La Ilíada (en griego antiguo Ἰλιάς

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La Ilíada (en griego antiguo Ἰλιάς:Iliás; en griego moderno Ιλιάδα:Iliáda) es una epopeya griega y elpoema más antiguo escrito de laliteratura occidental. Se atribuyetradicionalmente a Homero.Compuesta en hexámetrosdactílicos, consta de 15.693 versos(divididos por los editores, ya en laantigüedad, en 24 cantos orapsodias) y su trama radica en lacólera de Aquiles (μῆνις, mênis).Narra los acontecimientos ocurridosdurante 51 días en el décimo yúltimo año de la guerra de Troya. El

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título de la obra deriva del nombregriego de Troya, Ιlión.

Tanto la Ilíada como la Odiseafueron consideradas por los griegosde la época clásica y por lasgeneraciones posteriores como lascomposiciones más importantes enla literatura de la Antigua Grecia yfueron utilizadas como fundamentosde la pedagogía griega. Ambasforman parte de una serie másamplia de poemas épicos dediferentes autores y extensionesdenominado ciclo troyano; sinembargo, de los otros poemas,únicamente han sobrevivido

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fragmentos.

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Homero

La Ilíada

ePUB r1.2Perseo 13.07.13

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Título original: ἸλιάςHomero, siglo VIII a.C.Traducción: Luis Segalá y EstalellaDiseño de portada: Perseo

Editor digital: PerseoCorrección de erratas: alfaePub base r1.0

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Canto I*

Peste – Cólera

* Después de una corta invocación a ladivinidad para que cante «la perniciosaira de Aquiles», nos refiere el poeta queCrises, sacerdote de Apolo, va alcampamento aqueo para rescatar a suhija, que había sido hecha cautiva yadjudicada como esclava a Agamenón;

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éste desprecia al sacerdote, se niega adarle la hija y lo despide conamenazadoras palabras; Apolo,indignado, suscita una terrible peste enel campamento; Aquiles reúne a losguerreros en el ágora por inspiración dela diosa Hera, y, habiendo dicho aladivino Calcante que hablara sin miedo,aunque tuviera que referirse aAgamenón, se sabe por fin que elcomportamiento de Agamenón con elsacerdote Crises ha sido la causa delenojo del dios. Esta declaración irrita alrey, que pide que, si ha de devolver laesclava, se le prepare otra recompensa;y Aquiles le responde que ya se la darán

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cuando tomen Troya. Así, de un modotan natural, se origina la discordia entreel caudillo supremo del ejército y elhéroe más valiente. La riña llega a talpunto que Aquiles desenvaina la espaday habría matado a Agamenón si no se lohubiese impedido la diosa Atenea;entonces Aquiles insulta a Agamenón,éste se irrita y amenaza a Aquiles conquitarle la esclava Briseida, a pesar dela prudente amonestación que le dirigeNéstor; se disuelve el ágora y Agamenónenvía a dos heraldos a la tienda deAquiles que se llevan a Briseide; Ulisesy otros griegos se embarcan conCriseida y la devuelven a su padre; y,

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mientras tanto, Aquiles pide a su madreTetis que suba al Olimpo e impetre deZeus que conceda la victoria a lostroyanos para que Agamenón comprendala falta que ha cometido; Tetis cumple eldeseo de su hijo, Zeus accede, y estehecho produce una violenta disputa entreZeus y Hera, a quienes apacigua su hijoHefesto; la concordia vuelve a reinar enel Olimpo y los dioses celebran un festínespléndido hasta la puesta del sol, enque se recogen en sus palacios.

1 Canta, oh diosa, la cólera delPelida Aquiles; cólera funesta que causó

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infinitos males a los aqueos y precipitóal Hades muchas almas valerosas dehéroes, a quienes hizo presa de perros ypasto de aves —cumplíase la voluntadde Zeus— desde que se separarondisputando el Atrida, rey de hombres, yel divino Aquiles.

8 ¿Cuál de los dioses promovió entreellos la contienda para que pelearan? Elhijo de Leto y de Zeus. Airado con elrey, suscitó en el ejército maligna peste,y los hombres perecían por el ultrajeque el Atrida infiriera al sacerdoteCrises. Éste, deseando redimir a su hija,se había presentado en las veleras navesaqueas con un inmenso rescate y las

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ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos,que pendían de áureo cetro, en la mano;y a todos los aqueos, y particularmente alos dos Atridas, caudillos de pueblos,así les suplicaba:

17 —¡Atridas y demás aqueos dehermosas grebas! Los dioses, queposeen olímpicos palacios, os permitandestruir la ciudad de Príamo y regresarfelizmente a la patria! Poned en libertada mi hija y recibid el rescate, venerandoal hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere delejos.

22 Todos los aqueos aprobaron avoces que se respetara al sacerdote y seadmitiera el espléndido rescate; mas el

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Atrida Agamenón, a quien no plugo elacuerdo, le despidió de mal modo y conaltaneras voces:

26 —No dé yo contigo, anciano,cerca de las cóncavas naves, ya porqueahora demores tu partida, ya porquevuelvas luego, pues quizás no te valganel cetro y las ínfulas del dios. A aquéllano la soltaré; antes le sobrevendrá lavejez en mi casa, en Argos, lejos de supatria, trabajando en el telar yaderezando mi lecho. Pero vete; no meirrites, para que puedas irte más sano ysalvo.

33 Así dijo. El anciano sintió temor yobedeció el mandato. Fuese en silencio

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por la orilla del estruendoso mar; y,mientras se alejaba, dirigía muchosruegos al soberano Apolo, a quien parióLeto, la de hermosa cabellera:

37 —¡Óyeme, tú que llevas arco deplata, proteges a Crisa y a la divinaCila, e imperas en Ténedospoderosamente! ¡Oh Esminteo! Si algunavez adorné tu gracioso templo o queméen tu honor pingües muslos de toros o decabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen losdánaos mis lágrimas con tus flechas!

43 Así dijo rogando. Oyóle FeboApolo e, irritado en su corazón,descendió de las cumbres del Olimpocon el arco y el cerrado carcaj en los

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hombros; las saetas resonaron sobre laespalda del enojado dios, cuandocomenzó a moverse. Iba parecido a lanoche. Sentóse lejos de las naves, tiróuna flecha y el arco de plata dio unterrible chasquido. Al principio el diosdisparaba contra los mulos y los ágilesperros; mas luego dirigió sus amargassaetas a los hombres, y continuamenteardían muchas piras de cadáveres.

53 Durante nueve días volaron por elejército las flechas del dios. En eldécimo, Aquiles convocó al pueblo alágora: se lo puso en el corazón Hera, ladiosa de los níveos brazos, que seinteresaba por los dánaos, a quienes

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veía morir. Acudieron éstos y, una vezreunidos, Aquiles, el de los pies ligeros,se levantó y dijo:

59 —¡Atrida! Creo que tendremosque volver atrás, yendo otra vezerrantes, si escapamos de la muerte;pues, si no, la guerra y la peste unidasacabarán con los aqueos. Mas, ea,consultemos a un adivino, sacerdote ointérprete de sueños —pues también elsueño procede de Zeus—, para que nosdiga por qué se irritó tanto Febo Apolo:si está quejoso con motivo de algún votoo hecatombe, y si quemando en suobsequio grasa de corderos y de cabrasescogidas, querrá librarnos de la peste.

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68 Cuando así hubo hablado, sesentó. Levantóse entre ellos CalcanteTestórida, el mejor de los augures —conocía lo presente, lo futuro y lopasado, y había guiado las naves aqueashasta Ilio por medio del arteadivinatoria que le diera Febo Apolo—,y benévolo los arengó diciendo:

74 —¡Oh Aquiles, caro a Zeus!Mándasme explicar la cólera de Apolo,del dios que hiere de lejos. Pues bien,hablaré; pero antes declara y jura queestás pronto a defenderme de palabra yde obra, pues temo irritar a un varón quegoza de gran poder entre los argivostodos y es obedecido por los aqueos. Un

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rey es más poderoso que el inferiorcontra quien se enoja; y, si bien en elmismo día refrena su ira, guarda luegorencor hasta que logra ejecutarlo en elpecho de aquél. Dime, pues, si mesalvarás.

84 Y contestándole, Aquiles, el delos pies ligeros, le dijo:

85 —Manifiesta, deponiendo todotemor, el vaticinio que sabes; pues ¡porApolo, caro a Zeus; a quien tú, Calcante,invocas siempre que revelas oráculos alos dánaos!, ninguno de ellos pondrá enti sus pesadas manos, cerca de lascóncavas naves, mientras yo viva y veala luz acá en la tierra, aunque hablares

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de Agamenón, que al presente se jactade ser en mucho el más poderoso detodos los aqueos.

92 Entonces cobró ánimo y dijo eleximio vate:

93 —No está el dios quejoso conmotivo de algún voto o hecatombe, sinoa causa del ultraje que Agamenón hainferido al sacerdote, a quien nodevolvió la hija ni admitió el rescate.Por esto el que hiere de lejos nos causómales y todavía nos causará otros. Y nolibrará a los dánaos de la odiosa peste,hasta que sea restituida a su padre, sinpremio ni rescate, la joven de ojosvivos, y llevemos a Crisa una sagrada

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hecatombe. Cuando así le hayamosaplacado, renacerá nuestra esperanza.

101 Dichas estas palabras, se sentó.Levantóse al punto el poderoso héroeAgamenón Atrida, afligido, con lasnegras entrañas llenas de cólera y losojos parecidos al relumbrante fuego; y,encarando a Calcante la torva vista,exclamó:

106 —¡Adivino de males! Jamás mehas anunciado nada grato. Siempre tecomplaces en profetizar desgracias ynunca dijiste ni ejecutaste nada bueno. Yahora, vaticinando ante los dánaos,afirmas que el que hiere de lejos lesenvía calamidades, porque no quise

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admitir el espléndido rescate de la jovenCriseide, a quien anhelaba tener en micasa. La prefiero, ciertamente, aClitemnestra, mi legítima esposa, porqueno le es inferior ni en el talle, ni en elnatural, ni en inteligencia, ni en destreza.Pero, aun así y todo, consiento endevolverla, si esto es lo mejor; quieroque el pueblo se salve, no que perezca.Pero preparadme pronto otrarecompensa, para que no sea yo el únicoargivo que sin ella se quede; lo cual noparecería decoroso. Ved todos que se vaa otra parte la que me habíacorrespondido.

121 Replicóle enseguida el

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celerípede divino Aquiles:122 —¡Atrida gloriosísimo, el más

codicioso de todos! ¿Cómo pueden darteotra recompensa los magnánimosaqueos? No sabemos que existan enparte alguna cosas de la comunidad,pues las del saqueo de las ciudadesestán repartidas, y no es convenienteobligar a los hombres a que nuevamentelas junten. Entrega ahora esa joven aldios, y los aqueos te pagaremos el tripleo el cuádruple, si Zeus nos permitealgún día tomar la bien murada ciudadde Troya.

130 Y, contestándole, el reyAgamenón le dijo:

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131 Aunque seas valiente, deiformeAquiles, no ocultes así tu pensamiento,pues no podrás burlarme ni persuadirme.¿Acaso quieres, para conservar turecompensa, que me quede sin la mía, ypor esto me aconsejas que la devuelva?Pues, si los magnánimos aqueos me danotra conforme a mi deseo para que seaequivalente… Y si no me la dieren, yomismo me apoderaré de la tuya o de lade Ayante, o me llevaré la de Ulises, ymontará en cólera aquél a quien mellegue. Mas sobre esto deliberaremosotro día. Ahora, ea, echemos una negranave al mar divino, reunamos losconvenientes remeros, embarquemos

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víctimas para una hecatombe y a lamisma Criseide, la de hermosasmejillas, y sea capitán cualquiera de losjefes: Ayante, Idomeneo, el divinoUlises o tú, Pelida, el más portentoso detodos los hombres, para que nosaplaques con sacrificios al que hiere delejos.

148 Mirándolo con torva faz, exclamóAquiles, el de los pies ligeros:

149 —¡Ah, impudente y codicioso!¿Cómo puede estar dispuesto a obedecertus órdenes ni un aqueo siquiera, paraemprender la marcha o para combatirvalerosamente con otros hombres? Nohe venido a pelear obligado por los

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belicosos troyanos, pues en nada se mehicieron culpables —no se llevaronnunca mis vacas ni mis caballos, nidestruyeron jamás la cosecha en la fértilFtía, criadora de hombres, porquemuchas umbrías montañas y el ruidosomar nos separan—, sino que te seguimosa ti, grandísimo insolente, para darte elgusto de vengaros de los troyanos aMenelao y a ti, ojos de perro. No fijasen esto la atención, ni por ello te tomasningún cuidado, y aun me amenazas conquitarme la recompensa que por misgrandes fatigas me dieron los aqueos.Jamás el botín que obtengo iguala altuyo cuando éstos entran a saco una

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populosa ciudad de los troyanos; aunquela parte más pesada de la impetuosaguerra la sostienen mis manos, turecompensa, al hacerse el reparto, esmucho mayor; y yo vuelvo a mis naves,teniéndola pequeña, aunque grata,después de haberme cansado en elcombate. Ahora me iré a Ftía, pues lomejor es regresar a la patria en lascóncavas naves: no pienso permaneceraquí sin honra para procurarte gananciay riqueza.

172 Contestó enseguida el rey dehombres, Agamenón:

173 —Huye, pues, si tu ánimo a ellote incita; no te ruego que por mí te

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quedes; otros hay a mi lado que mehonrarán, y especialmente el próvidoZeus. Me eres más odioso que ningúnotro de los reyes, alumnos de Zeus,porque siempre te han gustado las riñas,luchas y peleas. Si es grande tu fuerza,un dios te la dio. Vete a la patria,llevándote las naves y los compañeros,y reina sobre los mirmidones, no meimporta que estés irritado, ni por ellome preocupo, pero te haré una amenaza:Puesto que Febo Apolo me quita aCriseide, la mandaré en mi nave con misamigos; y encaminándome yo mismo a tutienda, me llevaré a Briseide, la dehermosas mejillas, tu recompensa, para

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que sepas bien cuánto más poderoso soyy otro tema decir que es mi igual ycompararse conmigo.

188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, ydentro del velludo pecho su corazóndiscurrió dos cosas: o, desnudando laaguda espada que llevaba junto almuslo, abrirse paso y matar al Atrida, ocalmar su cólera y reprimir su furor.Mientras tales pensamientos revolvía ensu mente y en su corazón y sacaba de lavaina la gran espada, vino Atenea delcielo: envióla Hera, la diosa de losníveos brazos, que amaba cordialmentea entrambos y por ellos se interesaba.Púsose detrás del Pelida y le tiró de la

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blonda cabellera, apareciéndose a él tansólo; de los demás, ninguno la veía.Aquiles, sorprendido, volvióse y alinstante conoció a Palas Atenea, cuyosojos centelleaban de un modo terrible. Yhablando con ella, pronunció estasaladas palabras:

202 —¿Por qué nuevamente, oh hijade Zeus, que lleva la égida, has venido?¿Acaso para presenciar el ultraje que meinfiere Agamenón Atrida? Pues te dirélo que me figuro que va a ocurrir: Por suinsolencia perderá pronto la vida.

206 Díjole a su vez Atenea, la diosade ojos de lechuza:

207 —Vengo del cielo para apaciguar

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tu cólera, si obedecieres; y me envíaHera, la diosa de los níveos brazos, queos ama cordialmente a entrambos y porvosotros se interesa. Ea, cesa dedisputar, no desenvaines la espada einjúrialo de palabra como te parezca. Loque voy a decir se cumplirá: Por esteultraje se te ofrecerán un día triples yespléndidos presentes. Domínate yobedécenos.

213 Y, contestándole, Aquiles, el delos pies ligeros, le dijo:

216 —Preciso es, oh diosa, hacer loque mandáis, aunque el corazón esté muyirritado. Proceder así es lo mejor. Quiena los dioses obedece es por ellos muy

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atendido.219 Dijo; y puesta la robusta mano en

el argénteo puño, envainó la enormeespada y no desobedeció la orden deAtenea. La diosa regresó al Olimpo, alpalacio en que mora Zeus, que lleva laégida, entre las demás deidades.

223 El Pelida, no amainando en sucólera, denostó nuevamente al Atridacon injuriosas voces:

225 —¡Ebrioso, que tienes ojos deperro y corazón de ciervo! Jamás teatreviste a tomar las armas con la gentedel pueblo para combatir, ni a ponerteen emboscada con los más valientesaqueos: ambas cosas te parecen la

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muerte. Es, sin duda, mucho mejorarrebatar los dones, en el vastocampamento de los aqueos, a quien tecontradiga. Rey devorador de tu pueblo,porque mandas a hombres abyectos…;en otro caso, Atrida, éste fuera tu últimoultraje. Otra cosa voy a decirte y sobreella prestaré un gran juramento: Sí, poreste cetro que ya no producirá hojas niramos, pues dejó el tronco en lamontaña; ni reverdecerá, porque elbronce lo despojó de las hojas y de lacorteza, y ahora lo empuñan los aqueosque administran justicia y guardan lasleyes de Zeus (grande será para ti estejuramento); algún día los aqueos todos

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echarán de menos a Aquiles, y tú,aunque te aflijas, no podrás socorrerloscuando muchos sucumban y perezcan amanos de Héctor, matador de hombres.Entonces desgarrarás tu corazón,pesaroso por no haber honrado al mejorde los aqueos.

245 Así dijo el Pelida; y, tirando atierra el cetro tachonado con clavos deoro, tomó asiento. El Atrida, en elopuesto lado, iba enfureciéndose. Perolevantóse Néstor, suave en el hablar,elocuente orador de los pilios, de cuyaboca las palabras fluían más dulces quela miel —había visto perecer dosgeneraciones de hombres de voz

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articulada que nacieron y se criaron conél en la divina Pilos y reinaba sobre latercera—, y benévolo los arengódiciendo:

254 —¡Oh dioses! ¡Qué motivo depesar tan grande le ha llegado a la tierraaquea! Alegraranse Príamo y sus hijos, yregocijaríanse los demás troyanos en sucorazón, si oyeran las palabras con quedisputáis vosotros, los primeros de losdánaos así en el consejo como en elcombate. Pero dejaos convencer, ya queambos sois más jóvenes que yo. En otrotiempo traté con hombres aún másesforzados que vosotros, y jamás medesdeñaron. No he visto todavía ni veré

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hombres como Pirítoo, Driante, pastorde pueblos, Ceneo, Exadio, Polifemo,igual a un dios, y Teseo Egeida, queparecía un inmortal. Criáronse éstos losmás fuertes de los hombres; muy fuerteseran y con otros muy fuertescombatieron: con los montaracescentauros, a quienes exterminaron de unmodo estupendo. Y yo estuve en sucompañía —habiendo acudido desdePilos, desde lejos, desde esa apartadatierra, porque ellos mismos me llamaron— y combatí según mis fuerzas. Contales hombres no pelearía ninguno de losmortales que hoy pueblan la tierra; noobstante lo cual, seguían mis consejos y

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escuchaban mis palabras. Prestadmetambién vosotros obediencia, que es lomejor que podéis hacer. Ni tú, aunqueseas valiente, le quites la joven, sinodéjasela, puesto que se la dieron enrecompensa los magnánimos aqueos; nitú, Pelida, quieras altercar de igual aigual con el rey, pues jamás obtuvohonra como la suya ningún otro soberanoque usara cetro y a quien Zeus dieragloria. Si tú eres más esforzado, esporque una diosa te dio a luz; pero éstees más poderoso, porque reina sobremayor número de hombres. Atrida,apacigua tu cólera; yo te suplico quedepongas la ira contra Aquiles, que es

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para todos los aqueos un fuerteantemural en el pernicioso combate.

285 Y, contestándole, el reyAgamenón le dijo:

286 —Sí, anciano, oportuno es cuantoacabas de decir. Pero este hombrequiere sobreponerse a todos los demás;a todos quiere dominar, a todosgobernar, a todos dar órdenes quealguien, creo, se negará a obedecer. Silos sempiternos dioses le hicieronbelicoso, ¿le permiten por esto proferirinjurias?

292 Interrumpiéndole, exclamó eldivino Aquiles:

293 —Cobarde y vil podría

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llamárseme si cediera en todo lo quedices; manda a otros, no me des órdenes,pues yo no pienso ya obedecerte. Otracosa te diré que fijarás en la memoria:No he de combatir con estas manos porla joven ni contigo, ni con otro alguno,pues al fin me quitáis lo que me disteis;pero, de lo demás que tengo junto a minegra y veloz embarcación, nada podríasllevarte tomándolo contra mi voluntad.Y si no, ea, inténtalo, para que éstos seenteren también; y presto tu negruzcasangre brotará en torno de mi lanza.

304 Después de altercar así conencontradas razones, se levantaron ydisolvieron el ágora que cerca de las

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naves aqueas se celebraba. Fuese elPelida hacia sus tiendas y sus bienproporcionados bajeles con elMenecíada y otros amigos; y el Atridaechó al mar una velera nave, escogióveinte remeros, cargó las víctimas de lahecatombe para el dios, y, conduciendoa Criseide, la de hermosas mejillas, laembarcó también; fue capitán elingenioso Ulises.

312 Así que se hubieron embarcado,empezaron a navegar por líquidoscaminos. El Atrida mandó que loshombres se purificaran, y ellos hicieronlustraciones, echando al mar lasimpurezas, y sacrificaron junto a la

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orilla del estéril mar hecatombesperfectas de toros y de cabras en honorde Apolo. El vapor de la grasa llegabaal cielo, enroscándose alrededor delhumo.

318 En tales cosas ocupábanse éstosen el ejército. Agamenón no olvidó laamenaza que en la contienda había hechoa Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates,sus heraldos y diligentes servidores:

322 —Id a la tienda del PelidaAquiles, y asiendo de la mano aBriseide, la de hermosas mejillas,traedla acá, y, si no os la diere, iré yomismo a quitársela, con más gente, ytodavía le será más duro.

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326 Hablándoles de tal suerte y conaltaneras voces, los despidió. Contra suvoluntad fuéronse los heraldos por laorilla del estéril mar, llegaron a lastiendas y naves de los mirmidones, yhallaron al rey cerca de su tienda y de sunegra nave. Aquiles, al verlos, no sealegró. Ellos se turbaron, y, habiendohecho una reverencia, paráronse sindecir ni preguntar nada. Pero el héroe locomprendió todo y dijo:

334 —¡Salud, heraldos, mensajerosde Zeus y de los hombres! Acercaos;pues para mí no sois vosotros losculpables sino Agamenón, que os envíapor la joven Briseide. ¡Ea, Patroclo, del

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linaje de Zeus! Saca la joven yentrégasela para que se la lleven. Sedambos testigos ante los bienaventuradosdioses, ante los mortales hombres y anteese rey cruel, si alguna vez tienen losdemás necesidad de mí para librarse defunestas calamidades porque él tiene elcorazón poseído de furor y no sabepensar a la vez en lo futuro y en lopasado, a fin de que los aqueos sesalven combatiendo junto a las naves.

345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo asu amigo, sacó de la tienda a Briseide,la de hermosas mejillas, y la entregópara que se la llevaran. Partieron losheraldos hacia las naves aqueas, y la

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mujer iba con ellos de mala gana.Aquiles rompió en llanto, alejóse de loscompañeros, y, sentándose a orillas delblanquecino mar con los ojos clavadosen el ponto inmenso y las manosextendidas, dirigió a su madre muchosruegos:

352 —¡Madre! Ya que me pariste decorta vida, el olímpico Zeus altitonantedebía honrarme y no lo hace en modoalguno. El poderoso Agamenón Atridame ha ultrajado, pues tiene mirecompensa, que él mismo me arrebató.

357 Así dijo derramando lágrimas.Oyóle la veneranda madre desde elfondo del mar, donde se hallaba junto al

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padre anciano, e inmediatamenteemergió de las blanquecinas ondas comoniebla, sentóse delante de aquél, quederramaba lágrimas, acariciólo con lamano y le habló de esta manera:

362 —¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Quépesar te ha llegado al alma? Habla; nome ocultes lo que piensas, para queambos lo sepamos.

364 Dando profundos suspiros,contestó Aquiles, el de los pies ligeros:

365 —Lo sabes. ¿A qué referirte loque ya conoces? Fuimos a Teba, lasagrada ciudad de Eetión; la saqueamos,y el botín que trajimos se lodistribuyeron equitativamente los

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aqueos, separando para el Atrida aCriseide, la de hermosas mejillas. LuegoCrises, sacerdote de Apolo, el que hierede lejos, deseando redimir a su hija, sepresentó en las veleras naves aqueas conun inmenso rescate y las ínfulas deApolo, el que hiere de lejos, quependían de áureo cetro, en la mano; ysuplicó a todos los aqueos, yparticularmente a los dos Atridas,caudillos de pueblos. Todos los aqueosaprobaron a voces que se respetase alsacerdote y se admitiera el espléndidorescate; mas el Atrida Agamenón, aquien no plugo el acuerdo, lo despidióde mal modo y con altaneras voces. El

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anciano se fue irritado; y Apolo,accediendo a sus ruegos, pues le eramuy querido, tiró a los argivos funestasaeta: morían los hombres unos en posde otros, y las flechas del dios volabanpor todas partes en el vasto campamentode los aqueos. Un adivino bien enteradonos explicó el vaticinio del que hiere delejos, y yo fui el primero en aconsejarque se aplacara al dios. El Atridaencendióse en ira; y, levantándose, medirigió una amenaza que ya se hacumplido. A aquélla los aqueos de ojosvivos la conducen a Crisa en veleranave con presentes para el dios; y a lahija de Briseo, que los aqueos me

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dieron, unos heraldos se la han llevadoahora mismo de mi tienda. Tú, sipuedes, socorre a tu buen hijo; ve alOlimpo y ruega a Zeus, si alguna vezllevaste consuelo a su corazón conpalabras o con obras. Muchas veces,hallándonos en el palacio de mi padre,oí que te gloriabas de haber evitado, túsola entre los inmortales, una afrentosadesgracia al Cronida, el de las sombríaspubes, cuando quisieron atarlo otrosdioses olímpicos, Hera, Poseidón yPalas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lolibraste de las ataduras, llamandoenseguida al espacioso Olimpo alcentímano a quien los dioses nombran

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Briareo y todos los hombres Egeón, elcual es superior en fuerza a su mismopadre, y se sentó entonces al lado deZeus, ufano de su gloria; temiéronlo losbienaventurados dioses y desistieron delatamiento. Recuérdaselo, siéntate a sulado y abraza sus rodillas; quizás decidafavorecer a los troyanos y acorralar alos aqueos, que serán muertos entre laspopas, cerca del mar; para que todosdisfruten de su rey y comprenda elpoderoso Agamenón Atrida la falta queha cometido no honrando al mejor de losaqueos.

413 Respondióle enseguida Tetis,derramando lágrimas:

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414 —¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te hecriado, si en hora aciaga te di a luz?¡Ojalá estuvieras en las naves sin llantoni pena, ya que tu vida ha de ser corta,de no larga duración! Ahora eresjuntamente de breve vida y el másinfortunado de todos. Con hado funestote parí en el palacio. Yo misma iré alnevado Olimpo y hablaré a Zeus, que secomplace en lanzar rayos, por si se dejaconvencer. Tú quédate en las naves deligero andar, conserva la cólera contralos aqueos y abstente por entero decombatir. Ayer se marchó Zeus alOcéano, al país de los probos etíopes,para asistir a un banquete, y todos los

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dioses lo siguieron. De aquí a doce díasvolverá al Olimpo. Entonces acudiré ala morada de Zeus, sustentada en bronce;le abrazaré las rodillas, y espero quelograré persuadirlo.

428 Dichas estas palabras partió,dejando a Aquiles con el corazónirritado a causa de la mujer de bellacintura que violentamente y contra suvoluntad le habían arrebatado.

430 En tanto, Ulises llegaba a Crisacon las víctimas para la sagradahecatombe. Cuando arribaron alprofundo puerto, amainaron las velas,guardándolas en la negra nave; abatieronrápidamente por medio de cuerdas el

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mástil hasta la crujía, y llevaron la nave,a fuerza de remos, al fondeadero.Echaron anclas y ataron las amarras,saltaron a la playa, desembarcaron lasvíctimas de la hecatombe para Apolo, elque hiere de lejos, y Criseide salió de lanave surcadora del ponto. El ingeniosoUlises llevó la doncella al altar y,poniéndola en manos de su padre, dijo:

442 —¡Oh Crises! Envíame al rey dehombres, Agamenón, a traerte la hija yofrecer en favor de los dánaos unasagrada hecatombe a Febo, para queaplaquemos a este dios que tandeplorables males ha causado a losargivos.

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446 Habiendo hablado así, puso ensus manos la hija amada, que aquélrecibió con alegría. Acto continuo,ordenaron la sagrada hecatombe entorno del bien construido altar,laváronse las manos y tomaron la mola.Y Crises oró en alta voz y con las manoslevantadas:

451 —¡Óyeme, tú que llevas arco deplata, proteges a Crisa y a la divina Cilae imperas en Ténedos poderosamente!Me escuchaste cuando te supliqué, y,para honrarme, oprimiste duramente alejército aqueo; pues ahora cúmplemeeste voto: ¡Aleja ya de los dánaos laabominable peste!

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457 Así dijo rogando, y Febo Apololo oyó. Hecha la rogativa y esparcida lamola, cogieron las víctimas por lacabeza, que tiraron hacia atrás, y lasdegollaron y desollaron; enseguidacortaron los muslos, y, después depringarlos con gordura por uno y otrolado y de cubrirlos con trozos de carne,el anciano los puso sobre la leñaencendida y los roció de vino tinto.Cerca de él, unos jóvenes tenían en lasmanos asadores de cinco puntas.Quemados los muslos, probaron lasentrañas, y, dividiendo lo restante enpedazos muy pequeños, lo atravesaroncon pinchos, lo asaron cuidadosamente y

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lo retiraron del fuego. Terminada lafaena y dispuesto el banquete, comieron,y nadie careció de su respectivaporción. Cuando hubieron satisfecho eldeseo de beber y de comer, losmancebos coronaron de vino las cráterasy lo distribuyeron a todos los presentesdespués de haber ofrecido en copas lasprimicias. Y durante todo el día losaqueos aplacaron al dios con el canto,entonando un hermoso peán a Apolo, elque hiere de lejos, que los oía con elcorazón complacido.

475 Cuando el sol se puso ysobrevino la noche, durmieron cerca delas amarras de la nave. Mas, así que

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apareció la hija de la mañana, la Aurorade rosados dedos, hiciéronse a la marpara volver al espacioso campamentoaqueo, y Apolo, el que hiere de lejos,les envió próspero viento. Izaron elmástil, descogieron las velas, quehinchó el viento, y las purpúreas olasresonaban en torno de la quilla mientrasla nave corría siguiendo su rumbo. Unavez llegados al vasto campamento de losaqueos, sacaron la negra nave a tierrafirme y la pusieron en alto sobre laarena, sosteniéndola con grandesmaderos. Y luego se dispersaron por lastiendas y los bajeles.

488 El hijo de Peleo y descendiente

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de Zeus, Aquiles, el de los pies ligeros,seguía irritado en las veleras naves, y nifrecuentaba el ágora donde los varonescobran fama, ni cooperaba a la guerra;sino que consumía su corazón,permaneciendo en las naves, y echabade menos la gritería y el combate.

493 Cuando, después de aquel día,apareció la duodécima aurora, lossempiternos dioses volvieron al Olimpocon Zeus a la cabeza. Tetis no olvidóentonces el encargo de su hijo: saliendode entre las olas del mar, subió muy demañana al gran cielo y al Olimpo, yhalló al largovidente Cronida sentadoaparte de los demás dioses en la más

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alta de las muchas cumbres del monte.Acomodóse ante él, abrazó sus rodillascon la mano izquierda, tocóle la barbacon la derecha y dirigió esta súplica alsoberano Zeus Cronión:

503 —¡Padre Zeus! Si alguna vez tefui útil entre los inmortales con palabrasa obras, cúmpleme este voto: Honra ami hijo, el héroe de más breve vida,pues el rey de hombres, Agamenón, loha ultrajado, arrebatándole larecompensa que todavía retiene.Véngalo tú, próvido Zeus Olímpico,concediendo la victoria a los troyanoshasta que los aqueos den satisfacción ami hijo y lo colmen de honores.

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511 Así dijo. Zeus, que amontona lasnubes, nada contestó guardando silencioun buen rato. Pero Tetis, que seguíacomo cuando abrazó sus rodillas, lesuplicó de nuevo:

514 —Prométemelo claramente,asintiendo, o niégamelo —pues en ti nocabe el temor— para que sepa cuándespreciada soy entre todas lasdeidades.

517 Zeus, que amontona las nubes,díjole afligidísimo:

518 —¡Funestas acciones! Pues harásque me malquiste con Hera, cuando mezahiera con injuriosas palabras. Sinmotivo me riñe siempre ante los

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inmortales dioses, porque dice que enlas batallas favorezco a los troyanos.Pero ahora vete, no sea que Heraadvierta algo; yo me cuidaré de que estose cumpla. Y si lo deseas, te haré con lacabeza la señal de asentimiento para quetengas confianza. Éste es el signo másseguro, irrevocable y veraz para losinmortales; y no deja de efectuarseaquello a que asiento con la cabeza.

528 Dijo el Cronida, y bajó lasnegras cejas en señal de asentimiento;los divinos cabellos se agitaron en lacabeza del soberano inmortal, y a suinflujo estremecióse el dilatado Olimpo.

531 Después de deliberar así, se

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separaron: ella saltó al profundo mardesde el resplandeciente Olimpo, y Zeusvolvió a su palacio. Todos los dioses selevantaron al ver a su padre, y ningunoaguardó que llegara, sino que todossalieron a su encuentro. Sentóse Zeus enel trono; y Hera, que, por haberlo visto,no ignoraba que Tetis, la de argénteospies, hija del anciano del mar, con élhabía departido, dirigió al momentoinjuriosas palabras a Zeus Cronida:

540 —¿Cuál de las deidades, ohdoloso, ha conversado contigo? Siemprete es grato, cuando estás lejos de mí,pensar y resolver algo secretamente, yjamás te has dignado decirme una sola

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palabra de lo que acuerdas.544 Respondióle el padre de los

hombres y de los dioses:545 —¡Hera! No esperes conocer

todas mis decisiones, pues te resultarádifícil aun siendo mi esposa. Lo quepueda decirse, ningún dios ni hombre losabrá antes que tú; pero lo que quieraresolver sin contar con los dioses, no lopreguntes ni procures averiguarlo.

551 Replicó enseguida Heraveneranda, la de ojos de novilla:

552 —¡Terribilísimo Cronida, quépalabras proferiste! No será mucho loque te haya preguntado o queridoaveriguar, puesto que muy tranquilo

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meditas cuanto te place. Mas ahoramucho recela mi corazón que te hayaseducido Tetis, la de argénteos pies, hijadel anciano del mar. Al amanecer el díasentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas;y pienso que le habrás prometido,asintiendo, honrar a Aquiles y causargran matanza junto a las naves aqueas.

560 Y contestándole, Zeus, queamontona las nubes, le dijo:

561 —¡Ah, desdichada! Siempresospechas y de ti no me oculto. Nada,empero, podrás conseguir sino alejartede mi corazón; lo cual todavía te serámás duro. Si es cierto lo que sospechas,así debe de serme grato. Pero siéntate en

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silencio y obedece mis palabras. No seaque no te valgan cuantos dioses hay en elOlimpo, acercándose a ti, cuando teponga encima mis invictas manos.

569 Así dijo. Temió Hera veneranda,la de ojos de novilla, y, refrenando elcoraje, sentóse en silencio. Indignáronseen el palacio de Zeus los diosescelestiales. Y Hefesto, el ilustre artífice,comenzó a arengarlos para consolar a sumadre Hera, la de los níveos brazos:

573 —Funesto e insoportable será loque ocurra, si vosotros disputáis así porlos mortales y promovéis alborotosentre los dioses; ni siquiera en elbanquete se hallará placer alguno,

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porque prevalece lo peor. Yo aconsejo ami madre, aunque ya ella tiene juicio,que obsequie al padre querido, a Zeus,para que no vuelva a reñirla y aturbarnos el festín. Pues, si el Olímpicofulminador quiere echarnos delasiento… nos aventaja mucho en poder.Pero halágalo con palabras cariñosas yenseguida el Olímpico nos serápropicio.

584 De este modo habló y, tomandouna copa de doble asa, ofrecióla a sumadre, diciendo:

586 —Sufre, madre mía, y sopórtalotodo, aunque estés afligida; que a ti, tanquerida, no lo vean mis ojos apaleada

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sin que pueda socorrerte, porque esdifícil contrarrestar al Olímpico. Ya otravez que quise defenderte me asió por elpie y me arrojó de los divinos umbrales.Todo el día fui rodando y a la puesta delsol caí en Lemnos. Un poco de vida mequedaba y los sintíes me recogieron tanpronto como hube caído.

595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosade los níveos brazos; y, sonriente aún,tomó la copa que su hijo le presentaba.Hefesto se puso a escanciar dulce néctarpara las otras deidades, sacándolo de lacrátera; y una risa inextinguible se alzóentre los bienaventurados dioses viendocon qué afán los servía en el palacio.

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601 Todo el día, hasta la puesta delsol, celebraron el festín; y nadie carecióde su respectiva porción, ni faltó lahermosa cítara que tañía Apolo, ni lasMusas que con linda voz cantabanalternando.

605 Mas, cuando la fúlgida luz delsol llegó al ocaso, los dioses fueron arecogerse a sus respectivos palacios,que había construido Hefesto, el ilustrecojo de ambos pies, con sabiainteligencia. Zeus olímpico, fulminador,se encaminó al lecho dondeacostumbraba dormir cuando el dulcesueño le vencía. Subió y acostóse; y a sulado descansó Hera, la de áureo trono.

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Canto II*

Sueño – Beocia ocatálogo de las naves

* Para cumplir lo prometido a Tetis,Zeus envía un engañoso sueño aAgamenón, y le aconseja que levante elcampamento y regrese a casa; Agamenónconvoca el consejo de los jefes y luego

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la asamblea general de todos losguerreros, que aceptan la propuesta, porlo que Agamenón (bajo la incitación deAtenea) debe intervenir para insuflarcoraje y buenas esperanzas a los aqueos.Después de varios incidentes y deenumerar cuantos pueblos formaban losejércitos griego y troyano, sucédensetres grandes batallas.

1 Las demás deidades y los hombresque en carros combaten, durmieron todala noche; pero Zeus no probó lasdulzuras del sueño, porque su mentebuscaba el medio de honrar a Aquiles y

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causar gran matanza junto a las navesaqueas. Al fin creyó que lo mejor seríaenviar un pernicioso sueño al AtridaAgamenón; y, hablándole, pronuncióestas aladas palabras:

8 —Anda, ve, pernicioso Sueño,encamínate a las veleras naves aqueas,introdúcete en la tienda de AgamenónAtrida, y dile cuidadosamente lo quevoy a encargarte. Ordénale que arme alos melenudos aqueos y saque toda lahueste: ahora podría tomar a Troya, laciudad de anchas calles, pues losinmortales que poseen olímpicospalacios ya no están discordes, porhaberlos persuadido Hera con sus

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ruegos, y una serie de infortuniosamenaza a los troyanos.

16 Así dijo. Partió el Sueño al oír elmandato, llegó en un instante a lasveleras naves aqueas, y, hallandodormido en su tienda al AtridaAgamenón —alrededor del héroehabíase difundido el sueño inmortal—,púsose sobre su cabeza, y tomó la figurade Néstor, hijo de Neleo, que era elanciano a quien aquél más honraba. Asítransfigurado, dijo el divino Sueño:

23 —¿Duermes, hijo del belicosoAtreo, domador de caballos? No debedormir toda la noche el príncipe a quiense han confiado los guerreros y a cuyo

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cargo se hallan tantas cosas. Ahoraatiéndeme enseguida, pues vengo comomensajero de Zeus; el cual, aun estandolejos, se interesa mucho por ti y tecompadece. Armar te ordena a losmelenudos aqueos y sacar toda lahueste: ahora podrías tomar Troya, laciudad de anchas calles, pues losinmortales que poseen olímpicospalacios ya no están discordes, porhaberlos persuadido Hera con susruegos, y una serie de infortuniosamenaza a los troyanos por la voluntadde Zeus. Graba mis palabras en tumemoria, para que no las olvidescuando el dulce sueño te desampare.

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35 Así habiendo hablado, se fue ydejó a Agamenón revolviendo en suánimo lo que no debía cumplirse.Figurábase que iba a tomar la ciudad deTroya aquel mismo día. ¡Insensato! Nosabía lo que tramaba Zeus, quien habíade causar nuevos males y llanto a lostroyanos y a los dánaos por medio deterribles peleas. Cuando despertó, lavoz divina resonaba aún en torno suyo.Incorporóse, y, habiéndose sentado,vistió la túnica fina, hermosa, nueva; seechó el gran manto, calzó sus nítidospies con bellas sandalias y colgó delhombro la espada guarnecida conclavazón de plata. Tomó el

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imperecedero cetro de su padre y seencaminó hacia las naves de los aqueos,de broncíneas corazas.

48 Subía la diosa Aurora al vastoOlimpo para anunciar el día a Zeus y alos demás inmortales, cuando Agamenónordenó que los heraldos de voz sonoraconvocaran al ágora a los melenudosaqueos. Convocáronlos aquéllos, y éstosse reunieron enseguida.

53 Pero celebróse antes un consejode magnánimos próceres junto a la navedel rey Néstor, natural de Pilos.Agamenón los llamó para hacerles unadiscreta consulta:

56 —¡Oíd, amigos! Dormía durante

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la noche inmortal, cuando se me acercóun Sueño divino muy semejante al ilustreNéstor en la forma, estatura y natural.Púsose sobre mi cabeza y profirió estaspalabras: «¿Duermes, hijo del belicosoAtreo, domador de caballos? No debedormir toda la noche el príncipe a quiense han confiado los guerreros y a cuyocargo se hallan tantas cosas. Ahoraatiéndeme enseguida, pues vengo comomensajero de Zeus; el cual, aun estandolejos, se interesa mucho por ti y tecompadece. Armar te ordena a losmelenudos aqueos y sacar toda lahueste: ahora podrías tomar Troya, laciudad de anchas calles, pues los

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inmortales que poseen olímpicospalacios ya no están discordes, porhaberlos persuadido Hera con susruegos, y una serie de infortuniosamenaza a los troyanos por la voluntadde Zeus. Graba mis palabras en tumemoria». Habiendo hablado así, fuesevolando, y el dulce sueño medesamparó. Mas, ea, veamos cómopodremos conseguir que los aqueostomen las armas. Para probarlos comoes debido, les aconsejaré que huyan enlas naves de muchos bancos; y vosotros,hablándoles unos por un lado y otros porel opuesto, procurad detenerlos.

76 Habiéndose expresado en estos

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términos, se sentó. Seguidamentelevantóse Néstor, que era rey de laarenosa Pilos, y benévolo les arengódiciendo:

79 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos! Si algún otroaqueo nos refiriese el sueño, tecreeríamos falso y desconfiaríamos aúnmás; pero lo ha tenido quien se gloría deser el más poderoso de los aqueos. Ea,veamos cómo podremos conseguir quelos aqueos tomen las armas.

84 Habiendo hablado así, fue elprimero en salir del consejo. Los reyesportadores de cetro se levantaron,obedeciendo al pastor de hombres, y la

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gente del pueblo acudió presurosa.Como de la hendidura de un peñascosalen sin cesar enjambres copiosos deabejas que vuelan arracimadas sobre lasflores primaverales y unas revolotean aeste lado y otras a aquél; así lasnumerosas familias de guerrerosmarchaban en grupos, por la baja ribera,desde las naves y tiendas al ágora. Enmedio, la Fama, mensajera de Zeus,enardecida, los instigaba a queacudieran, y ellos se iban reuniendo.Agitóse el ágora, gimió la tierra y seprodujo tumulto, mientras los hombrestomaron sitio. Nueve heraldos dabanvoces para que callaran y oyeran a los

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reyes, alumnos de Zeus. Sentáronse alfin, aunque con dificultad, yenmudecieron tan pronto como ocuparonlos asientos. Entonces se levantó el reyAgamenón, empuñando el cetro queHefesto hizo para el soberano ZeusCronión —éste lo dio al mensajeroArgicida; Hermes lo regaló al excelentejinete Pélope, quien, a su vez, lo entregóa Atreo, pastor de hombres; Atreo almorir lo legó a Tiestes, rico en ganado,y Tiestes lo dejó a Agamenón para quereinara en muchas islas y en todo el paísde Argos—, y, descansando el rey sobreel arrimo del cetro, habló así a losargivos:

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110 —¡Oh amigos, héroes dánaos,ministros de Ares! En grave infortunioenvolvióme Zeus Cronida. ¡Cruel! Meprometió y aseguró que no me iría sindestruir la bien murada Ilio, y todo hasido funesto engaño; pues ahora meordena regresar a Argos, sin gloria,después de haber perdido tantoshombres. Así debe de ser grato alprepotente Zeus, que ha destruido lasfortalezas de muchas ciudades y aúndestruirá otras porque su poder esinmenso. Vergonzoso será para nosotrosque lleguen a saberlo los hombres demañana. ¡Un ejército aqueo tal y tangrande hacer una guerra vana e ineficaz!

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¡Combatir contra un número menor dehombres y no saberse aún cuándo lacontienda tendrá fin! Pues, si aqueos ytroyanos, jurando la paz, quisiéramoscontarnos, y reunidos cuantos troyanoshay en sus hogares y agrupados nosotroslos aqueos en décadas, cada una de éstaseligiera un troyano para que escanciarael vino, muchas décadas se quedaríansin escanciador. ¡En tanto digo quesuperan los aqueos a los troyanos que enla ciudad moran! Pero han venido en suayuda hombres de muchas ciudades, quesaben blandir la lanza, me apartan de miintento y no me permiten, como quisiera,tomar la populosa ciudad de Ilio. Nueve

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años del gran Zeus transcurrieron ya; losmaderos de las naves se han podrido ylas cuerdas están deshechas; nuestrasesposas a hijitos nos aguardan en lospalacios; y aún no hemos dado cima a laempresa para la cual vinimos. Ea,procedamos todos como voy a decir:Huyamos en las naves a nuestra patriatierra, pues ya no tomaremos Troya, lade anchas calles.

142 Así dijo; y a todos los que nohabían asistido al consejo se lesconmovió el corazón en el pecho.Agitóse el ágora como las grandes olasque en el mar Icario levantan el Euro yel Noto cayendo impetuosos de las

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nubes amontonadas por el padre Zeus.Como el Céfiro mueve con violentosoplo un crecido trigal y se cierne sobrelas espigas, de igual manera se moviótoda el ágora. Con gran gritería ylevantando nubes de polvo, corren hacialos bajeles; exhórtanse a tirar de ellospara echarlos al mar divino; limpian loscanales; quitan los soportes, y el voceríode los que se disponen a volver a lapatria llega hasta el cielo.

155 Y efectuárase entonces, antes delo dispuesto por el destino, el regreso delos argivos, si Hera no hubiese dicho aAtenea:

157 —¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que

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lleva la égida! ¡Indómita! ¿Huirán losargivos a sus casas, a su patria tierra porel ancho dorso del mar, y dejarán comotrofeo a Príamo y a los troyanos laargiva Helena, por la cual tantos aqueosperecieron en Troya, lejos de su patria?Ve enseguida al ejército de los aqueosde broncíneas corazas, detén con suavespalabras a cada guerrero y no permitasque echen al mar los corvos bajeles.

