la tendencia “tercerista” que después se alejó de la

‘Democracia Cristiana’ para formar la ‘Izquierda Cristiana’— deci-

dieron sumarse a la conjura. El propio general Viaux en declaracio-

nes exclusivas dadas a la periodista Florencia Varas, en su libro

‘Conversaciones’, señala que su grupo siempre estuvo seguro del

éxito de su maniobra, pues tenían luz verde desde la propia Moneda.

Desafortunadamente —quizás por qué extraño designio— nunca se

pesquisó seriamente esta pista.

Durante el trienio del Presidente Allende, los demócratacristianos

pudieron actuar con absoluta libertad en sus trajines conspirativos, al

margen de organismos de inteligencia foráneos. Se incubó en esos

años el huevo de la serpiente de la política chilena, que implicó el

apoyo público el mismo día del Golpe y la justificación de no con-

siderarla una dictadura porque como Aylwin señaló en diversas opor-

tunidades

“[…] no había un dictador que concentrara un poder omnímodo, pues

existía una Junta que gobernaba sí autocráticamente”.

De ello, de su accionar de plena cooperación a la tiranía, de sus ne-

gociaciones con los militares e incluso del arrepentimiento mediático

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y su limpieza de imagen, objetivamente nos da más antecedentes

Manuel Acuña en el presente texto.

Oscar Alberto Ortiz Vásquez

Historiador.

Santiago, septiembre de 2016

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“[…] el demócrata sale de la derrota más ignominiosa tan

inmaculado como inocente entró en ella, con la convicción de nuevo

adquirida de que tiene necesariamente que vencer, no de que él

mismo y su partido tienen que abandonar la vieja posición, sino que,

por el contrario, son las condiciones las que tienen que madurar

para ponerse a tono con él”.

Karl Marx: “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte”.

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A MANERA DE PRÓLOGO

uando nuestro buen amigo Óscar Ortiz nos entregó el borrador

de un libro que está escribiendo sobre sus memorias (lo piensa

editar en una fecha próxima) no nos imaginamos las sorpresas que el

contenido de esa obra nos iba a deparar. Porque en varios de sus ca-

pítulos se refiere Óscar a los esfuerzos realizados por Clotario Blest

(con quien trabajamos durante la dictadura en la defensa de los

derechos humanos) en torno a reorganizar la ‘Central Única de Tra-

bajadores de Chile’ CUT —disuelta por la Junta Militar tras el golpe

de Estado de 1973—, y las dificultades que había encontrado para

realizar esa tarea por la actitud intransigente de los ex dirigentes de

esa Central afiliados al partido ‘Demócrata Cristiano’. Y eso nos lle-

vó a cavilar acerca de algunos acontecimientos.

Muchos de nosotros conocíamos los intentos del general de avia-

ción Nicanor Díaz Estrada de promulgar —durante el tiempo que se

desempeñó como ministro del Trabajo de la dictadura— lo que, en

los años ‘73/’74 y parte del ’75, se conoció como ‘Estatuto Social de

la Empresa’; asimismo, sus vinculaciones con el único sindicalismo

tolerado que, en esos años, prestaba su incondicional apoyo al régi-

men pinochetista. Vistos esos acontecimientos desde el punto de vis-

ta de Óscar, tales maniobras no aparecían como un simple engaño de

la cúpula militar a la población chilena, sino el resultado de una sór-

dida lucha librada por un grupo que fue opositor al Gobierno Popular

en torno a impulsar determinadas formas de convivencia nacional al

amparo de las condiciones que había proporcionado la asonada mili-

tar. Lo interesante de todo ello era que nos hacía reflexionar acerca

de dos hechos:

1. Cómo era posible que cierto grupo de dirigentes sindicales,

de reconocida filiación política, se atreviera a exigir determi-

nadas reivindicaciones —o, lo que era igual, la implantación

de determinadas políticas—, a un régimen militar como el

instalado en Chile sin tener, aparentemente, el poder o la for-

taleza para hacerlo; y,

2. Cómo determinar si las causas de tal comportamiento esta-

ban o no relacionadas con la presunta ayuda prestada por

esos dirigentes a la gestación, consumación y afianzamiento

C

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de la asonada; o si, al menos, hubiere existido el compromiso

de alguna fuerza política vinculada a esos mismos sindica-

listas que, ligada a los sectores militares perpetradores del

golpe en contra el gobierno de esa época, los habilitara para

formular tales exigencias.

Dado que la generalidad de los dirigentes que practicaban tal pro-

ceder estaban afiliados al partido ‘Demócrata Cristiano’ nos pareció

no sólo conveniente analizar el rol de esa organización política en los

luctuosos hechos de 1973 y los años que siguieron, sino absoluta-

mente necesario. El presente trabajo versa sobre esos tópicos.

Fuerza es decirlo: las sorpresas continuaron, porque si bien hasta

ese momento la generalidad de la población chilena mantenía la

creencia que el golpe había sido preparado y consumado por la CIA a

petición de ‘la derecha’, los hechos no parecían dar razón a ese tipo

de razonamientos. Sobre todo, para quienes estimamos que las socie-

dades están compuestas por clases sociales cuyas fracciones, por

razones de las funciones asignadas a ellas en el proceso productivo,

se encuentran en permanente disputa en defensa de sus respectivos

intereses. Aseverar que la CIA era la única y exclusiva culpable de

todo lo sucedido nos resultaba no sólo insuficiente sino, además,

risible; no era diferente la circunstancia de culpabilizar de lo mismo

a una ‘derecha’, conspiradora y golpista, que era capaz de manejar a

su entero arbitrio al estamento armado. Y, por supuesto, idealizar a

una ‘izquierda’ ajena a lo que sucedía, ingenua y desprevenida.

¿Dónde, entonces, podían descubrirse las contradicciones de clase?

¿En las que existían a nivel internacional? Bien, pero ¿cómo conectar

dichas contradicciones con la situación local, cómo compatibilizar

esas contradicciones con el devenir social en Chile? Tales observa-

ciones nos hicieron concluir que el análisis de la participación de la

‘Democracia Cristiana’ en el golpe de 1973 era no sólo necesario

sino urgente porque no explicaría únicamente en parte la historia del

golpe militar sino lo que hoy sucede en la escena política nacional.

Es lo que hemos intentado hacer en este trabajo; esperamos que no

defraude a quien ha tenido la oportunidad de tenerlo en sus manos.

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PARTE I: GESTACIÓN DEL GOLPE.

Título I: Nociones generales acerca de los golpes de Estado.

‘Modelos’ y formas de acumular. Preparación de un golpe de

Estado. Condiciones que favorecen una asonada militar.

La situación de las Fuerzas Armadas chilenas antes de la

asunción de Allende. Las condiciones continentales.

l sistema capitalista no es un sistema por entero rígido; tolera

modificaciones o reformas, pero bajo la estricta condición que

aquellas no sobrepasen los límites establecidos por él mismo pues

no ignora, en su calidad de sistema, que cuando esos límites son

excedidos puede degenerar o derivar en otro diferente; lo cual, en

palabras más directas, significa que puede morir. Y puesto que los

sistemas, como los seres vivos, no tienen vocación suicida, se de-

fienden y protegen ante cualquier amenaza que pueda acecharlos. Por

eso, cuando las reformas propuestas amenazan modificar las estruc-

turas del sistema, es natural que éste reaccione, suspenda la vigencia

de su normal forma de funcionamiento —la democracia—, y la re-

emplace por una nueva que, en teoría, se conoce bajo el nombre de

‘gobierno de excepción’ o ‘dictadura’. De lo cual podemos colegir,

para no engañarnos, que la democracia es la forma normal de gobier-

no dentro del sistema capitalista y la dictadura su ‘gobierno de

excepción’.

Una dictadura se origina en virtud de lo que se denomina ‘golpe de

Estado’ —operación que es realizada por el estamento armado de la

sociedad, es decir, sus institutos militares—, y tiene por objeto corre-

gir el rumbo fijado por la administración derrocada. Sin embargo, no

es lo único que justifica su ocurrencia pues, a la vez que realiza aque-

lla finalidad, debe asegurar una circunstancia crucial: jamás las prác-

ticas que lo originaron han de volver a repetirse. Porque lo que ver-

daderamente interesa al sistema es funcionar ordenadamente, sin las

trabas e inconvenientes que puedan poner en peligro una ágil y opor-

tuna percepción de plusvalor.

De lo dicho se desprende que, en tanto se pretenda introducir re-

formas que amenacen las estructuras del sistema, los golpes de Es-

tado siempre volverán a repetirse. Y es que el golpe de Estado es

E

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consubstancial al sistema. Existe en tanto es éste amenazado, y se

desencadenará tantas veces como sea necesario si es que vuelven a

manifestarse las condiciones del caso. Por consiguiente, aseverar que

ello jamás volverá a suceder en un sistema de dominación —como,

a menudo, suelen señalarlo los partidos ‘de izquierda’—, o acuñar

frases irresponsables —como aquella que vocea un ‘Nunca más’—,

es propagar una mentira, es engañar a una población que ignora las

duras reglas de funcionamiento de una estructura social.

Puesto que el sistema capitalista se ha impuesto para extraer plus-

valor a un sector de la sociedad que está dominado por otro, todo

golpe de Estado se consuma para asegurar la eficiente extracción de

ese plusvalor o, lo que es igual, para mantener la existencia contra-

puesta de compradores y vendedores de fuerza o capacidad de tra-

bajo. En otras palabras: un golpe de Estado se realiza para afianzar

definitivamente la forma de acumular que existe o para iniciar el re-

levo de la misma por otra que asegure una más conveniente y fluida

percepción de plusvalor. Por consiguiente, cuando es posible conti-

nuar con la aplicación de la forma de acumular vigente, ésta se man-

tiene y robustece; si la respuesta es negativa, una nueva reemplaza a

la anterior. Por eso, una de las tareas fundamentales de la forma

dictatorial de gobierno que se establece es determinar cuál ha de ser

la forma más eficiente de acumular. En la jerga que emplea la Eco-

nomía para referirse a ese tema se recurre, normalmente, a la expre-

sión ‘modelo económico’, y así se habla de cuál o qué ‘modelo

económico’ ha de regir. Sostenemos nosotros que la palabra ‘mo-

delo’ no representa más que un simple eufemismo cuya finalidad es

describir lo que en realidad no es más que una forma de acumular.

Preferimos, por lo mismo, decir que se trata de una ‘forma de acu-

mulación’.

No existe golpe de Estado realizado sin preparación; no existe golpe

de Estado que no haya sido previamente planificado por sus gestores.

Un golpe de Estado no es un acto reflejo, un acto que realiza incons-

ciente e impensadamente un grupo social como natural reacción a un

estímulo determinado. Por el contrario, se trata de un acto por entero

consciente, una acción minuciosamente planificada, una decisión

profundamente racional y estudiada hasta en sus más mínimos deta-

lles. Y eso requiere tiempo y dedicación. Un lapso que medie entre la

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concepción del hecho y su realización, dentro del cual los elementos

que van a ser útiles para la realización del mismo han de ordenarse

convenientemente. La ejecución de la asonada se realiza a través de

los institutos armados pues éstos constituyen el único poder capaz de

ocupar militarmente todo el territorio de una nación bajo una direc-

ción vertical.

General Carlos Prats González

Un golpe de Estado no se da cuando los gestores quieren o deseen;

previo es que concurran ciertas circunstancias o condiciones que lo

favorezcan y que, por lo mismo, se denominan ‘condiciones favo-

rables’. Algunas de éstas constituyen verdaderas acumulaciones de

hechos en el tiempo que facilitan su consumación; ausentes ellas es

muy difícil —por no decir ‘imposible’—que el golpe se lleve a cabo.

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De si las mencionadas circunstancias se dieron en el caso del golpe

de Estado en Chile de 1973, sostenemos nosotros que sí, que sí se

dieron, siendo ello, por consiguiente, una circunstancia digna de ser

analizada. El general (R) Horacio Toro, partícipe en la asonada de

1969 (‘Tacnazo’) y miembro del Consejo Asesor de la Junta (CAJ) a

poco de consumado el cuartelazo de 1973, en una entrevista que

concediera a Mónica González, señala, al respecto:

“Entre 1945 y 1960 el sistema militar fue asumiendo gradualmente

la Doctrina de Seguridad Nacional durante gobiernos democráticos

y sin que la sociedad chilena y esos gobiernos tuvieran noción cla-

ra de la transformación. Lo que hizo crisis fue un movimiento civi-

lista: la no incorporación de militares a un proceso de enriqueci-

miento democrático que se expresó en su segunda etapa a partir de

la caída de Ibáñez, cuando los gobiernos civiles democráticos asu-

mieron la revancha del movimiento militar de 1925 a 1931. Eso

produjo una reducción del poder militar, se desarrolló una política

de restricciones que lo fue arrinconando, despojándolo de recursos.

Las unidades que hasta 1920 estaban completas de acuerdo a los

cuadros orgánicos fueron después simuladas y se fue cayendo hasta

en el ridículo. Eso llegó a su clímax en la década del 60 cuando las

prioridades del desarrollo social, que venía con atraso, se convier-

ten en la principal preocupación nacional”1.

Estas circunstancias fueron, a no dudarlo, condiciones favorables al

alzamiento. Pero, como muy bien lo señala el general (R) Toro, la

sola ‘Doctrina de la Seguridad Nacional’ no iba a ocasionar la aso-

nada sino se requería que la sociedad civil actuara en contra de los

institutos armados por sus actuaciones en los sucesos que ocurrieron

en el período de 1925 a 1931, y los aislara del resto de la comunidad.

Y así sucedió. La sociedad civil abandonó y tomó distancia de los

institutos armados en las diferentes administraciones que se sucedie-

ron hasta 1970. El general Carlos Prats, en sus ‘Memorias’, se refiere

a esta situación previa al golpe militar de 1973, atribuyéndole gran

parte de la culpa al partido ‘Demócrata Cristiano’, bajo cuya admi-

nistración se realizó el ‘Tacnazo’:

1 González, Mónica: “La Conjura. Los mil y un días del golpe”, Catalonia

Limitada, Santiago, 2012, pág. 30.

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“[…] la Democracia Cristiana cometió un grave error histórico al

menospreciar a las Fuerzas Armadas, en las que se venía acumu-

lando durante treinta y cinco años un fermento de frustración pro-

fesional y la desatención de sus necesidades sociales por los suce-

sivos gobiernos.

Las plantas institucionales habían experimentado un crecimiento

insignificante y, en relación al crecimiento de la población, su por-

centaje había disminuido al 0,42%. Las remuneraciones del perso-

nal eran bajísimas, en relación a las del nivel de la clase media

profesional y técnica y las rebajas presupuestarias afectaban sin

consideración alguna a las tres instituciones, en beneficio de otros

programas y servicios, resultando el Ejército el principal perjudica-

do en su conscripción, que desciende al 50% de su nivel mínimo

indispensable”2.

Esta idea, según la cual, una de las razones de la asonada de 1973

puede encontrarse en la situación de abandono de los sectores cas-

trenses por la administración civil, es sostenida también por Arturo

Fontaine Aldunate quien, a propósito de la rebelión de, Regimiento

‘Tacna’ en 1968, señala, al respecto:

“El 13 de julio de 1967, el diario El Mercurio publica una carta del

‘Coronel N.N. de las Fuerzas Armadas —resultó ser el Coronel

Orlando Gutiérrez de la Fuerza Aérea—, que expone con la mayor

franqueza la situación en que se encuentra un jefe militar que ve

alejarse del servicio, por razones económicas, a sus mejores subor-

dinados, y el riesgo que las malas remuneraciones puedan traer pa-

ra la disciplina y capacidad operativa de la fuerza a su mando.

Estas son algunas de las señales de frustración surgidas a la luz

pública. Frente a cada una de ellas hubo nerviosismo político y to-

ma apresurada de medidas. Pero nada se hizo en el fondo para

volver a su sitio a las Fuerzas Armadas, después del descenso que

sufrieron a raíz de la caída del Presidente General Carlos Ibáñez

del Campo en 1931”3.

2 Prats González, Carlos: “Memorias”, Pehuén Editores Limitada, Santiago,

1985, pág. 103. 3 Fontaine Aldunate, Arturo: “Los economistas y el presidente Pinochet”,

Empresa Editora Zig-Zag S.A., Santiago, 1988, pág. 15.

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Es conveniente, sin embargo, que nos refiramos, aunque sea breve-

mente, a la llamada ‘Doctrina de Seguridad Nacional’.

Desarrollada en el ‘War College’ y en la Escuela Superior de Gue-

rra de Brasil tuvo como sus mentores a los generales Golbery Do

Couto e Silva y Texeira Soares, entre otros. Profundamente anti-

marxista, elaborada en un mundo por entero bipolar en donde uno de

sus extremos representaba el bien siendo el otro símbolo del mal, no

debía sorprender que el ‘enemigo’ dejase de ser el sempiterno extran-

jero que ‘viene a robarnos nuestros empleos’ o un simple ‘vecino

exótico’, para transformarse en el sujeto que opera en casa, al interior

de cada país: bajo esa concepción, de ahí en adelante, la ‘guerra’

pasaría a librarse entre nacionales, entre personas de un mismo país

donde los ‘buenos’ deberían imponerse sobre los ‘malos’. En nombre

de esa idea se habían realizado numerosos golpes de Estado en La-

tinoamérica. No tenía por qué ocurrir de manera diferente en Chile

luego de la elección de un presidente marxista, encarnación del mal.

Así lo expresa, también, Arturo Fontaine:

“La democracia de partidos, que sigue al parlamentarismo, descan-

sa en la paciencia de los militares, postergados y no pocas veces

humillados. El Presidente Allende, con su ideología marxista, con

su GAP (servicio de seguridad personal, apodado por el propio A-

llende como Grupo de Amigos Personales); con los intentos de mi-

licias populares; con los llamados cordones industriales u organi-

zaciones milicianas en las industrias; con el slogan ‘armas tendrá el

pueblo’ difundido también por el Presidente; y con la ENU (En-

señanza Nacional Unificada, sistema de concientización escolar del

régimen marxista), amenaza con transformar la postergación de las

Fuerzas Armadas en intentona de destruirlas. El régimen de la

Unidad Popular despierta al león dormido”4.

4 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 16. En su profundo

rencor hacia el régimen de la ‘Unidad Popular’ comete, sin embargo, dos er-

rores el autor en su explicación. Es el primero, que no fue el presidente A-

llende quien bautizó a su guardia personal como GAP, sino lo hizo el perio-

dista Miguel Otero en su revista ‘Sepa’, buscando desacreditarlo; el según-

do error es que la sigla ENU no corresponde a Enseñanza Nacional Unifica-

da sino a Escuela Nacional Unificada.

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Pero había algo más que considerar para entender las razones del

golpe militar de 1973 en Chile: la experiencia latinoamericana.

Señala, al respecto Mónica González:

“En ese contexto era imposible que los militares chilenos no mira-

ran lo que pasaba en los países vecinos en donde los militares de

América Latina estaban redescubriendo los avatares y privilegios

del poder político. En 1964 las Fuerzas Armadas de Brasil derro-

caron al gobierno de Joao Goulart, después que éste se opuso al

bloqueo norteamericano a Cuba y propició la reforma agraria. En

junio de 1966, en Argentina, fue depuesto el Presidente radical Ar-

turo Illía. Había asumido en 1963 con el 25,5% de los votos y en

medio de la proscripción política del peronismo. El teniente gene-

ral Juan Carlos Onganía asumió la presidencia con las banderas del

liberalismo económico, las ‘fronteras ideológicas’ y la intolerancia

preconciliar. En 1968 fue el turno de Perú. Otra sublevación, lide-

rada por el general Juan Velasco Alvarado, expulsó del poder po-

lítico al Presidente Fernando Belaúnde Terry, aunque con un pro-

grama diferente, de corte nasserista. Y en septiembre de 1969, un

nuevo Golpe de Estado terminó con el corto gobierno civil del Pre-

sidente Luis A. Siles Salinas. Otro general gobernaba Bolivia: Al-

fredo Ovando Candia”5.

Título II: Un conveniente recuerdo de Gramsci.

El Estado como creación del arma.

Descubriendo contactos. El Ejército comienza a actuar.

Para Antonio Gramsci, el malogrado teórico italiano, la cultura de

una sociedad no es la misma si se la mira desde el punto de las clases

y fracciones de clase. Es más, varía ostensiblemente según se trate de

sectores que dominan dentro de esa sociedad o de sectores que son

dominados. Porque, para el teórico italiano, la cultura de las clases y

fracciones de clase dominantes es una, típica, homogénea y cons-

ciente, a diferencia de la exhibida por las clases y fracciones de clase

dominadas que, por el contrario, es múltiple, atípica, heterogénea e

inconsciente.

5 González, Mónica: Obra citada en (1), pág. 35.

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La clase o fracción de clase que ejerce el poder no necesita saber

que efectivamente lo es; practica, ejecuta, realiza su función de do-

minación sin, siquiera, darse el trabajo de pensar en ello. Es una cla-

se o fracción de clase conscientemente dominante. Consciencia sig-

nifica precisamente eso: actuar como se debe actuar. Por ello, quie-

nes asumen la defensa de sus intereses y pertenecen a una clase o

fracción de clase dominante no necesitan saber lo que hacen o van a

hacer; simplemente actúan porque saben que así deben actuar. Y lo

hacen porque están convencidos que la estructura social donde viven

y cuya protección toman bajo su cuidado es parte de sus propias cor-

poreidades, de sus propias existencias, de sus costumbres, de sus ma-

neras de ser. Y en ello no están equivocados. Ni siquiera necesitan

conocer las tesis que atribuyen al Estado el rol de factor de unidad

del Bloque en el Poder; salen en defensa suyo porque intuyen que

dicha estructura social, sin perjuicio de representar sus propias for-

mas de organizarse, es, a la vez, una expresión del arma, único poder

capaz de mantener, a través de la coerción, la unidad de un grupo

social naturalmente fraccionado. Intuyen, en definitiva, que una so-

ciedad escindida en clases sociales sólo puede existir por obra y gra-

cia de las Fuerzas Armadas que, a su vez, ejercen la violencia por

sobre el conjunto social y garantizan la perpetuación de esa sociedad

irregularmente organizada.

Este verdadero axioma explica, a la vez, que las clases y fracciones

de clase dominante puedan preparar un golpe de Estado de manera

simple pues basta tan sólo que una persona transmita a otra sus temo-

res en torno a la posible existencia de una amenaza a la vigencia de

esa sociedad para que el temor se encienda y propague; la cultura de

esa clase o fracción de clase dominante, que es una, típica, conscien-

te y homogénea, hace que ello suceda y que el mensaje se multipli-

que. Esos estamentos no necesitan, siquiera, que las redes sociales

provoquen ese fenómeno; se unen naturalmente a otras clases o frac-

ciones de clase puesto que, de otra manera, no podrían dominar. Por-

que, en definitiva, las clases y fracciones de clase dominante están

siempre plenamente conscientes del rol social que les corresponde

desempeñar.

La gestación del golpe de Estado de 1973 no se realizó de manera

diferente a la indicada: como era de esperarse, los interesados con-

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feccionaron listas de personas, cursaron invitaciones y realizaron

encuentros. La idea empezó a prender y a propagarse. Federico

David Willoughby-Mac Donald Moya6, uno de los ideólogos del

golpe, lo relata de manera simple:

“[…] lo que hicimos fue comenzar a hacer una especie de catastro

sobre parientes, amigos o conocidos en las fuerzas armadas, y a esa

gente —la presentábamos entre sí, de manera que se conocieran o

no, perteneciendo a distintas unidades y armas—y les dábamos la

oportunidad que se juntaran, que salieran a cazar juntos, que se

comieran un asado, o qué sé yo, sin participación nuestra”7.

Juntar personas, relacionarlas entre sí, invitarlas a intercambiar

opiniones es una labor de ‘coordinación’, estado que conduce, a la

vez, a la ‘sincronización’ de los conectados y constituye uno de los

tantos aspectos de lo que en la nueva teoría de la comunicación se

denomina ‘formación de redes’. Cuando así sucede, las condiciones

para realizar un cometido mayor se empiezan a dar. Porque quienes

van a actuar comienzan a aunar sus voluntades a través del habla, del

intercambio de ideas y de hacer coincidir sus apreciaciones en nume-

rosos aspectos. Pronto son capaces de hacer crecer ese círculo, de

invitar a participar de dichos encuentros a otras personas; con ellas

van a tomar decisiones, acuerdos. Y lo más importante: comenzarán

a actuar. El trabajo de preparación de una asonada habrá empezado.

Con mayor razón si, merced a la concurrencia de otros sucesos, se

hacen presentes lo que hemos denominado ‘condiciones favorables’.

En efecto, pues nada ocurre por azar. Las ‘condiciones favorables’

comienzan a concurrir cuando los actores, luego de conocerse y a-

6 Según antecedentes que obran en nuestro poder, Federico David

Willoghby-Mc Donald Moya se había desempeñado en el cargo de Gerente

de Relaciones Públicas de la empresa Ford de Casablanca, donde pudo ser

cooptado por la Central Intelligence of America CIA. En verdad, también

pudo serlo cuando se desempeñó como funcionario de la Embajada de

Estados Unidos. Lo cierto es que quien lo sindicó como agente de esa

Central norteamericana fue el general Manuel Contreras Sepúlveda. 7 Buscat Oviedo, Esteban: “El golpe naval del 11 de septiembre de 1973”,

documento del Centro de Estudios por la Democracia y Defensa del

Ciudadano CEDEC, publicado en Internet.

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cordar un trabajo en conjunto, empiezan a deliberar; más, aún, cuan-

do los institutos armados —que, en principio, no deberían hacerlo—

trasgreden esa norma y analizan lo que sucede a su alrededor. Au-

gusto Pinochet revela que esta labor de deliberación era ya practicada

por los institutos militares por lo menos un año antes de la asonada:

“En abril de 1972 se había hecho una apreciación. El 13 de abril se

analizaron las posibilidades en el Estado Mayor. Sí, en 1972. No-

sotros siempre estamos estudiando posibilidades. Y esa vez se lle-

gó a la conclusión que la materialización del conflicto insuperable

entre los poderes ejecutivo y legislativo será sin solución constitu-

cional. Esa es la conclusión a que llegamos en la apreciación”8.

Federico Willoughby-Mc Donald Moya

8 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7).

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El golpe, pues, estaba presente en la mente de todos los generales del

Ejército; se necesitaba solamente conformar el grupo dirigente y

actuar. Pinochet lo sabía. Por lo mismo, ampliando su explicación

anterior, precisó, en una reunión de diciembre de 1973, en el Club de

la Unión:

—“El ejército venía pensando y analizando el fracaso del gobierno

anterior desde el 20 de marzo de 1973. En esa fecha se firmó un

documento que también recibió el general Benavides aquí presente

(César Augusto Benavides Escobar, Ministro de Interior de la dic-

tadura y miembro de la Junta Militar) en el cual llegamos a la con-

clusión de que era imposible una solución constitucional. Fue en

ese momento, cuando el ejército clarificó la forma de actuar. Todo

se mantuvo en secreto, fuimos ocho oficiales que planificamos y

obedecimos esa planificación...9”

Así, el golpe de Estado de 1973 fue un acto deliberado, planificado

hasta en sus más íntimos detalles. Por lo mismo fue aquel un acto

consciente, pero de la más genuina y perversa racionalidad. Como se

verá más adelante, hasta un plan económico había sido elaborado con

antelación para ser aplicado una vez consumado el acto, dentro del

cual convergería un impresionante volumen de antivalores como lo

son la hipocresía, la mentira, la felonía, la traición, el odio, la am-

bición, la avaricia, el servilismo, entre muchos otros. Todos aquellos

antivalores encontrarían su explicación en el principio que orientaría

las vidas de sus ejecutores, fuesen ellos civiles o militares: ‘el fin

justifica los medios’. La protección del Estado y del sistema esta-

blecido sería el único principio moral que regiría la conducta de las

clases y fracciones de clase dominantes empeñadas en realizar aque-

lla finalidad.

9 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7).

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Título III: La representación política de las clases y

fracciones de clase dominantes antes del golpe de Estado.

La conducción de los sectores opositores.

A la fecha del golpe militar, la representación política de las clases y

fracciones de clase dominantes en la escena política de la nación la

ejercían los partidos que habían formado la llamada ‘Confederación

Democrática’ CODE. Esta organización política había nacido de la

fusión de dos federaciones de partidos opositores al Gobierno Popu-

lar y se había extinguido poco después de las elecciones de marzo de

1973. La primera de esas federaciones había sido la ‘Federación de

Oposición Democrática’ FOD formada por el partido ‘Demócrata

Cristiano’ PDC (o, simplemente, ‘Democracia Cristiana’ DC), el par-

tido de ‘Izquierda Radical’ PIR y el partido ‘Democrático Nacional’

PADENA; la segunda, que fue la ‘Federación Nacional Democracia

Radical’ FNDR, estaba integrada por el partido ‘Nacional’ PN y la

‘Democracia Radical’ DR. Cooperaban con esa Confederación el

‘Movimiento Gremialista’, dirigido por Jaime Guzmán Errázuriz, y

el movimiento ‘Patria y Libertad’ del abogado Pablo Rodríguez

Grez. Todos estos grupos estaban unidos por una sola finalidad: po-

ner fin al gobierno de la Unidad Popular.

En una sociedad escindida en clases, los sectores dominantes se

unen cuando los dominados amenazan, con su veleidad, la perma-

nencia del sistema; alejada esa amenaza surgen entre ellos las natu-

rales disputas por la conducción hegemónica del conjunto social,

propias de la separación que sus respectivas actividades originan en

la rotación del capital (la comercial, la productiva y la bancaria); los

intereses de estas fracciones comienzan a hacerse presentes. En la

preparación del golpe de 1973, amenazada la existencia misma del

sistema por una sociedad que se alzaba en demanda de sus derechos,

los sectores dominantes se unían, se concertaban para actuar en de-

fensa de sus propios intereses identificados en la vigencia misma del

sistema de dominación. Era aquella la unidad propia del dominador

manifestada en la homogeneidad y tipicidad cultural que caracteriza

a todas sus fracciones de clase.

No siempre al interior de un partido se manifiesta con pureza la de-

fensa del interés de algún sector de la sociedad; si bien es cierto que

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la generalidad de las veces los partidos se forman para representar

esos intereses particulares, con el correr del tiempo convergen dentro

de cada colectividad intereses contrapuestos.

En Chile, vigente aún la estructura industrial heredada de los go-

biernos radicales y del gobierno demócrata cristiano de Eduardo Frei

Montalva, existían grandes consorcios industriales que luchaban por

mantener sus privilegios; también existían consorcios bancarios y

agrarios que fueron fuertemente dañados con la política de estatiza-

ción llevada a cabo por el gobierno de la ‘Unidad Popular’ UP. Sin

embargo, los intereses comerciales se mantenían casi intactos. In-

cluso, algunos partidos de la ‘Unidad Popular’ (marxistas) mantenían

empresas comerciales que no podían calificarse de ‘pequeñas’, como

lo eran la fábrica de vestuario Scapinni, la empresa constructora Neut

Latour, Radio Balmaceda, entre otras.

El partido ‘Nacional’ intentaba representar la generalidad de los

grandes intereses industriales, los intereses bancarios y los agrarios;

la ‘Democracia Cristiana’, aunque también representaba parte consi-

derable de esos intereses, mantenía un discurso (de partido de ‘iz-

quierda’) que le hacía atraer grandes contingentes de trabajadores. La

presencia de estos sectores era abundante en dicha colectividad al

extremo que ésta no tenía dificultad alguna para disputar la dirección

de la ‘Central Única de Trabajadores’ CUT a los demás partidos po-

pulares.

La ‘Democracia Radical’, el PADENA y el partido de ‘Izquierda

Radical’ intentaban representar algunas de las fracciones de las cla-

ses dominantes, especialmente aquellas que tenían intereses indus-

triales y agrarios; pero, por su reducido número, perdían importancia

frente a la creciente polarización de fuerzas. En todo caso, eran todos

ellos oposición a la ‘Unidad Popular’. Y actuaban en contra de ese

gobierno, con resultados diferentes. Sin embargo, al interior de aquel

conglomerado de organizaciones políticas existían otras diferencias.

Los partidos pueden representar natural y espuriamente los inte-

reses de determinadas clases y fracciones de clase. Lo hacen natu-

ralmente cuando sus dirigencia y gran parte de su militancia proviene

de los sectores cuyos intereses van a defender; lo hacen espuriamente

cuando su dirigencia y gran parte de su militancia defiende intereses

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de clases y/o fracciones de clase que no son, precisamente, aquellas

de las cuales proceden.

En general, los partidos que representan naturalmente a las clases y

fracciones de clase dominante tienden a adoptar conductas conserva-

doras; y no es extraño que así suceda pues su misión es, precisa-

mente, conservar la vigencia del sistema. Por lo mismo, sus progra-

mas no ofrecen a la ciudadanía, en general, más que la perpetuación

del sistema vigente o modificaciones al mismo que tengan por objeto

facilitar una más expedita extracción de plusvalor, no siempre acor-

des al desarrollo de las fuerzas productivas. Por el contrario, quienes

representan espuriamente los intereses de las clases y fracciones de

clase dominante están obligados a analizar las innovaciones que al

interior del sistema ha realizado el constante desarrollo de las fuerzas

productivas. Saben, por consiguiente, que deben adecuar convenien-

temente las relaciones de producción a esos cambios y, por lo mis-

mo, tienen grandes aspiraciones de cambios o transformaciones. Nor-

malmente, buscan representar la acción renovadora que, en el ámbito

internacional, practican los sectores más dinámicos del sistema capi-

talista mundial. Y éstos son, precisamente, aquellos que, disputando

en forma permanente a los grupos conservadores la conducción del

conjunto social, no temen incorporar los avances tecnológicos al de-

sarrollo del país y a efectuar las transformaciones legales necesarias

a fin de mantener la estricta correspondencia que debe existir entre el

desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción.

La ‘Democracia Cristiana’ DC quería representar ese rol: le disputa-

ba al partido ‘Nacional’ PN el liderazgo de la oposición al gobierno

de la ‘Unidad Popular’ UP. Y, en ese empeño de intentar realizar de

mejor manera el interés de las clases y fracciones de clase dominan-

tes, ponía de manifiesto su verdadero carácter asumiendo en la prác-

tica la representación de aquellas. De esa disputa derivarían impor-

tantes consecuencias.

Nuestro buen amigo Kalki Glauser, en un brillante documento que

escribiera en 1972, intitulado ‘Unidad en lo táctico, lucha en lo

estratégico’, se refiere a esta disputa por el liderazgo dentro de los

sectores opositores al ‘Gobierno Popular ‘y señala que ella estaba

sometida a una especie de mecánica que la hacía depender, curiosa-

mente, de las acciones que dicho Gobierno podía realizar. De acuer-

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do a lo expresado por Kalki Glauser, cada vez que la ‘Unidad Popu-

lar’ avanzaba en el cumplimiento de su Programa, tomaba sobre sí la

conducción de la alianza opositora el partido ‘Nacional’; la ‘Demo-

cracia Cristiana’ se subordinaba a esa conducción, detenía su mar-

cha, se desconcertaba ante las medidas del Gobierno en tanto gran

parte de su militancia, que las observaba con agrado y simpatía, se

atrevía a poner en duda su rol opositor frente a transformaciones con

las cuales estaba en completo acuerdo. Lo grave, para ese partido, era

que, si se oponía a dichas transformaciones, corría el riesgo de perder

militancia como ya le había sucedido con la ‘Izquierda Cristiana’ IC

y con otros grupos que empezaban a desafiliarse de la organización,

encandilados por los avances sociales que emprendía el Gobierno

Popular.

Sin embargo, cuando ocurría lo contrario, cuando la ‘Unidad Popu-

lar’ parecía vacilar, cuando se detenía para hacerse una introspección

y observar el resultado de lo hecho —o, como lo decía la tesis de uno

de los propios partidos de esa coalición, para ‘consolidar lo avanza-

do’—, el partido ‘Demócrata Cristiano’ PDC encontraba su razón de

ser, cohesionaba a su militancia, tomaba la conducción de la alianza

opositora y criticaba al Gobierno acusándolo de todos los males que

aquejaban al país; entonces, el partido ‘Nacional’ cedía su lugar a la

‘Democracia Cristiana’ y se dejaba conducir por aquella sin poner

obstáculos a sus requerimientos. Esta conducta se agudizó en los

meses de 1973; la conducción de la oposición estuvo en manos de la

‘Democracia Cristiana’.

Hay un hecho más a considerar: la ‘Democracia Cristiana’ era el

partido mayoritario en Chile. La ‘Unidad Popular’, desde un princi-

pio, intentó entenderse con ella; y siguió haciéndolo hasta el momen-

to mismo del golpe. El partido de Frei no sólo había asumido la re-

presentación natural de los intereses de las clases y fracciones de

clase dominantes, representación que compartía con el partido

‘Nacional’, sino se perfilaba en Chile como representante genuino

del sector más dinámico y exitoso del sistema capitalista mundial. Y

esta importante transformación era ignorada por los partidos de la

‘Unidad Popular’.

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Título IV: Comenzando la preparación del golpe.

Incorporación de las distintas ramas.

El ‘plan económico’ de la Armada. El partido ‘Nacional’

y la ‘Democracia Cristiana’ son informados del ‘plan económico’

de la Armada. El plan ‘SACO’.

La deliberación había, pues, comenzado al interior de las Fuerzas

Armadas en una fecha muy anterior al golpe que se perpetraba; y lo

hacía en abierta violación al art. 22 de la Constitución Política de la

República de 1925, según el cual,

“La fuerza pública es esencialmente obediente. Ningún cuerpo ar-

mado puede deliberar”.

Era lógico suponer que si no se respetaba el art 22, más tarde,

consumado el golpe, tampoco se respetaría el art. 4 que prohibía a

toda persona o grupo de personas atribuirse facultades no conferidas

por la Constitución; por el contrario: el asalto al poder se considera-

ría precisamente como la más excelsa expresión de la legalidad y la

única forma indiscutible de acceso al mando supremo de la nación.

Más, aún: la propia Constitución de 1925, en su integridad, no sólo

no se respetaría, sino sería por entero abrogada sin que la población

pudiese hacer algo por impedirlo. Y el estamento militar se erigiría

como el único poder capaz de dictar una Constitución, doctrina que

sería aceptada por todos los gobiernos que se sucederían luego del

término de la dictadura pinochetista y por una cantidad no despre-

ciable de comentaristas y analistas.

Pinochet había sostenido que las deliberaciones al interior de los

institutos armados habían comenzado en 1972; Willoughby-McDo-

nald señala que ello comenzó, prácticamente, en 1970. Por su parte,

Jorge Escalante indica que los preparativos comenzaron precisa-

mente en este último año, cuando el general Sergio Arellano Stark,

ex edecán del ex presidente Eduardo Frei Montalva, empezó a exhi-

bir su inequívoco interés en sostener ese tipo de reuniones. Señala, al

respecto, Escalante:

“Después de 1970, Arellano ganaba terreno en el liderazgo dentro

del Ejército preparando el golpe de Estado, mientras Pinochet se

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movía en la ambigüedad. Pero ocurrido el golpe, ambos pertene-

cían a los más duros para destruir a la izquierda y asentar el éxito

del régimen. Por su carácter severo y arrasador, Arellano se había

ganado el apodo de 'Lobo Feroz’, entre sus compañeros. Pinochet

sabía que Arellano había sido pieza fundamental e implacable para

gestar la acción militar del 11 de septiembre y había sido testigo de

que el Presidente Allende lo quería fuera del alto mando por gol-

pista y sedicioso"10.

En realidad, las deliberaciones al interior de los institutos armados

siempre han existido. Pero el 04 de septiembre de 1970, a poco de

realizadas las elecciones presidenciales que dieron el triunfo a Sal-

vador Allende, el general Camilo Valenzuela, comandante en Jefe de

la Guarnición de Santiago, sacó los tanques a la calle alegando pre-

venir cualquier intervención que pudiese amenazar la seguridad del

país. Quien se desempeñaba en el carácter de ministro del Interior del

gobierno demócrata cristiano de ese entonces era Patricio Rojas, per-

sonaje enigmático que volvería a aparecer instalado en las esferas del

Estado durante el gobierno de Patricio Aylwin, a pesar de haber sido

involucrado en la muerte del ex presidente Eduardo Frei Montalva.

Tras la velada amenaza que ponía en relieve la existencia de movi-

mientos al interior de los institutos militares, las deliberaciones se

intensificaron. Mónica González sostiene, como se señalara al inicio

de este documento, que las reuniones entre altos dirigentes de la DC

y los militares comenzaron los primeros días de septiembre de ese

año; más exactamente, el 7 de ese mes, cuando el general René

Schneider Cheraux citó a todos los generales de la Guarnición de

Santiago. Luego, la del 9 del mismo mes, con los ministros de la DC

Carlos Figueroa (Economía), Sergio Ossa (Defensa) y Andrés Zaldí-

var (Hacienda); y en la tarde de ese mismo día, la de los coman-

dantes en Jefe con los dirigentes de la DC Benjamín Prado, Jaime

Castillo Velasco, Renán Fuentealba, Luis Maira, Patricio Aylwin y el

ministro de Defensa Sergio Ossa. Pero lo más notable fue la decisión

que tomó este último de consultar a los institutos armados el

proyecto de Garantías Constitucionales que se haría firmar al presi-

10 Escalante, Jorge: “La misión era matar”, Editorial LOM, Santiago, 2000,

pág. 35.

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dente electo. Así, pues, el condicionamiento para que Salvador A-

llende asumiera el mando de la nación fue, también, obra de los

institutos armados; la mencionada ‘no deliberación’ de éstos en ma-

teria de política interior era un chiste de mal gusto en esos momen-

tos. En una entrevista que le hiciera la periodista Mónica González,

revela el ex presidente Patricio Aylwin lo siguiente:

“En ese momento, Sergio Ossa Pretot, ministro de Defensa, nos hi-

zo saber que los mandos de las Fuerzas Armadas estaban preocupa-

dos por la politización del Ejército bajo un gobierno de izquierda y

por la formación de brigadas que pudieran llegar a constituir un e-

jército paralelo. Entonces les mandamos a preguntar a los man-

dos, a través de Ossa, qué debería incluir al respecto el Estatu-

to de Garantías. Hubo una primera reunión con ellos en mi casa

[…]”11

Conocedor del contenido de todas aquellas reuniones y también de

las privadas que efectuaba en su sede de Alameda la ‘Democracia

Cristiana’, envió el embajador Edward Korry el 9 de septiembre de

1970, el siguiente mensaje al presidente Nixon, en Estados Unidos:

“Una y solo una esperanza para Chile. El futuro de Chile será deci-

dido por un solo hombre: Frei. Creo que él está jugando sus cartas

con extraordinaria astucia”12.

No decía suposiciones aquel embajador. Porque el día 23 de ese mis-

mo mes, el ministro de Hacienda del gobierno demócrata cristiano,

señor Andrés Zaldívar Larraín, daba a conocer a través de una cade-

na nacional de radio y TV la alarmante situación económica del país

que había provocado la elección de Salvador Allende.

“Hasta el 4, decía Zaldívar, la situación era ‘normal y favorable’.

Después, se registraban retiros masivos de depósitos, en bancos y

entidades de ahorro; se contraía la demanda; disminuían las inver-

siones y la construcción; aumentaba el desempleo; el Banco Cen-

11 González, Mónica: Obra citada en (1), pág. 92. La negrita es nuestra. 12 González, Mónica: Id. (1), pág. 79.

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tral tenía que emitir E° 920.000.000 para evitar que se paralizara el

país […]”13

Andrés Zaldívar Larraín

A pesar que, de acuerdo al documento citado, Zaldívar había sido

duramente atacado por la ‘Unidad Popular’ obligándolo a expresar

que su exposición había sido ‘clara y objetiva’, la propia revista

ponía en duda tales afirmaciones.

“Quizás fuese así, pero su efecto y objetivo político —especial-

mente respecto a la reunión de la DC— no escapaba a nadie, y

mostraba que el ‘freismo’ continuaba activo contra Allende, no

obstante el acoquinamiento de su jefe máximo”14.

Según Rafael Agustín Gumucio, en esos meses,

13 Revista ‘Qué Pasa’: “Chile bajo la Unidad Popular”, cuadernillo N° 1,

pág. 11, sin fecha de impresión. 14 Revista ‘Qué Pasa’: Cuadernillo citado en (13), pág. 11.

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“Excepto una minoría de la Democracia Cristiana y, especialmente

algunos de sus líderes connotados que mantuvieron inalterable la

voluntad de respetar hasta el fin el proceso democrático que se ini-

ció en septiembre de 1970, el resto compartía el pensamiento gene-

ral de la burguesía de impedir por cualquier medio la continuación

del Gobierno, porque esa continuación consolidaba cada vez más la

experiencia socialista”15.

A fines de 1970, en la Junta Nacional de la DC se enfrentaron dos

proposiciones que fueron defendidas por Renán Fuentealba y Andrés

Zaldívar respectivamente, relativas a la actitud de ese partido frente a

la ‘Unidad Popular’. Zaldívar proponía una oposición frontal en tanto

Fuentealba sostenía la tesis del apoyo tomando en consideración las

coincidencias con el programa que enarbolara Radomiro Tomic en

las presidenciales.

La propuesta de Fuentealba, sin embargo, se impuso y permitió que

el cargo de presidente del partido lo asumiera Narciso Irureta. Poco

después de esos hechos, un nuevo sector de la DC se desprendía del

tronco rector. Encabezado por Bosco Parra y algunos líderes estu-

diantiles, además de Luis Maira y Sergio Bitar, dicho grupo dio ori-

gen a un nuevo partido que, de inmediato, se incorporó a las tareas

de la ‘Unidad Popular’: la ‘Izquierda Cristiana’.

En agosto de 1971, seguía aún Narciso Irureta a la cabeza del parti-

do sosteniendo que era éste

“[…] un partido de izquierda y revolucionario que lucha por los

cambios”.

Pero ya en marzo de 1972 la ‘Democracia Cristiana’ comenzó a

exhibir otro rostro, el mismo que mostrara al momento de ser elegido

Salvador Allende en el carácter de presidente de Chile. Ese rostro se

reflejó al momento de asistir a un encuentro en la parcela ‘El arroyo

de Chiñihue’, en Melipilla, con los senadores del partido ‘Nacional’

Francisco Bulnes Sanfuentes y Sergio Diez Urzúa, y con Jaime Guz-

15 Gumucio Vives, Rafael Agustín: “Apuntes de medio siglo”, Ediciones

Chile América CESOC, CESOC Ediciones, Santiago, 1994, pág. 215.

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mán, Julio Durán, Arturo Fontaine y Orlando Sáenz para conversar

sobre

“[…] problemas que afectan a todos los chilenos”,

Renán Fuentealba Moena

según lo explicaría, más tarde, Sergio Silva Bascuñán a los medios

de comunicación16. Por la ‘Democracia Cristiana’ asistieron Patricio

Aylwin y Andrés Zaldívar.

16 Salazar Salvo, Manuel: “Contradicciones de un arrepentido”, ‘Punto

Final’ N° 850, mayo de 2016, pág. 6.

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Estas conversaciones permitieron que, más tarde, un no desprecia-

ble número de analistas pudiera suponer erróneamente que el golpe

fue el resultado de un trabajo conjunto de varios segmentos políticos.

Así, por ejemplo, señala Rafael Agustín Gumucio que

“[…] en diferentes grados de complicidad estaban comprometidos,

además, los dirigentes de la burguesía monopólica, el Partido Na-

cional y una fracción de la Democracia Cristiana”17.

Las conversaciones aquellas dieron sus frutos. Y puesto que la

unidad frente al enemigo (la clase trabajadora organizada) es la ca-

racterística proverbial de los sectores dominantes de la sociedad,

meses más tarde, la ‘Confederación Democrática’ CODE anunciaría

su nacimiento, agrupando a todas las instancias opositoras al Go-

bierno Popular; sus constructores fueron Patricio Aylwin y Francisco

Bulnes. Sin embargo, antes que naciera aquella espuria alianza, la

‘Democracia Cristiana pudo mostrar, nuevamente, su capacidad de

dirección.

En efecto, la organización falangista tenía como propósito desenca-

denar un paro nacional que pusiera fin al gobierno de la ‘Unidad

Popular’. Para llevarlo a cabo,

“[…] organizó a los gremios bajo su influencia y las organizacio-

nes estudiantiles que se sumaron al paro”18.

Por lo mismo, y satisfecho de la obra realizada, escribiría, más tarde,

Claudio Orrego:

“[…] la generalización del paro, mediante la adhesión sucesiva de

más y más gremios, muchos respondían a la movilización de base

de los militantes de la Democracia Cristiana”19.

17 Gumucio Vives, Rafael Agustín: Obra citada en (15), pág. 215. 18 De la Nuez, Iván: “La Democracia Cristiana en la historia de Chile”, Edi-

torial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989, pág. 86. 19 Orrego Vicuña, Claudio: “El paro nacional, vía chilena contra el totalita-

rismo”, Editorial del Pacífico, Santiago, 1972, pág, 12.

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La organización de la CODE constituyó un éxito para las elecciones

de 1973 pues consiguieron reunir un 54,7% del electorado nacional

contra un 43,4% de la ‘Unidad Popular’, con lo cual se contaba con

el quórum necesario para acusar constitucionalmente al presidente

bajo la excusa que diera Eduardo Frei Montalva para quien

“Chile se precipita a una dictadura marxista”20.

Sin embargo, para que pudieran resultar las acciones políticas en

contra del Gobierno Popular era necesario eliminar un escollo: la

directiva del partido que dirigía Renán Fuentealba, cuya idea motriz

era que

“[…] la ‘Democracia Cristiana’ debe insistir en su propia revolu-

ción”.

y alejarse de pactos espurios como lo era la CODE a fin de no

inducir a errores a la ciudadanía y hacerla creer en un supuesto

cambio de línea política.

Renán Fuentealba cometió en esos días, no obstante, uno de los más

graves errores en que puede incurrir un político: ceder ante las pre-

siones y anunciar que no se presentaría a la reelección, precisamente

en los momentos que su presencia era más que necesaria. Era cierto

que enfrentar permanentemente a la oposición interna le resultaba

agobiante, pero aquella era, también, la ocasión que esperaba el sec-

tor más reaccionario de esa organización política para proponer a Pa-

tricio Aylwin como candidato a las elecciones presidenciales del

partido.

En política no hay lugar para las ingenuidades. No se cambia la di-

rectiva de una organización política para continuar una línea de

acción que había trazado la anterior sino para corregirla o abrogarla.

Y eso ocurriría con la ‘Democracia Cristiana’ en el encuentro de 12 y

20 Eduardo Frei fue elegido presidente del Senado en virtud del acuerdo

suscrito al constituir la CODE. No es aventurado suponer que dicho nom-

bramiento guardaba estrecha relación con una eventual sustitución cons-

titucional del presidente Allende pues, en esa situación, debía asumir como

jefe supremo de la nación el presidente del Senado.

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13 de mayo destinado a renovar la mesa directiva que quedó inte-

grada por Andrés Zaldívar, Raúl Debés, Carmen Frei, Héctor Valen-

zuela, Jaime Castillo, Bernardo Leighton y Jorge Donoso; sólo estos

dos últimos eran adversos a la sustitución de Allende. El día 13 de

mayo, en tanto Aylwin asumía la presidencia del partido ‘Demócrata

Cristiano’, Eduardo Frei lo hacía como tal en el Senado. Y como lo

expresa Manuel Salazar,

“Dos días después, Aylwin marcó el nuevo estilo de la DC”21.

Por eso, a poco de asumir dicho cargo, declaraba que el Gobierno

Popular estaba destruyendo

“[…] la economía y llevando al país a la miseria y al hambre, de-

sencadenando una ofensiva totalitaria caracterizada por ilegalida-

des, abusos, mentiras, injurias, odio y violencia en la búsqueda de

la totalidad del poder para imponer una tiranía comunista”22.

A partir de ese momento, toda la política de acuerdos, que se pre-

dicaba por la boca, sería totalmente desvirtuada en los hechos. Y

como más tarde lo hiciera la dictadura para justificar la represión

desencadenada sobre los sectores populares, la ‘Democracia Cris-

tiana’, dirigida por Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin Azócar,

en un claro atropello a los principios del derecho penal que exigen la

comisión del hecho como requisito sine qua non para la aplicación

de la pena, condenaría al régimen por algo que aún no había sucedi-

do: la posibilidad que instaurara una ‘dictadura comunista’.

“El gobierno de Allende había agotado, en el mayor fracaso, la ‘vía

chilena hacia el socialismo’, y se aprestaba a consumar un autogol-

pe, para instaurar por la fuerza la dictadura comunista”.

Esta idea de sancionar o castigar ante la sola eventualidad que el con-

denado pudiese atentar en contra de alguien, la tesis de aplicar penas

a delitos aún no configurados o no cometidos constituye la máxima

21 Salazar Salvo, Manuel: Id. (16), pág. 7. 22 Salazar Salvo, Manuel: Id. (16), pág. 7.

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aberración jurídica en que un hombre de derecho (como lo eran

Aylwin y Frei) puede incurrir pues implica exigir la aplicación de

sanciones a conductas que ni siquiera constituyen actos frustrados

sino meras suposiciones. Es la misma línea en virtud de la cual la

Junta Militar, más tarde, justificaría su macabra tarea de eliminar a la

disidencia alegando que ‘si no lo hacíamos, ellos nos iban a matar’.

Así, pues, la ‘Democracia Cristiana’ enarbolaba no principios en

contra de la ‘Unidad Popular’ sino prejuicios. Suposiciones que le

hacían adoptar una actitud de rechazo terminante hacia todo lo que

pudiera servir al gobierno de la ‘Unidad Popular’ de receta para re-

solver la situación de crisis que vivía el país. Gran parte de las mis-

mas quedan reflejadas en la entrevista que Carolina Rossetti hiciera

al ex senador Rafael Agustín Gumucio en 1983:

“Yo participé en dos de las conversaciones con la Democracia

Cristiana y soy testigo de los esfuerzos hechos en el sentido de lle-

gar a un entendimiento. En las conversaciones que se efectuaron en

torno al problema de la Universidad se les cedió en todo lo que pe-

dían. Tanto se les cedió que Leighton que representaba a su par-

tido, y que es un hombre recto y honesto, se desesperaba porque le

habíamos dicho sí, sí, sí a todo y a él lo llamaban por teléfono para

decirle que pusiera otra exigencia en la tabla de discusión, que pi-

diera más y más. En la segunda conversación que fue sobre la Re-

forma Constitucional de Renán Fuentealba, también habíamos lle-

gado a un acuerdo, hasta se redactó un acta, pero media hora antes

de iniciar la sesión en el Senado y en la cual había que parar la vo-

tación sobre dicha reforma, la Democracia Cristiana renunció al

acuerdo. Fue el peor conflicto de la Unidad Popular”23.

23 Entrevista a Rafael Agustín Gumucio Vives, realizada por Carolina Ro-

ssetti, contenida en la revista ‘Plural 2”, Revista del Instituto para el Nuevo

Chile, Rotterdam, 1983, págs. 73 y 74. No deja de ser significativo el hecho

que, luego del fallecimiento del ex senador Rafael Agustín Gumucio Vives,

el 28 de junio de 1996, con la honrosa excepción de Gabriel Valdés Suber-

caseaux, ningún dirigente de ese partido se hizo presente en sus exequias.

La directiva había acordado prohibir a su dirigencia asistir a la ceremonia;

presidía el partido en ese entonces el que fuera ministro de Hacienda de la

Concertación Alejandro Foxley. El odio que esa colectividad sentía hacia

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Si bien se sabe, medianamente, la época en que el Ejército comenzó

los preparativos del golpe, no se sabe a ciencia cierta cuándo co-

menzaron los mismos en la Marina. Lo cierto es que el general de a-

viación Jorge Gustavo Leigh Guzmán, consultado, al respecto, seña-

la:

“En la Marina estaban mucho más adelantados. Cuando fueron los

funerales del edecán Araya, a fines de julio de 1973, y yo fui a Val-

paraíso en representación de la fuerza aérea, se me acercaron u-

nos capitanes de navío y me invitaron a almorzar […] Ahí se ha-

blaba de frente del golpe. Estaban Walbaum, Castro, Troncoso y a-

parecieron dos civiles Hugo León y Julio Bazán24. Pero no hubo

concertación, sino comentarios, lo que se hablaba en todas partes.

Era la primera vez que se hablaba. Pero no hubo ningún acuerdo ni

cosa por el estilo […] Ahí me entregaron un folleto de programa

económico que tenían proyectado. Lo habían hecho unos econo-

mistas, era un programa económico. Parece que ya habían contac-

tos entre De Castro y esta gente, pero no tuve mayor conocimien-

to”25.

quienes habían emigrado de ella para abrazar la causa popular se mantenía

aún vivo esos años. 24 Hugo León Puelma era dirigente de los empresarios de la construcción en

el comando gremial de guerra. Acostumbraba a reunirse con un grupo de

exaltados que estaban decididos a dar un golpe de Estado, al extremo que el

general Nicanor Díaz Estrada se negó a reunirse con él, precisamente por

esas pretensiones que consideraba propias de las Fuerzas Armadas. Por su

parte, Julio Bazán Álvarez había sido estudiante de Derecho en la Univer-

sidad de Concepción donde destacó como dirigente estudiantil. Amigo de

Ricardo Rincón Iglesias (padre del actual diputado de su mismo nombre y

de las hermanas Ximena y Mónica Rincón de destacadas trayectorias), Ser-

gio Wilson Petit (ex presidente de la FEC) y Eusebio Ramos (también ex

presidente de la FEC), militaba en la Democracia Cristiana donde se le co-

nocía bajo el seudónimo de ‘Pitín’ Bazán. Durante el gobierno de Salvador

Allende se desempeñó como presidente de la Confederación Única de Pro-

fesionales de Chile CUPROCH mostrándose como uno de los más encar-

nizados enemigos de la Unidad Popular. 25 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7).

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En efecto, a mediados de 1972, uno de los altos jefes de la Marina

comprometidos con el golpe (no se sabe su nombre, pero se estima

que pudo ser el entonces vicealmirante José Toribio Merino Castro),

le pidió a Roberto Tomás Kelly Vásquez, un ex oficial de la Marina,

a nombre de todos ellos, la preparación de un plan económico a

aplicar luego de producido el golpe ya que

“[…] botar a Allende no cuesta nada. Lo importante es tener un

plan económico”26.

José Toribio Merino Castro era un hombre arrogante a la vez que

lleno de prejuicios; gustaba de relacionarse con hombres de nego-

cios, personas adineradas, jugadores de golf —deporte que practica-

ba porque lo vinculaba a las clases pudientes—, y hablar con ellos de

cosas superfluas e innecesarias, generalidades o nomotetias. Sentía

profundo desprecio por los sectores pobres y jamás buscaba acer-

carse a ellos. Nunca fue un intelectual, pero leía para no ser sorpren-

dido en faltas. Era absolutamente irresponsable en sus opiniones,

aunque las mismas lo retratasen como un perfecto imbécil, como

aquella entrevista en que la periodista Malú Sierra lo desnudara en su

indigencia intelectual, al preguntarle por qué había asumido la res-

ponsabilidad de hacerse cargo de la parte económica:

“Yo dije que la tomaba. Porque venía de ser Director General de

los Servicios, que es como el gerente general de la Marina, y siem-

pre me había gustado la economía. Y había estudiado economía

como hobby. Había seguido cursos de economía de la Enciclopedia

Británica, etcétera. Y por eso que tomé esta parte”27.

Merino no sólo estaba convencido que, para manejar la economía de

un país, bastaba haber estado a cargo del Economato de la Armada,

sino que creía en los principios de la Junta como emanación de la

voluntad divina:

26 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7). 27 Sierra, Malú: “Marino antes que gobernante”, Revista ‘Ercilla’ de 26 de

enero de 1977, pág. 21.

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“Lo dice la Declaración de la Junta. Ahí están los conceptos bási-

cos de la ley más antigua que se haya dictado en la historia de la

humanidad, y que nadie ha podido mejorar, ni vetar ni arreglar, que

son los mandamientos de la ley de Dios. Ahí está todo”28.

Cómo un sujeto tan estrecho de criterio como Merino pudo vislum-

brar la necesidad de un plan económico que diera satisfacción a las

necesidades de los sectores dominantes es algo que puede sorpren-

der; pero permite, a la vez, suponer que, a menudo, tales aciertos

encuentran también su justificación en los versos de Félix María de

Samaniego para quien “borriquitos hay que tocan la flauta por casua-

lidad”.

Álvaro Bardón Muñoz

La petición de los marinos en orden a preparar un plan económico,

según Fontaine Aldunate, fue transmitida a Roberto Kelly con las

siguientes palabras:

“Botar a Allende, no cuesta nada. Lo importante es qué hacer con

el Gobierno; cómo solucionar los problemas económicos”29.

28 Sierra, Malú: Obra citada en (27), pág.22. 29 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 18.

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El aludido cumplió con su cometido comunicándose, de inmediato,

con el economista Emilio Sanfuentes quien, a su vez, tenía contactos

con Agustín Edwards Eastman y Hernán Cubillos Sallato, hombres

vinculados a la Marina, pertenecientes a la Cofradía Náutica del Pa-

cífico Austral, creada en agosto de 1968, a la cual también perte-

necían José Toribio Merino, Patricio Carvajal y Arturo Troncoso30.

Esteban Buscat sostiene que las reuniones comenzaron en la oficina

de Sanfuentes. Arturo Fontaine asegura, por su parte, que tres sujetos

tuvieron importancia trascendental en ese plan:

“Sergio Undurraga, el dueño de casa, pues la base fue su oficina de

asesoría para la Sociedad de Fomento Fabril; Emilio Sanfuentes,

que aporta la vinculación empresarial, nacional y gremialista, ade-

más de su acercamiento a los marinos y de su enorme capacidad

para movilizar esfuerzos; y Álvaro Bardón, que es el contacto más

eficaz con los economistas demócratacristianos sin perjuicio de co-

municarse con facilidad suma con los otros sectores de econo-

mistas”31.

El trabajo comenzó a realizarse con participación de un grupo de

economistas demócratacristianos como Álvaro Bardón Muñoz, Juan

Rodolfo Villarzú Rohde, Andrés Vicente Sanfuentes Vergara, José

Luis Zavala Ponce. Según Buscat,

“Los economistas que son demo-cristianos acuerdan incorporarse a

la elaboración del plan económico pedido por los marinos y

al mismo tiempo mantener informado a Eduardo Frei Montalva

como lo hacen los otros economistas con el Partido Nacional”32.

Un año demoraron esos profesionales en evacuar el encargo soli-

citado. Habían comenzado a trabajar en agosto de 1972 y recién

terminaban su cometido en agosto de 1973 poniendo el original en

manos del almirante Arturo Troncoso Daroch. Entonces, y una vez

consumado el golpe, el almirante José Toribio Merino tendría sobra-

dos motivos para exigir el ministerio de Hacienda para la Marina,

30 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 17. 31 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 18. 32 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7).

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secretaría de Estado que, en definitiva, quedaría a cargo del almirante

Tito Lorenzo Gotuzzo Borlando.

De acuerdo a lo indicado por Arturo Fontaine, el grupo de profe-

sionales afiliados a la ‘Democracia Cristiana’ que participaba en la

elaboración del que, más tarde sería conocido como ‘El Ladrillo’

cumplía, además, otra misión:

“Los economistas demócratacristianos tienen al corriente al ex Pre-

sidente Frei de su participación en este plan con sus colegas inde-

pendientes y del Partido Nacional”33.

¿Podría suponerse que ese plan, redactado por militantes demócrata-

cristianos de reconocida trayectoria, podría abrogarse una vez termi-

nada la dictadura militar? Dicho de otra manera: ¿podría creerse in-

genuamente que la triunfante coalición (donde participaría activa-

mente la ‘Democracia Cristiana’), sucesora de la dictadura en la di-

rección de la nación luego del término de la misma, destruiría el

‘modelo económico’ legado por aquella (pero creado por econo-

mistas demócrata cristianos) sin reconocérsele haber sido la causa

directa de la ‘exitosa’ marcha de la república sudamericana a través

de la historia, con gobiernos en donde ese partido participaría?... Tor-

pe sería aceptar semejante conclusión: el modelo no sólo perduraría a

través de los años en manos de los nuevos administradores del con-

junto social sino se perfeccionaría y santificaría.

Carabineros de Chile era una institución que dependía del Go-

bierno; más exactamente, del Ministerio del Interior. No tenía vín-

culos con los institutos armados. Por eso, el ingreso de la policía uni-

formada al grupo conspirativo fue posterior: se realizó en 1973. El

general de carabineros Arturo Yovane Zúñiga así relata esos hechos:

“A principios de 1973, ya en forma de compromiso, César Mendo-

za y yo decidimos plegarnos a la idea del pronunciamiento —

no había otro general que nos ofreciera la absoluta confianza que se

necesita para estos casos—. Luego realizamos un estudio minucio-

so de quienes podrían comprometerse [...] había una especie de

‘compromiso de honor’ [...] principalmente con los genera-

33 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 38.

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les Sergio Arellano, Nilo Floody, Nicanor Díaz y los almirantes

Merino, Troncoso, Castro, Huidobro y Carvajal...”34

Entretanto, ‘Patria y Libertad’, un grupo subversivo de claras tenden-

cias fascistas que dirigía el abogado Pablo Rodríguez Grez, procedió

a entregar tanto a la directiva del partido ‘Nacional’ como a la del

‘Demócrata Cristiano’ su propuesta para aplicar un plan denominado

‘Sistema de Acciones Civiles Organizadas’ SACO, destinado a soca-

var las bases del Gobierno Popular a través de acciones coordinadas

de sabotajes a realizar en todo el territorio nacional. En ese plan,

donde se solicitaba a la población, comprometida con la subversión,

hacer nóminas con todos los miembros y simpatizantes de todos los

partidos de la Unidad Popular, se encuentran las bases de los docu-

mentos que servirían a la DINA para su trabajo posterior de exter-

minio.

No se sabe a ciencia cierta si a la fecha de la preparación del golpe

militar era o no Federico Willoughby-McDonald Moya militante de-

mócratacristiano; lo que sí se sabe es que el ex presidente Patricio

Aylwin Azócar lo nombró durante su gobierno en uno de los cargos

importantes de la División de Comunicaciones de La Moneda a la

vez que asesor en la Secretaría General de Gobierno. Para quienes

pudieren creer que los cargos de Willoughby-MacDonald en el go-

bierno de Aylwin fueron impuestos como parte de las negociaciones

sostenidas entre la ‘Concertación Democrática’35 y Pinochet para

poner fin a la dictadura nos permitimos recordarles aquí que el suje-

to de marras fue candidato a diputado en las listas de esa colectividad

en el carácter de ‘independiente’ apoyado por la ‘Democracia Cris-

tiana’ y el PAC. La presentación que encabezaba su candidatura era

lo suficientemente elocuente en cuanto a evidenciar los evidentes

vínculos de tal sujeto con la DC al sindicarlo como

34 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7). 35 ‘Concertación Democrática’ se llamó en un comienzo la ‘Concertación de

Partidos para la Democracia’ o simplemente ‘Concertación’; hoy,

incorporados el partido ‘Comunista’, ‘Revolución Democrática’ y el

‘Movimiento de Acción Social’ MAS se denomina ‘Nueva Mayoría’.

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“[…] una alternativa cristiana —en la línea del ex presidente E-

duardo Frei Montalva”36.

La carrera de Willoughby-McDonald no terminó allí; también fue

llamado a desempeñarse en altos cargos de gobierno bajo el período

de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. No existe razón alguna que explique

por qué se hizo todo aquello. No se sabe por qué este individuo fue

llamado a desempeñar funciones a La Moneda a sabiendas que había

sido uno de los promotores y organizadores del golpe. No se sabe por

qué lo aceptaron los demás partidos de la Concertación. De si fue por

considerársele un sujeto indispensable para desempeñarse en los

cargos que se le ofrecieron o para protegerlo de alguna acción en

contra suya que pudieren realizar los servicios aún activos de la

dictadura es una circunstancia que tampoco satisface aquel esa inte-

rrogante. Lo cual da suficiente credibilidad a quienes pudieren supo-

ner que fue, simplemente, el modo que tuvieron los gobiernos demó-

cratacristianos de Aylwin y Frei Ruíz-Tagle para agradecerle los

servicios prestados... O para cerrarle la boca ante cualquier expre-

sión indiscreta suya… Como sucedió con muchas otras personalida-

des ligadas al golpe, como se verá más adelante…

Título V: La ‘Cofradía de Lo Curro’ y el ‘Comité de los 15’.

La FACH desecha conversar con Pinochet para llevar

a cabo el golpe y prefiere iniciar

los contactos al interior con un ex edecán del presidente Frei.

Un grupo de sujetos deliberantes necesita un espacio físico para deli-

berar, un lugar en donde sus integrantes puedan intercambiar sus

puntos de vista, evaluar posibles acciones, discutir. No basta, para

ello, cursar invitaciones a los domicilios de los mismos pues los

conjurados crecen en número y proposiciones; los debates se hacen

más intensos. Así comenzó a suceder con los preparativos del golpe

militar de 1973.

En un principio, como eran pocos, decidieron los cabecillas realizar

las reuniones en sus propios hogares; los generales Javier Palacios

36 Buscat Oviedo, Esteban: Obra citada en (7).

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Ruhman, Francisco Herrera Latoja y Arturo Viveros Ávila recibían

en los suyos a sus compañeros de armas. Pero el grupo empezó a

crecer; también aumentó la frecuencia de las reuniones y comenza-

ron a hacerse más vehementes las discusiones. Era necesario no

despertar sospechas. Y fue en esas labores donde la presencia del

general Sergio Arellano Stark se tornó imprescindible.

Sergio Arellano Stark

Una prima suya estaba casada con el abogado Jorge Gamboa Correa

quien poseía una casa en el sector de Lo Curro, lugar de difícil ac-

ceso, enclavado en los faldeos cordilleranos, bastante discreto y ale-

jado de las miradas curiosas. No hubiere sido sólo torpe perder aque-

lla oportunidad sino poco inteligente. Arellano se acercó a su primo

político y le planteó la necesidad de reunirse con otros camaradas de

armas. Gamboa estuvo de acuerdo, y el grupo de conspiradores co-

menzó a operar en esa casa ubicada en Vía Amarilla N° 9122 de Lo

Curro.

Según Mónica González, la primera reunión se efectuó la noche del

25 de junio de 1973 para discutir el qué hacer en caso de enfrentarse

a la alternativa de una intervención del estamento militar.

“En medio de severas medidas de distracción para impedir que los

servicios de inteligencia de la UP los detectaran fueron llegando el

general Gustavo Leigh Guzmán, segundo hombre de la Fuerza Aé-

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rea; el vicealmirante Patricio Carvajal Prado, jefe del Estado Ma-

yor de la Defensa Nacional; el contralmirante Ismael Huerta Díaz

(quien viajó desde Valparaíso con la representación formal del al-

mirante José Toribio Merino, segundo hombre de la Armada; el ge-

neral de Ejército Arturo Viveros Ávila: el general del Aire Francis-

co Herrera Latoja; el general del Aire Nicanor Díaz Estrada, secre-

tario del Estado Mayor de la Defensa Nacional; y los generales de

Ejército Javier Palacios Ruhmann, Sergio Arellano Stark y Sergio

Nuño Bowden”37.

Un mes más tarde, la propia institucionalidad armada llamaría a una

reunión deliberante con ocasión del ‘Tancazo’ de 29 de julio de

1973. Sin embargo,

“[…] los generales Óscar Bonilla, Javier Palacios, Sergio Nuño, li-

derados por Sergio Arellano, junto a los almirantes José Toribio

Merino y Patricio Carvajal, llevaban dos meses reuniéndose en la

casa del abogado Jorge Gamboa en Lo Curro, diseñando un golpe

de Estado y, a fines de agosto, se unió al grupo Arturo Yovane, jefe

de servicios de Carabineros”38.

Mónica González desmiente tales aseveraciones y asegura que:

“A pesar que hasta hoy se le considera uno de los primeros con-

jurados, el general Óscar Bonilla no estuvo entre los elegidos”39.

Este grupo, denominado ‘Cofradía de Lo Curro’, funcionaba ya en

forma clandestina cuando, en forma oficial, el Estado Mayor de la

Defensa Nacional, que encabezaban el almirante Patricio Carvajal y

el general del Aire Nicanor Díaz Estrada, resolvió citar a una reunión

deliberante para el sábado 30 de junio de 1973 (al día siguiente del

‘Tancazo’), con el fin de

37 González, Mónica: “La Conjura. Los mil y un días del golpe”, Ediciones

B Chile S.A., Santiago, 2000, pág.167. 38 “1-11 septiembre 1973”, edición de María Carolina Sanhueza Benavente,

contenido en el portal www.memoriachilena.cl 39 González, Mónica: Id. (37), pág. 167.

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“[…] orientarse de la situación que se vive y uniformar criterios”40.

Conjuntamente con hacer esa llamada y buscando equiparar la im-

portancia de los institutos armados, haciendo caso omiso a la dis-

posición constitucional anteriormente citada que prohibía a los

institutos armados deliberar, el Estado Mayor de la Defensa Nacional

propuso, ante la realización del encuentro, una forma de represen-

tación igualitaria para sus tres ramas, señalando que, para esa prime-

ra reunión, asistiesen cinco representantes por cada una de aquellas,

sin perjuicio de sus respectivos Comandantes en Jefe. Así, en repre-

sentación del Ejército, asistieron los generales Augusto Pinochet,

Sergio Nuño, Oscar Bonilla, Mario Sepúlveda y Sergio Arellano,

además del general Carlos Prats; en representación de la Marina, los

vicealmirantes José Toribio Merino y Patricio Carvajal, y los contral-

mirantes Ismael Huerta, Daniel Arellano y Ricardo León, además de

su Comandante en Jefe Raúl Montero; finalmente, por la Fuerza

Aérea, el número propuesto fue excedido pues asistieron seis que

fueron los generales Jorge Gustavo Leigh, Agustín Rodríguez, Clau-

dio Sepúlveda, José Martínez Nicanor Díaz y Francisco Herrera

Latoja, además de su Comandante en Jefe, general César Ruíz.

Así, al interior de la reunión formal que realizaba el alto mando

militar se unificaban dos clases de intereses: los propios de la institu-

cionalidad de las tres ramas de las Fuerzas Armadas representados

por sus Comandantes en Jefe, y los que defendía el grupo sedicioso,

representado por la ‘Cofradía de Lo Curro’, que funcionaba en forma

paralela a aquel. Y de esa manera, en abierta violación a lo dispuesto

en el artículo 22 de la Constitución Política, los altos mandos de la

Fuerzas Armadas se reunían no para tratar sus problemas institucio-

nales sino para deliberar, conspirar y organizarse para actuar; al ha-

cerlo, al adoptar una conducta de esa naturaleza, al actuar consciente

y deliberadamente fuera de sus roles, configuraban el delito de sedi-

ción. El general Nicanor Díaz Estrada, asistente a la reunión, lo había

señalado, implícitamente y sin demostrar el menor rubor, al expresar:

40 González, Mónica: Obra citada en (1), pág. 193.

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“Por decoro y sentido de responsabilidad, no podemos seguir sien-

do espectadores mudos”41.

Si bien en esa reunión el general Prats llamó la atención a dejar que

el problema, político como era, debía ser resuelto por los políticos, y

a pesar que se acordó una

“[…] una participación no comprometida de las Fuerzas Armadas

en la crisis […]”42,

hubo consenso entre los asistentes en cuanto a que esas reuniones

eran convenientes pues

“[…] estaba en juego la Seguridad Nacional”43.

Pero, para la generalidad de los presentes, no era la Seguridad

Nacional lo que estaba en juego sino el destino del golpe de Estado.

No por otra cosa estuvieron de acuerdo en constituirse como ‘Comité

de los 15’ y continuar con las reuniones. La preparación del golpe

seguiría su curso inalterable. Nicanor Díaz no vacilaría en recono-

cerlo:

“Me atrevería a decir que la decisión de dar el Golpe, entre los tres

generales de las tres instituciones, se tomó a mediados de julio de

1973. El general Pinochet no participó de esa decisión. Nunca estu-

vo en una reunión de las tantas que tuvimos, fuera de aquella pri-

mera del ‘Comité de los 15’, el 30 de junio de 1973. Y lo puedo

afirmar porque yo estuve en un montón de reuniones y nunca vi al

general Pinochet, hasta el día 11 de septiembre, cuando llegó hasta

el Estado Mayor de la Defensa Nacional donde yo era el segundo

jefe”44.

Estas afirmaciones coinciden en gran medida con los antecedentes

que entrega al respecto Iván De la Nuez para quien

41 González, Mónica: Id. (1), pág. 194. 42 González, Mónica: Id. (1), pág. 194. 43 González, Mónica: Id. (1). pág. 194. 44 González, Mónica: Id. (1), pág. 198.

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“En julio de 1973, ya se habían afianzado los vínculos con los altos

generales de las Fuerzas Armadas por parte de connotados demó-

cratacristianos. Juan de Dios Carmona y Rafael Moreno, hombre

de Frei, contactaron con César Ruíz Danyau, jefe de la Fuerza Aé-

rea y con al Almirante Merino.

Claudio Orrego —otro ideólogo de la DC e incondicional de

Frei— se entrevistó el 10 de julio con el Almirante Merino para

cerciorarse de la constitucionalidad del golpe, a la vez que reiteró

su apoyo a las Fuerzas Armadas”45.

Ajeno a esas maniobras, Allende preparaba, entretanto, un nuevo

ministerio que diera en el gusto a los sectores opositores. Amigo de

muchos años de Fernando Castillo Velasco, llamó en esos días al

arquitecto para ofrecerle la cartera de la Vivienda, ocasión en que

éste le señaló premonitoriamente que un golpe militar no se detendría

con semejante nombramiento. Sorprendido, el presidente le había

dicho:

“¿Cómo podría hacerse aquello, entonces, a juicio tuyo?”

“Con el nombramiento de un ministro de Hacienda que cuente con

amplio respaldo”, repuso Castillo Velasco. “Te propongo a Domingo

Santa María para desempeñarse en esa calidad”.

Allende manifestó estar completamente de acuerdo en la proposi-

ción, pero la eventual participación de esos militantes demócratacris-

tianos en calidad de independientes dentro del Gobierno Popular de-

sagradó profundamente al ex presidente Eduardo Frei Montalva. La

molestia del ex mandatario se tradujo, de inmediato, en una resolu-

ción de la directiva de esa colectividad y, en especial de su presiden-

te, Patricio Aylwin Azócar, en virtud de la cual se prohibió terminan-

temente a ambos (Fernando Castillo Velasco y Domingo Santa Ma-

ría) involucrarse en tales trajines46.

45 De la Nuez, Iván: Obra citada en (18), pág. 93. 46 Fernando Castillo, a quien la dictadura militar le asesinó a su hijo Javier,

contaba a sus amigos cercanos que, luego de la derrota electoral de la DC,

en 1970, Frei Montalva había dejado de ser el hombre tranquilo que era

comportándose más bien ‘como un energúmeno’.

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Mónica Echeverría, no obstante, en su libro ‘¡Háganme callar!’

relata de una manera diferente este hecho:

“En agosto de 1973, el presidente Allende le ofreció a Fernando el

Ministerio de la Vivienda. Fernando aceptó con la condición que la

Democracia Cristiana lo permitiera: ‘No necesita usted a su lado a

un buen arquitecto, como lo insinúa, sino invertir la correlación de

fuerzas, atrayendo con mi presencia a un sector de la Democracia

Cristiana; por lo tanto, si la directiva de la DC acepta, estaré a su

lado. Se trata Presidente, ahora, de salvar el país’.

La propuesta fue discutida en los más altos niveles de la DC, diri-

gida entonces por Patricio Aylwin y aunque en el debate hubo va-

rios que sí apoyaron la idea, la mayoría la rechazó y Allende, ante

esa negativa, nombró en el cargo a Luis Matte Valdés, un socia-

lista”47.

El grupo de conspiradores había establecido otros contactos; uno de

aquellos, tal vez el más estrecho de todos, era con la ‘Central In-

telligence of America’ CIA. Se explica que el 25 de julio ese orga-

nismo haya enviado a Estado Unidos un cable en el cual señalaba

que

“Los oficiales complotados de las Fuerzas Armadas esperan que la

huelga de los dueños de camiones programada para el 26 de julio

sea postergada hasta que el ‘Consejo de los 15’ tenga la posibilidad

de completar su plan antiinsurgencia el que podría emplearse como

base de un Golpe de Estado. Por esta razón, el almirante Patricio

Carvajal trató de persuadir a León Vilarín, presidente de la Federa-

ción de Dueños de Camiones, de que postergue la huelga hasta que

el plan esté terminado. Los complotados de la Armada y la FACH

continúan trabajando juntos en los preparativos de un Golpe de Es-

tado y nadie está planteando una acción unilateral. Los oficiales

complotados no saben de ningún plan de oficiales de inferior gra-

duación”48.

47 Echeverría Yáñez, Mónica: “¡Háganme callar!”, Ceibo Producciones

S.A., Santiago, 2016, pág. 92. 48 González, Mónica: Id. (1), pág. 199.

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Las contradicciones al interior de los complotados, sin embargo, se

hicieron presentes porque mientras la Armada y la FACH no veían

otra opción que el Golpe, el general Bonilla confiaba en la posibili-

dad de llegar a un acuerdo entre la DC y el Gobierno.

Óscar Bonilla Bradanovic

Según lo confiesa el general de aviación (R) Nicanor Díaz Estrada,

en julio de 1973 hubo una conversación entre él y el general Augusto

Pinochet, en donde, sibilinamente, rehuyó éste discutir con aquel

asuntos relativos al golpe. Esa actitud hizo que los sectores de la

aviación, interesados en la maniobra golpista, desahuciasen ese tipo

de relaciones con la dirección oficial del Ejército y privilegiasen la

actitud de abierto compromiso con las ideas de un golpe militar de

otros oficiales de esa misma rama, pero de reconocidas tendencias

demócrata cristianas, como Oscar Bonilla Bradanovic, Sergio Badio-

la, Washington Carrasco Fernández49, Bernardino Parada Moreno50 y

49 Robinson Rojas sostiene que el contacto de Carrasco era el senador Fran-

cisco Bulnes Sanfuentes. No indica, sin embargo, el autor aquel si dicho

contacto se realizaba con el partido ‘Nacional’ o directamente con el em-

presariado. Nosotros, por el contrario, hemos sido informados que el con-

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Alfredo Canales Márquez51. Todo ello sin descuidar el frente interno,

en donde el contacto se tomó con otro oficial demócrata cristiano, ex

edecán del presidente Frei, coronel de aviación Juan Soler Manfre-

dini, quien se había destacado en solicitar apoyo para el coronel

Roberto Souper con ocasión de la sublevación del Blindado N°2

(‘Regimiento Tacna’), incluso viajando a Valparaíso52.

La actividad de los oficiales de la FACH no iba a terminar allí. Por

el contrario: necesitaban nexos políticos para asegurar el éxito de la

operación que pensaban realizar. Necesitaban, en suma, contactos

con políticos que estuvieren dispuestos a deslegitimar al gobierno de

Salvador Allende y, a la vez, legitimar cualquier asonada golpista.

Sabían que podían contactarse con ciertos dirigentes de agrupaciones

gremiales como la que dirigía Julio Bazán Álvarez (demócrata cris-

tiano), la de Rafael Cumsille Zapapa (también de esa colectividad), y

León Vilarín Marín (igualmente demócrata cristiano); pero se necesi-

taba la ayuda de políticos influyentes. Las conversaciones se realiza-

ron entonces con Juan de Dios Carmona Peralta y Rafael Adolfo Mo-

reno Rojas, ambos anteriores ministros de Defensa del gobierno de

Eduardo Frei. Los nexos de los oficiales de la FACH se iban am-

pliando cada vez más.

A fines de julio de 1973, el senador Patricio Aylwin se contactó

con el hijo del general Sergio Arellano Stark, Sergio Arellano Iturria-

ga quien, en su calidad de militante demócrata cristiano, se desempe-

ñaba en el carácter de gerente de la empresa de publicidad ‘Milla-

hue’, de propiedad de esa colectividad política, a la vez que vicepre-

sidente del directorio de Radio ‘Nuevo Mundo’, también del dominio

tacto de la ‘Democracia Cristiana’ con el general Washington Carrasco era

el dirigente de esa colectividad Jorge Lavandero. 50 El general Bernardino Parada Moreno era familiar (primo) del senador

demócrata cristiano Rafael Moreno. 51 Se señalan, además, como personas con marcadas tendencias demócrata

cristianas a los generales Manuel Torres de la Cruz y a Agustín Toro Dávi-

la, entre otros. 52 Iván De la Nuez sostiene que Frei sabía de la sublevación que pensaba

llevar a cabo Roberto Souper pues se lo había dado a conocer su ‘amigo

personal’, el general de aviación Juan Soler Manfredini. Véase la pág. 88 de

la obra de De la Nuez, citada en (18).

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de ese partido. Aylwin sabía de la existencia del ‘Comité de los

Quince’ (y casi con seguridad, de la ‘Cofradía de Lo Curro’) y estaba

interesado en conocer la opinión de las Fuerzas Armadas en cuanto a

su participación en un posible nuevo Gabinete. Sergio Arellano Itu-

rriaga narra ese hecho de la siguiente manera:

“El día previo a la primera reunión fui invitado por Aylwin a su o-

ficina. Me dijo que quería saber cuál sería la posición de los gene-

rales respecto de una nueva participación de las FFAA en el ga-

binete, uno de los temas que se debatía. Luego de reunirme con mi

padre le transmití a Aylwin los puntos esenciales de las decisiones

adoptadas por el ‘Comité de los 15’. En lo medular era que los ge-

nerales de Ejército consideraban factible que cuatro o cinco altos

mandos asumieran algunas carteras

claves, con plenas facultades de rectifi-

cación en el contexto de los puntos

planteados en el ‘memorándum’ entre-

gado en julio por ese comité”53.

Salvador Allende Gossens

Aylwin pensaba reunirse con el

presidente Allende y necesitaba in-

teriorizarse del pensamiento de los

institutos armados en relación a ese

hecho y así discutir con buenos ar-

gumentos una eventual solución al

conflicto. No imaginaba, sin em-

bargo, que el Jefe de Estado igno-

raba esos acuerdos tomados a es-

paldas suyas. Era obvio que la reu-

nión, citada para el 2 de agosto, fracasara en vista de aquello. Are-

llano lo narra así:

“Nos volvimos a reunir en su oficina del partido. Aylwin me relató

los pormenores de su cita con Allende, manifestándome que ante

su proposición de incorporar militares al Gabinete, el Presidente le

53 González, Mónica: Obra citada en (37), pág. 218.

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había respondido que las Fuerzas Armadas se negaban terminante-

mente a ocupar cargos. Aylwin tuvo una gran limitante: no podía

darse por enterado de la existencia del ‘memorándum secreto’ del

Comité de los 15. De ahí me fui a informar a mi padre del fracaso

del diálogo”.54

Título VI: Los diputados demócrata cristianos aprueban

la deslegitimación del Gobierno Popular. Reacción del general

Prats. El general Bonilla intenta una última gestión con la

‘Democracia Cristiana’. Se malogra el plan. La ‘Democracia

Cristiana’ es informada de la inminencia del golpe.

No deja de ser sugerente la circunstancia que, a mediados de agosto

de 1973, un grupo de siete diputados demócrata cristianos integrado

por José Monares, Baldemar Carrasco, Gustavo Ramírez, Eduardo

Sepúlveda, Lautaro Vergara, Arturo Frei y Carlos Sívori se pusiese

de acuerdo con tres de sus pares del partido ‘Nacional’ (Mario Ar-

nello, Mario Ríos y Silvio Rodríguez) para proponerles la aprobación

de un texto que, conjuntamente con incorporar al mismo un conjunto

de denuncias, representaba

“[…] al Señor Presidente de la República y a los señores ministros

de Estado, miembros de las Fuerzas Armadas y del Cuerpo de Ca-

rabineros, el grave quebrantamiento del orden constitucional y le-

gal de la República que entrañan los hechos y circunstancias refe-

ridos en los considerandos quinto a duodécimo precedentes”.

El texto, que fue aprobado por la Cámara de Diputados el día 22 de

agosto de 1973, en una abierta incitación a intervenir, señalaba en su

considerando décimo catorce, que las Fuerzas Armadas y el Cuerpo

de Carabineros deben

“[…] encaminarse a restablecer las condiciones de pleno imperio

de la Constitución y las leyes y la convivencia democrática, indis-

pensables para garantizar a Chile su estabilidad institucionalidad,

paz civil y, seguridad y desarrollo”.

54 González, Mónica: Obra citada en (37), pág. 220.

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La dirección del partido jamás manifestó su opinión contraria al

proyecto. Por el contrario, en la sala correspondiente de la Cámara de

Diputados donde se discutió la propuesta, un grupo de diputados de-

mócratacristianos —entre los que se puede señalar a Ricardo Hor-

mazábal, Claudio Orrego y César Fuentes—, defendió la redacción

del texto55. A pesar de ello, otro sector de ese partido, temeroso que

dicho acuerdo fuese la autorización explícita que esperaban los ins-

titutos armados para actuar, exigieron que el partido redactase una

declaración aclarando el contenido del acuerdo y negando todo posi-

ble vínculo con un golpe de Estado.

Si bien es cierto que, aceptada esa nueva propuesta, se acordó la

lectura de la declaración en el Parlamento por Eduardo Cerda, secre-

tario general en ese entonces de la DC, no es menos cierto que tal

circunstancia se malogró. No hubo tal declaración; mucho menos su

pública lectura. El acuerdo que deslegitimaba al gobierno de la

‘Unidad Popular’ se mantuvo, y el general Carlos Prats, refiriéndose

al hecho, diría amargamente que era

“[…] un hachazo decisivo, con el que se cercena en dos partes el

tronco de la comunidad nacional”56.

Y si alguien pudiese pensar que la iniciativa de tal acuerdo fue sola-

mente producto de un acuerdo particular entre diputados al margen

de la dirección política del partido ‘Demócrata Cristiano’, las pala-

bras de Rafael Luis Gumucio vienen a desmentir tal ingenuo supues-

to:

“La declaración de la Cámara de Diputados, en agosto de ese año,

base para legitimar la dictadura, fue producto de la directiva demó-

cratacristiana y no podía ser aprobada sin el voto de sus parlamen-

tarios”57.

55 Verbal, Valentina: “La Democracia Cristiana y la verdad histórica”, ‘El

Quinto Poder’, 07 de septiembre de 2013. 56 Ortíz, Roberto: “La DC y el golpe”, Revista ‘Punto Final’. N° 777 de 22

de marzo de 2013, edición digital. 57 Gumucio Rivas, Rafael Luis: “La Democracia Cristiana y el golpe de

Estado”, documento de 07 de septiembre de 2013, disponible en Internet.

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En la carta que escribiera Rafael Luis Gumucio en respuesta a unas

observaciones hechas a un artículo suyo por uno de sus lectores,

señala, además, el historiador:

“[…] el mismo diputado don Bernardo Leighton reconoció públi-

camente que fue engañado para conseguir su voto, y que jamás lo

hubiera hecho de haber sabido que iba a ser el alibi para justificar

el golpe de Estado”58.

Convencido que el golpe de Estado podría evitarse si se realizaba un

acuerdo entre la ‘Democracia Cristiana’ y el Gobierno Popular, tuvo

el general Óscar Bonilla la idea de acercarse al general Carlos Prats

para manifestarle que él, como ex edecán del presidente Frei, podría

hacer un intento de conversar con aquel. Las conversaciones entre

Bonilla y Frei se realizaron. Frei aceptó el acuerdo siempre y cuando

se constituyera un gabinete cívico militar. Pero también esas conver-

saciones también se malograron. La ‘Democracia Cristiana’ declaró

sin efecto el pacto aduciendo que la ‘Unidad Popular’ no había cum-

plido los términos del mismo. El camino al golpe quedaba allanado.

Los intentos de llegar a un arreglo entre la ‘Democracia Cristiana’ y

la ‘Unidad Popular’ jamás cejaron por parte del gobierno de Salvador

Allende; tampoco de parte del sector más lúcido de la organización

política falangista. Por eso, amargamente, le confesaría más tarde

Radomiro Tomic a Fernando Castillo Velasco, en cierta oportunidad:

“Dos veces me he sentido traicionado. La primera fue durante mi

candidatura, por el débil apoyo que me entregara el presidente E-

duardo Frei Montalva —camarada e íntimo amigo—, y la segunda,

el rechazo de Salvador Allende —también mi amigo—, al ofreci-

miento que le hice para constituir con mi partido un gran frente y

llevar a cabo los proyectos que ambos compartíamos”59.

58 Gumucio Rivas, Rafael Luis: “Carta respuesta a don Héctor Toledo”, de

fecha 22 de abril de 2016. 59 Echeverría Yáñez, Mónica: Obra citada en (47), pág. 89.

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No obstante, tenía razones el presidente Allende para negarse a

celebrar tal alianza. El partido ‘Demócrata Cristiano’ era conducido

por Patricio Aylwin, tenaz opositor suyo y representante de la frac-

ción mayoritaria de la militancia; Radomiro Tomic, por el contrario,

era el vocero de una simple minoría. Y, en política, los acuerdos no

se toman con las minorías.

Determinado el día que se iba a realizar el golpe (martes 11 de sep-

tiembre de ese año), solicitó Sergio Arellano Stark a su hijo Sergio

Arellano Iturriaga, militante demócrata cristiano, visitar al político e

ideólogo de ese mismo partido Genaro Arriagada a fin de darle a

conocer el suceso, en tanto él hacía lo mismo directamente con el ex

mandatario Eduardo Frei Montalva.

“Mi padre informó al ex Presidente Frei Montalva y yo hice lo

mismo con Genaro Arriagada, con quien trabajaba en ese partido

(la Democracia Cristiana), del cual yo era militante”60.

Años más tarde y en conocimiento de la información que había en-

tregado Sergio Arellano Iturriaga al diario español ‘El País’ y publi-

cada en ese rotativo, Genaro Arriagada diría, al respecto:

“[…] no recuerdo que Arellano Iturriaga me haya informado antes

del día en que ocurriría el golpe militar. Si lo hizo, en Chile todo el

mundo sabía que las Fuerzas Armadas iban a dar un golpe de Esta-

do para derrocar al gobierno de Allende”. […] el ex Presidente

Frei Montalva está muerto y no se puede defender de esos di-

chos”61

Con todo, no deja de ser sorprendente, sin embargo, un curioso

hecho. El día 11 de septiembre, y a poco de consumarse el golpe de

Estado en contra del gobierno de la ‘Unidad Popular’, buscó refugio

en casa del empresario Clemente Pérez Zañartu, un conocido dirigen-

te de la ‘Izquierda Cristiana’. Cuál no sería su sorpresa al encontrarse

60 Cable de Agencia EFE reproducido por el diario El País de 27 de mayo de

2012, citado por ‘La Nación’ digital de fecha 28 de mayo de 2012. El

original está con negrita. 61 Cable de Agencia EFE, id. (60). El original está con negrita.

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allí, también en calidad de refugiado ante una eventual represalia en

contra de su padre, al joven Eduardo Frei Ruiz-Tagle quien había

llegado hasta ese lugar un día antes del golpe. Quién le avisó de la

inminencia del golpe en esa precisa fecha al que se desempeñaría

años más tarde como presidente de Chile, constituye aún, hasta hoy,

un misterio.

Título VII: Participación de la ‘Democracia Cristiana’ en la

realización del golpe militar.

Los testimonios que dan cuenta de los constantes encuentros entre

connotados dirigentes de la ‘Democracia Cristiana’ con la alta oficia-

lidad de las Fuerzas Armadas son abundantes; se conocen, incluso,

los nombres de quienes tenían la misión de realizar tales encuentros.

Por ello, no son desconocidos los de Juan de Dios Carmona Peralta,

Juan Hamilton Depassier, Sergio Ossa Pretot, Eduardo Frei Montal-

va, Patricio Aylwin Azócar, Rafael Moreno Rojas, Julio Bazán Álva-

rez, Rafael Cumsille Zapapa, León Vilarín Marín, Guillermo Medina

Gálvez y muchos otros. La ‘Democracia Cristiana’ tenía, igualmente,

al interior de los institutos armados, oficiales de su entera confianza

y de reconocida tendencia falangista que manejaban las relaciones

con otras instancias, manteniendo estrecha colaboración con la diri-

gencia de la ‘Democracia Cristiana’ (Sergio Arellano, Óscar Bonilla,

Alfredo Canales, Sergio Badiola, Juan Soler, Humberto Gordon, en

fin).

Patricio Aylwin, no obstante, en una entrevista que le hiciera Mó-

nica González, niega que hubiere existido una relación institucional

tanto personal como institucional (de su partido) con las Fuerzas Ar-

madas.

“Yo personalmente y el partido oficialmente nunca tuvimos con-

tacto con las Fuerzas Armadas”62.

Pero la circunstancia que dichos contactos no se hicieran ‘oficial’ ni

‘personalmente’ no implica la inexistencia de encuentros ‘extraofi-

62 González, Mónica: “Patricio Aylwin y las heridas de 1973”, CIPER Chi-

le, 19 de abril de 2016.

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ciales’ o por interpósita persona. Ya los hemos visto en el caso que

cita Sergio Arellano Iturriaga cuando relata el llamado que recibió

del presidente del partido ‘Demócrata Cristiano’ invitándolo a con-

versar a su oficina para inquirirle acerca de la situación de los insti-

tutos militares previo al golpe de 1973.

Sin perjuicio de lo anteriormente expresado, existen abundantes

testimonios sobre las cordiales relaciones que esos mismos altos per-

soneros de la colectividad política falangista mantenían, igualmente,

con el gobierno norteamericano (consecuentemente, con su máximo

organismo de inteligencia, la ‘Central Intelligence of America’

CIA)63. No puede, por tanto, colegirse de lo aseverado que tal partido

estaba únicamente al tanto de lo que sucedía en el país, sino que par-

ticipaba activamente como actor en los sucesos que día a día se de-

sencadenaban; en palabras más directas, la ‘Democracia Cristiana’

cumplía un rol que no se reducía simplemente a colaborar en la ges-

tación de la asonada que iría a poner término al gobierno de la ‘Uni-

dad Popular’ sino, lisa y llanamente, trabajaba para provocarla.

En efecto, si el partido ‘Demócrata Cristiano’ pretendía disputarle

la conducción política de la nación a la representación natural de las

clases y fracciones de clase dominantes, debía, ante todo, asumir su

calidad de representante indiscutido del sector más lúcido y dinámico

del capitalismo mundial. Y para ello debía mostrar una alternativa

diferente a la ofrecida por la ‘Unidad Popular’, ser su oposición, su

natural antagonista. En otras palabras, no vacilar si, para obtener sus

objetivos, necesitaba, incluso, recurrir a lo que el Barón Von Bogu-

lasky denominaba ‘facultad de ejercer el derecho proverbial al golpe

de Estado’.

Sin embargo, para esos fines, contaba solamente con los postulados

que había enarbolado Eduardo Frei Montalva años atrás cuando era

presidente del país. Pero eran esos principios los que empezaban a

ceder espacio en otras regiones del sistema capitalista mundial. Tarde

63 Los contactos con la CIA, para los efectos de la coordinación del paro

nacional de octubre de 1972, se realizaron con los dirigentes demócratacris-

tianos Santiago Pereira y Ernesto Vogel; con posterioridad al golpe, ambos

dirigentes alteraron sus roles: Pereira pasó a participar en el CODES junto a

Eduardo Long y Clotario Blest; Vogel se unió al grupo conservador de E-

duardo Ríos.

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se daría cuenta su dirigencia que, en esos trajines, se hundiría inexo-

rablemente en esa trampa descomunal ante la cual, años antes, había

precavido Radomiro Tomic:

“Cuando se gana con la derecha, es la derecha la que gana”.

Algunos personeros de la ‘Democracia Cristiana’ que, con poste-

rioridad al golpe, firmaron la llamada ‘Carta de los trece’ — como

Mariano Ruíz-Esquide— junto con plantear que ellos no estuvieron

de acuerdo con esa idea, reconocen que

"[…] el resto de la DC, que no compartía esta visión, su manera de

enfrentar el punto era el mal menor. Si había un golpe, muchos DC

y la propia declaración de la directiva, apunta a decidir frente a dos

alternativas". "Los que nos quedamos no proponemos ni impulsamos, pero sí

entendemos menos peor, por decirlo de alguna manera, aquél

golpe que va a ser corto y no largo como podría en aquel enton-

ces, un golpe de carácter marxista, al estilo de Cuba […] esa fue

la diferencia y por qué se hizo la carta del 13 y la declaración del

partido"64.

Por su parte, Belisario Velasco indica que en la llamada ‘Carta de los

trece’

“[…] señalábamos en forma muy humilde, que todos éramos

responsables de lo que estaba ocurriendo en el país, gobierno y

oposición". "Así que hace cuarenta años atrás, frente al país, pedimos también

disculpas por lo que estaba ocurriendo. Y agregar que ya, en de-

mocracia, el primero en pedir perdón al país fue el Presidente

Patricio Aylwin, electo por la Concertación, la democracia y

movimientos que lo acompañaban, pidiendo perdón por la vio-

lación que se había hecho de los derechos humanos durante esa

noche de 17 años […]"65

64 Redacción: “Dirigentes históricos DC y golpe militar: ‘Todos éramos res-

ponsables de lo que ocurría en el país, gobierno y oposición’”, ‘La Tercera’,

06 de septiembre de 2013, edición digital. El original está con negrita. 65 Redacción: Id. (64). En el original se usa la negrita.

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Los antecedentes que existen dan, sí, a entender que la ‘Democracia

Cristiana’ fue parte y actor principal en el proceso de asestar el golpe

de Estado contra el Gobierno Popular. Valentina Verbal así lo esti-

ma:

“La DC no solo apoyó el golpe de 1973, sino que incluso lo pro-

pició”66.

Pero si bien está claro que el partido ‘Demócrata Cristiano’ jamás

tomó el acuerdo institucional de aceptar un golpe militar en contra de

la ‘Unidad Popular’, no resulta menos claro aseverar que para reali-

zar cometidos de esa naturaleza es irrelevante tal tipo de acuerdos.

Renán Fuentealba, ex presidente de dicha coalición, lo señala con

extraordinaria claridad:

“El partido (PDC) ninguno de sus órganos tomó un acuerdo del

golpe, pero que el 90% pedía el golpe, lo pedía, quería el golpe”67.

Cuando así ocurre, la vía más expedita para dar el consentimiento es

el silencio y la inacción. Es lo que frente a esa disyuntiva haría la

‘Democracia Cristiana’. En una carta enviada a Gabriel Valdés a fi-

nes del año 1973, el ex senador demócrata cristiano Renán Fuen-

tealba denuncia que los intentos de buscar una salida a la crisis de

esos meses habían sido una farsa pues ni la directiva de esa coalición

ni su presidente (Patricio Aylwin) tenían interés alguno en parar el

golpe.

“Nunca hubo la intención clara y determinada de hacer un esfuer-

zo máximo para buscar una salida democrática. Más bien hubo una

farsa de conversaciones, cuyo éxito no se deseaba realmente. Los

hechos demuestran que hay muchos comprometidos en el ‘pronun-

66 Verbal, Valentina: Id. (55). En el original se emplea la negrita. 67 Garviso, Eleazar: “Renán Fuentealba: ’Los militares no querían dar el

golpe si la DC no les daba luz verde’”, ‘El Día’, 11 de septiembre de 2013,

edición digital.

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ciamiento’, el cual se trata de justificar enviando al extranjero de-

legaciones”68.

Sobre la responsabilidad de la ‘Democracia Cristiana’ en el desen-

cadenamiento del golpe militar de 1973 existe, por lo demás una

carta redactada por el ex candidato presidencial Radomiro Tomic

Romero en la cual éste cita cinco acontecimientos que muestran la

inequívoca maniobra de esa organización política en orden a provo-

car una salida de carácter militar al conflicto. Esos acontecimientos

serían:

1. La petición del presidente de la DC Patricio Aylwin, de 9 de

agosto de 1972, al Gobierno Popular de organizar un ministerio con

presencia institucional de uniformados. Una vez organizado el Gabi-

nete, el partido se desligó del compromiso y exigió la renuncia de los

militares.

2. El directo y decidido apoyo que prestó la DC a la huelga de

los camioneros y otros sectores gremiales, de carácter

“[…] ilegal y absolutamente inmoral a la luz de la moral cristiana

[…]”69

3. La declaración de la Cámara de Diputados de 22 de agosto

de 1973 declarando ilegal al Gobierno Popular.

4. La declaración de la directiva nacional del PDC de 12 de

septiembre de 1973 dando su apoyo a la Junta de Gobierno.

5. La actitud pasiva del Parlamento frente a la asonada del 11

de septiembre de 1973 o, como lo señala el propio denunciante,

“[…] el silencio del Congreso Nacional, poder constitucional cuyas

dos ramas estaban bajo el control de la Democracia Cristiana, que

se negó a todo pronunciamiento de solidaridad con el gobierno a

raíz de la tentativa de golpe de Estado del 29 de junio y que aceptó

sin protesta la clausura el 11 de septiembre”70.

68 Guerra, Rubén: “El lado ‘B’ de la DC para el golpe de 1973”, ‘El Repuer-

tero’, 23 de septiembre de 2013, edición digital. 69 Guerra, Rubén: Id. (68). 70 Guerra, Rubén: Id. (68).

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Meses después de haber hecho esas declaraciones, Tomic agregaría:

“[…] la Democracia Cristiana no puede pedir para sí el papel de

Poncio Pilatos en el desastre institucional. La gravitación de lo que

se hace o se deja de hacer cuando se controla el cuarenta por ciento

del Congreso Nacional, el treinta por ciento del electorado nació-

nal, el treinta y dos por ciento de los trabajadores organizados en la

CUT, el cuarenta por ciento del campesinado y las organizaciones

juveniles chilenas, diarios, radio y TV, cinco de las ocho universi-

dades del país, la gravitación, digo, de una fuerza de tal envergadu-

ra, tiene efectos decisivos por sus acciones o por sus omisiones”71.

Título VIII: Participación de otros partidos o movimientos en la

asonada de 1973.

A diferencia de lo que sucedía con la ‘Democracia Cristiana’ en

donde es, hoy, posible descubrir una línea conspirativa que va desde

los inicios del golpe hasta 1976, no existe en el sector que representa

políticamente de modo natural el interés de las clases y fracciones de

clase dominantes, constancia alguna de vinculaciones o encuentros

conspirativos orientados a poner fin al Gobierno Popular, con la sola

excepción de la actuación de Sergio Onofre Jarpa, bastante disminui-

da frente a los otros actores, que es mencionada en encuentros pre-

vios con oficiales a la asonada golpista. Así, podemos asegurar que

no existe mención (a Francisco Bulnes se le señala como partícipe en

uno o dos encuentros) alguna de otros personeros del partido ‘Nacio-

nal’ en ese tipo de actividades; tampoco se sabe que dirigentes de la

‘Democracia Radical’ o del partido de ‘Izquierda Radical’ hayan

mantenido conversaciones de tal naturaleza con esos institutos.

Se sabe que sí estuvieron en contacto con las Fuerzas Armadas tan-

to los dirigentes del gremialismo como los del movimiento ‘Patria y

Libertad’ y las directivas de distintas asociaciones gremiales, pero no

encuentros con los llamados ‘políticos de derecha’, de la naturaleza

que existieron con la ‘Democracia Cristiana’. De lo cual puede de-

ducirse que los institutos armados sólo se entendían con quienes

71 Guerra, Rubén: Id. (68).

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hablaban el lenguaje militar o de las armas, es decir, con grupos

armados como lo eran los sectores gremialistas y el movimiento ‘Pa-

tria y Libertad’, con sectores u organizaciones gremiales (Orlando

Sáenz y Benjamín Matte) y con personeros vinculados al partido

‘Demócrata Cristiano’.