166 Así habló. Atenea, la diosa deojos de lechuza, no fue desobediente.Bajando en raudo vuelo de las cumbresdel Olimpo llegó presto a las velocesnaves aqueas y halló a Ulises, igual aZeus en prudencia, que permanecía

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inmóvil y sin tocar la negra nave demuchos bancos, porque el pesar lellegaba al corazón y al alma. Yponiéndose a su lado, díjole Atenea, lade ojos de lechuza:

173 —¡Laertíada, del linaje de Zeus!¡Ulises, fecundo en ardides! ¿Así, pues,huiréis a vuestras casas, a la patriatierra, embarcados en las naves demuchos bancos, y dejaréis como trofeo aPríamo y a los troyanos la argivaHelena, por la cual tantos aqueosperecieron en Troya, lejos de su patria?Ve enseguida al ejército de los aqueos yno cejes: detén con suaves palabras acada guerrero y no permitas que echen al

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mar los corvos bajeles.182 Así dijo. Ulises conoció la voz

de la diosa en cuanto le habló; tiró elmanto, que recogió el heraldo Euríbatesde Ítaca, que lo acompañaba; corrióhacia el Atrida Agamenón, para que lediera el imperecedero cetro paterno; y,con éste en la mano, enderezó a lasnaves de los aqueos, de broncíneascorazas.

188 Cuando encontraba a un rey o aun capitán eximio, parábase y lo deteníacon suaves palabras.

190 —¡Ilustre! No es digno de titemblar como un cobarde. Detente y hazque los demás se detengan también. Aún

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no conoces claramente la intención delAtrida: ahora nos prueba, y prontocastigará a los aqueos. En el consejo notodos comprendimos lo que dijo. No seaque, irritándose, maltrate a los aqueos;la cólera de los reyes, alumnos de Zeus,es terrible, porque su dignidad procededel próvido Zeus y éste los ama.

198 Cuando encontraba a un hombredel pueblo gritando, dábale con el cetroy lo increpaba de esta manera:

200 —¡Desdichado! Estate quieto yescucha a los que te aventajan enbravura; tú, débil e inepto para laguerra, no eres estimado ni en elcombate ni en el consejo. Aquí no todos

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los aqueos podemos ser reyes; no es unbien la soberanía de muchos; uno solosea príncipe, uno solo rey: aquél a quienel hijo del artero Crono ha dado cetro yleyes para que reine sobre nosotros.

207 —Así Ulises, actuando comosupremo jefe, imponía su voluntad alejército; y ellos se apresuraban a volverde las tiendas y naves al ágora, con granvocerío, como cuando el oleaje delestruendoso mar brama en la playaanchurosa y el ponto resuena.

211 Todos se sentaron ypermanecieron quietos en su sitio, aexcepción de Tersites, que, sin ponerfreno a la lengua, alborotaba. Ése sabía

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muchas palabras groseras para disputartemerariamente, no de un mododecoroso, con los reyes, y lo que a él lepareciera hacerlo ridículo para losargivos. Fue el hombre más feo quellegó a Troya, pues era bizco y cojo deun pie; sus hombros corcovados secontraían sobre el pecho, y tenía lacabeza puntiaguda y cubierta por ralacabellera. Aborrecíanlo de un modoespecial Aquiles y Ulises, a quieneszahería; y entonces, dando estridentesvoces, decía oprobios al divinoAgamenón. Y por más que los aqueos seindignaban e irritaban mucho contra él,seguía increpándolo a voz en grito:

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225 —¡Atrida! ¿De qué te quejas o dequé careces? Tus tiendas están repletasde bronce y en ellas tienes muchas yescogidas mujeres que los aqueos teofrecemos antes que a nadie cuandotomamos alguna ciudad. ¿Necesitas,acaso, el oro que alguno de los troyanos,domadores de caballos, te traiga de Iliopara redimir al hijo que yo a otro aqueohaya hecho prisionero? ¿O, por ventura,una joven con quien te junte el amor yque tú solo poseas? No es justo que,siendo el caudillo, ocasiones tantosmales a los aqueos. ¡Oh cobardes,hombres sin dignidad, aqueas más bienque aqueos! Volvamos en las naves a la

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patria y dejémoslo aquí, en Troya, paraque devore el botín y sepa si le sirve ono nuestra ayuda; ya que ha ofendido aAquiles, varón muy superior,arrebatándole la recompensa quetodavía retiene. Poca cólera sienteAquiles en su pecho y es grande suindolencia; si no fuera así, Atrida, éstesería tu último ultraje.

243 Tales palabras dijo Tersites,zahiriendo a Agamenón, pastor dehombres. Enseguida el divino Ulises sedetuvo a su lado; y mirándolo con torvafaz, lo increpó duramente:

246 —¡Tersites parlero! Aunque seasorador facundo, calla y no quieras tú

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solo disputar con los reyes. No creo quehaya un hombre peor que tú entrecuantos han venido a Ilio con losAtridas. Por tanto, no tomes en boca alos reyes, ni los injuries, ni pienses en elregreso. No sabemos aún con certezacómo esto acabará y si la vuelta de losaqueos será feliz o desgraciada. Mas túdenuestas al Atrida Agamenón, porquelos héroes dánaos le dan muchas cosas;por esto lo zahieres. Lo que voy a decirse cumplirá: Si vuelvo a encontrartedelirando como ahora, no conserveUlises la cabeza sobre los hombros, nisea llamado padre de Telémaco, si no teecho mano, te despojo del vestido (el

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manto y la túnica que cubren tus partesverendas) y te envío lloroso del ágora alas veleras naves después de castigartecon afrentosos azotes.

265 Así, pues, dijo, y con el cetrodiole un golpe en la espalda y loshombros. Tersites se encorvó, mientrasuna gruesa lágrima caía de sus ojos y uncruento cardenal aparecía en su espaldadebajo del áureo cetro. Sentóse, turbadoy dolorido; miró a todos con aire desimple, y se enjugó las lágrimas. Ellos,aunque afligidos, rieron con gusto y nofaltó quien dijera a su vecino:

272 —¡Oh dioses! Muchas cosasbuenas hizo Ulises, ya dando consejos

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saludables, ya preparando la guerra;pero esto es lo mejor que ha ejecutadoentre los argivos: hacer callar alinsolente charlatán, cuyo ánimo osadono lo impulsará en lo sucesivo a zaherircon injuriosas palabras a los reyes.

278 —Así hablaba la multitud.Levantóse Ulises, asolador de ciudades,con el cetro en la mano (Atenea, la deojos de lechuza, que, transfigurada enheraldo, junto a él estaba, impusosilencio para que todos los aqueos,desde los primeros hasta los últimos,oyeran su discurso y meditaran susconsejos), y benévolo los arengódiciendo:

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284 —¡Atrida! Los aqueos, oh rey,quieren cubrirte de baldón ante todos losmortales de voz articulada y no cumplenlo que te prometieron al venir de Argos,criador de caballos: que no te irías sindestruir la bien murada Ilio. Cual sifuesen niños o viudas, se lamentan unoscon otros y desean regresar a su casa. Yes, en verdad, penoso que hayamos devolver afligidos. Cierto que cualquierase impacienta al mes de estar separadode su mujer, cuando ve detenida su navede muchos bancos por las borrascasinvernales y el mar alborotado; ynosotros hace ya nueve años, con elpresence, que aquí permanecemos. No

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me enojo, pues, porque los aqueos seimpacienten junto a las cóncavas naves;pero sería bochornoso haber estado aquítanto tiempo y volvernos sin conseguirnuestro propósito. Tened paciencia,amigos, y aguardad un poco más, paraque sepamos si fue verídica lapredicción de Calcante. Bien grabada latenemos en la memoria, y todosvosotros, los que no habéis sidoarrebatados día tras día por las parcasde la muerte, sois testigos de lo queocurrió en Áulide cuando se reunieronlas naves aqueas que cantos maleshabían de traer a Príamo y a lostroyanos. En sacros altares inmolábamos

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hecatombes perfectas a los inmortales,junto a una fuente y a la sombra de unhermoso plátano a cuyo pie manaba aguacristalina. Allí se nos ofreció un granportento. Un horrible dragón de rojaespalda, que el mismo Olímpico sacaraa la luz, saltó de debajo del altar alplátano. En la rama cimera de éstehallábanse los hijuelos recién nacidosde un ave, que medrosos se acurrucabandebajo de las hojas; eran ocho, y, con lamadre que los parió, nueve. El dragóndevoró a los pajarillos, que piabanlastimeramente; la madre revoleaba entorno de sus hijos quejándose, y aquélvolvióse y la cogió por el ala, mientras

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ella chillaba. Después que el dragón sehubo comido al ave y a los polluelos, eldios que lo había mostrado obró en él unprodigio: el hijo del artero Cronotransformólo en piedra, y nosotros,inmóviles, admirábamos lo que ocurría.De este modo, las grandes y portentosasacciones de los dioses interrumpieronlas hecatombes. Y enseguida Calcante,vaticinando, exclamó: «¿Por quéenmudecéis, melenudos aqueos? Elpróvido Zeus es quien nos muestra eseprodigio grande, tardío, de lejanocumplimiento, pero cuya gloria jamásperecerá. Como el dragón devoró a lospolluelos del ave y al ave misma, los

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cuales eran ocho, y, con la madre quelos dio a luz, nueve, así nosotroscombatiremos allí igual número de años,y al décimo tomaremos la ciudad deanchas calles». Tal fue lo que dijo ytodo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos dehermosas grebas, quedaos todos hastaque tomemos la gran ciudad de Príamo!

333 Así habló. Los argivos, conagudos gritos que hacían retumbarhorriblemente las naves, aplaudieron eldiscurso del divino Ulises. Y Néstor,caballero gerenio, los arengó diciendo:

337 —¡Oh dioses! Habláis comoniños chiquitos que no están ejercitadosen los bélicos trabajos. ¿Qué es de

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nuestros convenios y juramentos? ¿Sefueron, pues, en humo los consejos, losafanes de los guerreros, los pactosconsagrados con libaciones de vino puroy los apretones de manos en queconfiábamos? Nos entretenemos encontender con palabras y sin motivo, yen tan largo espacio no hemos podidoencontrar un medio eficaz paraconseguir nuestro intento. ¡Atrida! Tú,como siempre, manda con firmedecisión a los argivos en el durocombate y deja que se consuman uno odos que en discordancia con los demásaqueos desean, aunque no lograran supropósito, regresar a Argos antes de

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saber si fue o no falsa la promesa deZeus, que lleva la égida. Pues yo osaseguro que el prepotente Cronida nosprestó su asentimiento, relampagueandopor el diestro lado y haciéndonosfavorables señales, el día en que losargivos se embarcaron en las naves deligero andar para traer a los troyanos lamuerte y el destino. Nadie, pues, se déprisa por volver a su casa, hasta haberdormido con la esposa de un troyano yhaber vengado la huida y los gemidos deHelena. Y si alguno tanto anhelare elregreso, toque la negra nave de muchosbancos para que delante de todos seamuerto y cumpla su destino. ¡Oh rey! No

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dejes de pensar tú mismo y siguetambién los consejos que nosotros lodamos. No es despreciable lo que voy adecirte: Agrupa a los hombres, ohAgamenón, por tribus y familias, paraque una tribu ayude a otra tribu y unafamilia a otra familia. Si así lo hicieresy lo obedecieren los aqueos, sabráspronto cuáles jefes y soldados soncobardes y cuáles valerosos, puespelearán distintamente; y conocerás sino puedes tomar la ciudad por lavoluntad de los dioses o por la cobardíade tus hombres y su impericia en laguerra.

369 Y, respondiéndole, el rey

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Agamenón le dijo:370 —De nuevo, oh anciano, superas

en el ágora a los aqueos todos. Ojalá,¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, tuviera yoentre los aqueos diez consejerossemejantes; entonces la ciudad del reyPríamo sería pronto tomada y destruidapor nuestras manos. Pero Zeus Cronida,que lleva la égida, me envía penas,enredándome en inútiles disputas yriñas. Aquiles y yo peleamos conencontradas razones por una joven, y fuiel primero en irritarme; si ambosprocediéramos de acuerdo, no sediferiría ni un solo momento la ruina delos troyanos. Ahora, id a comer para que

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luego trabemos el combate; cada unoafile la lanza, prepare el escudo, dé elpasto a los corceles de pies ligeros einspeccione el carro, apercibiéndosepara la lucha; pues durante todo el díanos pondrá a prueba el horrendo Ares.Ni un breve descanso ha de habersiquiera, hasta que la noche obligue alos valientes guerreros a separarse. Lacorrea del escudo que al combatientecubre, sudará en torno del pecho; elbrazo se fatigará con el manejo de lalanza, y también sudarán los corcelesarrastrando los pulimentados carros. Yaquél que se quede voluntariamente enlas corvas naves, lejos de la batalla,

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como yo lo vea, no se librará de losperros y de las aves de rapiña.

394 Así dijo. Los argivos promovíangran clamoreo, como cuando las olas,movidas por el Noto, baten un elevadorisco que se adelanta sobre el mar y nolo dejan mientras soplan los vientos encontrarias direcciones. Luego,levantándose, se dispersaron por lasnaves, encendieron lumbre en lastiendas, tomaron la comida y ofrecieronsacrificios, quiénes a uno, quiénes a otrode los sempiternos dioses, para que loslibrasen de la muerte y del fatigosotrabajo de Ares. Agamenón, rey dehombres, inmoló un pingüe buey de

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cinco años al prepotente Cronión,habiendo llamado a su tienda a losprincipales caudillos de los aqueostodos: primeramente a Néstor y al reyIdomeneo, luego a entrambos Ayantes yal hijo de Tideo, y en sexto lugar aUlises, igual a Zeus en prudencia.Espontáneamente se presentó Menelao,valiente en la pelea, porque sabía lo quesu hermano estaba preparando.Colocaronse todos alrededor del buey ytomaron la mola. Y puesto en medio, elpoderoso Agamenón oró diciendo:

412 —¡Zeus gloriosísimo, máximo,que amontonas las sombrías nubes yvives en el éter! ¡No se ponga el sol ni

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sobrevenga la obscuridad antes que yodestruya el palacio de Príamo,entregándolo a las llamas; pegue vorazfuego a las puertas; rompa con mi lanzala coraza de Héctor en su mismo pecho,y vea a muchos de sus compañeroscaídos de cara en el polvo y mordiendola tierra!

419 Dijo; pero el Cronión no accedióy, aceptando los sacrificios, preparólesno envidiable labor. Hecha la rogativa yesparcida la mola, cogieron las víctimaspor la cabeza, que tiraron hacia atrás, ylas degollaron y desollaron; cortaron losmuslos, y después de pringarlos congordura por uno y otro lado y de

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cubrirlos con trozos de carne, losquemaron con leña sin hojas; yatravesando las entrañas con losasadores, las pusieron al fuego.Quemados los muslos, probaron lasentrañas; y dividiendo lo restante enpedazos muy pequeños, atravesáronlocon pinchos, lo asaron cuidadosamente ylo retiraron del fuego. Terminada lafaena y dispuesto el festín, comieron ynadie careció de su respectiva porción.Y cuando hubieron satisfecho el deseode beber y de comer, Néstor, elcaballero gerenio, comenzó a decirles:

434 —¡Atrida gloriosísimo, rey dehombres, Agamenón! No nos

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entretengamos en hablar, ni difiramospor más tiempo la empresa que un diospone en nuestras manos. Mas, ea, losheraldos de los aqueos, de broncíneascorazas, pregonen que el ejército sereúna cerca de los bajeles, y nosotrosrecorramos juntos el espaciosocampamento para promover cuanto antesun vivo combate.

441 Así dijo; y Agamenón, rey dehombres, no desobedeció. Al momentodispuso que los heraldos de voz sonorallamaran al combate a los melenudosaqueos; hízose el pregón, y ellos sereunieron prontamente. El Atrida y losreyes, alumnos de Zeus, hacían formar a

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los guerreros, y los acompañaba Atenea,la de ojos de lechuza, llevando lapreciosa inmortal égida que no envejecey de la cual cuelgan cien áureosborlones, bien labrados y del valor decien bueyes cada uno. Con ella en lamano, movíase la diosa entre losaqueos, instigábalos a salir al campo yponía fortaleza en sus corazones paraque pelearan y combatieran sindescanso. Pronto les fue más agradableel combate, que volver a la patria tierraen las cóncavas naves.

455 Cual se columbra desde lejos elresplandor de un incendio, cuando elvoraz fuego se propaga por vasta selva

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en la cumbre de un monte, así el brillode las broncíneas armaduras de los quese ponían en marcha llegaba al cielo através del éter.

459 De la suerte que las alígeras aves—gansos, grullas o cisnes cuellilargos— se posan en numerosas bandadas ychillando en la pradera Asia, cerca de lacorriente del Caístro, vuelan acá y alláufanas de sus alas, y el campo resuena;de esta manera las numerosas huestesafluían de las naves y tiendas a lallanura Escamandria y la tierraretumbaba horriblemente bajo los piesde los guerreros y de los caballos. Y losque en el florido prado del Escamandrio

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llegaron a juntarse fueron innumerables;tantos, cuantas son las hojas y Bores queen la primavera nacen.

469 Como enjambres copiosos demoscas que en la primaveral estaciónvuelan agrupadas por el establo delpastor, cuando la leche llena los tarros,en tan gran número reuniéronse en lallanura los melenudos aqueos, deseososde acabar con los troyanos.

474 Poníanlos los caudillos en ordende batalla fácilmente, como los pastoresseparan las cabras de grandes rebañoscuando se mezclan en el pasto; y enmedio aparecía el poderoso Agamenón,semejante en la cabeza y en los ojos a

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Zeus, que se goza en lanzar rayos, en elcinturón, a Ares, y en el pecho, aPoseidón. Como en el hato el machovacuno más excelente es el toro, quesobresale entre las vacas reunidas, deigual manera hizo Zeus que Agamenónfuera aquel día insigne y eximio entremuchos héroes.

484 Decidme ahora, Musas queposeéis olímpicos palacios y comodiosas lo presenciáis y conocéis todo,mientras que nosotros oímos tan sólo lafama y nada cierto sabemos, cuáles eranlos caudillos y príncipes de los dánaos.A la muchedumbre no podría enumerarlani nombrarla, aunque tuviera diez

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lenguas, diez bocas, voz infatigable ycorazón de bronce: sólo las Musasolímpicas, hijas de Zeus, que lleva laégida, podrían decir cuántos a Iliofueron. Pero mencionaré los caudillos ylas naves todas.

494 Mandaban a los beocios Penéleo,Leito, Arcesilao, Protoenor y Clonio.Los que cultivaban los campos de Hiria,Áulide pétrea, Esqueno, Escolo, Eteonofragosa, Tespía, Grea y la vastaMicaleso, los que moraban en Harma,Ilesio y Eritras; los que residían enEleón, Hila, Peteón, Ocálea, Medeón,ciudad bien construida, Copas, Eutresisy Tisbe, abundante en palomas; los que

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habítaban en Coronea, Haliarto herbosa,Platea y Glisante; los que poseían labien edificada ciudad de Hipotebas, lasacra Onquesto, delicioso bosque dePoseidón, y las ciudades de Arne,abundante en uvas, Midea, Nisa divina yAntedón fronteriza: todos estos llegaronen cincuenta naves. En cada una sehabían embarcado ciento veinte beocios.

511 De los que habitaban enAspledón y Orcómeno Minieo erancaudillos Ascálafo y Yálmeno, hijos deAres y de Astíoque, que los había dadoa luz en el palacio de Áctor Azida.Astíoque, que era virgen ruborosa, subióal piso superior, y el terrible dios se

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unió con ella clandestinamente. Treintacóncavas naves en orden los seguían.

517 Mandaban a los foceos Esquedioy Epístrofo, hijos del magnánimo ÍfitoNaubólida. Los de Cipariso, Pitónpedregosa, Crisa divina, Dáulide yPanopeo; los que habitaban enAnemoria, Jámpolis y la ribera deldivinal río Cefiso; los que poseían laciudad de Lilea en las fuentes del mismorío: todos éstos habían llegado encuarenta negras naves. Los caudillosordenaban entonces las filas de losfocios, que en las batallas combatían ala izquierda de los beocios.

527 Acaudillaba a los locrios que

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vivían en Cino, Opunte, Calíaro, Besa,Escarfe, Augías amena, Tarfe y Tronio, aorillas del Boagrio, el ligero Ayante deOileo, menor, mucho menor que AyanteTelamonio: era bajo de cuerpo, llevabacoraza de lino y en el manejo de la lanzasuperaba a todos los helenos y aqueos.Seguíanlo cuarenta negras naves, en lascuales habían venido los locrios queviven más allá de la sagrada Eubea.

536 Los abantes de Eubea, querespiraban valor y residían en Calcis,Eretria, Histiea, abundante en uvas,Cerinto marítima, Dío, ciudad excelsa,Caristo y Estira, eran capitaneados porel magnánimo Elefénor Calcodontíada,

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vástago de Ares. Con tal caudillollegaron los ligeros abantes, que dejabancrecer la cabellera en la parte posteriorde la cabeza: eran belicosos y deseabansiempre romper con sus lanzas de fresnolas corazas en los pechos de losenemigos. Seguíanlo cuarenta negrasnaves.

546 Los que habitaban en la bienedificada ciudad de Atenas y constituíanel pueblo del magnánimo Erecteo, aquien Atenea, hija de Zeus, crió —habíale dado a luz la fértil tierra— ypuso en su rico templo de Atenas, dondelos jóvenes atenienses ofrecen todos losaños sacrificios propiciatorios de toros

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y corderos a la diosa, tenían por jefe aMenesteo, hijo de Péteo. Ningún hombrede la tierra sabía como ése poner enorden de batalla, así a los que combatíanen carros, como a los peones armadosde escudos; sólo Néstor competía conél, porque era más anciano. Cincuentanegras naves lo seguían.

557 Ayante había partido de Salaminacon doce naves, que colocó cerca de lasfalanges atenienses.

559 Los habitantes de Argos, Tirintoamurallada, Hermíone y Ásine enprofundo golfo situadas, Trecén, Eyonesy Epidauro, abundante en vides, y losjóvenes aqueos de Egina y Masete, eran

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acaudillados por Diomedes, valiente enla pelea; Esténelo, hijo del famosoCapaneo, y Euríalo, igual a un dios, quetenía por padre al rey MecisteoTalayónida. Era jefe supremo Diomedes,valiente en la pelea. Ochenta negrasnaves los seguían.

569 Los que poseían la bienconstruida ciudad de Micenas, laopulenta Corinto y la bien edificadaCleonas; los que cultivaban la tierra enOrnías, Aretírea deleitosa y Sición,donde antiguamente reinó Adrasto; losque residían en Hiperesia y Gonoesaexcelsa, y los que habitaban en Pelene,Egio, el Egíalo todo y la espaciosa

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Hélice: todos éstos habían llegado encien naves a las órdenes del reyAgamenón Atrida. Muchos y valientesvarones condujo este príncipe queentonces vestía el luciente bronce, ufanode sobresalir entre todos los héroes porsu valor y por mandar a mayor númerode hombres.

581 Los de la honda y cavernosaLacedemonia que residían en Faris,Esparta y Mesa, abundante en palomas;moraban en Brisías o Augías amena;poseían las ciudades de Amiclas yHelos marítima, y habitaban en Laa yÉtilo: todos éstos llegaron en sesentanaves al mando del hermano de

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Agamenón, de Menelao, valiente en elcombate, y se armaban formando unidadaparte. Menelao, impulsado por supropio ardor, los animaba a combatir yanhelaba en su corazón vengar la huida ylos gemidos de Helena.

591 Los que cultivaban el campo enPilos, Arene deliciosa, Trío, vado delAlfeo, y la bien edificada Epi, y los quehabitaban en Ciparisente, Anfigenia,Pteleo, Helos y Dorio (donde las Musas,saliéndole al camino a Támiris el tracio,lo privaron de cantar cuando volvía dela casa de Éurito el ecalieo; pues jactósede que saldría vencedor, aunquecantaran las propias Musas, hijas de

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Zeus, que lleva la égida, y ellas irritadaslo cegaron, lo privaron del divino cantoy le hicieron olvidar el arte de pulsar lacítara) eran mandados por Néstor,caballero gerenio, y habían llegado ennoventa cóncavas naves.

603 Los que habitaban en la Arcadiaal pie del alto monte de Cilene y cercade la tumba de Épito, país de belicososguerreros; los de Féneo, Orcómeno,abundante en ovejas, Ripe, Estratia yEnispe ventosa; y los que poseían lasciudades de Tegea, Mantinea deliciosa,Estínfalo y Parrasia: todos éstosllegaron al mando del rey Agapenor,hijo de Anceo, en sesenta naves. En

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cada una de éstas se embarcaron muchosarcadios ejercitados en la guerra. Elmismo rey de hombres, Agamenón, lesfacilitó las naves de muchos bancos,para que atravesaran el vinoso ponto;pues ellos no se cuidaban de las cosasdel mar.

615 Los que habitaban en Buprasio yen el resto de la divina Élide, desdeHirmina y Mírsino, la fronteriza, por unlado y la roca Olenia y Alesio por elotro, tenían cuatro caudillos y cada unode éstos mandaba diez veleras navestripuladas por muchos epeos. De dosdivisiones eran respectivamente jefesAnfímaco y Talpio, hijo aquél de Ctéato

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y éste de Éurito y nietos de Actor; de latercera, el fuerte Diores Amarincida, yde la cuarta, el deiforme Polixino, hijodel rey Agástenes Augeida.

625 Los de Duliquio y las sagradasislas Equinas, situadas al otro lado delmar frente a la Elide, eran mandados porMeges Filida, igual a Ares, a quienengendró el jinete Fileo, caro a Zeus,cuando por haberse enemistado con supadre emigró a Duliquio. Cuarentanegras naves lo seguían.

631 Ulises acaudillaba a loscefalenios de ánimo altivo. Los de ítacay su frondoso Nérito; los que cultivabanlos campos de Crocilea y de la

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escarpada Egílipe; los que habitaban enZacinto; los que vivían en Samos y susalrededores; los que estaban en elcontinente y los que ocupaban la orillaopuesta: todos ellos obedecían a Ulises,igual a Zeus en prudencia. Doce navesde rojas proas lo seguían.

638 Toante, hijo de Andremón, regíaa los etolios que habitaban en Pleurón,Oleno, Pilene, Calcis marítima yCalidón pedregosa. Ya no existían loshijos del magnánimo Eneo, ni éste; ymuerto también el rubio Meleagro,diéronse a Toante todos los poderespara que reinara sobre los etolios.Cuarenta negras naves los seguían.

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645 Mandaba a los cretensesIdomeneo, famoso por su lanza. Los quevivían en Cnoso, Gortina amurallada,Licto, Mileto, blanca Licasto, Festo yRitio, ciudades populosas, y los queocupaban la isla de Creta con sus cienciudades: todos éstos eran gobernadospor Idomeneo, famoso por su lanza, quecon Meriones, igual al homicida Enialio,compartía el mando. Seguíanlo ochentanegras naves.

653 Tlepólemo Heraclida, valiente yalto de cuerpo, condujo en nueve buquesa los fieros rodios que vivían, divididosen tres pueblos, en Lindo, Yáliso yCamiro la blanca. De éstos era caudillo

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Tlepólemo, famoso por su lanza, a quienAstioquía concibió del fornidoHeracles, cuando el héroe se la llevó deÉfira, de la ribera del río Seleente,después de haber asolado muchasciudades defendidas por noblesmancebos. Cuando Tlepólemo, criado enel magnífico palacio, hubo llegado a lajuventud, mató al anciano tío materno desu padre, a Licimnio, vástago de Ares; ycomo los demás hijos y nietos del fuerteHeracles lo amenazaron, construyónaves, reunió mucha gente y huyó por elponto. Errante y sufriendo penalidadespudo llegar a Rodas, y allí se estableciócon los suyos, que formaron tres tribus.

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Se hicieron querer de Zeus, que reinasobre los dioses y los hombres, y elCronión les dio abundante riqueza.

671 Nireo condujo desde Sime tresnaves bien proporcionadas; Nireo, hijode Aglaya y del rey Cáropo; Nireo, elmás hermoso de los dánaos que fueron aIlio, si exceptuamos al eximio Pelida;pero era tímido, y poca la gente quemandaba.

676 Los que habitaban en Nísiros,Crápato, Caso, Cos, ciudad de Eurípilo,y las islas Calidnas, tenían por jefes aFidipo y Antifo, hijos del rey TésaloHeraclida. Treinta cóncavas naves enorden lo seguían.

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681 Cuantos ocupaban el Argospélásgico, los que vivían en Alo, Álopey Traquine y los que poseían la Ftía y laHélade de lindas mujeres, y se llamabanmirmidones, helenos y aqueos, teníanpor capitán a Aquiles y habían llegadoen cincuenta naves. Mas éstos no secuidaban entonces del combatehorrísono, por no tener quien los llevaraa la pelea: el divino Aquiles, el de lospies ligeros, no salía de las naves,enojado a causa de la joven Briseide, dehermosa cabellera, a la cual había hechocautiva en Lirneso, cuando después degrandes fatigas destruyó esta ciudad ylas murallas de Teba, dando muerte a los

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belicosos Mines y Epístrofo, hijos delrey Eveno Selepíada. Afiigido por ello,se entregaba al ocio; pero pronto habíade levantarse.

695 Los que habitaban en Fílace,Píraso florida, que es lugar consagradoa Deméter; Itón, criadora de ovejas;Antrón marítima y Pteleo herbosa,fueron acaudillados por el aguerridoProtesilao mientras vivió, pues yaentonces teníalo en su seno la negratierra: matólo un dárdano cuando saltóde la nave mucho antes que los demásaqueos, y en Fílace quedaron sudesolada esposa y la casa a medioacabar. Con todo, no carecían aquéllos

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de jefe, aunque echaban de menos al queantes tuvieron, pues los ordenaba para elcombate Podarces, vástago de Ares, hijode Ificlo Filácida, rico en ganado, yhermano menor del animoso Protesilao.Éste era mayor y más valiente. Sushombres, pues, no estaban sin caudillo;pero sentían soledad de aquél, que tanesforzado había sido. Cuarenta negrasnaves lo seguían.

711 Los que moraban en Feras situadaa orillas del lago Bebeide, Beba,Gláfiras y Yolco bien edificada, habíanllegado en once naves al mando deEumelo, hijo querido de Admeto y deAlcestis, divina entre las mujeres, que

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era la más hermosa de las hijas dePelias.

716 Los que cultivaban los campos deMetone y Taumacia y los que poseían lasciudades de Melibea y Olizón fragosa,tuvieron por capitán a Filoctetes, hábilarquero, y llegaron en siete naves: encada una de éstas se embarcaroncincuenta remeros muy expertos encombatir valerosamente con el arco.Mas Filoctetes se hallaba padeciendofuertes dolores en la divina isla deLemnos, donde lo dejaron los aqueosdespués que lo mordió ponzoñoso reptil.Allí permanecía afligido; pero pronto enlas naves habían de acordarse los

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argivos del rey Filoctetes. No carecíanaquéllos de jefe, aunque echaban demenos a su caudillo, pues los ordenabapara el combate Medonte, hijo bastardode Oileo, asolador de ciudades, dequien lo tuvo Rena.

729 De los de Trica, Itome dequebrado suelo, y Ecalia, ciudad deÉurito el ecalieo, eran capitanes doshijos de Asclepio y excelentes médicos:Podalirio y Macaón. Treinta cóncavasnaves en orden los seguían.

734 Los que poseían la ciudad deOrmenio, la fuente Hiperea, Asterio ylas blancas cimas del Títano, eranmandados por Eurípilo, hijo preclaro de

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Evemón. Cuarenta negras naves loseguían.

739 A los de Argisa, Girtone, Orte,Elone y la blanca ciudad de Olosón, losregía el intrépido Polipetes, hijo dePirítoo y nieto de Zeus inmortal (habíalodado a luz la ínclita Hipodamía elmismo día en que Pirítoo, castigando alos hirsutos centauros, los echó delPelio y los obligó a retirarse hacia losétices). Pero no estaba solo, sino quecon él compartía el mando Leonteo,vástago de Ares, hijo del animosoCorono Ceneida. Cuarenta negras naveslos seguían.

748 Guneo condujo desde Cifo en

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veintidós naves a los enienes eintrépidos perebos; aquéllos tenían sumorada en Dodona, de fríos inviernos, yéstos cultivaban los campos a orillas delhermoso Titareso, que vierte suscristalinas aguas en el Peneo deargénteos vórtices; pero no se mezclacon él, sino que sobrenada como aceite,porque es un arroyo del agua de laÉstige, que se invoca en los terriblesjuramentos.

756 A los magnetes gobernábalosPrótoo, hijo de Tentredón. Los quehabitaban a orillas del Peneo y en elfrondoso Pelio tenían, pues, por jefe alligero Prótoo. Cuarenta negras naves lo

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seguían.760 Tales eran los caudillos y

príncipes de los dánaos. Dime, Musa,cuál fue el mejor de los varones y cuáleslos más excelentes caballos de cuantoscon los Atridas llegaron.

763 Entre los corceles sobresalían lasyeguas del Feretíada, que guiabaEumelo: eran ligeras como aves,apeladas, y de la mísma edad y altura;criólas Apolo, el del arco de plata, enPerea, y llevaban consigo el terror deAres. De los guerreros el más valientefue Ayante Telamonio mientras duró lacólera de Aquiles, pues éste lo superabamucho; y también eran los mejores

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caballos los que llevaban al eximioPelión. Mas Aquiles permanecíaentonces en las corvas naves surcadorasdel ponto, por estar irritado contraAgamenón Atrida, pastor de hombres; sugente se solazaba en la playa tirandodiscos, venablos o flechas; los corcelescomían loto y apio palustre cerca de loscarros de los capitanes que permanecíanenfundados en las tiendas, y losguerreros, echando de menos a su jefe,caro a Ares, discurrían por elcampamento y no peleaban.

780 Ya los demás avanzaban a modode incendio que se propagase por todala comarca; y como la tierra gime

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cuando Zeus, que se complace en lanzarrayos, airado, la azota en Arimos, dondedicen que está el lecho de Tifoeo; deigual manera gemía grandemente debajode los que iban andando y atravesabancon ligero paso la llanura.

786 Dio a los troyanos la tristenoticia Iris, la de los pies ligeros comoel viento, a quien Zeus, que lleva laégida, había enviado como mensajera.Todos ellos, jóvenes y viejos,hallábanse reunidos en los pórticos delpalacio de Príamo y deliberaban. Iris, lade los pies ligeros, se les presentótomando la figura y voz de Polites, hijode Príamo; el cual, confiando en la

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agilidad de sus pies, se sentaba comoatalaya de los troyanos en la cima deltúmulo del anciano Esietes y observabacuando los aqueos partían de las navespara combatir. Así transfigurada, dijoIris, la de los pies ligeros:

796 —¡Oh anciano! Te placen losdiscursos interminables como cuandoteníamos paz, y una obstinada guerra seha promovido. Muchas batallas hepresenciado, pero nunca vi un ejércitotal y tan grande como el que viene por lallanura a pelear contra la ciudad,formado por tantos hombres cuantas sonlas hojas o las arenas. ¡Héctor! Terecomiendo encarecidamente que

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procedas de este modo: Como en la granciudad de Príamo hay muchos auxiliaresy no hablan una misma lengua hombresde países tan diversos, cada cual mandea aquellos de quienes es príncipe yacaudille a sus conciudadanos, despuésde ponerlos en orden de batalla.

806 Así dijo; y Héctor, conociendo lavoz de la diosa, disolvió el ágora.Apresuráronse a tomar las armas,abriéronse todas las puertas, salió elejército de infantes y de los que encarros combatían, y se produjo un grantumulto.

811 Hay en la llanura, frente a laciudad, una excelsa colina aislada de las

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demás y accesible por todas partes, a lacual los hombres llaman Batiea y losinmortales tumba de la ágil Mirina: allífue donde los troyanos y sus auxiliaresse pusieron en orden de batalla.

816 A los troyanos mandábalos elgran Héctor Priámida, el de tremolantecasco. Con él se armaban las tropas máscopiosas y valientes, que ardían endeseos de blandir las lanzas.

819 De los dardanios era caudilloEneas, valiente hijo de Anquises, dequien lo tuvo la divina Afrodita despuésque la diosa se unió con el mortal en unbosque del Ida. Con Eneas compartían elmando dos hijos de Anténor: Arquéloco

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y Acamante, diestros en toda suerte depelea.

824 Los ricos troyanos que habitabanen Zelea, al pie del Ida, y bebían el aguadel caudaloso Esepo, eran gobernadospor Pándaro, hijo ilustre de Licaón, aquien Apolo en persona dio el arco.

828 Los que poseían las ciudades deAdrastea, Apeso, Pitiea y el alto montede Terea, estaban a las órdenes deAdrasto y Anfio, de coraza de lino:ambos eran hijos de Mérope Percosio,el cual conocía como nadie el arteadivinatoria y no quería que sus hijosfuesen a la homicida guerra; pero ellosno lo obedecieron, impelidos por las

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parcas de la negra muerte.835 Los que moraban en Percote, a

orillas del Practio, y los que habitabanen Sesto, Abidos y la divina Arisbe eranmandados por Asio Hirtácida, príncipede hombres, a quien fogosos ycorpulentos corceles condujeron desdeArisbe, desde la ribera del río Seleente.

840 Hipótoo acaudillaba las tribus delos valerosos pelasgos que habitaban enla fértil Larisa. Mandábanlos él y Pileo,vástago de Ares, hijos del pelasgo LetoTeutámida.

844 A los tracios, que viven a orillasdel alborotado Helesponto, los regíanAcamante y el héroe Píroo.

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846 Eufemo, hijo de Treceno Céada,alumno de Zeus, era el capitán de losbelicosos cícones.

848 Pirecmes condujo los peonios, decorvos arcos, desde la lejana Amidón,desde la ribera del anchuroso Axio; delAxio, cuyas límpidas aguas se esparcenpor la tierra.

851 A los paflagonios, procedentesdel país de los énetos, donde se críanlas mulas cerriles, los mandabaPilémenes, de corazón varonil: aquéllosposeían la ciudad de Citoro, cultivabanlos campos de Sésamo y habitabanmagníficas casas a orillas del ríoPartenio, en Cromna, Egíalo y los altos

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montes Eritinos.856 Los halizones eran gobernados

por Odio y Epístrofo y procedían delejos: de Álibe, donde hay yacimientosde plata.

858 A los misios los regían Cromis yel augur Énnomo, que no pudo librarse,a pesar de los agüeros, de la negramuerte; pues sucumbió a manos delEácida, el de los pies ligeros, en el ríodonde éste mató también a otrostroyanos.

862 Forcis y el deiforme Ascanioacaudillaban a los frigios que habíanllegado de la remota Ascania yanhelaban entrar en batalla.

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864 A los meonios los gobernabanMestles y Antifo, hijos de Talémenes, aquienes dio a luz la laguna Gigea. Taleseran los jefes de los meonios, nacidos alpie del Tmolo.

867 Nastes estaba al frente de loscarios de bárbaro lenguaje. Los queocupaban la ciudad de Mileto, elfrondoso monte Ftirón, las orillas delMeandro y las altas cumbres de Mícaletenían por caudillos a Nastes yAnfímaco, preclaros hijos de Nomión;Nastes y Anfímaco, que iba al combatecubierto de oro como una doncella.¡Insensato! No por ello se libró de latriste muerte, pues sucumbió en el río a

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manos del celerípede Eácida delaguerrido Aquiles, el de los piesligeros; y éste se apoderó del oro.

876 Sarpedón y el eximio Glaucomandaban a los licios, que procedían dela remota Licia, de la ribera delvoraginoso Janto.

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Canto III*

Juramentos –Contemplando desde la

muralla – Combatesingular de Alejandro y

Menelao

* La primera se interrumpe para que se

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verifique el combate singular deAlejandro y Menelao, que no produceningún resultado, pues, cuando aquél vaa ser vencido, lo arrebata por los airessu madre la diosa Afrodita y lo lleva allado de Helena.

1 Puestos en orden de batalla con susrespectivos jefes, los troyanosavanzaban chillando y gritando comoaves —así profieren sus voces lasgrullas en el cielo, cuando, para huir delfrío y de las lluvias torrenciales, vuelangruyendo sobre la corriente del Océanoy llevan la ruina y la muerte a los

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pigmeos, moviéndolos desde el airecruda guerra— y los aqueos marchabansilenciosos, respirando valor ydispuestos a ayudarse mutuamente.

10 Así como el Noto derrama en lascumbres de un monte la niebla tan pocograta al pastor y más favorable que lanoche para el ladrón, y sólo se ve elespacio a que alcanza una pedrada; asítambién, una densa polvareda selevantaba bajo los pies de los que seponían en marcha y atravesaban con granpresteza la llanura.

15 Cuando ambos ejércitos sehubieron acercado el uno al otro,apareció en la primera fila de los

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troyanos Alejandro, semejante a un dios,con una piel de leopardo en loshombros, el corvo arco y la espada; y,blandiendo dos lanzas de broncíneapunta, desafiaba a los más valientesargivos a que con él sostuvieran terriblecombate.

21 Menelao, caro a Ares, violo venircon arrogante paso al frente de la tropa,y, como el león hambriento que haencontrado un gran cuerpo de cornígerociervo o de cabra montés, se alegra y tedevora, aunque o persigan ágiles perrosy robustos mozos; así Menelao se holgóde ver con sus propios ojos al deiformeAlejandro —figuróse que podría

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castigar al culpable— y al momentosaltó del carro al suelo sin dejar lasarmas.

30 Pero el deiforme Alejandro,apenas distinguió a Menelao entre loscombatientes delanteros, sintió que se lecubría el corazón, y, para librarse de lamuerte, retrocedió al grupo de susamigos. Como el que descubre undragón en la espesura de un monte, seecha con prontitud hacia atrás,tiémblanle las carnes y se aleja con lapalidez pintada en sus mejillas; así eldeiforme Alejandro, temiendo al hijo deAtreo, desapareció en la turba de losaltivos troyanos.

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38 Advirtiólo Héctor y lo reprendiócon injuriosas palabras:

39 —¡Miserable Paris, el de máshermosa figura, mujeriego, seductor!Ojalá no te contaras en el número de losnacidos o hubieses muerto célibe. Yo asílo quisiera y te valdría más que ser lavergüenza y el oprobio de los tuyos. Losmelenudos aqueos se ríen de haberteconsiderado como un bravo campeónpor tu gallarda figura, cuando no hay entu pecho ni fuerza ni valor. Y siendo cualeres, ¿reuniste a tus amigos, surcaste losmares en ligeros buques, visitaste aextranjeros y trajiste de remota tierrauna mujer linda, esposa y cuñada de

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hombres belicosos, que es una granplaga para tu padre, la ciudad y elpueblo todo, y causa de gozo para losenemigos y de confusión para ti mismo?¿No esperas a Menelao, caro a Ares?Conocerías de qué varón tienes lafloreciente esposa, y no te valdrían lacítara, los dones de Afrodita, lacabellera y la hermosura, cuandorodaras por el polvo. Los troyanos sonmuy tímidos; pues, si no, ya estaríasrevestido de una túnica de piedras porlos males que les has causado.

58 Respondióle el deiformeAlejandro:

59 —¡Héctor! Con motivo me

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increpas y no más de lo justo; pero tucorazón es inflexible como el hacha quehiende un leño y multiplica la fuerza dequien la maneja hábilmente para cortarmaderos de navío: tan intrépido es elánimo que en tu pecho se encierra. Nome eches en cara los amables dones dela dorada Afrodita, que no sondespreciables los eximios presentes delos dioses y nadie puede escogerlos a sugusto. Y si ahora quieres que luche ycombata, detén a los demás troyanos y alos aqueos todos, y dejadnos en medio aMenelao, caro a Ares, y a mí para quepeleemos por Helena y sus riquezas: elque venza, por ser más valiente, lleve a

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su casa mujer y riquezas; y, después dejurar paz y amistad, seguid vosotros enla fértil Troya y vuelvan aquéllos aArgos, criadora de caballos, y a laAcaya, de lindas mujeres.

76 Así dijo. Oyólo Héctor conintenso placer, y, corriendo al centro deambos ejércitos con la lanza cogida porel medio, detuvo las falanges troyanas,que al momento se quedaron quietas.Los melenudos aqueos le arrojabanflechas, dardos y piedras. PeroAgamenón, rey de hombres, gritóles convoz recia:

82 —Deteneos, argivos; no tiréis,jóvenes aqueos; pues Héctor, el de

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tremolante casco, quiere decirnos algo.84 Así se expresó. Abstuviéronse de

combatir y pronto quedaron silenciosos.Y Héctor, colocándose entre unos yotros, dijo:

86 —Oíd de mis labios, troyanos yaqueos de hermosas grebas, elofrecimiento de Alejandro por quien sesuscitó la contienda. Propone quetroyanos y aqueos dejemos las bellasarmas en el fértil suelo, y él y Menelao,caro a Ares, peleen en medio porHelena y sus riquezas todas: el quevenza, por ser más valiente, llevará a sucasa mujer y riquezas, y los demásjuraremos paz y amistad.

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95 Así dijo. Todos enmudecieron yquedaron silenciosos. Y Menelao,valiente en la pelea, les habló de estemodo:

97 —Ahora oídme también a mí.Tengo el corazón traspasado de dolor, ycreo que ya, argivos y troyanos, debéissepararos, pues padecisteis muchosmales por mi contienda, que Alejandrooriginó. Aquél de nosotros para quien sehallen aparejados el destino y la muerteperezca; y los demás separaos cuantoantes. Traed un cordero blanco y unacordera negra para la Tierra y el Sol;nosotros traeremos otro para Zeus.Conducid acá a Príamo para que en

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persona sancione los juramentos, puessus hijos son soberbios y fementidos: nosea que por alguna transgresión sequebranten los juramentos prestadosinvocando a Zeus. El alma de losjóvenes es siempre voluble, y el viejo,cuando interviene en algo, tiene encuenta lo pasado y lo futuro a fin de quese haga lo más conveniente para ambaspartes.

111 Así dijo. Gozáronse aqueos ytroyanos con la esperanza de que iba aterminar la calamitosa guerra.Detuvieron los corceles en las filas,bajaron de los carros y, dejando laarmadura en el suelo, se pusieron muy

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cerca los unos de los otros. Un cortoespacio mediaba entre ambos ejércitos.

116 Héctor despachó dos heraldos ala ciudad para que enseguida le trajeranlas víctimas y llamaran a Príamo. El reyAgamenón, por su parte, mandó aTaltibio que se llegara a las cóncavasnaves por un cordero. El heraldo nodesobedeció al divino Agamenón.

121 Entonces la mensajera Iris fue enbusca de Helena, la de níveos brazos,tomando la figura de su cuñada Laódice,mujer del rey Helicaón Antenórida, queera la más hermosa de las hijas dePríamo. Hallóla en el palacio tejiendouna gran tela doble, purpúrea, en la cual

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entretejía muchos trabajos que lostroyanos, domadores de caballos, y losaqueos, de broncíneas corazas, habíanpadecido por ella por mano de Ares.Paróse Iris, la de los pies ligeros, juntoa Helena, y así le dijo:

130 —Ven acá, ninfa querida, paraque presencies los admirables hechos delos troyanos, domadores de caballos, yde los aqueos, de broncíneas corazas.Los que antes, ávidos del funestocombate, llevaban por la llanura alluctuoso Ares unos contra otros, sesentaron —pues la batalla se hasuspendido— y permanecen silenciosos,reclinados en los escudos, con las

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luengas picas clavadas en el suelo.Alejandro y Menelao, caro a Ares,lucharán por ti con ingentes lanzas, y elque venza lo llamará su amada esposa.