No deja de llamar la atención, sin embargo, que los otros contactos

mantenidos por los militares en la fase de preparación del golpe se

hayan establecido con los grandes empresarios como lo era Agustín

Edwards o su empleado Jorge Fontaine. Este comportamiento puede,

a primera vista, interpretarse como una inequívoca intención de la

oficialidad golpista de quererse entender con el estamento más repre-

sentativos del poder empresarial y no con su expresión política. Lo

que, en el lenguaje popular, se acostumbra a expresar en Chile con la

frase ‘No me entiendo con los peones sino con el dueño del fundo’72.

En los prolegómenos al golpe, no hay mención a Víctor García Gar-

zena, Patricio Phillips Peñafiel, Germán Riesco Zañartu, Mario Ar-

nello Romo, Arturo Alessandri Besa, en fin; tampoco la hay respecto

de Luis Bossay Leiva, Alberto Baltra Cortés, Domingo Durán Neu-

mann, René Abeliuk, Mario Papi, Manuel Sanhueza, Julio Durán

Neumann, Angel Faivovich, Raúl Morales, Pedro Enrique Alfonso,

en fin. Lo cual permite suponer que el instinto de clase de los secto-

res golpistas les hacía entender que la representación política natural

de los sectores dominantes estaba siendo superada por los aconteci-

mientos y que era necesario ignorarla. No así a su representación

espuria (la ‘Democracia Cristiana’) que parecía tener una finalidad,

que contaba con un gran respaldo ciudadano, que poseía un plan a

aplicar en caso de un relevo gubernamental y que mantenía fuertes

vínculos con el gobierno norteamericano.

Es curioso, incluso tratándose de la participación de personeros de

la llamada ‘derecha’ en el gobierno de Augusto Pinochet, que la pre-

sencia de algunos de aquellos solamente se haya hecho manifiesta en

situaciones específicas. Así, por ejemplo, la figura de Sergio Diez

72 Buscat cita como ‘generales civiles’ a “Agustín Edwards Eastman, Sergio

Onofre Jarpa, Jaime Guzmán Errázuriz, Pablo Rodríguez Grez, Eduardo

Frei Montalva, Jorge Fontaine Aldunate, León Villarín Marín, Julio Bazán

Alvarez, Orlando Sáenz Rojas, Mario Valdés, Benjamin Matte, Hugo León,

Raúl Hasbún, etc. [...]”

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79

adquiere notoriedad únicamente en el momento de su nombramiento

como representante de las nuevas autoridades para los efectos de

defender ante las Naciones Unidas la legitimidad de la Junta Militar;

la de Julio Phillipi, con ocasión de su nombramiento en el Consejo

de Estado, y la de Sergio Onofre Jarpa adquiere relevancia solamente

cuando, en 1983, es llamado a desempeñar el cargo de ministro del

Interior con la misión de neutralizar las protestas que amenazaban

echar abajo a la dictadura.

Existe, no obstante, una razón que puede explicar este aparentemen-

te extraño comportamiento; no debería sorprender que dicha razón

deba considerarse como la más importante de todas. Ella nos fue re-

velada por personas que estuvieron ligadas al partido de ‘Izquierda

Radical’ PIR y dice relación con un problema de cautela política.

Los sectores que representaban naturalmente a las clases y frac-

ciones de clase dominadas no tenían confianza en la dirección de las

Fuerzas Armadas pues temían un golpe de Estado que favoreciera a

los sectores gubernamentales y se estableciera en Chile una ‘dictadu-

ra del proletariado’ (o ‘del partido’) terminando con todos los espa-

cios de libertad que existían73. Dado que ese era el pensamiento do-

minante entre los sectores que representaban naturalmente el interés

de las clases y fracciones de clase dominantes, las instituciones ar-

madas no tenían otra alternativa que confiar en el apoyo que podían

recibir de la ‘Democracia Cristiana’, partido mayoritario y represen-

tativo del interés del empresariado y de las asociaciones gremiales.

Así, pues, el camino quedaba allanado para que esa organización

política, que tenía contactos con la oficialidad y bases que apoyaban

mayoritariamente la idea del golpe, tomase la conducción y consu-

mación del golpe militar en contra de la ‘Unidad Popular’.

No dice verdad, por tanto, el ex presidente Patricio Aylwin cuando

asegura:

73 Los partidos que representaban los intereses de clase de los sectores do-

minantes estaban convencidos que el general Prats, el almirante Montero y

el general Ruíz eran fervientes partidarios de la ‘Unidad Popular’ y que po-

drían dar un golpe de Estado que consagrara el ‘comunismo’ y condujera a

una ‘dictadura del proletariado’.

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80

“[…] Bonilla nunca me dijo que estuviera dispuesto a dar un Golpe

de Estado. Yo no se lo oí. No me cabía duda de que al interior del

Ejército y en la derecha había sectores golpistas. La derecha quería

el Golpe”74.

No haber oído decir al general Bonilla que estuviese dispuesto a dar

un golpe de Estado y atribuir exclusivamente ese deseo a ‘la derecha’

nos parece una broma de mal gusto como muchas otras. El deseo de

dar ese golpe de Estado era preferentemente de los sectores demócra-

tacristianos, como lo denunciara su propio ex presidente de esa co-

lectividad Renán Fuentalba, circunstancia vastamente conocida hoy

por los sectores que hoy defienden el interés de las clases y frac-

ciones de clase dominantes como lo es la ‘Unión Demócrata Inde-

pendiente’ UDI. Lo cual no significa afirmar que los sectores natu-

ralmente representativos del interés de las clases y fracciones de

clase dominantes no lo anhelaran. Baste recordar las palabras de

quien fuera su abanderada presidencial, Evelyn Matthei, en 2013 y

con ocasión de recordarse los 40 años de la asonada militar:

“[…] cada uno tiene que hacerse cargo de su pasado. El golpe no

vino porque sí, no vino de la nada. La Democracia Cristiana pidió

prácticamente el golpe. Hubo situaciones anteriores gravísimas.”75

Esta vocación golpista de la dirigencia demócratacristiana era tan

manifiesta que, días después de realizada la asonada, cuenta Juan

Sebastián Gumucio Rivas que, al concurrir a la casa de Bernardo

Leighton Guzmán, pudo presenciar algo que le llamó profundamente

la atención.

“Visité a don Bernardo Leighton en su casa de Martín de Zamora

en los días posteriores al golpe.

Me recibió con el cariño de siempre en su pequeño escritorio.

Su indignación con sus camaradas golpistas era tan intensa que en

las fotos que tenía en su escritorio y que daban cuenta de su histo-

74 González, Mónica: Obra citada en (62). 75 Schmal, Rodolfo: “La Democracia Cristiana y los 40 años del golpe mi-

litar”, ‘El Quinto Poder’, 30 de agosto de 2013.

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ria política se había dado el trabajo tachar los rostros de los DC

golpistas con unas telemplásticas blancas. Recuerdo la foto del ga-

binete de Frei, en que nuestro querido tío Bernardo fue Ministro

del Interior, en que quedaban libres de ocultamiento unos poquí-

simos rostros. La mayoría aparecía castigada por don Bernardo con

las referidas cintas blancas”76.

Como lo veremos más adelante, la llamada ‘derecha’ tenía evidentes

aprehensiones de participar directamente en la asonada por temor a

que esa acción se volviera en contra suya, temor que no acometía a

una ‘Democracia Cristiana’ confiada de tener tras ella todo el poder

del gobierno norteamericano. En gran medida, sería ese miedo lo que

precipitaría la desaparición completa de la representación política

natural de los sectores dominantes y su posterior reemplazo por una

nueva estructura política, nacida tanto de las cenizas del gremialismo

como de una juventud creada al amparo de la dictadura, una juventud

pinochetista, convencida, también, de haber tomado en sus manos la

divina misión de mantener a salvo ese Chile recuperado de las garras

del marxismo por los institutos militares.

76 Carta (mail) enviado por Juan Sebastián Gumucio Rivas a su hermano

Rafael Luis el 29 de abril de 2016. Copia en poder del autor.

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PARTE II: CONSUMACION Y AFIANZAMIENTO

Título I: Otro poco de teoría social para explicar

la situación de los partidos con posterioridad

al golpe militar.

as Fuerzas Armadas no son solamente el garante de la perma-

nencia del Estado sino puede, incluso, afirmarse que constituyen

el Estado mismo pues éste no es sino la organización de las clases y

fracciones de clase dominante para los efectos de su dominación. El

Estado es una relación de fuerza; por lo mismo, es una relación so-

cial. Por eso, tras los institutos armados, siempre han de encontrarse

las clases que dirigen el país, los verdaderos dueños del espacio terri-

torial denominado nación. Estas clases y fracciones de clase luchan

por imponer sus intereses, pero no lo hacen directamente sino repre-

sentadas por partidos que actúan dentro de una escena política nació-

nal; dichas organizaciones aún cuando luchan entre sí constantemen-

te para entregar a quienes representan la conducción hegemónica del

conjunto social, actúan estrechamente unidas cuando se trata de ase-

gurar su preeminencia sobre las clases dominadas. Es parte de la cul-

tura que les otorga su carácter dominante: actúan unidas. Solamente

cuando saben que las clases dominadas se encuentran absolutamente

derrotadas, las luchas de las clases y fracciones de clase dominantes

en pugna por la defensa de sus intereses se desencadenan, se hacen

manifiestas y pueden hasta alcanzar caracteres dramáticos. Es lo que

sucede cuando un golpe militar pone fin a las pretensiones de intro-

ducir cambios que ponen en peligro la supervivencia del sistema; es

lo que sucedió en Chile tras el golpe militar de 1973.

Las explicaciones que entregamos en la primera parte de este tra-

bajo acerca de la representación que asumen los partidos políticos

pueden, también, servirnos para comprender mejor el tema que nos

ocupa. En un Estado dictatorial, la representación política de las cla-

ses y fracciones de clase dominadas sufre un duro revés: sus partidos

son disueltos, sus sindicatos intervenidos, la prensa que poseen es

cerrada en tanto las fuerzas policiales y de seguridad persiguen a sus

militantes. Entonces, la escena política no tiene razón de ser y desa-

parece para ceder espacio a una escena militar.

L

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Al lado opuesto, en un golpe de Estado, la representación política

natural de las clases y fracciones de clase dominantes no reacciona

de la misma manera: generalmente se autodisuelve, se subordina al

nuevo poder que se instaura y acepta que su representación sea asu-

mida de pleno derecho por los institutos armados; por consiguiente,

presta toda su colaboración a ese propósito; sabe que las Fuerzas

Armadas asumen la representación informal de las clases y fraccio-

nes de clase dominantes que, hasta ese momento, ella representó;

sabe que los institutos armados son el Estado.

No ocurre lo mismo con los representantes espurios del interés de

las clases y fracciones de clase dominantes que estiman las asonadas

militares como sucesos eminentemente transitorios cuya finalidad

debería consistir en devolver, a la brevedad, el mando de la nación a

las organizaciones políticas que ellos han creado. Por eso, no disuel-

ven sus partidos sino los mantienen expectantes, en una situación de

verdadera ‘alegalidad’ respecto de las normas que emanan de la dic-

tadura, comportándose como si estuviesen en democracia. Pero en la

escena militar, las contradicciones pueden resolverse con extrema

violencia.

Las descripciones precedentes nos permiten entender lo que bajo la

dictadura pinochetista sucedió, en verdad, con los partidos que ha-

bían constituido y abolido la ‘Confederación Democrática’ CODE,

en especial, los partidos ‘Demócrata Cristiano’ y ‘Nacional’.

Por una parte, y en concordancia con lo expresado precedente-

mente, el partido ‘Nacional’ no intentó, en modo alguno, mantenerse

como entidad viva tras la realización del golpe de 1973. Por el con-

trario, luego de saludar a los nuevos gobernantes de facto, su dirigen-

cia realizó un nuevo cónclave para acordar la disolución de la colec-

tividad. La representación política formal de las clases y fracciones

de clase dominantes reconocía al estamento militar como única y

legítima expresión de ese interés anteriormente defendido por ella y

se subordinaba a su conducción. Sabía que los acuerdos que comen-

zaba a adoptar la Junta Militar en orden a disolver las colectividades

políticas no le empecían y se adelantaba a esos sucesos. Desaparecía,

a la vez, con ese acto, de la escena política nacional (transformada ya

en escena militar) para dar paso a una nueva representación de los

sectores dominantes que se iría conformando en el tiempo bajo el

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amparo de las armas. Una estructura política que representaría con

mayor propiedad los cambios que la dictadura estaba produciendo en

la república sudamericana. La era del partido ‘Nacional’, de la ‘De-

mocracia Radical’, de ‘Patria y Libertad’, del partido de ‘Izquierda

Radical’ había terminado.

No ocurría de la misma manera con la ‘Democracia Cristiana’ que,

como lo veremos en el párrafo que se sigue más adelante, concurriría

a conversar con los nuevos gobernantes acerca del destino de las

organizaciones políticas y de los plazos que se darían aquellos para

normalizar la situación nacional. La dirigencia falangista, sintiéndose

autor y cómplice de la asonada, esperaba jugar un rol decisivo en la

construcción de la nueva fase que se iniciaba el 11 de septiembre de

1973. Pero, lamentablemente, así no sucedería; sus anhelos queda-

rían truncos.

Título II: La Junta Militar se instala. Primer Gabinete.

Los primeros mandos medios del Gobierno Pinochetista.

Saludo de organizaciones y personalidades.

La dirigencia del partido ‘Demócrata Cristiano’ se reúne

con la Junta Militar.

A poco de instalarse en el edificio del Ministerio de Defensa (más

tarde lo haría en el Edificio ‘Gabriela Mistral’ —donde antes había

funcionado la UNCTAD III—) comenzó la Junta Militar de Gobier-

no a recibir el reconocimiento de numerosas organizaciones y perso-

nalidades del país. Una de éstas fue el entonces presidente del Sena-

do Eduardo Frei Montalva quien, en dicha calidad, concurrió hasta e-

se lugar, tripulando el automóvil de la corporación, a fin de dar su

apoyo a las nuevas autoridades. Cumplida la misión y al momento de

despedirse de aquellas e intentar el regreso, fue notificado de una de-

sagradable noticia: las autoridades militares habían declarado di-

suelto el Parlamento por lo que el vehículo en que viajaba (propiedad

de esa institución) le debía ser incautado a partir de ese mismo mo-

mento77.

77 Pinochet, Augusto: “El día decisivo”, Editorial Andrés Bello, Santiago,

1980, pág. 153.

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Reimann y Rivas relatan el incidente de una manera un tanto di-

ferente señalando que, a Frei, un coronel, cuyo nombre no indican,

“[…] lo recibió con modales cortantes y le hizo probar su identidad

[…]”

Concluida esa inspección, dispuso que le fuese confiscado el au-

tomóvil de inmediato ordenando que el ex presidente debía

“[…] regresar a su domicilio en un jeep militar conducido por un

cabo”78.

Así como los partidos que representaban naturalmente a las clases y

fracciones de clase dominante desconfiaban de la dirección de los

institutos armados y temían un golpe favorable a los intereses de las

organizaciones políticas que estaban en el gobierno, también la Junta

Militar no confiaba en el estamento civil más que en quienes habían

estado con ellos en los preparativos del golpe y ciertas personas que

la alta oficialidad conocía. No debe sorprender, entonces, que las di-

ferentes instituciones de la estructura administrativa del Estado fue-

sen ocupadas por uniformados y ex uniformados como si tal reparto

apareciese ante los demás en el carácter de un verdadero botín de

guerra. En verdad, algo había de todo eso, pues no debe olvidarse el

compromiso que tenía el estamento militar dirigente con quienes ha-

bían trabajado junto a ellos para hacer posible la asonada. El primer

gabinete es un elocuente testimonio de esa ‘gratitud’. Al asumir el

control total de la nación, los nuevos gobernantes prefirieron, en un

comienzo, rodearse de elementos provenientes de sus propias filas.

Por eso, su primer Gabinete no estuvo integrado más que por dos ci-

viles, personajes que fueron propuestos por Augusto Pinochet y José

Toribio Merino bajo la excusa de haber sido viejos conocidos suyos

y no porque fuesen grandes figuras de la política nacional79.

78 Reimann, Elizabeth y Rivas, Fernando: “Chile: Antecedentes para un aná-

lisis”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977, pág. 18. 79 Estas personas fueron el profesor José Navarro Tobar (Educación) y el

abogado Gonzalo Prieto Gándara (Justicia).

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Esta forma de repartirse el ‘poder’ se reprodujo en todas las ins-

tancias inferiores dentro de la pirámide jerárquica estatal; las em-

presas del Estado y la banca quedaron a cargo de ‘delegados de Go-

bierno’ que asumieron sus cargos como otrora lo hicieran los criti-

cados interventores de la Unidad Popular.

Sin embargo, no deja de sorprender que la administración de mu-

chos de esos servicios fuese entregada a reconocidos militantes de la

‘Democracia Cristiana’ como sucedió, por ejemplo, con Gonzalo Co-

varrubias Sanhueza (hermano del general Sergio Covarrubias San-

hueza, también simpatizante de esa colectividad) quien, conjun-

tamente con Héctor Fuenzalida Labbé, tomó la dirección del Banco

Nacional del Trabajo; Gonzalo Barriga Cavada lo hizo en la Com-

pañía de Cobre Salvador, luego del asesinato de su gerente general

Ricardo García Posadas. También connotados miembros de la ‘De-

mocracia Cristiana’ participaron activamente en la administración

del Estado durante los primeros meses (y años) del Gobierno Pino-

chetista, entre otros, Juan de Dios Carmona Peralta, Sergio Ossa Pre-

tot, Jorge Cauas Lama, Gonzalo Prieto (hombre cercano a Tomic que

se desempeñó como ministro de Educación), Andrés Eugenio Rillón

Romanini (que era Director del Registro Electoral), William Thayer

Ojeda, Germán Becker, Pedro José Rodríguez, Enrique Evans, En-

rique Krauss, Enrique Cummings, Modesto Collados, Alejandro Sil-

va Bascuñán, Carlos Massad, Andrés Sanfuentes y Álvaro Bardón;

en otros ámbitos, Juan Hamilton Depassier asumió el Sistema Nacio-

nal de Ahorro y Préstamos SINAP; Humberto Pizarro, la Caja Ban-

caria de Pensiones; Carlos Dupré ingresó a la Dirección de Industria

y Comercio DIRINCO; Jorge Navarrete Martínez, en la calidad de

Agregado de Prensa del Gobierno en Inglaterra, país desde donde fue

expulsado por el Gobierno Laborista acusado de estar trabajando

para la Dirección de Inteligencia Nacional DINA; en las dependen-

cias del ministerio del Trabajo Salustio Montalva Concha, primo del

ex mandatario Eduardo Frei Montalva; a cargo de la Dirección del

Trabajo, el abogado Guillermo Videla; en San Felipe el alcalde de-

mócratacristiano Juan Fuentes Gallardo fue confirmado en su cargo

por la Junta y él, en agradecimiento a esa muestra de confianza, donó

una medalla de oro para la ‘reconstrucción nacional’; en la misma

ciudad la dirección del Liceo la asume el demócratacristiano Gilberto

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Valdés Aranda; en Concepción fueron nombrados Fiscal Militar y

Fiscales Navales los demócratacristianos Gonzalo Urrejola Arrau,

Fernando Jiménez Larraín y Armando Cartes Sagredo, respectiva-

mente, quienes tuvieron a su cargo la sustanciación de los procesos

en contra de la dirigencia de los partidos populares. Pero tampoco

deja de sorprender que no se tocase a aquellas organizaciones sindi-

cales cuya dirigencia estaba a cargo de personas que militaban en esa

colectividad. Así sucedió, por ejemplo, con la presidencia de la Fe-

deración Bancaria de Chile, antes en manos del socialista Gabriel

Parada, al asumirla el demócratacristiano Carlos Ortega Roco; la

Confederación de Trabajadores del Cobre quedó en manos de Ber-

nardino Castillo y José Villena; el Sindicato de Trabajadores del

Cobre de El Teniente continuó bajo la dirección del demócratacris-

tiano Guillermo Medina de la misma manera que la CUT provincial

mantuvo a su presidente el demócrata cristiano Manuel Rodríguez; y

el Frente Unitario de Trabajadores FUT, al mando de Ernesto Vogel,

pasó a manos de Carlos Frez quien, afortunadamente, cambió la

dirección política de ese movimiento.

En ese orden de cooperación activa —o, de acuerdo con las expre-

siones de la propia Junta, ‘patriótica colaboración’— de la ‘Demo-

cracia Cristiana’ con los golpistas, no debe dejarse de lado la circuns-

tancia que

“[…] muchos dirigentes sindicales y de base, pobladores y vecinos

en general, jefes de servicios públicos y privados, entregan a las

nuevas autoridades listas con nombres de los militantes y sim-

patizantes de la izquierda. En una reunión celebrada entre los diri-

gentes sindicales de la Caja Bancaria y los abogados Sergio Fer-

nández y Vasco Costa (más tarde, ambos ministro de la dictadura),

el gerente de esa entidad enrostró a los dirigentes demócratacris-

tianos haber entregado las listas de la institución”80.

80 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: “Reseña histórica de la Democracia

Cristiana en Chile”, Estocolmo, octubre de 1985, pág. 13. Los abogados

Sergio Fernández Fernández y Vasco Costa eran funcionarios de la Caja

Bancaria de Pensiones, entidad previsional de los trabajadores bancarios,

expropiada a éstos para ser privatizada y vendida, más tarde, con el nombre

de BanMédica.

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.

Esta cooperación se dio, además, en la participación de ex dirigentes

de esa colectividad política en los mismos organismos represivos.

Así lo confesó el ex agente de la Dirección de Inteligencia Nacional

DINA Otto Silvio Trujillo Miranda,en una entrevista que publicara la

revista ‘Análisis N° 110:

“Yo fui presidente de la Juventud Demócrata Cristiana JDC de

Porvenir. También fui presidente de esa organización y control de

la DC en Punta Arenas. Ese era el tiempo de Fernando Yutronic. Él

era presidente”81.

No fue casual, en consecuencia, que el 26 de septiembre de 1973

bajara del avión, procedente de Caracas, el ingeniero demócrata-

cristiano Raúl Sáez Sáez, hijo del general Carlos Sáez, llamado vía

‘circuito militar’ el 13 o 14 de septiembre por el propio general Jorge

Gustavo Leigh a Caracas, ciudad en la que residía, urgiéndolo a que

regresara; por lo mismo, no fue casual que, a su llegada, tomara con-

tacto, de inmediato, con las autoridades militares y comenzara a tra-

bajar en el carácter de Asesor General de la Junta. Sáez era amigo del

general Jorge Gustavo Leigh Guzmán desde la época en que ambos

trabajaron en la contención de las aguas del Riñihue, luego del terre-

moto del 60. No debe sorprender, por tanto, que en medio de una

discusión sobre las medidas económicas a aplicarse en forma inme-

diata para resolver la crisis que enfrentaba la Junta, propusiese el

general Jorge Gustavo Leigh se consultase, ante todo, su opinión

como ex ministro de Hacienda del presidente Frei Montalva82. Ni que

dicho ingeniero se haya permitido rechazar como eventual primer

ministro de Economía de la Junta a Hugo Araneda y recomendar, en

su reemplazo, el nombramiento de Fernando Léniz Cerda83.

Por lo mismo, tampoco debe considerarse una casualidad el regreso

desde Argentina, en un avión militar de la Fuerza Aérea de Chile

FACH, colocado especialmente para ellos, de Hernán Cubillos, Emi-

81 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), pág. 14. 82 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 56. 83 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 60.

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lio Sanfuentes y nada menos que del ex ministro de Hacienda de

Eduardo Frei, el demócratacristiano Sergio Molina.

Raúl Sáez Sáez

Por eso, puede afirmar un autor que, en esos días posteriores al gol-

pe:

“El Ministro de Hacienda, Almirante Gotuzzo, cita a su despacho

al ex Ministro de Frei, Sergio Molina, recién llegado del extranjero

y le ofrece la Subsecretaría de Hacienda, después de una conver-

sación general sobre la situación económica. Se conocen mucho y

simpatizan desde que el Director de Presupuestos Molina atendía

los requerimientos de recursos para la Armada que le formulaba

Gotuzzo. Molina rechaza el cargo —no le corresponde, después de

haber sido muchos años Ministro de Hacienda— y recomienda a

Victoria Arellano, respetada funcionaria de la Dirección de Presu-

puestos y de la Subsecretaría. Para Director de Presupuestos,

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propone al economista Juan Villarzú, demócratacristiano que for-

ma parte del equipo de ‘El ladrillo’”84.

Sostenemos, aquí, nosotros, que esta ‘colaboración’ no se dio en for-

ma casual; antes bien, obedeció a un plan, a una estrategia de los sec-

tores dirigentes de la ‘Democracia Cristiana’ destinada a colocarse a

la cabeza de los llamados ‘aparatos’ de Estado que constituyen, en

definitiva, los espacios ideales para el ejercicio del poder. Porque no

se disputa la asunción de un cargo de dirección estatal por la simple

circunstancia de obtener un empleo, como lo hace normalmente la

‘clientela’ política de los partidos, sino para dar solución a las con-

tradicciones de clase y ejercer la hegemonía al interior del Estado. Es

esa la labor que va a dar, en definitiva, el carácter de clase de un

partido, un movimiento o una organización social que ejerza el man-

do de un ‘aparato’ de Estado. Sostenemos, en consecuencia, que la

estrategia de la ‘Democracia Cristiana’ fue copar todas las instancias

posibles de dirección dentro de los ‘aparatos’ de Estado a fin de dar

conducción al gobierno de la nación. Para ello, aprovechó todas las

oportunidades en que, por uno u otro motivo, fue llamada su mili-

tancia a desempeñar roles decisivos en la instalación y marcha pos-

terior de la dictadura. Volveremos sobre esta materia en breve.

En este mismo sentido, pudo otro analista, señalar con razón que

“[…] la Democracia Cristiana participó activamente en la gene-

ración de las condiciones que llevaron a la instauración del mili-

tarismo neoliberal en Chile, transformándose en partido opositor

sólo cuando se hizo evidente que la dictadura pretendía llevar a

cabo una reestructuración global de las bases sobre las que des-

cansaban el Estado y la sociedad civil en Chile, descartando la

idea, pensada en un primer momento, que a la intervención militar

le sucedería un rápido restablecimiento institucional con la propia

DC como protagonista. Aún así, varios de sus militantes partici-

paron en el proceso de instalación del régimen. Por ejemplo, Ale-

jandro Silva Bascuñán y Enrique Evans, juristas demócratacris-

tianos cercanos al freísmo, participaron (hasta 1977) de la Co-

84 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 50.

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misión de Estudios de la Nueva Constitución o ‘Comisión Ortúzar’

junto a Jaime Guzmán y otros juristas de derecha”85.

En consecuencia, esta presunta colaboración no fue algo ocasional ni

obedeció a la simple voluntad de cada militante de la organización

falangista sino constituyó una práctica institucional de la misma que

se extendió hasta el año 1976, según el propio Patricio Aylwin lo

reconociera en una entrevista concedida a la revista ‘Cosas’86. No

hay que olvidar que el 12 de abril de 1975, a través de un decreto

publicado en el Diario Oficial bajo el número 966, se confirmaron en

sus cargos a los demócratacristianos Jorge Cauas Lama en el Minis-

terio de Hacienda y a Raúl Sáez Sáez en el de Coordinación y Desa-

rrollo. Cauas y Carlos Massad (también demócratacristiano) se ha-

bían desempeñado como funcionarios del Fondo Monetario Interna-

cional en Washington siendo llamados por Raúl Sáez a trabajar con

él para dar el apoyo a la Junta de Gobierno. Según Fontaine:

“Raul Sáez debe viajar mucho al extranjero para normalizar el

sector externo de la economía. En 1973 negocia con los Estados

Unidos la deuda pendiente de los años 1972 y 1973. En Europa,

negocia dos veces la deuda pendiente con el Club de Paris, aunque

en la segunda debe tratar a distancia por dificultades políticas para

ser admitido en la respectiva reunión”87.

Radomiro Tomic conocía la enorme cantidad de dirigentes demócra-

tacristianos que se habían volcado a apoyar el trabajo de la Junta de

Gobierno. Por eso, en la exposición hecha ante el Consejo Nacional

del PDC el 7 de noviembre de 1973, recordaba críticamente, entre

otras cosas, la enorme responsabilidad que el partido aquel se había

echado sobre los hombros, con las siguientes palabras:

“Un Ministro de Estado democratacristiano, cuatro subsecretarios

demócratacristianos (Economía, Relaciones, Trabajo, Justicia), di-

85 Casals, Marcelo: “Aylwin, el golpe, la dictadura y la transición”, ‘Red

Seca’, 29 de mayo de 2012. 86 González, Mónica: Obra citada en (62). 87 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 67.

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rectores generales demócratacristianos como el del Trabajo, y ase-

sores a granel, no son precisamente demostración de que el Partido

no comparte y no coadyuda con una política cuyas decisiones cen-

trales no son suyas sino ajenas; no sirven los intereses del pueblo

chileno como nosotros lo hemos entendido siempre, sino que los

perjudican. Es una situación administrativo-política excesiva. No

debe prolongarse. Y reitero que salvo los casos excepcionales en

que claramente deba el Partido autorizar a algunos de sus militan-

tes para que asuman responsabilidades de alto nivel, todos los de-

más deben ser notificados expresamente —¡y esto significa ahora

mismo!— que no sólo no representan a la Democracia Cristiana

sino que han sido eliminados de los registros del Partido y que han

dejado de ser demócratacristianos”88.

En su libro de memorias, recientemente editado, intitulado ‘El valor

de los acuerdos’, el ex diputado demócrata cristiano Eduardo Cerda

García recuerda un hecho interesante del cual muchos teníamos

conocimiento aunque no constancia de su ocurrencia: la visita de la

directiva de ese partido a la Junta para conocer acerca de los planes a

futuro de la misma.

“Abrimos la reunión planteando nuestra inquietud por los desa-

parecidos, por la gente que estaba siendo detenida, por las eje-

cuciones por consejo de guerra, por la libertad de prensa. Y tam-

bién manifestamos nuestra preocupación por las declaraciones

oficiales que señalaban que los partidos políticos serían declarados

ilegales.

—Nosotros estamos en una posición constructiva, pero esperamos

que se restablezca rápidamente el orden constitucional y se llame a

elecciones –dijo Aylwin–. La Democracia Cristiana no sabe tra-

bajar en la clandestinidad, sería un error declarar ilegal a la gente

más seria de este país, entre quienes nos consideramos nosotros.

—¿Gente seria?— se burló Pinochet—. Ustedes, los demócrata-

cristianos, son los mayores culpables. Partiendo por Frei, que per-

mitió que existiera el MIR y que hubiera desorden en las calles, ahí

están todas las revueltas. Y las armas que encontramos en todos los

allanamientos”.

88 Tomic, Radomiro: “Testimonios”, Editorial Emisión, Santiago, 1988,

pág. 490.

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La reunión fue tensa y en términos muy poco cordiales, y con-

tinuó con mutuas recriminaciones entre los militares y Aylwin res-

pecto a las armas en manos de civiles. Este último cuestionó a los

generales que en el Estatuto de Garantías Democráticas firmado

entre la DC y Allende habían participado representantes de las

Fuerzas Armadas, a quienes se les concedió que serían estas las

encargadas de procurar el control de armamento. Los ánimos se

caldearon y todo acabó con una fuerte sentencia de Gustavo Leigh:

“Nuestra misión es erradicar el cáncer del marxismo. Y vamos a

disolver todos los partidos políticos. Dense por disueltos, esto se

acabó”89.

En el libro que escribieran Cavallo, Salazar y Sepúlveda se señala

que, a poco de instalada la Junta Militar al frente de la nación, una de

las tareas más inmediata era resolver el problema de los plazos.

“El 4 de noviembre de 1976, la fecha prevista para que Allende

dejara el poder, ofrecía sentido político: un plazo breve, suficiente

‘para restaurar la institucionalidad quebrantada’, con sentido de

continuidad y una carga simbólica ligada a la democracia. Nadie

pensaba seriamente en un régimen más prolongado: la emergencia

formaba parte de la concepción, del desarrollo y de la resolución

del golpe. Quien pudiera imaginarse otra cosa en ese momento,

debía guardar secreto”90.

Este problema no era tan sólo algo que interesase al poder civil. En

su libro ‘Más allá del abismo’, Sergio Arellano sostiene que ese tema

era objeto de discusión frecuente ‘entre los generales’91.

Sobre la base de otras informaciones que amplían aquellas entre-

gadas por Eduardo Cerda en su reciente obra (anteriormente citada),

sostenemos nosotros que el encuentro entre la directiva de la ‘De-

89 Vera, Ignacio: “Eduardo Cerda: ‘Faltó que Allende se impusiera sobre su

gente, y sobró el discurso de Altamirano’”, ‘El Mostrador’, 31 de marzo de

2016. 90 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: “La historia o-

culta del Régimen Militar”, Editorial Grijalbo S.A., Santiago, 1997, pág. 17. 91 Arellano Iturriaga, Sergio: “Más allá del abismo”, Editorial Proyección,

Santiago, 1985, pág. 55.

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mocracia Cristiana’ y la Junta Militar no fue solamente para abordar

el tema de la proscripción de los partidos, sino también para tocar el

período de vigencia de la intervención militar, tema que molestó pro-

fundamente al estamento militar dirigente provocando la desagra-

dable situación a la que alude el escritor.

Según Wilhem Hofmeister:

“[…] los demócrata cristianos en un comienzo pensaron que los

militares restablecerían pronto la ‘normalidad institucional’, es de-

cir, llamarían a elecciones para luego volver a sus cuarteles. Al

mismo tiempo, la cúpula del PDC reafirmó en ese dictamen que

había hecho todo ‘para lograr una solución por la vía institucional-

constitucional’. El partido ofreció su cooperación para volver a la

‘vía política-institucional’; los miembros del PDC fueron llamados

a ofrecer su colaboración en todos los niveles. En efecto, algunos

afiliados del PDC, que antes del golpe ya habían colaborado con

representantes de la derecha en la elaboración de un programa al-

ternativo de gobierno, transitoriamente asumieron posiciones en el

nuevo gobierno”92.

Esa misma idea la mantuvieron los elementos demócratacristianos en

los meses que siguieron y hasta 1975. Y estaban tan convencidos

tales elementos que los institutos armados les entregarían pronta-

mente el mando de la nación que se sentían soberbios, arrogantes,

satisfechos de su labor. Porque estaban ciertos de haber sido elegidos

para la realización de una obra superior, una obra excelsa, una obra

divina: la misión de construir, tras la hecatombe marxista y el

término de su Gobierno, lo que debería ser el ‘Chile del futuro’. El

destino había reservado a la ‘Democracia Cristiana’ esa descomunal

tarea. Y su dirigencia estaba dispuesta a emprenderla.

92 Hofmeister, Wilhem: “La opción por la democracia cristiana y desarrollo

político en Chile 1964-1994”, pág.202, Konrad Adenauer stiftung, s/a.

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Título III: Apoyo demócratacristiano a la Junta en

algunos sectores sociales. Clotario Blest intenta reconstituir

la verdadera CUT.Oposición de la

‘Democracia Cristiana’.

Óscar Ortiz nos cuenta dos hechos a propósitos del sindicalismo en

donde Clotario Blest tuvo destacada participación. Señala así que,

entre los círculos de las Juntas de Vecinos y gremios, como lo eran

los colegios profesionales y la pequeña y mediana industria y comer-

cio, sectores en donde la DC poseía gran cantidad de militantes, ad-

herentes y simpatizantes

“[…] el apoyo a la Junta Militar era casi de devoción religiosa”.

A principios de octubre de 1974, ninguno de los sindicalistas demó-

cratacristianos que integraron una vez el Comité Ejecutivo de la

Central Única de Trabajadores CUT había pronunciado condena al-

guna por la disolución de esa organización. Fue esa circunstancia lo

que obligó a Clotario Blest a convocarlos a una reunión y conversar

sobre el particular. La sorpresa del sindicalista fue grande cuando se

le explicó el por qué. Óscar Ortiz así nos lo cuenta:

“Tras varias postergaciones sin causas aparentes, finalmente Blest

se junta con éstos en los altos de un edificio de Huérfanos con

Ahumada. Presidida por José Monares, ex parlamentario, el grupo

encabezado por el vicepresidente de la CUT Ernesto Vogel, pone

al corriente que ellos consideran saludable su desaparición, pues

así se limpiará de las corrientes marxistas totalitarias, posibilitando

por tanto la fundación de una nueva organización multisindical, al-

ternativa a la ex Central Única de Trabajadores. Da cuenta que esta

entidad se denominará Central Nacional de Trabajadores (C.N.T).

invitándolo además a integrarla”93.

Así era, pues: nada a la participación de otras fuerzas que no fuesen

de tendencia socialdemócrata. Y por lo mismo, en la directiva de tan

93 Ortiz, Óscar: “El primer lustro en que afrontamos el peligro. Registro de

la Memoria”, Obra inédita, en preparación.

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novedosa central sindical se podían encontrar nombres como el de

Eduardo Ríos Arias, Tucapel Jiménez Alfaro, Victoriano Zenteno,

etc. Aún cuando, en realidad, la organización sólo iría a quedar lista

en enero de 1975, como lo señalan Guillermo Campero y José

Valenzuela,

“La CNT trató de proponerse como una organización dialogante

con el gobierno y constituirse en un interlocutor sindical válido. El

gobierno, sin embargo, no se decidió a avalar plenamente esta pro-

puesta y de hecho, no le proporcionó el reconocimiento que aquella

reclamaba”94.

Jamás, en esos años, abandonó la ‘Democracia Cristiana’ la idea de

crear una central donde estuviesen ausentes los sectores vinculados

partidos marxistas y ellos pudiesen imponer las reglas. Y era tanto el

convencimiento de esa colectividad en torno a la ‘verdad’ predicada

que Manuel Rodríguez, también demócrata cristiano, presidente de la

CUT provincial, sólo quiso hacer entrega de la sede de la organi-

zación que presidía a la recién creada Central Nacional de Traba-

jadores CNT para que pudiese allí ésta funcionar. La CUT que bus-

caba reconstruir Clotario Blest no reunía las cualidades de pureza

doctrinaria que esos dirigentes anhelaban; no era, por tanto, una

institución confiable. Por lo mismo, y convencido que lo mejor era

tratar con el alto mando del partido para dirimir esos problemas, a

fines de la primera quincena de enero de 1976, se dirigió el sin-

dicalista en compañía del ex diputado demócratacristiano Santiago

Pereira y de otros miembros de la organización que presidía (‘Comité

de Defensa de los Derechos Sindicales’ CODES) a la oficina de Pa-

tricio Aylwin.

“Sentado tras su escritorio, que exhibe sobre su superficie, múlti-

ples objetos artesanales y rumas de papeles, nos recibe sonriente.

Inmediatamente después de los saludos, somos invitados a pasar a

un pequeño living que está en el otro ángulo de la oficina. Blest

rompe el protocolo al solicitar a Aylwin una explicación por lo

94 Campero, Guillermo y Valenzuela, José: “El movimiento sindical en el

Régimen Militar Chileno (1973-1981”, Estudios ILET, Santiago, 1°

Edición, pág. 94.

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acaecido al representante DC en la CUT exterior y consensuar —si

es posible— una estrategia común contra la dictadura durante la

Asamblea de la OEA, a realizarse en junio en nuestra capital.

—No se debe pasar por alto que hay más de 1.500 presos polí-

ticos en diversas cárceles y campos de concentración a lo largo del

país. ¡Por algo es una tiranía que debemos combatir!— enfatiza

Clotario Blest”95.

La reacción de Aylwin fue instantánea y notoria. Ortiz la retrata de la

siguiente forma:

“Como por arte de magia, su dentífrica sonrisa es reemplazada por

una mandíbula rígida, y su voz cardenalicia se transforma en algo

cercano a lo gutural. Con rostro enrojecido y sus brazos extendi-

dos, el futuro presidente de Chile, nos replica desde su sillón de

cuero.

—Mire don Clotario, los demócratas no debemos estar con la

CUT exterior, pues eso es sólo un reducto de marxistas, principal-

mente del partido Comunista… Igualmente debe saber que para

nuestro partido, el Gobierno Militar no es dictadura. Soy crítico,

pero siempre he creído que las FFAA cumplirán su propósito de

entregar el poder lo antes posible— razonaba pausadamente a la

par que observaba fijamente a su correligionario Santiago Pereira

(camarada).

—Dejémonos de cuentos. Tampoco Chile en 1973 estaba vivien-

do un Estado de Derecho, plenamente democrático cuando se pro-

dujo el pronunciamiento militar. A este gobierno hay que ganarle

dentro de sus propias reglas. Debemos ser inteligentes al afrontar

su dinámica, don Clotario— aseveraba al unísono que recobraba su

característica sonrisa”96.

En realidad, tanto Aylwin como la ‘Democracia Cristiana’ no tenían

la más mínima intención de reconstituir la vieja Central Única de

Trabajadores CUT. Para transformarse en el representante ideal del

sistema capitalista mundial dentro de la nueva forma de acumular

que se asentaba en el país, les resultaba tremendamente riesgoso

95 Ortiz, Óscar: Obra citada en (93). 96 Ortiz, Óscar: Obra citada en (93).

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tener a los trabajadores organizados en una estructura que pusiese en

peligro la obra de sus economistas.

Título IV: Actitud de Eduardo Frei Montalva y de su familia

tras la instalación de la Junta Militar. Actitud de la familia

Aylwin.

La actitud del ex presidente Frei Montalva durante los prolegómenos

del golpe fue de permanente oposición al Gobierno Popular (lo mis-

mo sucedió con Patricio Aylwin). Antes del golpe militar, Frei de-

sempeñó el cargo de presidente del Senado en tanto Luis Pareto, otro

demócrata cristiano, lo hacía como presidente de la Cámara de Di-

putados. Consultado permanentemente por los dirigentes de su par-

tido, Frei aparecía como el centro obligado de toda conversación y

juez supremo para la resolución de las controversias partidarias. Por

eso, es muy difícil suponer que no estaba al tanto de las maniobras

que realizaban sus camaradas. Menos, aún, al tenor de sus expresio-

nes y escritos. Frei no era una persona ingenua; antes bien, un polí-

tico avezado, a quien bien podría aplicarse aquella frase que pronun-

ciara, en una oportunidad, el conde de Mirabeau:

“Es un hombre que sabe lo que quiere: llegará lejos”.

Tremendamente cuidadoso en el empleo de las palabras rehuía siem-

pre decir o hacer algo que pudiera comprometerlo. Tal vez por eso

resulta difícil establecer pruebas de alguna participación suya directa

en la asonada golpista.

Iván De la Nuez recuerda, sin embargo, un episodio importante que

nos ha parecido conveniente incorporar a este estudio por el debate

que pudiere suscitar:

“En marzo de 1971, se preparó por la organización fascista Patria y

Libertad un atentado al presidente en la ciudad de Antofagasta. El

atentado fue acordado con oficiales del Ejército —como el mayor

Juan Nilo, jefe de la Escuela de Suboficiales y Carabineros— que

se proponían también liberar a Viaux. Por Jorge Kindemann, ex in-

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tendente de Santiago, Frei conoció y aprobó el plan de acción antes

esbozado […]”97

Pero, según lo recuerdan Reimann y Rivas, el ex presidente de la

República

“[…] no se comprometió a participar directamente en la conspi-

ración”98.

¿Verdad? ¿Mentira? Lo cierto es que Frei siguió creyendo en las

Fuerzas Armadas en los años posteriores al golpe; y lo hizo con ese

convencimiento o fervor ciego de quienes creen estar en posesión de

la verdad, con la fe del profeta que es capaz de sacrificar a su propio

hijo en aras de una presunta divinidad. Solamente cuando descubrió

que ya no era posible seguir mintiéndose a sí mismo, puso en duda su

acción. Esta fe, casi demencial en una institución que desde sus al-

bores no se ha caracterizado, precisamente, por el respeto a los va-

lores humanos, puede explicar en parte que su primogénito, Eduardo

Frei Ruíz-Tagle —segundo presidente de Chile luego del término de

la dictadura—, concurriera, acompañado de su mujer Marta Larrae-

chea, a donar sus joyas para la Reconstrucción Nacional, según lo

recuerda Rafael Luis Gumucio en uno de sus artículos99.

Pero eso no fue todo: la declaración que el mismo partido ‘Demó-

crata Cristiano’ emitiera, a poco de consumado el golpe militar, en la

que, conjuntamente con afirmar que

“[…] las Fuerzas Armadas nunca buscaron el poder […]”,

e invitaban a la comunidad nacional a contribuir con sus dineros o

joyas a la llamada ‘Reconstrucción Nacional’, fue discutida con él.

Frei estaba convencido que las Fuerzas Armadas habían salvado a la

Patria del peligro marxista.

97 De la Nuez, Iván: Obra citada en (18) pág. 91. 98 Reimann, Elizabeth y Rivas Sánchez, Fernando: Obra citada en (78), pág.

9. 99 Gumucio Rivas, Rafael Luis: Obra citada en (58).

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En la carta que enviara el día 08 de noviembre de 1974 a Mariano

Rumor, presidente de la Unión de la Unión Mundial de la ‘Demo-

cracia Cristiana’ y que, a pesar de ser una carta privada, la dictadura

pinochetista hizo pública a través de ‘El Mercurio’, se pueden encon-

trar temerarias afirmaciones del líder falangista como la que sigue a

continuación:

Eduardo Frei Montalva

“Las Fuerzas Armadas —estamos convencidos— no actuaron por

ambición. Más aún, se resistieron largamente a hacerlo. Su fracaso

ahora sería el fracaso del país y nos precipitaría en un callejón sin

salida. Por eso los chilenos, en su inmensa mayoría, más allá de

toda consideración partidista, quieren ayudar porque creen que ésta

es la condición para que se restablezca la paz y la libertad en

Chile”.

Podría pensarse que las primeras vacilaciones de Eduardo Frei Mon-

talva acerca de los objetivos de la Junta y de la naturaleza de su inter-

vención se originaron luego de la ejecución de su sobrino político y

ex militante del MAPU, Eugenio Ruíz-Tagle Orrego, en Antofagasta,

realizada por el pelotón a cargo del general Sergio Arellano Stark,

pero no fue así. La carta que enviara a Mariano Rumor es elocuente

al respecto: Frei, con posterioridad a ese hecho, seguía creyendo aún

en la Junta.

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Es cierto que, desencadenado el golpe, llamó el ex presidente a uno

de sus ex edecanes a fin de solicitarle que se respetara la vida de Sal-

vador Allende y no se bombardeara La Moneda; y es cierto, también,

que, al concurrir a su casa el embajador de USA, le manifestó Frei

que

"[…] su mayor preocupación es la continuidad de las ejecuciones

sumarias por intentos de fuga u otros pretextos, ya que (Frei) acaba

de pasar algunos días en Coquimbo-La Serena y estaba alterado

por informes que había escuchado sobre las ejecuciones sumarias

allá, en Antofagasta y en otras partes"100.

Pero no significa todo ello que haya sido Frei un tenaz opositor a la

dictadura. Por lo demás no era el ex presidente el único demócrata

cristiano que tenía confianza en los militares. Hay testimonios de

quienes vieron a connotados dirigentes de esa colectividad al edificio

sede de la Junta a saludar a los nuevos gobernantes y, de paso, a pre-

guntarles cuándo dejarían el mando de la nación a los civiles; no

esperaban, sin embargo, que los uniformados rechazaran de plano

dicha interpelación y les hicieran salir con el rostro demudado del

edificio101.

La participación de Frei en el golpe militar es un hecho que la fa-

milia del ex presidente ha negado en forma rotunda cada vez que ha

sido necesario hacerlo; una de aquellas oportunidades fue con motivo

de la publicación del libro de Cristián Gazmuri “Eduardo Frei Mon-

talva y su época”, haciendo que el historiador desmintiese tal hecho

para señalar que solamente él planteó el apoyo dado por Frei a los

militares una vez consumado el golpe y en los meses posteriores.

Sin embargo, como lo señala un comentarista,

“Efectivamente, no hay antecedentes precisos, pruebas concretas

de que Frei haya participado en la organización del golpe de Es-

100 Frei Ruiz-Tagle, Carmen: “La verdad sobre Frei Montalva y el golpe”,

‘El Mostrador’, 30 de septiembre de 2013. 101 Es esta situación la misma que relata Eduardo Cerda sobre la visita que

efectuara la directiva demócrata cristiana a la Junta Militar en el edificio del

Ministerio de Defensa; a ella nos referimos anteriormente.

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102

tado. Pero a lo menos debe haber estado en conocimiento del mis-

mo. Importantes militares ligados a la DC —como los generales

Sergio Arellano Stark y Oscar Bonilla— estaban entre los conspi-

radores principales. Hombres muy cercanos a Frei como su ex mi-

nistro de Defensa, Sergio Ossa Pretot, y el senador Juan Hamilton,

tenían contactos con militares. Pero no hay pruebas concluyentes

de participación efectiva”102.

Los hechos, sin embargo, pueden ser acreditados de diversas mane-

ras; no tienen por qué constar en documentos autorizados ante un

ministro de fe o en las confesiones del propio involucrado; también

los testimonios constituyen medios de prueba del mismo modo que

lo hacen las presunciones. Y éstas se construyen sobre la base de

razonamientos.

Es un hecho cierto que antes del golpe, la directiva del partido ‘De-

mócrata Cristiano’ fue renovada con una determinada finalidad:

Renán Fuentalba debió alejarse de la dirección siendo reemplazado

por Patricio Aylwin. Fuentealba no era hombre que apoyara al Go-

bierno de la ‘Unidad Popular’; sin embargo, tenía un defecto imper-

donable ante los ojos de quienes sostenían la línea dura del partido:

se le acusaba de tener posiciones débiles frente a Allende. Aylwin,

por el contrario, era conocido por ser considerado como hombre duro

y, además, delfín de Eduardo Frei Montalva; se le estimaba, igual-

mente, como rotundo opositor al nuevo régimen que se instalaba.

Tremendamente prejuicioso, profundamente anticomunista y decidi-

do defensor de la jerarquía, toleraba que lo tutearan sólo sus amigos

más íntimos manteniendo enorme distancia con quienes se relaciona-

ba; ese mismo trato usó con sus propios hijos no permitiendo a éstos

que lo tutearan ni haciéndolo él con ellos. Patricio Aylwin era el

hombre ideal para que Frei pudiese actuar con mano ajena en los

avatares del golpe.

La conducta de la familia de Frei Montalva ha sido reproducida por

la del ex presidente Aylwin; también su hija Mariana lo exime de ha-

ber sido promotor del golpe.

102 López, Federico: “¿Quién mató a Frei?”, ‘Punto Final’, 20 de octubre de

2000, versión digital.

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103

“¡Mi padre jamás fue golpista! Él no buscó ni propició el golpe;

todo lo contrario, él buscó una salida institucional hasta el último

minuto. Él fue un gran demócrata… Institucionalmente, la DC bus-

có una salida hasta el último minuto. Que haya habido algunos de-

mócratacristianos que estaban en otra cosa, puede ser, a mi no me

consta. Pero institucionalmente, la directiva y el presidente del par-

tido, hasta el último día, buscaron una salida institucional. El gol-

pe, mi padre lo vio como un tremendo fracaso”103.

Eso no es efectivo. Los hechos que sucedieron posteriormente des-

mienten todas esas palabras. Porque el cambio de una directiva polí-

tica no se realiza sin motivo alguno: el relevo de Renán Fuentealba

por Patricio Aylwin, hombre incondicional de Eduardo Frei, no fue

un simple hecho casual sino una operación destinada a endurecer las

condiciones que se imponían al presidente Allende para gobernar.

Era el todo o nada: la ‘Democracia Cristiana’ tenía ‘la sartén por el

mango’. Gran parte de la alta oficialidad de los institutos armados era

simpatizante de esa colectividad.

No es posible saber si el presidente Allende conoció o, al menos,

sospechó las maniobras que Aylwin hacía para poner fin a su Go-

bierno; pero es posible presumirlo. Porque, cuidadoso en el lenguaje

y afectuoso con todos, como el mandatario lo era, puede advertirse la

gélida distancia que estableció con el parlamentario, contenida en el

encabezamiento de la última carta que le enviara, proponiéndole me-

didas que —estaba seguro— su destinatario, de todas maneras, re-

chazaría: “Señor Senador Aylwin”. No hay un “Señor Patricio Ayl-

win Azócar, Senador de la República’ o ‘Señor Patricio Aylwin, pre-

sidente del partido Demócrata Cristiano’; menos aún un ‘Estimado

Patricio’, o un ‘Mi buen amigo’, en fin. Nada. Nada. Sólo el trato de-

bido a quien ya no ocultaba, a esas alturas, sus aviesas intenciones.

La participación de estos personajes en el golpe militar constituye,

para nosotros, una verdad. Aunque ella no se encuentre avalada por

sentencia judicial alguna.

103 Díaz, Waldo y Peró, Alfonso: “Mi padre estaba preocupado de la cre-

ciente polarización en el país”, ‘El Mercurio’, 21 de abril de 2016, página

C-2.

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104

Permítasenos, sin embargo, señalar aquí que la desconfianza que el

presidente sentía acerca de ciertos personeros de la oposición tam-

bién la manifestaba aquel en relación al comportamiento que algunos

de sus más cercanos colaboradores (ministros y subsecretarios)

tendría para el caso que se consumara el golpe de Estado en su con-

tra. José Antonio Viera-Gallo Quesney cuenta que, siendo él uno de

los presentes en una reunión que se celebrara en La Moneda pocas

semanas antes del golpe, Allende les había dicho:

“Cuando aquí venga la hora decisiva y yo tenga que combatir en

La Moneda, ustedes van a arrancar como conejos y ninguno va a

estar a mi lado”104.