139 Cuando así hubo hablado, leinfundió en el corazón dulce deseo de suanterior marido, de su ciudad y de suspadres. Y Helena salió al momento de lahabitación, cubierta con blanco velo,derramando tiernas lágrimas; sin quefuera sola, pues la acompañaban dosdoncellas, Etra, hija de Piteo, yClímene, la de ojos de novilla. Prontollegaron a las puertas Esceas.

146 Allí, sobre las puertas Esceas,estaban Príamo, Pántoo, Timetes,

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Lampo, Clitio, Hicetaón, vástago deAres, y los prudentes Ucalegonte yAnténor, ancianos del pueblo; los cualesa causa de su vejez no combatían, peroeran buenos arengadores, semejantes alas cigarras que, posadas en los árbolesde la selva, dejan oír su aguda voz.Tales próceres troyanos había en latorre. Cuando vieron a Helena, quehacia ellos se encaminaba, dijéronseunos a otros, hablando quedo, estasaladas palabras:

156 —No es reprensible que troyanosy aqueos, de hermosas grebas, sufranprolijos males por una mujer como ésta,cuyo rostro tanto se parece al de las

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diosas inmortales. Pero, aun siendo así,váyase en las naves, antes de que lleguea convertirse en una plaga para nosotrosy para nuestros hijos.

161 Así hablaban. Príamo llamó aHelena y le dijo:

162 —Ven acá, hija querida; siéntatea mi lado para que veas a tu anteriormarido y a sus parientes y amigos —pues a ti no te considero culpable, sino alos dioses que promovieron contranosotros la luctuosa guerra de losaqueos— y me digas cómo se llama eseingente varón, quién es ese aqueogallardo y alto de cuerpo. Otros hay demayor estatura, pero jamás vieron mis

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ojos un hombre tan hermoso y venerable.Parece un rey.

171 Contestó Helena, divina entre lasmujeres:

172 —Me inspiras, suegro amado,respeto y temor. ¡Ojalá la muerte mehubiese sido grata cuando vine con tuhijo, dejando, a la vez que el tálamo, amis hermanos, mi hija querida y misamables compañeras! Pero no sucedióasí, y ahora me consumo llorando. Voy aresponder a tu pregunta: Ése es elpoderosísimo Agamenón Atrida, buenrey y esforzado combatiente, que fuecuñado de esta desvergonzada, si todono ha sido sueño.

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181 Así dijo. El anciano contemplólocon admiración y exclamó:

182 —¡Atrida feliz, nacido consuerte, afortunado! Muchos son losaqueos que lo obedecen. En otro tiempofui a la Frigia, en viñas abundosa, y vi amuchos de sus naturales —los pueblosde Otreo y de Migdón, igual a un dios—que con los ágiles corceles acampaban aorillas del Sangario. Entre ellos mehallaba, a fuer de aliado, el día en quellegaron las varoniles amazonas. Perono eran tantos como los aqueos de ojosvivos.

191 Fijando la vista en Ulises, elanciano volvió a preguntar:

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192 —Ea, dime también, hija querida,quién es aquél, menor en estatura queAgamenón Atrida, pero más ancho deespaldas y de pecho. Ha dejado en elfértil suelo las armas y recorre las filascomo un carnero. Parece un vellosocarnero que atraviesa un gran rebaño decándidas ovejas.

199 Al momento le respondió Helena,hija de Zeus:

200 —Aquél es el hijo de Laertes, elingenioso Ulises, que se crió en laáspera Ítaca; tan hábil en urdir engañosde toda especie, como en dar prudentesconsejos.

203 El sensato Anténor replicó al

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momento:204 —Mujer, mucha verdad es lo que

dices. Ulises vino por ti, comoembajador, con Menelao, caro a Ares;yo los hospedé y agasajé en mi palacio ypude conocer la condición y losprudentes consejos de ambos. Entre lostroyanos reunidos, de pie, sobresalíaMenelao por sus anchas espaldas;sentados, era Ulises más majestuoso.Cuando hilvanaban razones y consejospara todos nosotros, Menelao hablabade prisa, poco, pero muy claramente:pues no era verboso, ni, con ser el másjoven, se apartaba del asunto; elingenioso Ulises, después de levantarse,

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permanecía en pie con la vista baja y losojos clavados en el suelo, no meneaba elcetro que tenía inmóvil en la mano, yparecía un ignorante: lo hubieras tomadopor un iracundo o por un estúpido. Mastan pronto como salían de su pecho laspalabras pronunciadas con voz sonora,como caen en invierno los copos denieve, ningún mortal hubiese disputadocon Ulises. Y entonces ya noadmirábamos tanto la figura de héroe.

225 Reparando la tercera vez enAyante, dijo el anciano:

226 —¿Quién es ese otro aqueogallardo y alto, que descuella entre losargivos por su cabeza y anchas

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espaldas?228 Respondió Helena, la de largo

peplo, divina entre las mujeres:229 —Ése es el ingente Ayante,

antemural de los aqueos. Al otro ladoestá Idomeneo, como un dios, entre loscretenses; rodéanlo los capitanes de sustropas. Muchas veces Menelao, caro aAres, lo hospedó en nuestro palaciocuando venía de Creta. Distingo a losdemás aqueos de ojos vivos, y me seríafácil reconocerlos y nombrarlos; mas noveo a dos caudillos de hombres, Cástor,domador de caballos, y Pólux, excelentepúgil, hermanos carnales que me dio mimadre. ¿Acaso no han venido de la

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amena Lacedemonia? ¿O llegaron en lasnaves, surcadoras del ponto, y noquieren entrar en combate para nohacerse partícipes de mi deshonra y demis muchos oprobios?

243 Así habló. A ellos la fértil tierralos tenía ya consigo, en Lacedemoma, ensu misma patria.

243 Los heraldos atravesaban laciudad con las víctimas para los divinosjuramentos, los dos corderos, y elregocijador vino, fruto de la tierra,encerrado en un odre de piel de cabra.El heraldo Ideo llevaba además unareluciente crátera y copas de oro; y,acercándose al anciano, invitólo

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diciendo:250 —¡Levántate, Laomedontíada!

Los próceres de los troyanos,domadores de caballos, y de los aqueos,de broncíneas corazas, te piden quebajes a la llanura y sanciones los fielesjuramentos; pues Alejandro y Menelao,caro a Ares, combatirán con luengaslanzas por la esposa: mujer y riquezasserán del que venza, y, después depactar amistad con fieles juramentos,nosotros seguiremos habitando la fértilTroya, y aquéllos volverán a Argos,criador de caballos, y a Acaya, la delindas mujeres.

259 Así dijo. Estremecióse el anciano

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y mandó a los amigos que engancharanlos caballos. Obedeciéronlo solícitos.Subió Príamo y cogió las riendas; a sulado, en el magnífico carro, se pusoAnténor. E inmediatamente guiaron losligeros corceles hacia la llanura por laspuertas Esceas.

264 Cuando hubieron llegado alcampo, descendieron del carro al almosuelo y se encaminaron al espacio quemediaba entre los troyanos y los aqueos.Levantóse al punto el rey de hombres,Agamenón, levantóse también elingenioso Ulises; y los heraldosconspicuos juntaron las víctimas quedebían inmolarse para los sagrados

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juramentos, mezclaron vinos en lacrátera y dieron aguamanos a los reyes.El Atrida, con la daga que llevaba juntoa la gran vaina de la espada, cortó pelode la cabeza de los corderos, y losheraldos lo repartieron a los prócerestroyanos y aqueos. Y, colocándose elAtrida en medio de todos, oró en altavoz con las manos levantadas:

276 —¡Padre Zeus, que reinas desdeel Ida, gloriosísimo, máximo! ¡Sol, quetodo lo ves y todo lo oyes! ¡Ríos!¡Tierra! ¡Y vosotros que en lo profundocastigáis a los muertos que fueronperjuros! Sed todos testigos y guardadlos fieles juramentos: Si Alejandro mata

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a Menelao, sea suya Helena con todaslas riquezas y nosotros volvámonos enlas naves, surcadoras del ponto; mas siel rubio Menelao mata a Alejandro,devuélvannos los troyanos a Helena ylas riquezas todas, y paguen a losargivos la indemnización que sea justapara que llegue a conocimiento de loshombres venideros. Y, si, vencidoAlejandro, Príamo y sus hijos se negarena pagar la indemnización, me quedaré acombatir por ella hasta que termine laguerra.

292 Dijo, cortóles el cuello a loscorderos y los puso palpitantes, pero sinvida, en el suelo; el cruel bronce les

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había quitado el vigor. Llenaron lascopas sacando vino de la crátera, yderramándolo oraban a los sempiternosdioses. Y algunos de los aqueos y de lostroyanos exclamaron:

298 —¡Zeus gloriosísimo, máximo!¡Dioses inmortales! Los primeros queobren contra lo jurado, veanderramárseles a tierra, como este vino,sus sesos y los de sus hijos, y susesposas caigan en poder de extraños.

302 De esta manera hablaban, pero elCronión no ratificó el voto. Y PríamoDardánida les dijo:

304 —¡Oídme, troyanos y aqueos, dehermosas grebas! Yo regresaré a la

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ventosa Ilio, pues no podría ver conestos ojos a mi hijo combatiendo conMenelao, caro a Ares. Zeus y los demásdioses inmortales saben para cuál deellos tiene el destino preparada lamuerte.

310 Dijo, y el varón igual a un dioscolocó los corderos en el carro, subió élmismo y tomó las riendas; a su lado, enel magnífico carro, se puso Anténor. Yal instante volvieron a Ilio.

314 Héctor, hijo de Príamo, y eldivino Ulises midieron el campo, y,echando dos suertes en un casco debronce, lo meneaban para decidir quiénsería el primero en arrojar la broncínea

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lanza. Los hombres oraban y levantabanlas manos a los dioses. Y algunos de losaqueos y de los troyanos exclamaron:

320 —¡Padre Zeus, que reinas desdeel Ida, gloriosísimo, máximo! Concedeque quien tantos males nos causó a unosy a otros, muera y descienda a la moradade Hades, y nosotros disfrutemos de lajurada amistad.

324 Así decían. El gran Héctor, el detremolante casco, agitaba las suertesvolviendo el rostro atrás: pronto saltó lade Paris. Sentáronse los guerreros, sinromper las filas, donde cada uno teníalos briosos corceles y las labradasarmas. El divino Alejandro, esposo de

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Helena, la de hermosa cabellera, vistióuna magnífica armadura: púsose en laspiernas elegantes grebas ajustadas conbroches de plata; protegió el pecho conla coraza de su hermano Licaón, que sele acomodaba bien; colgó del hombrouna espada de bronce guarnecida conclavos de plata; embrazó el grande yfuerte escudo; cubrió la robusta cabezacon un hermoso casco, cuyo terriblepenacho de crines de caballo ondeabaen la cimera, y asió una fornida lanzaque su mano pudiera manejar. De igualmanera vistió las armas el aguerridoMenelao.

340 Cuando hubieron acabado de

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armarse separadamente de lamuchedumbre, aparecieron en el lugarque mediaba entre ambos ejércitos,mirándose de un modo terrible; y así lostroyanos, domadores de caballos, comolos aqueos, de hermosas grebas, sequedaron atónitos al contemplarlos.Encontráronse aquéllos en el medidocampo, y se detuvieron blandiendo laslanzas y mostrando el odio querecíprocamente se tenían. Alejandroarrojó el primero la luenga lanza y dioun bote en el escudo liso del Atrida, sinque el bronce lo rompiera: la punta setorció al chocar con el fuerte escudo. YMenelao Atrida, disponiéndose a

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acometer con la suya, oró al padre Zeus:351 —¡Soberano Zeus! Permíteme

castigar al divino Alejandro, que meofendió primero, y hazlo sucumbir a mismanos, para que los hombres veniderosteman ultrajar a quien los hospedare yles ofreciere su amistad.

355 Dijo, y blandiendo la luengalanza, acertó a dar en el escudo liso delPriámida. La ingente lanza atravesó elterso escudo, se clavó en la labradacoraza y rasgó la túnica sobre el ijar.Inclinóse el troyano y evitó la negramuerte. El Atrida desenvainó entoncesla espada guarnecida de argénteosclavos; pero, al herir al enemigo en la

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cimera del casco, se le cayó de la mano,rota en tres o cuatro pedazos. Y elAtrida, alzando los ojos al anchurosocielo, se lamentó diciendo:

365 —¡Padre Zeus, no hay dios másfunesto que tú! Esperaba castigar laperfidia de Alejandro, y la espada sequiebra en mis manos, la lanza esarrojada inútilmente y no consigovencerlo.

369 Dice, y arremetiendo a Paris,cógelo por el casco adornado conespesas crines de caballo, que retuerce,y lo arrastra hacia los aqueos dehermosas grebas, medio ahogado por labordada correa que, atada por debajo de

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la barba para asegurar el casco, leapretaba el delicado cuello. Y se lohubiera llevado, consiguiendo inmensagloria, si al punto no lo hubieseadvertido Afrodita, hija de Zeus, querompió la correa hecha del cuero de unbuey degollado: el casco vacío siguió ala robusta mano, el héroe lo volteó yarrojó a los aqueos, de hermosas grebas,y sus fieles compañeros lo recogieron.De nuevo asaltó Menelao a Paris paramatarlo con la broncínea lanza; peroAfrodita arrebató a su hijo con granfacilidad, por ser diosa, y llevólo,envuelto en densa niebla, al oloroso yperfumado tálamo. Luego fue a llamar a

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Helena, hallándola en la alta torre conmuchas troyanas; tiró suavemente de superfumado velo, y, tomando la figura deuna anciana cardadora que allá enLacedemonia le preparaba a Helenahermosas lanas y era muy querida deésta, díjole la diosa Afrodita:

390 —Ven acá. Te llama Alejandropara que vuelvas a tu casa. Hállase,esplendente por su belleza y susvestidos, en el torneado lecho de lacámara nupcial. No dirías que viene decombatir, sino que va al baile o quereposa de reciente danza.

395 Así dijo. Helena sintió que en elpecho le palpitaba el corazón; pero, al

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ver el hermosísimo cuello, los lindospechos y los refulgentes ojos de ladiosa, se asombró y le dijo:

399 —¡Cruel! ¿Por qué quieresengañarme? ¿Me llevarás acaso másallá, a cualquier populosa ciudad de laFrigia o de la Meonia amena dondealgún hombre dotado de palabra te seaquerido? ¿Vienes con engaños porqueMenelao ha vencido al divinoAlejandro, y quieres que yo, la odiosa,vuelva a su casa? Ve, siéntate al lado deParis, deja el camino de las diosas, no teconduzcan tus pies al Olimpo; y llora, yvela por él, hasta que te haga su esposao su esclava. No iré allá, ¡vergonzoso

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fuera!, a compartir su lecho; todas lastroyanas me lo vituperarían, y ya sonmuchos los pesares que conturban micorazón.

413 La divina Afrodita le respondióairada:

414 —¡No me irrites, desgraciada!No sea que, enojándome, te desampare;te aborrezca de modo tan extraordinariocomo hasta aquí te amé; ponga funestosodios entre troyanos y dánaos, y túperezcas de mala muerte.

418 Así dijo. Helena, hija de Zeus,tuvo miedo; y, echándose el blanco yespléndido velo, salió en silencio tras ladiosa, sin que ninguna de las troyanas lo

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advirtiera.421 Tan pronto como llegaron al

magnífico palacio de Alejandro, lasesclavas volvieron a sus labores, y ladivina entre las mujeres se fue derecha ala cámara nupcial de elevado techo. Larisueña Afrodita colocó una silla delantede Alejandro; sentóse Helena, hija deZeus, que lleva la égida, y, apartando lavista de su esposo, lo increpó con estaspalabras:

428 —¡Vienes de la lucha, y hubierasdebido perecer a manos del esforzadovarón que fue mi anterior marido!Blasonabas de ser superior a Menelao,caro a Ares, en fuerza, en puños y en el

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manejo de la lanza; pues provócalo denuevo a singular combate. Pero no: teaconsejo que desistas, y no quieraspelear ni contender temerariamente conel rubio Menelao; no sea que enseguidasucumbas, herido por su lanza.

437 Respondióle Paris con estaspalabras:

438 —Mujer, no me zahieras conamargos baldones. Hoy ha vencidoMenelao con el auxilio de Atenea; otrodía lo venceré yo, pues también tenemosdioses que nos protegen. Mas, ea,acostémonos y volvamos a ser amigos.Jamás la pasión se apoderó de miespíritu como ahora; ni cuando, después

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de robarte, partimos de la amenaLacedemonia en las naves surcadorasdel ponto y llegamos a la isla de Cránae,donde me unió contigo amorosoconsorcio: con tal ansia te amo en estemomento y tan dulce es el deseo que demí se apodera.

447 Dijo, y empezó a encaminarse altálamo; y enseguida lo siguió la esposa.

448 Acostáronse ambos en eltorneado lecho, mientras el Atrida serevolvía entre la muchedumbre, comouna fiera, buscando al deiformeAlejandro. Pero ningún troyano ni aliadoilustre pudo mostrárselo a Menelao,caro a Ares; que no por amistad lo

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hubiesen ocultado, pues a todos se leshabía hecho tan odioso como la negramuerte. Y Agamenón, rey de hombres,les dijo:

456 —¡Oíd, troyanos, dárdanos yaliados! Es evidente que la victoriaquedó por Menelao, caro a Ares;entregadnos la argiva Helena con susriquezas y pagad una indemnización, laque sea justa, para que llegue aconocimiento de los hombres venideros.

461 Así dijo el Atrida, y los demásaqueos aplaudieron.

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Canto IV*

Violación de losjuramentos – Agamenón

revista las tropas

* Menelao lo busca por el cameo debatalla y recibe en la cintura el impactode una flecha lanzada por Pándaro, queasí rompe la tregua convenida por los

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dos ejércitos antes de empezar elsingular desafío. Entonces comienza unaencarnizada lucha entre aqueos ytroyanos.

1 Sentados en el áureo pavimentojunto a Zeus, los dioses celebrabanconsejo. La venerable Hebe escanciabanéctar, y ellos recibían sucesivamente lacopa de oro y contemplaban la ciudadde Troya. Pronto el Cronida intentózaherir a Hera con mordaces palabras; y,hablando fingidamente, dijo:

7 —Dos son las diosas que protegena Menelao, Hera argiva y Atenea

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alalcomenia; pero, sentadas a distancia,se contentan con mirarlo; mientras queAfrodita, amante de la risa, acompañaconstantemente al otro y lo libra de Lasparcas, y ahora lo acaba de salvarcuando él mismo creía perecer. Pero,como la victoria quedó por Menelao,caro a Ares, deliberemos sobre susfuturas consecuencias: si convienepromover nuevamente el funestocombate y la terrible pelea, oreconciliar a entrambos pueblos. Si atodos pluguiera y agradara, la ciudad delrey Príamo continuaría poblada yMenelao se llevaría la argiva Helena.

20 Así dijo. Atenea y Hera, que

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tenían Los asientos contiguos y pensabanen causar daño a Los troyanos, semordieron Los labios. Atenea, aunqueairada contra su padre Zeus y poseída deferoz cólera, guardó silencio y nadadijo; pero a Hera no le cupo la ira en elpecho, y exclamó:

25 —¡Crudelísimo Cronida! ¡Quépalabras proferiste! ¿Quieres que seavano e ineficaz mi trabajo y el sudor queme costó? Mis corceles se fatigaron,cuando reunía el ejército contra Príamoy sus hijos. Haz lo que dices, pero notodos los dioses te lo aprobaremos.

30 Respondióle muy indignado Zeus,que amontona las nubes:

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31 —¡Desdichada! ¿Qué gravesofensas te infieren Príamo y sus hijospara que continuamente anheles destruirla bien edificada ciudad de Ilio? Sitrasponiendo las puertas de los altosmuros, te comieras crudo a Príamo, asus hijos y a los demás troyanos, quizátu cólera se apaciguara. Haz lo que teplazca; no sea que de esta disputa seorigine una gran riña entre nosotros.Otra cosa voy a decirte que fijarás en lamemoria: cuando yo tenga vehementedeseo de destruir alguna ciudad dondevivan amigos tuyos, no retardes micólera y déjame hacer lo que quiera, yaque ésta te la cedo espontáneamente,

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aunque contra los impulsos de mi alma.De las ciudades que los hombresterrestres habitan debajo del sol y delcielo estrellado, la sagrada Ilio era lapreferida de mi corazón, con Príamo ysu pueblo armado con lanzas de fresno.Mi altar jamás careció en ella delalimento debido, libaciones y vapor degrasa quemada; que tales son loshonores que se nos deben.

5o Contestóle enseguida Heraveneranda, la de ojos de novilla:

51 —Tres son las ciudades que másquiero: Argos, Esparta y Micenas, la deanchas calles; destrúyelas cuando lasaborrezca tu corazón, y no las defenderé,

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ni me opondré siquiera. Y si meopusiere y no lo permitiere destruirlas,nada conseguiría, porque tu poder esmuy superior. Pero es preciso que mitrabajo no resulte inútil. También yo soyuna deidad, nuestro linaje es el mismo yel artero Crono engendróme la másvenerable, por mi abolengo y por llevarel nombre de esposa tuya, de ti quereinas sobre los inmortales todos.Transijamos, yo contigo y tú conmigo, ylos demás dioses inmortales nosseguirán. Manda presto a Atenea quevaya al campo de la terrible batalla delos troyanos y los aqueos, y procure quelos troyanos empiecen a ofender, contra

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lo jurado, a los envanecidos aqueos.68 Así dijo. No desobedeció el padre

de los hombres y de los dioses; y,dirigiéndose a Atenea, profirióenseguida estas aladas palabras:

70 —Ve muy presto al campo de lostroyanos y de los aqueos, y procura quelos troyanos empiecen a ofender, contralo jurado, a los envanecidos aqueos.

73 Con tales voces instigólo a hacerlo que ella misma deseaba; y Ateneabajó en raudo vuelo de las cumbres delOlimpo. Cual fúlgida estrella que,enviada como señal por el hijo delartero Crono a los navegantes o a losindividuos de un gran ejército, despide

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gran número de chispas; de igual modoPalas Atenea se lanzó a la tierra y cayóen medio del campo. Asombráronsecuantos la vieron, así los troyanos,domadores de caballos, como losaqueos, de hermosas grebas, y no faltóquien dijera a su vecino:

82 —O empezará nuevamente elfunesto combate y la terrible pelea, oZeus, árbitro de la guerra humana,pondrá amistad entre ambos pueblos.

85 De esta manera hablaban algunosde los aqueos y de los troyanos. Ladiosa, transfigurada en varón —parecíase a Laódoco Antenórida,esforzado combatiente—, penetró por el

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ejército troyano buscando al deiformePándaro. Halló por fin al eximio y fuertehijo de Licaón en medio de las filas dehombres valientes, escudados, que conél habían llegado de las orillas delEsepo; y, deteniéndose cerca de él, ledijo estas aladas palabras:

93 —¿Querrás obedecerme, hijovaleroso de Licaón? ¡Te atrevieras adisparar una veloz flecha contraMenelao! Alcanzarías gloria entre lostroyanos y te lo agradecerían todos, yparticularmente el príncipe Alejandro;éste te haría espléndidos presentes, siviera que a Menelao, belicoso hijo deAtreo, lo subían a la triste pira, muerto

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por una de tus flechas. Ea, tira una saetaal ínclito Menelao, y vota sacrificar aApolo nacido en Licia, célebre por suarco, una hecatombe perfecta decorderos primogénitos cuando vuelvas atu patria, la sagrada ciudad de Zelea.

Así dijo Atenea. El insensato se dejópersuadir, y asió enseguida el pulidoarco hecho con las astas de un lascivobuco montés, a quien él había acechadoy herido en el pecho cuando saltaba deun peñasco: el animal cayó de espaldasen la roca, y sus cuernos de dieciséispalmos fueron ajustados y pulidos porhábil artífice y adornados con anillos deoro. Pándaro tendió el arco, bajándolo e

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inclinándolo al suelo, y sus valientesamigos lo cubrieron con los escudos,para que los belicosos aqueos noarremetieran contra él antes queMenelao, aguerrido hijo de Atreo, fueseherido. Destapó el carcaj y sacó unaflecha nueva, alada, causadora deacerbos dolores; adaptó enseguida a lacuerda del arco la amarga saeta, y votó aApolo nacido en Licia, el de gloriosoarco, sacrificarle una espléndidahecatombe de corderos primogénitoscuando volviera a su patria, la sagradaciudad de Zelea. Y, cogiendo a la vez lasplumas y el bovino nervio, tiró hacia supecho y acercó la punta de hierro al

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arco. Armado así, rechinó el gran arcocircular, crujió la cuerda y saltó lapuntiaguda flecha deseosa de volarsobre la multitud.

127 No se olvidaron de ti, ohMenelao, los felices e inmortales diosesy especialmente la hija de Zeus, queimpera en las batallas; la cual,poniéndose delante, desvió la amargaflecha: apartóla del cuerpo como lamadre ahuyenta una mosca de su niñoque duerme con plácido sueño, y ladirigió al lugar donde los anillos de orosujetaban el cinturón y la coraza eradoble. La amarga saeta atravesó elajustado cinturón, obra de artífice; se

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clavó en la magnífica coraza, y,rompiendo la chapa que el héroe llevabapara proteger el cuerpo contra lasflechas y que lo defendió mucho,rasguñó la piel y al momento brotó de laherida la negra sangre.

141 Como una mujer meonia o cariatiñe en púrpura el marfil que ha deadornar el freno de un caballo, muchosjinetes desean llevarlo y aquélla loguarda en su casa para un rey a fin deque sea ornamento para el caballo ymotivo de gloria para el caballero; de lamisma manera, oh Menelao, se tiñeronde sangre tus bien formados muslos, laspiernas, y más abajo los hermosos

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tobillos.148 Estremecióse el rey de hombres,

Agamenón, al ver la negra sangre quemanaba de la herida. Estremecióseasimismo Menelao, caro a Ares; mas,como advirtiera que quedaban fuera elnervio y las plumas, recobró el ánimo ensu pecho. Y el rey Agamenón, asiendode la mano a Menelao, dijo entre hondossuspiros mientras los compañerosgemían:

155 —¡Hermano querido! Para tumuerte celebré el jurado conveniocuando te puse delante de todos a fin deque lucharas por los aqueos, tú solo, conlos troyanos. Así te han herido:

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pisoteando los juramentos de fidelidad.Pero no serán inútiles el pacto, la sangrede los corderos, las libaciones de vinopuro y el apretón de manos en queconfiábamos. Si el Olímpico no loscastiga ahora, lo hará más tarde, ypagarán cuanto hicieron con una granpena: con sus propias cabezas, susmujeres y sus hijos. Bien lo conoce miinteligencia y lo presiente mi corazón:día vendrá en que perezcan la sagradaIlio, y Príamo, y su pueblo armado conlanzas de Fresno; el excelso ZeusCronida, que vive en el éter, irritado poreste engaño, agitará contra ellos suégida espantosa. Todo esto ha de

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suceder irremisiblemente. Pero serágrande mi pesar, oh Menelao, si mueresy llegas al término fatal de tu vida, y hede volver con gran oprobio a la áridaArgos; porque los aqueos se acordaránenseguida de su tierra patria, dejaremoscomo trofeos en poder de Príamo y delos troyanos a la argiva Helena, y tushuesos se pudrirán en Troya a causa deuna empresa no llevada a cumplimiento.Y alguno de los troyanos soberbiosexclamará, saltando sobre la tumba delglorioso Menelao: «Así efectúeAgamenón todas sus venganzas comoésta; pues trajo inútilmente un ejércitoaqueo y regresó a su patria con las naves

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vacías, dejando aquí al valienteMenelao». Y cuando esto diga,ábraseme la anchurosa tierra.

183 Para tranquilizarlo, respondió elrubio Menelao:

184 —Ten ánimo y no espantes a losaqueos. La aguda flecha no se me haclavado en sitio mortal, pues meprotegió por fuera el labrado cinturón ypor dentro la faja y la chapa queforjaron obreros broncistas.

188 Contestóle el rey Agamenón,diciendo:

189 —¡Ojalá sea así, queridoMenelao! Un médico reconocerá laherida y le aplicará drogas que calmen

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los terribles dolores.192 Dijo, y enseguida dio esta orden

al divino heraldo Taltibio:193 —¡Taltibio! Llama pronto a

Macaón, el hijo del insigne médicoAsclepio, para que reconozca alaguerrido Menelao, hijo de Atreo, aquien ha flechado un hábil arquerotroyano o licio; gloria para él y llantopara nosotros.

198 Así dijo, y el heraldo al oírlo nodesobedeció. Fuese por entre losaqueos, de broncíneas corazas, buscócon la vista al héroe Macaón y lo hallóen medio de las fuertes filas de hombresescudados que lo habían seguido desde

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Trica, criadora de caballos. Y,deteniéndose cerca de él, le dirigió estasaladas palabras:

204 —¡Ven, Asclepíada! Te llama elrey Agamenón para que reconozcas alaguerrido Menelao, caudillo de losaqueos, a quien ha flechado hábilarquero troyano o licio; gloria para él yllanto para nosotros.

208 Así dijo, y Macaón sintió que enel pecho se le conmovía el ánimo.Atravesaron, hendiendo por la gente, elespacioso campamento de los aqueos; yllegando al lugar donde fue herido elrubio Menelao (éste aparecía como undios entre los principales caudillos que

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en torno de él se habían congregado),Macaón arrancó la flecha del ajustadocíngulo; pero, al tirar de ella,rompiéronse las plumas, y entoncesdesató el vistoso cinturón y quitó la fajay la chapa que habían hecho obrerosbroncistas. Tan pronto como vio laherida causada por la cruel saeta, chupóla sangre y aplicó con pericia drogascalmantes que a su padre había dadoQuirón en prueba de amistad.

220 Mientras se ocupaban en curar aMenelao, valiente en la pelea, llegaronlas huestes de los escudados troyanos;vistieron aquéllos la armadura, y ya sólopensaron en el combate.

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223 Entonces no hubieras visto que eldivino Agamenón se durmiera, temblarao rehuyera el combate, pues ibapresuroso a la lid, donde los varonesalcanzan gloria. Dejó los caballos y elcarro de broncíneos adornos —Eurimedonte, hijo de Ptolomeo Piraída,se quedó a cierta distancia con losfogosos corceles—, encargó al aurigaque no se alejara por si el cansancio seapoderaba de sus miembros, mientrasejercía el mando sobre aquella multitudde hombres y empezó a recorrer a pielas hileras de guerreros. A cuantos veía,de entre los dánaos de ágiles corceles,que se apercibían para la pelea, los

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animaba diciendo:234 —¡Argivos! No desmaye vuestro

impetuoso valor. El padre Zeus noprotegerá a los pérfidos: como han sidolos primeros en faltar a lo jurado, sustiernas carnes serán pasto de buitres ynosotros nos llevaremos en las naves asus esposas e hijos cuando tomemos laciudad.

240 A los que veía remisos enmarchar al odioso combate, losincrepaba con iracundas voces:

241 —¡Argivos que sólo con el arcosabéis pelear, hombres vituperables!¿No os avergonzáis? ¿Por qué os halloatónitos como cervatos que, habiendo

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corrido por espacioso campo, sedetienen cuando ningún vigor queda ensu pecho? Así estáis vosotros: pasmadosy sin combatir. ¿Aguardáis acaso que lostroyanos lleguen a la orilla delespumoso mar donde tenemos las navesde lindas popas, para ver si el Croniónextiende su mano sobre vosotros?

250 De tal suerte revistaba, comogeneralísimo, las filas de guerreros.Andando por entre la muchedumbre,llegó al sitio donde los cretenses vestíanlas armas con el aguerrido Idomeneo.Éste, semejante a un jabalí por subravura, se hallaba en las primeras filas,y Meriones enardecía a los soldados de

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las últimas falanges. Al verlos, el rey dehombres, Agamenón, se alegró y alpunto dijo a Idomeneo con suavesvoces:

257 —¡Idomeneo! Te honro de unmodo especial entre los dánaos, deágiles corceles, así en la guerra a otraempresa, como en el banquete, cuandolos próceres argivos beben el negro vinode honor mezclado en las cráteras. A losdemás aqueos de larga cabellera se lesda su ración; pero tú tienes siempre lacopa llena, como yo, y bebes cuanto teplace. Corre ahora a la batalla y muestrael denuedo de que te jactas.

265 Respondióle Idomeneo, caudillo

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de los cretenses:266 —¡Atrida! Siempre he de ser tu

amigo fiel, como lo aseguré y prometíque lo sería. Pero exhorta a los demásmelenudos aqueos, para que cuanto antespeleemos con los troyanos, ya que éstoshan roto los pactos. La muerte y todaclase de calamidades les aguardan, porhaber sido los primeros en faltar a lojurado.

272 Así dijo, y el Atrida con elcorazón alegre pasó adelante. Andandopor entre la muchedumbre llegó al sitiodonde estaban los Ayantes. Éstos searmaban, y una nube de infantes losseguía. Como el nubarrón, impelido por

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el céfiro, camina sobre el mar y se le vea lo lejos negro como la pez y preñadode tempestad, y el cabrero se estremeceal divisarlo desde una altura, y,antecogiendo el ganado, lo conduce auna cueva; de igual modo iban al dañosocombate, con los Ayantes, las densas yobscuras falanges de jóvenes ilustres,erizadas de lanzas y escudos. Al verlos,el rey Agamenón se regocijó, y dijoestas aladas palabras:

285 —¡Ayantes, príncipes de losargivos de broncíneas corazas! Avosotros —inoportuno fuera exhortaros— nada os encargo, porque ya instigáisal ejército a que pelee valerosamente.

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Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea, Apolo!, quehubiese el mismo ánimo en todos lospechos, pues pronto la ciudad del reyPríamo sería tomada y destruida pornuestras manos.

292 Cuando así hubo hablado, losdejó y se fue hacia otros. Halló a Néstor,elocuente orador de los pilios,ordenando a los suyos y animándolos apelear, junto con el gran Pelagonte,Alástor, Cromio, el poderoso Hemón yBiante, pastor de hombres. Poníadelante, con los respectivos carros ycorceles, a los que desde aquélloscombatían; detrás, a gran copia devalientes peones que en la batalla

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formaban como un muro, y en medio, alos cobardes para que mal de su gradotuviesen que combatir. Y, dandoinstrucciones a los primeros, lesencargaba que sujetaran los caballos yno promoviesen confusión entre lamuchedumbre:

303 —Nadie, confiando en su periciaecuestre o en su valor, quiera lucharsolo y fuera de las filas con lostroyanos; que asimismo nadie retroceda;pues con mayor facilidad seríaisvencidos. El que caiga del carro y subaal de otro pelee con la lanza, pueshacerlo así es mucho mejor. Con talprudencia y ánimo en el pecho

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destruyeron los antiguos muchasciudades y murallas.

310 De tal suerte el anciano, diestrodesde antiguo en la guerra, losenardecía. Al verlo, el rey Agamenón sealegró, y le dijo estas aladas palabras:

313 —¡Oh anciano! ¡Así comoconservas el ánimo en tu pecho, tuvieraságiles las rodillas y sin menoscabo lasfuerzas! Pero te abruma la vejez, que anadie respeta. Ojalá que otro cargasecon ella y tú fueras contado en elnúmero de los jóvenes.

317 Respondióle Néstor, caballerogerenio:

318 —¡Atrida! También yo quisiera

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ser como cuando maté al divinoEreutalión. Pero jamás las deidades lodieron todo y a un mismo tiempo a loshombres: si entonces era joven, ya paramí llegó la senectud. Esto no obstante,acompañaré a los que combaten encarros para exhortarlos con consejos ypalabras, que tal es la misión de losancianos. Las lanzas las blandirán losjóvenes, que son más vigorosos ypueden confiar en sus fuerzas.

326 Así dijo, y el Atrida pasóadelante con el corazón alegre. Halló alexcelente jinete Menesteo, hijo de Péteo,de pie entre los atenienses ejercitadosen la guerra. Estaba cerca de ellos el

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ingenioso Ulises, y a poca distancia lashuestes de los fuertes cefalenios, loscuales, no habiendo oído el grito deguerra —pues así las falanges de lostroyanos, domadores de caballos, comolas de los aqueos, se ponían entonces enmovimiento—, aguardaban que otracolumna aquea cerrara con los troyanosy diera principio la batalla. Al verlos, elrey Agamenón los increpó con estasaladas palabras:

338 —¡Hijo del rey Péteo, alumno deZeus; y tú, perito en malas artes, astuto!¿Por qué, medrosos, os abstenéis depelear y esperáis que otros tomen laofensiva? Debierais estar entre los

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delanteros y correr a la ardiente pelea,ya que os invito antes que a nadiecuando los aqueos damos un banquete alos próceres. Entonces os gusta comercarne asada y beber sin tasa copas dedulce vino, y ahora veríais con placerque diez columnas aqueas combatierandelante de vosotros con el cruel bronce.

349 Encarándole la torva vista,exclamó el ingenioso Ulises:

350 —¡Atrida! ¡Qué palabras se teescaparon del cerco de los dientes! ¿Porqué dices que somos remisos en ir alcombate? Cuando los aqueos excitemosal feroz Ares contra los troyanosdomadores de caballos, verás, si quieres

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y te importa, cómo el padre amado deTelémaco penetra por las primeras filasde los troyanos, domadores de caballos.Vano y sin fundamento es tu lenguaje.

356 Cuando el rey Agamenóncomprendió que el héroe se irritaba,sonrióse y, retractándose dijo:

358 —¡Laertíada, del linaje de Zeus!¡Ulises, fecundo en ardides! No ha sidomi intento ni reprenderte en demasía, nidarte órdenes. Conozco los benévolossentimientos del corazón que tienes en elpecho, pues tu modo de pensar coincidecon el mío. Pero ve, y si te dije algoofensivo, luego arreglaremos esteasunto. Hagan los dioses que todo se lo

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lleve el viento.364 Esto dicho, los dejó allí, y se fue

hacia otros. Halló al animoso Diomedes,hijo de Tideo, de pie entre los corcelesy los sólidos carros; y a su lado aEsténelo, hijo de Capaneo. En viendo aaquél, el rey Agamenón lo reprendió,profiriendo estas aladas palabras:

370 —¡Ay, hijo del aguerrido Tideo,domador de caballos! ¿Por quétiemblas? ¿Por qué miras azorado elespacio que de los enemigos nossepara? No solía Tideo temblar de estemodo, sino que, adelantándose a suscompañeros, peleaba con el enemigo.Así lo refieren quienes lo vieron

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combatir, pues yo no lo presencié ni lovi, y dicen que a todos superaba. Estuvoen Micenas, no para guerrear, sino comohuésped, junto con el divino Polinices,cuando ambos reclutaban tropas paradirigirse contra los sagrados muros deTeba. Mucho nos rogaron que lesdiéramos auxiliares ilustres, y losciudadanos querían concedérselos yprestaban asenso a lo que se les pedía;pero Zeus, con funestas señales, les hizovariar de opinión. Volviéronse aquéllos;después de andar mucho, llegaron alAsopo, cuyas orillas pueblan juncales yprados, y los aqueos nombraronembajador a Tideo para que fuera a

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Teba. En el palacio del fuerte Eteoclesencontrábanse muchos cadmeos reunidosen banquete; pero ni allí, siendo huéspedy solo entre tantos, se turbó el eximiojinete Tideo: los desafiaba y vencíafácilmente en toda clase de luchas. ¡Detal suerte lo protegía Atenea! Cuando sefue, irritados los cadmeos, aguijadoresde caballos, pusieron en emboscada acincuenta jóvenes al mando de dos jefes:Meón Hemónida, que parecía uninmortal, y Polifonte, intrépido hijo deAutófono. A todos les dio Tideoignominiosa muerte menos a uno, aMeón, a quien permitió, acatandodivinales indicaciones, que volviera a la

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ciudad. Tal fue Tideo etolio, y el hijoque engendró le es inferior en elcombate y superior en el ágora.

401 Así dijo. El fuerte Diomedes oyócon respeto la increpación del venerablerey y guardó silencio, pero el hijo delglorioso Capaneo hubo de replicarle:

404 —¡Atrida! No mientas, pudiendodecir la verdad. Nos gloriamos de sermás valientes que nuestros padres, pueshemos tomado a Teba, la de las sietepuertas, con un ejército menosnumeroso, que, confiando en divinalesindicaciones y en el auxilio de Zeus,reunimos al pie de su muralla,consagrada a Ares; mientras que

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aquéllos perecieron por sus locuras. Nonos consideres, pues, a nuestros padresy a nosotros dignos de igual estimación.

411 Mirándolo con torva faz, lecontestó el fuerte Diomedes:

412 —Calla, amigo; obedece miconsejo. Yo no me enfado porqueAgamenón, pastor de hombres, anime alos aqueos, de hermosas grebas, antesdel combate. Suya será la gloria, si losaqueos rindieren a los troyanos ytomaren la sagrada Ilio; suyo el granpesar, si los aqueos fueren vencidos. Ea,pensemos tan sólo en mostrar nuestroimpetuoso valor.

419 Dijo, saltó del carro al suelo sin

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dejar las armas, y tan terrible fue elresonar del bronce sobre su pecho, quehubiera sentido pavor hasta un hombremuy esforzado.

422 Como las olas impelidas por elCéfiro se suceden en la ribera sonora, yprimero se levantan en alta mar, bramandespués al romperse en la playa y en lospromontorios, suben combándose a loalto y escupen la espuma; así lasfalanges de los dánaos marchabansucesivamente y sin interrupción alcombate. Los capitanes daban órdenes alos suyos respectivos, y éstos andabancallados (no hubieras dicho que lossiguieran a aquéllos tantos hombres con

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voz en el pecho) y temerosos de suscaudillos. En todos relucían las labradasarmas de que iban revestidos. Lostroyanos avanzaban también, y comomuchas ovejas balan sin cesar en elestablo de un hombre opulento, cuando,al series extraída la blanca leche, oyenla voz de los corderos; de la mismamanera elevábase un confuso vocerío enel vasto ejército de aquéllos. No eraigual el sonido ni el modo de hablar detodos y las lenguas se mezclaban,porque los guerreros procedían dediferentes países. A los unos losexcitaba Ares; a los otros, Atenea, la deojos de lechuza, y a entrambos pueblos,

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el Terror, la Fuga y la Discordia,insaciable en sus furores y hermana ycompañera del homicida Ares, la cual alprincipio aparece pequeña y luego tocacon la cabeza el cielo mientras andasobre la tierra. Entonces la Discordia,penetrando por la muchedumbre, arrojóen medio de ella el combate funesto paratodos y aumentó el afán de los guerreros.

446 Cuando los ejércitos llegaron ajuntarse, chocaron entre sí los escudos,las lanzas y el valor de los hombresarmados de broncíneas corazas, y alaproximarse los abollonados escudos seprodujo un gran alboroto. Allí se oíansimultáneamente los lamentos de los

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moribundos y los gritos jactanciosos delos matadores, y la tierra manaba sangre.Como dos torrentes nacidos en grandesmanantiales se despeñan por los montes,reúnen las hirvientes aguas en hondobarranco abierto en el valle y producenun estruendo que oye desde lejos elpastor en la montaña, así eran la griteríay el trabajo de los que vinieron a lasmanos.

457 Fue Antíloco quien primeramentemató a un guerrero troyano, a EquepoloTalisíada, que peleaba valerosamente enla vanguardia: hiriólo en la cimera delpenachudo casco, y la broncínea lanza,clavándose en la frente, atravesó el

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hueso, las tinieblas cubrieron los ojosdel guerrero y éste cayó como una torreen el duro combate. Al punto asióle deun pie el rey Elefénor Calcodontíada,caudillo de los bravos abantes, y loarrastraba para ponerlo fuera delalcance de los dardos y quitarle laarmadura. Poco duró su intento. Elmagnánimo Agenor lo vio arrastrar elcadáver, e, hiriéndolo con la broncínealanza en el costado, que al bajarsequedó descubierto junto al escudo,dejóle sin vigor los miembros. De estemodo perdió Elefénor la vida y sobre sucuerpo trabaron enconada peleatroyanos y aqueos: como lobos se

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acometían y unos a otros se mataban.473 Ayante Telamonio tiróle un bote

de lanza a Simoesio, hijo de Antemión,que se hallaba en la flor de la juventud.Su madre habíale dado a luz a orillasdel Simoente, cuando bajó del Ida consus padres para ver las ovejas: por estole llamaron Simoesio. Mas no pudopagar a sus progenitores la crianza ni fuelarga su vida, porque sucumbió vencidopor la lanza del magnánimo Ayante:acometía el troyano, cuando Ayante lohirió en el pecho junto a la tetilladerecha, y la broncínea punta salió porla espalda. Cayó el guerrero en el polvocomo el terso álamo nacido en la orilla

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de una espaciosa laguna y coronado deramas que corta el carrero con el hierroreluciente, para hacer las pinas de unhermoso carro, dejando que el tronco seseque en la ribera; de igual modo,Ayante, del linaje de Zeus despojó aSimoesio Antémida. Antifo Priámida,que iba revestido de labrada coraza,lanzó por entre la muchedumbre suagudo dardo contra Ayante y no lo tocó;pero hirió en la ingle a Leuco,compañero valiente de Ulises, mientrasarrastraba el cadáver: desprendióse éstey el guerrero cayó junto al mismo.Ulises, muy irritado por tal muerte,atravesó las primeras filas cubierto de

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refulgente bronce, detúvose muy cercadel matador, y, revolviendo el rostro atodas partes, arrojó la brillante lanza. Alverlo, huyeron los troyanos. No fue vanoel tiro, pues hirió a Democoonte, hijobastardo de Príamo, que había venido deAbidos, país de corredoras yeguas:Ulises, irritado por la muerte de sucompañero, le envasó la lanza, cuyabroncínea punta le entró por una sien yle salió por la otra; la obscuridad cubriólos ojos del guerrero, cayó éste conestrépito y sus armas resonaron.Arredráronse los combatientesdelanteros y el esclarecido Héctor; y losargivos dieron grandes voces, retiraron

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los muertos y avanzaron un buen trecho.Mas Apolo, que desde Pérgamo lopresenciaba, se indignó y con reciosgritos exhortó a los troyanos:

509 —¡Acometed, troyanosdomadores de caballos! No cedáis en labatalla a los argivos, porque sus cuerposno son de piedra ni de hierro para quepuedan resistir, si los herís, el tajantebronce; ni pelea Aquiles, hijo de Tetis,la de hermosa cabellera, que se quedóen las naves y allí rumia la dolorosacólera.

514 Así dijo el terrible dios desde laciudadela. A su vez, la hija de Zeus, lagloriosísima Tritogenia, recorría el

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ejército aqueo y animaba a los remisos.517 Fue entonces cuando el hado

echó los lazos de la muerte a DioresAmarincida. Herido en el tobilloderecho por puntiaguda piedra que letiró Píroo Imbrásida, caudillo de lostracios, que había llegado de Eno —lainsolente piedra rompióle ambostendones y el hueso—, cayó de espaldasen el polvo, y expirante tendía losbrazos a sus camaradas cuando el mismoPíroo, que lo había herido, acudiópresuroso e hiriólo nuevamente con lalanza junto al ombligo; derramáronse losintestinos y las tinieblas velaron los ojosdel guerrero.

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527 Mientras Píroo arremetía, Toanteel etolio alanceólo en el pecho, por cimade una tetilla, y el bronce se le clavó enel pulmón. Acercósele Toante, learrancó del pecho la ingente lanza y,hundiéndole la aguda espada en mediodel vientre, le quitó la vida. Mas nopudo despojarlo de la armadura, porquese vio rodeado por los compañeros delmuerto, los tracios que dejan crecer lacabellera en lo más alto de la cabeza,quienes le asestaban sus largas picas; y,aunque era corpulento, vigoroso eilustre, fue rechazado y hubo deretroceder. Así cayeron y se juntaron enel polvo el caudillo de los tracios y el

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de los epeos, de broncíneas corazas, y asu alrededor murieron otros muchos.