Proféticas palabras que enlodan hoy (y seguirán haciéndolo en la

historia) la memoria de quienes, a nombre de ‘la izquierda’, se

afanaran por ubicarse en los más altos cargos de Gobierno desde el

término de la autocracia pinochetista hasta nuestros días.

Para concluir esta parte restaría, entonces, saber cuál fue el motivo

que tuvo la Junta Militar para, posteriormente, perseguir a algunos

militantes demócratacristianos, a ciertos dirigentes y asesinar a parte

de ellos.

Título V: Por qué la ‘Democracia Cristiana’ y no los otros

partidos. La razón, desde el punto de vista del sistema capitalista

mundial SKM.

Los acontecimientos no dependen de la voluntad de las personas ni

de las organizaciones. Se desencadenan de acuerdo a las directrices

de una globalidad pues, en la teoría general de los sistemas, es el to-

do quien determina a la parte y no lo contrario.

Podemos considerar al sistema capitalista mundial SKM como un

todo; pero, a la vez, como un ‘holón’105, es decir, un sistema consti-

104 Ahumada, Eugenio y otros: “Chile: la memoria prohibida”, Pehuén Edi-

tores, Santiago, 1989, Tomo I, pág. 203. 105 Empleamos aquí la denominación de Arthur Koestler que llama ‘ho-

lones’, por considerarla más apropiada, a las unidades integradas por otras

unidades.

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105

tuido por otros sistemas (o, si se quiere, subsistemas) regionales o

locales que, a su turno, se encuentran integrados por sistemas vivos u

organismos, que son los seres humanos. Es, por consiguiente, dicho

sistema, una estructura viva. Como tal, tiene todos los atributos de

los seres vivos. Para poder funcionar en forma correcta, los demás

holones que lo componen deben actuar en forma armónica y coor-

dinada. Cuando ello no ocurre, cuando una de esas unidades presenta

anomalías, el sistema debe intentar por todos los medios subsanar

aquellas. Esta tarea la realizan, normalmente, los gobiernos, que de-

ben adecuar el funcionamiento de cada una de las unidades estatales

a los requerimientos del todo. No obstante, también esas anomalías

pueden ser resueltas por una revolución o por un golpe de Estado. En

todo caso, el elemento exótico debe adecuar su funcionamiento al

todo.

Nuestra idea es que, a la fecha de la asunción de Allende, Chile

presentaba numerosos desajustes en relación al rumbo emprendido

por las formaciones sociales centrales y necesitaba realizar una serie

de innovaciones que lo pusieran a tono con la marcha del sistema ca-

pitalista mundial. La solución cubana o la soviética no parecía la

adecuada pues esta nación no era una formación social campesina

que podía homologarse a tales modelos; menos, en una situación

mundial de ‘bipolaridad’ en donde la influencia planetaria se reducía

a la acción de dos grandes poderes mundiales. Pero su adecuación

debía realizarse de todas maneras. Y el golpe de Estado debía brindar

las condiciones para que ello fuese posible.

Un sistema sabe cuándo y cómo es posible realizar tales acomodos.

No así la representación política de sus clases y fracciones de clase

dominantes que creen poder hacerlo y, no obstante, cometen yerros.

Y es que, a menudo, tales ‘mandatarios’ confunden su rol y actúan

como si fuesen ellos mismos la encarnación de la clase o fracción de

clase que representan. Pero, entonces, vienen las sorpresas y los fra-

casos. Fue el caso de lo que sucedió con el apoyo que el gobierno

norteamericano dio a la ‘Democracia Cristiana’ para la realización

del golpe, en donde sólo se trataba de usar a los institutos armados,

hacerlos intervenir para, luego, entregar el mando a Frei. El emba-

jador Korry lo había dicho abiertamente, como lo consignáramos en

las páginas anteriores: Frei era el hombre, y no algún representante

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del partido ‘Nacional’, de la ‘Democracia Radical’ o del partido de

‘Izquierda Radical’. Pero así no sucedió: los deseos del Departa-

mento de Estado norteamericano no sólo no se cumplieron sino se

malograron; las clases y fracciones de clase dominantes asumieron el

mando de la mano de una nueva generación de políticos.

Augusto Pinochet y Patricio Aylwin

¿Por qué sucedió todo ello? Nos parece que la razón de este apa-

rente contrasentido estriba en un hecho bastante simple: tratándose

de reajustes al funcionamiento del sistema se hace necesario intro-

ducirle un conjunto de reformas para dejarlo en condiciones de res-

ponder a los requerimientos mundiales, y los sectores conservadores

no ofrecen otra alternativa que no sea la de perseverar en el funcio-

namiento de los modelos vigentes sin atreverse a innovar. No por

algo se llaman ‘conservadores’, como lo hemos afirmado antes: se

preocupan tan sólo de ‘conservar’ lo que existe; raras veces innovan.

Desde ese punto de vista, la ‘Democracia Cristiana’ aparecía como

representante ideal del sector más dinámico del sistema capitalista

mundial, a la vez que el más dispuesto a hacer las transformaciones

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necesarias para adecuar el funcionamiento del holón, llamado Chile,

a dicho sistema. Sin embargo, olvidaban los gobernantes norteameri-

canos que, en determinados períodos históricos, las ideas o prácticas

que pueden resolver las crisis del sistema capitalista aparecen sorpre-

sivamente y encarnadas no en personajes cuyas veleidades llenan las

páginas de los periódicos o los noticiarios de la Televisión. Fue lo

que sucedió con la solución que encontraron, paradojalmente, los

economistas demócratacristianos como Jorge Cauas, Andrés San-

fuentes, Álvaro Bardón: un ‘modelo’ económico, un modelo de eco-

nomía social de mercado diferente a todos los que existían. Y era esa

la solución que esperaba el grupo de gremialistas que apoyaba a los

militares, además de la generación golpista más severa que lideraba

Pinochet. La aplicación de ese modelo no sólo podía colocar a Chile

en correspondencia con la marcha del sistema mundial sino, además,

establecer un modelo para un cambio de paradigma a nivel plane-

tario, acorde al desarrollo de las fuerzas productivas. Lo cual exigía

un cambio sustancial en las relaciones de producción, para lo cual la

‘Democracia Cristiana’, como institución, no estaba aún preparada.

Una nueva fase en la marcha del sistema capitalista mundial debía

abrirse en breve —la fase de expansión—, pero de la mano de otros

protagonistas; tal circunstancia debía comenzar a prepararse en Chi-

le, luego que la Junta Militar advirtiese que los economistas demó-

cratacristianos, junto al resto de los ‘Chicago Boys’, tenían en sus

manos la posibilidad de brindar una conveniente solución a la pro-

blemática que presentaba el agotamiento de la anterior forma de

acumulación. Las clases y fracciones de clase dominantes volverían a

tomar el control de la nación, pero esta vez con mano ajena o, como

se acostumbra a decir en Chile, con ‘mano de gato’. El destino de la

‘Democracia Cristiana’ quedaría, así, sellado de antemano.

Título VI: Por qué la ‘Democracia Cristiana’ y no otros partidos.

La razón, desde el punto de vista institucional.

Hasta 1973, el sistema capitalista chileno estaba organizado sobre la

base de un Estado regido por una constitución que permitía el libre

juego democrático de los partidos dentro una escena política que fun-

cionaba, si no perfectamente, al menos sin trabas, resolviéndose (o

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postergándose), en ese juego, las contradicciones de clase. Pero la

escena política de un país no basta para dar solución a las crecientes

diferencias sociales generadas dentro del sistema por un desigual

reparto del producto social; menos aún cuando, a raíz de unas elec-

ciones, las expectativas de gran parte de la población se han elevado

considerablemente.

Así había sucedido con el gobierno de Eduardo Frei cuya adminis-

tración, si bien introdujo transformaciones importantes a la norma-

tividad vigente, no satisfacían aquellas por entero las esperanzas de

la comunidad nacional que, creyéndose burlada en esas pretensiones,

volvía sus ojos hacia otras opciones: las que ofrecían los partidos

populares. La elección de Allende fue, por tal motivo, consecuencia

inevitable de haber creado la ‘Democracia Cristiana’ en la población

chilena expectativas que le resultaron imposibles de satisfacer. For-

zosamente, las esperanzas de toda una nación se iban vaciar en torno

al Gobierno de la ‘Unidad Popular’.

Frei sabía las esperanzas que había sembrado la ‘Democracia Cris-

tiana’ en la población chilena. Y ello es tan cierto que, cuando debió

concurrir a saludar al recién electo presidente Allende, luego de las

elecciones de 1970, no pudo ocultar la amargura que lo embargaba

cuando le dijo estas palabras:

“Tú podrás hacer muchas cosas que yo no hice”106.

No devolvió de inmediato ese elogio Salvador Allende a quien, aún

en ese entonces, era amigo suyo. Festivo y alegre como era, lo hizo

cuando, en noviembre de ese año, recibió de él la banda presidencial:

“No estés triste, Eduardo; te la devolveré en seis años más”107.

Se ha afirmado, por muchos, que era la ‘Unidad Popular’, un ‘go-

bierno de minoría’, afirmación que carece de toda validez si no se

explica previamente el sistema electoral que existió en Chile hasta

1973, país en donde era elegido presidente quien hubiere obtenido la

106 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), pág. 11. 107 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), Pág.11.

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simple mayoría de los sufragios. El sistema eleccionario contem-

plaba un requisito adicional que era la ratificación del elegido por el

Congreso Nacional en votación directa. Esta última exigencia estaba

regida por la costumbre que hacía esa corporación de ratificar el ve-

redicto popular. Y puesto que ninguno de los presidentes electos des-

de la promulgación de la Constitución en 1925 había sido agraciado

con la mayoría absoluta de los sufragios válidamente emitidos, todos

los presidentes chilenos desde esa fecha en adelante habían sido rati-

ficados por el Parlamento para que pudiesen formar sus ‘gobiernos

de minoría’. Todos los gobiernos que habían constituido esos presi-

dentes habían sido, por consiguiente, ‘gobiernos de minoría’.

El requisito de la ratificación había sido cumplido a cabalidad por

el candidato Salvador Allende, sin perjuicio de un Estatuto de Ga-

rantías Constitucionales que el partido ‘Demócrata Cristiano’ le obli-

gó a suscribir. Sin embargo, en la historia de las elecciones habidas

desde la dictación de la constitución de 1925 en adelante, jamás

presidente alguno había sido obligado a firmar tan injurioso libelo

como condición previa para validar su elección.

El régimen instaurado en la Constitución del 25 era presidencialista.

Por eso, si surgían dificultades entre el Congreso y la presidencia de

la nación (Administración) era poco menos que imposible resolver

tal conflicto a través de la deposición de quien ya se encontraba

instalado al mando de la nación. En palabras más simples, las leyes

dictadas por los sectores dominantes para perpetuar su dominación,

no contemplaban una solución para el caso de existir conflictos de la

naturaleza indicada sino apenas mecanismos plebiscitarios que, de

ganarse por uno de los sectores, dejaban al otro sin posibilidad algu-

na de continuar adelante con sus pretensiones. Un plebiscito, por en-

de, podía reafirmar la línea emprendida por la Administración y dejar

sin capacidad de respuesta al Parlamento. En palabras más simples:

si se quería resolver de una vez por todas el conflicto entre los ‘po-

deres’ Legislativo y Administrativo (Ejecutivo), lo único que se po-

día hacer era impedir a toda costa un posible plebiscito y actuar vía

‘manu militari’.

Por lo mismo, sostenemos nosotros aquí que el agotamiento de las

vías democráticas (constitucionales) para resolver las controversias

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entre los llamados ‘poderes’ Ejecutivo y Legislativo fue determinan-

te para la realización de la asonada militar.

Desde este punto de vista, las afirmaciones hecha en torno a supo-

ner que las causas del golpe militar serían únicamente la intervención

de los Estados Unidos, la acción de la CIA, u otras similares, deben

dejarse de lado; del mismo modo esas infantiles afirmaciones de Pa-

tricio Aylwin, como las que se señalan a continuación:

“Yo diría que las actitudes demagógicas de Altamirano hicieron

más daño a Allende que las posiciones que pueda haber tomado la

DC. El se esforzó por radicalizar el conflicto, y en eso, indudable-

mente, la víctima fue el gobierno […] Allende no era el responsa-

ble de todo lo que su gobierno hacía. Sectores del PS, empezando

por Altamirano, enturbiaban la convivencia nacional, la relación

entre La Moneda y la oposición y no ayudaban en nada al presi-

dente [...]. Nunca nos miraron como eventuales aliados. Para que

triunfara el socialismo en Chile había que eliminar a la DC […] el

golpe se habría producido sin la ayuda de Estados Unidos. Estados

Unidos lo empujó, pero la mayoría del país rechazaba la política de

la Unidad Popular, eso era evidente”108.

Las superficiales conclusiones de Patricio Aylwin no son las únicas

de esa naturaleza. En una entrevista que la revista ‘Cosas’ le hiciera

al general Jorge Gustavo Leigh Guzmán éste, muy a tono con las

afirmaciones del ex presidente, señala al respecto:

“Cuando oímos lo que dijo Carlos Altamirano (secretario general

del PS) en ese discurso del 9 de septiembre en el Estadio Chile, ya

tuvimos claro que había que hacer. Nos juntamos ese mismo día en

la casa de Pinochet, y Merino era el más decidido, porque era el

que estaba más urgido: le estaban infiltrando la Armada. No nos

cabía duda de que actuábamos o el país se iba al despeñadero. Por-

108 Entrevista hecha a Patricio Aylwin por el diario ‘El País’ en mayo de

2012, contenida en el artículo “Aylwin critica duramente a Allende por el

Golpe de Estado y dice que juzgar a Pinochet no era viable”, de la Redac-

ción de ‘El Mostrador’ de fecha 27 de mayo de 2012. Aún cuando el ex presidente lo sindicara como ‘la’ causa del golpe militar, extrañamente, Carlos Altamirano, con todo, enfermo y débil como se encontraba, asis-tió a los funerales de Patricio Aylwin, en abril de 2016.

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que Altamirano había sido desafiante al reconocer que se había

reunido con suboficiales de la Armada. Ahí nos dimos cuenta de

que estábamos fregados. Si seguíamos gobernados por tipos como

él, el país se iba al hoyo. Ya estábamos destruidos en lo político, en

lo social, en lo económico. La inflación estaba disparada. Era una

debacle”109.

Digamos, por el contrario, con Marcelo Casals que la ‘Democracia

Cristiana’ cumplió

“[…] un rol específico en el proceso que culminó en la instauración

de la dictadura militar. En otras palabras, la destrucción de la de-

mocracia chilena no se produjo exclusivamente por las bravatas

retóricas de la ultraizquierda o por la labor conspiradora de los mi-

litares golpistas”110,

sino más bien, por

[…] la incapacidad de la oposición de centro-derecha de derrotar

(y derrocar) al gobierno de la Unidad Popular por vías democrá-

ticas”111.

Así, las vías de hecho, como solución definitiva a los conflictos del

Parlamento con el Ejecutivo, quedaban abiertas a los sectores opo-

sitores; el problema se reducía únicamente a determinar quién le

pondría el cascabel al gato. Y tal misión la había tomado en sus ma-

nos la ‘Democracia Cristiana’.

Título VII: Por qué la ‘Democracia Cristiana y no otros

partidos. La razón desde el punto de vista de los llamados

‘aparatos’ del Estado.

Era cierto que la ‘Unidad Popular’ controlaba las instituciones es-

tatales (ministerios, secretarías, empresas, en fin) y que todas esas

instituciones constituyen parte de lo que se ha dado en denominar

‘aparatos’ del Estado; pero no era menos cierto que gran parte de las

109 Sepúlveda, Óscar: “Gustavo Leigh, ex integrante de la Junta de Gobier-

no: ‘Pinochet no quería, temía por su vida’”, Revista ‘Cosas’, 4 de septiem-

bre de 1998, versión digital. 110 Casals, Marcelo: Obra citada en (85). 111 Casals, Marcelo: Obra citada en (85).

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organizaciones sociales reconocidas por el Estado —que, por lo

mismo, constituyen la otra cara de los llamados ‘aparatos’ del Esta-

do, es decir, las instituciones gremiales: asociaciones de camioneros,

del comercio mayorista, del comercio minorista, de profesionales,

colegios profesionales, en fin— eran controladas por la oposición y,

dentro de ésta, particularmente, por la ‘Democracia Cristiana’.

No obstante, constituyen igualmente ‘aparatos’ del Estado las insti-

tuciones castrenses (Ejército, Marina, Fuerza Aérea) del mismo mo-

do que los ‘aparatos’ represivos del mismo, entre otros los institutos

carcelarios, los tribunales, gendarmería y policía civil y uniformada.

Y gran parte de los mismos, por no decir la generalidad de todos

ellos, estaban dirigidos por demócratacristianos. Fuerza es decirlo: si

bien no todos eran militantes de esa organización política, al menos

se declaraban simpatizantes de la misma y constituían gran parte de

su clientela electoral. Puede, así, sostenerse que la ideología demó-

cratacristiana dominaba ampliamente no sólo en la dirección de los

‘aparatos’ del Estado sino, además, en la composición de clase de los

mismos, facilitando, de ese modo, cualquier eventual acción que pu-

diera ejercerse en el futuro contra el Gobierno.

Poulantzas nos recuerda que las contradicciones de clases se ma-

nifiestan, precisamente, dentro de esos ‘aparatos’, adquiriendo por

igual motivo extrema virulencia. Y es que los ‘aparatos’ del Estado,

sean sus instituciones mismas o aquellas organizaciones sociales re-

conocidas por aquel, condensan en sí el ejercicio del poder; constitu-

yen el lugar donde el poder se ejercita real y efectivamente, el campo

de acción donde las contradicciones de clases se manifiestan en toda

su amplitud. Por lo mismo, los manidos conceptos de ‘izquierda’ y

‘derecha’ resultan completamente inútiles cuando se trata de calificar

el sentido de las acciones que realizan tales ‘aparatos´ pues no pocas

veces los partidos ‘de izquierda’ actúan en dichos ‘aparatos’ como

auténticos representantes del interés de las clases dominantes y los

‘de derecha’ como si lo hiciesen representando el de las clases do-

minadas.

En 1973 muy pocos de esos ‘aparatos’ se encontraban controlados

por el partido ‘Nacional’ PN, la ‘Democracia Radical’ DR o el par-

tido de ‘Izquierda Radical’ PIR. Por eso, era la ‘Democracia Cris-

tiana’ quien tenía en sus manos la posibilidad de abrir la válvula de

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la subversión. Y lo hizo. Consciente y deliberadamente. Sin caer en

vacilaciones ni exhibir escrúpulos de naturaleza alguna.

Esta vocación de apoderarse de los ‘aparatos’ del Estado sería, co-

mo lo veremos, el detonante que malograría las intenciones de la or-

ganización falangista de tomar el control de la nación con posterio-

ridad al golpe de Estado de 1973; hoy, constituye lo que se ha dado

en denominar ‘botín del Estado’. Por ello, el control de los aparatos

del Estado quedaría en manos de un sector representativo de los inte-

reses del empresariado, un sector nuevo, lúcido, arrancado de las au-

las de la Universidad Católica, libre de toda influencia conservadora,

aunque enraizado en el ‘Opus Dei’, convencido de la necesidad im-

prescindible de refundar el país. Y lo haría desplazando al advenedi-

zo, al elemento espurio, al elemento anómalo que, para aquel, era la

‘Democracia Cristiana’. La hora de cumplirse la sentencia de Ra-

domiro Tomic llegaría con la fuerza de un huracán:

‘Cuando se gana con la derecha, la derecha es la que gana’.

Título VIII: Por qué la ‘Democracia Cristiana’

y no otros partidos. La razón desde el punto de vista ideológico.

Digamos, finalmente, por qué la ‘Democracia Cristiana’ misma —y

no otro partido—, se vio obligada a tomar en sus manos la tarea de

preparar un golpe de Estado y restaurar, ‘manu militari’ la institucio-

nalidad democrática de la nación. En realidad, la razón es ideológica

y está amarrada a la evolución histórica de ese partido que, hacia la

década de los años 30, de la mano de un selecto grupo de jóvenes,

comenzaba a vivir una azarosa experiencia.

En efecto, el partido Conservador, hacia principios del siglo pasado,

seguía siendo tal vez el más importante de los conglomerados polí-

ticos que existían en el país. Ello no era casual: dicho partido preten-

día representar no sólo el interés de los sectores agrícolas dueños de

la tierra sino su vocación religiosa, católica, apostólica y romana. Sin

embargo, interpretaciones un tanto diferentes de las diversas encícli-

cas papales realizadas por sacerdotes como Fernando Vives, Oscar

Larson y Alberto Hurtado alteraron la manera de pensar de algunos

miembros de la Juventud Conservadora y miembros activos de la

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Acción de Universitarios Católicos AUC que empezaron a plantearse

una nueva actitud frente a ‘la cuestión social’. Esos jóvenes fueron,

entre otros, Manuel Garretón, Domingo Santa María, Ignacio Palma

Vicuña, Horacio Walker Larraín, Héctor Rodríguez de la Sota, Cle-

mente Pérez Zañartu, Eduardo Frei Montalva, Radomiro Tomic Ro-

mero, Rafael Agustín Gumucio Vives, Bernardo Leighton Guzmán,

Jorge Rogers Sotomayor, Ricardo Boizard, Juan de Dios Carmona

Peralta, Manuel Francisco Sánchez.

Molestos con la conducción que daba al partido la dirección de esa

colectividad, se autoconvocaron entre el 11 y el 13 de octubre de

1935 en el teatro ‘Princesa’ de la capital, a fin de realizar una con-

vención donde abordar materias que consideraban importantes. Fue

en esa oportunidad que dieron vida a una estructura política que lla-

maron ‘Falange Nacional’ la cual, aunque funcionaba autónoma-

mente, no se separó del partido Conservador sino hasta 1938, año de

las elecciones presidenciales. En esa ocasión, dicha novel estructura

perdió a uno de sus fundadores (Horacio Walker), quien retornó a las

filas del conservantismo.

Diez años más tarde, el partido Conservador experimentó una nueva

escisión. Horacio Walker, que había creído posible transformar a

dicha colectividad desde dentro, emigró de ella junto a Carlos Cruz

Coke para dar vida y continuidad al partido ‘Conservador Social

Cristiano’.

Las disputas con las organizaciones políticas populares —funda-

mentalmente, los partidos ‘Comunista’ y ‘Socialista’— ya habían co-

menzado. Y no por cuestiones sociales. Los sectores marxistas discu-

tían, fundamentalmente, la importancia del materialismo y del ateís-

mo, materias que enardecían a los católicos de avanzada. Como lo

expresa un documento que hemos tenido a la mano:

“Nacido al calor de la Iglesia, las posiciones del nuevo grupo que

decía plantearse como alternativa frente al sistema imperante eran

más bien antimarxistas. Era ese el sentido que tenía la denomi-

nación adoptada por ellos para darse el trato de ‘camaradas’ pues

decían que tal palabra no era patrimonio exclusivo del partido ‘Co-

munista’. Esta actitud antimarxista será la tónica que durante toda

su vida orientará la política de la futura democracia cristiana.

Cuando, en 1944, bajo el Gobierno radical del Presidente Juan An-

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tonio Ríos Morales, se le pidió a Frei su opinión sobre la situación

que enfrentaba Chile dentro del hemisferio americano, no vaciló en

decir lo siguiente:

‘Estamos mal, completamente aislados en América y eso es grave.

¿Y por qué? Por la influencia comunista que nos hace sospecho-

sos…’”112 Cuando en 1957 se fusionan los partidos ‘Falange Nacional’, ‘Con-

servador Social Cristiano’ y ‘Agrario Laborista’, y acuerdan deno-

minarse, de ahí en adelante, ‘Democracia Cristiana’ o partido ‘De-

mócrata Cristiano’, tal circunstancia no fue un hecho casual. Como

lo señala el documento que hemos tenido a la mano para examinar

estos antecedentes:

“En todos los países del mundo y como consecuencia de la Se-

gunda Guerra Mundial se venían perfilando las tesis del ‘social

cristianismo’ cuyo máximo expositor era el Canciller alemán Kon-

rad Adenauer. Se ha asegurado que fue el OPUS DEI, organización

creada por el Obispo José María Escrivá de Balaguer, quien más

influyó en el desarrollo de los partidos demócratacristianos del

mundo, especialmente, de Sud América”113.

El antimarxismo no se eliminó en esa fusión de organizaciones; por

el contrario, se acentuó. Claudio Orrego Vicuña lo expresaría con

extraordinaria lucidez:

“Yo no soy marxista. Soy cristiano y soy demócrata. Frente a regí-

menes como el de Rusia o Cuba tengo una reacción instantánea o

visceral. No los tolero: no tolero la maldad, los regímenes de poli-

cías secretas, no tolero la censura ni la intransigencia”114.

Y, como lo señala la misma publicación:

“Esa sería la convicción que, en 1970, pondría a la DC a la cabeza

de la reacción —los buenos— para combatir a los militantes de la

112 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), pág.6. 113 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), pág. 7. 114 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), pág. 9.

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Unidad Popular UP —los malos— con las consecuencias propias y

naturales de toda reacción ‘instantánea o visceral’ como aquella

que el propio Orrego reconocía tener”115.

115 Centro de Estudios ‘Michimalonco’: Obra citada en (80), pág. 9.

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PARTE III: EL COMIENZO DEL FIN.

Título I: Comienza el derrumbe de la influencia demócrata

cristiana. Posibles causas.

s un hecho cierto que la ‘Democracia Cristiana’ tuvo un rol pre-

ponderante en la preparación, consumación y afianzamiento del

golpe militar de 1973 en Chile; sin embargo, ese éxito se manifiesta

seguido de una fuerte caída que comienza a hacerse presente en for-

ma paulatina desde el mismo día del golpe como un suceso inexpli-

cable o quasi imposible de entender. A nuestro juicio, tres grandes

razones pueden explicar ese fenómeno. Son circunstancias que, aún

cuando están íntimamente ligadas, hemos preferido tratarlas en for-

ma separada para una mejor comprensión:

1. La incorporación de Augusto Pinochet a la asonada.

2. El objetivo y el futuro del gobierno militar; y,

3. La refundación de determinados rasgos de la república.

Título II: La incorporación de Augusto Pinochet a la asonada.

Aspectos generales del carácter del dictador. Los demás

miembros de la Junta.

Los testimonios acerca de la participación de Augusto Pinochet en la

asonada militar dan cuenta cierta de su tardía incorporación al golpe

de 1973; en realidad, el Comandante en Jefe del Ejército se hizo pre-

sente junto a los oficiales comprometidos en la asonada solamente

cuando ésta se había ya desencadenado. Por consiguiente, aseverar

que Pinochet no fue un hombre que estuvo conspirando desde un co-

mienzo para la realización de ese cometido, sino más bien un hombre

que aprovechó las circunstancias que ofrecía la asonada, no cons-

tituye en modo alguno una afirmación temeraria. Permítasenos, sobre

el particular, volver a citar las palabras del general Nicanor Díaz Es-

trada según las cuales:

“Me atrevería a decir que la decisión de dar el Golpe, entre los tres

generales de las tres instituciones, se tomó a mediados de julio de

E

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1973. El general Pinochet no participó de esa decisión. Nunca es-

tuvo en una reunión de las tantas que tuvimos, fuera de aquella pri-

mera del ‘Comité de los 15’, el 30 de junio de 1973. Y lo puedo a-

firmar porque yo estuve en un montón de reuniones y nunca vi al

general Pinochet, hasta el día 11 de septiembre, cuando llegó hasta

el Estado Mayor de la Defensa Nacional donde yo era el segundo

jefe”116.

En efecto, los antecedentes que entrega al respecto Mónica González

en el libro ‘La Conjura’ dan a entender que Pinochet se incorporó en

el último momento y no desde un principio como él lo asegura en los

libros que escribió intentando justificar su actuar.

La concepción que de Pinochet tenía la ‘Democracia Cristiana’ no

era muy diferente pues, como lo señala Patricio Aylwin, en una en-

trevista que le hiciera Mónica González:

“Personalmente creí, hasta el 11 de septiembre, que el general Pi-

nochet era un hombre de absoluta confianza de Salvador Allen-

de”117.

Sin embargo, afirmar que Pinochet nunca se involucró en la prepa-

ración del golpe de 1973 sino lo hizo cuando éste era ya inevitable

no quiere decir, en modo alguno, que ignorase lo que realmente su-

cedía al interior de los institutos armados.

Poseedor de un fuerte carácter autoritario que lo hacía inmensamen-

te servil frente a los poderosos y tremendamente violento y sarcástico

con los débiles, carecía de capacidad de reacción frente a aconteci-

mientos que no podía controlar; entonces, vacilaba, actuaba como si

no estuviese seguro de lo que iba a hacer, como si lo acometiese un

secreto e íntimo temor. Por esos motivos, puede suponerse que no se

incorporó antes al grupo de conspiradores pues, al igual que las orga-

nizaciones políticas opositoras, temía también la realización de un

golpe de estado de la alta oficialidad armada en favor de la ‘Unidad

Popular’ y sectores gobiernistas. Oportunista como muchos, Pinochet

esperaba pacientemente el lugar donde debería situarse o el bando

116 González, Mónica: Id. (1), pág. 198. 117 González, Mónica: Obra citada en (62).

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que debería tomar en caso de resolverse la contradicción que existía.

No actuaba de manera diferente a como lo hizo Fouché, en la convul-

sionada Francia de la Revolución de 1879; también ordenaba los he-

chos y circunstancias para sortear en su favor las discrepancias y

tomar el control de la nación. Admirador confeso de las ideas de Jai-

me Guzmán, Pinochet, no vacilaba en confesar que había sido él

quien se contactó personalmente con el líder del gremialismo luego

de la asonada. Porque era, además, narcisista: gustaba de mostrarse

ante los demás como artífice del golpe en circunstancias que jamás lo

había sido. De carácter fuertemente sadomasoquista, hacía bromas

crueles a quienes se encontraban a su lado cuando dominaba la situa-

ción y se humillaba hasta límites inconcebibles cuando otra persona,

con más poder que el suyo, aparecía ante él.

Por supuesto que la incorporación de Pinochet a la dirección de la

Junta Militar y su asunción al mando del Ejército el día del golpe a-

carreó graves consecuencias para la ‘Democracia Cristiana’ pues las

acciones que pretendía realizar el estamento que favorecía a ese par-

tido (Bonilla, Arellano, entre otros) luego de la asonada, fueron pron-

tamente neutralizadas.

Pinochet comenzó definiendo, en primer lugar, el problema de los

plazos; luego, el nuevo orden que iría a regir dentro de la nación. Re-

ñidas por completo con sus ideas, las proposiciones demócratacris-

tianas respecto al futuro de la asonada constituían para él un verda-

dero estorbo; habían, en consecuencia, de ser prontamente desplaza-

das.

Una persona, un sujeto, un individuo no hace la historia, a pesar que

ésta se construya tradicionalmente sobre la base de una sucesión li-

neal de personalidades (generalmente guerreros) a quienes se atribu-

ye tal mérito. La personalidad es solamente el engranaje ausente en

un mecanismo que ya existe y espera se le incorpore como pieza fun-

damental para iniciar o reanudar (en su caso) la marcha. La perso-

nalidad se reduce, apenas, a ser el factor de unidad de un grupo so-

cial; el sujeto que ata o reúne a otros individuos, no la estructura mis-

ma a la cual se incorpora. Es, por ello, un elemento esencialmente

fungible, un elemento fácilmente intercambiable: puede ser uno u

otro, quién sea, con tal que cumpla las condiciones que exige el de-

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sempeño del rol respectivo. Nunca el elemento decisivo, el elemento,

sino uno de muchos otros.

El general Jorge Gustavo Leigh, por su parte, a pesar de tener ami-

gos que profesaban la ideología de esa colectividad, tampoco simpa-

tizaba con la ‘Democracia Cristiana’ y sus ideas se inclinaban más

bien hacia el corporativismo, siendo profundamente antimarxista; no

obstante, tal calidad no le impedía conversar con dirigentes sindica-

les de ese partido como lo era el presidente de la Confederación de

Trabajadores Portuarios Eduardo Ríos Arias. En esa misma línea de

intolerancia hacia las ideas demócratacristianas, también debe consi-

derarse al almirante José Toribio Merino que no vacilaba en exterior-

zar su entero rechazo hacia esa colectividad; poseído de grandes pre-

juicios hacia todo lo que ‘oliese a izquierdismo’, estaba convencido

que la misión suya era la de ‘salvar a la Patria’ a través de la imposi-

ción de un modelo económico alternativo al que existía.

Tanto Leigh como Merino pudieron encabezar la Junta de Gobier-

no; pero no alcanzaron a situarse en la cima del mando porque el

arma más poderosa dentro de los institutos militares era y sigue sién-

dolo el Ejército. Y éste tenía ya un Pinochet, que no era decir un Are-

llano, un Bonilla, o un Benavides.

Título III: Objetivo y futuro del Gobierno Militar.

Aparece Jaime Guzmán.

El Ejército (Pinochet) se impone por sobre el resto del arma.

Conflictos por la nominación de Pinochet.

Como ya lo hemos señalado, a poco de consumarse el golpe de

Estado en 1973, la discusión acerca de los objetivos y el futuro del

Gobierno Militar se intensificó. Recordamos a tal efecto las palabras

formuladas por Sergio Arellano Iturriaga quien, en su libro ‘Más allá

del abismo’, relata que era aquel un tema abordado con frecuencia

‘entre los generales’.

Cavallo, Salazar y Sepúlveda señalan, igualmente, que el problema

de los plazos era un asunto del cual se hablaba con frecuencia en el

Ministerio de Defensa; y que, en los corrillos de los oficiales, se lle-

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gaba a mencionar, incluso, años tales como el ‘74, el ‘75 y el ‘76118,

vinculados a la fecha en que el presidente Allende haría dejación del

cargo.

Al interior de los institutos armados existían, no obstante, personas

que preferían abstenerse de opinar sobre el particular y optaban por

guardar silencio; tal había sido la conducta, entre ellos, del general

Augusto Pinochet. Y era que ya comenzaba a tener una visión muy

distinta de la que tenían sus otros compañeros de armas. Así, se fue-

ron perfilando dos líneas dentro de la corriente castrense.

La primera sostenía que el golpe militar era un suceso eminente-

mente transitorio al que se le pondría término a la brevedad entregán-

dosele el ‘poder’ a los civiles. En realidad, tras esa concepción sub-

yacía la convicción de un número no despreciable de oficiales que

veían la conveniencia de entregarle el mando de la nación a un parti-

do grande como lo era la ‘Democracia Cristiana’ y, en especial, a un

hombre específico: Eduardo Frei Montalva. Demás está decir que

tras esta concepción se manifestaba la abierta conveniencia del arma

de actuar en concomitancia con los intereses norteamericanos.

La otra era aquella que estimaba la necesidad de aprovechar el gol-

pe de Estado para realizar una verdadera revolución capitalista y dar-

les a las Fuerzas Armadas la posibilidad de participar activamente en

el desarrollo del país.

En la primera corriente no se incorporaron solamente elementos de

tendencia demócrata cristiana sino personajes importantes como los

generales Jorge Gustavo Leigh, de la Fuerza Aérea, y Augusto Lutz,

del Ejército; en la segunda, Pinochet y todos aquellos que querían

eternizarse en el mando de la nación.

Los primeros conflictos al interior de la Junta Militar comenzaron a

desatarse a poco de consumado el golpe; puede señalarse como fecha

de inicio el discurso que el 11 de octubre de 1973 pronunció el gene-

ral Pinochet en el acto solemne realizado en la sala de plenarios del

Edificio ex Gabriela Mistral, transformado ya en ‘Diego Portales’. El

discurso, que por primera vez ponía de manifiesto la voluntad del

dictador de no fijar plazos a la intervención militar, había sido redac-

118 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Id. (90), pág. 17.

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122

tado por el gremialista Jaime Guzmán Errázuriz, convertido en con-

sejero espiritual de Pinochet.

“Reconstruir es siempre más arduo que destruir. Por ello, sabemos

que nuestra misión no tendrá la transitoriedad que desearíamos, y

es así como no damos plazos ni fijamos fechas. Sólo cuando el país

haya alcanzado la paz social necesaria para el verdadero progreso y

desarrollo económico a que tiene derecho, y Chile no muestre caras

con reflejos de odio, será cuando nuestra misión habrá terminado...

Afianzadas las metas anteriores (cambio profundo de la mentalidad

de los chilenos), las Fuerzas Armadas y de Orden darán paso al res-

tablecimiento de nuestra democracia, la que deberá renacer purifi-

cada de sus vicios y malos hábitos que terminaron por destruir

nuestras instituciones. Una nueva Constitución Política de la Repú-

blica debe permitir la evolución dinámica que el mundo actual re-

clama, y aleje para siempre la politiquería, el sectarismo y la dema-

gogia de la vida nacional, que ella sea la expresión suprema de la

nueva institucionalidad y bajo esos moldes se proyecte el destino

de Chile”.

Esta idea volvió a repetirse en otro documento redactado por Jaime

Guzmán que fue la ‘Declaración de Principios de la Junta Militar’

que vio la luz el 11 de marzo de 1974 en la sala de ceremonias del

Edificio ‘Diego Portales’.

“Las Fuerzas Armadas y de Orden no fijan plazos a su gestión de

Gobierno, porque la tarea de reconstruir moral, institucional y ma-

terialmente al país, requiere de una acción profunda y prolongada.

En definitiva, resulta imperioso cambiar la mentalidad de los chi-

lenos. El actual Gobierno ha sido categórico para declarar que no

pretende limitarse a ser un Gobierno de mera administración que

signifique un paréntesis entre dos Gobiernos partidistas similares o,

en otras palabras, que no se trata de una “tregua” de reordenamien-

to para devolver el poder a los mismos políticos que tanta respon-

sabilidad tuvieron por acción u omisión, en la virtual destrucción

del país. El Gobierno de las Fuerzas Armadas y de Orden, aspira a

iniciar una nueva etapa en el destino nacional, abriendo el paso a

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123

nuevas generaciones de chilenos formadas en una escuela de sanos

hábitos cívicos”119.

El día aquel en que se dio a conocer la Declaración, no pudo evitar

Pinochet, al momento de leerla, hacer una clara alusión a la ‘Demo-

cracia Cristiana’ cuando, entre otras cosas, señaló lo siguiente:

“Algunos señores políticos tomaron una actitud favorable al go-

bierno, pero vieron en la liberación de Chile por las Fuerzas Arma-

das y Carabineros la posibilidad que se les devolviera la conduc-

ción del Estado en breve tiempo. Hoy han reaccionado en contrario

al darse cuenta cuán equivocados estaban, y yo me pregunto ¿o son

patriotas o son mercaderes?”120.

A partir de ese momento, y cuando ya no hubo dudas acerca del cur-

so que tomaba la asonada militar, hubo mayor acercamiento entre los

generales Lutz, Bonilla, Arellano, Palacios y Viveros. Las conversa-

ciones que empezaron a sostener versaban sobre el discutible com-

portamiento de Pinochet quien, por otro lado, comenzaba a enfren-

tarse con una persona con la cual no había congeniado desde un prin-

cipio: el general Leigh. Las discrepancias alcanzaron un punto álgido

con ocasión del nombramiento del presidente de la Junta de Gobier-

no en el carácter de ‘Jefe Supremo de la Nación’.

Las circunstancias no ocurren, sin embargo, porque sí. La Junta Mi-

litar era un organismo colegiado. Y los organismos colegiados nece-

sitan unificar el mando o, en su caso, determinar con exactitud los

ámbitos de competencia de sus integrantes; de otra manera, las ins-

trucciones que imparten pueden no sólo ser incompatibles entre sí

sino abiertamente contradictorias, situación que puede conducir a un

desastre administrativo. El Comité Asesor de la Junta CAJ o COAJ,

había advertido aquello y trabajó en un memorándum que envió a

Pinochet casi a mediados de 1974. El Comandante en Jefe del Ejér-

cito recibió el libelo y lo leyó; pero, a poco, lo reenvió, para su revi-

sión, a la asesora suya que era su sobrina Mónica Madariaga, quien

lo convirtió en un decreto ley.

119 El texto puede encontrarse en ‘El Mercurio’ de 12 de marzo de 1974. 120 Id. (119).

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Con el pomposo nombre de ‘Estatuto de la Junta’ y bajo el número

527, dicho documento se puso en conocimiento de los cuatro miem-

bros de la Junta el 17 de junio de ese mismo año. Según Cavallo, Sa-

lazar y Sepúlveda,

“La discusión fue ingrata. Las facultades de uno y otro poder fue-

ron debatidas punto por punto, coma por coma. Al terminar la se-

sión, Pinochet salió con el texto aprobado. Pero al original en lim-

pio había agregado ciertas anotaciones con lápiz grafito. Estas no-

tas conferían a la Junta, en algunos casos, poder de voz y, en otros,

poder de veto.

En los últimos tres artículos se fijaban las normas de precedencia,

subrogación y reemplazo de los miembros de la Junta, que habían

sido desde antes materia de una polémica cuya acidez nadie quería

revivir”121.

Sin embargo, cuando el documento se llevó a cada una de las ramas

de las Fuerzas Armadas, hubo molestia entre ellas. El problema se

agravó con la salida de Leigh a Perú, circunstancia que aprovechó el

general Pinochet para preparar la ceremonia de promulgación del

‘Estatuto’ de cuya ocurrencia ninguno de los demás miembros de la

Junta tenían conocimiento.

Cuando, a su regreso, tomó el general Leigh noticia acerca de lo

que estaba sucediendo, se indignó; sintiéndose atropellado por esa

desleal actitud de su compañero de armas, buscó dejar constancia de

esa molestia ante los demás miembros de la Junta. Así, aprovechó la

ocasión en que todos ellos estaban reunidos para increpar al dictador.

“—¡Te creís Dios!— gritó— ¡Hasta cuándo!

Pinochet respondió con la misma ira.

—¡Aquí ya está bueno de joder! ¡Si hay tanto barullo se suspende

todo y vemos cómo se arregla esto! ¡No voy a permitir que se jue-

gue con el país!

Enfurecido, el general golpeó con el puño la cubierta de vidrio de

la mesa.

121 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 31.

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Hubo un ruido seco y un crujido de astillas. El cristal se rajó: a-

quella fractura sería todo un símbolo.

—Has convocado a la prensa, a las autoridades, a medio mundo.

¡Qué vas a suspender!— gritó Leigh, rendido ya.

Los cuatro entraron al salón con los gestos agrios”122.

Minutos después de ese espectáculo, Enrique Urrutia Manzano, pre-

sidente de la Corte Suprema, terciaba la cinta tricolor sobre el pecho

de Pinochet.

Título IV: El general Lutz. Comienza a manifestarse

el poder de Manuel Contreras. Salen de sus cargos Lutz y

Bonilla. El general Prats y su mujer son asesinados.

Lutz se enfrenta a Pinochet.

El general Augusto Lutz Urzúa había sido director del Servicio de

Inteligencia Militar SIM en tiempos del presidente Allende; en cum-

plimiento de ese desempeño, había jugado un destacado rol en la

preparación del golpe que iba a terminar con el Gobierno Popular,

razón por la cual fue agraciado con el nombramiento de Secretario

General de la Junta Militar. Según lo narra Raúl Auth, Lutz pensaba

que era posible realizar un gobierno de transición con participación

de todos los partidos políticos, con exclusión de aquellos que autoca-

lificándose de ‘izquierdistas’ manifestasen su vocación de no ser de-

mocráticos123.

Los problemas de Lutz comenzaron cuando el marido de cierta pro-

fesora de un hijo suyo cayó en manos de la Dirección de Inteligencia

Nacional DINA, y tuvo la mala ocurrencia de llamar telefónicamente

al entonces coronel Manuel Contreras

“[…] para pedirle información sobre el caso. Éste le había respon-

dido en forma cortante: “No tiene acceso a esa información, gene-

ral. Sólo el Presidente” Ante esa respuesta, Lutz se encolerizó, y

122 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 32. 123 Auth Caviedes, Raúl: “La sospechosa muerte del general Augusto Lutz”,

‘El Clarín’, 22 de diciembre de 2009, versión digital.

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pretendió imponer su mayor grado y prestigio en la institución, gri-

tándole: “¡Qué te has creído! ¡Cómo te atreves a decirle eso a un

general de la República! ¡Ya vas a ver!”. Y agregó “En este mo-

mento usted debe estar de pie, cuadrándose ante mí”124.

Lutz empezó a cuestionar la marcha de la Junta y, en especial, las

atribuciones que se le habían conferido a Manuel Contreras.

Augusto Lutz Urzúa

En mayo de 1974, ya intercambiaba opiniones con los generales

Bonilla y Arellano y hacía fuertes críticas a la conducción del país.

Todos ellos intentaron frenar la posibilidad que Pinochet asumiese en

el carácter de ‘Jefe Supremo de la Nación’ pues consideraban que

esa medida trasgredía la legalidad y el respeto a la tradición demo-

crática chilena. A juicio de los nombrados,

“[…] el régimen se estaba desnaturalizando al comprometer a las

FFAA en una gestión ajena a su quehacer profesional, inmiscuyén-

dose en el terreno político a favor de una tendencia que ellos no

compartían. Según Olga Lutz, su padre cometió el error de comen-

tar con el general César Benavides que Pinochet no debía hacerse

nombrar jefe de Estado, pese a las advertencias de su esposa que no

confiara en él. El 24 de junio, Lutz y Bonilla, en reunión de genera-

les, tomaron la voz cantante planteando sus inquietudes sobre la

pérdida del sentido original de la rebelión militar”125.

124 Auth Caviedes, Raúl: Id. (123). 125 Auth Caviedes, Raúl: Id. (123).

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127

Sin embargo, poco pudieron hacer aquellos tres uniformados. Por el

contrario, la suerte tanto de Bonilla como de Lutz quedó definida

luego del nombramiento de Pinochet en el carácter de Jefe Supremo

de la Nación; la excusa se dio cuando el gobernante, como lo señalan

unos analistas, manifestó que necesitaba ‘libertad de acción’. Y ésta

se expresaba en la destrucción de los registros electorales y la re-

nuncia de todo el gabinete y de los altos mandos de la adminis-

tración estatal. Como era lógico que sucediera, Bonilla salió del

Ministerio del Interior y pasó a desempeñarse en el de Defensa, se-

cretaría de Estado de por sí bastante disminuida; Lutz, de la Secre-

taría General de Gobierno (antes, de la Junta Militar) fue designado

Jefe de la V División del Ejército en Punta Arenas, lejos del mando

central. En el Ministerio del Interior, asumió el general de Ejército

César Raúl Benavides. Cuando, al año siguiente (5 de marzo de

1975), asumiese el general Herman Brady Roche la Comandancia de

la Guarnición de Santiago y la Segunda División del Ejército, el con-

trol total de la nación se consolidaría en las manos del dictador, per-

mitiéndole escribir algunos años después en su libro ‘El día decisi-

vo’:

“[…] el destino me permitió ubicar a dos de mis mejores amigos

en puestos de mi más absoluta confianza. Ese mismo día se dio la

orden para que asumiera la Comandancia de la Guarnición de San-

tiago y de la II División a Hermán Brady; y al otro (César Raúl Be-

navides) que tomara el mando del Comando de Institutos Militares.

Con esto el camino quedaba despejado".

A fines de septiembre de 1974, el largo brazo de la Dirección de In-

teligencia Nacional DINA alcanzaba, en la ciudad de Buenos Aires,

al general Carlos Prats González y a su cónyuge Sofía Cuthbert de

Prats. Cuando Augusto Lutz supo del magnicidio, se puso pálido y

sólo atinó a exclamar:

“¡Esto no puede ser!”126

126 Auth Caviedes, Raúl: Id. (123).

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Según lo relata Jorge Escalante en un artículo escrito para ‘El Cla-

rín’,

“Poco antes de morir, el general Augusto Lutz enfrentó a Pinochet

en una reunión del cuerpo de generales. Su hija Patricia sostiene

que allí firmó su sentencia de muerte. Lutz ingresó al salón con una

grabadora escondida en su guerrera. Junto al general Óscar Bonilla

enrostraron a Pinochet los delitos de la DINA dirigida por el enton-

ces coronel Manuel Contreras, personaje que acechaba a sus de-

tractores.

Los gritos de la reunión quedaron registrados en la cinta que des-

pués Lutz escuchó a solas encerrado en su casa, espiado a través de

la puerta del salón por Patricia, la que sospechó que algo grave in-

quietaba esa tarde a su padre.

¡Señores, la DINA soy yo! gritó Pinochet golpeando la mesa. ¿Al-

guien más quiere pedir la palabra?

¡Hijo de puta! escuchó Patricia refunfuñar a su padre dentro del

salón, según relata en su libro ‘Años de viento sucio’”127.

Sin embargo, la suerte del general Lutz comenzaba a definirse en for-

ma acelerada.

Título V: Proposiciones para la refundación del sistema

capitalista en Chile. Se definen algunos lineamientos.

Los trabajadores gobiernistas van a Ginebra.

Derivado del problema de los plazos para la entrega del mando mi-

litar a los civiles estaba la discusión de si era o no necesario estable-

cer una forma de acumular que reemplazara la anterior, superada —a

juicio de muchos—por los acontecimientos. El grupo que pretendía

devolver a la brevedad el mando de la nación a los civiles, repre-

sentado en la Junta Militar por el general Leigh y los generales subal-

ternos Lutz, Arellano y Bonilla, sostenían que no era necesario pero-

cuparse de ello pues existía una forma eficiente que era la fusión de

las ideas corporativas y del socialismo comunitario. Por el contrario,

tanto Pinochet como Merino y Mendoza estimaban la necesidad de

127 Escalante, Jorge: “Confesiones: Al general Lutz lo mataron”, ‘La Nación

Dominical’, 2 de diciembre de 2007, edición digital.

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dar un giro total en materia de economía. De estas ideas nacería la

idea de refundar los principios de aquella, tarea que traería aparejada

la de refundar la constitución de la república y comenzar una frené-

tica carrera de elaboración de disposiciones regulatorias, reglamentos

e instrucciones. Pero fue la imposición de una nueva forma de acu-

mular el detonante que avivó las pugnas de las diversas clases y

fracciones de clase dominantes al interior de la Junta Militar de Go-

bierno a partir del mismo 11 de septiembre de 1973.

Como ya se ha indicado, Augusto Pinochet, a pesar de no haber

sido integrante de los equipos conspirativos que terminaron provo-

cando el golpe de Estado de 1973, tomó rápidamente el control del

Ejército como comandante en Jefe que era de esa arma. Profundo ad-

mirador de Jaime Guzmán y ya en contacto con él, prontamente asu-

mió como suyas varias de las concepciones del ideólogo gremialista;

especialmente aquella de culpabilizar a la ‘Democracia Cristiana’ de

haber conducido al país a lo que el general Leigh definía como ‘el

caos social, moral, económico y político’. Colaboraba en ese sentido

la publicación y distribución gratuita que había hecho en Chile la

organización ‘Fiducia’— a la cual estaba estrechamente ligado Jaime

Guzmán—, del libro ‘Frei, el Kerensky chileno”, escrito por el perio-

dista brasileño Plinio Correa de Oliveira, de marcadas tendencias fas-

cistas; el libro había ayudado a desprestigiar al ex presidente ante

quienes sentían aversión hacia todo lo que recordase al ‘socialismo’.

Pinochet, por lo demás, poco o nada quería saber de la ‘Democracia

Cristiana’ DC sino buscaba cualquier otra vía que no fuese una apo-

yada por los demócratacristianos o por el marxismo. Por el contrario,

quienes habían estado en contacto con Frei Montalva durante su

administración creían posible retomar las ideas de la sociedad comu-

nitaria y dar una conducción de ese tipo a Chile, proyecto que tam-

bién tenía fuerza en amplios sectores de las Fuerzas Armadas; las

ideas corporativistas, aunque poco más difusas, tenían igualmente

presencia en esos institutos. Tres, por consiguiente, serían las vías

que se enfrentarían entre los triunfadores luego de consumado el

golpe militar en contra del gobierno de la Unidad Popular:

a) La vía cooperativista o demócratacristiana;

b) La corporativista; y,

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c) La neo liberal, aún no definida.

La primera estaba representada por los ex edecanes del ex presidente

Eduardo Frei Montalva, que habían sido Sergio Arellano Stark, Ós-

car Bonilla Bradanovic, Juan Soler Manfredini y Humberto Gordon

Rubio. Tenían un enemigo central que era Augusto Pinochet quien

había dado su preferencia al jefe del movimiento gremialista Jaime

Guzmán Errázuriz y esperaba de éste una propuesta de nueva so-

ciedad;

la segunda estaba representada por el general de Aviación Jorge

Gustavo Leigh Guzmán, que oscilaba entre las ideas demócratacris-

tianas y el gremialismo128; y,

finalmente, la tercera, que apoyaba Augusto Pinochet pero que no

se definía en toda su dimensión sino actuaba, más bien, por exclusión

de las otras, se sostenía en las ideas de Jaime Guzmán y contaba con

un proyecto de Plan Económico, mandado a elaborar por la Marina.

Sin embargo, había otra discrepancia por resolver: la permanencia de

las Fuerzas Armadas al mando de la nación. En este aspecto, los sec-

tores simpatizantes de la ‘Democracia Cristiana’ coincidían con los

representantes del corporativismo: las ideas del general Leigh se

unían a las del general Lutz y a las de Bonilla y otros generales.

Como ya se ha dicho, los sistemas son estructuras vivas y exigen

condiciones para desarrollarse. Cuando las condiciones en que fun-

cionan sus componentes no guardan correspondencia entre sí, exigen

la realización de acciones que subsanen tales anomalías. En el siste-

ma capitalista, cada país debe armonizar permanentemente su funcio-

namiento al sistema capitalista mundial; también Chile debía hacerlo.

Así, el golpe de Estado de 1973 creó en esa nación las condiciones

inmejorables para que ese proceso pudiera realizarse como una de las

tareas más urgentes de la casta dominante. Pero ello no se llevó a

efecto sin fuertes contradicciones al interior de las Fuerzas Armadas.