539 Y quien, sin haber sido herido decerca o de lejos por el agudo bronce,hubiera recorrido el campo, llevado dela mano y protegido de las saetas porPalas Atena, no habría baldonado loshechos de armas; pues aquel día grannúmero de troyanos y de aqueos yacían,unos junto a otros, caídos de cara alpolvo.

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Canto V*

Principalía de Diomedes

* Entre los primeros, los aqueos,destaca Diomedes, siendo capaz dehacer huir a los mismísimos dioses Aresy Afrodita.

1 Entonces Palas Atenea infundió a

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Diomedes Tidida valor y audacia, paraque brillara entre todos los argivos yalcanzase inmensa gloria, a hizo salir desu casco y de su escudo una incesantellama parecida al astro que en otoñoluce y centellea después de bañarse enel Océano. Tal resplandor despedían lacabeza y los hombros del héroe, cuandoAtenea lo llevó al centro de la batalla,allí donde era mayor el número deguerreros que tumultuosamente seagitaban.

9 Hubo en Troya un varón rico eirreprensible, sacerdote de Hefesto,llamado Dares; y de él eran hijos Fegeoa Ideo, ejercitados en toda especie de

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combates. Éstos iban en un mismo carro;y, separándose de los suyos, cerraroncon Diomedes, que desde tierra y en pielos aguardó. Cuando se hallaron frente afrente, Fegeo tiró el primero la luengalanza, que pasó por cima del hombroizquierdo del Tidida sin herirlo; arrojóéste la suya y no fue en vano, pues se laclavó a aquél en el pecho, entre lastetillas, y lo derribó por tierra. Ideosaltó al suelo, desamparando elmagnífico carro, sin que se atreviera adefender el cadáver de su hermano —nose hubiese librado de la negra muerte—,y Hefesto lo sacó salvo, envolviéndoloen densa nube, a fin de que el anciano

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padre no se afligiera en demasía. El hijodel magnánimo Tideo se apoderó de loscorceles y los entregó a sus compañerospara que los llevaran a las cóncavasnaves. Cuando los altivos troyanosvieron que uno de los hijos de Dareshuía y el otro quedaba muerto entre loscarros, a todos se les conmovió elcorazón. Y Atenea, la de ojos delechuza, tomó por la mano al furibundoAres y le habló diciendo:

31 —¡Ares, Ares, funesto a losmortales, manchado de homicidios,demoledor de murallas! ¿No dejaremosque troyanos y aqueos peleen solos —sean éstos o aquéllos a quienes el padre

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Zeus quiera dar gloria— y nosretiraremos, para librarnos de la cólerade Zeus?

35 Dicho esto, sacó de la liza alfuribundo Ares y lo hizo sentar en laherbosa ribera del Escamandro. Losdánaos pusieron en fuga a los troyanos, ycada uno de sus caudillos mató a unhombre. Empezó el rey de hombres,Agamenón, con derribar del carro alcorpulento Odio, caudillo de loshalizones; al volverse para huir,envasóle la pica en la espalda, entre loshombros, y la punta salió por el pecho.Cayó el guerrero con estrépito y susarmas resonaron.

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43 Idomeneo quitó la vida a Festo,hijo de Boro el meonio, que habíallegado de la fértil Tarne, hiriéndolo conla formidable lanza en el hombroderecho, cuando subía al carro:desplomóse Festo, tinieblas horribles loenvolvieron y los servidores deIdomeneo lo despojaron de la armadura.

49 El Atrida Menelao mató con laaguda pica a Escamandrio, hijo deEstrofio, ejercitado en la caza. A tanexcelente cazador la misma Ártemis lehabía enseñado a tirar a cuantas fierascrían las selvas de los montes. Mas nole valió ni Ártemis, que se complace entirar flechas, ni el arte de arrojarlas en

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que tanto descollaba: tuvo que huir, y elAtrida Menelao, famoso por su lanza, lohirió con un dardo en la espalda, entrelos hombros, y le atravesó el pecho.Cayó de cara y sus armas resonaron.

59 Meriones dejó sin vida a Fereclo,hijo de Tectón Harmónida, que con lasmanos fabricaba toda clase de obras deingenio, porque era muy caro a PalasAtenea. Éste, no conociendo losoráculos de los dioses, construyó lasnaves bien proporcionadas deAlejandro, las cuales fueron la causaprimera de todas las desgracias y un malpara los troyanos y para él mismo.Meriones, cuando alcanzó a aquél, lo

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alanceó en la nalga derecha; y la punta,pasando por debajo del hueso y cerca dela vejiga, salió al otro lado. El guerrerocayó de hinojos, gimiendo, y la muertelo envolvió.

69 Meges hizo perecer a Pedeo, hijobastardo de Anténor, a quien Teano, ladivina, había criado con igual solicitudque a los hijos propios, para complacera su esposo. El hijo de Fileo, famosopor su pica, fue a clavarle en la nuca lapuntiaguda lanza, y el hierro cortó lalengua y asomó por los dientes delguerrero. Pedeo cayó en el polvo ymordía el frío bronce.

76 Eurípilo Evemónida dio muerte al

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divino Hipsenor, hijo del animosoDolopión, que era sacerdote deEscamandro y el pueblo lo venerabacomo a un dios. Perseguíalo Eurípilo,hijo preclaro de Evemón; el cual,poniendo mano a la espada, de un tajoen el hombro le cercenó el robustobrazo, que ensangrentado cayó al suelo.La purpúrea muerte y el hado cruelvelaron los ojos del troyano.

84 Así se portaban éstos en el reñidocombate. En cuanto al Tidida, nohubieras conocido con quiénes estaba, nisi pertenecía a los troyanos o a losaqueos. Andaba furioso por la llanuracual hinchado torrente que en su rápido

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curso derriba los diques —pues ni losdiques más trabados, ni los setos de losfloridos campos lo detienen—, ypresentándose repentinamente, cuandocae espesa la lluvia de Zeus, destruyemuchas hermosas labores de losjóvenes; tal tumulto promovía el Tididaen las densas falanges troyanas que, conser tan numerosas, no se atrevían aresistirlo.

95 Tan luego como el preclaro hijode Licaón vio que Diomedes corríafurioso por la llanura y desordenaba lasfalanges, tendió el corvo arco y lo hirióen el hombro derecho, por el hueco de lacoraza, mientras aquél acometía. La

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cruel saeta atravesó el hombro y lacoraza y se manchó de sangre. Y elpreclaro hijo de Licaón, al notarlo, gritócon voz recia:

102 —¡Arremeted, troyanos de ánimoaltivo, aguijadores de caballos! Heridoestá el más fuerte de los aqueos; y nocreo que pueda resistir mucho tiempo lafornida saeta, si fue realmente Apolo,hijo de Zeus, quien me movió a veniraquí desde la Licia.

106 Así dijo gloriándose. Pero laveloz flecha no postró a Diomedes; elcual, retrocediendo hasta el carro y loscaballos, se detuvo y dijo a Esténelo,hijo de Capaneo:

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109 —Corre, buen hijo de Capaneo,baja del carro y arráncame del hombrola amarga flecha.

111 Así dijo. Esténelo saltó del carroal suelo, se le acercó, y sacóle delhombro la aguda flecha; la sangrechocaba, al salir a borbotones, contralas mallas de la túnica. Y entoncesDiomedes, valiente en el combate, hizoesta plegaria:

115 —¡Óyeme, hija de Zeus, quelleva la égida! ¡Indómita! Si alguna vezamparaste benévola a mi padre en lacruel guerra, séme ahora propicia, ¡ohAtenea!, y haz que se ponga a tiro delanza y reciba la muerte de mi mano

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quien se me anticipó hiriéndome, yahora se jacta de que pronto dejaré decontemplar la fúlgida luz del sol.

121 Así dijo rogando. Palas Atenealo oyó, agilitóle los miembros todos yespecialmente los pies y las manos, yponiéndose a su lado pronunció estasaladas palabras:

124 —Cobra ánimo, Diomedes, ypelea con los troyanos; pues ya infundíen tu pecho el paterno intrépido valorque acostumbraba tener el jinete Tideo,agitador del escudo, y aparté la nieblaque cubría tus ojos para que en labatalla conozcas bien a los dioses y alos hombres. Si alguno de aquéllos

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viene a tentarte, no quieras combatir conlos inmortales; pero, si se presentara enla lid Afrodita, hija de Zeus, hiérela conel agudo bronce.

133 Dicho esto, fuese Atenea, la deojos de lechuza. El Tidida volvió amezclarse con los combatientesdelanteros; y, si antes ardía en deseos depelear contra los troyanos, entoncessintió que se le triplicaba el bno, comoun león a quien el pastor hiere levementeen el campo, al asaltar un redil delanudas ovejas, y no lo mata, sino que loexcita la fuerza: el pastor desiste derechazarlo y entra en el establo; lasovejas, al verse sin defensa, huyen para

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caer pronto hacinadas unas sobre otras,y la fiera salta afuera de la elevadacerca. Con tal furia penetró en las filastroyanas el fuerte Diomedes.

144 Entonces hizo morir a Astínoo y aHipirón, pastor de hombres. Al primerolo hirió con la broncínea lanza encimadel pecho; contra Hipirón desnudó lagran espada, y de un tajo en la clavículaseparóle el hombro del cuello y laespalda. Dejólos y fue al encuentro deAbante y Polüdo, hijos de Euridamante,que era de provecta edad e intérprete desus sueños: cuando fueron a la guerra, elanciano no les interpretaría los sueños,pues sucumbieron a manos del fuerte

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Diomedes, que los despojó de lasarmas. Enderezó luego los pasos haciaJanto y Toón, hijos de Fénope —éste loshabía tenido en la triste vejez que loabrumaba y no engendró otro hijo queheredara sus riquezas—, y a entrambosles quitó la dulce vida, causando llanto ytriste pesar al anciano, que no pudorecibirlos de vuelta de la guerra; y mástarde los parientes se repartieron laherencia.

159 Enseguida alcanzó a Equemón y aCromio, hijos de Príamo Dardánida, queiban en el mismo carro. Cual león que,penetrando en la vacada, despedaza lacerviz de una vaca o de una becerra que

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pace en el soto, así el hijo de Tideo losderribó violentamente del carro, lesquitó la armadura y entregó los corcelesa sus camaradas para que los llevaran alas naves.

166 Eneas advirtió qué Diomedesdestruía las hileras de los troyanos, y fueen busca del divino Pándaro por la lizay entre el estruendo de las lanzas. Hallópor fin al fuerte y eximio hijo de Licaón;y deteniéndose a su lado, le dijo:

171 —¡Pándaro! ¿Dónde guardas elarco y las voladoras flechas? ¿Qué es detu fama? Aquí no tienes rival y en laLicia nadie se gloría de aventajarte. Ea,levanta las manos a Zeus y dispara una

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flecha contra ese hombre que triunfa ycausa males sin cuento a los troyanos —de muchos valientes ha quebrado ya lasrodillas—, si por ventura no es un diosairado con los troyanos a causa de lossacrificios, pues la cólera de una deidades terrible.

179 Respondióle el preclaro hijo deLicaón:

180 —¡Eneas, consejero de lostroyanos, de broncíneas túnicas!Parécese por entero al aguerrido Tidida:reconozco su escudo, su casco de altacimera y agujeros a guisa de ojos y suscorceles, pero no puedo asegurar si esun dios. Si ese guerrero es en realidad el

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belicoso hijo de Tideo, no se mueve contal furia sin que alguno de los inmortaleslo acompañe, cubierta la espalda conuna nube, y desvíe las veloces flechasque hacia él vuelan. Arrojéle una saetaque lo hirió en el hombro derecho,penetrando por el hueco de la coraza;creí enviarle a Aidoneo, y sin embargode esto no lo maté; sin duda es un diosirritado. No tengo aquí corceles nicarros que me lleven, aunque en elpalacio de Licaón quedaron once carroshermosos, sólidos, de recienteconstrucción, cubiertos con fundas y consus respectivos pares de caballos quecomen blanca cebada y avena. Licaón, el

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guerrero anciano, entre los muchosconsejos que me dio cuando partí delmagnífico palacio, me recomendó que enel duro combate mandara a los troyanossubido en un carro; mas yo no me dejéconvencer —mucho mejor hubiera sidoseguir su consejo— y rehusé llevarmelos corceles por el temor de que,acostumbrados a comer bien, seencontraran sin pastos en una ciudadsitiada. Dejélos, pues, y vine comoinfante a Ilio, confiando en el arco quepara nada me había de servir. Contrados próceres lo he disparado, el Tididay el Atrida; a entrambos les causéheridas, de las que manaba verdadera

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sangre, y sólo conseguí excitarlos más.Con mala suerte descolgué del clavo elcorvo arco el día en que vine con mistroyanos a la amena Ilio para complaceral divino Héctor. Si logro regresar y vercon estos ojos mi patria, mi mujer y micasa espaciosa y de elevado techo,córteme la cabeza un enemigo si norompo y tiro al relumbrante fuego estearco, ya que su compañía me resultainútil.

217 Replicóle Eneas, caudillo de lostroyanos:

218 —No hables así. Las cosas nocambiarán hasta que, montados nosotrosen el carro, acometamos a ese hombre y

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probemos la suerte de las armas. Sube ami carro, para que veas cuáles son loscorceles de Tros y cómo saben asíperseguir acá y acullá de la llanuracomo huir ligeros; ellos nos llevaránsalvos a la ciudad, si Zeus concede denuevo la victoria a Diomedes Tidida.Ea, coma el látigo y las lustrosasriendas, y bajaré del carro paracombatir; o encárgate tú de pelear, y yome cuidaré de los caballos.

229 Contestó el preclaro hijo deLicaón:

230 —¡Eneas! Recoge tú las riendasy guía los corceles, porque tirarán mejordel corvo carro obedeciendo al auriga a

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que están acostumbrados, si nos pone enfuga el hijo de Tideo. No sea que,echando de menos tu voz, se espanten ydesboquen y no quieran sacarnos de laliza, y el hijo del magnánimo Tideo nosembista y mate y se lleve los solípedoscaballos. Guía, pues, el carro y loscorceles, y yo con la aguda lanzaesperaré su acometida.

239 Así hablaron; y, subidos en ellabrado carro, guiaron animosamente losbriosos corceles en derechura al Tidida.Advirtiólo Esténelo, preclaro hijo deCapaneo, y al punto dijo al Tidida estasaladas palabras:

243 —¡Diomedes Tidida, carísimo a

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mi corazón! Veo que dos robustosvarones, cuya fuerza es grandísima,desean combatir contigo: el uno,Pándaro, es hábil arquero y se jacta deser hijo de Licaón; el otro, Eneas, segloría de haber sido engendrado por elmagnánimo Anquises y su madre esAfrodita. Ea, subamos al carro,retirémonos, y cesa de revolvertefurioso entre los combatientesdelanteros para que no pierdas la dulcevida.

251 Mirándolo con torva faz, lerespondió el fuerte Diomedes:

252 —No me hables de huir, pues nocreo que me persuadas. Sería impropio

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de mí batirme en retirada oamedrentarme. Mis fuerzas aún siguensin menoscabo. Desdeño subir al carro,y tal como estoy iré a encontrarlos, puesPalas Atenea no me deja temblar. Suságiles corceles no los llevarán lejos deaquí, si por ventura alguno de aquéllospuede escapar. Otra cosa voy a decirque tendrás muy presente: Si la sabiaAtenea me concede la gloria de matar aentrambos, sujeta estos velocescaballos, amarrando las bridas albarandal, y no se te olvide de apoderartede los corceles de Eneas para sacarlosde los troyanos y traerlos a los aqueosde hermosas grebas; pues pertenecen a

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la raza de aquéllos que el largovidenteZeus dio a Tros en pago de su hijoGanímedes, y son, por canto, losmejores de cuantos viven debajo del soly la aurora. Anquises, rey de hombres,logró adquirir, a hurto, caballos de estaraza ayuntando yeguas con aquéllos sinque Laomedonte lo advirtiera;naciéronle seis en el palacio, crió cuatroen su pesebre y dio esos dos a Eneas,que pone en fuga a sus enemigos. Si loscogiéramos, alcanzaríamos gloria nopequeña.

274 Así éstos conversaban. ProntoEneas y Pándaro, picando a los ágilescorceles, se les acercaron. Y el preclaro

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hijo de Licaón exclamó el primero:277 —¡Corazón fuerte, hombre

belicoso, hijo del ilustre Tideo! Ya quela veloz y dañosa flecha no lo derribó,voy a probar si lo hiero con la lanza.

280 Dijo; y blandiendo la ingentearma, dio un bote en el escudo delTidida: la broncínea punta atravesó larodela y llegó muy cerca de la coraza.El preclaro hijo de Licaón gritóenseguida:

284 —Tienes el ijar atravesado departe a parte, y no creo que resistaslargo tiempo. Inmensa es la gloria queacabas de darme.

286 Sin turbarse, le replicó el fuerte

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Diomedes:287 —Erraste el golpe, no has

acertado; y creo que no dejaréis decombatir, hasta que uno de vosotroscaiga y harte de sangre a Ares, elinfatigable luchador.

290 Dijo, y le arrojó la lanza que,dirigida por Atenea a la nariz junto alojo, le atravesó los blancos dientes. Elduro bronce cortó la punta de la lengua yapareció por debajo de la barba.Pándaro cayó del carro, sus lucientes ylabradas armas resonaron, espantáronselos corceles de ágiles pies, y allíacabaron la vida y el valor del guerrero.

297 Saltó Eneas del carro con el

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escudo y la larga pica; y, temiendo quelos aqueos le quitaran el cadáver,defendíalo como un león que confía ensu bravura: púsose delante del muertoenhiesta la lanza y embrazado el lisoescudo, y profiriendo horribles gritos sedisponía a matar a quien se le opusiera.Mas el Tidida, cogiendo una gran piedraque dos de los hombres actuales nopodrían llevar y que él manejabafácilmente, hirió a Eneas en laarticulación del isquion con el fémur quese llama cótila; la áspera piedra rompióla cótila, desgarró ambos tendones yarrancó la piel. El héroe cayó derodillas, apoyó la robusta mano en el

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suelo y la noche obscura cubrió susojos.

311 Y allí pereciera el rey dehombres Eneas, si al punto no lo hubieseadvertido su madre Afrodita, hija deZeus, que lo había concebido deAnquises, pastor de bueyes. La diosatendió sus níveos brazos al hijo amado ylo cubrió con un doblez del refulgentemanto, para defenderlo de los tiros; nofuera que alguno de los dánaos, deágiles corceles, clavándole el bronce enel pecho, le quitara la vida.

318 Mientras Afrodita sacaba a Eneasde la liza, el hijo de Capaneo no echó enolvido las órdenes que le diera

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Diomedes, valiente en el combate:sujetó allí, separadamente de la refriega,sus solípedos caballos, amarrando lasbridas al barandal; y, apoderándose delos corceles, de lindas crines, de Eneas,hízolos pasar de los troyanos a losaqueos de hermosas grebas y entrególosa Deípilo, el compañero a quien máshonraba entre los de la misma edad acausa de su prudencia, para que losllevara a las cóncavas naves. Actocontinuo el héroe subió al carro, asió laslustrosas riendas y guió solícito hacia elTidida los caballos de duros cascos. Elhéroe perseguía con el cruel bronce aCipris, conociendo que era una deidad

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débil, no de aquéllas que imperan en elcombate de los hombres, como Atenea oEnio, asoladora de ciudades. Tan prontocomo llegó a alcanzarla por entre lamultitud, el hijo del magnánimo Tideo,calando la afilada pica, rasguñó la tiernamano de la diosa: la punta atravesó elpeplo divino, obra de las mismasGracias, y rompió la piel de la palma.Brotó la sangre divina, o por mejordecir, el icor; que tal es lo que tienen losbienaventurados dioses, pues no comenpan ni beben el negro vino, y por estocarecen de sangre y son llamadosinmortales. La diosa, dando una granvoz, apartó a su hijo, que Febo Apolo

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recibió en sus brazos y envolvió enespesa nube; no fuera que alguno de losdánaos, de ágiles corceles, clavándoleel bronce en el pecho, le quitara la vida.Y Diomedes, valiente en el combate,dijo a voz en cuello:

348 —¡Hija de Zeus, retírate delcombate y la pelea! ¿No te basta engañara las débiles mujeres? Creo que, siintervienes en la batalla, te dará horrorla guerra, aunque te encuentres a grandistancia de donde la haya.

352 Así dijo. La diosa retrocedióturbada y muy afligida; Iris, de piesveloces como el viento, asiéndola por lamano, la sacó del tumulto cuando ya el

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dolor la abrumaba y el hermoso cutis seennegrecía; y como aquélla encontrara alfuribundo Ares sentado a la izquierda dela batalla, con la lanza y los velocescaballos envueltos en una nube, se hincóde rodillas y pidióle con instancia loscorceles de áureas bridas:

359 —¡Querido hermano!Compadécete de mí y dame los caballospara que pueda volver al Olimpo, a lamansión de los inmortales. Me duelemucho la herida que me infirió unhombre, el Tidida, quien sería capaz depelear con el padre Zeus.

363 Dijo, y Ares le cedió loscorceles de áureas bridas. Afrodita

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subió al carro con el corazón afligido;Iris se puso a su lado, y tomando lasriendas avispó con el látigo a aquéllos,que gozosos alzaron el vuelo. Prontollegaron a la morada de los dioses, alalto Olimpo; y la diligente Iris, la depies ligeros como el viento, detuvo loscaballos, los desunció del carro y lesechó un pasto divino. La diosa Afroditase refugió en el regazo de su madreDione; la cual, recibiéndola en losbrazos y halagándola con la mano, ledijo:

373 —¿Cuál de los celestes dioses,hija querida, de tal modo te maltrató,como si a su presencia hubieses

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cometido alguna falta?375 Respondióle al punto Afrodita,

amante de la risa:376 —Hirióme el hijo de Tideo,

Diomedes soberbio, porque sacaba de laliza a mi hijo Eneas, carísimo para mímás que otro alguno. La enconada luchaya no es sólo de troyanos y aqueos, pueslos dánaos ya se atreven a combatir conlos inmortales.

381 Contestó Dione, divina entre lasdiosas:

382 —Sufre el dolor, hija mía, ysopórtalo aunque estés afligida; quemuchos de los que habitamos olímpicospalacios hemos tenido que tolerar

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ofensas de los hombres, a quienesexcitamos para causarnos, unos dioses aotros, horribles males.— Las toleróAres cuando Oto y el fornido Efialtes,hijos de Aloeo, lo tuvieron trece mesesatado con fuertes cadenas en una cárcelde bronce: allí pereciera el diosinsaciable de combate, si su madrastra,la bellísima Eribea, no lo hubieseparticipado a Hermes, quien sacófurtivamente de la cárcel a Ares casiexánime, pues las crueles ataduras loagobiaban.— Las toleró Hera cuando elvigoroso hijo de Anfitrión hirióla en elpecho diestro con trifurcada flecha;vehementísimo dolor atormentó entonces

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a la diosa.— Y las toleró también elingente Hades cuando el mismo hijo deZeus, que lleva la égida, disparándoleen Pilos veloz saeta, lo entregó al dolorentre los muertos: con el corazónafligido, traspasado de dolor, pues laflecha se le había clavado en la robustaespalda y abatía su ánimo, fue el dios alpalacio de Zeus, al vasto Olimpo, y,como no había nacido mortal, curóloPeón, esparciendo sobre la heridadrogas calmantes. ¡Osado! ¡Temerario!No se abstenía de cometer accionesnefandas y contristaba con el arco a losdioses que habitan el Olimpo.— A éselo ha excitado contra ti Atenea, la diosa

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de ojos de lechuza. ¡Insensato! Ignora elhijo de Tideo que quien lucha con losinmortales ni llega a viejo ni los hijos loreciben, llamándole padre y abrazandosus rodillas, de vuelta del combate y dela terrible pelea. Aunque es valiente,tema el Tidida que le salga al encuentroalguien más fuerte que tú: no sea queluego la prudente Egialea, hija deAdrasto y cónyuge ilustre de Diomedes,domador de caballos, despierte con sullanto a los domésticos por sentirsoledad de su legítimo esposo, el mejorde los aqueos todos.

416 Dijo, y con ambas manos restañóel icor; la mano se curó y los acerbos

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dolores se calmaron. Atenea y Hera, quelo presenciaban, intentaron zaherir aZeus Cronida con mordaces palabras; yAtenea, la diosa de ojos de lechuza,empezó a hablar de esta manera:

421 —¡Padre Zeus! ¿Te irritarásconmigo por lo que diré? Sin dudaCipris quiso persuadir a alguna aquea dehermoso peplo a que se fuera con lostroyanos, que tan queridos le son; y,acariciándola, áureo broche le rasguñóla delicada mano.

426 Así dijo. Sonrióse el padre delos hombres y de los dioses, y llamandoa la áurea Afrodita, le dijo:

428 —A ti, hija mía, no te han sido

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asignadas las acciones bélicas: dedícatea los dulces trabajos del himeneo, y elimpetuoso Ares y Atenea cuidarán deaquéllas.

431 Así los dioses conversaban.Diomedes, valiente en el combate, cerrócon Eneas, no obstante comprender queel mismo Apolo extendía la mano sobreél; pues, impulsado por el deseo deacabar con el héroe y despojarlo de lasmagníficas armas, ya ni al gran diosrespetaba. Tres veces asaltó a Eneas conintención de matarlo; tres veces agitóApolo el refulgente escudo. Y cuando,semejante a un dios, atacaba por cuartavez, Apolo, el que hiere de lejos, lo

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increpó con aterradoras voces:440 —¡Tidida, piénsalo mejor y

retírate! No quieras igualarte a lasdeidades, pues jamás fueron semejantesla raza de los inmortales dioses y la delos hombres que andan por la tierra.

443 Así dijo. El Tidida retrocedió unpoco para no atraerse la cólera deApolo, el que hiere de lejos; y el dios,sacando a Eneas del combate, lo llevó altemplo que tenía en la sacra Pérgamo:dentro de éste, Leto y Artemis, que secomplace en tirar fechas, curaron alhéroe y le aumentaron el vigor y labelleza del cuerpo. En tanto Apolo, quelleva arco de plata, formó un simulacro

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de Eneas y su armadura; y, alrededor delmismo, troyanos y divinos aqueoschocaban las rodelas de cuero de buey ylos alados broqueles que protegían suscuerpos. Y Febo Apolo dijo entonces alfuribundo Ares:

455 —¡Ares, Ares, funesto a losmortales, manchado de homicidios,demoledor de murallas! ¿Quieres entraren la liza y sacar a ese hombre, alTidida, que sería capaz de combatirhasta con el padre Zeus? Primero hirió aCipris en el puño, y luego, semejante aun dios, cerró conmigo.

460 Cuando esto hubo dicho, sentóseen la excelsa Pérgamo. El funesto Ares,

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tomando la figura del ágil Acamante,caudillo de los tracios, enardeció a losque militaban en las filas troyanas yexhortó a los ilustres hijos de Príamo,alumnos de Zeus:

464 —¡Hijos del rey Príamo, alumnode Zeus! ¿Hasta cuándo dejaréis que elpueblo perezca a manos de los aqueos?¿Acaso hasta que el enemigo llegue a lassólidas puertas de los muros? Yace entierra un varón a quien honrábamoscomo al divino Héctor: Eneas, hijo delmagnánimo Anquises. Ea, saquemos deltumulto al valiente amigo.

470 Con estas palabras les excitó atodos el valor y la fuerza. A su vez,

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Sarpedón reprendía así al divinoHéctor:

472 —¡Héctor! ¿Qué se hizo el valorque antes mostrabas? Dijiste quedefenderías la ciudad sin tropas nialiados, solo, con tus hermanos y tusdeudos. De éstos a ninguno veo nidescubrir puedo: temblando están comoperros en torno de un león, mientrascombatimos los que únicamente somosauxiliares. Yo, que figuro como tal, hevenido de muy lejos, de Licia, situada aorillas del voraginoso Janto; allí dejé ami esposa amada, al tierno infante yriquezas muchas que el menesterosoapetece. Mas, sin embargo de esto y de

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no tener aquí nada que los aqueospuedan llevarse o apresar, animo a loslicios y deseo luchar con ese guerrero; ytú estás parado y ni siquiera exhortas alos demás hombres a que resistan alenemigo y defiendan a sus esposas. Nosea que, como si hubierais caído en unared de lino que todo lo envuelve,lleguéis a ser presa y botín de losenemigos, y éstos destruyan vuestrapopulosa ciudad. Preciso es que loocupes en ello día y noche y supliques alos caudillos de los auxiliares venidosde lejas tierras, que resistan firmementey no se hagan acreedores a gravescensuras.

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493 Así habló Sarpedón. Suspalabras royéronle el ánimo a Héctor,que enseguida saltó del carro al suelo,sin dejar las armas; y, blandiendo un parde afiladas picas, recorrió el ejército,animóle a combatir y promovió unaterrible pelea. Los troyanos volvieron lacara a los aqueos para embestirlos, y losargivos sostuvieron apiñados laacometida y no se arredraron. Como enel abaleo, cuando la rubia Demétersepara el grano de la paja al soplo delviento, el aire lleva el tamo por lassagradas eras y los montones de pajablanquean; del mismo modo los aqueosse tornaban blanquecinos por el polvo

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que levantaban hasta el cielo de broncelos pies de los corceles de cuantosvolvían a encontrarse en la refriega. Losaurigas guiaban los caballos al combatey los guerreros acometían de frente contoda la fuerza de sus brazos. Elfuribundo Ares cubrió el campo deespesa niebla para socorrer a lostroyanos y a todas partes iba;cumpliendo así el encargo que le hizoFebo Apolo, el de la áurea espada, deque excitara el ánimo de aquéllos,cuando vio que Palas Atenea, laprotectora de los dánaos, se ausentaba.

512 El dios sacó a Eneas del suntuosotemplo; e, infundiendo valor al pastor de

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hombres, le dejó entre sus compañeros,que se alegraron de verlo vivo, sano yrevestido de valor; pero no lepreguntaron nada, porque no se lopermitía el combate suscitado por eldios del arco de plata, por Ares, funestoa los mortales, y por la Discordia, cuyofuror es insaciable.

519 Ambos Ayantes, Ulises yDiomedes enardecían a los dánaos en lapelea; y éstos, en vez de atemorizarseante la fuerza y las voces de lostroyanos, aguardábanlos tan firmes comolas nubes que el Cronida deja inmóvilesen las cimas de los montes durante lacalma, cuando duermen el Bóreas y

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demás vientos fuertes que con sonorosoplo disipan los pardos nubarrones; tanfirmemente esperaban los dánaos a lostroyanos, sin pensar en la fuga. El Atridabullía entre la muchedumbre y a todosexhortaba:

529 —¡Oh amigos! ¡Sed hombres,mostrad que tenéis un corazón esforzadoy avergonzaos de parecer cobardes en elduro combate! De los que sienten estetemor, son más los que se salvan que losque mueren; los que huyen ni alcanzangloria, ni entre sí se ayudan.

533 Dijo, y despidiendo con ligerezael dardo hirió al caudillo DeicoontePergásida, compañero del magnánimo

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Eneas; a quien veneraban los troyanoscomo a la prole de Príamo, por su arrojoen pelear en las primeras filas. El reyAgamenón acertó a darle un bote en elescudo, que no logró detener el dardo;éste lo atravesó, y, rasgando el cinturón,clavóse el bronce en el empeine delguerrero. Deicoonte cayó con estrépito ysus armas resonaron.

541 Eneas mató a dos hijos deDiocles, Cretón y Orsíloco, varonesvalentísimos, cuyo padre vivía en labien construida Fera abastado de bienes,y era descendiente del anchuroso Alfeo,que riega el país de los pilios. El Alfeoengendró a Ortíloco, que reinó sobre

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muchos hombres; Ortíloco fue padre delmagnánimo Diocles, y de éste nacieronlos dos mellizos Cretón y Orsíloco,diestros en toda especie de combates;quienes, apenas llegados a la juventud,fueron en negras naves y junto con losargivos a Ilio, la de hermosos corceles,para vengar a los Atridas Agamenón yMenelao, y allí hallaron su fin, pues losenvolvió la muerte. Como dos leones,criados por su madre en la espesa selvade la cumbre de un monte, devastan losestablos, robando bueyes y pingüesovejas, hasta que los hombres los matancon afilado bronce; del mismo modo,aquéllos, que parecían altos abetos,

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cayeron vencidos por las manos deEneas.

561 Al verlos derribados en el suelo,condolióse Menelao, caro a Ares, yenseguida, revestido de luciente broncey blandiendo la lanza, se abrió caminopor las primeras filas: Ares le excitabael valor para que sucumbiera a manos deEneas. Pero Antíloco, hijo delmagnánimo Néstor, que lo advirtió, sefue en pos del pastor de hombrestemiendo que le ocurriera algo y lesfrustrara la empresa. Cuando los dosguerreros, deseosos de pelear, calabanlas agudas lanzas para acometerse,colocóse Antíloco muy cerca del pastor

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de hombres; Eneas, al ver a los dosvarones que estaban juntos, aunque eraluchador brioso, no se atrevió aesperarlos; y ellos pudieron llevarsehacia los aqueos los cadáveres deaquellos infelices, ponerlos en lasmanos de sus amigos y volver acombatir en el punto más avanzado.

576 Entonces mataron a Pilémenes,igual a Ares, caudillo de los valientes yescudados paflagones: el AtridaMenelao, famoso por su pica, envasólela lanza junto a la clavícula. Antílocohirió de una pedrada en el codo al buenescudero Midón Atimníada, cuando ésterevolvía los solípedos caballos —las

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ebúrneas riendas cayeron de sus manosal polvo—, y, acometiéndolo con laespada, le dio un tajo en las sienes.Midón, anhelante, cayó del bienconstruido carro: hundióse su cabezacon el cuello y parte de los hombros enla arena que allí abundaba, y asípermaneció un buen espacio hasta quelos corceles, pataleando, lo tiraron alsuelo; Antíloco se apoderó del carro,picó a los corceles, y se los llevó alcampamento aqueo.

590 Héctor atisbó a los dos guerrerosen las filas, arremetió a ellos, gritando,y lo siguieron las fuertes falangestroyanas que capitaneaban Ares y la

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venerable Enio; ésta promovía elhorrible tumulto de la pelea; Aresmanejaba una lanza enorme, y yaprecedía a Héctor, ya marchaba detrásdel mismo.

596 Al verlo, estremecióseDiomedes, valiente en el combate.Como el inexperto viajero, después queha atravesado una gran llanura, sedetiene al llegar a un río de rápidacorriente que desemboca en el mar,percibe el murmurio de las espumosasaguas y vuelve con presteza atrás, desemejante modo retrocedió el Tidida,gritando a los suyos:

601 —¡Oh amigos! ¿Cómo nos

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admiramos de que el divino Héctor seahábil lancero y audaz luchador? A sulado hay siempre alguna deidad paralibrarlo de la muerte, y ahora es Ares,transfigurado en mortal, quien loacompaña. Emprended la retirada, conla cara vuelta hacia los troyanos, y noqueráis combatir denodadamente con losdioses.

607 Así dijo. Los troyanos llegaronmuy cerca de ellos, y Héctor mató a dosvarones diestros en la pelea que iban enun mismo carro: Menestes y Anquíalo.Al verlos derribados por el suelo,compadecióse el gran Ayante Telamonio;y, deteniéndose muy cerca del enemigo,

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arrojó la pica reluciente a Anfio, hijo deSélago, que moraba en Peso, erariquísimo en bienes y sembrados y habíaido —impulsábale el hado— a ayudar aPríamo y sus hijos. Ayante Telamonioacertó a darle en el cinturón, la largapica se clavó en el empeine, y elguerrero cayó con estrépito. Corrió elesclarecido Ayante a despojarlo de lasarmas —los troyanos hicieron lloversobre el héroe agudos relucientesdardos, de los cuales recibió muchos elescudo—, y, poniendo el pie encima delcadáver, arrancó la broncínea lanza;pero no pudo quitarle de los hombros lamagnífica armadura, porque estaba

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abrumado por los tiros. Temió verseencerrado dentro de un fuerte círculopor los arrogantes troyanos, que en grannúmero y con valentía le enderezabansus lanzas; y, aunque era corpulento,vigoroso e ilustre, fue rechazado y hubode retroceder.

627 Así se portaban éstos en el durocombate. El hado poderoso llevó contraSarpedón, igual a un dios, a TlepólemoHeraclida, valiente y de gran estatura.Cuando ambos héroes, hijo y nieto deZeus, que amontona las nubes, sehallaron frente a frente, Tlepólemo fueel primero en hablar y dijo:

633 —¡Sarpedón, príncipe de los

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licios! ¿Qué necesidad tienes, noestando ejercitado en la guerra, de venira temblar? Mienten cuantos afirman queeres hijo de Zeus, que lleva la égida,pues desmereces mucho de los varonesengendrados en tiempos anteriores poreste dios, como dicen que fue miintrépido padre, el fornido Heracles,que resistía audazmente y tenía el ánimode un león; el cual, habiendo venido porlos caballos de Laomedonte, con seissolas naves y pocos hombres, consiguiósaquear la ciudad y despoblar suscalles. Pero tú eres de ánimo apocado,dejas que las tropas perezcan, y no creoque tu venida de la Licia sirva para la

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defensa de los troyanos por muyvigoroso que seas; pues, vencido por mí,entrarás por las puertas del Hades.

647 Respondióle Sarpedón, caudillode los licios:

648 —¡Tlepólemo! Aquél destruyó,con efecto, la sacra Ilio a causa de laperfidia del ilustre Laomedonte, quepagó con injuriosas palabras susbeneficios y no quiso entregarle loscaballos por los que había venido de tanlejos. Pero yo te digo que la perdición yla negra muerte de mi mano te vendrán; ymuriendo, herido por mi lanza, me darásgloria, y a Hades, el de los famososcorceles, el alma.

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655 Así dijo Sarpedón, y Tlepólemoalzó la lanza de fresno. Las luengaslanzas partieron a un mismo tiempo delas manos. Sarpedón hirió a Tlepólemo:la dañosa punta atravesó el cuello, y lastinieblas de la noche velaron los ojosdel guerrero. Tlepólemo dio con su granlanza en el muslo izquierdo de Sarpedóny el bronce penetró con ímpetu hasta elhueso; pero todavía su padre lo libró dela muerte.

663 Los ilustres compañeros deSarpedón, igual a un dios, sacáronlo delcombate, con la gran lanza que, alarrastrarse, le pesaba; pues con la prisanadie advirtió la lanza de Fresno, ni

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pensó en arrancársela del muslo, paraque aquél pudiera subir al carro. Tantaera la fatiga con que lo cuidaban.

668 A su vez, los aqueos, dehermosas grebas, se llevaron del campoa Tlepólemo. El divino Ulises, de ánimopaciente, violo, sintió que se leenardecía el corazón, y revolvió en sumente y en su espíritu si debía perseguiral hijo de Zeus tonante o privar de lavida a muchos licios. No le habíaconcedido el hado al magnánimo Ulisesmatar con el agudo bronce al esforzadohijo de Zeus, y por esto Atenea leinspiró que acometiera a la multitud delos licios. Mató entonces a Cérano,

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Alástor, Cromio, Alcandro, Halio,Noemón y Prítanis, y aun a más licioshiciera morir el divino Ulises, si no lohubiese notado muy presto el granHéctor, el de tremolante casco; el cual,cubierto de luciente bronce, se abriócalle por los combatientes delanteros einfundió terror a los dánaos. Holgóse desu llegada Sarpedón, hijo de Zeus, yprofirió estas lastimeras palabras:

684 —¡Priámida! No permitas queyo, tendido en el suelo, llegue a serpresa de los dánaos; socórreme y pierdala vida luego en vuestra ciudad, ya queno he de alegrar, volviendo a mi casa y ala patria tierra, ni a mi esposa querida ni

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al tierno infante.689 Así dijo. Héctor, el de tremolante

casco, pasó corriendo, sin responderle,porque ardía en deseos de rechazarcuanto antes a los argivos y quitar lavida a muchos guerreros. Los ilustrescamaradas de Sarpedón, igual a un dios,lleváronlo al pie de una hermosa encinaconsagrada a Zeus, que lleva la égida; yel valeroso Pelagonte, su compañeroamado, le arrancó del muslo la lanza defresno. Amortecido quedó el héroe yobscura niebla cubrió sus ojos; peropronto volvió en su acuerdo, porque elsoplo del Bóreas lo reanimó cuando yaapenas respirar podía.

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699 Los argivos, al acometerlos Aresy Héctor armado de bronce, ni sevolvían hacia las negras naves, nirechazaban el ataque, sino que se batíanen retirada desde que supieron que aqueldios se hallaba con los troyanos.

703 ¿Cuál fue el primero, cuál elúltimo de los que entonces mataronHéctor, hijo de Príamo, y el broncíneoAres? Teutrante, igual a un dios;Orestes, aguijador de caballos; Treco,lancero etolio; Enómao; Héleno Enópiday Oresbio, el de tremolante mitra, quien,muy ocupado en cuidar de sus bienes,moraba en Hila, a orillas del lagoCefisis, con otros beocios que

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constituían un opulento pueblo.711 Cuando Hera, la diosa de níveos

brazos, vio que ambos mataban amuchos argivos en el duro combate, dijoa Atenea estas aladas palabras:

714 —¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, quelleva la égida! ¡Indómita! Vana será lapromesa que hicimos a Menelao de queno se iría sin destruir la bien muradaIlio, si dejamos que el pernicioso Aresejerza sus furores. Ea, pensemos enprestar al héroe poderoso auxilio.

719 Dijo; y Atenea, la diosa de ojosde lechuza, no desobedeció. Hera,deidad veneranda hija del gran Crono,aparejó los corceles con sus áureas

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bridas, y Hebe puso diligentemente en elférreo eje, a ambos lados del carro, lascorvas ruedas de bronce que tenían ochorayos. Era de oro la indestructible pina,de bronce las ajustadas admirablesllantas, y de plata los torneados cubos.El asiento descansaba sobre tiras de oroy de plata, y un doble barandalcircundaba el carro. Por delante salíaargéntea lanza, en cuya punta ató ladiosa un hermoso yugo de oro conbridas de oro también; y Hera, queanhelaba el combate y la pelea, unciólos corceles de pies ligeros.

733 Atenea, hija de Zeus, que lleva laégida, dejó caer al suelo, en el palacio

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de su padre, el hermoso peplo bordadoque ella misma había tejido y labradocon sus manos; vistió la túnica de Zeus,que amontona las nubes, y se armó parala luctuosa guerra. Suspendió de sushombros la espantosa égida floqueadaque el terror corona: allí están laDiscordia, la Fuerza y la Persecuciónhorrenda; allí la cabeza de la Gorgona,monstruo cruel y horripilante, portentode Zeus, que lleva la égida. Cubrió sucabeza con áureo casco de doble cimeray cuatro abolladuras, apto para resistir ala infantería de cien ciudades. Y,subiendo al flamante carro, asió la lanzaponderosa, larga, fornida, con que la

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hija del prepotente padre destruye filasenteras de héroes cuando contra ellosmonto en cólera. Hera picó con el látigoa los corceles, y de propio impulsoabriéronse rechinando las puertas delcielo de que cuidan las Horas —a ellasestá confiado el espacioso cielo y elOlimpo— para remover o colocardelante la densa nube. Por allí, por entrelas puertas, dirigieron los corcelesdóciles al látigo y hallaron al Cronión,sentado aparte de los otros dioses, en lamás alta de las muchas cumbres delOlimpo. Hera, la diosa de los níveosbrazos, detuvo entonces los corceles,para hacer esta pregunta al excelso Zeus

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Cronida:757 —¡Padre Zeus! ¿No te indignas

contra Ares al presenciar sus atroceshechos? ¡Cuántos y cuáles varonesaqueos ha hecho perecer temeraria einjustamente! Yo me afijo, y Cipris yApolo, que lleva arco de plata, sealegran de haber excitado a ese loco queno conoce ley alguna. Padre Zeus, ¿teirritarás conmigo si a Ares le ahuyentodel combate causándole funestasheridas?

764 Respondióle Zeus, que amontonalas nubes:

765 —Ea, aguija contra él a Atenea,que impera en las batallas, pues es quien

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suele causarle más vivos dolores.767 Así dijo. Hera, la diosa de los

níveos brazos, le obedeció, y picó a loscorceles, que volaron gozosos entre latierra y el estrellado cielo. Cuantoespacio alcanza a ver el que, sentado enalta cumbre, fija sus ojos en el vinosoponto, otro tanto salvan de un brinco loscaballos, de sonoros relinchos, de losdioses. Tan luego como ambas deidadesllegaron a Troya, Hera, la diosa de losníveos brazos, paró el carro en el lugardonde los dos ríos Simoente yEscamandro juntan sus aguas; desunciólos corceles, cubriólos de espesa niebla,y el Simoente hizo nacer la ambrosía

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para que pacieran.778 Las diosas empezaron a andar,

semejantes en el paso a tímidaspalomas, impacientes por socorrer a losargivos. Cuando llegaron al sitio dondeestaba el fuerte Diomedes, domador decaballos, con los más y mejores de losadalides que parecían carniceros leoneso puercos monteses, cuya fuerza esgrande, se detuvieron; y Hera, la diosade los níveos brazos, tomando elaspecto del magnánimo Esténtor, quetenía vozarrón de bronce y gritaba tantocomo otros cincuenta, exclamó:

787 —¡Qué vergüenza, argivos,hombres sin dignidad, admirables sólo

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por la figura! Mientras el divino Aquilesasistía a las batallas, los troyanos,amedrentados por su formidable pica, nopasaban de las puertas dardanias; yahora combaten lejos de la ciudad, juntoa las cóncavas naves.

792 Con tales palabras les excitó atodos el valor y la fuerza. Atenea, ladiosa de ojos de lechuza, fue en buscadel Tidida y halló a este príncipe junto asu carro y sus corceles, refrescando laherida que Pándaro con una flecha lehabía causado. El sudor le molestabadebajo de la ancha abrazadera delredondo escudo, cuyo peso sentía elhéroe; y, alzando éste con su cansada

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mano la correa, se enjugaba la denegridasangre. La diosa apoyó la diestra en elyugo de los caballos y dijo:

800 —¡Cuán poco se parece a supadre el hijo de Tideo! Era éste depequeña estatura, pero belicoso. Yaunque no le dejase combatir niseñalarse —como en la ocasión en que,habiendo ido por embajador a Teba, seencontró lejos de los suyos entremultitud de cadmeos y le di orden deque comiera tranquilo en el palacio—,conservaba siempre su espírituvaleroso, y, desafiando a los jóvenescadmeos, los vencía fácilmente en todaclase de luchas. ¡De tal modo lo

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protegía! Ahora es a ti a quien asisto ydefiendo, exhortándote a pelearanimosamente con los troyanos. Mas, oel excesivo trabajo de la guerra hafatigado tus miembros, o te domina elexánime terror. No, tú no eres el hijo delaguerrido Tideo Enida.

814 Y, respondiéndole, el fuerteDiomedes le dijo:

815 —Te conozco, oh diosa, hija deZeus, que lleva la égida. Por esto tehablaré gustoso, sin ocultarte nada. Nome domina el exánime terror ni flojedadalguna; pero recuerdo todavía lasórdenes que me diste. No me dejabascombatir con los bienaventurados

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dioses; pero, si Afrodita, hija de Zeus,se presentara en la pelea, debía herirlacon el agudo bronce, Pues bien: ahoraretrocedo y he mandado que todos losargivos se replieguen aquí, porquecomprendo que Ares impera en labatalla.

825 Contestóle Atenea, la diosa deojos de lechuza:

826 —¡Diomedes Tidida, carísimo ami corazón! No temas a Ares ni aninguno de los inmortales; tanto te voy aayudar. Ea, endereza los solípedoscaballos a Ares el primero, hiérele decerca y no respetes al furibundo dios, aese loco voluble y nacido para dañar,

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que a Hera y a mí nos prometió combatircontra los troyanos en favor de losargivos y ahora está con aquéllos y se haolvidado de sus palabras.

835 Apenas hubo dicho estaspalabras, asió de la mano a Esténelo,que saltó diligente del carro a tierra.Montó la enardecida diosa, colocándoseal lado del ilustre Diomedes, y el eje deencina recrujió a causa del peso porquellevaba a una diosa terrible y a un varónfortísimo. Palas Atenea, habiendorecogido el látigo y las riendas, guió lossolípedos caballos hacia Ares elprimero; el cual quitaba la vida algigantesco Perifante, preclaro hijo de

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Oquesio y el más valiente de los etolios.A tal varón mataba Ares, manchado dehomicidios; y Atenea se puso el cascode Hades para que el furibundo dios nola conociera.

846 Cuando Ares, funesto a losmortales, vio al ilustre Diomedes, dejóal gigantesco Perifante tendido donde lehabía muerto y se encaminó haciaDiomedes, domador de caballos. Alhallarse a corta distancia, Ares, quedeseaba quitar la vida a Diomedes, ledirigió la broncínea lanza por cima delyugo y las riendas; pero Atenea, la diosade ojos de lechuza, cogiéndola yalejándola del carro, hizo que aquél

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diera el golpe en vano. A su vezDiomedes, valiente en el combate, atacóa Ares con la broncínea lanza, y PalasAtenea, apuntándola a la ijada del dios,donde el cinturón le ceñía, hirióle,desgarró el hermoso cutis y retiró elarma. El broncíneo Ares clamó comogritarían nueve o diez mil hombres queen la guerra llegaran a las manos; ytemblaron, amedrentados, aqueos ytroyanos. ¡Tan fuerte bramó Ares,insaciable de combate!

864 Cual vapor sombrío que sedesprende de las nubes por la acción deun impetuoso viento abrasador, tal leparecía a Diomedes Tidida el broncíneo

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Ares cuando, cubierto de niebla, sedirigía al anchuroso cielo. El dios llegóenseguida al alto Olimpo, mansión delas deidades; se sentó, con el corazónafligido, al lado de Zeus Cronión,mostró la sangre inmortal que manaba dela herida, y suspirando dijo estas aladaspalabras:

872 —¡Padre Zeus! ¿No te indignas alpresenciar tan atroces hechos? Siemprelos dioses hemos padecido maleshorribles que recíprocamente noscausamos para complacer a loshombres; pero todos estamos airadoscontigo, porque engendraste una hijaloca, funesta, que sólo se ocupa en

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acciones inicuas. Cuantos dioses hay enel Olimpo, todos te obedecen y acatan;pero a ella no la sujetas con palabras nicon obras, sino que la instigas, por sertú el padre de esa hija perniciosa que hamovido al insolente Diomedes, hijo deTideo, a combatir, en su furia, con losinmortales dioses. Primero hirió decerca a Cipris en el puño, y después,cual si fuese un dios, arremetió contramí. Si no llegan a salvarme mis ligerospies, hubiera tenido que sufrirpadecimientos durante largo tiempoentre espantosos montones de cadáveres,o quedar inválido, aunque vivo, a causade las heridas que me hiciera el bronce.

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888 Mirándolo con torva faz,respondió Zeus, que amontona las nubes:

889 —¡Inconstante! No te lamentes,sentado junto a mí, pue me eres másodioso que ningún otro de los dioses delOlimpo. Siempre te han gustado lasriñas, luchas y peleas, y tienes elespíritu soberbio, que nunca cede, de tumadre Hera a quien apenas puedodominar con mis palabras. Creo quecuanto te ha ocurrido lo debes a susconsejos. Pero no permitiré que losdolores te atormenten, porque eres de milinaje y para mí te parió tu madre. Si,siendo tan perverso hubieses nacido dealgún otro dios, tiempo ha que estaría en

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un abismo más profundo que el de loshijos de Urano.

899 Dijo, y mandó a Peón que locurara. Éste lo sanó, aplicándole drogascalmantes; que nada mortal en él había.Como el jugo cuaja la blanca y líquidaleche cuando se le mueve rápidamentecon ella, con igual presteza curó aquél alfuribundo Ares, a quien Hebe lavó ypuso lindas vestiduras. Y el dios sesentó al lado de Zeus Cronión, ufano desu gloria.

907 Hera argiva y Ateneaalalcomenia regresaron también alpalacio del gran Zeus, cuando hubieronconseguido que Ares, funesto a los

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mortales, de matar hombres seabstuviera.

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Canto VI*

Coloquio de Héctor yAndrómaca

* Entre los segundos, los troyanos,Héctor, que ha regresado a Troya paraordenar que las mujeres se congraciencon Atenea con plegarias y ofrendas,cuando vuelve al campo de batalla, se

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encuentra con su esposa y con su hijo,aún de tierna edad. Y se destaca elcomportamiento de Héctor, héroeinocente que se sacrifica por Troya, y deParis, culpable y egoísta, que sólopiensa en él.

1 Quedaron solos en la batallahorrenda troyanos y aqueos, que searrojaban broncíneas lanzas; y la pelease extendía, acá y acullá de la llanura,entre las corrientes del Simoente y delJanto.

5 Ayante Telamonio, antemural de losaqueos, rompió el primero la falange

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troyana a hizo aparecer la aurora de lasalvación entre los suyos, hiriendo demuerte al tracio más denodado, al alto yvaliente Acamante, hijo de Eusoro.Acertóle en la cimera del cascoguarnecido con crines de caballo, lalanza se clavó en la frente, la broncíneapunta atravesó el hueso y las tinieblascubrieron los ojos del guerrero.

12 Diomedes, valiente en el combate,mató a Axilo Teutránida, que, abastadode bienes, moraba en la bien construidaArisbe; y era muy amigo de los hombres,porque en su casa, situada cerca delcamino, a todos les daba hospitalidad.Pero ninguno de ellos vino entonces a

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librarlo de la lúgubre muerte, yDiomedes le quitó la vida a él y a suescudero Calesio, que gobernaba loscaballos. Ambos penetraron en el senode la tierra.

20 Euríalo dio muerte a Dreso yOfeltio, y fuese tras Esepo y Pédaso, aquienes la náyade Abarbárea habíaconcebido en otro tiempo del eximioBucolión, hijo primogénito y bastardodel ilustre Laomedonte (Bucoliónapacentaba ovejas y tuvo amorosoconsorcio con la ninfa, la cual quedóencinta y dio a luz a los dos mellizos):el Mecisteida acabó con el valor deambos, privó de vigor a sus bien

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formados miembros y les quitó laarmadura de los hombros.

29 El belicoso Polipetes dejó sinvida a Astíalo; Ulises, con la broncínealanza, a Pidites percosio; y Teucro, aAretaón divino. Antíloco Nestóridamató con la pica reluciente a Ablero;Agamenón, rey de hombres, a Élato, quehabitaba en la excelsa Pédaso, a orillasdel Satnioente, de hermosa corriente; elhéroe Leito, a Fílaco mientras huía; yEurípilo, a Melantio.

37 Menelao, valiente en la pelea,cogió vivo a Adrasto, cuyos caballos,corriendo despavoridos por la llanura,chocaron con las ramas de un tamarisco,

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rompieron el corvo carro por el extremodel timón, y se fueron a la ciudad conlos que huían espantados. El héroe cayóal suelo y dio de boca en el polvo juntoa la rueda; acercósele Menelao Atridacon la ingente lanza, y aquél, abrazandosus rodillas, así le suplicaba:

46 —Hazme prisionero, hijo deAtreo, y recibirás digno rescate. Muchascosas de valor tiene mi opulento padreen casa: bronce, oro, hierro labrado; conellas te pagaría inmenso rescate, sisupiera que estoy vivo en las navesaqueas.

51 Así dijo, y le conmovió elcorazón. E iba Menelao a ponerlo en

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manos del escudero, para que lo llevaraa las veleras naves aqueas, cuandoAgamenón corrió a su encuentro y loincrepó diciendo:

55 —¡Ah, bondoso! ¡Ah, Menelao!¿Por qué así te apiadas de estoshombres? ¡Excelentes cosas hicieron lostroyanos en tu casa! Ninguno de los quecaigan en nuestras manos se libre detener nefanda muerte, ni siquiera el quela madre lleve en el vientre, ni éseescape! ¡Perezcan todos los de Ilio, sinque sepultura alcancen ni memoriadejen!

61 Así diciendo, cambió la mente desu hermano con la oportuna exhortación.

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Repelió Menelao al héroe Adrasto, que,herido en el ijar por el rey Agamenón,cayó de espaldas. El Atrida le puso elpie en el pecho y le arrancó la lanza.

66 Néstor, en tanto, animaba a losargivos, dando grandes voces:

67 —¡Oh queridos, héroes dánaos,servidores de Ares! Nadie se quedeatrás para recoger despojos y volver,llevando los más que pueda, a las naves;ahora matemos hombres y luego con mástranquilidad despojaréis en la llanuralos cadáveres de cuantos mueran.

72 Así diciendo les excitó a todos elvalor y la fuerza. Y los troyanoshubieran vuelto a entrar en Ilio,

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acosados por los belicosos aqueos yvencidos por su cobardía, si HelenoPriámida, el mejor de los augures, no sehubiese presentado a Eneas y a Héctorpara decirles:

77 —¡Eneas y Héctor! Ya que el pesode la batalla gravita principalmentesobre vosotros entre los troyanos y loslicios, porque sois los primeros en todaempresa, ora se trate de combatir, ora derazonar, quedaos aquí, recorred las filas,y detened a los guerreros antes que seencaminen a las puertas, caigan huyendoen brazos de las mujeres y sean motivode gozo para los enemigos. Cuandohayáis reanimado todas las falanges,

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nosotros, aunque estamos muy abatidos,nos quedaremos aquí a pelear con losdánaos porque la necesidad nosapremia. Y tú, Héctor, ve a la ciudad ydi a nuestra madre que Name a lasvenerables matronas; vaya con ellas altemplo dedicado a Atenea, la de ojos delechuza, en la acrópolis; abra con lallave la puerta del sacro recinto; pongasobre las rodillas de la deidad, dehermosa cabellera, el peplo que mayorsea, más lindo le parezca y más apreciede cuantos haya en el palacio, y le votesacrificar en el templo doce vacas de unaño, no sujetas aún al yugo, siapiadándose de la ciudad y de las

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esposas y tiernos niños de los troyanos,aparta de la sagrada Ilio al hijo deTideo, feroz guerrero, cuya bravuracausa nuestra derrota y a quien tengo porel más esforzado de los aqueos todos.Nunca temimos tanto ni al mismoAquiles, príncipe de hombres, que es,según dicen, hijo de una diosa. Con granfuria se mueve el hijo de Tideo y envalentía nadie te iguala.

102 Así dijo; y Héctor obedeció a suhermano. Saltó del carro al suelo sindejar las armas; y, blandiendo dospuntiagudas lanzas, recorrió el ejércitopor todas partes, animólo a combatir ypromovió una terrible pelea. Los

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troyanos volvieron la cara y afrontaron alos argivos; y éstos retrocedieron ydejaron de matar, figurándose quealguno de los inmortales habríadescendido del estrellado cielo parasocorrer a aquéllos; de tal modo sevolvieron. Y Héctor exhortaba a lostroyanos diciendo en alta voz:

111 —¡Animosos troyanos, aliados delejas tierras venidos! Sed hombres,amigos, y mostrad vuestro impetuosovalor, mientras voy a Ilio y encargo a losrespetables próceres y a nuestrasesposas que oren y ofrezcan hecatombesa los dioses.

116 Dicho esto, Héctor, el de

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tremolante casco, partió; y la negra pielque orlaba el abollonado escudo comoúltima franja le batía el cuello y lostalones.

119 Glauco, vástago de Hipóloco, yel hijo de Tideo, deseosos de combatir,fueron a encontrarse en el espacio quemediaba entre ambos ejércitos. Cuandoestuvieron cara a cara, Diomedes,valiente en la pelea, dijo el primero:

123 —¿Cuál eres tú, guerrerovalentísimo, de los mortales hombres?Jamás te vi en las batallas, donde losvarones adquieren gloria, pero alpresente a todos los vences en audaciacuando te atreves a esperar mi fornida

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lanza. ¡Infelices de aquéllos cuyos hijosse oponen a mi furor! Mas si fuesesinmortal y hubieses descendido delcielo, no quisiera yo luchar con diosescelestiales. Poco vivió el fuerte Licurgo,hijo de Driante, que contendía con lascelestes deidades: persiguió en lossacros montes de Nisa a las nodrizas deDioniso, que estaba agitado por eldelirio báquico, las cuales tiraron alsuelo los tirsos al ver que el homicidaLicurgo las acometía con la aguijada; eldios, espantado, se arrojó al mar, y Tetisle recibió en su regazo, despavorido yagitado por fuerte temblor por laamenaza de aquel hombre; pero los

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felices dioses se irritaron contraLicurgo, cególe el hijo de Crono y suvida no fue larga, porque se había hechoodioso a los inmortales todos. Con losbienaventurados dioses no quisieracombatir; pero, si eres uno de losmortales que comen los frutos de latierra, acércate para que más prontollegues al término de tu perdición.

144 Respondióle el preclaro hijo deHipóloco:

145 —¡Magnánimo Tidida! ¿Por quéme interrogas sobre el abolengo? Cualla generación de las hojas, así la de loshombres. Esparce el viento las hojas porel suelo, y la selva, reverdeciendo,

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produce otras al llegar la primavera: deigual suerte, una generación humananace y otra perece. Pero ya que deseassaberlo, te diré cuál es mi linaje, demuchos conocido. Hay una ciudadllamada Éfira en el riñón de Argos,criadora de caballos, y en ella vivíaSísifo Eólida, que fue el más ladino delos hombres. Sísifo engendró a Glauco,y éste al eximio Belerofonte, a quien losdioses concedieron gentileza yenvidiable valor. Mas Preto, que eramuy poderoso entre los argivos, puesZeus los había sometido a su cetro,hízole blanco de sus maquinaciones y loechó de la ciudad. La divina Antea,

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mujer de Preto, había deseado conlocura juntarse clandestinamente conBelerofonte; pero no pudo persuadir alprudente héroe, que sólo pensaba encosas honestas, y mintiendo dijo al reyPreto: «¡Preto! Ojalá te mueras, o mata aBelerofonte, que ha querido juntarseconmigo, sin que yo lo deseara». Asídijo. El rey se encendió en ira al oírla;y, si bien se abstuvo de matar a aquélpor el religioso temor que sintió sucorazón, le envió a la Licia; y, haciendomortíferas señales en una tablita que sedoblaba, entrególe los perniciosossignos con orden de que los mostrase asu suegro para que éste lo perdiera.

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Belerofonte, poniéndose en caminodebajo del fausto patrocinio de losdioses, llegó a la vasta Licia y a lacorriente del Janto: el rey recibióle conafabilidad, hospedóle durante nuevedías y mandó matar otros tantos bueyes;pero, al aparecer por décima vez laAurora, la de rosáceos dedos, lointerrogó y quiso ver la nota que de suyerno Preto le traía. Y así que tuvo lafunesta nota, ordenó a Belerofonte quelo primero de todo matara a laineluctable Quimera, ser de naturalezano humana, sino divina, con cabeza deleón, cola de dragón y cuerpo de cabra,que respiraba encendidas y horribles

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llamas; y aquél le dio muerte, alentadopor divinales indicaciones. Luego tuvoque luchar con los afamados sólimos, ydecía que éste fue el más recio combateque con hombres sostuvo. En tercerlugar quitó la vida a las varonilesamazonas. Y, cuando regresaba a laciudad, el rey, urdiendo otra dolosatrama, armóle una celada con losvarones más fuertes que halló en laespaciosa Licia; y ninguno de éstosvolvió a su casa, porque a todos les diomuerte el eximio Belerofonte.Comprendió el rey que el héroe eravástago ilustre de alguna deidad y loretuvo allí, lo casó con su hija y

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compartió con él la dignidad regia; loslicios, a su vez, acotáronle un hermosocampo de frutales y sembradío que a losdemás aventajaba, para que pudiesecultivarlo. Tres hijos dio a luz la esposadel aguerrido Belerofonte: Isandro,Hipóloco y Laodamia; y ésta, amada porel próvido Zeus, dio a luz al deiformeSarpedón, que lleva armadura debronce. Cuando Belerofonte se atrajo elodio de todas las deidades, vagaba solopor los campos de Alea, royendo suánimo y apartándose de los hombres;Ares, insaciable de pelea, hizo morir aIsandro en un combate con los afamadossólimos, y Artemis, la que usa riendas

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de oro, irrítada, mató a su hija. A mí meengendró Hipóloco —de éste, pues, soyhijo— y envióme a Troya,recomendándome muy mucho quedescollara y sobresaliera siempre entretodos y no deshonrase el linaje de misantepasados, que fueron los hombresmás valientes de Efira y la extensaLicia. Tal alcurnia y tal sangre me gloríode tener.

212 Así dijo. Alegróse Diomedes,valiente en el combate; y, clavando lapica en el almo suelo, respondió concariñosas palabras al pastor dehombres:

213 —Pues eres mi antiguo huésped

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paterno, porque el divino Eneo hospedóen su palacio al eximio Belorofonte, letuvo consigo veinte días y ambos seobsequiaron con magníficos presentesde hospitalidad. Eneo dio un vistosotahalí teñido de púrpura, y Belerofonteuna áurea copa de doble asa, que en micasa quedó cuando me vine. A Tideo nolo recuerdo; dejóme muy niño al salirpara Teba, donde pereció el ejércitoaqueo. Soy, por consiguiente, tu carohuésped en el centro de Argos, y tú loserás mío en la Licia cuando vaya a tupueblo. En adelante no nos acometamoscon la lanza por entre la turba. Muchostroyanos y aliados ilustres me restan,

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para matar a quien, por la voluntad de undios, alcance en la carrera; y asimismote quedan muchos aqueos, para quitar lavida a quien te sea posible. Y ahoratroquemos la armadura, a fin de quesepan todos que de ser huéspedespaternos nos gloriamos.

232 Habiendo hablado así,descendieron de los carros y seestrecharon la mano en prueba deamistad. Entonces Zeus Cronida hizoperder la razón a Glauco; pues permutósus armas por las de Diomedes Tidida,las de oro por las de bronce, lasvaloradas en cien bueyes por las que ennueve se apreciaban.

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237 Al pasar Héctor por la encina ylas puertas Esceas, acudieron corriendolas esposas a hijas de los troyanos ypreguntáronle por sus hijos, hermanos,amigos y esposos; y él les encargó queunas tras otras orasen a los dioses,porque para muchas eran inminentes lasdesgracias.

242 Cuando llegó al magníficopalacio de Príamo, provisto de bruñidospórticos (en él había cincuenta cámarasde pulimentada piedra, seguidas, dondedormían los hijos de Príamo con suslegítimas esposas; y enfrente, dentro delmismo patio, otras doce construidasigualmente con sillares, continuas y

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techadas, donde se acostaban los yernosde Príamo y sus castas mujeres), le salióal encuentro su alma madre que iba enbusca de Laódice, la más hermosa de lasprincesas; y, asiéndole de la mano, ledijo:

254 —¡Hijo! ¿Por qué has venido,dejando el áspero combate? Sin dudalos aqueos, de aborrecido nombre,deben de estrecharnos, combatiendoalrededor de la ciudad, y tu corazón loha impulsado a volver con el fin delevantar desde la acrópolis las manos aZeus. Pero, aguarda, traeré vino dulcecomo la miel para que primeramente lolibes al padre Zeus y a los demás

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inmortales, y luego te aproveche tambiéna ti, si bebes. El vino aumenta mucho elvigor del hombre fatigado y tú lo estásde pelear por los tuyos.

263 Respondióle el gran Héctor, el detremolante casco:

264 —No me des vino dulce como lamiel, veneranda madre; no sea que meenerves y me prives del valor, y yo meolvide de mi fuerza. No me atrevo alibar el negro vino en honor de Zeus sinlavarme las manos, ni es lícito orar alCronión, el de las sombrías nubes,cuando uno está manchado de sangre ypolvo. Pero tú congrega a las matronas,llévate perfumes, y, entrando en el

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templo de Atenea, que impera en lasbatallas, pon sobre las rodillas de ladeidad de hermosa cabellera el peplomayor, más lindo y que más aprecies decuantos haya en el palacio; y vota a ladiosa sacrificar en su templo doce vacasde un año, no sujetas aún al yugo, si,apiadándose de la ciudad y de lasesposas y tiernos niños de los troyanos,aparta de la sagrada Ilio al hijo deTideo, feroz guerrero, cuya valentíacausa nuestra derrota. Encamínate, pues,al templo de Atenea, que impera en lasbatallas, y yo iré a la casa de Paris allamarlo, si me quiere escuchar. ¡Así latierra se lo tragara! Criólo el Olímpico

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como una gran plaga para los troyanos yel magnánimo Príamo y sus hijos. Creoque, si le viera descender al Hades, mialma se olvidaría de los enojosospesares.

286 Así dijo. Hécuba, volviendo alpalacio, llamó a las esclavas, y éstasanduvieron por la ciudad y congregarona las matronas; bajó luego al fraganteaposento donde se guardaban los peplosbordados, obra de las mujeres que sehabía llevado de Sidón el deiformeAlejandro en el mismo viaje por elancho ponto en que se llevó a Helena, lade nobles padres; tomó, para ofrecerlo aAtenea, el peplo mayor y más hermoso

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por sus bordaduras, que resplandecíacomo un astro y se hallaba debajo detodos, y partió acompañada de muchasmatronas.

297 Cuando llegaron a la acrópolis,abrióles las puertas del templo deAtenea Teano, la de hermosas mejillas,hija de Ciseide y esposa de Anténor,domador de caballos, a la cual habíanelegido los troyanos sacerdotisa deAtenea. Todas, con lúgubres lamentos,levantaron las manos a la diosa. Teano,la de hermosas mejillas, tomó el peplo,lo puso sobre las rodillas de Atenea, lade hermosa cabellera, y orando rogó asía la hija del gran Zeus:

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305 —¡Veneranda Atenea, protectorade la ciudad, divina entre las diosas!¡Quiébrale la lanza a Diomedes yconcédenos que caiga de pechos en elsuelo, ante las puertas Esceas, para quelo sacrifiquemos en este templo docevacas de un año, no sujetas aún al yugo,si de este modo te apiadas de la ciudady de las esposas y tiernos niños de lostroyanos!

311 Así dijo rogando, pero PalasAtenea no accedió. Mientras invocabande este modo a la hija del gran Zeus,Héctor se encaminó al magnífico palacioque para Alejandro había labrado élmismo con los más hábiles constructores

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de la fértil Troya; éstos le hicieron unacámara nupcial, una sala y un patio, enla acrópolis, cerca de los palacios dePríamo y de Héctor. Allí entró Héctor,caro a Zeus, llevando una lanza de oncecodos, cuya broncínea y reluciente puntaestaba sujeta por áureo anillo. En lacámara halló a Alejandro que acicalabalas magníficas armas, escudo y coraza, yprobaba el corvo arco; y a la argivaHelena, que, sentada entre sus esclavas,ocupábalas en primorosas labores. Y enviendo a aquél, increpólo con injuriosaspalabras:

326 —¡Desgraciado! No es decorosoque guardes en el corazón ese rencor.

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Los hombres perecen combatiendo alpie de los altos muros de la ciudad; elbélico clamor y la lucha se encendieronpor tu causa alrededor de nosotros, y túmismo reconvendrías a quien cejara enla pelea horrenda. Ea, levántate. No seaque la ciudad llegue a ser pasto de lasvoraces llamas.

332 Respondióle el deiformeAlejandro:

333 —¡Héctor! Justos y no excesivosson tus baldones, y por lo mismo voy acontestarte. Atiende y óyeme.Permanecía aquí, no tanto por estarairado o resentido con los troyanos,cuanto porque deseaba entregarme al

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dolor. En este instante mi esposa meexhortaba con blandas palabras a volveral combate; y también a mí me parecepreferible, porque la victoria tiene susalternativas para los guerreros. Ea, pues,aguarda, y visto las marciales armas; ovete y te sigo, y creo que lograréalcanzarte.

342 Así dijo. Héctor, el de tremolantecasco, nada contestó. Y Helena hablólecon dulces palabras:

343 —¡Cuñado mío, de esta perramaléfica y abominable! ¡Ojalá que,cuando mi madre me dio a luz, un vientotempestuoso se me hubiese llevado almonte o al estruendoso mar, para

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hacerme juguete de las olas, antes quetales hechos ocurrieran! Y ya que losdioses determinaron causar estos males,debió tocarme ser esposa de un varónmás fuerte, a quien dolieran laindignación y los muchos baldones delos hombres. Éste ni tiene firmeza deánimo ni la tendrá nunca, y creo querecogerá el debido fruto. Pero entra ysiéntate en esta silla, cuñado, que lafatiga te oprime el corazón por mí,perra, y por la falta de Alejandro; aquienes Zeus nos dio mala suerte a finde que a los venideros les sirvamos deasunto para sus cantos.

359 Respondióle el gran Héctor, el de

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tremolante casco:360 —No me ofrezcas asiento,

Helena, aunque me aprecies, pues nolograrás persuadirme: ya mi corazóndesea socorrer a los troyanos que meaguardan con impaciencia. Pero tú hazlevantar a ése y él mismo se dé prisapara que me alcance dentro de la ciudad,mientras voy a mi casa y veo a loscriados, a la esposa querida y al tiernoniño; que ignoro si volveré de la batalla,o los dioses dispondrán que sucumba amanos de los aqueos.

369 Apenas hubo dicho estaspalabras, Héctor, el de tremolante casco,se fue. Llegó enseguida a su palacio, que

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abundaba de gente, mas no encontró aAndrómaca, la de níveos brazos, puescon el niño y la criada de hermoso peploestaba en la torre llorando ylamentándose. Héctor, como no hallaradentro a su excelente esposa, detúvoseen el umbral y habló con las esclavas:

376 —¡Ea, esclavas, decidme laverdad! ¿Adónde ha ido Andrómaca, lade níveos brazos, desde el palacio? ¿Avisitar a mis hermanas o a mis cuñadasde hermosos peplos? ¿O, acaso, altemplo de Atenea, donde las troyanas,de lindas trenzas, aplacan a la terriblediosa?

381 Respondióle con estas palabras

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la fiel despensera:382 —¡Héctor! Ya que tanto nos

mandas decir la verdad, no fue a visitara tus hermanas ni a tus cuñadas dehermosos peplos, ni al templo deAtenea, donde las troyanas, de lindastrenzas, aplacan a la terrible diosa, sinoque subió a la gran torre de Ilio, porquesupo que los troyanos llevaban la peorparte y era grande el ímpetu de losaqueos. Partió hacia la muralla, ansiosa,como loca, y con ella se fue la nodrizaque lleva el niño.

390 Así habló la despensera, yHéctor, saliendo presuroso de la casa,desanduvo el camino por las bien

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trazadas calles. Tan luego como,después de atravesar la gran ciudad,llegó a las puertas Esceas —por allíhabía de salir al campo—, corrió a suencuentro su rica esposa Andrómaca,hija del magnánimo Eetión, que vivíabajo el boscoso Placo, en Teba bajo elPlaco, y era rey de los cilicios. Hija deéste era, pues, la esposa de Héctor, debroncínea armadura, que entonces lesalió al camino. Acompañábale unasirvienta llevando en brazos al tiernoinfante, al Hectórida amado, parecido auna hermosa estrella, a quien su padrellamaba Escamandrio y los demásAstianacte, porque sólo por Héctor se

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salvaba Ilio. Vio el héroe al niño ysonrió silenciosamente. Andrómaca,llorosa, se detuvo a su lado, y asiéndolede la mano le dijo:

407 —¡Desgraciado! Tu valor teperderá. No te apiadas del tierno infanteni de mí, infortunada, que pronto seré tuviuda; pues los aqueos te acometerántodos a una y acabarán contigo.Preferible sería que, al perderte, latierra me tragara, porque si mueres nohabrá consuelo para mí, sino pesares,que ya no tengo padre ni venerablemadre. A mi padre matólo el divinoAquiles cuando tomó la populosa ciudadde los cilicios, Teba, la de altas puertas:

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dio muerte a Eetión, y sin despojarlo,por el religioso temor que le entró en elánimo, quemó el cadáver con laslabradas armas y le erigió un túmulo, acuyo alrededor plantaron álamos lasninfas monteses, hijas de Zeus, que llevala égida. Mis siete hermanos, quehabitaban en el palacio, descendieron alHades el mismo día; pues a todos losmató el divino Aquiles, el de los piesligeros, entre los flexípedes bueyes y lascándidas ovejas. A mi madre, quereinaba al pie del selvoso Placo, trájolaaquél con otras riquezas y la puso enlibertad por un inmenso rescate; peroÁrtemis, que se complace en tirar

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flechas, hirióla en el palacio de mipadre. Héctor, tú eres ahora mi padre,mi venerable madre y mi hermano; tú, mifloreciente esposo. Pues, ea, sécompasivo, quédate aquí en la tome —¡no hagas a un niño huérfano y a unamujer viuda!— y pon el ejército junto alcabrahígo, que por allí la ciudad esaccesible y el muro más fácil de escalar.Los más valientes —los dos Ayantes, elcélebre Idomeneo, los Atridas y el fuertehijo de Tideo con los suyos respectivos— ya por tres veces se han encaminadoa aquel sitio para intentar el asalto:alguien que conoce los oráculos se loindicó, o su mismo arrojo los impele y

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anima.440 Contestóle el gran Héctor, el de

tremolante casco:441 Todo esto me da cuidado, mujer,

pero mucho me sonrojaría ante lostroyanos y las troyanas de rozagantespeplos, si como un cobarde huyera delcombate; y tampoco mi corazón meincita a ello, que siempre supe servaliente y pelear en primera fila entrelos troyanos, manteniendo la inmensagloria de mi padre y de mí mismo. Bienlo conoce mi inteligencia y lo presientemi corazón: día vendrá en que perezcanla sagrada Ilio, Príamo y el pueblo dePríamo, armad con lanzas de fresno.

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Pero la futura desgracia de los troyanos,de la misma Hécuba, del rey Príamo yde muchos d mis valientes hermanos quecaerán en el polvo a manos d losenemigos, no me importa tanto como laque padecerá tú cuando alguno de losaqueos, de broncíneas corazas, se telleve llorosa, privándote de libertad, yluego tejas tela e Argos, a las órdenesde otra mujer, o vayas por agua a lafuente Meseide o Hiperea, muycontrariada porque la dura necesidadpesará sobre ti. Y quizás alguienexclame, al verte derramar lágrimas:«Ésta fue la esposa de Héctor, elguerrero que más se señalaba entre los

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troyanos, domadores de caballos,cuando en torno de Ilio peleaban». Asídirán, y sentirás un nuevo pesar al vertesin el hombre que pudiera librarte de laesclavitud. Pero ojalá un montón detierra cubra mi cadáver, antes que oigatus clamores o presencie tu rapto.

466 Así diciendo, el esclarecidoHéctor tendió los brazos su hijo, y éstese recostó, gritando, en el seno de lanodriza de bella cintura, por el terrorque el aspecto de su padre le causaba:dábanle miedo el bronce y el terriblepenacho crines de caballo, que veíaondear en lo alto del yelmo. Sonriéronseel padre amoroso y la veneranda madre.

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Héctor se apresuró a dejar el refulgentecasco en el suelo, besó y meció en susmanos al hijo amado, y rogó así a Zeus ya los de más dioses:

476 —¡Zeus y demás dioses!Concededme que este hijo mío sea,como yo, ilustre entre los troyanos eigualmente esforzado; que reinepoderosamente en Ilio; que digan de élcuando vuelva de la batalla: «¡Es muchomás valiente que su padre!»; y que,cargado de cruentos despojos delenemigo quien haya muerto, regocije elalma de su madre.

482 Esto dicho, puso el niño enbrazos de la esposa amada, que, al

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recibirlo en el perfumado seno, sonreíacon el rostro todavía bañado enlágrimas. Notólo el esposo ycompadecido, acaricióla con la mano yle dijo:

486 —¡Desdichada! No en demasía tucorazón se acongoje, que nadie meenviará al Hades antes de lo dispuestopor el destino; y de su suerte ningúnhombre, sea cobarde o valiente, puedelibrarse una vez nacido. Vuelve a casa,ocúpate en las labores del telar y larueca, y ordena a las esclavas que seapliquen al trabajo; y de la guerra noscuidaremos cuantos varones nacimos enIlio, y yo el primero.

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494 Dichas estas palabras, elpreclaro Héctor se puso el yelmoadornado con crines de caballo, y laesposa amada regresó a su casa,volviendo la cabeza de cuando encuando y vertiendo copiosas lágrimas.Pronto llegó Andrómaca al palacio,lleno de gente, de Héctor, matador dehombres; halló en él muchas esclavas, ya todas las movió a lágrimas. Llorabanen el palacio a Héctor vivo aún, porqueno esperaban que volviera del combatelibrándose del valor y de las manos delos aqueos.

503 Paris no demoró en el altopalacio; pues, así que hubo vestido las

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magníficas armas de labrado bronce,atravesó presuroso la ciudad haciendogala de sus pies ligeros. Como el corcelavezado a bañarse en la cristalinacorriente de un río, cuando se ve atadoen el establo, come la cebada delpesebre y rompiendo el ronzal saletrotando por la llanura, yergue orgullosola cerviz, ondean las crines sobre sucuello, y ufano de su lozanía mueveligero las rodillas encaminándose a losacostumbrados sitios donde los caballospacen; de aquel modo, Paris, hijo dePríamo, cuya armadura brillaba como unsol, descendía gozoso de la excelsaPérgamo por sus ágiles pies llevado.

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Alejandro alcanzó enseguida a suhermano el divino Héctor cuando ésteregresaba del lugar en que había pasadoel coloquio con su esposa, y fue elprimero en hablar diciendo:

518 —¡Mi buen hermano! Mucho tehice esperar deteniéndote, a pesar de tuimpaciencia; pues no he venidooportunamente, como ordenaste.

520 Respondióle Héctor, el detremolante casco:

521 —¡Querido! Nadie que sea justoreprenderá tu trabajo en el combate,porque eres valiente; pero a veces tecomplaces en desalentarte y no quierespelear, y mi corazón se aflige cuando

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oigo que te baldonan los troyanos quetantos trabajos sufren por ti. Pero,vámonos y luego lo arreglaremos todo,si Zeus nos permite ofrecer en nuestropalacio la crátera de la libertad a loscelestes sempiternos dioses, por haberechado de Troya a los aqueos dehermosas grebas.

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Canto VII*

Combate singular deHéctor y Ayante –

Levantamiento de loscadáveres

* La segunda también se suspendeinopinadamente, porque Héctor desafía

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a los héroes aqueos. Echadas lassuertes, le toca a Ayante, y luchan hastael anochecer. Se pacta una tregua de undía, que los aqueos aprovechan paraenterrar a los muertos y construir unmuro en torno al campamento.

1 Dichas estas palabras, elesclarecido Héctor y su hermanoAlejandro traspusieron las puertas, conel ánimo impaciente por combatir ypelear. Como cuando un dios envíapróspero viento a navegantes que loanhelan porque están cansados deromper las olas, batiendo los pulidos

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remos, y tienen relajados los miembrosa causa de la fatiga, así, tan deseados,aparecieron aquéllos a los troyanos.

8 Paris mató a Menestio, que vivíaen Arna y era hijo del rey Areítoo,famoso por su clava, y de Filomedusa,la de ojos de novilla; y Héctor con lapuntiaguda lanza tiró a Eyoneo un boteen la cerviz, debajo del casco debronce, y dejóle sin vigor los miembros.Glauco, hijo de Hipóloco y príncipe delos licios, arrojó en la reñida pelea undardo a Ifínoo Dexíada cuando subía alcarro de corredoras yeguas, y le acertóen la espalda: Ifínoo cayó al suelo y susmiembros se relajaron.

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17 Cuando Atenea, la diosa de ojosde lechuza, vio que aquéllos mataban amuchos argivos en el duro combate,descendiendo en raudo vuelo de lascumbres del Olimpo, se encaminó a lasagrada Ilio. Pero, al advertirlo Apolodesde Pérgamo, fue a oponérsele,porque deseaba que los troyanosganaran la victoria. Encontráronseambas deidades junto a la encina; y elsoberano Apolo, hijo de Zeus, hablóprimero diciendo:

24 —¿Por qué, enardecidanuevamente, oh hija del gran Zeus,vienes del Olimpo? ¿Qué poderosoafecto te mueve? ¿Acaso quieres dar a

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los dánaos la indecisa victoria? Porquede los troyanos no te compadecerías,aunque estuviesen pereciendo. Siquieres condescender con mi deseo —ysería lo mejor—, suspenderemos porhoy el combate y la pelea; y luegovolverán a batallar hasta que logrenarruinar a Ilio, ya que os place avosotras, las inmortales, destruir estaciudad.

33 Respondióle Atenea, la diosa deojos de lechuza:

34 —Sea así, oh tú que hieres delejos, con este propósito vine delOlimpo al campo de los troyanos y delos aqueos. Mas ¿por qué medio has

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pensado suspender la batalla?37 Contestó el soberano Apolo, hijo

de Zeus:38 —Hagamos que Héctor, de

corazón fuerte, domador de caballos,provoque a los dánaos a pelear con él enterrible y singular combate; e indignadoslos aqueos, de hermosas grebas, suscitena alguien para que luche con el divinoHéctor.

43 Así dijo; y Atenea, la diosa deojos de lechuza, no se opuso. Héleno,hijo amado de Príamo, comprendió alpunto lo que era grato a los dioses, queconversaban, y, llegándose a Héctor, ledirigió estas palabras:

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47 —¡Héctor, hijo de Príamo, igualen prudencia a Zeus! ¿Querrás hacer loque te diga yo, que soy tu hermano?Manda que suspendan la batalla lostroyanos y los aqueos todos, y reta almás valiente de éstos a luchar contigo enterrible combate, pues aún no hadispuesto el hado que mueras y lleguesal término fatal de tu vida. He oídosobre esto la voz de los sempiternosdioses.

54 Así dijo. Oyóle Héctor conintenso placer, y, corriendo al centro deambos ejércitos con la lanza cogida porel medio, detuvo las falanges troyanas,que al momento se quedaron quietas.

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Agamenón contuvo a los aqueos, dehermosas grebas; y Atenea y Apolo, eldel arco de plata, transfigurados enbuitres, se posaron en la alta encina delpadre Zeus, que lleva la égida, y sedeleitaban en contemplar a los guerreroscuyas densas filas aparecían erizadas deescudos, cascos y lanzas. Como elCéfiro, cayendo sobre el mar, encrespalas olas, y el ponto negrea; de semejantemodo sentáronse en la llanura las hilerasde aqueos y troyanos. Y Héctor, puestoentre unos y otros, dijo:

67 —¡Oídme, troyanos y aqueos, dehermosas grebas, y os diré lo que en elpecho mi corazón me dicta! El excelso

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Cronida no ratificó nuestros juramentos,y seguirá causándonos males a unos y aotros, hasta que toméis la torreada Ilio osucumbáis junto a las naves, surcadorasdel ponto. Entre vosotros se hallan losmás valientes aqueos; aquél a quien elánimo incite a combatir conmigoadelántese y será campeón con el divinoHéctor. Propongo lo siguiente y Zeus seatestigo: Si aquél con su bronce de largapunta consigue quitarme la vida,despójeme de las armas, lléveselas a lascóncavas naves, y entregue mi cuerpo alos míos para que los troyanos y susesposas lo suban a la pira; y, si yo lomatare a él, por concederme Apolo tal

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gloria, me llevaré sus armas a la sagradaIlio, las colgaré en el templo de Apolo,que hiere de lejos, y enviaré el cadávera las naves de muchos bancos, para quelos aqueos, de larga cabellera, le haganexequias y le erijan un túmulo a orillasdel espacioso Helesponto. Y dirá algunode los futuros hombres, atravesando elvinoso mar en una nave de muchosórdenes de remos: «Ésa es la tumba deun varón que peleaba valerosamente yfue muerto en edad remota por elesclarecido Héctor». Así hablará, y migloria no perecerá jamás.

92 Así dijo. Todos enmudecieron yquedaron silenciosos, pues por

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vergüenza no rehusaban el desafío y pormiedo no se decidían a aceptarlo. Al finlevantóse Menelao, con el corazónafligidísimo, y los apostrofó de estamanera:

96 —¡Ay de mí, hombresjactanciosos; aqueas que no aqueos!Grande y horrible será nuestro oprobiosi no sale ningún dánao al encuentro deHéctor. Ojalá os volvierais agua y tierraahí mismo donde estáis sentados,hombres sin corazón y sin honor. Yo seréquien me arme y luche con aquél, pues lavictoria la conceden desde lo alto losinmortales dioses.

103 Esto dicho, empezó a ponerse la

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magnífica armadura. Entonces, ohMenelao, hubieras acabado la vida enmanos de Héctor, cuya fuerza era muysuperior, si los reyes aqueos no sehubiesen apresurado a detenerte. Elmismo Agamenón Atrida, el de vastopoder, asióle de la diestra exclamando:

109 —¡Deliras, Menelao, alumno deZeus! Nada te fuerza a cometer tallocura. Domínate, aunque estés afligido,y no quieras luchar por despique con unhombre más fuerte que tú, con HéctorPriámida, que a todos amedrenta y cuyoencuentro en la batalla, donde losvarones adquieren gloria, causabahorror al mismo Aquiles, que lo

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aventaja tanto en bravura. Vuelve ajuntarte con tus compañeros, siéntate, ylos aqueos harán que se levante uncampeón tal, que, aunque aquél seaintrépido e incansable en la pelea, congusto, creo, se entregará al descanso siconsigue escapar de tan fiero combate,de tan terrible lucha.

120 Así dijo; y el héroe cambió lamente de su hermano con la oportunaexhortación. Menelao obedeció; y susservidores, alegres, quitáronle laarmadura de los hombros. Entonceslevantóse Néstor, y arengó a los argivosdiciendo:

124 —¡Oh dioses! ¡Qué motivo de

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pesar tan grande le ha llegado a la tierraaquea! ¡Cuánto gemiría el anciano jinetePeleo, ilustre consejero y arengador delos mirmidones, que en su palacio segozaba con preguntarme por la prosapiay la descendencia de los argivos todos!Si supiera que éstos tiemblan anteHéctor, alzaría las manos a losinmortales para que su alma,separándose del cuerpo, bajara a lamansión de Hades. Ojalá, ¡padre Zeus,Atenea, Apolo!, fuese yo tan joven comocuando, encontrándose los pilios con losbelicosos arcadios al pie de lasmurallas de Fea, cerca de la corrientedel Járdano, trabaron el combate a

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orillas del impetuoso Celadonte. Entrelos arcadios aparecía en primera líneaEreutalión, varón igual a un dios, quellevaba la armadura del rey Areítoo; deldivino Areítoo, a quien porsobrenombre llamaban el macero así loshombres como las mujeres de hermosacintura, porque no peleaba con el arco yla formidable lanza, sino que rompía lasfalanges con la férrea maza. Al reyAreítoo matólo Licurgo, no empleandola fuerza, sino la astucia, en un caminoestrecho, donde la férrea clava no podíalibrarlo de la muerte: Licurgo se leadelantó, envasóle la lanza en medio delcuerpo, hízolo caer de espaldas, y

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despojóle de la armadura, regalo delbroncíneo Ares, que llevaba en lasbatallas. Cuando Licurgo envejeció en elpalacio, entregó dicha armadura aEreutalión, su escudero querido, paraque la usara; y éste, con tales armas,desafiaba entonces a los más valientes.Todos estaban amedrentados ytemblando, y nadie se atrevía a aceptarel reto; pero mi ardido corazón meimpulsó a pelear con aquel presuntuoso—era yo el más joven de todos— ycombatí con él y Atenea me dio gloria,pues logré matar a aquel hombregigantesco y fortísimo que tendido en elsuelo ocupaba un gran espacio. Ojalá me

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rejuveneciera tanto y mis fuerzasconservaran su robustez. ¡Cuán prontoHéctor, el de tremolante casco, tendríacombate! ¡Pero ni los que sois los másvalientes de los aqueos todos, nisiquiera vosotros, estáis dispuestos a iral encuentro de Héctor!

161 De esta manera los increpó elanciano, y nueve por junto se levantaron.Levantóse, mucho antes que los otros, elrey de hombres, Agamenón; luego elfuerte Diomedes Tidida; después, ambosAyantes, revestidos de impetuoso valor;tras ellos, Idomeneo y su escuderoMeriones, que al homicida Enialioigualaba; enseguida Eurípilo, hijo ilustre

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de Evemón; y, finalmente, ToanteAndremónida y el divino Ulises: todoséstos querían pelear con el ilustreHéctor. Y Néstor, caballero gerenio, lesdijo:

171 —Echad suertes, y aquél a quienle toque alegrará a los aqueos, dehermosas grebas, y sentirá regocijo en elcorazón si logra escapar del fierocombate, de la terrible lucha.

175 Así dijo. Los nueve señalaron susrespectivas tarjas, y seguidamente lasmetieron en el casco de AgamenónAtrida. Los guerreros oraban y alzabanlas manos a los dioses. Y algunoexclamó, mirando al anchuroso cielo:

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179 —¡Padre Zeus! Haz que le caigala suerte a Ayante, al hijo de Tideo, o almismo rey de Micenas, rica en oro.

181 Así decían. Néstor, caballerogerenio, meneaba el casco, hasta que porfin saltó la tarja que ellos querían, la deAyante. Un heraldo llevóla por elconcurso y, empezando por la derecha,la enseñaba a los próceres aqueos,quienes, al no reconocerla, negaban quefuese suya; pero, cuando llegó al que lahabía marcado y echado en el casco, alilustre Ayante, éste tendió la mano, yaquél se detuvo y le entregó lacontraseña. El héroe la reconoció, congran júbilo de su corazón, y, tirándola al

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suelo, a sus pies, exclamó:191 —¡Oh amigos! Mi tarja es, y me

alegro en el alma porque espero venceral divino Héctor. ¡Ea! Mientras visto labélica armadura, orad al soberano ZeusCronión, mentalmente, para que no looigan los troyanos; o en alta voz, pues anadie tememos. No habrá quien,valiéndose de la fuerza o de la astucia,me ponga en fuga contra mi voluntad;porque no creo que naciera y me criaraen Salamina, tan inhábil para la lucha.

200 Tales fueron sus palabras. Ellosoraron al soberano Zeus Cronión, yalgunos dijeron, mirando al anchurosocielo:

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202 —¡Padre Zeus, que reinas desdeel Ida, gloriosísimo, máximo! Concédelea Ayante la victoria y un brillantetriunfo; y, si amas también a Héctor ypor él te interesas, dales a entrambosigual fuerza y gloria.