Existe unanimidad en torno a concluir que, en definitiva, la forma

de acumular que se impuso fue la del llamado ‘neoliberalismo’, ‘eco-

128 El general Augusto Lutz consideraba a Jorge Gustavo Leigh el más ge-

nuino representante de las ideas fascistas dentro de las Fuerzas Armadas, se-

gún lo recuerda Raúl Auth en la obra citada en (123).

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131

nomía social de mercado’ o ‘tesis de la Escuela de Chicago’. O, fi-

nalmente, ‘Consenso de Washington’. No hay igual unanimidad, sin

embargo, en aceptar las posiciones que, tras el golpe militar de 1973,

se enfrentaron al interior de las Fuerzas Armadas. Rafael Agacino —

que estudiara este tema—sostiene que, en el seno de los institutos

armados, existía una sorda disputa solamente entre dos posiciones

por la determinación del modelo a aplicar. Así, por ejemplo, expresa

en una de sus obras:

“Chile vive una contrarrevolución neoliberal que se inicia el año

1973, particularmente con mucha fuerza en 1975, una vez que se

resuelve la contradicción en las estrategias de la clase dominante.

Por una parte, se proponía una suerte de corporativismo fascista co-

mo concepción del modelo económico social y del Estado, y por el

otro, un modelo de corte liberal extremo, en el que las lógicas cor-

porativistas no son consideradas, sino que al contrario se busca

desestructurar a las corporaciones y dejar que funcione el mercado,

donde interaccionan individuos y no grupos o colectivos. Entonces,

frente a la alternativa de corporativismo fascista se impone el mo-

delo neoliberal”129.

En un sentido más o menos similar se manifiesta la investigadora

Verónica Valdivia Ortiz de Zárate, para quien dicho

“[…] proyecto social ha sido interpretado como un intento fascista

en un caso, y corporativista en otro. En el primero, se plantea que

la tentativa fue asociar los gremios al régimen, para dar lugar a un

movimiento de masas de corte fascista, línea vinculada al liderazgo

del general Leigh (Aviación). En el segundo, se habría tratado de

un programa de integración controlada de las organizaciones de

trabajadores, pero que otorgaba a estos últimos un poder de negó-

ciación frente a los patrones, evitando toda politización”130.

129 Agacino, Rafael: “Transición política a la democracia neoliberal: desmo-

vilización y despolitización social. Diagnóstico sobre la organización co-

lectiva durante los ’90. Perspectivas actuales”. Estudio contenido en el libro

“Movimientos Sociales y Poder Popular en Chile”, Tiempo Robado Edito-

ras, Santiago, 2015, pág. 151. 130 Valdivia Ortiz de Zárate, Verónica: “El Golpe después del Golpe. Leigh

vs. Pinochet. Chile 1960-1980”, LOM Ediciones, Santiago, 2003, pág. 153.

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132

En realidad, como bien lo indica nuestro buen amigo Óscar Ortiz

Vásquez, en una investigación realizada por él y que a la fecha de

este documento aún no ha sido publicada131, el problema se originó

en el hecho que numerosos sindicalistas (entre los cuales se contaban

los militantes del partido ‘Radical’ Tucapel Jiménez Alfaro y Mi-

lenko Mihilovic, dirigentes máximos de la Asociación Nacional de

Empleados Fiscales ANEF; y varios dirigentes demócrata cristianos

como Eduardo Ríos Arias, presidente de la Confederación de Em-

pleados Portuarios, y Ernesto Vogel, presidente de los trabajadores

ferroviarios y, a la sazón, del Frente Unitario de Trabajadores FUT)

estimaban que el Gobierno Militar sería eminentemente transitorio y

de reconstrucción político-económica, en donde lo esencial podría

ser la aplicación de un ‘Plan Social de corte socialista y nacional’.

Era conocida la circunstancia que un número no despreciable de ofi-

ciales de mediana y baja graduación —esencialmente del Ejército y

Aviación— veía con simpatía la orientación ideológica que osten-

taba el régimen militar peruano. El gobierno del vecino país promo-

vía el establecimiento de una forma de acumular en donde el trabajo

tuviera predominio sobre el capital adquiriendo vital importancia la

organización sindical. Según Óscar Ortiz,

“Desde 1968 las FFAA peruanas inician por medio del ‘Plan IMA’

una profunda transformación socio-económica de la estructura a-

graria del Perú, impulsando la Reforma Agraria, la nacionalización

del petróleo, la explotación e industrialización de los recursos ma-

rítimos, y una original autogestión de los trabajadores en sus me-

dios de producción”132.

Por lo mismo, no nos parece acertada esa dicotomía que parecen

descubrir tanto Rafael Agacino como Verónica Valdivia al interior

de la Junta Militar pues deja de lado una tercera posición que era la

sostenida por el partido ‘Demócrata Cristiano’ PDC —el ‘socialismo

comunitario’— cuya propuesta, en el plano económico, contemplaba

el desarrollo de la nación a través de un nuevo tipo de organización

131Ortiz Vásquez, Óscar: Obra citada en (93). 132 Ortiz Vásquez, Óscar: Obra citada en (93).

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133

empresarial denominada ‘empresa autogestionada’, unidad producti-

va o de distribución dirigida por sus propios trabajadores; el capita-

lista recibía una parte de las utilidades, pero la parte mayoritaria

quedaba en poder de los trabajadores que decidían sobre su destino.

Se le llamaba, igualmente, ‘economía participativa’ y se expresaba,

además, en la proliferación del cooperativismo como forma principal

de organización para el mundo empresarial. Estas ideas se basaban

en la llamada ‘Doctrina social de la Iglesia’ y habían sido desarro-

lladas en Francia por Jacques Maritain, enseñadas en Chile por Ro-

ger Veckemans y descritas por el economista checo Jaroslav Vanek.

El más puro referente político lo representaba el éxito de la recién

formada Yugoslavia, dirigida por el mariscal Josef Broz Tito que ha-

bía aplicado una forma de organización empresarial ostensiblemente

diferente a la aplicada en los otros países del llamado ‘socialismo

real’. Esta forma de organización empresarial no sólo contemplaba la

participación de los trabajadores en la administración de la empresa

(y el consiguiente reparto del producto social) sino entregaba parte

de la propiedad de la misma a aquellos.

Lo cierto es que tanto las ideas del llamado ‘corporativismo’ como

las del ’socialismo comunitario’ no sólo estaban vivas a poco de con-

sumarse el golpe militar sino predominaban ampliamente en el esta-

mento militar al extremo que, como lo señala nuestro buen amigo

Óscar Ortiz,

“[…] muchas empresas —mediadas, fundamentalmente— bajo

control estatal (CORFO) fueron traspasadas a sus trabajadores; no

a sus antiguos dueños sino a cooperativas del trabajo a instancias

de la cartera del Trabajo”133.

Esta misma circunstancia haría decir, años más tarde, a Eduardo Ríos

que

“Esto aclara, históricamente el período —muy brevísimo— de coo-

peración que tuvimos con el gobierno militar. Pero siempre lo hici-

mos a través del general Díaz Estrada, ministro del Trabajo y coor-

dinador del área social. Nuestra relación con Pinochet que en ese

133 Ortiz Vásquez, Óscar: Obra citada en (93).

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momento era… (alza la voz y deletrea) u-n m-i-e-m-b-r-o-m-á-s d-

e l-a j-u-n-t-a d-e g-o-b-i-e-r-n-o. Dictador será más tarde. Nuestro

interlocutor era el general Leigh. Esta luna de miel la hicimos por-

que deseábamos fortalecer nuestras organizaciones sociales, vir-

tualmente destruidas por culpa del sectarismo de la Unidad Popu-

lar. Gracias a nuestros polémicos gestos —verá Ud. compañero co-

mo le consta— pudimos estructurar una precaria organización sin-

dical, que al paso de los años servirá de germen de las primeras

manifestaciones de repudio contra la dictadura a contar de

1976”134.

Durante los últimos meses de 1973 y primeros de 1974, la perse-

cución de los militantes de la Unidad Popular se intensificó. Sin

embargo, como señala Óscar Ortiz,

“No es impedimento, pese a aquello, para que ese 1 de mayo de

1974, sea conmemorado casi militarmente en el interior de la sede

de gobierno (Edificio Diego Portales) con la presencia de la Junta

Militar. Entre los oradores, se destacan varios dirigentes de la

CUT, agrupados en la Central Nacional de Trabajadores (CNT), a

quienes se les favorece con la entrega del inmueble de la CUT Pro-

vincial de Santiago, confiscado meses antes por las autoridades mi-

litares. El ministro del Interior, general de Ejército Oscar Bonilla,

inaugura también durante esa jornada la Oficina Nacional Laboral.

Por ese período se hace pública además la representación sindical

chilena que asistirá a la Conferencia Anual de la Organización In--

ternacional del Trabajo (OIT) en Suiza entre los días del 2 y 26 de

julio135.

134 Entrevista a Eduardo Ríos A., presidente en esos años de los marítimos y

del Grupo de los 10, opositores a la tiranía militar, 02 de febrero 2005.

Tomada del libro inédito de Óscar Ortiz citado en (93). 135 El listado es el siguiente: Eduardo Ríos (Confederación Marítima de Chi-

le), Guillermo Santana (Confederación del Cobre), Guillermo Medina (Di-

visión El Teniente), Ernesto Vogel (Federación Ferroviaria), Tucapel Jimé-

nez (ANEF), Federico Mujica (Confederación de Empleados Particulares de

Chile CEPCH), Pedro Briceño ( Compañía de Aceros del Pacífico CAP),

Gustavo Díaz (Campesinos) y Claudio Astudillo (Empleados de Industria y

Comercio).

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135

En efecto, un grupo de dirigentes sindicales, la mayoría de ellos de-

mócratacristianos, junto a algunos independientes y radicales, concu-

rre a defender la Junta Militar en Ginebra. La comitiva fue integrada

por Eduardo Ríos (Confederación Marítima de Chile), demócrata-

cristiano; Guillermo Santana (Confederación del Cobre), demócrata-

cristiano; Guillermo Medina (División El Teniente), demócratacris-

tiano; Ernesto Vogel (Federación Ferroviaria), demócratacristiano;

Tucapel Jiménez (ANEF), radical; Federico Mujica (Confederación

de Empleados Particulares de Chile CEPCH),independiente pro de-

mócratacristiano; Pedro Briceño ( Compañía de Aceros del Pacífico

CAP), independiente; Gustavo Díaz (Campesinos), demócratacris-

tiano; y Claudio Astudillo (Empleados de Industria y Comercio),

independiente. De lo que fueron a hacer estos personajes, da cuenta

el siguiente relato que hace un investigador:

“La tarde del veintisiete de junio de 1974, un grupo de siete conno-

tados dirigentes gremiales llegaron al aeropuerto de Pudahuel, des-

pués de haber participado en representación de la Asamblea […]”

“Se mostraron satisfechos por la misión cumplida: defender el go-

bierno militar de Chile, según expresaron, de parte de los marxistas

[…]”

“En la Asamblea habló Ríos quien, entre otras cosas, manifestó

que la vía chilena hacia el socialismo bajo el difunto presidente

Salvador Allende, no fue más que una mala broma y una desver-

gonzada mentira. El Gobierno de Allende, dijo Ríos en esa opor-

tunidad, y los demás miembros de la delegación asintieron, inter-

rumpió más de cuarenta años de vida institucional y democrática,

para ahondar la miseria del pueblo chileno”136.

Pero esa era la mentalidad que reinaba en la ‘Democracia Cristiana’,

a pesar de todo. Aún cuando la propaganda pinochetista hacía apa-

recer a la DC como el partido que había entregado el mando de la na-

ción a las hordas ‘upelientas’ y Eduardo Frei Montalva era denostado

como ‘el Kerensky chileno’, tras el golpe de Estado del ’73, las ideas

del ‘socialismo comunitario’ no sólo estaban vivas sino se plantea-

ban como alternativa frente al socialismo y amenazaban imponerse

136 Sesnic, Rodolfo: “Tucapel: la muerte de un líder”, Bruguera-Testimonio,

1985, Santiago, Chile, págs. 129 y 130.

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136

por sobre las demás opciones abiertas tras el golpe. Por eso, hubo ne-

cesidad de derrotarlas. Y eso sucedió en 1975. Los acontecimientos

que tuvieron ese año dan cuenta de haberse resuelto una fuerte pugna

entre los sectores uniformados no con discusiones sino con la aplica-

ción de la violencia propia del arma: asesinatos, atentados y expul-

siones137.

Título VI: Las pretensiones demócratacristianas

comienzan a ser derrotadas. Conflicto por el problema

de los plazos. Detención y expulsión. Enfrentamientos

entre los generales Bonilla y Arellano, por una parte,

y el coronel Manuel Contreras, por otra.

Cambios en el alto mando.

Como se ha afirmado, la Junta Militar era profundamente anti demó-

cratacristiana, corriente ideológica a la que atribuían la responsabi-

lidad de haber traspasado el gobierno de la nación a la ‘Unidad Popu-

lar’. Carentes de teoría, los miembros de ese organismo colegiado

eran incapaces de analizar los procesos históricos desde una pers-

pectiva que no fuese atribuir culpas o practicar exculpaciones o, lo

que era igual, mirar a los fenómenos sociales como una lucha eterna

entre el bien y el mal. Por eso, lo primero era lo primero: buscar cul-

pables tanto al interior de las filas del derrocado Gobierno Popular

como entre aquellos que le facilitaron los medios para asumir el con-

trol de la nación. Así, las figuras de los miembros de la Junta se ele-

vaban a la categoría de ‘salvadores’ de la Patria o representantes te-

rrenos de un Dios todopoderoso y justiciero. Había, en el comporta-

miento de esos sujetos, una fuerte dosis de mesianismo, de autoesti-

ma, de arrogancia, que los hacía colocarse por encima de la propia

comunidad nacional a la que consideraban ‘menor de edad’ y, por

consiguiente, incapaz de administrarse por sí misma.

En los meses de junio y julio del año 1974, las relaciones entre la

DC y la Junta Militar siguieron deteriorándose. Pero es digno de des-

137 No obstante lo dicho, las ideas que esa tendencia representaba sólo fue-

ron vencidas en septiembre de 1980 cuando la Consulta Nacional dio al

trasto con las posiciones demócrata cristianas de un recambio burgués.

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137

tacar que, hasta ese momento, la DC, en los hechos, seguía actuando

como ‘partido’, sin importarle el decreto que la declaraba ‘en rece-

so’. La situación se puso tensa cuando la directiva de ese partido

envió al general Óscar Bonilla una carta firmada por Patricio Aylwin

en la cual manifestaba éste su voluntad de condicionar cualquier tipo

de apoyo a la Junta en tanto la misma no fijase la fecha de entrega

del mando de la nación al poder civil (léase ‘Democracia Cristiana’).

Contrariamente a lo que pensaban sus redactores, la carta molestó

profundamente al estamento militar

“[…] y, en particular, a los generales, que sentían cierta cercanía

con la DC. Porque, según decían, eso los aislaba entre sus propios

compañeros”138.

Bonilla, por su parte, se indignó. En un intercambio de misivas que

publicara ‘El Mercurio’ los días 16 y 18 de julio de 1974, el flamante

ministro del Interior de la dictadura contestó a Patricio Aylwin en los

siguientes términos:

“Sírvase no volver a escribirme en otros términos que no sean los

de una autoridad administrativa de un partido en receso que se diri-

ge respetuosamente al gobierno de la nación”139.

Y era que la ‘Democracia Cristiana’ actuaba como si fuese ella la or-

ganizadora del golpe, la dueña de la situación, la organización polí-

tica a la cual el estamento militar debía forzosamente doblegarse. En

mérito de aquello exigía a los institutos armados la fijación de plazos

para la entrega del mando a la sociedad civil. ¡Como si dicho término

hubiere sido pactado de antemano entre esa colectividad y la oficia-

lidad golpista, comportamiento que jamás practica quien ha estado

ajeno a tales avatares, sino reivindica para sí la autoría del hecho!140.

138 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 75. 139 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 507. 140 Jamás lo hizo, igualmente, la representación política natural de las clases

y fracciones de clase dominantes.

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138

Rafael Agustín Gumucio precisa con mayor exactitud los motivos

de este conflicto y señala que, en realidad, los problemas se origina-

ron con ocasión de una carta que envió Patricio Aylwin al general

Bonilla reclamando por la censura que la dictadura aplicaba a la

Radio Balmaceda. La respuesta de éste fue:

“Primero. Existe en el país un Gobierno militar, un estado de sitio

y de guerra interior. Segundo. El Decreto Ley N° 78 les acuerda

solamente el derecho a administrar los bienes de vuestro partido y

les está prohibido utilizar Radio Balmaceda para la difusión de i-

deas políticas o para arrogarse la representación de algunos ciuda-

danos […] Vuestra carta posee una forma y tono político diferentes

a las que utiliza en las conversaciones con el Ministro del Interior,

dualidad que me parece intolerable en el contexto franco y abierto

que es de un gobierno que no comprende otro lenguaje. Le pedi-

mos no dirigirse más a nosotros en términos que el de una auto-

ridad de partido suspendido, dirigiéndose respetuosamente al Go-

bierno de la Nación”141.

La dictadura estrechó la presión que ejercía sobre la ‘Democracia

Cristiana’. No lo hizo, sin embargo, de modo impensado sino cons-

ciente y deliberadamente.

Poco antes del golpe, como ya se ha dicho, el partido había sacado

del cargo de presidente a Renán Fuentealba reemplazándolo por

Patricio Aylwin pues el primero, aún cuando se comportó como un

tenaz opositor a la ‘Unidad Popular’ fue calificado como represen-

tante ‘de la línea blanda’ del partido, vale decir, de aquellos cuya

tolerancia a las prerrogativas que se otorgaba el conglomerado ofi-

cialista iba más allá de lo permitido.

Considerando las divergencias que se manifestaban al interior de la

organización falangista, la Junta Militar no tuvo el menor escrúpulo

en considerar que había llegado el momento de iniciar la persecución

en contra de la dirigencia demócratacristiana rebelde. Por eso, en

septiembre de ese año, fue detenido el dirigente de esa colectividad

Claudio Huepe. El 7 de octubre se prohibió, en virtud de un decreto,

la entrada a Chile de Bernardo Leighton, quien se encontraba en Ro-

141 Gumucio Vives, Rafael Agustín: Obra citada en (15), pág. 217.

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139

ma. Dos meses más tarde, se procedió a detener al anterior presidente

de esa colectividad, Renán Fuentealba. Tanto Huepe como Fuenteal-

ba fueron expulsados del país. El presidente del partido, Patricio

Aylwin, nada hizo por defenderlos ante las autoridades adminis-

trativas; ni siquiera visitó a sus familias en señal de solidaridad con

ellos. Sin embargo, más tarde y de acuerdo a lo que señala Patricio

Cueto, la defensa la hizo ‘desde el estrado’, con las siguientes pala-

bras:

“¡Con perplejidad y pena inocultables, advierto que V.E. ha rehuí-

do esa obligación elemental de todo juez!

Como hombre formado en la fe en el derecho y en el respeto a los

Tribunales de Justicia —hijo de un magistrado que presidió ese

Excelentísimo Tribunal, abogado por más de treinta años, Profesor

de Derecho por más de veinte, legislador y Presidente del Senado

de nuestra República—, no me resigno a aceptar que el más alto

Tribunal de mi Patria —de tan vigorosas tradiciones jurídicas—

proceda de manera tan inconsecuente con su historia y jerarquía”.

“En resumen, Fuentealba fue expulsado de Chile lo mismo que

Solyenitsin de Rusia: por mera decisión de la autoridad adminis-

trativa, mediante la fuerza policial, sin ser juzgado ni siquiera oído

y por el solo delito de expresar su pensamiento. Y luego, también

al igual de lo ocurrido a Solyenitsin, se le denigra como antipa-

triota y con otras acusaciones mendaces, sin derecho a defenderse.

Es decir, según las palabras del Código Penal, se ‘añade la ignomi-

nia a los efectos propios del hecho’”142.

En esos meses, gran cantidad de militantes demócratacristianos deja-

ron la colectividad; incluso, algunos de los que firmaron la llamada

‘Declaración de los 13’.

El 14 de noviembre de 1974, sin embargo, un grupo de ex ministros

y parlamentarios demócratacristianos, molestos con la resolución de

las Naciones Unidas que condenaba a la Junta Militar chilena por

reiteradas violaciones a los derechos humanos, formularon una de-

claración de apoyo a la dictadura. Firmaron la declaración siete ex

142 Cueto Román, Patricio: “Atrapado en su red”, Sociedad Productora

Periodística Ltda., Santiago, 1992, pág.29.

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140

senadores, seis ex diputados y cinco ex ministros de Eduardo Frei

Montalva143.

Si bien era cierto que en la composición de la misma Junta de Go-

bierno no había cultores de la ideología demócratacristiana, no era

menos cierto que en los estamentos inferiores sí existían aquellos.

Sergio Arellano era uno de esos individuos y, aunque desprestigiado

por su execrable tarea de dirigir la llamada ‘Caravana de la Muerte’,

seguía conversando con sus ‘camaradas’ acerca de cambiar el torcido

rumbo que parecía tomar la asonada militar en manos de Pinochet. El

general Bonilla era uno de sus referentes. Pero éste había cometido el

imperdonable error de haberse enfrentado al entonces coronel Ma-

nuel Contreras, en los mismos meses que éste había asumido el man-

do de la DINA.

Aquello no había comenzado por casualidad: Manuel Contreras

quería saber de las actividades de los demás oficiales dentro de las

reparticiones de Gobierno y enviaba a sus hombres a inspeccionar lo

que hacían. Descubierto en esas labores, dio como excusa haberse

descubierto el robo de unos documentos desde el gabinete de uno de

los secretarios de Estado (cuyo nombre no reveló).

“Así que cuando Contreras describió su denuncia como un pro-

ducto de la infiltración izquierdista, Bonilla se irritó.

—Coronel— dijo—, ¿y qué pruebas tiene usted de lo que está di-

ciendo?

Contreras miró a Pinochet.

—Mi general, hay ciertas cosas que no se pueden decir delante de

extraños.

Bonilla quiso reaccionar con violencia para imponer su autoridad,

pero el tema fue bruscamente cerrado por Pinochet”144.

Recién, entonces, advirtió Bonilla el inmenso poder que tenía en sus

manos el que fuera uno de sus subordinados, el coronel Manuel Con-

treras Sepúlveda.

143 Gumucio Vives, Rafael Agustín: Obra citada en (15), pág. 236. 144 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 48.

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Párrafo VII: La muerte del general Augusto Lutz.

La situación del Secretario General de la Junta, general Augusto Lutz

Urzúa, y su interés por saber acerca de la detención del marido de la

profesora de uno de sus hijos, se había complicado luego del en-

frentamiento con Manuel Contreras, con el resultado que vimos en

los párrafos anteriores145. Era difícil que Pinochet, permitiese un

menoscabo en la autoridad que él mismo había conferido al coronel y

diese la razón a quienes formulaban sus quejas contra aquel. Por eso,

no debía sorprender su reacción.

Tal cual ya se ha señalado, el 10 de julio de 1974 efectuó el fla-

mante Jefe de Estado una serie de cambios al interior del Ejército y

del gobierno que, en definitiva, sellaron el destino de ambos gene-

rales: Bonilla salió del Interior para asumir el único Ministerio que

había perdido toda su importancia tras la asonada que era el de De-

fensa; y Lutz salió de la Secretaría General de la Junta para ser

enviado a Punta Arenas, reemplazando en el cargo de Comandante

en Jefe de la V División del Ejército al general César Raúl Benavides

quien llegó a reemplazar a Bonilla en el Ministerio del Interior. En el

nuevo gabinete de Pinochet, sin embargo, volvieron a aparecer de-

mócratacristianos; pero se trataba de personajes de una línea más

dura que, esta vez, quedaban bajo la directa dependencia del dicta-

dor: Jorge Cauas Lama asumió en Hacienda y en la Asesoría Econó-

mica, Raúl Sáez.

En la segunda semana de noviembre de 1974, el general Augusto

Lutz concurrió a una comida con otros altos mandos del Ejército en

Punta Arenas al término de la cual, y estando ya en casa, se sintió in-

dispuesto. Oficiaba de Jefe del Servicio Médico del Ejército en esa

ciudad el doctor (¿?) Cerda a cuya presencia fue llevado el oficial al

día siguiente de haberse manifestado su malestar. Luego de exami-

narlo, señaló el facultativo que el oficial padecía de gastritis. En base

a ese diagnóstico, le recomendó Cerda empezar con una dieta e inge-

rir algunos remedios que le prescribió en la correspondiente receta.

Sin embargo, ese mismo día, el general Lutz empeoró: una súbita he-

morragia obligó a su inmediata hospitalización. De ahí en adelante,

145 Véase nota (123), obra de Raúl Auth.

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comenzaron a ocurrir curiosos acontecimientos de los que da cuenta

Raúl Auth.

“Extrañamente, el facultativo tratante decidió operarlo de inmedia-

to, tomando una decisión muy discutible en aquellos años. En ge-

neral, la experticia de los médicos militares, salvo excepciones, no

era la mejor Era sabido por los cirujanos con experiencia en estos

casos, que la operación de urgencia en las hemorragias digestivas,

constituía una excepción, sólo debía efectuarse cuando el sangra-

miento fuese masivo y se contase con un equipo experimentado pa-

ra hacerlo. Según los datos que proporcionaron posteriormente los

familiares, esta circunstancia de extrema urgencia quirúrgica no se

daba en el general Lutz. La conducta que cabía era estabilizar sus

signos vitales, transfundiendo sangre y sueros y observar su evo-

lución. Existía también la opción de trasladarlo a Santiago, en don-

de se disponía de mayores recursos. En Punta Arenas se carecía de

ellos como consta que, para operarlo, se debió solicitar elementos

indispensables a Concepción y a Río Gallegos, vecina localidad ar-

gentina. Resultó particularmente raro que el doctor Cerda le haya

negado el pase para trasladarlo en avión a Santiago cuando la es-

posa le manifestó ese deseo. A la salida de la intervención quirúr-

gica, el cirujano le comunicó a la esposa que la operación había si-

do un éxito. “Le he salvado la vida a mi general”, fueron sus pala-

bras. Le explicó que le había suturado unas várices sangrantes del

esófago. Este diagnóstico aparecía sumamente extraño, dado que

no existía ningún factor que explicara una hipertensión portal que

pudiese motivar la existencia de dichas várices. No había antece-

dentes de enfermedad del hígado ni de alcoholismo. Desde un pers-

pectiva médica la conducta del doctor Cerda aparece como impru-

dente y desacertada al no derivar el caso a un profesional con más

experiencia en cirugía digestiva de urgencia”146.

Los hechos no pararon allí; por el contrario, se multiplicaron. Sus

familiares intentaron por todos los medios a su alcance conseguir que

fuese trasladado de urgencia a Santiago en vista del ostensible dete-

rioro que experimentaba y solicitaron del general César Raúl Bena-

vides dispusiese la colocación de un avión para trasladarlo a la capi-

tal recibiendo una rotunda negativa de éste. En conocimiento del he-

146 Auth Caviedes, Raúl: Id. (123)

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143

cho, determinó, sin embargo, el director del Hospital Militar, en ese

entonces Patricio Silva Garín, viajar a Punta Arenas y examinar al

general. Lamentablemente, cuando llegó el grupo encabezado por el

facultativo a la sureña ciudad, Lutz estaba ya operado; examinado

por Silva, éste atinó sólo a murmurar:

“A mi general lo charquearon”.

Patricio Silva Garín era un militar que había decidido estudiar Me-

dicina durante el tiempo que servía al Ejército, obteniendo su titulo

correspondiente algún tiempo después147. Antiguo militante de la

‘Democracia Cristiana’ era hombre de absoluta confianza de E-

duardo Frei Montalva; había sido designado en el cargo de Subse-

cretario de Salud por el presidente falangista durante su gobierno

siendo clave su actuación para el gobierno demócratacristiano en las

negociaciones del ‘Tacnazo’, cuando se rebeló el general Roberto

Viaux Marambio. Al asumir la Junta de Gobierno, tomó a su cargo la

dirección del Hospital Militar y, enfrentado al cuadro clínico que

presentaba el general Augusto Lutz, dio orden de trasladarlo de

urgencia a Santiago aprovechándose el vuelo de un avión de la Línea

Aérea Nacional LAN que regresaba casi de inmediato a la capital.

En el Hospital Militar fue operado el general Lutz nuevamente148

de úlcera gástrica y se esperaba su recuperación cuando un nuevo

incidente acaparó la atención de la comunidad nacional.

“[…] ese mismo día, una radioemisora dio una inconcebible noti-

cia: ‘El general Lutz, intendente de Magallanes, falleció en el Hos-

pital Militar, donde había ingresado días antes’. La familia, deses-

perada se comunicó con el doctor Silva, quien se manifestó indig-

nado y les recordó que momentos antes les había dicho que el ge-

neral mostraba una notoria recuperación. Dos días más tarde, en un

canal de televisión, se reiteró la misma falsa noticia del falleci-

147 Patricio Silva aparecería más tarde, involucrado en la muerte del propio

ex presidente Frei, como se verá más adelante. 148 La operación fue practicada por Silva Garín y ofició de ayudante suyo el

médico Pedro Cubillos, que sería el mismo que lo asistiría en el asesinato de

Frei Montalva.

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miento. Esto era sumamente extraño pues, en aquellos días, la Di-

rección Nacional de Comunicaciones, censuraba rigurosamente

cualquier información política o relacionada con las Fuerzas Arma-

das. Un funcionario de la emisora que había dado primeramente el

anuncio, le confidenció al periodista Hernán Millas, que había ‘e-

manado de una fuente responsable’. Parecía que se daba por hecho

en las altas esferas del gobierno que Lutz iba a morir”149.

El 28 de noviembre de 1974, finalmente falleció el general Augusto

Lutz Urzúa. Había alcanzado a escribir a su hija Olga una desgarra-

dora frase sobre un papel donde se podía leer claramente:

“¡Sáquenme de aquí!”

La información oficial, tremendamente escueta, señalaba solamente,

en relación a las causas del fallecimiento del oficial, que

“[…] transcurridos 17 días de la primera intervención quirúrgica,

se presentó un cuadro de sepsis originado en infección pleural y pe-

ritoneal, lo que produjo un shock irreversible que le ocasionó su

fallecimiento”.

Lutz, que se había convertido en uno de los tantos obstáculos depo-

sitados sobre el camino que emprendía el general Augusto Pinochet,

desaparecía como lo harían en el futuro otras personalidades. Sobre

la participación del doctor Patricio Silva en la intervención quirúr-

gica que provocó el deceso del Jefe de la V División del Ejército en

Punta Arenas, de la responsabilidad que le cabía en dicha operación,

nada se dijo. Un manto de silencio cubrió la muerte de Augusto Lutz

Urzúa.

149 Auth Caviedes, Raúl: Id. (123).

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Título VIII: Muerte del general Bonilla. Atentado en

Roma contra Bernardo Leighton. Eduardo Frei se

convierte en la alternativa a la Junta. Arellano pasa a

retiro.

Si resultaba difícil advertir que, en tanto Pinochet consolidaba su

autoridad sobre el colectivo de la Junta —y, por ende, sobre toda la

sociedad— sus adversarios empezaban a apartársele del camino, más

difícil resultaba suponer que era él quien provocaba tales cambios.

Menos aún, que existía bajo su mando todo un aparataje institucional

cuya misión era eliminar física o moralmente a todo individuo que

pudiere convertirse en opositor a la autocracia pinochetista. Y era

que la sociedad chilena no estaba preparada para entender tal per-

versidad.

Los asesinatos que realiza el Estado quedan, generalmente, en la

penumbra; también las desapariciones de personas. Cometidos esos

crímenes en aras de un bien superior (la Patria), pocas veces puede

asegurarse que dichos sucesos sean tales, pues no existen pruebas

que lo acrediten. Para establecer una verdad jurídica se requiere pre-

sentar ante un juez que va a resolver del caso, los medios que la ley

ha establecido como óptimos para esos efectos. Y no siempre es po-

sible reunir tales pruebas. Colabora en ese sentido la circunstancia

que quienes cometen las atrocidades son los mismos gañanes encar-

gados de investigarlas, por lo que los crímenes de esa naturaleza pa-

san a constituirse en crímenes perfectos. En ‘enigmas’ de la historia.

Es lo que sucede con las muertes a las que nos estamos refiriendo en

este párrafo. En una historia diferente, construida a partir de las

relaciones que tanto actores como hechos o acontecimientos mantie-

nen con sus respectivos entornos, la muerte del general Lutz es, a no

dudarlo, un asesinato; también la que vamos a consignar en este

párrafo; pero la historia no se escribe con el sostén de tales soportes

sino con aquellos que entrega la cultura imperante.

El 3 de marzo de 1975 debía regresar el general Óscar Bonilla des-

de la localidad de Panimávida, lugar al cual había concurrido a fin de

cumplir con una obligación familiar. El oficial, conocido por sus

ideas de abierto corte demócratacristiano, subió a un helicóptero Pu-

ma que debía llevarlo desde ese lugar a Santiago donde debía arribar

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para cumplir sus funciones. El helicóptero no llegó a destino. A poco

de despegar cayó a tierra pereciendo todos sus ocupantes. Tiempo

después perecerían en un accidente similar los técnicos franceses que

llegaron a investigar las causas del accidente que hizo caer al

helicóptero del general.

La vacante habida en el Ministerio de Defensa a raíz de la muerte

de Bonilla fue llenada el día 7 de marzo de 1975 con otro unifor-

mado en reemplazo del fallecido oficial: el general Herman Brady

Roche, entrañable amigo del Jefe Supremo de la Nación Augusto

Pinochet.

Arturo Fontaine Aldunate sostiene que las relaciones de la ‘Demo-

cracia Cristiana’ con la Junta Militar comenzaron a deteriorarse en el

curso del año 1975, como consecuencias de las medidas que impul-

saba Jorge Cauas.

“Al ex funcionario del Gobierno demócratacristiano y personero de

la confianza del Presidente Frei, Jorge Cauas, le toca definir una

política que distancia del Gobierno a algunos demócratacristianos.

Andrés Sanfuentes se ha ido a la Universidad en 1974 y Juan Vi-

llarzú renuncia a la Dirección de Presupuestos en marzo de 1975.

José Luis Zavala sigue trabajando como delegado de Chile al Fon-

do Monetario internacional desde octubre de 1974. Álvaro Bardón

continúa como uno de los más eficaces colaboradores de Jorge

Cauas, y en lo sucesivo adoptará una postura militante a favor del

programa económico del Gobierno. Pero el Partido Demócrata

Cristiano, en el plano político, y su propio líder, Eduardo Frei, diri-

girán artillería gruesa en contra del Programa de Recuperación E-

conómica dirigido por Cauas”150.

Poco tiempo después y durante el curso del mes de mayo de 1975, el

ex presidente Eduardo Frei Montalva concedió una entrevista a la

revista colombiana ‘Nueva Frontera’. En esa entrevista, y a dife-

rencia de la carta enviada a Mariano Rumor, el ex primer mandatario

criticó ácidamente a la Junta transformándose en un sujeto molesto

para las autoridades militares. Las declaraciones suyas fueron am-

pliamente difundidas por la prensa europea y norteamericana, ha-

150 Fontaine Aldunate, Arturo: Obra citada en (3), pág. 99.

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ciendo que la vigilancia en torno suyo se acrecentara. Según lo

expresa Mónica González, tras ese acontecimiento,

“[…] la DINA reforzaba una brigada para vigilar sus movimientos.

Todas las patentes de los autos que llegaban hasta su casa eran re-

gistradas y sus ocupantes fotografiados y filmados. Luego, a través

de la oficina de la DINA y luego de la CNI que funcionaba al inte-

rior del Registro Civil se identificaba a sus dueños. Lo mismo ocu-

rría con su oficina en Huérfanos 1022 y los teléfonos de ambos in-

muebles.

El acoso se hizo más intenso a medida que los influyentes nexos

políticos internacionales de Frei se intensificaron. En agosto de

1976, una bomba explotó en el frontis de la casa de Oscar Pinochet

de la Barra donde se le ofrecía a Frei una cena de honor “ 151.

Destruidas las organizaciones populares, asesinados y presos sus

militantes, exiliada gran parte de la población crítica a la Junta, la

‘Democracia Cristiana’ se transformaba, de colaborador, en un esco-

llo para aquella; y Frei era el peor de todos.

No se sabe el momento en que fue creado, a espaldas del general

Jorge Gustavo Leigh, un extraño organismo que llevaba por nombre

‘Asesoría Política’ ASEP y que, incluso, no contaba con la aproba-

ción de los sectores gremialistas dirigidos por Jaime Guzmán. Lo

cierto es que se creó con la única finalidad de organizar la con-

frontación del estamento militar con la ‘Democracia Cristiana’.

Según Cavallo, Salazar y Sepúlveda,

“[…] la ASEP había organizado la confrontación con la Democra-

cia Cristiana y ahora, a comienzos del 76, era la responsable de la

‘defensa’ del régimen ante la amenaza de Frei”152.

Esta confrontación no reflejaba, sin embargo, la esencia de las re-

laciones entre la ‘Democracia Cristiana’ y la Junta Militar al mo-

mento de asumir el control del país. En efecto, de las declaraciones

151 González, Mónica: “Por qué se decidió eliminar a Frei”, CIPER, 08 de

diciembre de 2009. 152 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 99.

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formuladas por sus más connotados dirigentes podía deducirse ine-

quívocamente que la colectividad falangista tenía dos preocupa-

ciones fundamentales en relación al futuro del régimen que se insta-

laba: era la primera, lograr que la Junta Militar fijase, a la brevedad,

la duración de su estadía al mando de la nación; la segunda, prestar

toda la asistencia técnica necesaria para, posteriormente, poder ejer-

cer en plenitud las funciones del gobierno que debería asumir una

vez finalizada la intervención militar. Ello explicaría, además, la

rápida asunción de cargos con posterioridad al golpe por parte de la

militancia demócrata cristiana. En consecuencia, frente a estos dos

hechos fundamentales que revelan la verdadera esencia de la partici-

pación de esa colectividad en la asonada, las discrepancias internas

entre los sectores demócratacristianos producidos en ese entonces y

que se acostumbra a señalar en numerosos artículos y estudios, care-

cen de toda relevancia.

Pero si bien lo expresado anteriormente muestra lo que sucedía en

el país desde el punto de vista de la DC, no explica lo mismo desde

el punto de vista de la asonada. Y era ahí donde se encontraban los

desencuentros. Porque al interior de la Junta, el pinochetismo153

ganaba espacios imponiéndose sobre el resto de la colectividad; y esa

tendencia era abiertamente anti demócratacristiana. Por eso pudo

implementarse una ASEP y, a la vez, aceptarse la colaboración de los

técnicos de ese partido. Pero el golpe contra la DC debía producirse

en cualquier momento: la muerte de los sectores más democráticos

de las Fuerzas Armadas (Lutz, Bonilla) eran índices que mostraban

una inequívoca dirección del rumbo que tomaba la Junta. Por eso, el

alto mando determinó comenzar su labor atacando al sector más re-

belde de la DC; por eso encarceló y expulsó posteriormente del país

a Claudio Huepe y a Renán Fuentealba. Por eso realizaría el atentado

de Roma.

El día 6 de octubre de 1975, a poco de descender del taxi en que

viajaban, al llegar a la calle Aurelia en Roma, Bernardo Leighton y

153 Preferimos evitar referirnos a Pinochet como individuo y atribuir a las

personalidades el rol de determinar el rumbo de una sociedad; por eso, lla-

mamos ‘pinochetismo’ al conjunto de elementos que se nuclearon en torno

al dictador del cual él era genuino representante y que, en definitiva con-

dujeron al conjunto de la nación durante los años que duró la dictadura.

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su mujer Ana Fresno, exiliados en Italia e impedidos de regresar a

Chile, pasaron a un supermercado a comprar algunos víveres que ne-

cesitaban y caminaron hacia su hogar ubicado en calle Gregorio VII.

Bernardo Leighton Guzmán

Un equipo de sicarios contratados por la DINA se encargó de ba-

learlos dejándolos gravemente heridos. El largo brazo de la dictadura

comenzaba a extenderse por todas partes. Pero faltaba mucho para

que la era demócratacristiana llegara a su fin. Antes de eso vería a la

dictadura convocar a un plebiscito cuya finalidad sería, precisamente,

derrotarla políticamente: si el 11de septiembre fue el golpe militar la

forma de terminar con las posiciones defendidas por el Gobierno

Popular y sus organizaciones sociales, el seudo plebiscito de 1980

sería el golpe de Estado de la Junta Militar contra las sustentadas por

la ‘Democracia Cristiana’ y lo que algunos analistas denominan

‘reformismo burgués’154.

154 El Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS,

organismo presidido por Clotario Blest, en conjunto con el FUT y otras or-

ganizaciones, formó el llamado ‘Bloque por la Abstención’ que llamó, en la

convocatoria hecha por la dictadura para participar en el seudo plebiscito de

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El destino del general Arellano no fue ser recibido por la comu-

nidad militar, como lo esperaba, en el carácter de ‘salvador de la Pa-

tria’ luego de su recorrido por el país, con posterioridad al golpe de

1973. Por el contrario. Una serie de encuentros desafortunados con

otros estamentos favorecidos por la autocracia pinochetista comenzó

a marcar lo que sería su destino. Había solicitado que se hiciera una

investigación sobre el viaje de la llamada ‘Caravana de la Muerte’ a

la vez que, simultáneamente, solicitaba se emitiera un informe pos-

terior para darle la razón acerca de lo ocurrido. Pero su requerimiento

no había sido escuchado; el escollo era nada menos que el propio

Pinochet.

“El Lobo, como le decían a Arellano sus compañeros de armas, era

un hombre con carisma y don de mando dentro del Ejército. A su

alrededor se había creado la mitología del hombre que había forja-

1980, a abstenerse de votar. Al respecto, en nuestra obra ‘Prolegómenos a

las grandes protestas del ‘83’, se puede leer lo siguiente:

“Las tesis del Bloque por la Abstención empezaban, como cosa

previa, por negar a la dictadura el derecho a convocar a los ciuda-

danos chilenos a pronunciarse sobre la continuidad de su admi-

nistración y, mucho menos, a aprobar una constitución en cuya

redacción ninguno de ellos había participado. Indicaban, más ade-

lante, que el ‘seudo-plebiscito’ de ese año estaba orientado a aplas-

tar la alternativa demócratacristiana que buscaba el recambio de la

dictadura por un Gobierno Cívico-Militar de transición que debería

cambiar el rostro del gobierno (no así la forma de acumular im-

puesta en 1978, más conocida como ‘modelo económico’). Para el

Bloque por la Abstención, el ‘seudo-plebiscito de 1980’ no era sino

un golpe de estado dirigido esta vez en contra de los sectores social

demócratas (en especial, contra la Democracia Cristiana) y, conse-

cuentemente, contra todos los sectores populares que habían

decidido subordinarse a la línea política de aquellos. Por eso, sos-

tenía el Bloque, la abstención era la más acertada respuesta a la

convocatoria de la dictadura pues la dejaba desprovista de un ‘legí-

timo contradictor’; en otras palabras, luchando consigo misma o, al

menos, con un fantasma.

La frase de Frei (‘Me siento profundamente humillado’) pondría

de manifiesto la magnitud de la derrota”.

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do el golpe, y la del oficial implacable que había recorrido el norte

y el sur en un helicóptero Puma cuyo rastro fatídico era una cadena

de fusilamientos”155.

Era evidente que Pinochet no deseaba que se realizara la investíga-

ción solicitada por Arellano pues en ella aparecerían las órdenes de

actuar con la máxima severidad que había impartido a su inferior,

encargo que Arellano se había preocupado de cumplir con la mayor

eficiencia. Pero puede suponerse que también con ello Pinochet bus-

caba hacer recaer la total responsabilidad de los hechos en su subor-

dinado, eludiendo la suya y desprestigiándolo ante sus propios ‘ca-

maradas’.

“Pinochet conocía en detalle la situación de Arellano. Lo conside-

raba proclive a la DC, sabía que su hijo era militante de ese partido,

y sospechaba que tenía en él un grado de infiltración política que e-

ra preciso cortar. Sus oficiales más cercanos también recomenda-

ban ese corte. Pero debía hacerse con discreción. De lo contrario, el

riesgo era despertar recelo y resentimiento entre los oficiales”156.

Todo gobierno toma la medida de separar del cargo que le ha con-

ferido a quien, dentro de sus propias filas, disiente de la política

oficial o puede transformarse en un elemento molesto; cuando dicha

medida no es posible aplicar, se recurre a enviarlo al exterior. Ya lo

había intentado Bernardo O’Higgins con Manuel Rodríguez, en los

albores de la república, ofreciéndole ‘una diputación’ en Estados

Unidos; ya lo haría, en los regímenes post dictatoriales, la presidenta

Michelle Bachelet, primero con Carmen Hertz157 enviándola de

155 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 93. 156 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 93. 157 Carmen Hertz era cónyuge de Carlos Berger, periodista asesinado por la

dictadura en Antofagasta; antes de ser agraciada con una embajada en

Europa, se había destacado como una de las abogadas que más luchaban por

las víctimas de los derechos humanos.

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embajadora a Rumania; luego, con Javiera Parada158, ofreciéndole

asumir la agregaduría cultural en Estados Unidos, y, finalmente, con

Cristian Cuevas159 al asignarle el cargo de agregado laboral en Espa-

ña. Tal fue la medida que determinó adoptar Pinochet con Arellano

al proponerle, en la primera semana de octubre de 1975, la embajada

en España, a lo que éste se negó en forma rotunda. Pinochet, profun-

damente molesto, lo hizo salir de su oficina. No obstante, al cabo de

pocos días, volvió a llamarlo, nuevamente, con la misma intención;

pero Arellano volvió a negarse. Entonces, Pinochet montó en cólera,

—“¡Aquí parece que hay señores oficiales que creen que no hay

mando! ¡Parece que creen que las órdenes se discuten, en vez de

cumplirse!

—Prefiero irme, Augusto— dijo Arellano— ¡Y eso es lo que tú

quieres!

—¡Quiero tu renuncia aquí en 24 horas!

Arellano sacó un sobre de su guerrera. Estaba preparado.

—Aquí la tienes. No necesito 24 horas. Me voy de inmediato”160.

Pero hasta los más poderosos les está vedado, en ciertas oportuni-

dades, hacer su entera voluntad. Así le sucedió a Pinochet, que sola-

mente pudo oficializar el alejamiento del general Sergio Arellano

Stark el 16 de marzo de 1976 en una ceremonia realizada en la Es-

cuela Militar.

158 Javiera Parada es la hija de José Manuel Parada, funcionario de la

Vicaría de la Solidaridad, asesinado junto a Manuel Guerrero y Santiago

Nattino en 1985; se había destacado como líder del movimiento por una

Asamblea Constituyente. 159 Cristian Cuevas se había desempeñado como dirigente sindical al frente

de la Confederación de Trabajadores del Cobre; fue nominado como agre-

gado laboral del Gobierno bacheletista en España. Regreso al país luego del

asesinato de un trabajador en el norte, renunciando al cargo para retomar su

lugar en las luchas sociales. 160 Cavallo, Ascanio; Salazar, Manuel y Sepúlveda, Óscar: Obra citada en

(90), pág. 93.

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Título IX: Ruptura definitiva: cierre de la Radio Presidente

Balmaceda.La muerte de Eduardo Frei.

La ruptura definitiva entre la ‘Democracia Cristiana’ y la Junta Mi-

litar se produjo con ocasión del cierre de la Radio ‘Presidente Bal-

maceda’, medio de comunicación de propiedad de ese partido, ubi-

cado en calle Nueva York N° 53, 7° piso, de la Comuna de Santiago

Centro. Director de ella era Ignacio González Camus, periodista ca-

sado con Marta Caro, anteriormente secretaria de Eduardo Frei Mon-

talva; gerente de la misma era Belisario Velasco. Coincide con no-

sotros el historiador Rafael Luis Gumucio cuando señala, al efecto:

“La directiva de la Democracia Cristiana quebró con la Junta Mili-

tar a raíz del cierre de la Radio Balmaceda, luego de un diálogo en

que el general Bonilla demostró orgullo y odio cerril para humillar

a don Patricio Aylwin. A partir de este hecho se dieron cuenta el

tipo de criminales, con sed de poder, a los que habían alabado co-

mo ‘salvadores de la patria’”161.

El Comité de Defensa de los Derechos Humanos CODEH, organi-

zado por Clotario Blest en 1970, tenía contacto con esa Radio desde

1972 con ocasión de las declaraciones que el líder sindical enviaba

en protesta de algunas actuaciones de los servicios policiales en con-

tra de los opositores bajo la ‘Unidad Popular’. Producido el golpe

militar, el CODEH siguió enviando sus declaraciones a esa radio

porque en los primeros años de la dictadura, el director de Radio

‘Chilena’ (de propiedad del Arzobispado) que era el demócratacris-

tiano Zenón Conejeros, no quería involucrar en demasía a la jerar-

quía eclesiástica.

La ‘Democracia Cristiana’ controlaba el periódico ‘La Prensa’, a

cargo del cual estaba Patricio Rojas; pero, por disponerlo la Junta

Militar, ese medio había sido clausurado luego de una comunicación

enviada por el general Bonilla a su representante legal. La Radio

‘Presidente Balmaceda’ no había sido tocada pues quien aparecía en

calidad de propietario era el empresario Jorge Yarur Banna, también

hombre de negocios vinculado a la organización falangista.

161 Gumucio Rivas, Rafael Luis: Obra citada en (58).

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Belisario Velasco

Óscar Ortiz nos recuerda que, en marzo de 1976, fue Belisario

Velasco, en su calidad de gerente de la radio de la organización fa-

langista, relegado a Putre. En realidad, la radio entregaba informa-

ción a la ciudadanía que resultaba bastante molesta para la Junta162.

Como un dato curioso, nos cuenta Ortiz que, en esos días, recibió

Clotario Blest desde Cuba una cantidad de dinero destinada al diri-

gente demócratacristiano castigado por la dictadura pinochetista.

Preocupado acerca de cómo remitirle ese dinero, Blest intentó ave-

riguar en qué iglesia de esa localidad podría estar hospedado Ve-

lasco. Cuál no sería su sorpresa al descubrir que el relegado no se

encontraba en recinto religioso alguno sino en el Casino de Oficiales

del Ejército de esa localidad por disponerlo así el propio dictador163.

162 González Camus, Ignacio: “Radio Balmaceda 73-76: bajo el asedio de

los ‘guatones’ y Pinochet”. Versión digital que existe en Internet por gen-

tileza del periódico ‘Le Monde Diplomatique. 163 Este tipo de relaciones, aunque no fue frecuente, se dio en algunas otras

oportunidades. Durante los años en que la ‘Democracia Cristiana’ goberna-

ba Chile y Pinochet era un alto oficial de las Fuerzas Armadas, pasaba éste

a buscar en automóvil a su hija Lucía, que trabajaba como secretaria de Be-

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La crisis, por consiguiente, se desencadenó por la continuidad de la

radio. Según el historiador que hemos seguido en esta parte, no en-

contró Patricio Aylwin, en su calidad de presidente del partido, nada

mejor que sacar de su cargo a Ignacio González Camus y colocar, en

los más destacados cargos directivos a tres individuos bastante cu-

riosos, pero de su absoluta confianza —Giácomo Marasso Beltrán,

Marcelo Rozas López y José Miguel Fritis Pérez—, de los cuales, los

dos últimos (Rozas y Fritis) asumieron en el carácter de gerente y

director de esa radio, respectivamente.

Marcelo Rozas López

Marcelo Rozas López había nacido

en 1949 y al momento de asumir co-

mo gerente de Radio Balmaceda tenía

apenas 27 años. A quien pueda sor-

prender su rápido ascenso en las es-

tructuras de poder dentro de una orga-

nización política no está de más re-

cordarle que, tratándose de escalar e-

se tipo de posiciones, la única cuali-

dad que cuenta es la estrecha vincula-

ción que ha de mantenerse con los

detentadores del poder partidario.

Según lo revela Víctor Osorio Re-

yes164, Rozas

“[…] vivía al lado de la Facultad y co-

menzó a tejer una estrecha amistad con su

camarada Gutenberg Martínez Ocamica, que por entonces estu-

diaba Leyes y era novio de una compañera de aulas y también

militante del partido de la flecha roja: Soledad Alvear Valenzuela.

lisario Velasco en la Empresa de Comercio Agrícola ECA, estableciéndose

así un vínculo que iría a servirle más tarde al dirigente demócratacristiano. 164 Actualmente, ministro de Bienes Nacionales del gobierno de ‘Nueva Ma-

yoría’.

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Por esos días, Martínez ocupaba la primera vicepresidencia de la

JDC y Rozas llegaría a ser encargado de relaciones internacionales.

Alvear se dedicaba a la capacitación”165.

En 1974, la presidencia del partido fue ocupada por Gutenberg

Martínez, fiel representante de lo que se conocía como corriente de

los ‘guatones’ o ‘aylwinistas’, dentro de la DC. El camino de Rozas,

Fritis y Marasso estaba asegurado.

Según lo recuerda Hernán Melgarejo, Marcelo Rozas, ya a cargo de

la radio,

“[…] tuvo sus primeros desencuentros con el sector ‘chascón’ o

progresista, que querían una oposición frontal a la dictadura. Pero

Rozas, con el fin de que la radio no fuera cerrada por los militares,

moderó el contenido que se emitía al aire. Y tal como consigna una

publicación de la revista ‘Cosas’, optó incluso por dormir en la

estación para que nadie burlara su control”166.