206 Así hablaban. Púsose Ayante laarmadura de luciente bronce; y, vestidaslas armas en torno de su cuerpo, marchótan animoso como el terrible Arescuando se encamina al combate de loshombres, a quienes el Cronión hacevenir a las manos por una roedoradiscordia. Tan terrible se levantóAyante, antemural de los aqueos, quesonreía con torva faz, andaba a paso

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largo y blandía enorme lanza. Losargivos se regocijaron grandemente, asíque lo vieron, y un violento temblor seapoderó de los troyanos; al mismoHéctor palpitóle el corazón en el pecho;pero ya no podía manifestar temor niretirarse a su ejército, porque de élhabía partido la provocación. Ayante sele acercó con su escudo como una torre,broncíneo, de siete pieles de buey, queen otro tiempo le hiciera Tiquio, el cualhabitaba en Hila y era el mejor de loscurtidores. Éste formó el manejableescudo con siete pieles de corpulentosbueyes y puso encima, como octavacapa, una lámina de bronce. Ayante

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Telamonio paróse, con el escudo alpecho, muy cerca de Héctor; y,amenazándolo, dijo:

226 —¡Héctor! Ahora sabrásclaramente, de solo a solo, cuálesadalides pueden presentar los dánaos,aun prescindiendo de Aquiles, querompe filas de guerreros y tiene elánimo de un león. Mas el héroe, enojadocon Agamenón, pastor de hombres,permanece en las corvas navessurcadoras del ponto, y somos muchoslos capaces de pelear contigo. Peroempiece ya la lucha y el combate.

233 Respondióle el gran Héctor, el detremolante casco:

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234 —¡Ayante Telamonio, del linajede Zeus, príncipe de hombres! No metientes cual si fuera un débil niño o unamujer que no conoce las cosas de laguerra. Versado estoy en los combates yen las matanzas de hombres; sé mover adiestro y a siniestro la seca piel de bueyque llevo para luchar denodadamente; sélanzarme a la pelea cuando en prestoscarros se batalla, y sé deleitar al cruelAres en el estadio de la guerra. Pero ati, siendo cual eres, no quiero herirtecon alevosía, sino cara a cara, si puedoconseguirlo.

244 Dijo, y blandiendo la enormelanza, arrojóla y atravesó el bronce que

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cubría como octava capa el gran escudode Ayante formado por siete boyunoscueros: la indomable punta horadó seisde éstos y en el séptimo quedó detenida.Ayante, del linaje de Zeus, tiró a su vezsu luenga lanza y dio en el escudo lisodel Priámida, y la robusta lanza,pasando por el terso escudo, se hundióen la labrada coraza y rasgó la túnicasobre el ijar; inclinóse el héroe, y evitóla negra muerte. Y arrancando ambos lasluengas lanzas de los escudos,acometiéronse como carniceros leones opuercos monteses, cuya fuerza esinmensa. El Priámida hirió con la lanzael centro del escudo de Ayante, y el

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bronce no pudo romperlo porque lapunta se torció. Ayante, arremetiendo,clavó la suya en el escudo de aquél, ahizo vacilar al héroe cuando se disponíapara el ataque; la punta abrióse caminohasta el cuello de Héctor, y enseguidabrotó la negra sangre. Mas no por estocesó de combatir Héctor, el detremolante casco, sino que, volviéndose,cogió con su robusta mano un pedrejónnegro y erizado de puntas que había enel campo; lo tiró, acertó a dar en elbollón central del gran escudo deAyante, de siete boyunas pieles, a hizoresonar el bronce que lo cubría. Ayanteentonces, tomando una piedra mucho

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mayor, la despidió haciéndola voltearcon una fuerza inmensa. La piedra torcióel borde inferior del hectóreo escudo,cual pudiera hacerlo una muela demolino, y chocando con las rodillas deHéctor lo hizo caer de espaldas asido alescudo; pero Apolo enseguida lo pusoen pie. Y ya se hubieran atacado decerca con las espadas, si no hubiesenacudido dos heraldos, mensajeros deZeus y de los hombres, que llegaronrespectivamente del campo de lostroyanos y del de los aqueos, debroncíneas corazas: Taltibio a Ideo,prudentes ambos. Éstos interpusieronsus cetros entre los campeones, a Ideo,

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hábil en dar sabios consejos, pronuncióestas palabras:

279 —¡Hijos queridos! No peleéis nicombatáis más; a entrambos os amaZeus, que amontona las nubes, y ambossois belicosos. Esto lo sabemos todos.Pero la noche comienza ya, y será buenoobedecerla.

282 Respondióle Ayante Telamonio:283 —¡Ideo! Ordenad a Héctor que lo

disponga, pues fue él quien retó a losmás valientes. Sea el primero endesistir; que yo obedeceré, si él lohiciere.

287 Díjole el gran Héctor, el detremolante casco:

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288 —¡Ayante! Puesto que los dioseste han dado corpulencia, valor ycordura, y en el manejo de la lanzadescuellas entre los aqueos,suspendamos por hoy el combate y lalucha, y otro día volveremos a pelearhasta que una deidad nos separe,después de otorgar la victoria a quienquisiere. La noche comienza ya, y serábueno obedecerla. Así tú regocijarás, enlas naves, a todos los aqueos yespecialmente a tus amigos ycompañeros; y yo alegraré, en la granciudad del rey Príamo, a los troyanos y alas troyanas, de rozagantes peplos, quehabrán ido a los sagrados templos a orar

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por mí. ¡Ea! Hagámonos magníficosregalos, para que digan aqueos ytroyanos: «Combatieron con roedorencono, y se separaron unidos por laamistad».

303 Cuando esto hubo dicho, entregóa Ayante una espada guarnecida conargénteos clavos, ofreciéndosela con lavaina y el bien cortado ceñidor; yAyante regaló a Héctor un vistoso tahalíteñido de púrpura. Separáronse luego,volviendo el uno a las tropas aqueas y elotro al ejército de los troyanos. Éstos sealegraron al ver a Héctor vivo, y queregresaba incólume, libre de la fuerza yde las invictas manos de Ayante, cuando

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ya desesperaban de que se salvara; y loacompañaron a la ciudad. Por su parte,los aqueos, de hermosas grebas,llevaron a Ayante, ufano de la victoria, ala tienda del divino Agamenón.

313 Así que estuvieron en ella,Agamenón Atrida, rey de hombres,sacrificó al prepotente Cronión un bueyde cinco años. Al instante lo desollarony prepararon, lo partieron todo, lodividieron con suma habilidad enpedazos muy pequeños, lo atravesaroncon pinchos, lo asaron cuidadosamente ylo retiraron del fuego. Terminada lafaena y dispuesto el festín, comieron sinque nadie careciese de su respectiva

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porción; y el poderoso héroe AgamenónAtrida obsequió a Ayante con el ancholomo. Cuando hubieron satisfecho eldeseo de beber y de comer, el ancianoNéstor, cuya opinión era consideradasiempre como la mejor, comenzó adarles un consejo. Y, arengándolos conbenevolencia, así les dijo:

327 —¡Atrida y demás príncipes delos aqueos todos! Ya que han muertotantos melenudos aqueos, cuya negrasangre esparció el cruel Ares por laribera del Escamandro de límpidacorriente y cuyas almas descendieron ala mansión de Hades, conviene quesuspendas los combates, y mañana,

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reunidos todos al comenzar del día,traeremos los cadáveres en carrostirados por bueyes y mulos, y losquemaremos cerca de los bajeles parallevar sus cenizas a los hijos de losdifuntos cuando regresemos a la patriatierra! Erijamos luego con sierra de lallanura, amontonada en torno de la pira,un túmulo común; edifiquemosenseguida a partir del mismo unamuralla con altas torres, que sea unreparo para las naves y para nosotrosmismos; dejemos puertas que se cierrencon bien ajustadas tablas, para quepasen los carros, y cavemos delante delmuro un profundo foso, que detenga a

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los hombres y a los caballos si algún díano podemos resistir la acometida de losaltivos troyanos.

344 Así habló, y los demás reyesaplaudieron. Reuniéronse los troyanosen la acrópolis de Ilio, cerca del palaciode Príamo, y la junta fue agitada yturbulenta. El prudente Anténor comenzóa arengarles de esta manera:

348 —¡Oídme, troyanos, dárdanos yaliados, y os manifestaré lo que en elpecho mi corazón me dicta! Ea,restituyamos la argiva Helena con susriquezas y que los Atridas se la lleven.Ahora combatimos después de quebrarla fe ofrecida en los juramentos, y no

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espero que alcancemos éxito algunomientras no hagamos lo que propongo.

354 Dijo, y se sentó. Levantóse eldivino Alejandro, esposo de Helena, lade hermosa cabellera, y, dirigiéndose aaquél, pronunció estas aladas palabras:

357 —¡Anténor! No me place lo quepropones y podías haber pensado algomejor. Si realmente hablas con seriedad,los mismos dioses lo han hecho perderel juicio. Y a los troyanos, domadoresde caballos, les diré lo siguiente:Paladinamente lo declaro, no devolveréla mujer, pero sí quiero dar cuantasriquezas traje de Argos y aun otras queañadiré de mi casa.

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365 Dijo, y se sentó. LevantósePríamo Dardánida, consejero igual a losdioses, y les arengó con benevolenciadiciendo:

368 —¡Oídme, troyanos, dárdanos yaliados, y os manifestaré lo que en elpecho mi corazón me dicta! Cenad en laciudad, como siempre; acordaos de laguardia, y vigilad todos; al romper elalba, vaya Ideo a las cóncavas naves;anuncie a los Atridas, Agamenón yMenelao, la proposición de Alejandro,por quien se suscitó la contienda, yháganles esta prudente consulta: Siquieren, que se suspenda el horrísonocombate para quemar los cadáveres; y

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luego volveremos a pelear hasta que unadeidad nos separe y otorgue la victoria aquien le plazca.

379 Así dijo; ellos lo escucharon yobedecieron, tomando la cena en elcampo sin romper las filas, y, apenascomenzó a alborear, encaminóse Ideo alas cóncavas naves y halló a los dánaos,servidores de Ares, reunidos en juntacerca de la nave de Agamenón. Elheraldo de voz sonora, puesto en medio,les dijo:

385 —¡Atrida y demás príncipes delos aqueos todos! Mándanme Príamo ylos ilustres troyanos que os participe, yojalá os fuera acepta y grata, la

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proposición de Alejandro, por quien sesuscitó la contienda. Ofrece dar cuantasriquezas trajo a Ilio en las cóncavasnaves —¡así hubiese perecido antes!—y aun añadir otras de su casa; pero seniega a devolver la legítima esposa delglorioso Menelao, a pesar de que lostroyanos se lo aconsejan. Me hanordenado también que os haga estaconsulta: Si queréis, que se suspenda elhorrísono combate para quemar loscadáveres; y luego volveremos a pelearhasta que una deidad nos separe yotorgue la victoria a quien le plazca.

398 Así habló. Todos enmudecieron yquedaron silenciosos. Pero al fin

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Diomedes, valiente en la pelea, dijo:400 —No se acepten ni las riquezas

de Alejandro, ni a Helena tampoco; pueses evidente, hasta para el más simple,que la ruina pende sobre los troyanos.

403 Así se expresó; y todos losaqueos aplaudieron, admirados deldiscurso de Diomedes, domador decaballos. Y el rey Agamenón dijoentonces a Ideo:

406 —¡Ideo! Tú mismo oyes laspalabras con que responden los aqueos;ellas son de mi agrado. En cuanto a loscadáveres, no me opongo a que seanquemados, pues ha de ahorrarse todadilación para satisfacer prontamente a

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los que murieron, entregando suscuerpos a las llamas. Zeus tonante,esposo de Hera, reciba el juramento.

412 Dicho esto, alzó el cetro a todoslos dioses; a Ideo regresó a la sagradaIlio, donde lo esperaban, reunidos enjunta, troyanos y dárdanos. El heraldo,puesto en medio, dijo la respuesta.Enseguida dispusiéronse unos a recogerlos cadáveres, y otros a ir por leña. A suvez, los argivos salieron de las naves demuchos bancos, unos para recoger loscadáveres, y otros para ir por leña.

421 Ya el sol hería con sus rayos loscampos, subiendo al cielo desde laplácida y profunda corriente del

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Océano, cuando aqueos y troyanos semezclaron unos con otros en la llanura.Difícil era reconocer a cada varón; perolavaban con agua las manchas de sangrede los cadáveres y, derramandoardientes lágrimas, los subían a loscarros. El gran Príamo no permitía quelos troyanos lloraran: éstos, en silencioy con el corazón afligido, hacinaron loscadáveres sobre la pira, los quemaron yvolvieron a la sacra Ilio. Del mismomodo, los aqueos, de hermosas grebas,hacinaron los cadáveres sobre la pira,los quemaron y volvieron a las cóncavasnaves.

433 Cuando aún no despuntaba la

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aurora, pero ya la luz del alba sedifundía, un grupo escogido de aqueosse reunió en torno de la pira. Erigieroncon tierra de la llanura un túmulocomún; construyeron a partir del mismouna muralla con altas torres, quesirviese de reparo a las naves y a ellosmismos; dejaron puertas, que secerraban con bien ajustadas tablas, paraque pudieran pasar los carros, y cavarondelante del muro un gran foso profundo yancho, que defendieron con estacas.

442 De tal suerte trabajaban losmelenudos aqueos; y los dioses,sentados junto a Zeus fulminador,contemplaban la grande obra de los

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aqueos, de broncíneas corazas. YPoseidón, que sacude la tierra, empezó adecirles:

446 —¡Padre Zeus! ¿Cuál de losmortales de la vasta tierra consultarácon los dioses sus pensamientos yproyectos? ¿No ves que los melenudosaqueos han construido delante de lasnaves un muro con su foso, sin ofrecer alos dioses hecatombes perfectas? Lafama de este muro se extenderá tantocomo la luz de la aurora; y se echará enolvido el que labramos yo y Febo Apolocuando con gran fatiga construimos laciudad para el héroe Laomedonte.

454 Zeus, que amontona las nubes,

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respondió muy indignado:455 —¡Oh dioses! ¡Tú, prepotente

batidor de la tierra, qué palabrasproferiste! A un dios muy inferior enfuerza y ánimo podría asustarle talpensamiento; pero no a ti, cuya fama seextenderá tanto como la luz de la aurora.Ea, cuando los aqueos, de largacabellera, regresen en las naves a supatria tierra, derriba el muro, arrójaloentero al mar, y enarena otra vez laespaciosa playa para que desaparezca lagran muralla aquea.

464 Así éstos conversaban. Alponerse el sol los aqueos tenían la obraacabada; inmolaron bueyes y se pusieron

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a cenar en las respectivas tiendas,cuando arribaron, procedentes deLemnos, muchas naves cargadas de vinoque enviaba Euneo Jasónida, hijo deHipsípile y de Jasón, pastor de hombres.El hijo de Jasón mandabaseparadamente, para los Atridas,Agamenón y Menelao, mil medidas devino. Los melenudos aqueos acudieron alas naves; compraron vino, unos conbronce, otros con luciente hierro, otroscon pieles, otros con vacas y otros conesclavos; y prepararon un festínespléndido. Toda la noche losmelenudos aqueos disfrutaron delbanquete, y lo mismo hicieron en la

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ciudad los troyanos y sus aliados. Todala noche estuvo el próvido Zeusmeditando cómo les causaría males ytronando de un modo horrible: el pálidotemor se apoderó de todos, derramarona tierra el vino de las copas, y nadie seatrevió a beber sin que antes hicieralibaciones al prepotente Cronión.Después se acostaron y el don del sueñorecibieron.

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Canto VIII*

Batalla interrumpida

* Y la tercera es favorable a lostroyanos, que quedan vencedores ypernoctan en el campo en vez deretirarse a la ciudad, y así poder rematarla victoria al día siguiente. Zeus, enasamblea divina había prohibido a losinmortales acudir en socorro de los

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hombres, y él ha ayudado a los troyanos.

1 La Aurora, de azafranado velo, seesparcía por toda la tierra, cuando Zeus,que se complace en lanzar rayos, reunióel ágora de los dioses en la más alta delas muchas cumbres del Olimpo. Y asíles habló, mientras ellos atentamente loescuchaban:

5 —¡Oídme todos, dioses y diosas,para que os manifieste lo que en elpecho mi corazón me dicta! Ninguno devosotros, sea varón o hembra, se atrevaa transgredir mi mandato; antes bien,asentid todos, a fin de que cuanto antes

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lleve a cabo lo que pretendo. El diosque intente separarse de los demás ysocorrer a los troyanos o a los dánaos,como yo lo vea, volverá afrentosamentegolpeado al Olimpo; o, cogiéndolo, loarrojaré al tenebroso Tártaro, muy lejos,en lo más profundo del báratro debajode la tierra —sus puertas son de hierro,y el umbral, de bronce, y su profundidaddesde el Hades como del cielo a latierra—, y conocerá enseguida cuántoaventaja mi poder al de las demásdeidades. Y, si queréis, haced estaprueba, oh dioses, para que osconvenzáis. Suspended del cielo áureacadena, asíos todos, dioses y diosas, de

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la misma, y no os será posible arrastrardel cielo a la tierra a Zeus, árbitrosupremo, por mucho que os fatiguéis;mas, si yo me resolviese a tirar deaquélla, os levantaría con la tierra y elmar, ataría un cabo de la cadena en lacumbre del Olimpo, y todo quedaría enel aire. Tan superior soy a los dioses y alos hombres.

23 Así habló, y todos callaron,asombrados de sus palabras, pues fuemucha la vehemencia con que seexpresó. Al fin, Atenea, la diosa de ojosde lechuza, dijo:

31 —¡Padre nuestro, Cronida, el másexcelso de los soberanos! Bien sabemos

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que es incontrastable tu poder; perotenemos lástima de los belicososdánaos, que morirán, y se cumplirá suaciago destino. Nos abstendremos deintervenir en el combate, si nos lomandas; pero sugeriremos a los argivosconsejos saludables, a fin de que noperezcan todos, a causa de tu cólera.

38 Sonriéndose, le contestó Zeus, queamontona las nubes:

39 —Tranquilízate, Tritogenia, hijaquerida. No hablo con ánimo benigno,pero contigo quiero ser complaciente.

41 Esto dicho, unció los corceles depies de bronce y áureas crines, quevolaban ligeros; vistió la dorada túnica,

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tomó el látigo de oro y fina labor y subióal carro. Picó a los caballos para quearrancaran; y éstos, gozosos,emprendieron el vuelo entre la tierra yel estrellado cielo. Pronto llegó al Ida,abundante en fuentes y criador de fieras,al Gárgaro, donde tenía un bosquesagrado y un perfumado altar; allí elpadre de los hombres y de los diosesdetuvo los corceles, los desenganchó delcarro y los cubrió de espesa niebla.Sentóse luego en la cima, ufano de sugloria, y se puso a contemplar la ciudadtroyana y las naves aqueas.

53 Los melenudos aqueos sedesayunaron apresuradamente en las

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tiendas, y enseguida tomaron las armas.También los troyanos se armaron dentrode la ciudad; y, aunque eran menos,estaban dispuestos a combatir, obligadospor la cruel necesidad de proteger a sushijos y mujeres: abriéronse todas laspuertas, salió el ejército de infantes y delos que peleaban en carros, y se produjoun gran tumulto.

60 Cuando los dos ejércitos llegarona juntarse, chocaron entre sí los escudos,las lanzas y el valor de los guerrerosarmados de broncíneas corazas, y alaproximarse las abollonadas rodelas seprodujo un gran tumulto. Allí se oíansimultáneamente los lamentos de los

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moribundos y los gritos jactanciosos delos matadores, y la tierra manaba sangre.

66 Al amanecer y mientras ibaaumentando la luz del sagrado día, losdardos alcanzaban por igual a unos y aotros, y los hombres caían. Cuando elsol hubo recorrido la mitad del cielo, elpadre Zeus tomó la balanza de oro, pusoen ella dos destinos de la muerte quetiende a lo largo —el de los troyanos,domadores de caballos, y el de losaqueos, de broncíneas lorigas—; cogiópor el medio la balanza, la desplegó ytuvo más peso el día fatal de los aqueos.Los destinos de éstos bajaron hastallegar a la fértil tierra, mientras los de

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los troyanos subían al espacioso cielo.Zeus, entonces, tronó fuerte desde el Iday envió una ardiente centella a losaqueos, quienes, al verla, se pasmaron,sobrecogidos de pálido temor.

78 Ya no se atrevieron a permaneceren el campo ni Idomeneo, ni Agamenón,ni los dos Ayantes, servidores de Ares; ysólo se quedó Néstor gerenio, protectorde los aqueos, contra su voluntad, portener malparado uno de los corceles, alcual el divino Alejandro, esposo deHelena, la de hermosa cabellera, habíaherido con una flecha en lo alto de lacabeza, donde las crines empiezan acrecer y las heridas son mortales. El

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caballo, al sentir el dolor, se encabritó,y la flecha le penetró el cerebro; y,revolcándose para sacudir el bronce,espantó a los demás caballos. Mientrasel anciano se daba prisa a cortar con laespada las correas del caído corcel,vinieron por entre la muchedumbre losveloces caballos de Héctor, tirando delcarro en que iba tan audaz guerrero. Y elanciano perdiera allí la vida, si al puntono lo hubiese advertido Diomedes,valiente en la pelea; el cual, vociferandode un modo horrible, dijo a Ulises:

93 —¡Laertíada, del linaje de Zeus!¡Ulises, fecundo en ardides! ¿Adóndehuyes, confundido con la turba y

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volviendo la espalda como un cobarde?Mira que alguien, mientras huyes, no teclave la lanza en el dorso. Pero aguarday apartaremos del anciano al ferozguerrero.

97 Así dijo, y el paciente divinoUlises pasó sin oírlo, corriendo hacialas cóncavas naves de los aqueos. ElTidida, aunque estaba solo, se abriópaso por las primeras filas; y,deteniéndose ante el carro del viejoNelida, pronunció estas aladas palabras:

102 —¡Oh anciano! Los guerrerosmozos te acosan y te hallas sin fuerzas,abrumado por la molesta senectud; tuescudero tiene poco vigor y tus caballos

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son tardos. Sube a mi carro para queveas cuáles son los corceles de Tros quequité a Eneas, el que pone en fuga a susenemigos, y cómo saben tanto perseguiracá y acullá de la llanura, como huirligeros. De los tuyos cuiden losservidores; y nosotros dirijamos éstoshacia los troyanos, domadores decaballos, para que Héctor sepa con quéfuria se mueve la lanza en mis manos.

112 Dijo; y Néstor, caballero gerenio,no desobedeció. Encargáronse de susyeguas los bravos escuderos Esténelo yEurimedonte valeroso; y habiendosubido ambos héroes al carro deDiomedes, Néstor cogió las lustrosas

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riendas y avispó a los caballos, y prontose hallaron cerca de Héctor. El hijo deTideo arrojóle un dardo, cuando Héctordeseaba acometerlo, y si bien erró eltiro, hirió en el pecho cerca de la tetillaa Eniopeo, hijo del animoso Tebeo, que,como auriga, gobernaba las riendas:Eniopeo cayó del carro, cejaron losveloces corceles y allí terminaron lavida y el valor del guerrero. Hondopesar sintió el espíritu de Héctor por talmuerte; pero, aunque condolido delcompañero, dejóle en el suelo y buscóotro auriga que fuese osado. Pocotiempo estuvieron los caballos sinconductor, pues Héctor encontróse con

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el ardido Arqueptólemo Ifítida, y,haciéndole subir al carro de que tirabanlos ágiles corceles, le puso las riendasen la mano.

130 Entonces gran estrago eirreparables males se hubieranproducido y los troyanos habrían sidoencerrados en Ilio como corderos, si alpunto no lo hubiese advertido el padrede los hombres y de los dioses.Tronando de un modo espantoso,despidió un ardiente rayo para quecayera en el suelo delante de loscaballos de Diomedes; el azufreencendido produjo una terrible llama;los corceles, asustados, acurrucáronse

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debajo del carro; las lustrosas riendascayeron de las manos de Néstor, y éste,con miedo en el corazón, dijo aDiomedes:

139 —¡Tidida! Tuerce la rienda a lossolípedos caballos y huyamos. ¿Noconoces que la protección de Zeus ya note acompaña? Hoy Zeus Cronida otorgaa ése la victoria; otro día, si le place,nos la dará a nosotros. Ningún hombre,por fuerte que sea, puede impedir lospropósitos de Zeus, porque el dios esmucho más poderoso.

145 Respondióle Diomedes, valienteen la pelea:

146 —Sí, anciano, oportuno es cuanto

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acabas de decir, pero un terrible pesarme llega al corazón y al alma. Quizádiga Héctor, arengando a los troyanos:«El Tidida llegó a las naves, puesto enfuga por mi lanza» Así se jactará; yentonces ábraseme la vasta tierra.

151 Replicóle Néstor, caballerogerenio:

152 —¡Ay de mí! ¡Qué dijiste, hijodel belicoso Tideo! Si Héctor te llamarecobarde y flaco, no lo creerán ni lostroyanos, ni los dardanios, ni lasmujeres de los troyanos magnánimos,escudados, cuyos esposos florecientesderribaste en el polvo.

157 Dichas estas palabras, volvió la

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rienda a los solípedos caballos, yempezaron a huir por entre la turba. Lostroyanos y Héctor, promoviendoinmenso alboroto, hacían llover sobreellos dañosos tiros. Y el gran Héctor, elde tremolante casco, gritaba con vozrecia:

161 —¡Tidida! Los dánaos, de ágilescorceles, te cedían la preferencia en elasiento y te obsequiaban con carne ycopas de vino; mas ahora tedespreciarán, porque te has vuelto comouna mujer. Anda, tímida doncella; ya noescalarás nuestras torres, venciéndome amí, ni te llevarás nuestras mujeres en lasnaves, porque antes te daré la muerte.

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167 Así dijo. El Tidida estabaindeciso entre seguir huyendo o torcer larienda a los corceles y volver a pelear.Tres veces se le presentó la duda en lamente y en el corazón, y tres veces elpróvido Zeus tronó desde los montesideos para anunciar a los troyanos quesuya sería en aquel combate lainconstante victoria. Y Héctor losanimaba, diciendo a voz en grito:

175 —¡Troyanos, licios, dárdanosque cuerpo a cuerpo combatís! Sedhombres, amigos, y mostrad vuestroimpetuoso valor. Conozco que elCronida me concede, benévolo, lavictoria y una gloria inmensa y envía la

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perdición a los dánaos; quienes, ohnecios, construyeron esos muros débilesy despreciables que no podrán contenermi arrojo, pues los caballos salvaránfácilmente el cavado foso. Cuandollegue a las cóncavas naves, acordaosde traerme el voraz fuego para que lasincendie y mate junto a ellas a losargivos aturdidos por el humo.

184 Dijo, y exhortó a sus caballoscon estas palabras:

185 —¡Janto, Podargo, Etón, divinoLampo! Ahora debéis pagarme elexquisito cuidado con que Andrómaca,hija del magnánimo Eetión, os ofrecía elregalado trigo y os mezclaba vinos para

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que pudieseis, bebiendo, satisfacervuestro apetito antes que a mí, que meglorío de ser su floreciente esposo.Seguid el alcance, esforzaos, para ver sinos apoderamos del escudo de Néstor,cuya fama llega hasta el cielo por sertodo de oro, sin exceptuar lasabrazaderas, y le quitamos de loshombros a Diomedes, domador decaballos, la labrada coraza que Hefestofabricó. Creo que, si ambas cosasconsiguiéramos, los aqueos seembarcarían esta misma noche en lasveleras naves.

199 Así habló, vanagloriándose. Laveneranda Hera, indignada, se agitó en

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su trono, haciendo estremecer elespacioso Olimpo, y dijo al gran diosPoseidón:

201 —¡Oh dioses! ¡PrepotentePoseidón que bates la tierra! ¿Tucorazón no se compadece de los dánaosmoribundos que tantos y tan lindospresentes lo llevan a Hélice y a Egas?Decídete a darles la victoria. Si cuantosprotegemos a los dánaos quisiéramosrechazar a los troyanos y contener allargovidente Zeus, éste se aburriríasentado solo allá en el Ida.

208 Respondióle muy indignado elpoderoso dios que sacude la tierra:

209 —¿Qué palabras proferiste,

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audaz Hera? Yo no quisiera que losdemás dioses lucháramos con ZeusCronión porque nos aventaja mucho enpoder.

212 Así éstos conversaban. Cuantoespacio encerraba el foso desde la torrehasta las naves llenóse de carros yhombres escudados que allí acorralóHéctor Priámida, igual al impetuosoAres, cuanto Zeus le dio gloria. Y elhéroe hubiese pegado ardiente fuego alas naves bien proporcionadas a nohaber sugerido la venerable Hera aAgamenón, aunque éste no sedescuidaba, que animara pronto a losaqueos. Fuese el Atrida hacia las tiendas

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y las naves aqueas con el grandepurpúreo manto en el robusto brazo, ysubió a la ingente nave negra de Ulises,que estaba en el centro, para que looyeran por ambos lados hasta las tiendasde Ayante Telamonio y de Aquiles, loscuales habían puesto sus bajeles en losextremos porque confiaban en su valor yen la fuerza de sus brazos. Y con vozpenetrante gritaba a los dánaos:

228 —¡Qué vergüenza, argivos,hombres sin dignidad, admirables sólopor la figura! ¿Qué es de la jactanciacon que nos gloriábamos de servalentísimos, y con que decíaispresuntuosamente en Lemnos, comiendo

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abundante carne de bueyes de erguidacornamenta y bebiendo cráterascoronadas de vino, que cada uno haríafrente en la batalla a ciento y adoscientos troyanos? Ahora ni con unopodemos, con Héctor, que pronto pegaráardiente fuego a las naves. ¡Padre Zeus!¿Hiciste sufrir tamaña desgracia yprivaste de una gloria tan grande a algúnotro de los prepotentes reyes? Cuandovine, no pasé de largo en la nave demuchos bancos por ninguno de tus bellosaltares, sino que en todos quemé grasa ymuslos de buey, deseoso de asolar labien murada Troya. Por Canto, oh Zeus,cúmpleme este voto: déjanos escapar y

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librarnos de este peligro, y no permitasque los troyanos maten a los aqueos.

245 Así dijo. El padre, compadecidode verle derramar lágrimas, le concedióque su pueblo se salvara y no pereciese;y enseguida mandó un águila, la mejorde las aves agoreras, que tenía en lasgarras el hijuelo de una veloz cierva y lodejó caer al pie del ara hermosa deZeus, donde los aqueos ofrecíansacrificios al dios, como autor de lospresagios todos. Cuando ellos vieronque el ave había sido enviada por Zeus,arremetieron con más ímpetu contra lostroyanos y sólo en combatir pensaron.

253 Entonces ninguno de los dánaos,

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aunque eran muchos, pudo gloriarse dehaber revuelto sus veloces caballos parapasar el foso y resistir el ataque, antesque el Tidida. Fue éste el primero quemató a un guerrero troyano, a AgelaoFradmónida, que, subido en el carro,emprendía la fuga: hundióle la pica en laespalda, entre los hombros, y la puntasalió por el pecho; Agelao cayó delcarro y sus armas resonaron.

261 Siguieron a Diomedes losAtridas, Agamenón y Menelao; losAyantes, revestidos de impetuoso valor;Idomeneo y su servidor Meriones, igualal homicida Enialio; Eurípilo, hijoilustre de Evemón; y en noveno lugar,

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Teucro, que, con el flexible arco en lamano, se escondía detrás del escudo deAyante Telamoníada. Éste levantaba elescudo; y Teucro, volviendo el rostro atodos lados, flechaba a uno de la turbaque caía mortalmente herido, y almomento tornaba a refugiarse en Ayante(como un niño en su madre), quien locubría otra vez con el refulgente escudo.

273 ¿Cuál fue el primero, cuál elúltimo de los que entonces mató eleximio Teucro? Orsíloco el primero,Órmeno, Ofelestes, Détor, Cromio,Licofontes igual a un dios, AmopaónPoliemónida y Melanipo. A tantosderribó sucesivamente al almo suelo. El

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rey de hombres, Agamenón, se holgó dever que Teucro destruía las falangestroyanas, disparando el fuerte arco; y,poniéndose a su lado, le dijo:

281 —¡Caro Teucro Telamonio,príncipe de hombres! Sigue arrojandoflechas, por si acaso llegas a ser laaurora de salvación de los dánaos yhonras a tu padre Telamón, que te criócuando eras niño y te educó en su casa, apesar de tu condición de bastardo; yaque está lejos de aquí, cúbrele de gloria.Lo que voy a decir se cumplirá: Si Zeus,que lleva la égida, y Atenea me permitendestruir la bien edificada ciudad de Ilio,te pondré en la mano, como premio de

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honor únicamente inferior al mío, o untrípode o dos corceles con sucorrespondiente carro o una mujer quecomparta el lecho contigo.

292 Respondióle el eximio Teucro:293 —¡Gloriosísimo Atrida! ¿Por qué

me instigas cuando ya, solícito, hago loque puedo? Desde que los rechazamoshacia Ilio mato hombres, valiéndome delarco. Ocho flechas de larga punta tiré, ytodas se clavaron en el cuerpo dejóvenes llenos de marcial furor; pero noconsigo herir a ese perro rabioso.

300 Dijo; y, apercibiendo el arco,envió otra flecha a Héctor con intenciónde herirlo. Tampoco acertó, pero la

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saeta se clavó en el pecho del eximioGorgitión, valeroso hijo de Príamo y dela bella Castianira, oriunda de Esima,cuyo cuerpo al de una diosa semejaba.Como en un jardín inclina la amapola sutallo, combándose al peso del fruto o delos aguaceros primaverales, desemejante modo inclinó el guerrero lacabeza que el casco hacía ponderosa.

309 Teucro armó nuevamente el arco,envió otra saeta a Héctor, con ánimo deherirlo, y también erró el tiro, porhaberlo desviado Apolo; pero hirió enel pecho cerca de la tetilla aArqueptólemo, osado auriga de Héctor,cuando se lanzaba a la pelea.

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Arqueptólemo cayó del carro, cejaronlos corceles de pies ligeros, y allíterminaron la vida y el valor delguerrero. Hondo pesar sintió el espíritude Héctor por tal muerte; pero, aunquecondolido del compañero, dejólo ymandó a su propio hermano Cebríones,que se hallaba cerca, que empuñara lasriendas de los caballos. Oyóle éste y nodesobedeció. Héctor saltó delrefulgence carro al suelo, y, vociferandode un modo espantoso, cogió una piedray encaminóse hacia Teucro con elpropósito de herirlo. Teucro, a su vez,sacó del carcaj una acerba flecha, y yaestiraba la cuerda del arco, cuando

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Héctor, el de tremolante casco, acertó adarle con la áspera piedra cerca delhombro, donde la clavícula separa elcuello del pecho y las heridas sonmortales, y le rompió el nervio:entorpecióse el brazo, Teucro cayó dehinojos y el arco se le fue de las manos.Ayante no abandonó al hermano caído enel suelo, sino que, corriendo adefenderlo, lo cubrió con el escudo.Acudieron dos fieles compañeros,Mecisteo, hijo de Equio, y el divinoAlástor; y, cogiendo a Teucro, que dabagrandes suspiros, lo llevaron a lascóncavas naves.

335 El Olímpico volvió a excitar el

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valor de los troyanos, los cualeshicieron arredrar a los aqueos enderechura al profundo foso. Héctor ibacon los delanteros, haciendo gala de sufuerza. Como el perro que acosa conágiles pies a un jabalí o a un león, lomuerde por detrás, ya los muslos, ya lasnalgas, y observa si vuelve la cara; deigual modo perseguía Héctor a losmelenudos aqueos, matando al que serezagaba, y ellos huían espántados.Cuando atravesaron la empalizada y elfoso, muchos sucumbieron a manos delos troyanos; los demás no pararon hastalas naves, y allí se animaban los unos alos otros, y con los brazos levantados

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oraban en voz alta a todas las deidades.Héctor revolvía por todas partes loscorceles de hermosas crines; y sus ojosparecían los de Gorgona o los de Ares,peste de los hombres.

350 Hera, la diosa de los níveosbrazos, al ver a los aqueoscompadeciólos, enseguida dirigió aAtenea estas aladas palabras:

352 —¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, quelleva la égida! ¿No nos cuidaremos desocorrer, aunque tarde, a los dánaosmoribundos? Perecerán, cumpliéndosesu aciago destino, por el arrojo de unsolo hombre, de Héctor Priámida, que seenfurece de intolerable modo y ya ha

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causado gran estrago.357 Respondióle Atenea, la diosa de

ojos de lechuza:358 Tiempo ha que ése hubiera

perdido fuerza y vida, muerto en supatria tierra por los aqueos; pero mipadre revuelve en su mente funestospropósitos, ¡cruel, siempre injusto,desbaratador de mis planes!, y norecuerda cuántas veces salvé a su hijoabrumado por los trabajos que Euristeole había impuesto: clamaba al cielo,llorando, y Zeus me enviaba asocorrerlo. Si mi precavida mentehubiese sabido lo de ahora, no hubieraescapado el hijo de Zeus de las hondas

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corrientes de la Éstige, cuando aquél lomandó que fuera a la mansión de Hades,de sólidas puertas, y sacara del Érebo elhorrendo can de Hades. Al presenteZeus me aborrece y cumple los deseosde Tetis, que besó sus rodillas y le tocóla barba, suplicándole que honrase aAquiles, asolador de ciudades. Díavendrá en que me llame nuevamente suamada hija, la de ojos de lechuza. Perounce los solípedos corceles, mientrasyo, entrando en el palacio de Zeus, quelleva la égida, me armo para el combate;quiero ver si el hijo de Príamo, Héctor,el de tremolante casco, se alegrarácuando aparezcamos en el campo de la

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batalla. Alguno de los troyanos, cayendojunto a las naves aqueas, saciará con sugrasa y con su carne a los perros y a lasaves.

381 Dijo; y Hera, la diosa de losníveos brazos, no fue desobediente. Lavenerable diosa Hera, hija del granCrono, aprestó solícita los caballos deáureos jaeces. Y Atenea, hija de Zeus,que lleva la égida, dejó caer al suelo elhermoso peplo bordado que ella mismahabía tejido y labrado con sus manos;vistió la túnica de Zeus, que amontonalas nubes, y se armó para la luctuosaguerra. Y subiendo al flamante carro,asió la lanza ponderosa, larga, fornida,

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con que la hija del prepotente padredestruye filas entenas de héroes cuandocontra ellos monta en cólera. Hera picócon el látigo a los corceles, y abriéronsede propio impulso rechinando laspuertas del cielo de que cuidan lasHoras —a ellas está confiado elespacioso cielo y el Olimpo—, pararemover o colocar delante la densanube. Por allí, por entre las puertas,dirigieron aquellas deidades loscorceles, dóciles al látigo.

397 El padre de Zeus, apenas las viodesde el Ida, se encendió en cólera; y alpunto llamó a Iris, la de doradas alas,para que le sirviese de mensajera:

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399 —¡Anda, ve, rápida Iris! Haz quese vuelvan y no les dejes llegar a mipresencia, porque ningún beneficio lesreportará luchar conmigo. Lo que voy adecir se cumplirá: Encojaréles losbriosos corceles; las derribaré delcarro, que romperé luego, y ni en diezaños cumplidos sanarán de las heridasque les produzca el rayo, para queconozca la de ojos de lechuza que es consu padre contra quien combate. ConHera no me irrito ni me encolerizo tanto,porque siempre ha solido oponerse acuanto digo.

409 De cal modo habló. Iris, la de lospies rápidos como el huracán, se levantó

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para llevar el mensaje; descendió de losmontes ideos; y, alcanzando a las diosasen la entrada del Olimpo, en vallesabundoso, hizo que se detuviesen, y lestransmitió la orden de Zeus:

413 —¿Adónde corréis? ¿Por qué envuestro pecho el corazón se enfurece?No consiente el Cronida que se socorraa los argivos. Ved aquí lo que hará elhijo de Crono si cumple su amenaza: Osencojará los briosos caballos, osderribará del carro, que romperá luego,y ni en diez años cumplidos sanaréis delas heridas que os produzca el rayo;para que conozcas tú, la de ojos delechuza, que es con tu padre contra quien

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combates. Con Hera no se irrita ni seencoleriza tanto, porque siempre hasolido oponerse a cuanto dice. ¡Pero tú,temeraria, perra desvergonzada, sirealmente te atrevieras a levantar contraZeus la formidable lanza…!

425 Cuando esto hubo dicho, fueseIris, la de los pies ligeros; y Heradirigió a Atenea estas palabras:

427 —¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, quelleva la égida! Ya no permito que porlos mortales peleemos con Zeus. Mueranunos y vivan otros, cualesquiera quefueren; y aquél sea juez, como lecorresponde, y dé a los troyanos y a losdánaos lo que su espíritu acuerde.

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432 Esto dicho, torció la rienda a lossolípedos caballos. Las Horasdesuncieron los corceles de hermosascrines, los ataron a pesebres divinos yapoyaron el carro en el reluciente muro.Y las diosas, que tenían el corazónafligido, se sentaron en áureos tronosmezcladamente con las demás deidades.

438 El padre Zeus, subiendo al carrode hermosas ruedas, guió los caballosdesde el Ida al Olimpo y llegó a lamansión de los dioses; y allí el ínclitodios que sacude la tierra desunció loscorceles, puso el carro en el estrado y locubrió con un velo de lino. Ellargovidente Zeus tomó asiento en el

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áureo trono y el inmenso Olimpo temblódebajo de sus pies. Atenea y Hera,sentadas aparte y a distancia de Zeus,nada le dijeron ni preguntaron; mas élcomprendió en su mente lo quepensaban, y dijo:

447 —¿Por qué os halláis tanabatidas, Atenea y Hera? No os habréisfatigado mucho en la batalla, donde losvarones adquieren gloria, matandotroyanos, contra quienes sentísvehemente rencor. Son tales mi fuerza ymis manos invictas, que no me haríancambiar de resolución cuantos dioseshay en el Olimpo. Pero os temblaron loshermosos miembros antes que llegarais

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a ver el combate y sus terribles hechos.Diré lo que en otro caso hubieraocurrido: Heridas por el rayo, nohubieseis vuelto en vuestro carro alOlimpo, donde se halla la mansión delos inmortales.

457 Así dijo. Atenea y Hera, quetenían los asientos contiguos y pensabanen causar daño a los troyanos,mordiéronse los labios. Atenea, aunqueairada contra su padre y poseída deferoz cólera, guardó silencio y nadadijo; pero a Hera la ira no le cupo en elpecho, y exclamó:

462 —¡Crudelísimo Cronida! ¡Quépalabras proferiste! Bien sabemos que

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es incontrastable tu poder; pero tenemoslástima de los belicosos dánaos, quemorirán, y se cumplirá su aciagodestino. Nos abstendremos de interveniren la lucha, si nos lo mandas, perosugeriremos a los argivos consejossaludables para que no perezcan todosvíctimas de tu cólera.

469 Respondióle Zeus, que amontonalas nubes:

470 —En la próxima mañana verás,si quieres, oh Hera veneranda, la deojos de novilla, cómo el prepotenteCronión hace gran riza en el ejército delos belicosos argivos. Y el impetuosoHéctor no dejará de pelear hasta que

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junto a las naves se levante el Pelida, elde los pies ligeros, el día aquel en quecombatan cerca de las popas y enestrecho espacio por el cadáver dePatroclo. Así lo decretó el hado, y nome importa que te irrites. Aunque lovayas a los confines de la tierra y delmar, donde moran Jápeto y Crono, queno disfrutan de los rayos del SolHiperión ni de los vientos, y se hallanrodeados por el profundo Tártaro;aunque, errante, llegues hasta allí, no meimportará verte enojada, porque no haynada más impudente que tú.

484 Así dijo; y Hera, la de los níveosbrazos, nada respondió. La brillante luz

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del sol se hundió en el Océano, trayendosobre la alma tierra la noche obscura.Contrarió a los troyanos la desapariciónde la luz; mas para los aqueos llegógrata, muy deseada, la tenebrosa noche.

489 El esclarecido Héctor reunió alos troyanos en la ribera del voraginosoJanto, lejos de las naves, en un lugarlimpio donde el suelo no aparecíacubierto de cadáveres. Aquéllosdescendieron de los carros y escucharona Héctor, caro a Zeus, que arrimado a sulama de once codos, cuya relucientebroncínea punta estaba sujeta por áureoanillo, así los arengaba:

497 —¡Oídme, troyanos, dárdanos y

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aliados! En el día de hoy esperabavolver a la ventosa Ilio después dedestruir las naves y acabar con todos losaqueos; pero nos quedamos a obscuras,y esto ha salvado a los argivos y a lasnaves que tienen en la playa.Obedezcamos ahora a la noche sombríay ocupémonos en preparar la cena;desuncid de los carros a los corceles dehermosas crines y echadles el pasto;traed pronto de la ciudad bueyes ypingües ovejas, y de vuestras casas pany vino, que alegra el corazón; amontonadabundante leña y encendamos muchashogueras que ardan hasta que despuntela aurora, hija de la mañana, y cuyo

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resplandor llegue al cielo: no sea quelos melenudos aqueos intenten huir estanoche por el ancho dorso del mar. No seembarquen tranquilos y sin sermolestados, sino que alguno tenga quecurarse en su casa una lanzada o unflechazo recibido al subir a la nave,para que tema quien ose mover laluctuosa guerra a los troyanos,domadores de caballos. Los heraldos,caros a Zeus, vayan a la población ypregonen que los adolescentes y losancianos de canosas sienes se reúnan enlas torres que fueron construidas por lasdeidades y circundan la ciudad; que lastímidas mujeres enciendan grandes

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fogatas en sus respectivas casas, y quela guardia sea continua para que losenemigos no entren insidiosamente en laciudad mientras los hombres estén fuera.Hágase como os lo encargo,magnánimos troyanos. Dichas quedan laspalabras que al presente convienen;mañana os arengaré de nuevo, troyanosdomadores de caballos; y espero que,con la protección de Zeus y de las otrasdeidades, echaré de aquí a esos perrosrabiosos, traídos por las parcas en losnegros bajeles. Durante la nochehagamos guardia nosotros mismos; ymañana, al comenzar el día, tomaremoslas armas para trabar vivo combate junto

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a las cóncavas naves. Veré si el fuerteDiomedes Tidida me hace retroceder delas naves al muro, o si lo mato con elbronce y me llevo sus cruentosdespojos. Mañana probará su valor, sime aguarda cuando lo acometa con lalanza; mas confío en que, así que salgael sol, caerá herido entre loscombatientes delanteros, y con élmuchos de sus camaradas. Así fuera yoinmortal, no tuviera que envejecer ygozara de los mismos honores queAtenea o Apolo, como este día seráfunesto para los argivos.

542 De este modo arengó Héctor, ylos troyanos lo aclamaron. Desuncieron

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de debajo del yugo los sudados corcelesy atáronlos con correas junto a susrespectivos carros; sacaron pronto de laciudad bueyes y pingües ovejas, y de lascasas pan y vino, que alegra el corazón,y amontonaron abundante leña. Despuésofrecieron hecatombes perfectas a losinmortales, y los vientos llevaban de lallanura al cielo el suave olor de la grasaquemada; pero los bienaventuradosdioses no quisieron aceptar la ofrenda,porque se les había hecho odiosa lasagrada Ilio y Príamo y su puebloarmado con lanzas de fresno.

553 Así, tan alentados,permanecieron toda la noche en el

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campo, donde ardían muchos fuegos.Como en noche de calma aparecen lasradiantes estrellas en torno de lafulgente luna, y se descubren lospromontorios, cimas y valles, porque enel cielo se ha abierto la vasta regiónetérea, vense todos los astros, y alpastor se le alegra el corazón: en tangran número eran las hogueras que,encendidas por los troyanos, quemabanante Ilio entre las naves y la corrientedel Janto. Mil fuegos ardían en lallanura, y en cada uno se agrupabancincuenta hombres a la luz de la ardientellama. Y los caballos, comiendo cercade los carros avena y blanca cebada,

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esperaban la llegada de la Aurora, la dehermoso trono.

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Canto IX*

Embajada a Aquiles –Súplicas

* Agamenón, arrepentido y lamentandosu disputa con Aquiles, por consejo desu anciano asesor Néstor, despacha aUlises, Ayante y al viejo Fénix comoembajadores ante Aquiles, para solicitar

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su ayuda, con plenos poderes paraprometerle la devolución de Briseide yabundantes regalos que compensen laafrenta sufrida. Pero Aquiles semantiene obstinado e inflexible.

1 Así los troyanos guardaban elcampo. De los aqueos habíaseenseñoreado la ingente fuga, compañeradel glacial terror, y los más valientesestaban agobiados por insufrible pesar.Como conmueven el ponto, en pecesabundante, los vientos Bóreas y Céfiro,soplando de improviso desde la Tracia,y las negruzcas olas se levantan y

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arrojan a la orilla multitud de algas; deigual modo les palpitaba a los aqueos elcorazón en el pecho.

9 El Atrida, en gran dolor sumido elcorazón, iba de un lado para otro ymandaba a los heraldos de voz sonoraque convocaran al ágora, nominalmentey en voz baja, a todos los capitanes, ytambién él los iba llamando y trabajabacomo los más diligentes. Los guerrerosacudieron afligidos. LevantóseAgamenón, llorando, como fuenteprofunda que desde altísimo peñascodeja caer sus aguas sombrías; y,despidiendo hondos suspiros, habló deesta suerte a los argivos:

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17 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos! En graveinfortunio envolvióme Zeus Cronida.¡Cruel! Me prometió y aseguró que nome iría sin destruir la bien murada Ilio ytodo ha sido funesto engaño; pues ahorame manda regresar a Argos, sin gloria,después de haber perdido tantoshombres. Así debe de ser grato alprepotente Zeus, que ha destruido lasfortalezas de muchas ciudades y aúndestruirá otras, porque su poder esinmenso. Ea, obremos todos como voy adecir: Huyamos en las naves a nuestrapatria tierra, pues ya no tomaremos aTroya, la de anchas calles.

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29 Así dijo. Enmudecieron todos ypermanecieron callados. Largo tiempoduró el silencio de los afligidos aqueos,mas al fin Diomedes, valiente en elcombate, dijo:

32 —¡Atrida! Empezarécombatiéndote por tu imprudencia, comoes permitido hacerlo, oh rey, en el ágora,pero no te irrites. Poco hamenospreciaste mi valor ante losdánaos, diciendo que soy cobarde ydébil, lo saben los argivos todos,jóvenes y viejos. Mas a ti el hijo delartero Crono de dos cosas te ha dadouna: te concedió que fueras honradocomo nadie por el cetro, y te negó la

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fortaleza, que es el mayor de lospoderes. ¡Desgraciado! ¿Crees que losaqueos son tan cobardes y débiles comodices? Si tu corazón te incita a regresar,parte: delante tienes el camino y cercadel mar gran copia de naves que desdeMicenas lo siguieron; pero los demásmelenudos aqueos se quedarán hasta quedestruyamos la ciudad de Troya. Y, sitambién éstos quieren irse, huyan en losbajeles a su patria; y nosotros dos, yo yEsténelo, seguiremos peleando hasta quea Ilio le llegue su fin; pues vinimosdebajo del amparo de los dioses.

50 Así habló; y todos los aqueosaplaudieron, admirados del discurso de

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Diomedes, domador de caballos. Y elcaballero Néstor se levantó y dijo:

53 —¡Tidida! Luchas con valor en elcombate y superas en el consejo a los detu edad; ningún aqueo osará vituperar nicontradecir tu discurso, pero no hasllegado hasta el fin. Eres aún joven —por tus años podrías ser mi hijo menor— y, no obstante, dices cosas discretas alos reyes argivos y has hablado como sedebe. Pero yo, que me vanaglorio de sermás viejo que tú, lo manifestaré yexpondré todo; y nadie despreciará mispalabras, ni siquiera el rey Agamenón.Sin familia, sin ley y sin hogar debe devivir quien apetece las horrendas luchas

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intestinas. Ahora obedezcamos a lanegra noche: preparemos la cena y losguardias vigilen a orillas del cavadofoso que corre delante del muro. A losjóvenes se lo encargo; y tú, oh Atrida,mándalo, pues eres el rey supremo.Ofrece después un banquete a loscaudillos, que esto es lo que te convieney lo digno de ti. Tus tiendas están llenasde vino, que las naves aqueas traencontinuamente de Tracia por elanchuroso ponto; dispones de cuanto serequiere para recibir a aquéllos, eimperas sobre muchos hombres. Una vezcongregados, seguirás el parecer dequien te dé mejor consejo; pues de uno

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bueno y prudente tienen necesidad losaqueos, ahora que el enemigo enciendetal número de hogueras junto a lasnaves. ¿Quién lo verá con alegría? Estanoche se decidirá la ruina o la salvacióndel ejército.

79 Así dijo, y ellos lo escucharonatentamente y lo obedecieron. Al puntose apresuraron a salir con armas, paraencargarse de la guardia, TrasimedesNestórida, pastor de hombres; Ascálafoy Yálmeno, hijos de Ares; Meriones,Afareo, Deípiro y el divino Licomedes,hijo de Creonte. Siete eran los capitanesde los centinelas, y cada uno mandabacien mozos provistos de luengas picas.

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Situáronse entre el foso y la muralla,encendieron fuego, y todos sacaron surespectiva cena.

99 El Atrida llevó a su tienda a lospríncipes aqueos, así que se hubieronreunido, y les dio un espléndidobanquete. Ellos metieron mano en losmanjares que tenían delante, y, cuandohubieron satisfecho el deseo de beber yde comer, el anciano Néstor, cuyaopinión era considerada siempre comola mejor, empezó a aconsejarles; yarengándolos con benevolencia, lesdijo:

96 —¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey dehombres, Agamenón! Por ti acabaré y

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por ti comenzaré también, ya que reinassobre muchos hombres y Zeus te ha dadocetro y leyes para que mires por lossúbditos. Por esto debes exponer tuopinión y oír la de los demás y aunllevarla a cumplimiento cuandocualquiera, siguiendo los impulsos de suánimo, proponga algo bueno; que esatribución tuya ejecutar lo que seacuerde. Te diré lo que considero másconvenience y nadie concebirá una ideamejor que la que tuve y sigo teniendo, ohvástago de Zeus, desde que, contra miparecer, te llevaste la joven Briseidearrebatándola de la tienda del enojadoAquiles. Gran empeño puse en

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disuadirte, pero venció tu ánimo fogosoy menospreciaste a un fortísimo varónhonrado por los dioses, arrebatándole larecompensa que todavía retienes. Masveamos todavía si podremos aplacarlocon agradables presentes y dulcespalabras.

114 Respondióle el rey de hombres,Agamenón:

115 —No has mentido, anciano, alenumerar mis faltas. Procedí mal, no loniego; vale por muchos el varón a quienZeus ama cordialmente; y ahora el dios,queriendo honrar a ése, ha causado laderrota de los aqueos. Mas, ya que lefalté, dejándome llevar por la funesta

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pasión, quiero aplacarlo y le ofrezco lamuchedumbre de espléndidos presentesque voy a enumerar: Siete trípodes nopuestos aún al fuego, diez talentos deoro, veinte calderas relucientes y docecorceles robustos, premiados, que en lacarrera alcanzaron la victoria. No seríapobre ni carecería de precioso oro quientuviera los premios que estos solípedoscaballos lograron. Le daré también sietemujeres lesbias, hábiles en hacerprimorosas labores, que yo mismoescogí cuando tomó la bien construidaLesbos y que en hermosura a las demásaventajaban. Con ellas le entregaré lahija de Briseo, que entonces le quité, y

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juraré solemnemente que jamás subí a sulecho ni me uní con ella, como escostumbre entre hombres y mujeres.Todo esto se le presentará enseguida;mas, si los dioses nos permiten destruirla gran ciudad de Príamo, entre en ellacuando los aqueos partamos el botín,cargue abundantemente de oro y debronce su nave y elija él mismo lasveinte troyanas que más hermosas seandespués de la argiva Helena. Y, siconseguimos volver a los fértilescampos de Argos de Acaya, podrá sermi yerno y tendrá tantos honores comoOrestes, mi hijo menor, que se cría conmucho regalo. De las tres hijas que dejé

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en el alcázar bien construido,Crisótemis, Laódice a Ifianasa, llévesela que quiera, sin dotarla, a la casa dePeleo; que yo la dotaré tanespléndidamente, como nadie hayadotado jamás a su hija: ofrezco darlesiete populosas ciudades —Cardámila,Enope, la herbosa Hira, la divina Feras,Antea, la de los hermosos prados, lalinda Epea y Pédaso, en viñas abundante—, situadas todas junto al mar, en losconfines de la arenosa Pilos, y pobladasde hombres ricos en ganado y en bueyes,que lo honrarán con ofrendas como a unadeidad y pagarán, regidos por su cetro,crecidos tributos. Todo esto haría yo,

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con tal de que depusiera la cólera. Quese deje ablandar; pues, por serimplacable e inexorable, Hades es paralos mortales el más aborrecible de todoslos dioses; y ceda a mí, que en poder yedad de aventajarlo me glorio.

162 Contestó Néstor, caballerogerenio:

163 —¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey dehombres, Agamenón! No sondespreciables los regalos que ofreces alrey Aquiles. Ea, elijamos esclarecidosvarones que cuanto antes vayan a latienda del Pelida. Y, si quieres, yomismo los designaré y ellos obedezcan:Fénix, caro a Zeus, que será el jefe, el

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gran Ayante y el divino Ulises,acompañados de los heraldos Odio yEunbates. Dadnos agua a las manos eimponed silencio, para rogar a ZeusCronida que se apiade de nosotros.

173 Así dijo, y su discurso agradó atodos. Los heraldos dieron enseguidaaguamanos a los caudillos, y losmancebos, coronando de bebida lascráteras, distribuyéronla a todos lospresentes después de haber ofrecido encopas las primicias. Luego que hicieronlibaciones y cada cual bebió cuantoquiso, salieron de la tienda deAgamenón Atrida. Y Néstor, caballerogerenio, fijando sucesivamente los ojos

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en cada uno de los elegidos, lesrecomendaba mucho, y de un modoespecial a Ulises, que procuraranpersuadir al eximio Pelión.

182 Fuéronse éstos por la orilla delestruendoso mar y dirigían muchosruegos a Poseidón, que ciñe y bate latierra, para que les resultara fácil llevarla persuasión al altivo espíritu delEácida. Cuando hubieron llegado a lastiendas y naves de los mirmidones,hallaron al héroe deleitándose con unahermosa lira labrada de argénteo puente,que había cogido de entre los despojoscuando destruyó la ciudad de Eetión;con ella recreaba su ánimo, cantando

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hazañas de los hombres. Patroclo, solo ycallado, estaba sentado frente a él yesperaba que el Eácida acabase decantar. Entraron aquéllos, precedidospor Ulises, y se detuvieron delante delhéroe; Aquiles, atónito, se alzó delasiento sin dejar la lira y Patroclo alverlos se levantó también. Aquiles, el delos pies ligeros, tendióles la mano ydijo:

197 —¡Salud, amigos que llegáis!Grande debe de ser la necesidad cuandovenís vosotros, que sois para mí, aunqueesté irritado, los más queridos de losaqueos todos.

199 En diciendo esto, el divino

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Aquiles les hizo sentar en sillasprovistas de purpúreos tapetes, yenseguida dijo a Patroclo, que estabacerca de él:

202 —¡Hijo de Menecio! Saca lacrátera mayor, llénala del vino másañejo y distribuye copas; pues estándebajo de mi techo los hombres que meson más caros.

205 Así dijo, y Patroclo obedeció alcompañero amado. En un tajón queacercó a la lumbre puso los lomos deuna oveja y de una pingüe cabra y lagrasa espalda de un suculento jabalí.Automedonte sujetaba la carne; Aquiles,después de cortarla y dividirla, la

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espetaba en asadores; y el Menecíada,varón igual a un dios, encendía un granfuego; y luego, quemada la leña y muertala llama, extendió las brasas, colocóencima los asadores asegurándolos conpiedras y sazonó la carne con la divinasal. Cuando aquélla estuvo asada yservida en la mesa, Patroclo repartiópan en hermosas canastillas; y Aquilesdistribuyó la carne, sentóse frente aldivino Ulises, de espaldas a la pared, yordenó a Patroclo, su amigo, que hicierala ofrenda a los dioses. Patroclo echólas primicias al fuego. Metieron mano alos manjares que tenían delante, y,cuando hubieron satisfecho el deseo de

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beber y de comer, Ayante hizo una señaa Fénix; y Ulises, al advertirlo, llenó devino la copa y brindó a Aquiles:

223 —¡Salve, Aquiles! De igualfestín hemos disfrutado en la tienda delAtrida Agamenón que ahora aquí, dondepodríamos comer muchos y agradablesmanjares; pero los placeres deldelicioso banquete no nos halaganporque tememos, oh alumno de Zeus,que nos suceda una gran desgracia:dudamos si nos será dado salvar operder las naves de muchos bancos, si túno lo revistes de valor. Los orgullosostroyanos y sus auxiliares, venidos delejas tierras, acampan junto a las naves y

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al muro y han encendido una porción dehogueras; y dicen que, como nopodremos resistirlos, asaltarán lasnegras naves; Zeus Cronida relampagueahaciéndoles favorables señales, yHéctor, envanecido por su bravura yconfiando en Zeus, se muestraestupendamente furioso, no respeta ahombres ni a dioses, está poseído decruel rabia, y pide que aparezca prontola divina Aurora, asegurando que ha decortar nuestras elevadas popas, quemarlas naves con ardiente fuego y matarcerca de ellas a los aqueos aturdidospor el humo. Mucho teme mi alma quelos dioses cumplan sus amenazas y el

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destino haya dispuesto que muramos enTroya, lejos de Argos, criadora decaballos. Ea, levántate si deseas, aunquetarde, salvar a los aqueos, que estánacosados por los troyanos. A ti mismo teha de pesar si no lo haces, y no puederepararse el mal una vez causado;piensa, pues, cómo librarás a los dánaosde tan funesto día. Amigo, tu padrePeleo te daba estos consejos el día enque desde Ftía lo envió a Agamenón:«¡Hijo mío! La fortaleza, Atenea y Herate la darán si quieren; tú refrena en elpecho el natural fogoso —labenevolencia es preferible— y abstentede perniciosas disputas para que seas

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más honrado por los argivos jóvenes yancianos». Así te amonestaba el ancianoy tú lo olvidas. Cede ya y depón lafunesta cólera; pues Agamenón te ofrecedignos presentes si renuncias a ella. Y siquieres, oye y te referiré cuantoAgamenón dijo en su tienda que te daría:Siete trípodes no puestos aún al fuego,diez talentos de oro, veinte calderasrelucientes y doce corceles robustos,premiados, que alcanzaron la victoria enla carrera. No sería pobre ni careceríade precioso oro quien tuviera lospremios que estos caballos deAgamenón con sus pies lograron. Tedará también siete mujeres lesbias,

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hábiles en hacer primorosas labores,que él mismo escogió cuando tomaste labien construida Lesbos y que enhermosura a las demás aventajaban. Conellas te entregará la hija de Briseo, quete ha quitado, y jurará solemnemente quejamás subió a su lecho ni se unió con lamisma, como es costumbre, oh rey, entrehombres y mujeres. Todo esto se tepresentará enseguida; mas, si los diosesnos permiten destruir la gran ciudad dePríamo, entra en ella cuando los aqueospartamos el botín, carga abundantementede oro y de bronce tu nave y elige túmismo las veinte troyanas que máshermosas sean después de la argiva

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Helena. Y, si conseguimos volver a losfértiles campos de Argos de Acaya,podrás ser su yerno y tendrás tantoshonores como Orestes, su hijo menor,que se cría con mucho regalo. De lastres hijas que dejó en el palacio bienconstruido, Crisótemis, Laódice aIfianasa, llévate la que quieras, sindotarla, a la casa de Peleo, que él ladotará espléndidamente como nadiehaya dotado jamás a su hija: ofrece dartesiete populosas ciudades —Cardámila,Énope, la herbosa Hira, la divina Feras,Antea, la de los amenos prados, la lindaEpea y Pédaso, en viñas abundante—,situadas todas junto al mar, en los

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confines de la arenosa Pilos, y pobladasde hombres ricos en ganado y en bueyes,que te honrarán con ofrendas como a undios y pagarán, regidos por tu cetro,crecidos tributos. Todo esto haría, contal de que depusieras la cólera. Y, si elAtrida y sus regalos te son odiosos,apiádate de los aqueos todos, que,atribulados como están en el ejército, tevenerarán como a un dios y conseguirásentre ellos inmensa gloria. Ahorapodrías matar a Héctor, que llevado desu funesta rabia se acercará mucho a ti,pues dice que ninguno de los dánaos quetrajeron las naves lo iguala en valor.

307 Respondióle Aquiles, el de los

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pies ligeros:308 —¡Laertíada, del linaje de Zeus!

¡Ulises, fecundo en ardides! Preciso esque os manifieste lo que pienso hacerpara que dejéis de importunarme unospor un lado y otros por el opuesto. Mees tan odioso como las puertas de Hadesquien piensa una cosa y manifiesta otra.Diré, pues, lo que me parece mejor.Creo que ni el Atrida Agamenón ni losdánaos lograrán convencerme, ya quepara nada se agradece el combatirsiempre y sin descanso contra hombresenemigos. La misma recompensa obtieneel que se queda en su tienda, que el quepelea con bizarría; en igual

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consideración son tenidos el cobarde yel valiente; y así muere el holgazáncomo el laborioso. Ninguna ventaja meha procurado sufrir tantos pesares yexponer mi vida en el combate. Como elave lleva a los implumes hijuelos lacomida que coge, privándose de ella, asíyo pasé largas noches sin dormir y díasenteros entregado a la cruenta lucha conhombres que combatían por sus esposas.Conquisté doce ciudades por mar y oncepor tierra en la fértil región troyana; detodas saqué abundantes y preciososdespojos que di al Atrida, y éste, que sequedaba en las veleras naves,recibiólos, repartió unos pocos y se

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guardó los restantes. Mas lasrecompensas que Agamenón concedió alos reyes y caudillos siguen en poder deéstos; y a mí, solo entre los aqueos, mequitó la dulce esposa y la retiene aún:que goce durmiendo con ella. ¿Por quélos argivos han tenido que mover guerraa los troyanos? ¿Por qué el Atrida hajuntado y traído el ejército? ¿No es porHelena, la de hermosa cabellera? Pues¿acaso son los Atridas los únicoshombres, de voz articulada, que aman asus esposas? Todo hombre bueno ysensato quiere y cuida a la suya, y yoapreciaba cordialmente a la mía, aunquela había adquirido por medio de la

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lanza. Ya que me defraudó,arrebatándome de las manos larecompensa, no me tiente; lo conozco yno me persuadirá. Delibere contigo,Ulises, y con los demás reyes cómopodrá librar a las naves del fuegoenemigo. Muchas cosas ha hecho ya sinmi ayuda, pues construyó un muro,abriendo a su pie ancho y profundo fosoque defiende una empalizada; mas ni conesto puede contener el arrojo de Héctor,matador de hombres. Mientras combatípor los aqueos, jamás quiso Héctor quela pelea se trabara lejos de la muralla;sólo llegaba a las puertas Esceas y a laencina; y, una vez que allí me aguardó,

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costóle trabajo salvarse de miacometida. Y puesto que ya no deseoguerrear contra el divino Héctormañana, después de ofrecer sacrificios aZeus y a los demás dioses, echaré al marlos cargados bajeles, y verás, si quieresy te interesa, mis naves surcando elHelesponto, en peces abundoso, y enellas hombres que remarán gustosos; y,si el glorioso agitador de la tierra meconcede una navegación feliz, al tercerdía llegará a la fértil Ftía. En ella dejémuchas cosas cuando en mal hora vine yde aquí me llevaré oro, rojizo bronce,mujeres de hermosa cintura y lucientehierro, que por suerte me tocaron; ya que

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el rey Agamenón Atrida, insultándome,me ha quitado la recompensa que élmismo me diera. Decídselopúblicamente, os lo encargo, para quelos demás aqueos se indignen, si con suhabitual impudencia pretendiese engañara algún otro dánao. No se atrevería, pordesvergonzado que sea, a mirarme caraa cara, con él no deliberaré ni haré cosaalguna, y, si me engañó y ofendió, ya nome embaucará más con sus palabras;séale esto bastante y corra tranquilo a superdición, puesto que el próvido Zeus leha quitado el juicio. Sus presentes meson odiosos, y hago tanto caso de élcomo de un cabello. Aunque me diera

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diez o veinte veces más de lo que poseeo de lo que a poseer llegare, o cuantoentra en Orcómeno, o en la egipcia Teba,cuyas casas guardan muchas riquezas —cien puertas dan ingreso a la ciudad ypor cada una pasan diariamentedoscientos hombres con caballos ycarros—, o tanto, cuantas son las arenaso los granos de polvo, ni aun asíaplacaría Agamenón mi enojo, si antesno me pagaba la dolorosa afrenta. Nome casaré con la hija de AgamenónAtrida, aunque en hermosura rivalicecon la dorada Afrodita y en las laborescompita con Atenea, la de ojos delechuza; ni siendo así me desposaré con

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ella; elija aquel otro aqueo que leconvenga y sea rey más poderoso. Si,salvándome los dioses, vuelvo a micasa, el mismo Peleo me buscaráconsorte. Gran número de aqueas hay enla Hélade y en Ftía, hijas de príncipesque gobiernan las ciudades; la que yoquiera será mi mujer. Mucho meaconseja mi corazón varonil que tomelegítima esposa, digna cónyuge mía, ygoce allá de las riquezas adquiridas porel anciano Peleo; pues no creo que valgalo que la vida ni cuanto dicen que seencerraba en la populosa ciudad de Ilioen tiempo de paz, antes que vinieran losaqueos, ni cuanto contiene el lapídeo

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templo de Apolo, que hiere de lejos, enla rocosa Pito. Se pueden apresar losbueyes y las pingües ovejas, se puedenadquirir los trípodes y los tostadosalazanes; pero no es posible prender nicoger el alma humana para que vuelva,una vez ha salvado la barrera queforman los dientes. Mi madre, la diosaTetis, de argentados pies, dice que lasparcas pueden llevarme al fin de lamuerte de una de estas dos maneras: Sime quedo aquí a combatir en torno de laciudad troyana, no volveré a la patriatierra, pero mi gloria será inmortal; siregreso, perderé la ínclita fama, pero mivida será larga, pues la muerte no me

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sorprenderá tan pronto. Yo os aconsejoque os embarquéis y volváis a vuestroshogares, porque ya no conseguiréisarruinar la excelsa Ilio: el largovidenteZeus extendió el brazo sobre ella y sushombres están llenos de confianza.Vosotros llevad la respuesta a lospríncipes aqueos —que ésta es la misiónde los legados—, a fin de que busquenotro medio de salvar las cóncavas navesy a los aqueos que hay a su alrededor,pues aquél en que pensaron no puedeemplearse mientras subsista mi enojo. YFénix quédese con nosotros, acuéstese ymañana volverá conmigo a la patriatierra, si así lo desea, que no he de

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llevarlo a viva fuerza.430 Así dijo, y todos enmudecieron,

asombrados de oírlo; pues fue mucha lavehemencia con que se negó. Y elanciano jinete Fénix, que sentía grantemor por las naves aqueas, dijodespués de un buen rato y saltándole laslágrimas:

434 —Si piensas en el regreso,preclaro Aquiles, y te niegas en absolutoa defender del voraz fuego las velerasnaves, porque la ira penetró en tucorazón, ¿cómo podría quedarme solo ysin ti, hijo querido? El anciano jinetePeleo quiso que yo te acompañase el díaen que te envió desde Ftía a Agamenón,

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todavía niño y sin experiencia de lafunesta guerra ni del ágora, donde losvarones se hacen ilustres; y me mandóque te enseñara a hablar bien y arealizar grandes hechos. Por esto, hijoquerido, no querría verme abandonadode ti, aunque un dios en persona meprometiera rasparme la vejez y dejarmetan joven como cuando salí de laHélade, de lindas mujeres, huyendo delas imprecaciones de AmíntorOrménida, mi padre, que se irritóconmigo por una concubina de hermosacabellera, a quien amaba con ofensa desu esposa y madre mía. Ésta mesuplicaba continuamente, abrazando mis

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rodillas, que me juntara con laconcubina para que aborreciese alanciano. Quise obedecerla y lo hice; mipadre, que no tardó en conocerlo, memaldijo repetidas veces pidió a lashorrendas Erinias que jamás pudierasentarse en sus rodillas un hijo mío, ylos dioses —el Zeus subterráneo y laterrible Perséfone ratificaron susimprecaciones—. [Pensé matar a mipadre con el agudo bronce; mas algunode los inmortales calmó mi cólera,haciendo que a mi corazón serepresentara la fama que tendría yo entrelos hombres y los muchos baldones quede ellos recibiría, a fin de que no fuese

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llamado parricida entre los aqueos.]Desde entonces no tuve ánimo para viviren el palacio con mi padre enojado.Amigos y deudos querían retenerme allíy me dirigían insistentes súplicas:degollaron gran copia de pingües ovejasy flexípedes bueyes de retorcidoscuernos; pusieron a asar muchos puercosgrasos sobre la llama de Hefesto;bebióse buena parte del vino que lastinajas del anciano contenían; y nuevenoches seguidas durmieron aquéllos ami lado, vigilándome por turno yteniendo encendidas dos hogueras, unaen el pórtico del bien cercado patio yotra en el vestíbulo ante la puerta de la

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habitación. Al llegar por décima vez latenebrosa noche, salí del aposentorompiendo las tablas fuertemente unidasde la puerta; salté con facilidad el murodel patio, sin que mis guardianes ni lassirvientas lo advirtieran, y, huyendo porla espaciosa Hélade, llegué a la fértilFtía, madre de ovejas, a la casa del reyPeleo. Este me acogió benévolo; meamó como debe de amar un padre al hijounigénito que haya tenido en la vejez,viviendo en la opulencia; enriqueciómey púsome al frente de numeroso pueblo,y desde entonces viví en un confín de laFtía, reinando sobre los dólopes. Y tecrié hasta hacerte cual eres, oh Aquiles

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semejante a los dioses, con cordialcariño; y tú ni querías ir con otro albanquete, ni comer en el palacio, hastaque, sentándote en mis rodillas, tesaciaba de carne cortada en pedacitos yte acercaba el vino. ¡Cuántas vecesdurante la molesta infancia memanchaste la túnica en el pecho con elvino que devolvías! Mucho padecí ytrabajé por tu causa, y, considerando quelos dioses no me habían dadodescendencia, te adopté por hijo, ohAquiles semejante a los dioses, para queun día me librases del cruel infortunio.Pero, Aquiles, refrena tu ánimo fogoso;no conviene que tengas un corazón

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despiadado, cuando los dioses mismosse dejan aplacar, no obstante su mayorvirtud, dignidad y poder. Consacrificios, votos agradables, libacionesy vapor de grasa quemada los desenojancuantos infringieron su ley y pecaron.Pues las Súplicas son hijas del granZeus, y aunque cojas, arrugadas ybizcas, cuidan de ir tras de Ofuscación:ésta es robusta, de pies ligeros, y por lomismo se adelanta, y, recorriendo latierra, ofende a los hombres: y aquéllasreparan luego el daño causado. Quienacata a las hijas de Zeus cuando se lepresentan, consigue gran provecho y espor ellas atendido si alguna vez tiene

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que invocarlas. Mas si alguien lasdesatiende y se obstina en rechazarlas,se dirigen a Zeus Cronida y le piden queOfuscación acompañe siempre a aquélpara que con el daño sufra la pena.Concede tú también a las hijas de Zeus,oh Aquiles, la debida consideración, porla cual el espíritu de otros valientes seaplacó. Si el Atrida no te brindara esospresentes, ni te hiciera otrosofrecimientos para lo futuro, yconservara pertinazmente su cólera, note exhortaría a que, deponiendo la ira,socorrieras a los argivos, aunque esgrande la necesidad en que se hallan.Pero te da muchas cosas, te promete más

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y te envía, para que por él rueguen,varones excelentes, escogiendo en elejército aqueo los argivos que te sonmás caros. No desprecies las palabrasde éstos, ni dejes sin efecto su venida,ya que no se te puede reprender queantes estuvieras irritado. Todos hemosoído contar hazañas de los héroes deantaño, y sabemos que, cuando estabanposeídos de feroz cólera, eran placablescon dones y exorables a los ruegos.Recuerdo lo que pasó en cierto caso, noreciente, sino antiguo, y os lo voy areferir a vosotros, que sois todos amigosmíos. Curetes y bravos etolioscombatían en torno de Calidón y unos a

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otros se mataban, defendiendo losetolios su hermosa ciudad y deseandolos curetes asolarla por medio de Ares.Había promovido esta contiendaÁrtemis, la de áureo trono, enojadaporque Eneo no le dedicó los sacrificiosde la siega en el fértil campo: los otrosdioses regaláronse con las hecatombes,y sólo a la hija del gran Zeus dejó aquélde ofrecerlas, por olvido o porinadvertencia, cometiendo una granfalta. Airada la deidad que se complaceen tirar flechas, hizo aparecer un jabalí,de albos dientes, que causó grandestrozo en el campo de Eneo,desarraigando altísimos árboles y

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echándolos por tierra cuando ya con laflor prometían el fruto. Al fin lo matóMeleagro, hijo de Eneo, ayudado porcazadores y perros de muchas ciudades—pues no era posible vencerlo conpoca gente, ¡tan corpulento era!, y ya amuchos los había hecho subir a la tristepira—, y la diosa suscitó entonces unaclamorosa contienda entre los curetes ylos magnánimos etolios por la cabeza yla hirsuta piel del jabalí. MientrasMeleagro, caro a Ares, combatió, les fuemal a los curetes, que no podían, a pesarde ser tantos, acercarse a los muros.Pero el héroe, irritado con su madreAltea, se dejó dominar por la cólera que

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perturba la mente de los más cuerdos yse quedó en el palacio con su lindaesposa Cleopatra, hija de MarpesaEvenina, la de hermosos tobillos, y deIdas, el más fuerte de los hombres queentonces poblaban la tierra. (AtrevióseIdas a armar el arco contra el soberanoFebo Apolo, a causa de la joven dehermosos tobillos, y desde entoncespusiéronle a Cleopatra su padre y suveneranda madre el sobrenombre deAlcíone, porque la madre, sufriendo lasuerte del sufridísimo alción, deshacíaseen lágrimas mientras Febo Apolo, quehiere de lejos, se la Ilevaba.) Retirado,pues, con su esposa, devoraba Meleagro

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la acerba cólera que le causaron lasimprecaciones de su madre; la cual,acongojada por la muerte violenta de unhermano, oraba mucho a los dioses, y,puesta de rodillas y con el seno bañadoen lágrimas, golpeaba mucho el fértilsuelo invocando a Hades y a la terriblePerséfone para que dieran muerte a suhijo. Erinias, que vaga en las tinieblas ytiene un corazón inexorable, la oyódesde el Érebo, y enseguida creció eltumulto y la gritería ante las puertas dela ciudad, las torres fueron atacadas ylos etolios ancianos enviaron a loseximios sacerdotes de los dioses paraque suplicaran a Meleagro que saliera a

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defenderlos, ofreciéndole un ricopresente: donde el suelo de la amenaCalidón fuera más fértil, escogería élmismo un hermoso campo de cincuentayugadas, mitad viña y mitad tierralabrantía. Presentóse también en elumbral del alto aposento el ancianojinete Eneo; y, llamando a la puerta,dirigió a su hijo muchas súplicas.Rogáronle asimismo muchas veces sushermanas y su venerable madre. Pero élse negaba cada vez más. Acudieron susmejores y más caros amigos, y tampococonsiguieron mover su corazón, nipersuadirlo a que no aguardara, parasalir del cuarto, a que llegaran hasta él

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los enemigos. Y los curetes escalaronlas torres y empezaron a pegar fuego a lagran ciudad. Entonces la esposa, debella cintura, instó a Meleagro llorandoy refiriéndole las desgracias quepadecen los hombres, cuya ciudadsucumbe: Matan a los varones, le decía;el fuego destruye la ciudad, y sonreducidos a la esclavitud los niños y lasmujeres de estrecha cintura. Meleagro,al oír estos males, sintió que se leconmovía el corazón; y, dejándosellevar por su ánimo, vistió las lucientesarmas y libró del funesto día a losetolios; pero ya no le dieron los muchosy hermosos presentes, a pesar de

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haberlos salvado de la ruina. Y ahora tú,amigo, no pienses de igual manera, ni undios te induzca a obrar así; será peorque difieras el socorro para cuando lasnaves sean incendiadas; ve, pues, porlos regalos, y los aqueos te veneraráncomo a un dios, porque, si intervinieresen la homicida guerra cuando ya no teofrezcan dones, no alcanzarás tantahonra aunque rechaces a los enemigos.

606 Respondióle Aquiles, el de lospies ligeros:

607 —¡Fénix, anciano padre, alumnode Zeus! Para nada necesito tal honor; yespero que, si Zeus quiere, seré honradoen las cóncavas naves mientras la

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respiración no falte a mi pecho y misrodillas se muevan. Otra cosa voy adecirte, que grabarás en tu memoria: Nome conturbes el ánimo con llanto ygemidos por complacer al héroe Atrida,a quien no debes querer si deseas que elafecto que te profeso no se convierta enodio; mejor es que aflijas conmigo aquien me aflige. Ejerce el mandoconmigo y comparte mis honores. Ésosllevarán la respuesta, tú quédate yacuéstate en blanda cama, y al despuntarla aurora determinaremos si nosconviene regresar a nuestros hogares oquedarnos aquí todavía.

620 Dijo, y ordenó a Patroclo,

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haciéndole con las cejas silenciosaseñal, que dispusiera una mullida camapara Fénix, a fin de que los demáspensaran en salir cuanto antes de latienda. Y Ayante Telamoníada, igual a undios, habló diciendo:

624 —¡Laertíada, del linaje de Zeus!¡Ulises, fecundo en ardides! ¡Vámonos!No espero lograr nuestro propósito poreste camino, y hemos de anunciar larespuesta, aunque sea desfavorable, alos dánaos que están aguardando.Aquiles tiene en su pecho un corazónferoz y soberbio. ¡Cruel! En nadaaprecia la amistad de sus compañeros,con la cual lo honrábamos en el

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campamento más que a otro alguno.¡Despiadado! Por la muerte del hermanoo del hijo se recibe una compensación;y, una vez pagada la importantecantidad, el matador se queda en elpueblo, y el corazón y el ánimo airadodel ofendido se apaciguan con lacompensación recibida, y a ti los dioseste han llenado el pecho de implacable yfunesto rencor por una sola joven. Sieteexcelentes te ofrecemos hoy y otrasmuchas cosas; séanos tu corazónpropicio y respeta tu morada, puesestamos debajo de tu techo, enviadospor el ejército dánao, y anhelamos serpara ti los más apreciados y los más

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amigos de los aqueos todos.643 Respondióle Aquiles, el de los

pies ligeros:644 —¡Ayante Telamonio, del linaje

de Zeus, príncipe de hombres! Creo quehas dicho lo que sientes, pero micorazón se enciende en ira cuando meacuerdo de aquéllos y del menospreciocon que el Atrida me trató en presenciade los argivos, cual si yo fuera unmiserable advenedizo. Id y publicad mirespuesta: No me ocuparé en la cruentaguerra hasta que el hijo del aguerridoPríamo, Héctor divino, llegue matandoargivos a las tiendas y naves de losmirmidones y las incendie. Creo que

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Héctor, aunque esté enardecido, seabstendrá de combatir tan pronto comose acerque a mi tienda y a mi negranave.

656 Así dijo. Cada uno tomó unacopa de doble asa; y, hecha la libación,los enviados, con Ulises a su frente,regresaron a las naves. Patroclo ordenóa sus compañeros y a las esclavas queaderezaran al momento una mullidacama para Fénix; y ellas, obedeciendo elmandato, hiciéronla con pieles de ovejauna colcha y finísima cubierta del mejorlino. Allí descansó el viejo, aguardandola divina Aurora. Aquiles durmió en lomás retirado de la sólida tienda con una

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mujer que se había llevado de Lesbos:con Diomede, hija de Forbante, la dehermosas mejillas. Y Patroclo se acostójunto a la pared opuesta, teniendo a sulado a Ifis, la de bella cintura, que lehabía regalado Aquiles al tomar laexcelsa Esciro, ciudad de Enieo.

669 Cuando los enviados llegaron ala tienda del Atrida, los aqueos, puestosen pie, les presentaban áureas copas yles hacían preguntas. Y el rey dehombres, Agamenón, los interrogódiciendo:

673 —¡Ea! Dime, célebre Ulises,gloria insigne de los aqueos. ¿Quierelibrar a las naves del fuego enemigo, o

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se niega porque su corazón soberbio sehalla aún dominado por la cólera?

676 Contestó el paciente divinoUlises:

677 —¡Gloriosísimo Atrida, rey dehombres, Agamenón! No quiere aquéldeponer la cólera, sino que se enciendeaún más su ira y te desprecia a ti y tusdones. Manda que deliberes con losargivos cómo podrás salvar las naves yal pueblo aqueo, dice en son de amenazaque echará al mar sus corvos bajeles, demuchos bancos, al descubrirse la nuevaaurora, y aconseja que los demás seembarquen y vuelvan a sus hogares,porque ya no conseguiréis arruinar la

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excelsa Ilio: el largovidente Zeusextendió el brazo sobre ella, y sushombres están llenos de confianza. Asídijo, como pueden referirlo éstos quefueron conmigo: Ayante y los dosheraldos, que ambos son prudentes. Elanciano Fénix se acostó allí por ordende aquél, para que mañana vuelva a lapatria tierra, si así lo desea, porque noha de llevarle a viva fuerza.

693 Así habló, y todos callaron,asombrados de sus palabras, pues eramuy grave lo que acababa de decir.Largo rato duró el silencio de losafligidos aqueos; mas al fin exclamóDiomedes, valiente en el combate:

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697 —¡Gloriosísimo Atrida, rey dehombres, Agamenón! No debiste rogaral eximio Pelión, ni ofrecerleinnumerables regalos; ya era altivo, yahora has dado pábulo a su soberbia.Pero dejémoslo, ya se vaya, ya sequede: volverá a combatir cuando elcorazón que tiene en el pecho se loordene y un dios le incite. Ea, obremostodos como voy a decir. Acostaosdespués de satisfacer los deseos devuestro corazón comiendo y bebiendovino, pues esto da fuerza y vigor. Y,cuando aparezca la hermosa Aurora derosáceos dedos, haz que se reúnan juntoa las naves los hombres y los carros,

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exhorta al pueblo y pelea en primerafila.

710 Tales fueron sus palabras, quetodos los reyes aplaudieron, admiradosdel discurso de Diomedes, domador decaballos. Y hechas las libaciones,volvieron a sus respectivas tiendas,acostáronse y el don del sueñorecibieron.

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Canto X*

Dolonia

* Aqueos y troyanos espían losmovimientos del contrario. Ulises yDiomedes apresan a Dolón, del queconsiguen información del campamentotroyano.

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1 Los príncipes aqueos durmierontoda la noche vencidos por plácidosueño; mas no probó sus dulzuras elAtrida Agamenón, pastor de hombres,porque en su mente revolvía muchascosas. Como el esposo de Hera, la dehermosa cabellera, relampaguea cuandoprepara una lluvia torrencial, el granizoo una nevada que cubra los campos, oquiere abrir en alguna parte la bocainmensa de la amarga guerra; así, tanfrecuentemente, se escapaban del pechode Agamenón los suspiros, que salían delo más hondo de su corazón, e

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interiormente le temblaban las entrañas.Cuando fijaba la vista en el campotroyano, pasmábanle las muchashogueras que ardían delante de Ilio, lossones de las flautas y zampoñas y elbullicio de la gente; mas, cuando a lasnaves y al ejército aqueo la volvía,arrancábase furioso los cabellos,alzando los ojos a Zeus, que mora en loalto, y su generoso corazón lanzabagrandes gemidos. Al fin, creyendo que lamejor resolución sería acudirprimeramente a Néstor Nelida, el másilustre de los hombres, por si entramboshallaban un excelente medio que librarade la desgracia a todos los dánaos,

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levantóse, vistió la túnica, calzó losnítidos pies con hermosas sandalias,echóse una rojiza piel de corpulento yfogoso león, que le llegaba hasta lospies, y asió la lanza.

25 También Menelao estaba poseídode terror y no conseguía que se posara elsueño en sus párpados, temiendo que lesocurriese algún percance a los argivosque por él habían llegado a Troya,atravesando el vasto mar, ypromoviendo tan audaz guerra. Cubriósus anchas espaldas con la manchadapiel de un leopardo; púsose luego elcasco de bronce, y, tomando en larobusta mano una lanza, fue a despertar

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a su hermano, que imperabapoderosamente sobre los argivos todos yera venerado por el pueblo como undios. Hallólo junto a la popa de su nave,vistiendo la magnífica armadura. Gratale fue a éste su venida. Y Menelao,valiente en el combate, habló el primerodiciendo:

37 —¿Por qué, hermano querido,tomas las armas? ¿Acaso deseaspersuadir a algún compañero para quevaya como explorador al campo de lostroyanos? Mucho temo que nadie seofrezca a prestarte este servicio de irsolo durante la divina noche a espiar alenemigo, porque para ello se requiere un

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corazón muy osado.42 Respondióle el rey Agamenón:43 Tanto yo como tú, oh Menelao,

alumno de Zeus, tenemos necesidad deun prudente consejo para defender ysalvar a los argivos y las naves, pues lamente de Zeus ha cambiado, y en laactualidad le son más aceptos lossacrificios de Héctor. Jamás he visto nioído decir que un hombre ejecutara ensolo un día tantas proezas como hahecho Héctor, caro a Zeus, contra losaqueos, sin ser hijo de un dios ni de unadiosa. Digo que de sus hazañas seacordarán los argivos mucho y largotiempo. ¡Tanto daño ha causado a los

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aqueos! Ahora, anda, encamínatecorriendo a las naves y llama a Ayante ya Idomeneo; mientras voy en busca deldivino Néstor y le pido que se levantepor si quiere ir al sagrado cuerpo de losguardias y darles órdenes. Obedeceránloa él más que a nadie, puesto que losmanda su hijo junto con Meriones,servidor de Idomeneo. A entrambos leshemos confiado de un modo especialesta tarea.

60 Dijo entonces Menelao, valienteen el combate:

61 —¿Cómo me encargas y ordenasque lo haga? ¿Me quedaré con ellos y teaguardaré allí, o he de volver corriendo

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cuando les haya participado tu mandato?64 Contestó el rey de hombres,

Agamenón:65 —Quédate allí, no sea que luego

no podamos encontrarnos, porque sonmuchas las sendas que hay por entre elejército. Levanta la voz por dondepasares y recomienda la vigilancia,llamando a cada uno por su nombrepaterno y ensalzándolos a todos. No temuestres soberbio. Trabajemos tambiénnosotros, ya que, cuando nacimos, Zeusnos condenó a padecer tamañosinfortunios.

72 Esto dicho, despidió al hermanobien instruido ya, y fue en busca de

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Néstor, pastor de hombres. Hallólo en sutienda, junto a la negra nave, acostadoen blanda cama. A un lado veíansediferentes armas —el escudo, doslanzas, el luciente yelmo—, y el labradobálteo con que se ceñía el ancianosiempre que, como caudillo de su gente,se armaba para ir al homicida combate,pues aún no se rendía a la triste vejez.Incorporóse Néstor, apoyándose en elcodo, alzó la cabeza, y dirigiéndose alAtrida lo interrogó con estas palabras:

82 —¿Quién eres tú que vas solo porel ejército y las naves, durante latenebrosa noche, cuando duermen losdemás mortales? ¿Buscas acaso a algún

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centinela o compañero? Habla. No teacerques sin responder. ¿Qué deseas?

86 Respondióle el rey de hombres,Agamenón:

87 —¡Néstor Nelida, gloria insignede los aqueos! Reconoce al AtridaAgamenón, a quien Zeus envía y seguiráenviando sin cesar más trabajos que anadie, mientras la respiración no le faltea mi pecho y mis rodillas se muevan.Vagando voy; pues, preocupado por laguerra y las calamidades que padecenlos aqueos, no consigo que el dulcesueño se pose en mis ojos. Mucho temopor los dánaos; mi ánimo no estátranquilo, sino sumamente inquieto; el

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corazón se me arranca del pecho ytiemblan mis robustos miembros. Pero siquieres ocuparte en algo, ya quetampoco conciliaste el sueño, bajemos aver los centinelas; no sea que, vencidosdel trabajo y del sueño, se hayandormido, dejando la guardiaabandonada. Los enemigos se hallancerca, y no sabemos si habrán decididoacometernos esta noche.

102 Contestó Néstor, caballerogerenio:

103 —¡Gloriosísimo Atrida, rey dehombres, Agamenón! A Héctor no lecumplirá el próvido Zeus todos susdeseos, como él espera; y creo que

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mayores trabajos habrá de padecer aún,si Aquiles depone de su corazón elenojo funesto. Iré contigo ydespertaremos a los demás: al Tidida,famoso por su lanza, a Ulises, al velozAyante y al esforzado hijo de Fileo.Alguien podría ir a llamar al deiformeAyante y al rey Idomeneo, pues susnaves no están cerca, sino muy lejos. Yreprenderé a Menelao por amigo yrespetable que sea y aunque te meenojes, y no callaré que duerme y te hadejado a ti el trabajo. Debía ocuparse ensuplicar a los príncipes todos, pues lanecesidad que se nos presenta no esllevadera.

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119 Dijo el rey de hombres,Agamenón:

120 —¡Oh anciano! Otras veces teexhorté a que le riñeras, pues a menudoes indolente y no quiere trabajar; no porpereza o escasez de talento, sino porque,volviendo los ojos hacia mí, aguarda miimpulso. Mas hoy se levantó muchoantes que yo mismo, presentóseme y teenvié a llamar a aquéllos que acabas denombrar. Vayamos y los hallaremosdelante de las puertas con la guardia;pues allí es donde les dije que sereunieran.

128 Respondió Néstor, caballerogerenio:

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129 —De esta manera ninguno de losargivos se irritará contra él, ni lodesobedecerá, cuando los exhorte o lesordene algo.

131 Apenas hubo dicho estaspalabras, abrigó el pecho con la túnica,calzó los nítidos pies con hermosassandalias, y abrochóse un mantopurpúreo, doble, amplio, adornado conlanosa felpa. Asió la fuerte lanza, cuyaaguzada punta era de bronce, y seencaminó a las naves de los aqueos, debroncíneas corazas. El primero a quiendespertó Néstor, caballero gerenio, fue aUlises, que en prudencia igualaba aZeus. Llamólo gritando, y Ulises, al

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llegarle la voz a los oídos, salió de latienda y dijo:

141 —¿Por qué andáis vagando así,por las naves y el ejército, solos,durante la noche inmortal? ¿Qué urgentenecesidad se ha presentado?

143 Respondió Néstor, caballerogerenio:

144 —¡Laertíada, del linaje de Zeus!¡Ulises, fecundo en ardides! No teenojes, porque es muy grande el pesarque abruma a los aqueos. Síguenos yllamaremos a quien convenga, paratomar acuerdo sobre si es preciso huir oluchar todavía.

148 Así dijo. El ingenioso Ulises,

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entrando en la tienda, colgó de sushombros el labrado escudo y se juntócon ellos. Fueron en busca de DiomedesTidida, y lo hallaron delante de supabellón con la armadura puesta, Suscompañeros dormían alrededor de él,con las cabezas apoyadas en los escudosy las lanzas clavadas por el regatón entierra; el bronce de las puntas lucía a lolejos como un relámpago del padreZeus. El héroe descansaba sobre unapiel de toro montaraz, teniendo debajode la cabeza un espléndido tapete.Néstor, caballero gerenio, se detuvo a sulado lo movió con el pie para quedespertara, y le daba prisa,

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increpándolo de esta manera:159 —¡Levántate, hijo de Tideo!