Belisario Velasco jamás fue informado de haber sido separado de su

cargo de Gerente General. Sólo se enteró de la decisión adoptada por

la directiva de su partido, finalmente, leyendo la revista ‘Ercilla’. A

pesar de ello, no protestó. Por el contrario, en carta enviada el 11 de

agosto de 1976 a Patricio Aylwin manifiesta su pesar por los errores

cometidos señalando, entre otras cosas:

“Camarada Presidente, quizás la angustia de los sin voz, que es la

de miles y miles de chilenos es, en un medio de comunicación, más

fácil de palpar y vivir, puede ser la razón que nos haya movido a

criticar y a denunciar los hechos que violentaban nuestra concien-

cia. Tal vez sobrepasamos posibles estrategias […] pero no podía-

mos contemporizar. Es cierto que ello puso en peligro la supervi-

vencia de la radio, la cual fue objeto de clausuras y un incendio a

165 Osorio Reyes, Víctor: “Un ‘salvadoreño’ en la corte de Soledad Alvear”,

‘Crónica Digital’, 24 de mayo de 2005, versión digital. 166 Melgarejo, Hernán: “Marcelo Rozas, el histórico DC vinculado al “gu-

tismo” que aparece en la nómina de boletas de SQM”, ‘El Dínamo’, 18 de

febrero de 2015, versión digital. Con negrita en el original.

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todas luces intencionado, pero créame, Presidente, también arries-

gamos nuestra seguridad […] y lo hicimos conscientes”167.

El 28 de enero de 1977, la Radio Presidente Balmaceda fue definiti-

vamente clausurada y dejó de funcionar. Todos sus trabajadores se

fueron a la calle sin derecho a reclamar por sueldos o regalías. Los

periodistas, por su parte, cesantes y sin posibilidades de encontrar

trabajo, se organizaron y procedieron a la compra de Radio ‘Coo-

perativa’, llamando a integrarse al nuevo proyecto a ciertos colegas

suyos que resultaron claves ´para la finalidad propuesta, entre otros,

a Delia Vergara y a Patricia Politzer. Fueron esas periodistas quienes

dieron a conocer el ‘Diario de Cooperativa’, famoso en los años pos-

teriores; la radio jamás perteneció a la ‘Democracia Cristiana’168.

Fritis, Marasso y Rozas habían cumplido su rol a cabalidad. José

Miguel Fritis pasó a desempeñarse como secretario general de la

Juventudes Demócratacristianas de América Latina (JUDCA), orga-

nismo dependiente de la Organización Demócratacristiana de Améri-

ca (ODCA), y por sus contactos con el COPEI venezolano se incor-

poró al comando de la candidatura de Luis Herrera Campins. En el

cargo de prosecretario del PDC quedó su amigo Marcelo Rozas Ló-

pez. Luego del retorno del ingeniero Napoleón Duarte a El Salvador

presidiendo una Junta Cívico-Militar, Fritis, Rozas y Marasso viaja-

ron a apoyar su trabajo político. Duarte era presidente de la ODCA y

vicepresidente de la Unión Mundial Demócrata Cristiana.

Según lo indica Melgarejo, fue la organización demócrata cristiana

internacional quien solicitó a Fritis la formación de un grupo desti-

nado a asesorar a Duarte, convertido en el candidato que debía ganar

las elecciones en El Salvador. Hoy se sabe que la CIA financiaba ese

operativo.

Existe la suposición que esos tres sujetos —que, en los años poste-

riores y luego de asumir la Concertación de Partidos por la Demo-

cracia el control de la nación, ocuparan cargos de cierta relevancia

política (Rozas fue, incluso, Alcalde de Chaitén y embajador en

167 González Camus, Ignacio: Obra citada en (158), págs. 248 y 249. 168 Ortiz, Óscar: Obra citada en (93).

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Checoslovaquia) —, fueron todos ellos agentes de la CIA. Según

Víctor Osorio:

“Lo concreto es que en El Salvador se instaló la percepción de que

estos chilenos trabajaban para la CIA, eventualmente a través de

una “triangulación” con el Gobierno de Venezuela. Y la sede que

ocupaban en San Salvador sufrió dos atentados con granadas y lan-

zacohetes.

El propio Fritis, mientras tomaba desayuno con Arístides Calvani,

sufrió un ataque. Por su visibilidad pública, debió moverse con

guardaespaldas armados hasta los dientes”169.

De acuerdo a lo que expresa Melgarejo, los atentados contra esos su-

jetos fueron múltiples:

“En El Salvador, Rozas debía ir rodeado de guardaespaldas por su

seguridad. Según testigos, el dirigente habría andado incluso con

granadas y fusiles y, algunos señalan, habría sido víctima de un fa-

llido atentado de bomba en contra de su vehículo. Fritis por su par-

te sufrió siete atentados de parte de las milicias de izquierda. En u-

na oportunidad, dispararon lanzacohetes a su departamento,

con la suerte de que los guerrilleros erraron en el blanco y a-

puntaron a la casa de al lado, que estaba vacía”170.

Refiriéndose a Marcelo Rozas, sostiene Natalia Saavedra que

“De ahí en más fue protagonista de varias polémicas. La más co-

mentada, su apoyo a partir del año 1978 al gobierno demócrata

cristiano de Napoleón Duarte en Honduras. Dicen que trabajó con

la CIA, que le pagaba la inteligencia gringa, que se hacía pasar por

periodista para espiar ciertas situaciones y que andar fuertemente

armado era su costumbre en el país centroamericano”171.

Y Hernán Melgarejo, refiriéndose al mismo indica que su militancia

169 Osorio Reyes, Víctor: Obra citada en (165). 170 Melgarejo, Hernán: Obra citada en (166). Con negrita en el original. 171 Saavedra M., Natalia: “Marcelo Rozas, el otro hombre de Julio Ponce”,

Revista ‘Capital’, 16 de mayo de 2015, versión digital.

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159

“[…] ha estado marcada principalmente por su abrupta salida del

cargo de embajador en República Checa, su rol en Radio Balma-

ceda, el escándalo del Carmengate y por haber participado en el

polémico grupo de ‘Los salvadoreños’, un grupo de jóvenes DC

que en los ochenta ayudó al presidente democratacristiano de El

Salvador, Napoleón López, con el supuesto apoyo de la CIA”172.

Al igual que Federico Willoughby-Mc Donald, también esos mili-

tantes demócratacristianos aparecieron desempeñando cargos de

cierta relevancia en los gobiernos que se sucedieron luego del tér-

mino de la dictadura173.

Durante la primavera de 1981, el ex presidente Eduardo Frei Mon-

talva empezó a tener algunas complicaciones de salud, molestias

luego de ingerir ciertos alimentos. La hernia al hiato que arrastraba le

producía alteraciones que se le hacían cada vez más desagradables.

Fuera de aquello, y próximo a cumplir los 71 años de edad, el ex

mandatario se mantenía en excelente estado físico y mental.

“Solamente lo molestaba una esofagitis producida por una hernia al

hiato, enfermedad crónica no mortal y ni siquiera grave. Decidió

operarse. Hizo consultas con médicos chilenos sobre la conve-

niencia de hacerlo en el país. Estos le garantizaron que existían

condiciones técnicas equivalentes a las de Estados Unidos y altísi-

mas posibilidades de una curación plena”174.

172 Melgarejo, Hernán: Obra citada en (166). El original está con negrita y

contiene un error al nombrar a Napoleón Duarte como Napoleón López. 173 En ese mismo sentido, vale la pena recordar que Jorge Navarrete Mar-

tínez, Agregado Cultural de la dictadura en Londres y sindicado por el

gobierno laborista de colaborador de la DINA (lo que le valió su renuncia

al cargo), fue agraciado por el gobierno de Ricardo Lagos con el cargo de

Presidente del directorio de Televisión Nacional TVN; posteriormente, el

mismo presidente le nombró como director de la Corporación del Cobre

CODELCO en su representación. En 2006 la presidenta Michelle Bachelet

lo nombró Presidente del Consejo Nacional de Televisión; su mujer, Pa-

tricia Poblete, fue ministra de la Vivienda en el primer gobierno de Michelle

Bachelet. 174 López, Federico: Obra citada en (102).

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160

Jamás Frei, en el transcurso de su vida, había actuado en forma o-

culta, subterránea; jamás ocultaba sus dolencias ni alegrías. Hombre

público por excelencia, siempre sus actuaciones y movimientos fue-

ron conocidos por quienes tenían interés en saber de aquellos. Pero,

si esa conducta transparente era garantía de su actuar, también cons-

tituía una circunstancia favorable al éxito de cualquier atentado que

estuviese perpetrándose en contra suya.

Patricio Rojas

Conocedores de esa práctica, determinado el día de su intervención

(18 de noviembre de 1981), seleccionada la Clínica en donde se

llevaría a cabo (Clínica Santa María) y designado el médico que la

llevaría a cabo (el doctor Alejandro Larraín), un grupo de siete mili-

tares en retiro enviados por el gobierno pinochetista se apersonó a la

mencionada clínica con la misión de realizar ciertos cometidos. La

invasión de estos sujetos al recinto hospitalario fue posible porque la

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161

gerenta administrativa del mismo era Ana María Benavente, cuñada

del general Julio Canessa, hombre de la confianza del dictador.

Los efectivos militares habían actuado de acuerdo a un plan espe-

cífico según el cual uno de ellos oficiaría de ‘mayordomo’ en tanto

otro, lo haría de ‘guardia’; por su parte, el sargento (r) José Miguel

Ogalde, establecería su centro de operaciones en la bodega de la

Clínica mientras el suboficial mayor (r) José Espinoza tendría a su

cargo la preparación de la habitación N° 401 que era aquella donde

se alojaría Frei el 18 de noviembre de 1981. Intimo amigo del doctor

Patricio Silva Garín, sería quien llevaría al paciente el día 6 de di-

ciembre a la sala de rayos cuando fuese menester; y por si eso fuera

poco, tenía este uniformado dos hijas, una de las cuales ( Rosa) tra-

bajaba, también, en la Clínica, siendo la otra (Sonia) miembro de la

Dirección de Inteligencia del Ejército DINE.

La intervención quirúrgica practicada posteriormente al ex man-

datario, de todas maneras, no tuvo éxito porque aparecieron algunas

complicaciones (obstrucción intestinal por adherencias peritoneales)

que obligaron a internarlo nuevamente el 4 de diciembre para una

segunda operación realizada el 6 de ese mismo mes. En aquella opor-

tunidad, la misión quedó a cargo de Patricio Silva Garín. Dos nuevas

intervenciones, el 8 y el 17 de diciembre tampoco tuvieron éxito. El

ex presidente falleció el 22 de enero de 1982.

En el proceso seguido en contra de quienes participaron en el asesi-

nato del ex primer mandatario fueron citados a declarar ante el mi-

nistro Alejandro Madrid los doctores Patricio Silva Garín, Pedro Val-

divia Soto, Helman Rosenberg Gómez y Sergio González Bombar-

diere. De acuerdo al referido proceso, las posibles causas del deceso

se originarían en una aplicación indebida de ciertas sustancias al

paciente:

“Se ha podido también establecer que al enfermo se le aplicó un

producto denominado ‘TRANSFER FACTOR’ (factor de transfe-

rencia), el que se encontraba en etapa de experimentación, y que,

tal como señala el inmunólogo y doctor en ciencias de la Universi-

dad de Chile, Luis Ferreira Vigouroux a fojas 8.729 y siguientes,

dicho producto, no estaba certificado ni autorizado por la Food and

Drug Administration (FDA) en Estados Unidos, y aunque se pensa-

ba que podía favorecer la recuperación de un sistema inmunológico

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162

deprimido, en definitiva, al agregar más endotoxinas a las ya pre-

existentes en el organismo, esto induciría al sistema inmunológico

a secretar moléculas que median el shock séptico. Todo ello se en-

cuentra corroborado por el texto de un estudio científico…”

La constatación de la muerte de Frei fue realizada por el doctor

Pedro Valdivia Soto quien, a pesar de no haber participado en la con-

sumación del hecho, tomó sobre sí la misión de acercarse sigilosa-

mente hasta la habitación donde yacía el ex mandatario intentando no

ser visto, a fin de dar la noticia a sus superiores. Nunca dio explica-

ción de tan anómala conducta.

Poco tiempo después ocurriría otra circunstancia:

“Lo extraño de la muerte de Frei había sido que, una hora después

de su deceso, dos médicos ―Helmar Rosenberg Gómez y Sergio

González Bombardiere175―, escoltados por agentes de seguridad y

sin permiso de su familia, procedieron a realizar una autopsia al ca-

dáver cuyo resultado se ocultó por más de 20 años. La autopsia fue

realizada en la misma habitación en que falleció el ex presidente y

en forma por entero irregular; su cuerpo fue colgado para vaciarlo

de los órganos que habían de examinarse y que jamás fueron con-

servados. De la realización de dicha autopsia y del contenido de su

informe tuvo conocimiento el doctor Patricio Rojas, amigo perso-

nal de Frei y ministro de Defensa bajo su gobierno; sin embargo, e-

se individuo también calló y ocultó el hecho a la familia del ex

mandatario”176.

El doctor Patricio Rojas no sólo tuvo conocimiento de la realización

de la autopsia sino fue él quien la solicitó, también de manera

irregular, a los facultativos177. También este sujeto fue agraciado con

175 Estos médicos mantenían contactos con la enfermera de la Dirección de

Inteligencia Nacional DINA Eliana Borumburu, a través del Hospital Clíni-

co de la Universidad Católica. 176 Acuña, Manuel: Obra citada en (154). 177Mónica González recuerda que, en 1990, Aylwin nombro a Patricio Ro-

jas ministro de Defensa y éste llamó a Patricio Silva Garín a colaborar con

él nombrándolo vicepresidente ejecutivo de CAPREDENA, cargo que de-

sempeñó hasta 1995. De allí regresó al Hospital Militar donde oficiaba, por

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163

cargos de importancia durante el período que siguió al término de la

dictadura.

Rojas no era un sujeto inmaculado. Por el contrario, sus manos

estaban manchadas con sangre. Según lo consigna Enrique Durán en

su obra “La Casa Blanca contra Salvador Allende”:

“A fines de junio (1970), la huelga de los trabajadores del Minis-

terio de Educación fue apoyada con fuertes demostraciones por los

estudiantes secundarios y las escuelas técnicas. El ministro Rojas

hizo intervenir al Grupo Móvil de Carabineros. Resultado: 3 mu-

chachos de 16 a 17 años acribillados por balas asesinas del Grupo

Móvil en sólo 3 días. Ellos fueron: Claudio Pavéz Hidalgo, en

Puente Alto y Miguel Aguilera ‘Zancudito’ en la Plaza Tropezón.

El tercer estudiante, Patricio Núñez Palma, también en Puente Al-

to, fue asesinado a golpes y patadas al interior de un bus del Grupo

Móvil. Patricio Núñez y Claudio Pavéz eran militantes de la Ju-

ventud Socialista de Puente Alto. Miguel Aguilera ‘Zancudito’ co-

mo lo llamaban sus amigos era militante de la base Martin Luther

King de las JJCC, en la comuna de Barrancas”178.

Mónica González señala, finalmente, a modo de corolario:

“Frei Montalva falleció el 22 de enero de 1982, cuando en las ca-

lles la miseria y la grave crisis económica hacía estragos. Un mes

después, el 25 de febrero de 1982, era degollado el presidente de la

Asociación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF) Tucapel Ji-

ménez por un equipo de la DINE y la CNI, coordinadas en función

de un decreto secreto de Pinochet en la Unidad Antiterrorista

(UAT). Así, el líder político y el dirigente sindical que en esos días

lo menos hasta el año 2009, como director de Gestión Clínica, uno de los

más altos puestos de esa entidad. ¿Ingenuidad del ex presidente Aylwin en

nombrar a sus colaboradores? ¿O, simplemente, una determinada intención?

Véase el trabajo de la investigadora “Las huellas que dejó el magnicidio de

Eduardo Frei Montalva”, CIPER, 08 de diciembre de 2009, citado más

abajo. 178 Duran Bastianini, Enrique: “La Casa Blanca contra Salvador Allende”,

Ediciones Taller Estocolmo, Estocolmo, 2013, pág. 39.

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164

podían unificar la oposición a la dictadura en la organización de un

gran paro nacional en ciernes, eran eliminados”179.

179 González, Mónica: “Las huellas que dejó el magnicidio de Eduardo Frei

Montalva”, CIPER, 08 de diciembre de 2009.

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165

A MANERA DE EPÍLOGO

os hechos consignados en las páginas anteriores nos conducen

inequívocamente a una sola y única conclusión: que no fueron

los elementos de ‘la derecha’ —como usualmente se acostumbra a

llamar a las estructuras políticas que se organizan para representar a

las clases y fracciones de clase dominantes—, quienes incitaron a los

institutos armados a realizar la asonada, ni tampoco simplemente esa

colectividad difusa e inasible que se llama ‘la derecha’. Mucho me-

nos la CIA o el gobierno norteamericano —como piensan otros—,

pues ello implicaría desconocer el rol que juegan las clases sociales y

sus fracciones al interior de una formación social, tal cual lo seña-

láramos en un comienzo. Lo cual no implica desconocer en modo

alguno la relevante participación de todos esos actores en la catás-

trofe de 1973.

Sostenemos aquí nosotros que tanto la gestación como la consu-

mación y afianzamiento del golpe militar perpetrado el 11 de sep-

tiembre de 1973 en contra del Gobierno Popular fue obra funda-

mentalmente de una organización jamás mencionada en textos de

aficionados o de especialistas como autora del mismo sino, apenas,

como cómplice o encubridora. Una organización política que, con-

vencida de haber sido elegida para realizar la misión histórica de

asumir el gobierno de la nación chilena por un lapso no inferior a 30

años, había sido desplazada del mismo por voluntad popular apenas

seis años después de su elección; una organización resentida por

aquello, molesta con el auge y crecimiento de las organizaciones po-

pulares, con una dirigencia y una militancia tremendamente prejui-

ciosa y antimarxista: la ‘Democracia Cristiana’ partido que no vaciló

en tomar sobre sus hombros la responsabilidad de conducir exitosa-

mente al triunfo a todo el sector golpista. Fue a esa colectividad po-

lítica, que creyó estar predestinada a dirigir eternamente el gobierno

de la nación como si se tratara de realizar una misión divina, que se

unieron los elementos más enfebrecidos de la sociedad —como ‘Pa-

tria y Libertad, el Movimiento Gremialista y contados miembros de

los partidos que representaban naturalmente el interés de las clases y

fracciones de clase dominantes subordinados a su dirección— para,

en definitiva, terminar consumando el holocausto.

L

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166

No fueron, en consecuencia, ‘sectores’ de esa organización política

quienes desencadenaron la asonada; no fue una falange suya ‘de

derecha’ quien complotó para llevarla a cabo, sino toda ella, toda su

militancia, su institucionalidad por completo. Incluso los que, horro-

rizados de la fuerza liberada por sus propios actos, manifestaron

abiertamente su repudio con una declaración exculpatoria a poco de

producida la tragedia. Porque, si aquellos hubieran sentido espanto

por lo sucedido y verdadero pesar ante los hechos, la lógica más ele-

mental nos indica que sólo la renuncia a una organización capaz de

llegar a tales extremos debió ser la reacción de esos ‘rebeldes’. Sin

embargo, contrariamente a esos principios, la generalidad de ellos

continuó militando en sus filas, siguió prestándole su apoyo, como si

estuviese convencida que, en un futuro no muy lejano, las cosas vol-

verían a ser como antes. Pero el carrete de la historia no retrocede; se

estira solamente en una sola dirección, la flecha del tiempo de la cual

nos habla, en sus obras, el maestro Ilya Prigogine.

Rafael Agustín Gumucio sostiene que la gran responsabilidad de la

‘Democracia Cristiana’, más que en los orígenes del golpe militar,

debe descubrirse en la ceguera y pasión que la llevó a entregarse a la

dictadura.

“A mi juicio, la responsabilidad de la Democracia Cristiana en el

golpe de Estado debe determinarse más que en la participación di-

recta de la preparación del golpe mismo, en la ceguera y pasión que

puso en su política oposicionista, que la llevó a entregarse a la di-

rección contrarrevolucionaria de la derecha”180.

De si la ‘Democracia Cristiana’ actuó consciente y deliberadamente

en esos trajines, no nos cabe la menor duda. La directiva de un par-

tido (como lo fue la dirigida por Renán Fuentealba) no se cambia por

otra (la que dirigía Patricio Aylwin), en virtud de un simple capricho

sino porque con esa resolución se pretende cambiar el rumbo de la

organización. Así, es posible realizar otras tareas. Inclusive, la de

ejecutar un golpe militar.

180 Gumucio Vives, Rafael Agustín: Obra citada en (10), pág. 216.

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167

¿Dónde se encuentra, hoy, la ‘Democracia Cristiana’? La mencio-

nada colectividad forma parte de la coalición denominada ‘Nueva

Mayoría’ y, fiel a una conducta que ha mantenido desde el retorno a

la democracia en 1990 cuando se formó la ‘Concertación de Partidos

Para la Democracia’ o simplemente ‘Concertación’, reclama su lugar

junto a otras organizaciones que, como ella, se autoproclaman ‘iz-

quierda’.

¿Engaño? ¿Hipocresía? No. De ninguna manera. Los partidos popu-

lares no son lo que fueron años atrás. El tiempo no ha corrido en va-

no. Convertidos hoy en elementos funcionales a la institucionalidad

pinochetista, transformados en servicios de empleo para la militancia

dócil a los requerimientos de sus directivas, reconocen la majestad de

una constitución espuria, se someten a ella e invitan a hacer lo mis-

mo a la comunidad que cree en ellos. La ‘Democracia Cristiana’ es

un partido más en esa alianza; pero es quien representa con mayor

fidelidad, en materia de clientelismo electoral, lo que fue el partido

Radical en el pasado. En cuanto al empleo de utilizar al Estado como

fuente de enriquecimiento inmoral (e ilpicito, algunas veces) supera

ampliamente a sus congéneres de la alianza dentro de la cual no está

de más, en modo alguno; por el contrario: es elemento consustancial

a ella, instrumento indispensable para sostener, defender y justificar

semejantes ideas. Es, a riesgo de decirlo, el único partido que no

puede dejar de estar en esa coalición pues a su forma de ser o

conducta se han ido adecuando los otros. La ‘Democracia Cristiana’

enseña cómo deben comportarse quienes luchan por sustituir a la

representación natural de las clases y fracciones de clase dominantes

y convertirse en los agentes necesarios e indispensables del sector

más dinámico del sistema capitalista mundial. Su misión ha sido y

es, precisamente, conducir a todo ese conjunto social y transformarlo

en el sector más representativo de lo que debe ser dicha estructura

social en la región: un sistema dentro del cual el explotado no

solamente acepte y consienta en su propia explotación sino lo

defienda como el mejor de los sistemas. El ex presidente Ricardo

Lagos ya lo intentó en su tiempo con cierto éxito y se prepara para

volver a hacerlo.

Ignoramos si el partido ‘Demócrata Cristiano’ mantiene hoy vín-

culos tan estrechos con los institutos armados como los tuvo en el

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pasado. No nos parece que así lo sea, sin embargo. Como ya hemos

dicho, el tiempo no corre en vano. Los llamados ‘partidos de izquier-

da’, profundamente influidos por la social democracia europea, se

han transformado en competidores suyos. Así, pues, en la lucha de

clases que reflejan los movimientos al interior de la escena política

de la nación la disputa entre los miembros de la coalición gobiernista

se reduce a recabar para sí el rol de representante ideal del sector más

dinámico del sistema capitalista mundial. En consecuencia, la impor-

tancia de la ‘Democracia Cristiana’, otrora representante proverbial

de esa corriente, se reduce ostensiblemente. Ya no es lo que fue. Se

encuentra en el mismo lugar que ocupan los integrantes del pacto

‘Nueva Mayoría’ quienes, en virtud del fenómeno conocido como

‘alternancia’, disputan con ‘la derecha’ la tarea de administrar con

mayor eficiencia el Estado y la explotación consiguiente de los

sectores dominados.

De si la organización falangista ha tenido la valentía de reconocer

su rol en la gestación, consumación y afianzamiento de la dictadura,

no nos parece que así haya sido. Por el contrario, su labor parece re-

ducirse a ocultar permanentemente dicha participación, tarea en la

que no ha estado sola; también han colaborado en ese sentido las or-

ganizaciones que, desde el término de la dictadura, administran con

ella la miseria de la nación. El perdón que una vez pidió el ex pre-

sidente Patricio Aylwin a la comunidad nacional, con los ojos llenos

de lágrimas, no fue a nombre del partido que dirigió, sino lo hizo en

representación de todos los ‘vencedores’ de la asonada; tampoco lo

ha sido el reciente gesto hecho como flamante nueva presidenta del

PDC Carolina Goic en las exequias del extinto mandatario, el 19 de

abril, pues sus palabras sólo dijeron relación con el escándalo cono-

cido como ‘Platas políticas’. No parece que el reconocimiento de se-

mejante labor vaya a ser la tónica posible en los meses o años veni-

deros.

Para quienes nos hemos marginado de las disputas partidarias y

preferimos investigar los hechos e intentar explicarnos el por qué de

los mismos, quisiéramos terminar aquí señalando que nos guía sola-

mente el ánimo de construir una historia diferente a la que hasta hoy

se nos ha entregado. Permítasenos decirlo: una historia más cercana a

la realidad. Es el mejor legado que podemos dejar a las generaciones

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169

que nos van a suceder y la mejor forma de honrar la memoria de

quienes nos precedieron en la lucha por construir una sociedad mejor

y no vacilaron en entregar su sangre en dicho empeño.

Santiago, septiembre de 2016

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DOCUMENTOS ANEXOS

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1. ULTIMA CARTA ENVIADA POR EL PRESIDENTE SALVADOR ALLENDE AL PRESIDENTE DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA PATRICIO AYLWIN

Señor Senador Aylwin:

La trascendencia que para la seguridad y el progreso de los chilenos

tiene un urgente entendimiento entre la mayoría democrática del

país, que ponga bajo control de la razón las corrientes profundas que

de modo cada vez más alarmante amenazan con arrastrar a nuestra

comunidad hacia una catástrofe social, interpretando el sentimiento

de la gran mayoría de compatriotas, me llevó a convocar pública y

solemnemente al Partido Demócrata Cristiano a entablar un diálogo

con el Gobierno que permitiera "ordenar el proceso de cambios y

continuarlo”.

En las circunstancias presentes por que atraviesa Chile, un diálogo

entre el Gobierno y el Partido que usted preside, tiene un sólo sen-

tido: Buscar las coincidencias y convergencias sobre los problemas

nacionales más vitales que existen entre la oposición democrática y

el Gobierno, con el objeto de encontrar el entendimiento mínimo so-

bre las materias concretas expresadas en la declaración de la Direc-

tiva Demócrata Cristiana el 6 de julio pasado, en sus discursos del 11

y del 26 del mismo mes y en el mío ante el Plenario de Federación de

la CUT, el día 25 de julio. Y tanto usted como yo convinimos, en

nuestras últimas declaraciones sobre la materia, en que el diálogo

quedaba planteado sin imposiciones unilaterales y contemplando los

puntos de vista de la otra parte.

Por consiguiente, cuando usted, en la carta que ayer me dirigiera,

reafirma su deseo de ver promulgada la Reforma Constitucional so-

bre las Áreas de la economía, ello no puedo interpretarlo como la

manifestación de querer imponer los criterios del P.D.C. en torno de

esa materia por sobre los del Ejecutivo. Por el contrario, usted se

muestra sensible a algunos planteamientos que el Gobierno ha for-

mulado al respecto y hace proposiciones complementarias para ob-

viar los problemas que para mí, como Presidente de la República,

encierra la promulgación de la mencionada Reforma.

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173

Las tesis jurídicas sustentadas por el Ejecutivo acerca del procedi-

miento seguido por el Congreso para aprobar la Reforma Constitu-

cional en cuestión, distintas de las defendidas por la mayoría parla-

mentaria, son ampliamente conocidas. La posición del Gobierno se

funda en mi voluntad intransigente de mantener el régimen presiden-

cial. Pero ha estado siempre en mi ánimo que una discrepancia jurí-

dico-constitucional no debía convertirse en obstáculo insalvable para

la continuidad institucional del país. Por ello, el Gobierno invocó, en

su oportunidad, el arbitraje del Tribunal Constitucional.

Hoy, cuando todos nuestros ciudadanos se interrogan por los graves

problemas económicos y sociales que enfrentamos y se angustian e

inquietan por el destino que espera a nuestra convivencia cívica, no

será el Presidente de la República quien anteponga un problema de

interpretación jurídica a la discusión y búsqueda de entendimiento

sobre los reales problemas materiales que nos preocupan.

Llevado por este anhelo en bien del país, quiero proponerle una so-

lución concreta que concilie las posiciones jurídico-constitucionales

del P.D.C. y del Gobierno sin que las de ustedes se impongan sobre

las nuestras, ni viceversa.

En caso de acuerdo estaría dispuesto a promulgar la Reforma Cons-

titucional para que así desaparezca la dificultad formal y entremos a

discutir sobre lo substancial que preocupa a los trabajadores y a

todos los chilenos, lo que presupone el siguiente procedimiento de

instrumentación, basado en la simultaneidad de sus concreciones:

1. Remitir al poder constituyente —formado por el Congreso Nacio-

nal y el Presidente de la República— la solución del conflicto de in-

terpretación jurídica pendiente. En este sentido se tramitaría un pro-

yecto de Reforma Constitucional que declara explícitamente, a con-

tar de su vigencia, que el quórum para que el Congreso haga prevale-

cer su criterio, tratándose de observaciones supresivas o substitutivas

a un proyecto de enmienda a la Constitución, es de dos tercios de los

miembros presentes, que representen, a lo menos, la mayoría de los

diputados y senadores en ejercicio. A la vez, que declare que, para

los efectos de la tramitación de los proyectos de Reforma Constitu-

cional referente a las Áreas de la economía y al régimen de tenencia

de la tierra, el Congreso no requirió insistencia para que se entendie-

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ra aprobado a su propio texto frente a las observaciones del Presi-

dente de la República.

2. Dicho proyecto de enmienda constitucional contendría, también

disposiciones encaminadas, tal como usted lo señala, a solucionar los

problemas prácticos a que daría lugar la entrada en vigencia de las

reformas constitucionales sobre las Áreas de la economía y sobre el

régimen de tenencia de la tierra, en trámite.

3. Se despacharán, simultáneamente, los proyectos de ley sobre em-

presas de autogestión, participación de los trabajadores en la conduc-

ción de la economía, garantías a la pequeña y mediana empresa, acti-

vidades económicas reservadas al Estado, estatuto de requisiciones e

intervenciones y la persecución del delito económico. Estas materias,

salvo el estatuto de requisiciones e intervenciones y la persecución

del delito económico, están contenidas en los proyectos de ley envía-

dos hace varios meses al Congreso, previo estudio conjunto del Go-

bierno y del Partido Demócrata Cristiano, los que, sin duda, constitu-

yen una base real de convergencia. Igualmente, se despacharían los

proyectos que fueran necesarios derivados de la Reforma Constitu-

cional sobre el régimen de tenencia de la tierra ya referido.

4. Los proyectos de reforma constitucional sobre las áreas de la eco-

nomía y sobre el régimen de tenencia de la tierra se promulgarían

conjuntamente con la enmienda constitucional propuesta en los pun-

tos primero y segundo y con los proyectos de ley a que se alude en el

punto tercero.

Obviando de esta forma el diferendo jurídico, queda abierto el ca-

mino para abordar los reales problemas sobre los cuales Chile espera

un entendimiento mínimo: los problemas económicos sociales y polí-

ticos que hoy están amenazando la paz interna y la unidad nacional

frente a presiones extranjeras.

Afirma usted en su carta que hay convergencia formal entre el

P.D.C. y el Gobierno en torno de la necesidad de restablecer las ba-

ses esenciales de la convivencia democrática. En su discurso del 26

de julio, usted recogió la casi totalidad del plan en ocho puntos que

yo propusiera la víspera para centrar el diálogo y que son los siguien-

tes:

1. Afianzamiento del mando y la autoridad de Gobierno.

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2. Rechazo de las Fuerzas Armadas paralelas. Marginación de las

FF.AA. de la pugna política.

3. Desarrollo del poder popular vinculado al Gobierno y sin producir

antagonismos con el régimen institucional.

4. Reafirmación del camino político establecido en el programa de la

Unidad Popular que, en ningún caso, es insurreccional.

5. Definición y articulación de las competencias, que les correspon-

den a los poderes del Estado.

6. Plena vigencia del estado de derecho, para lo cual es imprescin-

dible acabar con el bloqueo legislativo y desarrollo el régimen legal.

7. Definición del régimen de propiedad de las empresas, precisando

legalmente el área de propiedad social de la economía y teniendo

presente la irreversibilidad de las transformaciones realizadas en ella

y la necesidad de la participación de los trabajadores en su dirección.

8. Medidas económicas concretas que detengan la inflación aseguren

la distribución y permitan el desarrollo económico del país. No es,

por consiguiente, en los principios genéricamente formulados donde

se han producido las divergencias que tanto preocupan al país, sino

en el contenido y concreción de esos principios. Es sobre estos pro-

blemas concretos que debemos discutir y buscar el entendimiento

mínimo que asegure la paz y el régimen democrático.

Tengo el firme convencimiento de que el vigor y el prestigio de

nuestras instituciones políticas se demuestran buscando los puntos

mínimos de entendimiento democrático sobre los problemas más im-

periosos del momento.

Llevar a cabo un nuevo cambio de Gabinete, apenas un mes des-

pués que asumiera el actual, no aportaría ninguna solución a lo que el

país nos exige en la medida de los problemas materiales y tangibles

que hoy enfrentan al P.D.C. y al Gobierno no haya sido reempla-

zados por un acuerdo que, respetando la personalidad propia de cada

una de las partes, preserve el consenso fundamental sobre las con-

diciones que hacen posible la democracia, las libertades, el estado de

derecho, la participación popular, el desarrollo económico y como

consecuencia de todo ello, la convivencia ciudadana.

Mi Gobierno ha sido el único que ha dado pruebas fehacientes y

prácticas en múltiples oportunidades y circunstancias de su voluntad

de incorporar a la FF. AA. como instituciones a las grandes tareas

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naciones. En un momento de grave peligro para la paz interna, en

octubre de 1972, les asigné altas responsabilidades en el seno del

Gabinete. Su participación y contribución al desarrollo económico se

manifiesta de diversas maneras. Y es mi propósito continuar sumán-

dolas al esfuerzo nacional por avanzar en el camino que democrática-

mente ha escogido nuestro pueblo. Pero, es en la robustez de las ins-

tituciones políticas donde reposa la fortaleza de nuestro régimen

institucional. Y es obligación de los partidos políticos democráticos

esforzarse en evitar el desmoronamiento de las instituciones cívicas

incapacitándolas para atender las necesidades del país. El estudio

detenido de los documentos básicos elaborados por el Partido que

usted preside y el Gobierno, para orientar el diálogo, me llevó a pro-

ponerle el 30 de julio, que ambas partes discutieran y buscaran coin-

cidencias mínimas en breves plazos pre-establecidos en tomo de las

grandes cuestiones nacionales en ellos mencionados y que usted

recoge y enumera en su carta.

La concreción de todas estas medidas que expresan el decidido

propósito de mi Gobierno de elaborar la nueva juridicidad que el país

reclama y que yo estimo indispensable en el ordenamiento del pro-

ceso, permitirá el desarrollo normal de nuestra vida institucional lo

que a su vez, facilita el pleno desarrollo de los cambios sociales den-

tro de la concepción del estado de derecho.

No deseo dramatizar, pero tengo el deber de recordarle las trascen-

dentes responsabilidades que usted y yo tenemos en los difíciles

instantes que vive el país y las proyecciones históricas de nuestras

decisiones. Por ello y por el interés superior de Chile, debemos conti-

nuar el diálogo. Lo invito formalmente para que prosigamos nuestras

conversaciones.

Cordialmente.

SALVADOR ALLENDE GOSSENS

PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

Santiago, viernes 3 de Agosto de 1973

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2. CARTA DE EDUARDO FREI MONTALVA

AL PRIMER MINISTRO DE ITALIA MARIANO RUMOR

Santiago, Noviembre 8 de 1974

Señor

Mariano Rumor,

Presidente de la Unión Mundial de la Democracia Cristiana

Roma, Italia

Muy estimado Presidente y amigo:

He creído de mi deber dirigirme a usted, y por su intermedio a la di-

rectiva de la Unión Mundial de la Democracia Cristiana, para que

conozcan nuestro pensamiento frente a los hechos ocurridos en Chile

y su repercusión exterior.

Tiene también por objeto señalar cómo una propaganda muy con-

certada y dirigida que pretende ensombrecer el nombre de la Demo-

cracia Cristiana chilena y en especial el de algunos de sus perso-

neros, sin que hayan faltado quienes le han dado acogida, ignorantes

de la verdadera realidad.

La Democracia Cristiana nació en Chile justamente para defender la

Libertad, el Derecho y la Democracia. En 40 años de existencia este

partido nunca ha tenido una vacilación en la defensa de estos princi-

pios y en su combate especialmente contra todas las fuerzas fascistas

que en la década del 30 al 40 gozaban de tanto prestigio y se exten-

dían en nuestro hemisferio. Combatimos así a la Falange Española, al

rexismo belga, al fascismo italiano y al nacismo alemán.

Personalmente di testimonio de ello, al igual que todo nuestro parti-

do, en libros, artículos y acciones correspondientes.

Fue este partido el que en 1957 contribuyó a la derogación de la

Ley de Defensa de la Democracia que existía en Chile, y que co-

locaba fuera de la ley al Partido Comunista.

Por último, llegado este partido al gobierno que tuve el honor de

presidir, dirigió al país dentro del más pleno respeto a las normas

democráticas. Ningún partido político sufrió, no digamos persecu-

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ción, sino ni la más leve molestia, al igual que en cualquier demo-

cracia europea. Y fue nuestro gobierno el que arrastrando en esos

años muchos ataques reanudó relaciones con Rusia y los demás

países socialistas.

Los partidos que se han conducido de esa manera no pueden aceptar

de nadie, ni de adversarios ni mucho menos de quienes, se dicen

amigos, la menor tacha a su limpia trayectoria democrática. Y digo

esto porque para asombro nuestro estamos recibiendo ahora leccio-

nes de democracia de los Partidos Comunistas y aun de quienes en su

país ocuparon en el pasado cargos de Ministros en gobiernos dictato-

riales.

Esta campaña de desprestigio de la Democracia Cristiana chilena,

ha sido acompañada por una incesante propaganda nacida en los me-

dios de izquierda marxista y acogida por insignificantes grupos de-

mócratacristianos, en el sentido de que la Democracia Cristiana chi-

lena está dividida o a punto de hacerlo, calificando a unos de "Dere-

chistas" y a otros de "Izquierdistas". Si con ese criterio se juzgara a

cualquiera de los PDC de Europa y América Latina, seguramente

éstos aparecerían con mucho mayores señales de división que las que

se pueden suponer en Chile, donde el partido ha dado ejemplo de so-

lidez y unidad en situaciones extremadamente difíciles. Que existan

en algunos puntos diferencias de opinión es natural en partidos de-

mocráticos pero eso no hiere su unidad fundamental.

Esta maniobra de descalificación progresiva a uno o a otros mane-

jada por la prensa marxista o de extrema derecha consideramos que

constituye uno de los mayores peligros para el futuro de la Demo-

cracia Cristiana en cada país, si no existe un mínimo de solidaridad y

respeto entre los distintos partidos, y no caen en la trampa de hacerse

eco de tales maniobras.

¿Qué ocurrió en Chile?

Este país ha vivido más de 160 años de democracia prácticamente

ininterrumpida.

Es de preguntarse entonces cuál es la causa y quiénes son los res-

ponsables de su quiebre.

A nuestro juicio la responsabilidad íntegra de esta situación —y lo

decimos sin eufemismo alguno— corresponde al régimen de la Uni-

dad Popular instaurado en el país.

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¿En qué basamos esta afirmación?

Este régimen fue siempre minoría y nunca quiso reconocerlo. Ob-

tuvo en la elección presidencial el 36 % de los votos. Subió al 50 % a

los cuatro meses de elegido, en elecciones municipales, siguiendo

una vieja tradición chilena en que el pueblo da su apoyo al gobierno

recién elegido. En los comicios parlamentarios del 73 bajó al 43 %, a

pesar de haber ejercido una intervención no conocida en la historia

de Chile y haber utilizado toda la maquinaria del Estado, enormes

recursos financieros y presión sobre las personas y organizaciones,

que llegó hasta una violencia desatada, que causó varios muertos y,

numerosos heridos a bala. Por último quedó comprobado con poste-

rioridad un fraude de por lo menos un 4 a 5 % de los votos, pues los

servicios públicos, entre otras cosas, falsificaron miles de carnets de

identidad.

Pero no fueron minoría sólo en el Parlamento. Fueron minoría en

los Municipios; lo fueron en las organizaciones vecinales, profesio-

nales y campesinas y progresivamente estaban llegando a ser minoría

en los principales sindicatos Industriales y Mineros, como el caso del

Acero, Petróleo, Cobre, etc. e igualmente, salvo en un solo caso, fue-

ron derrotados en todas las organizaciones universitarias en que

votaban los Académicos y los estudiantes y para qué decir en las or-

ganizaciones específicamente estudiantiles.

En vez de reconocer este hecho y buscar el consenso, trataron de

manera implacable de imponer un modelo de sociedad inspirado cla-

ramente en el Marxismo Leninismo. Para lograrlo aplicaron torcida-

mente las leyes o las atropellaron abiertamente, desconociendo a los

Tribunales de justicia. Cada vez que perdían una elección en las Or-

ganizaciones Sindicales y Campesinas o Estudiantiles desconocían el

hecho y creaban una organización paralela afecta al gobierno, la cual

recibía la protección oficial, mientras eran perseguidos los organis-

mos que respondían a una elección legítima. Así se trató de dividir a

los estudiantes, a la clase obrera y a los campesinos.

En esta tentativa de dominación llegaron a plantear la sustitución

del Congreso por una Asamblea Popular y la creación de Tribunales

Populares, algunos de los cuales llegaron a funcionar, como fue de-

nunciado públicamente. Pretendieron así mismo transformar todo el

sistema educacional, basado en un proceso de concientización mar-

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xista. Estas tentativas fueron vigorosamente rechazadas no sólo por

los partidos políticos democráticos, sino por sindicatos y organiza-

ciones de base de toda índole, y en cuanto a la educación ella signi-

ficó la protesta de la Iglesia Católica y de todas las confesiones pro-

testantes que hicieron públicamente su oposición.

Frente a estos hechos naturalmente la Democracia Cristiana no po-

día permanecer en silencio. Era su deber —y lo cumplió— denunciar

esta tentativa totalitaria que se presentó siempre con una máscara de-

mocrática para ganar tiempo y encubrir sus verdaderos objetivos. Eso

fue lo que el país resistió.

Fueron éstas las razones por las que la Corte Suprema de Justicia,

por la unanimidad de sus miembros denunció ante el país, el hecho

de que por primera vez en la historia de Chile los Tribunales no eran

respetados, se atropellaban las leyes y sus sentencias no se cumplían.

La Contraloría General de la República, órgano que en Chile adquie-

re un verdadero carácter constitucional y que no sólo tiene funciones

contables, sino que califica la legalidad de los decretos del Ejecutivo,

rechazó innumerables resoluciones del gobierno por estimarlas ilega-

les.

El Parlamento continuamente reclamó durante tres años la violación

de las leyes y el atropello al Derecho, sin ser oído. Esto culminó

cuando, aprobadas dos Reformas Constitucionales, el Presidente de

la República se negó a promulgarlas. Buscando un pretexto para no

hacerlo, recurrió primero al Tribunal Constitucional, el cual dio la ra-

zón al Congreso. Sin embargo, eso fue inútil. Pretendió después pro-

mulgar estas reformas de manera trunca, o sea parte del texto, lo que

rechazó la Contraloría General de la República. Por último, se negó

lisa y llanamente a respetar la decisión del Congreso Nacional. Esto

llevó a la Cámara de Diputados a aprobar un acuerdo destinado a se-

ñalar al país que se estaban atropellando abiertamente la Consti-

tución y las Leyes, y mostrar una lista abrumadora de casos concre-

tos de como así ocurría.

Por haber ejercido estos derechos la Democracia Cristiana es pre-

sentada por la propaganda comunista como fascista o antidemo-

crática. Esta peregrina teoría parece haber encontrado acogida en al-

gunos. Pero cabe preguntarse ¿qué ocurriría en cualquier país euro-

peo en que la Corte Suprema de Justicia declara que el gobierno ha

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atropellado la Ley y no ha aceptado las sentencias judiciales? ¿Qué

ocurriría si el Congreso aprobara reformas constitucionales y el Eje-

cutivo se negara a promulgarlas y aun a publicarlas?

Lo curioso es que el Partido Comunista y el Partido Socialista du-

rante todos los gobiernos anteriores en que estuvieron en la oposición

la ejercieron en forma extrema. Cuando el gobierno de la DC triunfó

con el 57 % de los votos del electorado nacional (no con el 36 %), el

Partido Socialista oficialmente y el señor Allende, líder de ese Par-

tido, declararon que no reconocían el triunfo de la Democracia Cris-

tiana. Se negaron a concurrir al Congreso Pleno, que en Chile es el

trámite correspondiente para la proclamación del Presidente de la

República, anunciaron textualmente que le negarían "la sal y el agua"

al gobierno de la DC. El Partido Comunista estuvo en una oposición

constante y total.

Para hacerlo recurrieron a la injuria, a la violencia, y el Partido So-

cialista una y otra vez manifestó que no respetaba el orden legal y

democrático, que no era sino un orden burgués. Cada vez que había

una huelga o un conflicto el señor Allende los Partidos Socialistas y

Comunista lo promovían o acentuaban para llevar al extremo la si-

tuación. En su implacable crítica al gobierno de la Democracia Cris-

tiana, todo lo encontraban mal, y cuando la inflación llegaba al 20 %

llamaban al país a la huelga general para derrocarlo.

¡Qué distinta la actitud del Partido Demócrata Cristiano, que concu-

rrió con sus votos a elegir Presidente al señor Allende cuando obtuvo

sólo un 36 % de la votación nacional y que no pidió en compensa-

ción ni un solo cargo o influencia sino un Estatuto de Garantías

Constitucionales que asegurara plenamente la Democracia en Chile!

Pues bien, por boca de don Renán Fuentealba primero, y de don Pa-

tricio Aylwin después, como presidentes del Partido Demócrata Cris-

tiano, se denunció que este Estatuto que el Presidente juró respetar,

fue constantemente atropellado.

¿Cuál era el fondo del problema?

El fondo del problema es que este gobierno minoritario, presen-

tándose como una vía legal y pacífica hacia el socialismo —que fue

el slogan de su propaganda nacional y mundial— estaba absoluta-

mente decidido a instaurar en el país una dictadura totalitaria y se es-

taban dando los pasos progresivos para llegar a esta situación, de tal

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manera que ya en el año 1973 no cabía duda de que estábamos vi-

viendo un régimen absolutamente anormal, y que eran pocos los pa-

sos que quedaban por dar para instaurar en plenitud en Chile una

dictadura totalitaria.

Así lo señalaron no sólo la Corte Suprema, la Contraloría y el Parla-

mento. Se agregó la declaración del Colegio de Abogados, que en

extenso documento indicó al país que el sistema legal había sido rei-

terada y manifiestamente atropellado. Por otro lado, el Partido Radi-

cal de Izquierda, que apoyó al señor Allende en la elección y que for-

mó parte de su gobierno, se retiró de él denunciando que había lle-

gado a la certeza de que se iba al quiebre de la democracia por la ac-

ción del gobierno que integraban. Hombres que habían militado

siempre en la izquierda chilena, que dirigían ese partido, señalaron

con extrema dureza que el país estaba al borde del caos y que la vo-

luntad del Ejecutivo era instaurar la dictadura totalitaria.

A esto se agregó el Colegio Médico, que tradicionalmente apoyó al

señor Allende, pues este fue presidente de él; el Colegio de Inge-

nieros y todos los demás Colegios Profesionales.

Fue asimismo evidente un cambio en diversos sindicatos, que se

manifestó en huelgas, de las cuales la más prolongada fue la de los

obreros del Cobre.

Todo, pues, conducía a una situación crítica.

Los partidos de gobierno ya no ocultaban sus intenciones. El Se-

cretario General del Partido Socialista llamaba abiertamente a los

Soldados y Marineros a desobedecer a sus oficiales y los incitaba a la

rebelión. En iguales términos se expresaban otros partidos de gobier-

no en forma de tal manera insensata que hasta el propio Partido Co-

munista manifestó su desacuerdo con ellos y en especial con el Par-

tido Socialista "que rechazaba todo acuerdo con la Democracia Cris-

tiana y se unía cada vez más al Movimiento de Izquierda Revolucio-

nario en sus tesis de la Revolución violenta e inmediata".

Así lo han declarado numerosos dirigentes comunistas.

Reveladora es la entrevista publicada en La Stampa del 26 de octu-

bre de 1973, en la cual se afirma por un alto dirigente que el Partido

Comunista buscaba una solución política, pero que en los últimos

días se encontraron con el discurso del Secretario General del Partido

Socialista contra las Fuerzas Armadas y "con su obstinado máxima-

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lismo al igual que el de Enríquez, jefe del MIR, y por eso nos hemos

encontrado sin preparación ante el golpe".

La posición del Partido Comunista, según la misma entrevista, que

coincide con innumerables otros documentos, no difería en cuanto a

los objetivos sino sólo ante la táctica a seguir.

"Las armas que teníamos —agrega— de las cuales los generales

han descubierto una mínima parte, desgraciadamente eran pocos los

que las sabían usar porque no había habido tiempo suficiente para

adiestrar a la masa popular".

O sea, vuelve siempre a lo mismo: ganar tiempo para obtener el Po-

der total.

El Presidente de la República declaraba respetar la Ley, la Constitu-

ción y la Democracia, pero todas sus declaraciones eran de inmediato

contradichas por los hechos, ya que todos los compromisos fueron

violados y todas las afirmaciones desmentidas posteriormente por sus

actos.

Innumerables documentos de sus asesores y de los dirigentes de los

partidos políticos que conformaban la Unidad Popular han demostra-

do que todo su objetivo era ganar tiempo para consolidarse en el Po-

der y para afianzar su posición totalitaria, documentos que culmi-

naron con la carta publicada del señor Fidel Castro en la cual le reco-

mendaba al señor Allende tratar con la Democracia Cristiana con el

solo objetivo de ganar tiempo.

El Partido Demócrata Cristiano, bajo la presidencia del señor Renán

Fuentealba, que abarcó parte del año 71, el 72 y hasta después de las

elecciones parlamentarias del 73, constantemente denunció este dua-

lismo. Igual ocurrió con la actual directiva.

Acompaño a este respecto algunos documentos.

A este cuadro político se agregan dos hechos que han sido determi-

nantes en el proceso chileno.

El primero, instaurado el gobierno convergieron hacia Chile varios

miles de representantes de la extrema izquierda, de la guerrilla y de

los movimientos de extrema izquierda revolucionarios de América.

Llegaron elementos Tupamaros del Uruguay, miembros de guerrillas

o movimientos extremos del Brasil, de Bolivia, de Venezuela y de

todos los países, como hay numerosos casos, por delitos graves inex-

carcelables. La Embajada de Cuba se transformó en un verdadero

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ministerio, con un personal tan numeroso que era superior, la sola

Embajada de Cuba en Chile, a todo el personal que tenía nuestro país

en el Ministerio de Relaciones Exteriores el año 1970. Esto da la

medida. Además de ellos, nos vimos invadidos por norcoreanos y

otros representantes del mundo socialista.

Hombres conocidos en el Continente por sus actividades guerrille-

ras, eran de inmediato ocupados en Chile con cargos en la adminis-

tración, pero dedicaban su tiempo muchos de ellos al Adiestramiento

Paramilitar e instalaban Escuelas de Guerrillas que incluso ocupaban

parte del territorio Nacional, en que no podían penetrar ni siquiera

representantes del Cuerpo de Carabineros o de las Fuerzas Armadas.

El segundo, fue la acelerada importación de armas. El Partido De-

mócrata Cristiano denunció continuamente este hecho. Hay más de

cincuenta documentos publicados por el partido y dados a conocer en

el Parlamento respecto a la internación ilegal de armas. El gobierno

siempre desmintió esta aseveración. Llevado de su preocupación el

PDC presentó un proyecto de ley para el control de las armas que

estaban llegando al país, proyecto de ley que fue aprobado y que

sirvió de base para iniciar acciones que revelaron la existencia de

fuertes contingentes de armas importadas.

Después del pronunciamiento del 11 de Septiembre, estas denuncias

de la Democracia Cristiana han quedado plenamente confirmadas.

Las armas hasta ahora recogidas (y se estima que no son aún el 40

%) permitirían dotar a más de 15 regimientos eso que una abruma-

dora proporción aún no ha sido descubierta.

Estas armas son todas de procedencia checa o rusa, armas que ja-

más ha tenido el ejército chileno. Por lo demás, nadie ignora o des-

carta en Chile la existencia de estas armas.

Se trata de armas de todo tipo, no sólo automáticas sino que pesa-

das, ametralladoras, bombas de alto poder explosivo, morteros, ca-

ñones antitanques de avanzados modelos, y todo un aparato logístico

de comunicaciones, de telefonía, clínicas médicas, etc., para poder

concretar esta acción. Se había establecido así un verdadero ejército

paralelo.

Nos preguntamos una vez más, y preguntamos a los dirigentes de la

Unión Mundial de la Democracia Cristiana: ¿qué democracia puede

resistir esta situación? ¿Acaso la Democracia Cristiana, sin armas en

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consecuencia inerme frente a esta embestida debía quedar silenciosa?

¿Merece el calificativo de fascista o golpista por el hecho haber de-

nunciado esta realidad? ¿Pretenden acaso que lo democrático era

permanecer mudos, amparando la preparación desembozada de una

dictadura impuesta por la fuerza de las armas?

Es efectivo que como consecuencia de este extremismo armado de

la izquierda y sin duda alguna amparado por el gobierno ya que se ha

probado que muchos de los bultos que contenían estas armas llega-

ban consignados a la propia Presidencia de la República, nació inevi-

tablemente un extremismo de derecha también armado. No nos refe-

rimos al Partido Nacional, sino a grupos extremistas de derecha, que

la Democracia Cristiana nunca dejó de condenar con la misma clari-

dad que a los de extrema izquierda.

El otro elemento digno de considerarse fue la conducción económi-

ca. El mundo conoce cuál es el resultado de la gestión económica de

la Unidad Popular.

Recibieron un país floreciente, en pleno desarrollo. El cobre, princi-

pal producto de exportación, había sido nacionalizado en un 51 % v

se había hecho una inversión v terminada que duplicaba su capacidad

de producción. Impulso decisivo existía en la Agricultura, en la In-

dustria y en otras actividades mineras. El país estaba absolutamente

al día en sus compromisos internacionales y había podido en los dos

últimos años de la Administración anterior prescindir de créditos

externos, salvo algunos destinados a la instalación de nuevas indus-

trias básicas, celulosa, petroquímica, etc., y se había acumulado una

reserva que por primera vez el país tenía ascendente a 500 millones

de dólares. El único hecho negativo era que la inflación había llegado

al 30 % en el último año.

En estas condiciones la Unidad Popular aseguró que terminaría con

la inflación: que nunca más pedirían créditos externos: que aumenta-

ría la producción, independizarían económicamente al país y mejora-

rían el nivel de vida de la clase trabajadora.

¿Cuál fue el resultado de su gestión?

El mundo la conoce. El total de las deudas líquidas contraídas por la

DC durante sus 6 años de gobierno no llegaron a 400 millones de

dólares, después de pagar todos sus compromisos internacionales y

tener su crédito absolutamente limpio. En menos de tres años de go-

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bierno de la Unidad Popular que afirmó que no endeudaría al país

según su programa, elevó esas deudas en cerca de mil millones de

dólares, destinados no a inversión sino exclusivamente a comprar

alimentos para paliar su fracaso en la Agricultura. Además de eso

dejaron de pagar todas las deudas externas y en dos años se consu-

mieron todas las reservas que les había legado el régimen anterior.

Por eso en vez de independencia, llegaron a la mayor dependencia

conocida en Chile.

La inflación en cifras oficiales del gobierno llegó a 323 % en los

últimos doce meses, pero los Institutos Universitarios, teniendo con-

sideración que prácticamente el país vivía del mercado negro, esti-

maban que ésta superaba el 600 %.

El dólar en el Mercado Libre se transaba al término del gobierno de

la Democracia Cristiana a 20 escudos por dólar. En el mes de agosto

recién pasado llegaba a los 2.500 escudos por dólar, o sea, una deva-

luación de más o menos el 12.000 %.

Todos los índices de productividad habían bajado: industrialmente

en más de un 7 %, en la Agricultura cerca del 23 %, en la Minería

aproximadamente en un 30 %. Rubros tan fundamentales como el

trigo, bajó su producción de 14 millones de quintales término medio

en los seis años anteriores, a menos de 8 millones. Muchos institutos

de investigación afirman que a menos de 6 millones. La quiebra era

total.

Ahora cabe preguntar: ¿era la Democracia Cristiana fascista o gol-

pista por el hecho de haber denunciado esta política económica que

llevó al país a la inflación desatada, al envilecimiento de la moneda,

a la paralización productiva, al mercado negro, a la escasez y al ham-

bre?

Los que con tanta ligereza hablan sobre Chile deberían venir y re-

correr las poblaciones periféricas, los campos y las ciudades y pre-

guntar cómo era necesario hasta diez horas de colas para conseguir

114 litro de aceite, cuando se conseguía, o un kilo de pan, cuando se

conseguía. O medio kilo de azúcar, cuando se conseguía.

¿Hay alguna democracia que resista estas tasas de inflación, la es-

casez y el mercado negro?

¿Es fascismo y golpismo denunciarlo?

¿Acaso el deber de un partido político es silenciar estos hechos?

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Ellos eran democráticos cuando atacaban sin tregua un gobierno

DC que jamás cometió tales errores. En cambio la Democracia Cris-

tiana, ¿era fascista por el solo hecho de defender el derecho a vivir

dentro de nuestra Patria y antidemocrática porque no se hacía cóm-

plice del descalabro, de la corrupción, de la inmoralidad y del desas-

tre comprobado por quien quisiera venir al país y constatar lo que su-

cedía?

Sin embargo, con la misma falsedad con que en el exterior se decía

que el ensayo político era una vía legal hacia el socialismo, se daban

pretextos para justificar este fracaso, que repetían algunos diarios de

renombre universal.

Esos fueron los argumentos principales que se esgrimieron para jus-

tificar el fracaso.

El primero, que las compañías norteamericanas expulsadas del país

estaban dificultando las ventas del cobre. Efectivamente, una com-

pañía cometió la torpeza de iniciar un juicio de embargo respecto a

una partida de cobre, que la Democracia Cristiana por supuesto con-

denó. Pero es necesario ver la realidad. El embargo afectó una par-

tida de cobre cuyo valor era de dos millones de dólares en una venta

anual de 600 millones de dólares o más. Por otra parte, el embargo

no se llevó a efecto, porque los tribunales franceses, no acogieron la

demanda de la compañía. ¿Puede decirse que ésta es la razón para

explicar el fracaso?

La segunda es el bloqueo económico, cuyas características no se

precisaron que solo podría traducirse en imposibilidad de vender

productos, lo que nunca ocurrió, o la imposibilidad de obtener crédi-

tos, lo que tampoco ocurrió, pues con cifras dadas por el propio go-

bierno anterior ante el Club de París, el Fondo Monetario y otros or-

ganismos, se prueba que el gobierno de la Unidad Popular dispuso de

mas créditos y endeudó al país más que ningún otro en la historia de

Chile en tan breve plazo.

El otro argumento es que éste era el costo de la Revolución y del

avance social.

Esto habría sido verdadero si hubieran recibido un país estancado.

No es así. Recibieron un país en pleno proceso de transformación

social y en plena marcha de las reformas tributarías, educacional,

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agraria, la nacionalización de las riquezas básicas al igual que activos

planes de salud, construcción de escuelas y viviendas.

La Unidad Popular, con el voto unánime del Congreso, nacionalizó

el 49% del cobre, ya que el 51 % había sido nacionalizado en el

gobierno de la Democracia Cristiana.

Inició un acelerado proceso de estatización de Industrias. La Demo-

cracia Cristiana no estuvo en contra de este proceso, sólo exigió que

se hiciera dentro de la ley, fijando los límites del área social y priva-

da. Nada de eso se obtuvo, pues se siguió el proceso saltándose la ley

y muchas veces con atropellos, asaltos y violencia.

Pero lo más grave fue el tremendo fracaso del área estatizada. Se

dijo que el gobierno financiaría el desarrollo económico con las utili-

dades de las empresas cuyo control tomaría el estado. El año 1973

estas empresas perdieron más de 150 millones de escudos. Si se con-

sidera que el presupuesto nacional era de una cifra equivalente, se

medirá la magnitud del fracaso.

Es también efectivo que aceleraron al extremo la Reforma Agraria

iniciada por la Democracia Cristiana, pero quisieron convertir toda la

Agricultura en Haciendas Estatales colectivas, lo que fue resistido

por el campesinado. Se eliminó a los técnicos, se desorganizó toda la

infraestructura, y en vez de respetar la ley, se asaltaron las propieda-

des y las ocuparon con gente que muchas veces no eran campesinos.

Estas fueron, entre otras cosas, las causas del fracaso agrícola.

Ostensiblemente disminuyó la construcción de viviendas y de es-

cuelas. Basta decir que en tres años no se construyeron ni 300 escue-

las, mientras el gobierno de la DC construyó 3.600.

Estos son hechos.

Un último aspecto que creemos necesario destacar, ya que no po-

demos referirnos a todo, lo constituyó el clima de odio y violencia

que reinaba en el país. Toda crítica, toda observación, era contestada

con las injurias más violentas para quienes tenían la audacia de se-

ñalar los errores.

El Partido Socialista y el Partido Comunista crearon organizaciones

armadas. Los socialistas la llamaron "Elmo Catalán", Y los comunis-

tas constituyeron la tristemente célebre brigada "Ramona Parra".

Se constituyeron asimismo los llamados "Cordones Industriales",

que rodeaban las ciudades en forma estratégica; y, como consecuen-

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cia de la escasez se organizó el racionamiento sobre la base de or-

ganismos políticos que empadronaban a los habitantes para ejercer el

control sobre la vida de la población.

Como consecuencia de todo esto murieron cerca de cien personas y

hubo innumerables heridos.

Así murió el ex Vicepresidente de la República; uno de los funda-

dores del PDC, don Edmundo Pérez Zujovic, vilmente asesinado al

salir de su casa por los miembros de una organización extremista.

Los tres asesinos habían sido detenidos al final del gobierno de la

Democracia Cristiana por haber perpetrado asaltos a mano armada y

condenados por los Tribunales de justicia a varios años de prisión.

El primer acto del gobierno de la Unidad Popular fue dejar en li-

bertad a estos detenidos por actos ilegales, y, entre ellos los tres que

causaron la muerte de ese dirigente demócratacristiano. Al indultar-

los el Presidente Allende justificó su acto llamándolos "jóvenes idea-

listas".

También murieron víctimas de esta violencia varios dirigentes ju-

veniles de la DC y quedaron centenares de heridos.

Cuando los obreros del Cobre en huelga buscaron refugio en el lo-

cal central del Partido, fueron atacados y hubo que instalar una posta

de auxilios que en el día atendió, según información oficial del PDC,

a más de 700 personas con heridas de toda especie, entre ellas 120 de

carácter grave. Ese día el presidente Aylwin y otros dirigentes, entre

ellos yo mismo, estábamos en el local del partido pudimos ser testi-

gos de lo que ocurría.

Estas son las razones por las cuales el Partido Demócrata Cristiano

estuvo en la oposición, oposición que progresivamente se hizo más

dura por efecto de los abusos cada vez más graves que se cometían.

La posición del PDC en esta materia es intachable. Pasando por

encima de su interés político inmediato, nunca rehuyó buscar solu-

ciones para el país. Esto es tan claro que incluso se criticó acerba-

mente al partido por aceptar el diálogo.

Cada vez que el Presidente de la República deseó conversar con la

directiva, a pesar de las reiteradas veces que ésta fue engañada, no se

negó a hacerlo para que no se quebrara el régimen democrático. De

eso hay constancia en las declaraciones de los dos presidentes del

partido, señores Renán Fuentealba y Patricio Aylwin.

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Cuando el conjunto de los obispos chilenos hizo un llamado para

salvar la paz y evitar el conflicto y pidió un diálogo entre los hom-

bres de buena voluntad, el presidente del PDC aceptó hacerlo, y

planteó públicamente algunas bases para ello, que en último término

significaban como condición básica volver al respeto de la Constitu-

ción y la Ley.

Todo esto que afirmo está en documentos públicos aparecidos en la

prensa y difundidos por la radio y la TV. El Presidente de la Repú-

blica aceptó en principio nuestro planteamiento, para después recha-

zarlo. A fines de agosto, a pesar de que estas conversaciones termi-

naron por la imposibilidad total de que el gobierno aceptara los

planteamientos del partido que eran extremadamente moderados vis-

tas las circunstancias, nuevamente hubo una reunión en la cual el

Presidente de la República, como lo ha dejado establecido el señor

Aylwin, no presentó una sola base de entendimiento, afirmación

nunca rebatida.

La directiva del partido llegó a la convicción de que exclusivamente

se estaba ganando tiempo para preparar el control total del poder por

parte de la Unidad Popular y, acelerar su aparato paramilitar y el re-

parto de armas.

Nadie puede, pues, decir que la Democracia Cristiana no agotó los

procedimientos para llegar a un acuerdo. Jamás se le hizo una propo-

sición seria. Nunca el Presidente ofreció una fórmula de gobierno. Al

revés, señaló que sería imposible el ingreso de la DC al gabinete por

la oposición socialista de los partidos integrantes de la Unidad Popu-

lar.

Las Fuerzas Armadas, llamadas por la propia UP., aceptaron por,

tres veces en estos años integrar gabinetes ministeriales. Los partidos

de la Unidad Popular, después de hacer profesión durante 40 años de

antagonismo hacia las Instituciones Armadas, fueron los que trataron

de mezclarlas en política, a pesar de su reiterada voluntad de no a-

ceptar. Su presencia no logró modificar las líneas de acción guber-

nativa para evitar la catástrofe que se advertía venir.

Pocos días antes del 11 de Septiembre advirtiendo la DC la grave-

dad de la situación, convocó a los jefes Provinciales del partido de

todo el país, quienes por unanimidad recomendaron como supremo

arbitrio que los senadores y diputados de la DC presentaran las re-

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nuncias a sus cargos sobre la base de que el gobierno llamara a un

plebiscito y se sometiera a sus consecuencias, para buscar así una

salida democrática al poder. Esto fue aceptado por la directiva y los

parlamentarios que hicieron pública su decisión de renunciar. La

proposición de un plebiscito fue siempre rechazada, pues si obtu-

vieron el 43 % en marzo del 73, después la situación se degradó con

gran rapidez, en especial porque se hizo ya perceptible el caos eco-

nómico y político.

Yo pregunto: ¿puede un partido hacer mayor esfuerzo y un mayor

sacrificio, siendo mayoritario en ambas ramas del Congreso en una

elección reciente en que tuvo que soportar el embate y la violencia

del gobierno, que ofrecer pública y responsablemente la renuncia de

sus parlamentarios con el fin de buscar una salida democrática para

el país?

Esta es la realidad. Por eso la Democracia Cristiana chilena puede

decir ante el mundo que una vez más dio un ejemplo de honradez

democrática y de lealtad con sus principios.

Un análisis objetivo de los hechos revela que la razón fundamental

de que esta vieja democracia haya sufrido este embate fue el gobier-

no de la Unidad Popular, porque llevó al país a una situación que

ninguno puede resistir, y aún es admirable la solidez de la demo-

cracia chilena que resistió tanto.

Surge de todo esto una reflexión básica.

¿Por qué lo ocurrido en Chile ha producido un impacto tan despro-

porcionado a la importancia del país, su población, ubicación y fuer-

za? ¿Por qué la reacción de la Unión Soviética ha sido de tal manera

violenta y extremada? ¿Por qué el comunismo mundial ha lanzado

esta campaña para juzgar lo ocurrido en Chile y para atacar a la De-

mocracia Cristiana?

La razón es muy clara.

Su caída ha significado un golpe para el comunismo en el mundo.

La combinación de Cuba con Chile, con sus 4.500 Kms. de costa en

el Pacífico y con su influencia intelectual y política en América La-

tina era un paso decisivo en el control de este hemisferio. Por eso su

reacción ha sido tan violenta y desproporcionada.

Este país les servía de base de operación para todo el continente.

Pero no es sólo esto. Esta gigantesca campaña publicitaria tiende a

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esconder un hecho básico: el fracaso de una política que habían

presentado como modelo en el mundo.

¿Cómo explicar que esta experiencia que mostraban como camino a

otros partidos democráticos y al socialismo europeo haya conducido

a un país organizado y libre a tan terrible catástrofe económica polí-

tica, haya producido tal desesperación en las Fuerzas Armadas y en

el pueblo chileno —pues éstas jamás podrían haber actuado sin la

aquiescencia de la mayoría— hayan quebrado una tradición tan larga

y, tan honrosa que constituía nuestro orgullo?

Toneladas de propaganda no borrarán un hecho: llevaron a un país

de ejemplar vida democrática al fracaso económico y al derrumbe de

sus instituciones. Su esquema doctrinario y práctico era erróneo su

conducción desastrosa.

Tres días antes del 11 de Septiembre, el Presidente de la República

dijo al país: "Nos queda harina para tres, días". Se acababa hasta el

pan. No había sucedido jamás.

Eso es lo que no se quiere analizar. Mejor dicho, se quiere ocultar.

Los socialistas europeos, democráticos y pluralistas, se sienten obli-

gados a respaldar un partido (que proclamaba su desprecio a la lega-

lidad) y, como objetivo la revolución armada y violenta. Si no quie-

ren ver los hechos ni los documentos, al menos podrían leer con a-

tención las críticas que formulara a ese partido por su extremismo el

propio Partido Comunista, que varias veces lo llamó a la cordura.

El otro hecho que la Democracia Cristiana debe analizar es el proble-

ma de las comunicaciones. No hay ninguna duda de que el caso chi-

leno es un buen ejemplo de cómo un inmenso aparataje de propa-

ganda es capaz de presentar las mayores falsedades y convertirlas en

realidad.

Ya eso venía ocurriendo desde el comienzo del régimen, que como

otros similares no se limitaba en cuanto a gastos de propaganda.

Pero lo ocurrido después del 11 de Septiembre es algo inverosímil

para los chilenos.

Fueron miles los que escucharon decir a la Radio de Moscú que ha-

bían muerto 700 mil personas, en dos días. Otros hablaban de 30.000

y que corrían ríos de sangre en Santiago.

Para nosotros una sola vida humana no tiene precio. No decimos

esto por disminuir la tragedia a que el país fue llevado, pero según

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nuestras informaciones los muertos no llegarían a dos mil, lo que es

bien diferente a tan burdas mentiras.

Entre los miles de falsedades que se propalaron: Murieron 35 par-

lamentarios. Falso. Ninguno. Fue asesinado Neruda. Falso y ridículo.

Todos los órganos de publicidad le rindieron homenaje como a nadie

en muchos años y en el edificio del Congreso Nacional la bandera se

izó a media asta en señal de duelo.

Se destruyó el Hospital Barros Luco, el mayor de Chile. No hay un

solo hospital destruido ni dañado en la más mínima parte. En el

Hospital Barros Luco no hay ni un vidrio quebrado.

A qué seguir. Son cientos de ejemplos.

No ha faltado un programa de televisión en Europa, que presentó

como señales de bombardeo vistas del anterior terremoto.

Pedimos una sola cosa; vengan a ver lo que decimos. Tenemos de-

recho a pedirlo a nuestros amigos. Así lo hizo el señor Bruno Heck,

dirigente de la DCU, quien pudo comprobar la verdad.

Que vengan a ver si hay, alguna casa bombardeada en alguna po-

blación. En todo Chile dos por desgracia: La Moneda y la Casa Re-

sidencial de los Presidentes, adquirida en el gobierno de la Unidad

Popular.

Que vengan a ver si hay una Industria o Centro Minero donde haya

caído una sola bomba.

Nosotros no somos parte del actual gobierno. No defendemos los

errores que se cometen, inevitables algunos, en una situación tan te-

rriblemente difícil.

Pero tampoco podemos aceptar que la mentira se transforme en un

sistema, mientras se ocultan las causas de una situación para encubrir

la responsabilidad de quienes arruinaron y destruyeron la democracia

chilena.

¿Cómo se explica que quienes invadieron Hungría y Checoslova-

quia, que ahora mismo silencian o procesan a científicos, poetas y

escritores, que no admiten ninguna crítica, ni la sombra de una liber-

tad de información, pretenden dar lección de Democracia a Chile y a

este partido? Además de escandaloso es ridículo.

Alaban y mantienen relaciones con Cuba, con miles de muertos, y

después de 12 años aún con miles de presos políticos.

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¡No son ellos los que pueden enseñarnos a los democratacristianos

y a Chile lo que es la democracia!

Y lo que es peor. Sectores minoritarios, en la propia Democracia

Cristiana o en el mundo democrático se dejan influenciar por esta

propaganda o bien le hacen eco para ganar posiciones políticas y

recibir el título de "izquierdistas".

Pobre destino de esos grupos: serán utilizados, primero, o servirán

de puente para debilitar nuestros partidos.

La posición popular, de avanzada y de justicia que sustenta la De-

mocracia Cristiana es tan sólida que no puede admitir este verdadero

"chantaje " político. Y nadie puede darnos lecciones de amor a la li-

bertad y la democracia.

Somos realmente pluralistas y estamos dispuestos a concertar accio-

nes con otras fuerzas políticas, pero no podemos hacerlo bajo un

signo de permanente debilidad o sometimiento.

Cada partido en esto es soberano. Somos los primeros en respetar

sus decisiones y comprender que es imposible juzgar desde fuera los

condicionamientos de cada situación.

Creemos, sí, que para poder formular una opinión, lo primero que

debe existir es respeto mutuo y solidaridad y la confianza necesaria

en el testimonio de quienes han estado vinculados durante una vida

por comunes ideales y la evidencia de haberlos servido con inque-

brantable lealtad.

En esto sin duda el comunismo mundial nos da una permanente

lección.

Señor Presidente, este es a nuestro juicio el proceso de lo ocurrido

en Chile.

Naturalmente surge ahora la gran interrogante de cuál es el porve-

nir. A este respecto, es la directiva oficial del partido la que dará una

opinión autorizada.

Sin embargo, no puedo dejar de dar la mía propia, que he confron-

tado con un gran número de democratacristianos. A mi entender,

Chile afronta un período en extremo difícil y duro. Yo diría tal vez el

más difícil de su historia. El desastre económico no se conocía en su

verdadera magnitud. Reorganizar desde sus bases todo el aparato

productivo, hacer renacer la agricultura, renovar la maquinaria, dete-

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ner la hiperinflación, etc., será una tarea que exigirá enormes sacri-

ficios.

Por otra parte, más de la mitad de las armas no se encuentran aún,

hecho cuya trascendencia es fácil de apreciar.

Desde luego nuestro partido no integra el gobierno, como ya lo he

dicho. El gobierno está formado enteramente por las Fuerzas Arma-

das y era difícil, por no decir imposible, que así no fuera.

Todos los chilenos o al menos la inmensa mayoría, estamos vital-

mente interesados en que se restablezca rápidamente la Democracia

en Chile. Y para esto es necesario que el país salga del caos y, en

consecuencia, que el gobierno actual tenga éxito.

Las Fuerzas Armadas —estamos convencidos— no actuaron por

ambición. Más aún, se resistieron largamente a hacerlo. Su fracaso

ahora sería el fracaso del país y nos precipitaría en un callejón sin

salida. Por eso los chilenos, en su inmensa mayoría, más allá de toda

consideración partidista, quieren ayudar porque creen que ésta es la

condición para que se restablezca la paz y la libertad en Chile. Cuan-

to más pronto se destierre el odio; y se recupere económicamente el

país, más rápida será la salida.

La Democracia Cristiana está haciendo, a mi juicio, lo que está en

su mano en esta perspectiva, sin renunciar a ninguno de sus valores y

principios, siendo en este instante sus objetivos más fundamentales:

— pleno respeto a los derechos humanos.

— pleno respeto a las legítimas conquistas de los trabajadores y

campesinos.

— vuelta a la plenitud democrática.

Sabemos que esto no es fácil. La situación entera no es fácil. Y por

eso mismo debemos actuar con la mayor responsabilidad.

Señor Presidente: Excúseme usted lo extenso de esta comunicación,

pero ello se justifica por la importancia del problema que trata Y por

la forma como se ha distorsionado la verdad.

Por desgracia, los innumerables documentos y actuaciones de la

Democracia Cristiana durante estos tres años no fueron dados a co-

nocer en Europa. Esto justifica la extensión de mi carta.

Quiero terminar diciéndole en esta ocasión que recuerdo dos hechos

de mi viaje a Europa de 1971. En esa oportunidad un gobernante eu-

ropeo me dijo que nuestro país estaba perdido, y agregó textualmen-

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te: "cuando el comunismo agarra, nunca suelta". Poco después un

alto representante de la Democracia Cristiana en el gobierno de su

país, manifestó que el caso chileno era un caso perdido.

A ambos les dije que estaban equivocados, porque si bien Chile

quería un avanzado proceso de Transformación Social, jamás acepta-

ría un régimen totalitario. Los dos me miraron con esa benevolencia

con la que se trata a un visitante ingenuo.

Con la misma seguridad con que afirmé en ese entonces que Chile

saldría adelante, puedo afirmar hoy que, a pesar de lo duro y doloro-

so que pueda ser el esfuerzo, nuestro país se levantará y volverá a dar

una lección de Democracia y de Libertad.

Y en esa tarea está empeñado este país, y la Democracia Cristiana

una vez más desempeñará un papel conforme a lo que ha sido su

historia y es su porvenir.

Saluda con la mayor atención al señor Presidente,

Eduardo Frei Montalva

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3.

CARTA DE EDUARDO FREI MONTALVA A BERNARDO LEIGHTON

Santiago, 22 de Mayo de 1975.

Señor

Bernardo Leighton Guzmán

Roma, Italia

Querido Bernardo:

Recibí tu carta del 22 de abril y aprovecho el viaje de Angelo Ver-

nasola para enviarte una respuesta.

Tú me dices en ella textualmente: "He leído y releído tu carta, me-

ditado con ánimo objetivo y abierto sobre cada una de sus líneas más

expresivas". "Otro espíritu no hace grato ni útil un intercambio de

correspondencia". "Trataré de seguir el orden de tus argumentaciones

y juicios concretos".

En vista de la acuciosidad con que sigues mis pasos y argumentos y

la forma de tu planteamiento, me parece que lo mejor es atenerse a la

misma pauta. Comienzas comentando mi frase "que me desconcertó

la interpretación dada por ti acerca de la declaración relativa a la

expulsión de Renán Fuentealba", en que tú textualmente dices que

"se expresaba confianza en los actuales ocupantes del poder para ser

el centro de la reconciliación de los chilenos", cosa que yo jamás he

afirmado.

Comentando esta parte me dices que tengo razón, pues las palabras

transcritas son tuyas y no mías. O sea, dejas estampado que me atri-

buías algo que se te ocurrió a ti, pero que yo no había escrito, lo que

no deja de ser grave. Pero en vez de reconocer ese hecho tratas de

justificarlo sobre la base de analizar una serie de actitudes mías para

así explicar el que me hayas inventado una frase que no dije.

Cualesquiera que hubieren sido mis actuaciones anteriores, ello no

te da derecho para suponerme ideas, actitudes o afirmaciones que no

he formulado ni he pensado, pero revela cuál es el fondo de tu ac-

titud, que en este caso se transparenta. Cómo tú me hablas con fran-

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queza, de igual modo te diré que has adoptado una actitud, de juez o

acusador que no acepto; pero al amigo de tantos años le voy a con-

testar.

El origen de donde derivan todas nuestras diferencias reside en una

visión fundamentalmente diferente de lo que pasó en Chile en los

años de la Unidad Popular. Si yo parto de la base de que el gobierno

de la UP no violentó las leyes ni la Constitución, que a ojos vista no

estaba preparando un golpe dictatorial marxista-leninista, que no se

manifestó reiteradamente un gran desprecio por la democracia "for-

mal" y "burguesa", que no se creó en el país un clima de odios insu-

perables, y no se llegó a la destrucción de la economía que acarrea

inevitablemente el trastorno político, no hay nada que decir. Si por el

contrario ocurrió todo eso y mucho más, como lo pienso, no hay ma-

nera de entenderse.

No me interesa entrar a discutir aquí las intenciones del Presidente

de la República, porque los hechos históricos y políticos se juzgan

por lo que realmente ocurrió y no por la interpretación de cuál sería

el estado de ánimo de personas que se estiman o se quieren.

A la luz de una y otra interpretación, todo lo que sigue es distinto y

me referiré al capítulo de cargos que con tono admonitorio me for-

mulas.

Fui a la ceremonia de la Gratitud Nacional a que invitaba el Car-

denal para pedir a Dios por la paz de los chilenos. Invitados los tres

ex Presidentes de la República, me pareció mi deber concurrir, deber

para mi doloroso, pero deber.

Olvidas tú que en esa ocasión fui interrogado por la TV y por la

prensa. Mi respuesta fue: "He venido a rogar a Dios para que vuelva

la paz a Chile". No hay ahí ni una sola palabra de adhesión ni de

excusa a nada. Además hecho que olvidas cuando al término de la

ceremonia los otros dos ex mandatarios, el decano del Cuerpo Diplo-

mático y todos los personajes asistentes fueron a saludar a la Junta,

fui el único que permaneció sin moverse, lo que fue considerado por

ésta como un extremo agravio y ante el hecho de que así se me repre-

sentara, contesté "que yo era presidente del Congreso Nacional que

ellos habían cerrado y que en tales circunstancias no podía adherir al

saludo que los otros ex presidentes, autoridades y representantes

extranjeros estaban haciendo". Fue notorio a la concurrencia entera

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de las Fuerzas Armadas que don Gabriel González y don Jorge A-

lessandri, que habían avanzado a saludarlos, se devolvieron a buscar-

me y me negué a acompañarlos.

No digo esto por excusarme ni para dar explicaciones, sino porque

quiero que los hechos también queden claros, ya que hay quienes

viven llevando una bitácora de mis actitudes. No acepté la clausura

del Parlamento. Hay una declaración de mi parte al respecto. Es

posible —y lo he pensado muchas veces— que debieran haber hecho

una protesta formal, pero en las circunstancias que vivía Chile en ese

momento y que nadie podía suponer, como tú mismo lo reconoces, lo

que ocurriría después, me pareció que más que testimonios persona-

les, en que trata de salvarse uno y quedar bien, contribuiría así a la

posibilidad de que se restableciera la paz y se abrieran caminos de

construcción democrática. Como me gusta reconocer los hechos, hoy

tengo graves dudas respecto a que podría haber sido más categórico

en mis expresiones.

En cuanto a mi entrevista al ABC, me extraña que la cites. Hice una

protesta pública por los diarios diciendo que el periodista español

había abusado de mi confianza, que no le había dado una entrevista,

que había tomado parte de mis palabras y entre otras cosas señalé mi

protesta porque se ponía en mi boca una referencia al Presidente A-

llende que jamás hice. Por lo demás, tú estás acostumbrado a entre-

vistas que distorsionan palabras o te aprovechan. Testimonio de ello

es tu entrevista a L'Expresso, en la cual mañosamente sin que tú lo

hubieras dicho, del contexto de ella se desprendían juicios sobre mi

persona, que me has afirmado no formulaste, o se hacían afirma-

ciones muy mentirosas, como el atribuirme encuentros con Pinochet

en el mismo momento en que yo estaba en los Estados Unidos.

A no otra cosa responde también mi prólogo al libro de Genaro A-

rriagada. No hay una sola palabra de aprobación al golpe y mucho

menos de una dictadura militar. Los elementos marxistas han escrito

decenas de libros que contienen las mayores falsedades, incluso las

más increíbles fantasías. No te he visto protestar en contra de ellos.

Desde el libro del señor Joan Garcés afirmando en conversación con

Allende pocos días antes del golpe éste le dijo que jamás se enten-

dería con la Democracia Cristiana, hasta toda clase de truculencias.

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Yo creo que será difícil que el país se recupere si no se establece la

verdad de lo que pasó. Y vuelvo aquí a mi convicción fundamental:

nosotros entregamos un país en que durante seis años hubo real y

verdadera democracia y nadie mejor que tú lo sabe. Tú sabes muy

bien lo amargos que fueron los 60 días entre el 4 de septiembre y el 4

de noviembre de 1970; las enormes presiones de que fui objeto y sin

embargo, es un hecho histórico que, cualesquiera que sean mis de-

fectos —que tú con acuciosidad apuntas y te esmeras tanto en desta-

car— resistí esas presiones y cumplí con mi deber, entregando un

país pleno de desarrollo económico, en las mejores condiciones que

ningún otro gobierno lo ha entregado.

Continuas tú en tu lista de cargos. Citas una frase mía en cuanto no

he tenido relación alguna con la preparación o el hecho del golpe mi-

litar. No tuve contactos, ni conversaciones, ni conocimiento de su

gestación.

Tú me dices que no soy exacto. Quiero tomar en la mejor forma

posible lo que en su texto es un agravio inaceptable. Recuerdas que

una vez que nos reunimos en un departamento de Américo Vespucio

(realmente no me acuerdo), yo dije saber que en esa ocasión no había

duda de que el golpe se produciría. Me dices que me equivoqué de

fecha pero que eso no destruye el hecho, aunque las fechas no coin-

cidan. Me parece fantástica tu afirmación. No había parlamentario ni

persona en Chile que durante los últimos meses hablara de que el

golpe se iba a producir y que estaba a la vista. No sólo lo dije una

vez sino diez veces que veía que en las condiciones en que estaba

operando el país el golpe sería inevitable.

No había embajador, incluso de los países socialistas, que no expre-

sara sus temores ciertos de que se iba al colapso. Rumores de todo

orden corrían el día entero. No conozco un solo senador que alguna

vez no dijera que había oído referencias a ello. Invocar esto para dar

a entender que yo estaba vinculado con esta situación, me parece que

excede a todo lo ponderable. Retienes también en tu memoria me

dices que en la comisión política yo informé varias veces de mi insis-

tencia ante militares amigos para que aumentaran al control de parte

de las FF.AA. respecto de las armas. Agregas que se ha conocido la

intención torcida destinada a extremar la atención pública con que en

repetidas ocasiones se aplicó esta ley. Tú me dices que al insistir en

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esto yo no tenía la intención, pero que prácticamente la servía y que

era grave por el alto cargo que ocupaba que no lo advirtiera.

Realmente veo que estamos en posiciones más que diametralmente

opuestas para interpretar lo ocurrido en Chile.

Nunca oculté mi exigencia de que se cumpliera con esa ley, pues

estimaba que ella podía impedir un trastorno, ya que ningún país

puede admitir impunemente que se internen armas en forma ilegal.

Esto no se lo dije a militares amigos. Se lo dije ocasionalmente a uno

o dos de mis ex edecanes y sólo de manera formal al señor Carlos

Prats.

Entre otras cosas le manifesté mi grave preocupación porque él de-

cía que habría una guerra civil con un millón de muertos. Yo le dije

que esa guerra civil no sería posible si no hubiera enormes cantida-

des de armas entregadas al país (cosa que por lo demás fue feha-

cientemente comprobada después), y que la aplicación severa de la

ley despachada por el Congreso daría a la ciudadanía sensación de

seguridad y a la vez evitaría la posibilidad de cualquier golpe.

Decir que si el Presidente del Senado exigía el cumplimiento de una

ley que pedía al país entero ante el hecho gravísimo y provocativo de

la internación de armas hacía el juego a la subversión, me da la im-

presión ya no de la Torre de Babel, sino de una distancia aún mayor

para juzgar lo que ocurrió.

Por lo demás, en este aspecto las declaraciones de Renán Fuente-

alba como presidente del Partido, directiva de la cual eras Vicepresi-

dente, son numerosas, públicas y muchísimo más severas que las

mías. Sin comparación. De eso nada dices. Tampoco de la actitud de

muchos personeros DC que actuaron pública y constantemente.

Muchas veces expresé que yo veía inevitable que la democracia se

derrumbaría ante tales eventos. Más aún, creí mi deber advertirlo y

repetirlo. Para ti eso es un delito. A los seis meses del Gobierno, en

la elección municipal, dije un discurso al país a petición expresa de

la Directiva, en el cual señalé que se llevaría al país al desastre y a

una inflación incontrolada. El señor Vuskovic se rió de mí diciendo

que la situación económica era espléndida y que no habría inflación.

Según tú piensas, cometí yo una provocación y Vuskovic estuvo muy

acertado. Sin embargo, olvidas que tú mismo, de lo cual hoy te la-

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mentas, firmaste los acuerdos del partido en que se señalaron taxa-

tivamente las distintas violaciones de la Constitución y la ley.

Tú me recuerdas que un día al salir del Senado —según tú— te pre-

gunté por qué estabas tan furioso y tú me dijiste que no estabas furio-

so conmigo sino con mi posición política. Tú me has obligado a es-

cribir esta carta, porque no puedo dejar en pie tus aseveraciones. Yo

también recuerdo que un día te dije en el senado: "Bernardo, no te

conozco. Te veo lleno de odio y de resentimiento. No soy yo sola-

mente el que piensa así entre muchos amigos tuyos. No eres el Ber-

nardo que yo conocía”. Tú me contestaste que no era así, que yo es-

taba equivocado.

Después dices que yo hice declaraciones frente al Gabinete de A-

llende que fueron un ariete en contra de la estabilidad del Gobierno y

precipité la catástrofe. He repasado esas declaraciones y las hice

porque estaba convencido de que la fórmula que se estaba aplicando

no tenía por objeto que las FF.AA. entraran al Gobierno a dar garan-

tía a todo el país, sino para ser envueltas en una maniobra política

destinada a dar los últimos pasos para la consolidación de una forma

de gobierno antidemocrática. Los hechos posteriores me han confir-

mado la justicia de esa interpretación. Por lo demás, tú pareces olvi-

dar otra cosa. Hubo varias reuniones del comité político a las cuales

asististe tú, Tomic y otros personeros y yo también, y con la aproba-

ción unánime de la comisión política se señaló la necesidad de un

gabinete en que estuvieran las FF.AA. pero se decía claramente —y

yo no era miembro de la comisión— que no con unos dos o tres mi-

nistros superpuestos manteniendo toda la estructura administrativa

inferior (subsecretarios, etc.), porque eso se consideraba un peligro y

un error.

Más aún, hubo una declaración oficial de la comisión política al

respecto. Yo llevé un borrador de declaración el cual fue aprobado en

términos generales, estando tú presente y redactado en definitiva por

el presidente del partido con la aprobación de toda la comisión, a la

cual tú asististe.

Yo también hago memoria y podría citar otra infinidad de hechos,

porque resulta que aquí parece que algunos no hubieran cometido pe-

cado alguno y quieren convertir a otros, especialmente a mí, en chi-

vos expiatorios de todos los pecados. Yo estoy dispuesto a cargar con

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los míos, pero no a que aparezcan como blancas ovejas quienes tie-

nen bastantes salpicones [...] Al final de la página 2 me dices que

cometo un error al decir que escogiste el camino del exilio, porque tú

no saliste pensando en un alejamiento definitivo y que es la decisión

de Pinochet la que te impidió y te impide volver a Chile.

La verdad es que en el carácter de proceso que le has dado a mi

carta, cometí un error. Podría invocar para él que no me fijé atenta-

mente en su redacción, puesto que comenzaba por decirte que con-

sidero una infamia que se te niegue volver a tu Patria, a la que tú

siempre has servido con dignidad y con honor. Si siguiera tu herme-

néutica diría que del contexto de tu actuación tú decidiste ese cami-

no.

Pero si tú estimas que he cometido un error, me apresuro a pedirte

excusas por él. En la página 3 hay una afirmación fundamental, que

crees uno de los puntos claves de toda nuestra discrepancia. Dices

textualmente: "los que creyeron posible la colaboración, nunca reci-

bieron una proposición seria y aceptable. Esto no es verdad, e incluso

tengo escrito los hechos que demuestran lo contrario. Que la gran

prensa guardara silencio o tergiversara, es cuento aparte."

Yo no puedo saber cuáles son los hechos a que tú te refieres mien-

tras no los des a conocer. Desgraciadamente, en los años de la Uni-

dad Popular tampoco tuve ocasión de conocerlos, lo que lamento

profundamente, pues creo tenía derecho a estar informado de una

materia tan trascendental. Los hechos que yo tengo hasta ahora son

otros: 1) nunca en la mesa directiva del partido o en el Consejo se dio

cuenta de ninguna proposición concreta o seria. Varias veces lo dije

y en tu presencia. Era la ocasión de convencerme que estaba en un

error; 2) la proposición de Irureta fue rechazada; 3) una carta que no

conocía y que he leído de Tomic al presidente Allende fechada el 3

de Junio de 1971, en la cual textualmente le proponía un acuerdo con

la Democracia Cristiana, no tuvo respuesta, lo que se tradujo en el

hecho en una negativa; 4) las diversas gestiones que se hicieron res-

pecto a la reforma constitucional; 5) las entrevistas finales pública-

mente conocidas del presidente del partido, que nadie puede discutir,

salvo que ya se quiera discutir que la luz del día ya no la produce el

sol, que fueron rechazadas por el presidente; 6) la última conversa-

ción del presidente del partido en casa del Cardenal con el Presidente

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de la de parte del segundo, salvo que le encomendaría el asunto a

Carlos Briones, cosa que no hizo. Por lo menos eso es lo que Aylwin

ha informado y ratificado el Cardenal.

Me parece aún más extraño todo lo que tú me dices porque tú fuiste

miembro de la mesa directiva durante todo el período de Fuentealba.

Si hubo una proposición, ¿por qué no la tradujeron en hechos? Tam-

poco la llevaste a la presidencia de Aylwin. Por eso es que tengo ver-

dadera curiosidad por conocer esas proposiciones, que desgracia-

damente no llegaron a tiempo.

Tú me dices que la gran prensa calló y tergiversó. No hay duda. Pe-

ro yo creo que una directiva del partido que hubiera tenido una pro-

posición seria y responsable no podía dejarse manejar por esa gran

prensa. Nunca lo fue en las cosas decisivas. Por lo demás, entre esa

gran prensa yo coloco también al Clarín, de propiedad del Presidente

de la República, que avivara la cueca en una forma horrorosa y que

injuriaba y encanallaba a destajo y Ultima Hora, de propiedad de al-

gunos ministros de Estado. Yo fui una víctima constante de esa ac-

titud. Y allí, salvo tratar de dividirnos en buenos y malos, nunca hu-

bo nada serio.

Tú has hecho así una larga y detallada enumeración de lo que tú

concibes como mis errores políticos.

Pero yo quisiera agregarte dos cosas que creo es conveniente se se-

ñalen para la Historia. Cuando fui a La Moneda con motivo de la

muerte del edecán señor Araya, el Presidente Allende me recibió con

extrema cortesía. Para dos días después estaba anunciada su reunión

con Patricio Aylwin, que había sido suspendida por esa desgracia. Al

despedirme de él le dije: "Presidente, usted va a tener una conversa-

ción con Aylwin. Yo he respaldado con todo entusiasmo el que esta

conversación se verifique. Creo que es decisivo para el futuro de

Chile que usted llegue a un acuerdo con el partido y con su presi-

dente. No trate con personas individuales, trate sólo con él como di-

rectiva oficial. Tenga la seguridad de que yo deseo el éxito de esta

reunión". El Presidente agradeció mis palabras, pero no agregó una

sola frase fuera de sus expresiones de gratitud. Si él tenía algo que

decirme, yo le abrí el camino. No se interesó. Para terminar con esta

serie de recuerdos, quisiera señalar dos cosas.

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Tú te encargas de señalar mis errores políticos, de subrayarlos, pero

olvidas que durante los seis años de mi presidencia el Partido Socia-

lista y el partido Comunista, pero especialmente el Partido Socialista,

mantuvieron una actitud de ruptura con el gobierno legal, que no tie-

ne parangón con la que tuvimos nosotros con el gobierno de la Uni-

dad Popular. Desconocieron la legalidad de mi elección; se negaron

incluso en el caso del terremoto a ir a La Moneda cuando los invité

oficialmente; me negaron permiso para salir de Chile a Estados Uni-

dos, unidos a la derecha; los senadores socialistas y el propio Salva-

dor Allende no sólo guardaron silencio para el Tacnazo sino que hi-

cieron declaraciones estimulando el golpe. En cambio, la directiva

del PDC y algunos prominentes democratacristianos tuvieron conti-

nuados contactos con el presidente, perdonaron tramitaciones y enga-

ños. Yo no los critico. Cuando Aylwin consultó si iba a La Moneda

voté afirmativamente, y cuando me consultó privadamente si concu-

rría a la comida donde el Cardenal, a pesar del fracaso anterior, le di

mi opinión diciéndole que era su deber asistir.

También debiera pesar en tu conciencia un hecho: a ti te consta que

yo no quería ser candidato a senador por Santiago. Cuando la mesa

insistió, estando tú presente como parte de ella, dije la razón que te-

nía para no aceptar, y que era mi posición frente al gobierno de la

Unidad Popular; el juicio que yo tenía de este gobierno, la catástrofe

que se preparaba para Chile, y que yo en ese contexto daría la cam-

paña, porque no podía hacerlo de otra manera y que si ustedes no

estaban de acuerdo con esa posición no tenía objeto en que insis-

tieran en que fuera candidato. En eso fui extremadamente claro e

insistente, y tú que has sido siempre muy honrado para tus cosas no

puedes dejar de reconocerlo. Nada, pues, de mis posiciones posterio-

res pudieron extrañarte, porque fueron debida, explícita y reiterada-

mente advertidos respecto a cuál era mi posición. Y en esas condi-

ciones me insistieron, designándome.

Cuando yo veo la oposición que le hace el comunismo al gobierno

DC en Italia, cuando veo lo que ocurre en Portugal, en Grecia y en

otras partes, confirmo cada una de mis posiciones.

Tú me dices que la Democracia Cristiana de Portugal no era clara-

mente democrática y que ese militar era una persona extraña, que así

te informaron los DC españoles. También lo sé. Leo diarios italianos

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que me llegan con regularidad. Leo Il Popolo, el órgano de la DC, y

me di el trabajo de seguir todo el debate del Consiglio nacional de

Febrero y las posteriores campañas: la ley para garantizar el orden

público y la seguridad y el voto en contra del Partido Comunista,

después de haber hecho campaña en contra de la Democracia Cris-

tiana, porque ésta era débil para mantener el orden público; y des-

pués cuando quiere intentarlo, la atacan por vinculaciones fascistas.

Leo también Le Monde y el New York Times y otras revistas de

manera que a pesar de no estar en Europa creo tener una información

adecuada y no simplificada de los fenómenos. Lo que es un hecho es

que el PC con un 12% del electorado tiene más poder que los sec-

tores democráticos con 60 o 70%. Esta es la misma línea que siguie-

ron en Hungría, cuando con el 17% del electorado se quedaron con el

país, la misma línea de Checoslovaquia y la misma que siguen en

cualquier parte. Los detalles importan poco frente a una línea de con-

ducta siempre igual y a una estrategia no variada y sólo a tácticas di-

versificadas. Los DC italianos —he leído sus declaraciones— han

dicho una cosa muy razonable "Mientras la adhesión a la democracia

del PC sea sólo táctica y mantenga su filosofía y su estrategia muy

clara para llegar a una dictadura totalitaria, no hay base para un

acuerdo". Yo quisiera ahora también, porque ni me has colocado en

esa situación, decirte lo que yo pienso de algunas actuaciones tuyas.

Creo, en primer término, que tú cometiste un error político inmen-

samente grave, sin quererlo, porque nunca he dudado de tu lealtad y

de tu rectitud. ¿Cuáles son esos errores? Yo creo que tus actuaciones

amistosas y privadas, aunque fueran autorizadas por la directiva o no

autorizadas porque tú eras parte de ella muy fundamental, los con-

tactos que tuviste con el propio Presidente Allende, nunca fueron

claros.

Fueron emocionales, amistosos y dieron pábulo para que él creyera

que podía dividir o manejar a la Democracia Cristiana. Si se hubiera

sido claro y más rotundo desde el comienzo y él hubiera visto un blo-

que en esa posición, tal vez se habrían evitado los daños posteriores

y quizás llegado a un acuerdo. Y digo tal vez, porque creo que la te-

mática en que estaba él empeñado y las fuerzas políticas que lo a-

compañaban lo habrían hecho imposible. Ignorar ahora todas las de-

claraciones del Partido Socialista, el Partido Comunista y el MIR y

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sus actos es imposible. Creo también que nunca has hecho una va-

loración exacta de los actos del gobierno de la Unidad Popular que

llevaron al país al despeñadero, a la violencia, a los cordones indus-

triales, a las tomas, a los territorios ocupados por el comandante Pepe

y otros, al control de las poblaciones, etc.

Esa valoración es posible la hayas hecho en las conversaciones pri-

vadas, porque te sé muy claro para ello, pero nunca en público. De

tal manera que tú apareces, quiéraslo o no, avalando o cohonestando

ese gobierno que tú estimabas correcto y aún ejemplarmente demo-

crático. Oscar Waiss, que dirigió el diario La Nación, órgano oficial

del Gobierno en el Nº 600 de la revista "Política Internacional",

publicada en Belgrado en abril de 1975, hace una serie de afirma-

ciones que por milésima, no por centésima vez, confirman mi diag-

nóstico y no el tuyo. Si las hubiera citado en el prólogo del libro de

Arriagada diría que era para justificar la dictadura y no para demos-

trar cuáles fueron las causas de la quiebra de la democracia en Chile,

sin cuyo reconocimiento no habrá reconstrucción democrática.

Te citaré algunas de ellas. Al señalar las grandes realizaciones del

gobierno de Allende termina el párrafo con esta frase: "La reanuda-

ción de relaciones diplomáticas y comerciales con los países socia-

listas, que permitió mejorar con independencia el intercambio mer-

cantil". Grosera mentira, ya muchas veces repetida, pues esta reanu-

dación se hizo en nuestro gobierno. Subrayo nuestro. Igual cosa res-

pecto a la Reforma Agraria. Igual cosa respecto a la nacionalización,

etc. Se diría que no hubo gobierno DC. Eso es engañar deliberada-

mente.

Otro párrafo: "Y la brutalidad sin precedentes del golpe se explica

por el temor de una guerra civil, muy proclamada por algunos secto-

res de la Unidad Popular y de la extrema izquierda y muy poco pre-

parada realmente". El hecho político es que se llevaban proclamando

la guerra civil. Otro párrafo: "Tememos que un estudio desapasiona-

do y objetivo demuestre el bajísimo nivel de la producción agrope-

cuaria en el período de la Unidad Popular, en todo caso, ella no

disminuyó la crecida cuota de importaciones en este rubro, que se

convirtió en uno de los factores determinantes del colapso". La ver-

dad es más dura y la dije oportunamente: de 14 de millones de qq. de

trigo en 1970, para citar sólo ese ejemplo, bajaron a menos de 8.

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Naturalmente, eso explica el colapso al cual se refiere el señor

Waiss.

Otro párrafo: "El revolucionarismo de algunos alentó las tomas

indiscriminadas y el Estado debió hacerse cargo de manufacturas

insignificantes o de pequeñas fábricas que exigieron, además, un

recargo burocrático". Sin comentarios.

Otro párrafo: "Entre las palancas que se dejaron en manos de la

reacción estuvo la posesión de la mayoría de los medios de comuni-

cación de masas". Olvidan lo que hicieron con la TV Nacional, que

nosotros establecimos en Chile, y que convirtieron en un instrumento

a su servicio; que además se tomaron el Canal 9. La oposición sólo

tenía el Canal 13. Olvida además, que se compraron más de 80 radios

y que disponían de un poder de prensa equivalente, al menos, al de

sus adversarios. La próxima vez no habrá diarios que estén en desa-

cuerdo con el gobierno. Por lo demás, eso queda explícito en la si-

guiente frase:

"Muy bien pudo permitirse a las masas adueñarse de esos medios y

proceder ante los hechos consumados". "Una revolución o un pro-

ceso revolucionario que se inclina ante la legalidad burguesa resulta

más papista que el Papa".

Otro párrafo, que subrayo en forma especial: "Porque en estos

errores o sin ellos habríamos desembocado fatalmente en el mismo

punto, con la diferencia de que, evitando los errores, la relación de

fuerzas nos habría favorecido y hubiéramos sido nosotros los dueños

de resolver el cuándo y el dónde”. O sea, ahora el señor Waiss

confirma lo que muchos dijeron.

Otro párrafo: "Coincido plenamente con el camarada Carlos Alta-

mirano en que es mucho más grave lo que no se hizo que lo que se

hizo. Los propios militares golpistas no podían convencerse de que

los alardes de una guerra civil no pasaban de ser más que eso: ame-

nazas inconsistentes”. De este párrafo y el contexto se deduce que

para otra vez no se van a dejar llevar de alardes inconsistentes. En

todo caso, es muy grave que los gobernantes porque eran los gober-

nantes alardeen de guerra civil.

Termina ese párrafo con esta frase: "El MIR, provisto de un arma-

mento bastante sólido, evidenció su debilidad orgánica retirándose

sin intentar atrincherarse en los cordones industriales como estaba

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previsto. La estridencia revolucionaria se derrumbó como un castillo

de naipes". Este párrafo al director del Diario Oficial e íntimo amigo

del Presidente, revela lo siguiente: 1) que el MIR tenía un armamento

bastante sólido. A confesión de parte...; 2) establece que estaba pre-

visto atrincherarse en los cordones industriales. Luego, había planes

y cordones.

Termina este artículo diciendo lo siguiente: "El choque iba a pro-

ducirse de todas maneras, fuere cuales fueren las concesiones del go-

bierno y parecía imposible que el Presidente de la República, mili-

tante del Partido Socialista, se desentendiera de la consigna básica de

su partido que era la de avanzar sin transar. Había llegado el momen-

to de echar el fetichismo legalista por la borda; el momento de llamar

a retiro a los militares conspiradores; de destituir al Contralor Gene-

ral de la República; de intervenir la Corte Suprema de Justicia y el

Poder Judicial; de incautarse El Mercurio y toda la jauría periodística

contrarrevolucionaria...". "resultaba mejor para dar el golpe, pues el

que pega primero pega dos veces".

Seguramente tu argumento va a ser: es la opinión de Oscar Waiss.

sin embargo, esto confirma todo el libro de Arriagada. Es posible

también que se diga que yo estoy justificando el golpe al citar este

artículo escrito por un hombre prominente de la Unidad Popular, que

está totalmente de acuerdo con lo que dice su secretario general, se-

ñor Carlos Altamirano.

Tampoco tú has evaluado, a mi juicio, todos los ataques de que fui

víctima, el partido y yo, que he sido tu amigo durante toda una vida,

al que trataron de asesino, dijeron que me financiaba con el tráfico de

drogas, incluso atacaron hasta mi familia. Todo eso fue tolerado. Re-

conozco que dos veces tú protestaste por ello, pero es muy distinto,

Bernardo, protestar y dejar constancia de la protesta, pero seguir en

una misma línea de contacto con los infamadores.

Tampoco veo nunca una valoración de tu parte de lo que fue nues-

tro gobierno, de todo lo que hicimos en el terreno económico, polí-

tico y social. Tampoco recuerdas las locuras ideologistas que se apo-

deraron del partido, que siendo yo Presidente tuve que soportar, y

que el peor ataque que se había hecho de nuestro gobierno partiera

desde dentro del partido. Recordarás que te pedí afrontaras esa situa-

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ción y fueras candidato, cuando la UP rechazó la proposición uni-

taria. Me dijiste que no tenías ánimo para ello.

Tú vives haciendo el proceso del partido. Tú me dirás que no, pero

es así. Tengo a mi vista el N °4 de la revista "Chile-América". Todo

esta allí calculado, medido y pesado para distorsionar los hechos y

sobre todo —no creas que sufro de delirio de persecución— pero

conozco las técnicas modernas para destruir a las personas. Cada vez

que se nombra a don Sergio Ossa o a Juan de Dios Carmona se les

agrega y subraya el título de "ex ministro de Frei", cuando no se le

agrega la frase "íntimo amigo de Frei".

No hay duda de que son mis amigos, lo que no quiere decir que esté

de acuerdo con ellos. Desde luego, todo el partido en Chile sabe que

cuando hicieron su declaración yo estaba fuera del país y que inme-

diatamente después de llegar les manifesté mi rotundo desacuerdo

con tal documento, que consideré un grave error político.

Pero yo me preguntaría, ¿por qué cuando se dice don Bernardo

Leighton no se pone también "ex ministro y ex Vicepresidente del

gobierno de Frei?" ¿Sólo fueron ministros Ossa y Carmona? ¿Por

qué no se dice de Radomiro Tomic o de Gabriel Valdés ex ministros

de Frei? Tú dirás que fuiste ministro por méritos propios y que nada

recibiste por el hecho de ser ministro mío. No lo dudo. Pero es un

hecho que formaste parte de ese gobierno y hay otros que no eran

nada políticamente y que si hoy tienen una situación es por haber

sido ministros de ese gobierno. Pero resulta que dentro de la técnica

de la revista que tú oficialmente patrocinas, sólo son ex ministros los

que les convienen a sus redactores. Lo demás se ignora y deliberada-

mente se calla. En una palabra, se trata de presentar mañosamente

una imagen que me perjudique. No es casual lo que ocurre en los

diarios italianos. No es casual que recientemente Le Monde hizo una

relación de lo que sucede en Chile afirmando que las bases DC están

cada vez más en contra de la posición del gobierno, pero deja caer la

siguiente frase: "a pesar de los reiterados rumores de contactos del ex

Presidente Frei con el general Pinochet". No pueden afirmar que esos

contactos existen, pero dejan caer la frase con la suficiente insidia y

maldad para hacerme aparecer a mí en posición distinta del partido.

Resulta que cuando el partido se pone duro, yo estoy en desacuerdo

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en ese mismo momento. Por ningún motivo conviene que yo apa-

rezca unido al partido en una buena posición.

Todo esto es aceptado, es avalado y es aprobado por ti y así como

tú dices que con mis actitudes yo había posibilitado el golpe, yo te

digo que cada frase tuya contribuye a esto mismo. "Quiero mucho a

Frei como amigo, pero no votaré jamás por él para Presidente por los

tremendos errores políticos que ha cometido. Votaré por él para se-

nador". Te estoy muy agradecido por considerarme todavía apto para

ocupar una senaturía. Pero no te inquietes. Aunque sé que tú no tie-

nes ambiciones, diles a algunos de tus amigos que no se preocupen.

A mí me queda poca cuerda y no creo que una candidatura mía sea

una solución para el país, ni muy remotamente. Son declaraciones

excesivamente inútiles, y dado lo que está viviendo el país, el colo-

carme como posible candidato es, con buen humor, querer tomarme

el pelo o colocarme como un ambicioso, el cual no contaría con tu

voto. Toda esa otra historia no se cuenta. En cambio se quiere pre-

sentar al partido en la peor posición.

¿Qué dirías tú, por ejemplo, si la gente conociera la carta enviada

por Radomiro Tomic al general Gustavo Leigh el 23 de diciembre de

1973? ¿Por qué ella no forma parte también del historial del partido?

Vamos a leer algunos párrafos; en su primera parte dice: "Estaba

convencido de que la Unidad Popular había malogrado miserable-

mente la oportunidad que tuvo de abrir una nueva época en la histo-

ria de Chile; que estaba literalmente agotada como fórmula de go-

bierno; y que la desintegración notoria y galopante del régimen lleva-

ría a la renuncia de Allende sin que fuese indispensable el pronun-

ciamiento militar y los inmensos riesgos potenciales del enfrenta-

miento armado".

O sea, éste era un gobierno que malgastó miserablemente la oportu-

nidad, que estaba literalmente agotado y el régimen desintegrado.

Según esa opinión, había que esperar sólo que cayera.

Pero como es lógico, parece que había otros que pensaban que no

iba a caer, sino que en vista de su desintegración habría un autogol-

pe. Eso piensa el señor Waiss, al menos. En otro párrafo de esa carta

subtitulado "La realidad política, social y económica del país" se

escribe textualmente: ..."La define Ud. —y es imposible no comprar-

tir este planteamiento— (se refiere al texto del discurso del general

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que reproduce) como expresión malsana y ya intolerable del dete-

rioro moral, institucional, gestado gradualmente a lo largo de muchos

años y gobiernos y del cual la UP no fue el origen sino la expresión

final. Todo ello como consecuencia de los vicios que su discurso se-

ñala: el efecto corrosivo del apetito del poder a cualquier precio, de

grupos o individuos; del partidismo sectario y voraz; del excesivo

ideologismo; del desprecio por las virtudes sólidas, como la confían-

za en el propio esfuerzo, el trabajo y la disciplina; de la imitación

alienadora de modelos extranjeros."

Y entonces el autor de la carta dice:

"Todo eso es cierto".

En consecuencia, según esta carta, la realidad de Chile es que era la

expresión malsana y ya intolerable del deterioro moral institucional.

Aquí hay un juicio rotundo, más definitivo que todo el libro de

Arriagada y que mi prólogo y una concordancia, pues se le dice que

"es imposible no compartir sus planteamientos" y que "todo eso es

cierto".

No quisiera alargarme, pero al final se hacen afirmaciones como

éstas. Se le dice al señor Leigh que la Democracia Cristiana, "com-

prometida desde su fundación a la sustitución del capitalismo; adhe-

rente sin ilusiones a la legalidad del viejo orden; participante a des-

gano del juego partidista tradicional [...] sigue estando dispuesta para

un programa revolucionario auténtico".

Se dice después que la DC en un esquema revolucionario así, "po-

dría integrarse, y la respuesta dependerá directamente de la autenti-

cidad del esquema al cual se le pide integrarse. La idea de la socie-

dad democrática y socialista deberá lograrse en un esquema funda-

mentalmente distinto del que emana de la llamada democracia repre-

sentativa...", etc., etc., etc.

Si yo hubiera escrito eso, seguramente tú lo habrías publicado en tu

boletín, en tu revista, con los subrayados, presentándome como un

individuo que ofreció el partido a la Junta e incluso planteaba su di-

solución para un nuevo orden en que desaparecería la democracia

representativa. Pero como no fui yo el que escribió esa carta, ella no

tiene importancia, porque no contribuye a infamarme a mí.

Si yo hiciera uso de esta carta citando estos párrafos cometería un

grave daño moral y una injusticia, porque naturalmente esos párrafos

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están en el contexto de una carta muy extensa, cuyos juicios yo no

comparto, pero que contiene los puntos de vista coherentes de una

línea de pensamiento que ha seguido el autor. Por eso creo que sería

desleal juzgarme a mí hasta por el texto de una conversación tele-

fónica con un hijo mío a propósito de hechos conocidos, o por una

reunión en casa de Lagarrigue que no ha existido, etc., etc.

Por eso, así como no he negado ningún hecho que me concierne,

encuentro extremadamente grave el siguiente párrafo publicado en

una revista de tu responsabilidad que comienza así: "Informaciones

periodísticas revelan que en Santiago en casa de Javier Lagarrigue,

"íntimo amigo de Frei", se produce un encuentro entre el ex Presi-

dente y su antiguo amigo el General de División Oscar Bonilla, etc.,

etc […] En ese encuentro Frei aseguró que el Partido apoyaría el en-

vío inmediato de una carta informativa a los partidos de Unión Mun-

dial de la Democracia Cristiana. Igualmente se acordó la urgente sa-

lida de una delegación del PDC al extranjero...".

Al respecto, quiero ser muy preciso. No he asistido a esa reunión.

No sabía de ella hasta leerla en tu revista. Fui hoy donde Javier La-

garrigue. Te acompaño una carta de él. Jamás he ofrecido el apoyo

del Partido a la Junta. Esa es una grosera mentira y considero un in-

sulto y una canallada el afirmar que mi carta a Rumor fue acordada

con un personero del Gobierno Militar. La carta fue escrita por mí

sin previa consulta con nadie, porque consideré un deber moral ha-

cerlo para levantar los cargos inicuos que se hacían en contra mía

personalmente. La única persona que conoció esa carta en Chile, una

vez redactada fue Patricio Aylwin, y fue muy similar a un documento

por él mismo elaborado. La carta no se conoció en Chile y la repartí

privadamente a dirigentes DC de Europa. Sólo fue publicada aquí a

raíz de la protesta de Fuentealba, como una manera de atacarme y

eso hace más de un año después.

He recibido muchos ataques insidiosos que han querido deshon-

rarme, pero ninguno me ha herido tanto como esta afirmación que

aparece en una revista, repito, patrocinada por ti. Enseguida se re-

fieren a una conversación que tuve con mi hijo Jorge. Tengo que

recordar también este hecho. El día 15 de septiembre varias radios

del exterior dieron la noticia de que yo había sido muerto. Muchas

personas que las oyeron en Chile corrieron a mi casa y a la casa de

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mis hijos. En ese instante pensé que estando mi hijo Jorge en Roma,

se desesperaría al saber la noticia. Por este motivo conseguí se me

autorizara una llamada telefónica, para lo cual llamé a mi ex edecán,

general Bonilla. Creo que éste no es un delito, como se trata de pre-

sentar en tu revista. Le dije que estuviera tranquilo, que nada me ha-

bía ocurrido y que en general en el país reinaba la tranquilidad y que

incluso en las poblaciones habían aparecido banderas chilenas. Jorge

le contó esa conversación a un periodista italiano que se pasaba por

amigo mío, el cual naturalmente adaptó la información a su entero

amaño. No tengo otra explicación, salvo que se hubiera grabado la

conversación en el exterior. Ninguno de esos procedimientos es hon-

roso, pero se utiliza en mi contra. A la entrevista del ABC ya me re-

ferí.

Pero una cosa queda en pie: yo no sé si tú te dedicas a escribir la re-

vista, pero tu nombre es el que le da cobertura, y puedo decirte que

además de interpretar mañosamente algunas de mis actuaciones, con-

tiene como ya te dije, infames mentiras. Perdona que hable con la

franqueza a que tú me incitas. Pero leer semejantes cosas me han

producido no sólo desazón sino que una profunda amargura. Que lo

hagan los adversarios, lo comprendo y no me duele. Pero que lo ha-

gan los amigos, me hiere muy adentro.

Habría otras cosas que agregar. Yo comprendo que en un partido se

haga una autocrítica, que nada se oculta, que todo se analice, que ca-

da uno cargue con las responsabilidades que corresponde y que el

partido lo juzgue y lo castigue si es necesario. Eso no sólo me parece

conveniente sino indispensable. Pero ningún partido que yo conozca

admite que esa autocrítica la haga un prominente miembro del par-

tido en una revista, acompañado de personas que no son miembros

del partido, que lo han atacado y lo han criticado o abandonado. Eso

no lo acepta ninguna organización política, democrática o no. Todo

su contexto aparece dirigido a mostrar que hay dos partidos, el de los

buenos, de los rectos que no se equivocaron y el de los malos equivo-

cados, para difundir esta idea entre los DC del mundo y naturalmente

entre los que no lo son y presentar debidamente adosada la infor-

mación.

Esa no es una autocrítica. Eso es tratar de destruir un partido. Y eso

es absolutamente incomprensible.

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La presentación de los hechos es parcial. Es cierto que si yo cojo de

un párrafo una que otra declaración, y más aún si invento algo como

es el caso que he señalado, puedo distorsionar la verdad por com-

pleto.

Nada se dice, en cambio, del enorme esfuerzo, que nunca será bien

apreciado, de la gente que se hizo cargo del partido en esta etapa. De

su lucha amarga y silenciosa por sostenerlo; por recibir cada día las

tribulaciones de tanto militante que ha perdido su puesto, que pasa

hambre, que sufre vejaciones o que es detenido; de las mismas ges-

tiones, a veces dolorosas y hasta humillantes para defenderlos; de esa

resistencia sorda, permanente, para defender a las personas, a los

derechos humanos; la actuación de tantos abogados y militantes

nuestros en ayuda de las víctimas, como es el caso muy honroso de

Jaime Castillo, como el alegato ante el Tribunal Militar de Antonio

Recabarren en San Fernando; como son los escritos de Orrego; como

es la acción de nuestras juventudes.

En la parte final de tu carta citas un párrafo mío del prólogo al libro

de Genaro Arriagada: "Chile está viviendo una tragedia, nuevos

odios no pueden sustituir a los antiguos y nuevos apetitos y sectaris-

mos no pueden reemplazar a los viejos". Y sigues: "por fin un punto

de total acuerdo. Esa es la meta que yo busco, ahora que por caminos

diferentes, mas no contrapuestos, a los que tú has escogido".

En este caso también olvidas que al final de mi carta a Rumor

señaló cuáles son los objetivos de la Democracia Cristiana. No digo

en ella que los objetivos son debilitar la acción del partido, ni jus-

tifico ni apoyo a la Junta. Digo categóricamente que los objetivos del

partido son luchar por la vuelta a la democracia, por la defensa de los

derechos humanos, etc., pero eso no se aprecia cuando hay un pre-

juicio y una posición a priori para juzgarme. Hay ahí el deseo de un

daño moral que rechazo. Sostengo allí lo mismo que sostuve en la

parte del prólogo que tú reproduces, con la que te manifiestas de

acuerdo.

Escribir esta carta ha sido duro para mí. Desde Nueva York te es-

cribí sólo expresándote mi solidaridad como amigo, mi recuerdo y

mi afecto. No había allí ninguna alusión a posiciones políticas. Tú

me contesta una carta igualmente afectuosa, pero en la cual hacías

una serie de observaciones de carácter político, por lo que yo estimé

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necesario representarte algunos de mis puntos de vista. Tu respuesta

fue muy categórica. Rechazabas algunas de mis afirmaciones, cali-

ficabas otras, y hacías una lista de cargos respecto de mis actuacio-

nes. No referirme a ellas habría sido aceptarlas.

Al iniciar tu carta me invitas a la franqueza y me dices que es inútil

proceder de otra manera. He querido ser bien franco, como tú lo has

deseado. Habrá tiempo para debatir nuestros desacuerdos y hacer un

juicio sobre nuestro pasado.

Lo único que me importa ahora es trabajar con los pocos medios

que tengo para que se restablezca alguna vez la normalidad democrá-

tica en nuestro país. Estoy profundamente angustiado, porque creo

que en la actual situación cada día se ahondan más los odios, los re-

sentimientos, los atropellos, la situación económica es desesperada,

la gente está sufriendo mucho y todo eso no conduce a una salida ra-

cional y pacífica.

Doblo esta página. Habrá alguna vez posibilidad de volver a abrirla.

Seguir esta discusión, en este momento, es inútil, cuando lo que el

país quiere es una salida. Tú me dirás que si pienso así, por qué te es-

cribo tan largo. Piensa que es, en definitiva una señal de amistad,

porque no se borra de una plumada tan gran parte de la vida.

Tu amigo,

Eduardo Frei Montalva

P.S. Te incluyo entrevista reciente a una publicación colombiana.

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4. CARTA DE BERNARDO LEIGHTON

A EDUARDO FREI MONTALVA

Roma, 26 de junio de 1975

Señor

Eduardo Frei M.

Santiago, Chile

Querido Eduardo:

Mientras preparaba mi nueva carta en contestación a la tuya, de fecha

22 de mayo, me han llegado las informaciones sobre tu espléndida

entrevista de "Ercilla", por la que te felicito sinceramente, como tam-

bién por la que publicaste en "Nuevas Fronteras" y tienes la amabili-

dad de acompañar a tu carta. En razón de estas entrevistas he estado

a punto de no volver a nuestra polémica epistolar a cambio de limi-

tarme a la búsqueda de lo que puedan y deban tener de común nues-

tras actuaciones presentes y futuras; creo, sin embargo, que es útil

prolongar algo más nuestro debate, dentro del espíritu en que lo he-

mos enmarcado.

Pág. 1 - Prs. 1, 2, 3. Tu respuesta frente a la interpretación mía de la

declaración sobre la expulsión de Renán revela que no la has enten-

dido, tal vez, porque me faltó precisión. En efecto, yo no te he su-

puesto ideas, actitudes o afirmaciones. Simplemente sostuve y sos-

tengo que esa declaración (la declaración, no tú) manifiesta, a mi jui-

cio, confianza en que los actuales ocupantes del poder puedan ser el

centro de la reconciliación entre los chilenos. Estas palabras nunca

las atribuí a ti, puesto que son mías y tal es, obviamente, el sentido

con que las aludí en mi carta anterior. La interpretación de la declara-

ción no la deduje pues de estas palabras sino de su texto, varios de

cuyos acápites implican la idea de producir reconciliación y concor-

dia internas, en torno a la actual dictadura, y llegan a señalar que la

medida contra Renán pudo ser la obra de elementos incrustados en el

Gobierno, empeñados en buscar una situación de conflicto irremedia-

ble. Fueron estas expresiones y otras de alcances semejantes las que

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dieron base a mi interpretación. El recuerdo que te hice de anteriores

actuaciones y declaraciones tuyas no tendía a fundamentar mi inter-

pretación que se sustentaba, repito, en ella misma; estaba destinado a

explicarte el motivo por el cual me parecía que no debía desconcer-

tarte tanto, ya que mi interpretación no se contradecía con lo que tú

habías dicho o hecho con anterioridad. Eso fue todo.

Pág. 2 - Prs. 2, 3, 4. Siguiendo el orden de tu exposición dices: "El

origen de donde derivan todas nuestras diferencias reside en una vi-

sión fundamentalmente diferente de lo que pasó en Chile en los años

de la Unidad Popular. Si yo parto de la base de que el gobierno de la

UP no violentó las leyes ni la Constitución, que a ojos vista no estaba

preparando un golpe dictatorial marxista-leninista, que no se mani-

festó reiteradamente un gran desprecio por la democracia formal y

burguesa, que no se creó en el país un clima de odios insuperables, y

no se llegó a la destrucción de la economía que acarrea inevitable-

mente el trastorno político, no hay nada que decir. Si, por el contra-

rio, ocurrió todo eso y mucho más, como lo pienso, no hay manera

de entenderse". Planteado el dilema en estos términos tendrías hipo-

téticamente la razón; pero ocurre que el dilema está mal planteado.

Voy a explicarme:

a) "Si yo parto de la base de que el gobierno de la UP no violentó

las leyes ni la Constitución". No es este mi criterio; por algo concurrí

con mi voto a todas las acusaciones constitucionales que presentó el

Partido, porque ésta era una de las armas legítimas que teníamos en

nuestras manos para obtener la rectificación de la política del gobier-

no, que en muchos casos se obtuvo.

b) "que a ojos vista no estaba preparando un golpe dictatorial mar-

xista-leninista". Efectivamente siempre pensé que el Gobierno no

estaba preparando ese golpe, contrariando los fines de la extrema iz-

quierda y de ciertos elementos directivos del Partido Socialista, mu-

chos de los cuales hicieron públicos sus ataques a Salvador Allende

por este motivo.

c) "que no se manifestó reiteradamente un gran desprecio por la de-

mocracia formal y burguesa". Este hecho es evidente; pero no me pa-

rece realista ubicarlo exclusivamente en el campo de la Unidad Po-

pular, puesto que, hasta en nuestro Partido, hubo apreciaciones simi-

lares (que tú y yo, entre otros, constantemente combatimos), y para

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qué decir en el Partido Nacional donde se llegó al extremo de plan-

tear oficialmente la desobediencia civil, como si el Gobierno de A-

llende fuera una dictadura y no un Gobierno Constitucional.

d) "que no se creó en el país un clima de odios insuperables". Para

no radicar en la UP toda la responsabilidad de la creación de este

clima, basta volver la mirada al slogan acumulemos rabia publicitado

por "La Segunda", a los comentarios y crónicas de "La Tribuna" y al

grito de guerra de la juventud del P. Nacional: ojo por ojo, diente por

diente.

e) "y no se llegó a la destrucción de la economía que acarrea inevi-

tablemente el trastorno político". ¿Quién puede negarlo aun cuando

exageres el juicio? Pero al propio tiempo, ¿quién puede negar a su

vez que los grandes intereses de adentro y de afuera del país, del ca-

pitalismo imperialista, que es un hecho en el mundo de hoy, apro-

vecharon y explotaron los errores de la UP, para actuar de una mane-

ra insensata, que tú mismo en más de una oportunidad condenaste?

En resumen, las dos visiones de lo que pasó en Chile en los años de

la Unidad Popular, conforme a tu descripción, no son dilemáticas

pues recíprocamente se interfieren, concordando o discordando, entre

ellas, lo que, por tanto, no sirve para señalar el sitio de nuestras dis-

crepancias, que debemos buscarlo a través de otras reflexiones.

Declaras que no te interesa discutir aquí las intenciones del Presi-

dente de la República, lo que por mi parte tampoco, ahora, voy a dis-

cutirte; pero no considero razonable afirmar que lo haces porque los

hechos históricos y políticos se juzgan por lo que realmente ocurrió y

no por la interpretación de cuál sería el estado de ánimo de personas

que se estiman o se quieren, toda vez que el fondo de tu argumenta-

ción pretende justamente demostrar que la intención del Gobierno

sería llevar el país hacia una dictadura de extrema izquierda para lo

cual señalas algunos hechos que la justificarían y callas otros que

prueban lo contrario, aparte de que también fue un hecho histórico,

no el golpe dictatorial marxista-leninista, sino el golpe dictatorial fas-

cista.

Con todo, estimo conveniente analizar el origen de nuestras dife-

rencias que nos han colocado, todavía hoy, en posiciones tan distan-

tes. Creo que ese origen estaba en que para ti el golpe resultaba ine-

vitable, al paso que para mí siempre fue evitable y nos obligaba a

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hacer lo inhumano por evitarlo. Tú partías, a mi juicio, de un con-

cepto de fatalismo histórico, opuesto a nuestra doctrina, que siempre

supone la libertad en los hombres y en los pueblos, y a nuestra polí-

tica, desde los tiempos de la Falange, contraria a los extremismos de

derecha y de izquierda, caracterizados precisamente por sus concep-

ciones fatalistas. Partiendo de esta premisa, tus actuaciones poste-

riores fueron consecuentes y afectadas de su error conceptual.

Yo partía de la premisa contraria, y pienso, a mi vez, haber actuado

en consecuencia. Al final los hechos nos dieron a los dos parcial-

mente la razón: a mí porque no vino el golpe de extrema izquierda,

pero no fue evitable el de extrema derecha; a ti porque vino el golpe,

pero no como tú lo imaginabas, ni con los horrores que iba a desen-

cadenar.

Por eso, es conveniente la reflexión sobre estos acontecimientos, no

sea que tú o yo estemos repitiendo o próximos a repetir equivocacio-

nes similares, que de alguna manera puedan contribuir a hacerle mu-

cho daño a Chile. Y al Partido.

Pág. 2. Pr. 6, Pág. 3 Prs. 1, 2. Recuerdo perfectamente tu respuesta

a la TV con ocasión de la ceremonia en la Gratitud Nacional. Habría

preferido, sin embargo, no verte en ese sitio, como por fortuna no

volví a verte más en oportunidades semejantes. Precisamente, por tu

calidad de ex Presidente, tu presencia valía inmensamente más que

tus palabras y que tu actitud posterior al acto, frente a la Junta, que

ya empezaba a demostrar sus intenciones. Por todo esto, me produjo

mucha pena observar que yo había tenido el honor de ser ministro de

dos de los ex Presidentes asistentes y del padre del tercero. A nadie

le faltan motivos para sufrir, Eduardo, en las circunstancias que es-

tamos viviendo.

Pág. 3. Pr. 3. Me alegra que tengas dudas respecto a tu declaración

formulada cuando la dictadura clausuró el Parlamento. A Lucho

Pareto, que la firmó junto contigo, como Presidente de la Cámara, le

comuniqué verbalmente, en esos días, lo que yo pensaba acerca de

esa declaración, expresándole además mi pesar y mi protesta. A pro-

pósito de Lucho, debo decirte que estuvo a verme aquí en Roma y,

con gran calidad humana, me dejó de recuerdo el pequeño Tricolor

que tenía sobre su mesa de trabajo en la oficina de la presidencia.

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Pág. 3. Prs. 4, 5.Te cité tu entrevista en el ABC porque, con excep-

ción de tu categórico desmentido en cuanto a Salvador Allende, en el

resto la entrevista corresponde sustancialmente a lo que yo mismo te

oí sostener en Santiago, antes y después del golpe militar.

Pg. 4-Prs. 2, 3, 4. Tocante a tu carta a Mariano Rumor y a tu prólo-

go del libro de Genaro Arriagada, los justificas en tu obligación de

defender a la DC chilena, ante la propaganda marxista en el exterior,

y a la necesidad de reponer la verdad histórica de lo acontecido en

Chile, debo decirte dos cosas.

La defensa de la DC chilena también, por cierto, he debido hacerla

yo, aquí en Europa, y no exclusivamente en presencia de ataques de

la izquierda, sino ante elementos pertenecientes a los PDC europeos,

que sólo conocían directamente de la DC de Chile las declaraciones

oficiales, después del golpe, la Carta Informativa N° 20, y los infor-

mes verbales de Carmona, Hamilton y Krauss. Algunos habían leído

la declaración que hice, con otros parlamentarios y dirigentes DC, el

13 de septiembre. Pero, tu carta y tu prólogo, si bien no los destina-

bas intencionadamente a defender el golpe y la dictadura, una y otro

sirvieron, sobre todo el prólogo, publicado en Chile, casi al año del

golpe militar, para defender a éste y justificar a aquélla, todo lo cual

formará también parte de la realidad del proceso histórico cuando lle-

gue el momento de escribirlo.

Entretanto, todas las opiniones que podemos dar, en pro o en contra,

tienen igual valor como antecedentes emanados de personas que los

hemos vivido, en no escasa medida, en calidad de actores. Y estas

apreciaciones te las expreso, como siempre lo hice antes, de acuerdo

a mi manera de hablar y de escribir, al margen de un objetivo, que

sería inútil y mezquino, de juzgarte, de acusarte, y mucho menos de

agraviarte.

Dios ha de permitir, por otra parte, que el Partido, en cuyo naci-

miento tuvimos algo que ver, se prolongue más allá de nuestras vidas

y estos debates nuestros aprovecharán, seguramente, a quienes nece-

sitarán mañana saber qué sucedió en el interior de nuestra expe-

riencia personal y partidista.

Nuestros defectos quien mejor que cada uno de nosotros los conoce

y ni tú ni yo nos hemos dedicado nunca a apuntarlos con acuciosidad

o a destacarlos con esmero. Lo que hemos hecho ha sido y es, en

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estos instantes, analizar mutuamente nuestras actuaciones políticas,

dentro de las cuales cometer errores no es un defecto y, por consi-

guiente, señalarlos no es un agravio inaceptable; todo lo contrario, es

como tú dices una prueba de verdadera amistad.

Con este espíritu recojo y contesto los cargos que me formulas en tu

carta.

Pg. 7 - Prs. 1, 2. Por lo demás, tú pareces olvidar otra cosa. Hubo

varias reuniones del comité político a las cuales asististe tú, Tomic y

otros personeros y yo también y con la aprobación unánime de la co-

misión política se señaló la necesidad de un gabinete en que estuvie-

ran las FF.AA., pero se decía claramente y yo no era miembro de la

comisión que no con unos dos o tres ministros superpuestos mante-

niendo toda la estructura administrativa inferior (subsecretarios, etc.),

porque eso se consideraba un peligro y un error.

Más aún, hubo una declaración oficial de la Comisión Política al

respecto. No olvido esa reunión y muchas otras. Pero, justamente,

ese acuerdo que yo compartí planteaba la participación de las FF.AA.

en el Gabinete con franco respaldo presidencial y reales posibilida-

des de acción eficaz. Era, no obstante, evidente la necesidad de ca-

minar con cautela (el 11 de septiembre demostró hasta dónde esa

necesidad debía estar presente. Tú dices que se trataba de una manio-

bra de Allende. El hecho es que Pinochet ha confesado que, desde el

20 de marzo, estaba comprometido con otros ocho jefes militares a

derrocar al Presidente de la República).

No era, en consecuencia, lógico decapitar de inmediato la adminis-

tración para entregarla a los militares y estoy seguro de que ninguno

en el Partido sostuvo ese desacertado criterio. El Presidente habría

tenido que estar loco para aceptarlo. Tus críticas, pues, sólo contri-

buyeron, cualesquiera que fueran tus intenciones, a agravar la tensión

existente y a precipitar la catástrofe. Claro que para proceder de otro

modo era indispensable no abrigar en la mente la inevitabilidad del

golpe militar, elemento clave, en mi concepto, de tu equivocada ac-

titud reflejada en tus declaraciones de esa época.

No trato de sacudirme de culpas, buscando en ti un chivo expia-

torio. Jamás he negado la responsabilidad que todos los políticos

chilenos, yo entre ellos, tuvimos en los hechos que precedieron, no

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que justificaron, el 11 de septiembre. Así lo he sostenido en repetidas

ocasiones públicas y no públicas, de palabra y por escrito.

Pg. 7 - Prs. 3, 4. “Es un asunto nimio. Refiriéndote a mi afirmación

de mi carta anterior en la que te indicaba el error de suponerme en

actual exilio voluntario", escribes: "La verdad es que en el carácter

de proceso que le has dado a mi carta, cometí un error. Podría invo-

car para él el que no me fijé atentamente en su redacción, puesto que

comenzaba por decirte que considero una infamia que se te niegue

volver a tu Patria". No es cuestión de hermenéutica, tampoco en este

caso, porque en ninguna de tus dos cartas primeras aparece que atri-

buyas a una infamia de la dictadura mi permanencia en Europa. No

es, consecuencialmente, el carácter de proceso que concedes a mi

carta lo que te presenta cometiendo un error de hecho, por el cual

desde luego agradezco tus excusas.

Pág. 7 - Prs. 5-/8, íntegra copio: "los que creyeron posible la

colaboración, nunca recibieron una proposición seria y aceptable.

Esto no es verdad, e incluso tengo escritos los hechos que demues-

tran lo contrario. Que la gran prensa guardara silencio o tergiversara,

es cuento aparte" (tomado todo este párrafo de mi carta anterior,

reproducido por ti), y agregas: "yo no puedo saber cuáles son los

hechos a que tú te refieres mientras no los des a conocer. Desgracia-

damente en los años de la Unidad Popular tampoco tuve ocasión de

conocerlos, lo que lamento profundamente, pues creo que tenía dere-

cho a estar informado en una materia tan trascendental".

Las cosas no fueron así. Tú estabas informado en algunos casos y

en otros debieron informarte. Vas a verlo. La legalización de la Cen-

tral Unica de Trabajadores y la reforma de la ley fundamental de la

Universidad del Estado, fueron hechos públicos y en ambos casos las

soluciones encontradas nacieron de proposiciones de Gobierno, que

se debatieron en las Comisiones del Senado o fueron ampliamente

publicadas.

Las conversaciones oficiales del Gobierno con la DC, por iniciativa

del primero, en el invierno del año 72, sobre el área de propiedad so-

cial, la participación laboral, las intervenciones en las empresas, las

empresas de trabajadores, etc., en base a proposiciones del Gobierno

y nuestras, llegaron a concretarse en acuerdos que, en opinión de la

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Comisión que nombramos para el trabajo respectivo, cubrían más del

setenta por ciento de las materias en debate.

Es cierto que no tuvieron éxito las iniciativas de Radomiro y de

Narciso y que fracasaron las conversaciones Allende-Aylwin. Todo

aquello fue una gran lástima. Pero la responsabilidad no corresponde

íntegra a los actores directos. El clima de sospechas, insidias, flechas

lanzadas desde las sombras (en frases de don Rafael Luis Gumucio),

inteligentemente fabricadas por la extrema derecha, con la torpe e

inconsciente colaboración de la extrema izquierda, dificultaron más

allá de lo previsible la salida sensata.

A pesar de todo, después del fracaso de las conversaciones Allende-

Aylwin, se reiniciaron conversaciones privadas, con conocimiento y

aceptación de Patricio (quien no puede haber dejado de informarte),

entre personeros del Gobierno y de la DC. Renán y yo estuvimos co-

mo interlocutores, fuera de dirigentes, universitarios, profesionales y

gremiales pertenecientes a la DC.

Mediante estas conversaciones, en que participó con singular empe-

ño Carlos Briones, se lograron soluciones en el problema del Mineral

del Teniente, en la huelga de los médicos, en el conflicto del Canal 9

de TV, en las dificultades producidas en el escalafón del Ministerio

de RR.EE., y se adelantó una fórmula para la promulgación de la

reforma constitucional y para la dictación de la ley sobre distribución

alimenticia. Como es lógico, de los hechos precedentes tuvieron co-

nocimiento, según el caso, el Consejo Nacional del Partido, y Patri-

cio Aylwin; luego no puedes hacerme el cargo, implícitamente, de no

tener ahora autoridad moral para recordarlos en mis cartas.

Pág. 9 - Prs. 1, 2. Cuando te pedí que fueras a hablar con Allende,

alrededor de unos diez días antes del golpe, yo conocía las condicio-

nes que habías puesto en mayo, para celebrar una entrevista con él.

No es el momento de discutir si fueron o no las más adecuadas. Sólo

que en septiembre las circunstancias se habían tornado bien diferen-

tes y Allende y tú por las funciones que desempeñaban y el ambiente

público que influenciaban, eran las únicas dos personas en el país,

capaces de hacer con éxito el supremo esfuerzo para evitar lo peor.

Quizás, Allende debió dar el primer paso; pero, yo en lugar tuyo no

lo habría esperado. Lo que estuviste de acuerdo que hiciera Aylwin,

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pudiste haberlo hecho tú, seguramente en condiciones cien veces más

cargadas de posibilidades de éxito.

Pág. 10- Pr. 2. Recuerdas la reunión de la Directiva del Partido, du-

rante la cual te insistimos en tu candidatura a senador por Santiago y

en que tú fuiste muy claro para señalar el contexto en que darías la

campaña. Es verdad y dentro de ese contexto diste la campaña. Yo

mismo te acompañé en parte de ella. Por favor, Eduardo, no es eso lo

que estamos debatiendo.

El contexto decía: Vendrán días mejores. Y nuestra controversia

recae, en el fondo, sobre el golpe militar, que para ti era inevitable.

Reconozco que cometí el grave error de no calcular la repercusión

futura que tendría esta equivocada apreciación tuya, en especial de-

biendo haber advertido la probabilidad de que ocuparas la pre-

sidencia del Senado, como sucedió. Confieso que de haber calculado

bien, no habría insistido tanto en tu postulación. Tal vez, me habría

opuesto.

Pág. 11 - Pr. 3. Sin saber detalles, me enrostras mis contactos con el

Presidente Allende, "los que nunca fueron claros. Fueron emociona-

les, amistosos y dieron pábulo para que él creyera que podía dividir o

manejar a la Democracia Cristiana".

No puedes concebir el límite de la falsedad en que incurres. Te haré

una comparación que es válida para este respecto. No pensarás que

no fui claro, cuando conversábamos, siendo tú Presidente y durante y

después de ser yo tu ministro. Pues bien, igual procedí con Allende.

Nunca me faltó ni la claridad ni la franqueza. Por lo menos, para for-

marte un juicio, debiste averiguar mayores detalles directamente de

mí.

Pág. 11 - Pr. 4. Copio: "Creo que nunca has hecho una valoración

exacta de los actos del gobierno de la Unidad Popular. Esa valora-

ción es posible que la hayas hecho en las conversaciones privadas,

porque te sé muy claro para ello, pero nunca en público".

Hay entrevistas, discursos en el Partido y en la Cámara (pocos, es

verdad), mi propia campaña electoral por radio, que te desmienten;

es posible, no obstante, que debí hablar más, mirando ahora las cosas

retrospectivamente, para analizar el proceso político y defender a

nuestra pobre y vieja democracia, hoy más que nunca vilipendiada y

proscrita.

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Pág. 14 - Pr. 3. "Tampoco tú has evaluado, a mi juicio, los ataques

de que fui víctima, el partido y yo, que he sido tu amigo durante toda

una vida, al que trataron de asesino, dijeron que me financiaba con el

tráfico de drogas, incluso atacaron hasta a mi familia. Todo eso fue

tolerado. Reconozco que dos veces tú protestaste por ello".

Yo no he llevado la cuenta de las veces que te defendí o dejé de

hacerlo, lo que no quita que tus palabras sean de una injusticia atroz.

Yo he tolerado que te discutan porque eres hombre público; jamás en

mi presencia, que te ofendan. Además, considero que te excedes al

escribir: "es muy distinto, Bernardo, protestar y dejar constancia de

la protesta, pero seguir en una misma línea de contacto con los infa-

madores".

¿Qué deseabas? ¿Que cortara relaciones con toda la Unidad Popu-

lar? ¿Por los ataques a ti? Ni tú lo hacías. Ese criterio no fue el mío,

empezando por no aplicármelo a mí mismo. Siempre he creído, tam-

bién tú, que hay que situarse por encima de estas miserias; de otro

modo no podríamos vivir ni luchar.

Pág. 14 - Pr. 5. "Tampoco veo nunca una valoración de tu parte de

lo que fue nuestro Gobierno, de todo lo que hicimos en el terreno

económico, político y social".

La situación es distinta; tú le das preferencia a lo económico; yo a

lo social y político, sin desconocer las limitaciones en que incurri-

mos. Son dos formas de tratar el tema; las dos son correctas.

Tienes la memoria en lo que concierne a mi actitud frente a las divi-

siones internas. Sería bueno que te hicieras asesorar por dirigentes

juveniles de la época y por Narciso Irureta. No capté la idea de ser

candidato a la P. de la República, en la oportunidad que aludes, por-

que, primero (o segundo), no me sentía en condiciones anímicas de

serlo y segundo (o primero), porque estaba y estoy convencido que

Radomiro era mejor candidato que yo. Nada de esto, entiendo, es

materia para formularme cargos.

Pág. 14 - Pr. 6 - Pág. 15 - Prs. 1, 2, 3. Copio: "Tú vives haciendo el

proceso del partido. Tú me dirás que no, pero es así". Pues claro que

te digo que no y no es así. Todas las horas de mi vida las entrego a

luchar contra la dictadura que oprime a nuestro país. Y estoy de ve-

ras feliz de ver a mi Partido en esta lucha y de empezar a verte a ti.

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Tú me dirás que era una forma diversa de actuar tras el mismo obje-

tivo, la que ustedes aplicaban hasta ahora o hasta hace varios meses.

Como sea que fuere, no puedes negarme el derecho a estar ahora

feliz. Ninguno de nosotros vive preocupado de destruir la DC o de

mortificar tu persona. Sería desleal, aparte de estúpido y sin sentido.

En cuanto a mí, he debido muchas veces salir en tu defensa personal

y no son pocos, al revés de lo que sostienes, los que procuran que no

se vuelva a los ataques de que fuiste objeto. "Chile América" no es

perfecta; pero no tiene la intención ni el poder que le atribuyes.

Pág. 15 - Pr. 4.: "Quiero mucho a Frei como amigo, no votaré jamás

por él como Presidente por los tremendos errores políticos. Votaré

por él como senador". La frase es casi textual, me parece que se la

dije a Claudio Orrego. Contiene una pequeña alteración: debe decir:

voté y no votaré por él como senador, porque en ese momento re-

cordaba la reunión de la Directiva de Renán que comentas en otra

parte de tu carta y en la cual te hice una declaración bastante análoga.

Pág. 16 - Pr. 1. No tienes para qué decirme que no me inquiete por

asuntos de candidaturas ni darme recados para algunos de mis ami-

gos al respecto. Nunca me he contado entre quienes explican tu acti-

tud cerrada frente a la UP y tu aceptación del golpe militar por tu

presunta ambición de volver a ocupar la Presidencia de la República.

Me he dado y he dado otra explicación. Equivocada, pero no mez-

quina.

La razón de tu posición la he derivado de un verdadero peso de

conciencia por el triunfo de la UP, que vi caer sobre tu espíritu,

abrumándolo, en los días posteriores a la elección de Salvador Allen-

de.

Aquello te produjo, a mi parecer, una especie de trauma psíquico

que te nubló poderosamente la mirada sobre el proceso de la Unidad

Popular, la confabulación de la extrema derecha y el golpe militar.

Recuerdo conversaciones que tuvimos sobre algo de esta materia en

la galería de La Moneda y en tu casa, a raíz del asesinato de Edmun-

do Pérez.

Dices que los hechos de Europa te están dando la razón. Habría que

verlo. Yo pienso igual que siempre: para poder oponerse a las ame-

nazas de la dictadura de izquierda, hay que estar en contra de todas

las dictaduras.

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Pág. 17 - Pr. 7 / Pág. 18 - Prs. 1, 2. Después del desmentido de

Javier Lagarrigue y de tu carta, no hay duda de que la reunión entre

Bonilla, Carmona, tú y Lagarrigue no se produjo en casa de éste y

que Javier no asistió a ninguna reunión; pero lo curioso es que reac-

cionas con inusitada violencia para negar la existencia de un hecho

que la publicación no contiene.

En efecto, si te fijas bien, las propias frases de la revista que trans-

cribes en tu carta, ellas hablan de una carta informativa a los partidos

de la "Union Mundial", en parte alguna de una carta personal tuya a

Mariano Rumor, presidente de la UMDC. Es decir, te indignas por

algo que no aparece en la publicación. Tu ofuscación me impresiona

en el sentido de confirmarme en la información que recibí en Santia-

go acerca de que se celebró, realmente, en otra casa la mencionada

reunión.

Sin embargo, el propio Javier Lagarrigue lo único que censura de la

publicación es precisamente lo que en ella no se pone, o sea, la carta

tuya a Mariano Rumor. En la carta que me escribes dices textual-

mente: "si la reunión hubiera existido, no habría habido nada de

deshonroso en ella". Luego, la publicación, que, repito, no habla de

tu carta a Rumor, no es deshonrosa para ti ni merece, por tanto, los

términos con que la calificas.

Pág. 18 - Pr. 4. Si hubiera yo sabido, como ahora lo sé por tu carta,

el motivo de angustia paternal que te movió a comunicar a Jorge las

noticias publicadas en la revista, tomadas del New York Post, habría

pedido que no se hiciera la publicación. El periodista a que te refie-

res, que es mi amigo, sostiene que Jorge le pidió en tu nombre dar las

noticias en Italia; él no consideró bueno para ti ni para nadie, políti-

camente, acceder a la petición de Jorge.

Pág. 19 - Prs. 2, 3. Escribes: "Yo comprendo que en un partido se

haga una autocrítica, que nada se oculte, que todo se analice, que

cada uno cargue con las responsabilidades que corresponde y que el

partido lo juzgue y lo castigue si es necesario. Eso no sólo me parece

conveniente, sino indispensable. Pero ningún partido que yo conozca

admite que esa autocrítica la haga un prominente miembro del par-

tido en una revista, acompañado de personas que no son miembros

del partido, que lo han atacado y lo han criticado o abandonado. Eso

no lo acepta ninguna organización política, democrática o no. Todo

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su contexto aparece dirigido a mostrar que hay dos partidos, el de los

buenos, de los rectos que no se equivocaron, y el de los malos equi-

vocados, para difundir esta idea entre los DC del mundo y natural-

mente entre los que no lo son y presentar debidamente adosada la

información. Esa no es autocrítica. Eso es tratar de destruir un par-

tido. Y eso es absolutamente incomprensible."

Lo incomprensible para mí es que tú no hagas el esfuerzo de pensar

que la intención de un viejo amigo tuyo y de otros chilenos, que

fueron o pueden ser tus amigos, desterrados de su Patria y viviendo

en duras condiciones, sea la que tú presumes y no otra, más lógica,

más conforme con lo que tu viejo amigo ha sido siempre, más posi-

tiva y más noble. No es pedirte demasiado.

Te daré elementos para la rectificación de tu juicio. En primer lu-

gar, la monografía de la DC que pretendes convertir en una autocrí-

tica del Partido, está muy lejos de ser eso, por cierto. No tuvo otra

finalidad que describir, en líneas muy resumidas, con evidentes fallas

e imprecisiones, la evolución interna de los DC chilenos, a partir del

11 de septiembre, haciendo ver cómo las dos posiciones diseñadas en

los primeros días fueron paulatinamente desapareciendo en favor de

una línea común de crítica contra la dictadura.

No se hacen calificaciones, ni exclusiones; al contrario, en el curso

del relato, y aún en el mismo número 4 que comentas, encontrarás

parte de lo que echas de menos acerca de las actuaciones de numero-

sos DC (algunos de los que nombras), en la defensa de los presos

políticos, en los comentarios e informaciones radiales, en las publica-

ciones clandestinas, etc., etc.

No es una cosa perfecta y completa. No trata de presentar dos par-

tidos, ni de adelantar el juicio final, señalando desde ya a los buenos

y a los malos, sino de exponer una etapa de la vida de un partido,

compuesto de hombres libres y falibles, que no tuvo la fortuna de

contar con una opinión unánime, entre sus dirigentes más antiguos, el

día de la gran catástrofe.

Este ha sido, por lo demás, el rumbo seguido por mi actuación en

Europa, no exenta de mil limitaciones. Es fácil comprender las com-

plejas dificultades con que tropieza este empeño, proveniente ante

todo de mi ubicación fuera del país, mientras la Directiva se encuen-

tra en el interior de él sin libertad de acción, ni de expresión.

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Las circunstancias anotadas nos exigen a todos un grande y per-

severante esfuerzo de clarificación en las ideas y en las conductas, de

sometimiento objetivo a las insuperables condiciones materiales di-

ferentes y de comprensión recíproca y fraterna. La unidad funda-

mental del Partido tenemos que alcanzarla tomando en cuenta estas

realidades y, hasta cierto punto, aprovechándolas, lo que a su vez

resulta inmensamente difícil por el problema de las comunicaciones,

sobre todo de la comunicación personal que suele ser insustituible.

No hay más camino que confiar los unos en los otros, aunque no

estemos en completo y total acuerdo, por encima de discrepancias

que, en tiempos normales, serían inaceptables; pero que la penosa

actualidad nos impone tolerarlas.

La lucha, en definitiva, no es entre nosotros, es contra la dictadura.

Consideremos con objetividad y confianza recíproca la conducta de

unos y de otros; así como yo no podría pedirte que en tus entrevistas

abordaras a fondo el tema político, porque por razones obvias no

puedes hacerlo desde el interior del país, no me pidas que, en el sitio

en que estoy, me aísle rígidamente, y no suscriba documentos o asis-

ta a reuniones con otros políticos chilenos, por la simple razón de

que nos han ofendido o con quienes hemos en otros tiempos y sobre

otras materias, discrepado y combatido.

Proceder con serenidad de juicio, sin precipitación, es razonable y

así procuro actuar concretamente; pero llegar más lejos existiendo la

dictadura que sufrimos en Chile, te aseguro, mi querido Eduardo, que

lo estimaría una traición a mi país y a mi conciencia.

Prefiero, con mucho, correr los riesgos que estoy corriendo, inclui-

das la incomprensión explicable de los amigos y las injurias de los

adversarios, antes de cambiar la línea política que abracé en mi ju-

ventud y que, a Dios gracias, me siento con fuerzas para no aban-

donar.

Todo lo que me dices tocante a la carta de Radomiro a Leigh (publi-

cada aquí hace tiempo por el Paese Sera) y a un artículo de Oscar

Waiss, francamente pudiste suprimirlo. Con Radomiro tuve discre-

pancias sobre varias de las materias tratadas en esa carta y sobre su

oportunidad; pero encuentro absurdas las suposiciones y comparacio-

nes en las que te extiendes largamente; adquieren el carácter de un

desahogo bastante odioso de tu parte.

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Oscar Waiss es un antiguo amigo mío con quien he mantenido

innumerables discusiones, pero los conceptos violentistas que trans-

cribes y que tampoco comparto no constituyeron la orientación bási-

ca del diario "La Nación" cuando Waiss desempeñó su dirección.

Ese habría sido un buen argumento para tu tesis.

Me he alargado casi tanto como tú y por tus mismas y cordiales ra-

zones.

Te abraza tu affmo. amigo,

Bernardo Leighton G.

PD. Anoche me llamó Nacho Palma desde Milán, espero con ansias

que llegue hoy o mañana.

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Correspondencia

Gumucio Rivas, Rafael Luis: “Carta respuesta a don Héctor

Toledo”, de fecha 22 de abril de 2016 (copia en poder del

autor).

Gumucio Rivas, Juan Sebastián: “Carta a Rafael Luis”, de

fecha 29 de abril de 2016 (copia en poder del autor).

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237

Este libro se terminó de imprimir en los talleres de Dimacofi en

Santiago de Chile, septiembre de 2016

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Obras publicadas por esta Editorial:

A. Serie Narrativa:

1. Fernando Martínez Wilson: “La Carta” (novela), septiembre

de 2006.

2. Mårten Arwén-Axzell: “Balada para los ciclos de las es-

taciones” (novela), agosto de 2008.

3. Gabriel Morales Wilson: “Crónicas desde el país de Ys”

(cuentos y ensayos), agosto de 2008.

4. Ricardo Pizarro: “Queridas Patrias” (testimonios), mayo

2009. (Redactor Manuel Pizarro).

5. Enrique Durán B.: “Lluvia de abril” (novela), agosto de

2009.

6. José B. Tusach: “Gráficas de un recorrido” (relatos), agosto

de 2009.

7. Carlos Foresti, Eva Löfquist y Àlvaro Foresti: “Textos

fundacionales de la narrativa chilena”, septiembre de 2009.

8. Héctor Rodríguez Maturana: “Una existencia” (memorias)

noviembre de 2009.

9. Juan Cameron: “Beethoven, el yogurt y nuestros años

felices” (ensayo), junio de 2010.

10. Nelson Urra: “Sueños… en el Mar Báltico” (relatos), agosto

de 2010.

11. Claudio Zamorano: “La última Thulé” (cuentos), septiembre

de 2013.

12. Guillermo Martínez Wilson: “Los caballeros de la sirena

negra” (novela), noviembre de 2013.

13. Mercedes Mellado: “Con el latir del tiempo” (selección de

cuentos y poemas), septiembre de 2014.

14. Mårten Arwén-Axzell: “Cuentos de ayer, hoy y mañana”,

abril de 2015.

B. Serie Historia:

1. Manuel Acuña Asenjo: “Las luchas sociales poblacionales”,

1988.

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239

2. Manuel Acuña Asenjo: “In Memoriam”, primera edición en

2002; segunda edición, agosto de 2010.

3. Manuel Acuña Asenjo: “Escenarios múltiples para una sola

ejecución”, 2005.

4. Manuel Acuña Asenjo: “La crisis del día de San Simón”.

Primera edición, agosto de 2006; segunda edición, junio de

2009.

5. Manuel Acuña Asenjo: “La rebelión de los trabajadores

forestales” junio de 2009.

6. Nicolás Díaz Barril: “Pablo, Eduardo y Rafael, presente”,

octubre de 2011.

C. Serie Fragua:

1. Fernando Martínez Wilson: “Ajuste de cuentas” (poesía),

julio de 1993.

2. Lorenzo González Cabrera: “Reincidencias” (poesía), mayo

de 2006.

3. José Tusach Campos: “Malloco, a dos pasos de vino rojo”

(poesía), primera edición octubre de 2007, segunda edición

abril de 2009.

4. José Tusach Campos: “Declinaciones de una mirada y

archivo de un enganche” (Poesía), primera edición

noviembre de 2008, segunda edición abril de 2009.

5. Tania Huerto Jarufe: “Mis pasos… Maestra Vida” (Poesía),

agosto de 2009.

6. Jácome, Olga: “Hijo del exilio y otros poemas” (Poesía),

julio de 2012.

7. Gabriel Morales Wilson: “El poema de Ys” (Poesía), mayo

de 2013.

D. Serie Ideas:

1. Manuel Acuña Asenjo: “Asilo Político/Asilo Económico:

Invitación a un debate a escala ampliada” (debate), primera

edición 1992, segunda edición junio de 1993.

Page 240: ROL DE LA DEMOCRACIA CRISTIANA EN LA GESTACIÓN ...piensachile.com/wp-content/uploads/2016/09/ROL-DE-LA-DEMOCRACIA... · militar, claramente optaría por la segunda. Cabe preguntarse

240

2. Abel Samir: “Política Internacional y derechos humanos”,

2002.

3. Abel Samir: “Pláticas entre animales racionales”, (ensayo)

2007.

4. Abel Samir: “Al-Kaeda y el volcán del Medio Oriente”,

2008.

5. Luis Alberto Civalero: “Människans Inre Värld”, Den dolda

Kontinenten, (ensayo), septiembre de 2009.

6. Mónica Vásquez: “Mandalas”, crónica de un trabajo peda-

gógico alternativo en un parvulario sueco, abril de 2010.

7. Lionel ‘Kalki’ Glauser: “Ensayos”, selección de cuatro

trabajos suyos y una exposición, julio de 2011.

E. Serie CODEHS:

1. Nino García Núñez: “Testimonio” (poesía, teatro, ensayo),

junio de 2006.

2. Manuel Acuña Asenjo: “Prolegómenos a las grandes

protestas del ‘83”, agosto de 2012.

3. Clotario Blest Riffo: “Síntesis del Martirologio de la clase

trabajadora chilena”, julio de 2015

4. Patricio Orellana Vargas: “Contra la Dictadura”, agosto

2015.

5. Patricio Orellana Vargas: “La represión en Chile 1973-

1989”, noviembre de 2015.

6. Manuel Acuña Asenjo: “Rol de la Democracia Cristiana en

la gestación, consumación y afianzamiento del golpe militar

de 1973”, septiembre de 2016.

F. Serie Corporación 3 y 4 Álamos:

1. Varios autores: “Yo también estuve en 3 y 4 Álamos”,

diciembre de 2015.