¿Cómo duermes a sueño suelto toda lanoche? ¿No sabes que los troyanosacampan en una eminencia de la llanura,cerca de las naves, y que solamente uncorto espacio los separa de nosotros?

162 Así dijo. Y Diomedes,recordando enseguida del sueño,profirió estas aladas palabras:

164 —Eres infatigable, anciano, ynunca dejas de trabajar. ¿Por ventura nohay otros aqueos más jóvenes, que vayanpor el campo y despierten a los reyes?¡No se puede contigo, anciano!

168 Respondióle Néstor, caballero

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gerenio:169 —Sí, hijo, oportuno es cuanto

acabas de decir. Tengo hijos excelentesy muchos hombres que podrían ir allamarlos, pero es muy grande el peligroen que se hallan los aqueos: en el filo deuna navaja están ahora una muy tristemuerte y la salvación de todos. Ve y hazlevantar al veloz Ayante y al hijo deFileo, ya que eres más joven y de mí tecompadeces.

177 Así dijo. Diomedes cubrió sushombros con una piel talar de corpulentoy fogoso león, tomó la lanza, fue adespertar a aquéllos y se los llevóconsigo.

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180 Cuando llegaron adonde sehallaban los guardias reunidos, noencontraron a sus jefes durmiendo, puestodos estaban alerta y sobre las armas.Como los canes que guardan las ovejasde un establo y sienten venir del monte,por entre la selva, una terrible fiera congran clamoreo de hombres y perros, seponen inquietos y ya no pueden dormir;así el dulce sueño huía de los párpadosde los que hacían guardia en tan malanoche, pues miraban siempre hacia lallanura y acechaban si los troyanos ibana atacarlos. El anciano violos, alegróse,y para animarlos profirió estas aladaspalabras:

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192 —¡Vigilad así, hijos míos! Nosea que alguno se deje vencer del sueñoy demos ocasión para que el enemigo seregocije.

194 Habiendo hablado así, atravesóel foso. Siguiéronlo los reyes argivosque habían sido llamados al consejo, yademás Meriones y el preclaro hijo deNéstor, porque aquéllos los invitaron adeliberar. Pasado el foso, sentáronse enun lugar limpio donde el suelo noaparecía cubierto de cadáveres: allíhabíase vuelto el impetuoso Héctor,después de causar gran estrago a losargivos, cuando la noche los cubrió consu manto. Acomodados en aquel sitio,

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conversaban; y Néstor, caballerogerenio, comenzó a hablar diciendo:

204 —¡Oh amigos! ¿No sabrá nadieque, confiando en su ánimo audaz, vayaal campamento de los troyanos de ánimoaltivo? Quizá hiciera prisionero a algúnenemigo que ande rezagado, oaveriguara, oyendo algún rumor, lo quelos troyanos han decidido: si deseanquedarse aquí, cerca de las naves y lejosde la ciudad, o volverán a ella cuandohayan vencido a los aqueos. Si seenterara de esto y regresara incólume,sería grande su gloria debajo del cielo yentre los hombres todos, y tendría unahermosa recompensa: cada jefe de los

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que mandan en las naves le daría unaoveja con su corderito —presente sinigual— y se le admitiría además entodos los banquetes y festines.

218 Así habló. Enmudecieron todos yquedaron silenciosos, hasta queDiomedes, valiente en la pelea, les dijo:

220 —¡Néstor! Mi corazón y ánimovaleroso me incitan a penetrar en elcampo de los enemigos que tenemoscerca, de los troyanos; pero, si alguienme acompañase, mi confianza y miosadía serían mayores. Cuando van dos,uno se anticipa al otro en advertir lo queconviene; cuando se está solo, aunque sepiense, la inteligencia es más tarda y la

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resolución más difícil.227 Así dijo, y muchos quisieron

acompañar a Diomedes. Deseáronlo losdos Ayantes, servidores de Ares;quísolo Meriones; lo anhelaba el hijo deNéstor; deseólo el Atrida Menelao,famoso por su lanza; y por fin, tambiénel sufrido Ulises quiso penetrar en elejército troyano, porque el corazón quetenía en el pecho aspiraba siempre aejecutar audaces hazañas. Y el rey dehombres, Agamenón, dijo entonces:

234 —¡Tidida Diomedes, carísimo ami corazón! Escoge por compañero alque quieras, al mejor de los presentes;pues son muchos los que se ofrecen. No

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dejes al mejor y elijas a otro peor, porrespeto alguno que sientas en tu alma, nipor consideración al linaje, ni poratender a que sea un rey más poderoso.

240 Habló en estos términos, porquetemía por el rubio Menelao. YDiomedes, valiente en la pelea, replicó:

242 —Si me mandáis que yo mismodesigne al compañero, ¿cómo nopensaré en el divino Ulises, cuyocorazón y ánimo valeroso son tandispuestos para toda suerte de trabajos,y a quien tanto ama Palas Atenea? Conél volveríamos acá aunque nos rodearanabrasadoras llamas, porque su prudenciaes grande.

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248 Respondióle el paciente divinoUlises:

249 —¡Tidida! No me alabes endemasía ni me vituperes, puesto quehablas a los argivos de cosas que lesson conocidas. Pero, vámonos, que lanoche está muy adelantada y la aurora seacerca; los astros han andado mucho, yla noche va ya en las dos partes de sujornada y sólo un tercio nos resta.

254 En diciendo esto, vistieronentrambos las terribles armas. Elintrépido Trasimedes dio al Tidida unaespada de dos filos —la de éste habíaquedado en la nave— y un escudo; y lepuso un morrión de piel de toro sin

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penacho ni cimera, que se llama catétyxy lo usan los mancebos que se hallan enla flor de la juventud para proteger lacabeza. Meriones procuró a Ulises arco,carcaj y espada, y le cubrió la cabezacon un casco de piel que por dentro sesujetaba con muchas y fuertes correas ypor fuera presentaba los blancos dientesde un jabalí, ingeniosamente repartidos,y tenía un mechón de lana colocado en elcentro. Este casco era el que Autólicohabía robado en Eleón a AmíntorOrménida, horadando la pared de sucasa, y que luego dio en Escandia aAnfidamante de Citera; Anfidamante loregaló, como presente de hospitalidad, a

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Molo; éste lo cedió a su hijo Merionespara que lo llevara, y entonces hubo decubrir la cabeza de Ulises.

272 Una vez revestidos de lasterribles armas, partieron y dejaron allía todos los príncipes. Palas Ateneaenvióles una garza, y, si bien nopudieron verla con sus ojos, porque lanoche era obscura, oyéronla graznar a laderecha del camino. Ulises se holgó delpresagio y oró a Atenea:

278 —¡Oyeme, hija de Zeus, quelleva la égida! Tú que me asistes entodos los trabajos y conoces mis pasos,séme ahora propicia más que nunca,Atenea, y concede que volvamos a las

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naves cubiertos de gloria por haberrealizado una gran hazaña que preocupea los troyanos.

283 Diomedes, valiente en la pelea,oró luego diciendo:

284 —¡Ahora óyeme también a mí,hija de Zeus! ¡Indómita! Acompáñamecomo acompañaste a mi padre, el divinoTideo, cuando fue a Teba enrepresentación de los aqueos. Dejando alos aqueos, de broncíneas corazas, aorillas del Asopo, llevó un agradablemensaje a los cadmeos; y a la vueltaejecutó admirables proezas con tuayuda, excelente diosa, porque benévolalo socorrías. Ahora, socórreme a mí y

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préstame tu amparo. E inmolaré en tuhonor una ternera de un año, de frenteespaciosa, indómita y no sujeta aún alyugo, después de derramar oro sobre suscuernos.

295 Así dijeron rogando, y los oyóPalas Atenea. Y después de rogar a lahija del gran Zeus, anduvieron en laobscuridad de la noche, como dosleones, por el campo pues tantacarnicería se había hecho, pisandocadáveres, armas y denegrida sangre.

299 Tampoco Héctor dejaba dormir alos valientes troyanos pues convocó atodos los próceres, a cuantos erancaudillos y príncipes de los troyanos, y

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una vez reunidos les expuso unaprudente idea:

303 —¿Quién, por un gran premio, seofrecerá a llevar a cabo la empresa quevoy a decir? La recompensa seráproporcionada. Daré un carro y doscorceles de erguido cuello, los mejoresque haya en las veleras naves aqueas, alque tenga la osadía de acercarse a lasnaves de ligero andar —con ello almismo tiempo ganará gloria— yaverigüe si éstas son guardadas todavía,o los aqueos, vencidos por nuestrasmanos, piensan en la huida y no quierenvelar durante la noche porque elcansancio abrumador los rinde.

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313 Así dijo. Enmudecieron todos yquedaron silenciosos. Había entre lostroyanos un cierto Dolón, hijo del divinoheraldo Eumedes, rico en oro y enbronce; era de feo aspecto, pero de pieságiles, y el único hijo varón de sufamilia con cinco hermanas. Éste dijoentonces a los troyanos y a Héctor:

319 —¡Héctor! Mi corazón y miánimo valeroso me incitan a acercarme alas naves, de ligero andar, para saberlo.Ea, alza el cetro y jura que me darás loscorceles y el carro con adornos debronce que conducen al eximio Pelión.No te será inútil mi espionaje, ni tusesperanzas se verán defraudadas; pues

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atravesaré todo el ejército hasta llegar ala nave de Agamenón, que es dondedeben de haberse reunido los caudillospara deliberar si huirán o seguiráncombatiendo.

328 Así dijo. Y Héctor, tomando en lamano el cetro, prestó el juramento:

329 —Sea testigo el mismo Zeustonante, esposo de Hera. Ningún otrotroyano será llevado por estos corceles,y tú disfrutarás perpetuamente de ellos.

332 Con tales palabras, jurando loque no había de cumplirse, animó aDolón. Éste, sin perder momento, colgódel hombro el corvo arco, vistió unapelícana piel de lobo, cubrió la cabeza

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con un morrión de piel de comadreja,tomó un puntiagudo dardo, y, saliendodel ejército, se encaminó a las naves, dedonde no había de volver para darle aHéctor la noticia. Pues ya había dejadoatrás la multitud de carros y hombres, yandaba animoso por el camino, cuandoUlises, del linaje de Zeus, advirtiendoque se acercaba a ellos, habló así aDiomedes:

341 —Ese hombre, Diomedes, vienedel ejército; pero ignoro si va comoespía a nuestras naves o intenta despojaralgún cadáver de los que murieron.Dejemos que se adelante un poco máspor la llanura, y echándonos sobre él lo

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cogeremos fácilmente; y si en correr nosaventajase, apártalo del ejército,acometiéndolo con la lanza, y persíguelosiempre hacia las naves, para que no seguarezca en la ciudad.

349 Dichas estas palabras,tendiéronse entre los muertos, fuera delcamino. El incauto Dolón pasó con pieligero. Mas, cuando estuvo a la distanciaa que se extienden los surcos de lasmulas —éstas son mejores que losbueyes para tirar de un sólido arado entierra noval—, Ulises y Diomedescorrieron a su alcance. Dolón oyó ruidoy se detuvo, creyendo que algunos de susamigos venían del ejército troyano a

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llamarlo por encargo de Héctor. Pero asíque aquéllos se hallaron a tiro de lanzao más cerca aún, conoció que eranenemigos y puso su diligencia en lospies huyendo, mientras ellos se lanzabana perseguirlo. Como dos perros deagudos dientes, adiestrados para cazar,acosan en una selva a un cervato o a unaliebre que huye chillando delante deellos, del mismo modo el Tidida yUlises, asolador de ciudades, perseguíanconstantemente a Dolón después quelograron apartarlo del ejército. Ya en sufuga hacia las naves iba el troyano atopar con los guardias, cuando Ateneadio fuerzas al Tidida para que ninguno

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de los aqueos, de broncíneas corazas, sele adelantara y pudiera jactarse de habersido el primero en herirlo y él llegasedespués. El fuerte Diomedes arremetió aDolón, con la lanza, y le gritó:

370 Tente, o te alcanzará mi lanza; yno creo que puedas evitar mucho tiempoque mi mano te dé una muerte terible.

372 Dijo, y arrojó la lanza; mas deintento erró el tiro, y ésta se clavó en elsuelo después de volar por cima delhombro derecho de Dolón. Paróse eltroyano dentellando —los dientescrujíanle en la boca—, tembloroso ypálido de miedo; Ulises y Diomedes sele acercaron, jadeantes, y le asieron de

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las manos, mientras aquél lloraba y lesdecía:

378 —Hacedme prisionero y yo meredimiré. Hay en casa bronce, oro yhierro labrado: con ellos os pagaría mipadre inmenso rescate, si supiera queestoy vivo en las naves aqueas.

382 Respondióle el ingenioso Ulises:383 —Tranquilízate y no pienses en

la muerte. Ea, habla y dime consinceridad: ¿Adónde ibas solo, separadode tu ejército y derechamente hacia lasnaves, en esta noche obscura, mientrasduermen los demás mortales? ¿Acaso adespojar a algún cadáver? ¿Por venturaHéctor te envió como espía a las

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cóncavas naves? ¿O te dejaste llevar porlos impulsos de tu corazón?

390 Contestó Dolón, a quien letemblaban las carnes:

391 —Héctor me hizo salir fuera dejuicio con muchas y perniciosaspromesas: accedió a darme lossolípedos corceles y el carro conadornos de bronce del eximio Pelión,para que, acercándome durante la rápiday obscura noche a los enemigos,averiguase si las veleras naves songuardadas todavía, o los aqueos,vencidos por nuestras manos, piensan enla fuga y no quieren velar porque elcansancio abrumador los rinde.

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400 Díjole sonriendo el ingeniosoUlises:

401 —Grande es el presente que tucorazón anhelaba. ¡Los corceles delaguerrido Eácida! Difícil es que ningunode los mortales los sujete y sea por ellosllevado, fuera de Aquiles, que tiene unamadre inmortal. Pero, ea, habla y dimecon sinceridad: ¿Dónde, al venir, hasdejado a Héctor, pastor de hombres?¿En qué lugar tiene las marciales armasy los caballos? ¿Cómo se hacen lasguardias y de qué modo están dispuestaslas tiendas de los troyanos? Cuentatambién lo que están deliberando: sidesean quedarse aquí cerca de las naves

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y lejos de la ciudad, o volverán a ellacuando hayan vencido a los aqueos.

412 Contestó Dolón, hijo deEumedes:

413 —De todo voy a informarte conexactitud. Héctor y sus consejerosdeliberan lejos del bullicio, junto a latumba del divino Ilo; en cuanto a lasguardias por que me preguntas, oh héroe,ninguna ha sido designada, para que velepor el ejército ni para que vigile. Entorno de cada hoguera los troyanos,apremiados por la necesidad, velan y seexhortan mutuamente a la vigilancia.Pero los auxiliares, venidos de lejastierras, duermen y dejan a los troyanos

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el cuidado de la guardia, porque notienen aquí a sus hijos y mujeres.

423 Volvió a preguntarle el ingeniosoUlises:

424 —¿Éstos duermen mezclados conlos troyanos o separadamente? Dímelopara que lo sepa.

426 Contestó Dolón, hijo deEumedes:

427 —De todo voy a informarte conexactitud. Hacia el mar están los carios,los peonios, armados de corvos arcos, ylos léleges, caucones y divinospelasgos. El lado de Timbra loobtuvieron por suerte los licios, losarrogantes misios, los frigios, que

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combaten en carros, y los meonios, quearmados de casco combaten en carros.Mas ¿por qué me hacéis esas preguntas?Si deseáis entraros por el ejércitotroyano, los tracios recién venidos estánahí, en ese extremo, con su rey Reso,hijo de Eyoneo. He visto sus corcelesque son bellísimos, de gran altura, másblancos que la nieve y tan ligeros comoel viento. Su carro tiene lindos adornosde oro y plata, y sus armas son de oro,magníficas, encanto de la vista, y máspropias de los inmortales dioses que dehombres mortales. Pero llevadme ya alas naves de ligero andar, o dejadmeaquí, atado con recios lazos, para que

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vayáis y comprobéis si os hablé comodebía.

446 Mirándolo con torva faz, lereplicó el fuerte Diomedes:

447 —No esperes escapar de ésta,Dolón, aunque tus noticias sonimportantes, pues has caído en nuestrasmanos. Si te dejásemos libre oconsintiéramos en el rescate, vendríasde nuevo a las veleras naves de losaqueos a espiar o a combatir contranosotros; y, si por mi mano pierdes lavida, no serás en adelante una plagapara los argivos.

454 Dijo; y Dolón iba, comosuplicante, a tocarle la barba con su

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robusta mano, cuando Diomedes, de untajo en medio del cuello, le rompióambos tendones; y la cabeza cayó en elpolvo, mientras el troyano hablabatodavía. Quitáronle el morrión de pielde comadreja, la piel de lobo, elflexible arco y la ingente lanza; y eldivino Ulises, cogiéndolo todo con lamano, levantólo para ofrecerlo a Atenea,que preside los saqueos, y oró diciendo:

462 —Huélgate de esta ofrenda, ¡ohdiosa! Serás tú la primera a quieninvocaremos entre las deidades delOlimpo. Y ahora guíanos hacia loscorceles y las tiendas de los tracios.

465 Dichas estas palabras, apartó de

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sí los despojos y los colgó de untamarisco, cubriéndolos con cañas yfrondosas ramas del árbol, que fueranuna señal visible para que no lespasaran inadvertidos, al regresar durantela rápida y obscura noche. Luegopasaron delante por encima de las armasy de la negra sangre, y llegaron al grupode los tracios que, rendidos de fatiga,dormían con las hermosas armas en elsuelo, dispuestos ordenadamente en tresfilas, y un par de caballos junto a cadaguerrero. Reso descansaba en el centro,y tenía los ligeros corceles atados concorreas a un extremo del carro. Ulisesviolo el primero y lo mostró a

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Diomedes:477 —Éste es el hombre, Diomedes,

y éstos los corceles de que nos hablóDolón, a quien matamos. Ea, muestra tuimpetuoso valor y no tengas ociosas lasarmas. Desata los caballos, o bien matahombres y yo me encargaré de aquéllos.

482 Así dijo, y Atenea, la de ojos delechuza, infundió valor a Diomedes, quecomenzó a matar a diestro y a siniestro:sucedíanse los horribles gemidos de losque daban la vida a los golpes de laespada, y su sangre enrojecía la tierra.Como un mal intencionado león acometeal rebaño de cabras o de ovejas, cuyopastor está ausente, así el hijo de Tideo

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se abalanzaba a los tracios, hasta quemató a doce. A cuántos aquél hería conla espada, el ingenioso Ulises,asiéndolos por un pie, los apartaba delcamino, para que luego los corceles dehermosas crines pudieran pasarfácilmente y no se asustasen de pisarcadáveres, a lo cual no estabanacostumbrados. Llegó el hijo de Tideoadonde yacía el rey, y fue éste eldecimotercio a quien privó de la dulcevida, mientras daba un suspiro; pues enaquella noche el nieto de Eneoaparecíase en desagradable ensueño aReso, por orden de Atenea. Dúrante estetiempo el paciente Ulises desató los

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solípedos caballos, los ligó con lasriendas y los sacó del ejércitoaguijándolos con el arco, porque se leolvidó tomar el magnífico látigo quehabía en el labrado carro. Y enseguidasilbó, haciendo seña al divinoDiomedes.

503 Mas éste, quedándose aún,pensaba qué podría hacer que fuese muyarriesgado: si se llevaría el carro conlas labradas armas, ya tirando del timón,ya levantándolo en alto; o quitaría lavida a más tracios. En tanto que revolvíatales pensamientos en su espíritu,presentóse Atenea y habló así al divinoDiomedes:

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509 —Piensa ya en volver a lascóncavas naves, hijo del magnánimoTideo. No sea que hayas de llegarhuyendo, si algún otro dios despierta alos troyanos.

512 Así habló. Diomedes,conociendo la voz de la diosa, montó sindilación a caballo, y también Ulises, quelos aguijó con el arco; y volaron hacialas veleras naves aqueas.

515 Apolo, que lleva arco de plata,estaba en acecho desde que advirtió queAtenea acompañaba al hijo de Tideo; e,indignado contra ella, entróse por elejército de los troyanos y despertó aHipocoonte, valeroso caudillo tracio y

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sobrino de Reso. Como Hipocoonte,recordando del sueño, viera vacío ellugar que ocupaban los caballos y a loshombres horriblemente heridos ypalpitantes todavía, comenzó alamentarse y a llamar por su nombre alquerido compañero. Y pronto sepromovió gran clamoreo e inmensotumulto entre los troyanos, que acudíanen tropel y admiraban la peligrosaaventura a que unos hombres habíandado cima, regresando luego a lascóncavas naves.

526 Cuando ambos héroes llegaron alsitio en que habían dado muerte al espíade Héctor, Ulises, caro a Zeus, detuvo

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los veloces caballos; y el Tidida,apeándose, tomó los cruentos despojosque puso en las manos de Ulises, volvióa montar y picó a los corceles. Éstosvolaron gozosos hacia las cóncavasnaves, pues a ellas deseaban llegar.Néstor fue el primero que oyó laspisadas de los caballos, y dijo:

533 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos! ¿Me engañaréo será verdad lo que voy a decir? Elcorazón me ordena hablar. Oigo pisadasde caballos de pies ligeros. Ojalá Ulisesy el fuerte Diomedes trajeran del campotroyano solípedos corceles; pero muchotemo que a los más valientes argivos les

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haya ocurrido algún percance en elejército troyano.

540 Aún no había acabado depronunciar estas palabras, cuandoaquéllos llegaron y echaron pie a tierra.Todos los saludaban alegremente con ladiestra y con afectuosas palabras. YNéstor, caballero gerenio, les preguntóel primero:

544 —¡Ea, dime, célebre Ulises,gloria insigne de los aqueos! ¿Cómohubisteis estos caballos: penetrando enel ejército troyano, o recibiéndolos deun dios que os salió al camino? Muysemejantes son a los rayos del sol.Siempre entro por las filas de los

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troyanos; pues, aunque anciano, no mequedo en las naves, y jamás he visto niadvertido tales corceles. Supongo quelos habréis recibido de algún dios queos salió al encuentro, pues a entrambosos aman Zeus, que amontona las nubes, ysu hija Atenea, la de ojos de lechuza.

554 Respondióle el ingenioso Ulises:555 —¡Néstor Nelida, gloria insigne

de los aqueos! Fácil le sería a un dios,si quisiera, dar caballos mejores aúnque éstos, pues su poder es muy grande.Los corceles por los que preguntas,anciano, llegaron recientemente y sontracios: el valiente Diomedes mató aldueño y a doce de sus compañeros,

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todos aventajados. Y cerca de las navesdimos muerte al decimotercio, que eraun espía enviado por Héctor y otrostroyanos ilustres a explorar estecampamento.

564 De este modo habló; y muy ufano,hizo que los solípedos caballos pasaranel foso, y los demás aqueos siguiéronloalborozados. Cuando estuvieron en lahermosa tienda del Tidida, ataron loscorceles con bien cortadas correas alpesebre, donde los caballos deDiomedes comían el trigo dulce como lamiel. Ulises dejó en la popa de su navelos cruentos despojos de Dolón, paraguardarlos hasta que ofrecieran un

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sacrificio a Atenea. Ambos entraron enel mar y se lavaron el abundante sudorde sus piernas, cuello y muslos. Cuandolas olas les hubieron limpiado elabundante sudor del cuerpo y recreadoel corazón, metiéronse en pulimentadaspilas y se bañaron. Lavados ya yungidos con craso aceite, sentáronse a lamesa, y, sacando de una rebosantecrátera vino dulce como la miel, enhonor de Atenea lo libaron.

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Canto XI*

Principalía deAgamenón

* En la batalla entre aqueos y troyanos,aquéllos llevan la peor parte:Agamenón, Diomedes y Ulises resultanheridos. Ante la clara ventaja de lostroyanos, Aquiles envía a Patroclo junto

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a Néstor.

1 La Aurora se levantaba del lecho,dejando al ilustre Titono, para llevar laluz a los dioses y a los hombres, cuando,enviada por Zeus, se presentó en lasveleras naves aqueas la cruel Discordiacon la señal del combate en la mano.Subió la diosa a la ingente nave negra deUlises, que estaba en medio de todas,para que lo oyeran por ambos ladoshasta las tiendas de Ayante Telamonio yde Aquiles; los cuales habían puesto susbajeles en los extremos, porqueconfiaban en su valor y en la fuerza de

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sus brazos. Desde allí daba aquéllagrandes, agudos y horrendos gritos, yponía mucha fortaleza en el corazón detodos los aqueos, a fin de que pelearan ycombatieran sin descanso. Y pronto lesfue más agradable batallar que volver ala patria tierra en las cóncavas naves.

15 El Atrida alzó la voz mandandoque los argivos se apercibiesen, y élmismo vistió la armadura de lucientebronce. Púsose en torno de las piernashermosas grebas sujetas con broches deplata, y cubrió su pecho con la corazaque Ciniras le había dado por presentede hospitalidad. Porque hasta Chiprehabía llegado la noticia de que los

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aqueos se embarcaban para Troya, yCiniras, deseoso de complacer al rey, ledio esta coraza que tenía diez filetes depavonado acero, doce de oro y veinte deestaño, y a cada lado tres cerúleosdragones erguidos hacia el cuello ysemejantes al iris que el Cronión fija enlas nubes como señal para los hombresdotados de palabra. Luego, el rey colgódel hombro la espada, en la que relucíanáureos clavos, con su vaina de platasujeta por tirantes de oro. Embrazódespués el labrado escudo, fuerte yhermoso, de la altura de un hombre, quepresentaba diez círculos de bronce en elcontorno, tenía veinte bollos de blanco

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estaño y en el centro uno de negruzcoacero, y lo coronaba Gorgona, de ojoshorrendos y torva vista, con el Terror yla Fuga a los lados. Su correa eraargentada, y sobre la misma enroscábasecerúleo dragón de tres cabezasentrelazadas, que nacían de un solocuello. Cubrió enseguida su cabeza conun casco de doble cimera, cuatroabolladuras y penacho de crines decaballo, que al ondear en lo alto causabapavor; y asió dos fornidas lanzas deaguzada broncínea punta, cuyo brillollegaba hasta el cielo. Y Atenea y Heratronaron en las alturas para honrar al reyde Micenas, rica en oro.

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47 Cada cual mandó entonces a suauriga que tuviera dispuestos el carro ylos corceles junto al foso; salieron todosa pie y armados, y levantóse inmensoviento antes que la aurora despuntara.Delante del foso ordenáronse losinfantes, y a éstos siguieron de cerca losque combatían en carros. Y el Cronidapromovió entre ellos funesto tumulto ydejó caer desde el éter sanguinoso rocíoporque había de precipitar al Hades amuchas y valerosas almas.

56 Los troyanos pusiéronse tambiénen orden de batalla en una eminencia dela llanura, alrededor del gran Héctor,del eximio Polidamante, de Eneas,

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honrado como un dios por el pueblotroyano, y de los tres Antenóridas:Pólibo, el divino Agenor y el jovenAcamante, que parecía un inmortal.Héctor, armado de un escudo liso, llegócon los primeros combatientes. Cualastro funesto, que unas veces brilla en elcielo y otras se oculta detrás de laspardas nubes; así Héctor, ya aparecíaentre los delanteros, ya se mostrabaentre los últimos, siempre dandoórdenes y brillando por la armadura debronce como el relámpago del padreZeus, que lleva la égida.

67 Como los segadores caminan endirecciones opuestas por los surcos de

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un campo de trigo o de cebada de unhombre opulento, y los manojos deespigas caen espesos, de la mismamanera, troyanos y aqueos se acometíany mataban, sin pensar en la perniciosafuga. Igual andaba la pelea, y comolobos se embestían. Gozábase en verlosla luctuosa Discordia, única deidad quese hallaba entre los combatientes; pueslos demás dioses permanecían quietosen los hermosos palacios que se leshabía construido en los valles delOlimpo y todos acusaban al Cronida, eldios de las sombrías nubes, porquequería conceder la victoria a lostroyanos. Mas el padre no se cuidaba de

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ellos; y, sentado aparte, ufano de sugloria, contemplaba la ciudad troyana,las naves aqueas, el brillo del bronce, alos que mataban y a los que la muerterecibían.

84 Al amanecer y mientras ibaaumentando la luz del sagrado día, lostiros alcanzaban por igual a unos y aotros y los hombres caían. Cuando llególa hora en que el leñador prepara elalmuerzo en la espesura del monte,porque tiene los brazos cansados decortar grandes árboles, siente fatiga ensu corazón y el dulce deseo de lacomida le ha llegado al alma, losdánaos, exhortándose mutuamente por

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las filas y peleando con bravura,rompieron las falanges teucras.Agamenón, que fue el primero enarrojarse a ellas, mató primeramente aBiánor, pastor de hombres, y después asu compañero Oileo, hábil jinete. Éstese había apeado del carro para sostenerel encuentro, pero el Atrida le hundió enla frente la aguzada pica, que no fuedetenida por el casco del duro bronce,sino que pasó a través del mismo y delhueso, conmovióle el cerebro y postró alguerrero cuando contra aquél arremetía.Después de quitarles a entrambos lacoraza, Agamenón, rey de hombres,dejólos allí, con el pecho al aire, y fue a

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dar muerte a Iso y a Antifo, hijosbastardo y legítimo, respectivamente, dePríamo, que iban en el mismo carro. Elbastardo guiaba y el ilustre Antifocombatía. En otro tiempo Aquiles,habiéndolos sorprendido en un bosquedel Ida, mientras apacentaban ovejas,atólos con tiernos mimbres; y luego,pagado el rescate, los puso en libertad.Mas entonces el poderoso AgamenónAtrida le envainó a Iso la lanza en elpecho, sobre la tetilla, y a Antifo lohirió con la espada en la oreja y loderribó del carro. Y, al ir presuroso aquitarles las magníficas armaduras, losreconoció; pues los había visto en las

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veleras naves cuando Aquiles, el de lospies ligeros, se los llevó del Ida. Bienasí corno un león penetra en la guaridade una ágil cierva, se echa sobre loshijuelos y despedazándolos con losfuertes dientes les quita la tierna vida, yla madre no puede socorrerlos, aunqueesté cerca, porque le da un gran temblor,y atraviesa, azorada y sudorosa, selvas yespesos encinares, huyendo de laacometida de la terrible fiera; tampocolos troyanos pudieron librar a aquéllosde la muerte, porque a su vez huíandelante de los argivos.

122 Alcanzó luego el rey Agamenón aPisandro y al intrépido Hipóloco, hijos

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del aguerrido Antímaco (éste, ganadopor el oro y los espléndidos regalos deAlejandro, se oponía a que Helena fuesedevuelta al rubio Menelao): ambos ibanen un carro, y desde su sitio procurabanguiar los veloces corceles, pues habíandejado caer las lustrosas riendas yestaban aturdidos. Cuando el Atridaarremetió contra ellos, cual si fuese unleón, arrodilláronse en el carro y así lesuplicaron:

131 —Haznos prisioneros, hijo deAtreo, y recibirás digno rescate. Muchascosas de valor tiene en su casaAntímaco: bronce, oro, hierro labrado;con ellas nuestro padre lo pagaría

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inmenso rescate, si supiera que estamosvivos en las naves aqueas.

136 Con tan dulces palabras yllorando hablaban al rey, pero fueamarga la respuesta que escucharon:

138 —Pues si sois hijos delaguerrido Antímaco que aconsejaba enel ágora de los troyanos matar aMenelao y no dejarle volver a losaqueos, cuando vino a título deembajador con el deiforme Ulises, ahorapagaréis la insolente injuria que nosinfirió vuestro padre.

143 Dijo, y derribó del carro aPisandro: diole una lanzada en el pechoy lo tumbó de espaldas. De un salto

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apeóse Hipóloco, y ya en tierra,Agamenón le cercenó con la espada losbrazos y la cabeza, que tiró, haciéndolarodar como un montero, por entre lasfilas. El Atrida dejó a éstos, y seguidode otros aqueos, de hermosas grebas,fuese derecho al sitio donde másfalanges, mezclándose en montónconfuso, combatían. Los infantesmataban a los infantes, que se veíanobligados a huir; los que combatíandesde el carro daban muerte con elbronce a los enemigos que así peleaban,y a todos los envolvía la polvareda queen la llanura levantaban con sus sonoraspisadas los caballos. Y el rey Agamenón

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iba siempre adelante, matando troyanosy animando a los argivos. Como alestallar voraz incendio en un boscaje, elviento hace oscilar las llamas y lopropaga por todas partes, y los arbustosceden a la violencia del fuego y caencon sus mismas raíces, de igual maneracaían las cabezas de los troyanospuestos en fuga por Agamenón Atrida, ymuchos caballos de erguido cuelloarrastraban con estrépito por el campolos carros vacíos y echaban de menos alos eximios conductores; pero éstos,tendidos en tierra, eran ya más gratos alos buitres que a sus propias esposas.

163 A Héctor, Zeus le sustrajo de los

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tiros, el polvo, la matanza, la sangre y eltumulto; y el Atrida iba adelante,exhortando vehementemente a losdánaos. Los troyanos corrían por lallanura, deseosos de refugiarse en laciudad, y ya habían dejado a su espaldael sepulcro del antiguo Ilo Dardánida yel cabrahígo; y el Atrida les seguía alalcance, vociferando, con las invictasmanos llenas de polvo y sangre. Los queprimero llegaron a las puertas Esceas ya la encina detuviéronse para aguardar asus compañeros, los cuales huían por lallanura como vacas aterrorizadas por unleón que, presentándose en laobscuridad de la noche, da cruel muerte

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a una de ellas, rompiendo su cerviz conlos fuertes dientes y tragando su sangre ysus entrañas; del mismo modo el reyAgamenón Atrida perseguía a lostroyanos, matando al que se rezagaba, yellos huían espantados. El Atrida,manejando la lanza con gran furia,derribó a muchos, ya de pechos, ya deespaldas, de sus respectivos carros. Mascuando le faltaba poco para llegar alalto muro de la ciudad, el padre de loshombres y de los dioses bajó del cielocon el relámpago en la mano, se sentó enuna de las cumbres del Ida, abundante enmanantiales, y llamó a Iris, la dedoradas alas, para que le sirviese de

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mensajera:186 —¡Anda, ve, rápida Iris! Dile a

Héctor estas palabras: Mientras vea queAgamenón, pastor de hombres, se agitaentre los combatientes delanteros ydestroza filas de hombres, retírese yordene al pueblo que combata con losenemigos en la encarnizada batalla. Masasí que aquél, herido de lanza o deflecha, suba al carro, le daré fuerzaspara matar enemigos hasta que llegue alas naves de muchos bancos, se ponga elsol y comience la sagrada noche.

195 Así dijo; y la veloz Iris, de piesligeros como el viento, no dejó deobedecerlo. Descendió de los montes

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ideos a la sagrada Ilio, y, hallando aldivino Héctor, hijo del belicoso Príamo,de pie en el sólido carro, se detuvo a sulado, y le habló de esta manera:

200 —¡Héctor, hijo de Príamo, que enprudencia igualas a Zeus! El padre Zeusme manda para que te diga lo siguiente:Mientras veas que Agamenón, pastor dehombres, se agita entre los combatientesdelanteros y destroza sus filas, retíratede la lucha y ordena al pueblo quecombata con los enemigos en laencarnizada batalla. Mas así que aquél,herido de lanza o de flecha, suba alcarro, te dará fuerzas para matarenemigos hasta que llegues a las naves

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de muchos bancos, se ponga el sol ycomience la sagrada noche.

210 Cuando Iris, la de los piesligeros, hubo dicho esto, se fue. Héctorsaltó del carro al suelo sin dejar lasarmas; y, blandiendo afiladas picas,recorrió el ejército, animóle a luchar ypromovió una terrible pelea. Lostroyanos volvieron la cara a los aqueospara embestirlos; los argivos, por suparte, cerraron las filas de las falanges;reanudóse el combate, y Agamenónacometió el primero, porque deseabaadelantarse a todos en la batalla.

218 Decidme ahora, Musas, queposeéis olímpicos palacios, cuál fue el

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primer troyano o aliado ilustre que aAgamenón se opuso.

221 Fue Ifidamante Antenórida,valiente y alto de cuerpo, que se habíacriado en la fértil Tracia, madre deovejas. Era todavía niño cuando suabuelo materno Ciseo, padre de Teano,la de hermosas mejillas, lo acogió en sucasa; y así que hubo llegado a lagloriosa edad juvenil, lo conservó a sulado, dándole a su hija en matrimonio.Apenas casado, Ifidamante tuvo quedejar el tálamo para ir a guerrear contralos aqueos: llegó por mar hasta Percote,dejó allí las doce corvas naves quemandaba y se encaminó por tierra a Ilio.

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Tal era quien salió al encuentro deAgamenón Atrida. Cuando ambos sehallaron frente a frente, acometiéronse, yel Atrida erró el tiro, porque la lanza sele desvió; Ifidamante dio con la pica unbote en la cintura de Agamenón, másabajo de la coraza, y, aunque empujó elastil con toda la fuerza de su brazo, nologró atravesar el labrado tahalí, pues lapunta al chocar con la lámina de plata setorció como plomo. Entonces elpoderoso Agamenón asió de la pica, ytirando de ella con la furia de un león, laarrancó de las manos de Ifidamante, aquien hirió en el cuello con la espada,dejándole sin vigor los miembros. De

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este modo cayó el desventurado paradormir el sueño de bronce, mientrasauxiliaba a los troyanos, lejos de sujoven y legítima esposa, cuya gratitud nollegó a conocer después que tanto lehabía dado: habíale regalado cienbueyes y prometido cien mil cabras ymil ovejas de las innumerables que suspastores apacentaban. El AtridaAgamenón le quitó la magníficaarmadura y se la llevó, abriéndose pasopor entre los aqueos.

248 Advirtiólo Coón, varón preclaroa hijo primogénito de Anténor, y densanube de pesar cubrió sus ojos por lamuerte del hermano. Púsose al lado de

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Agamenón sin que éste lo notara, dioleuna lanzada en medio del brazo, en elcodo, y se lo atravesó con la punta de lareluciente pica. Estremecióse el rey dehombres, Agamenón, mas no por estodejó de luchar ni de combatir; sino quearremetió con la impetuosa lanza aCoón, el cual se apresuraba a retirar,asiéndolo por el pie, el cadáver deIfidamante, su hermano de padre, y avoces pedía auxilio a los más valientes.Mientras arrastraba el cadáver por entrela turba, cubriéndolo con el abollonadoescudo, Agamenón le envasó labroncínea lanza; dejó sin vigor susmiembros, y le cortó la cabeza sobre el

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mismo Ifidamante. Y ambos hijos deAnténor, cumpliéndose su destino,acabaron la vida a manos del rey Atriday descendieron a la morada de Hades.

264 Entróse luego Agamenón por lasfilas de otros guerreros, y combatió conla lanza, la espada y grandes piedrasmientras la sangre caliente brotaba de laherida; mas así que ésta se secó y lasangre dejó de correr, agudos doloresdebilitaron sus fuerzas. Como losdolores agudos y acerbos que a laparturienta envían las Ilitias, hijas deHera, las cuales presiden losalumbramientos y disponen de losterribles dolores del parto; tales eran los

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agudos dolores que debilitaron lasfuerzas del Atrida. De un salto subió alcarro; con el corazón afligido mandó alauriga que le llevase a las cóncavasnaves, y gritando fuerte dijo a losdánaos:

276 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos! Apartadvosotros de las naves surcadoras delponto el funesto combate; pues a mí elpróvido Zeus no me permite combatirtodo el día con los troyanos.

280 Así dijo. El auriga picó con ellátigo a los caballos de hermosas crines,dirigiéndolos a las cóncavas naves;ellos volaron gozosos, con el pecho

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cubierto de espuma, y envueltos en unanube de polvo sacaron del campo de labatalla al fatigado rey.

284 Héctor, al notar que Agamenón seausentaba, con penetrantes gritos animóa los troyanos y a los licios:

286 —¡Troyanos, licios, dárdanosque cuerpo a cuerpo combatís! Sedhombres, amigos, y mostrad vuestroimpetuoso valor. El guerrero másvaliente se ha ido, y Zeus Cronida meconcede una gran victoria. Pero dirigidlos solípedos caballos hacia los fuertesdánaos y la gloria que alcanzaréis serámayor.

291 Con estas palabras les excitó a

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todos el valor y la fuerza. Como uncazador azuza a los perros de blancosdientes contra un montaraz jabalí ocontra un león, así Héctor Priámida,igual a Ares, funesto a los mortales,incitaba a los magnánimos troyanoscontra los aqueos. Muy alentado,abrióse paso por los combatientesdelanteros, y cayó en la batalla comotempestad que viene de lo alto yalborota el violáceo ponto.

299 ¿Cuál fue el primero, cuál elúltimo de los que entonces mató HéctorPriámida cuando Zeus le dio gloria?

301 Aseo, el primero, y despuésAutónoo, Opites, Dólope Clítida,

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Ofeltio, Agelao, Esimno, Oro y el bravoHipónoo. A tales caudillos dánaos diomuerte, y además a muchos hombres delpueblo. Como el Céfiro agita y se llevaen furioso torbellino las nubes que elveloz Noto tenía reunidas, y gruesas olasse levantan y la espuma llega a lo altopor el soplo del errabundo viento; deesta manera caían delante de Héctormuchas cabezas de gente del pueblo.

310 Entonces gran estrago eirreparables males se hubieranproducido, y los aqueos, dándose a lafuga, no habrían parado hasta las naves,si Ulises no hubiese exhortado al TididaDiomedes:

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313 —¡Tidida! ¿Por qué nomostramos nuestro impetuoso valor? Ea,ven aquí, amigo; ponte a mi lado.Vergonzoso fuera que Héctor, el detremolante casco, se apoderase de lasnaves.

316 Respondióle el fuerte Diomedes:317 —Yo me quedaré y resistiré,

aunque será poco el provecho quelogremos; pues Zeus, que amontona lasnubes, quiere conceder la victoria a lostroyanos y no a nosotros.

320 Dijo, y derribó del carro aTimbreo, envasándole la pica en latetilla izquierda; mientras Ulises hería alescudero del mismo rey, a Molión, igual

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a un dios. Dejáronlos tan pronto comolos pusieron fuera de combate, ypenetrando por la turba causaronconfusión y terror, como dosembravecidos jabalíes que acometen aperros de caza. Así, habiendo vuelto acombatir, mataban a los troyanos; y entanto los aqueos, que huían de Héctor,pudieron respirar placenteramente.

328 Dieron también alcance a doshombres que eran los más valientes desu pueblo y venían en un mismo carro, alos hijos de Mérope percosio: ésteconocía como nadie el arte adivinatoria,y no quería que sus hijos fuesen a lahomicida guerra; pero ellos no lo

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obedecieron, impelidos por las parcasde la negra muerte. Diomedes Tidida,famoso por su lanza, les quitó el alma yla vida y los despojó de las magníficasarmaduras. Ulises mató a Hipódamo y aHipéroco.

336 Entonces el Cronida, que desdeel Ida contemplaba la batalla, igualó elcombate en que troyanos y aqueos semataban. El hijo de Tideo dio unalanzada en la cadera al héroe AgástrofoPeónida, que por no tener cerca loscorceles no pudo huir, y ésta fue la causade su desgracia: el escudero tenía elcarro algo distante, y él se revolvíafurioso entre los combatientes

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delanteros, hasta que perdió la vida.Atisbó Héctor a Ulises y a Diomedes,los arremetió gritando, y prontosiguieron tras él las falanges de lostroyanos. Al verlo, estremecióse elvaleroso Diomedes, y dijo a Ulises, queestaba a su lado:

347 —Contra nosotros viene esacalamidad, el impetuoso Héctor. Ea,aguardémosle a pie firme y cerremoscon él.

349 Dijo; y apuntando a la cabeza deHéctor, blandió y arrojó la ingente lanza,y no le erró, pues fue a dar en la cimadel yelmo; pero el bronce rechazó albronce, y la punta no llegó al hermoso

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cutis por impedírselo el casco de tresdobleces y agujeros a guisa de ojos,regalo de Febo Apolo. Héctor entoncesretrocedió un buen trecho, y, penetrandopor la turba, cayó de rodillas, apoyó larobusta mano en el suelo y obscuranoche cubrió sus ojos. Mientras elTidida atravesaba las primeras filaspara recoger la lanza que en el suelo sehabía clavado, Héctor tornó en susentido, subió de un salto al carro, y,dirigiéndolo por en medio de lamultitud, evitó la negra muerte. Y elfuerte Diomedes, que lanza en mano loperseguía, exclamó:

362 —¡Otra vez te has librado de la

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muerte, perro! Muy cerca tuviste laperdición, pero te salvó Febo Apolo, aquien debes de rogar cuando sales alcampo antes de oír el estruendo de losdardos. Yo acabaré contigo si más tardelo encuentro y un dios me ayuda. Yahora perseguiré a los demás que se mepongan al alcance.

368 Dijo; y empezó a despojar elcadáver del Peónida, famoso por sulanza. Pero Alejandro, esposo deHelena, la de hermosa cabellera, que seapoyaba en una columna del sepulcro deIlo Dardánida, antiguo anciano honradopor el pueblo, armó el arco y lo asestóal hijo de Tideo, pastor de hombres. Y

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mientras éste quitaba al cadáver delvaleroso Agástrofo la labrada coraza, elmanejable escudo de debajo del pecho yel pesado casco, aquél tiró del arco ydisparó; y la flecha no salió inútilmentede su mano, sino que le atravesó alhéroe el empeine del pie derecho y seclavó en tierra. Alejandro salió de suescondite, y con grande y regocijada risase gloriaba diciendo:

380 —Herido estás; no se perdió eltiro. Ojalá que, acertándote en un ijar, lohubiese quitado la vida. Así los troyanostendrían un desahogo en sus males, pueste temen como al león las baladorascabras.

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384 Sin turbarse le respondió elfuerte Diomedes:

385 —¡Flechero, insolente, expertosólo en manejar el arco, mirón dedoncellas! Si frente a frente midierasconmigo las armas, no te valdría el arconi las abundantes flechas. Ahora tealabas sin motivo, pues sólo merasguñaste el empeine del pie. Tanto mecuido de la herida como si una mujer oun insipiente niño me la hubiesecausado, que poco duele la flecha de unhombre vil y cobarde. De otra clase esel agudo dardo que yo arrojo: por pocoque penetre deja exánime al que lorecibe, y la mujer del muerto desgarra

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sus mejillas, sus hijos quedan huérfanos,y el cadáver se pudre enrojeciendo consu sangre la tierra y teniendo a sualrededor más aves de rapiña quemujeres.

396 Así dijo. Ulises, famoso por sulanza, acudió y se le puso delante.Diomedes se sentó, arrancó del pie laaguda flecha y un dolor terrible recorriósu cuerpo. Entonces subió al carro y conel corazón afligido mandó al auriga quelo llevase a las cóncavas naves.

401 Ulises, famoso por su lanza, sequedó solo; ningún argivo permaneció asu lado, porque el terror los poseía atodos. Y gimiendo, a su magnánimo

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espíritu así le hablaba:404 —¡Ay de mí! ¿Qué me ocurrirá?

Muy malo es huir, temiendo a lamuchedumbre, y peor aún que me cojanquedándome solo, pues a los demásdánaos el Cronión los puso en fuga. Mas¿por qué en tales cosas me hace pensarel corazón? Sé que los cobardes huyendel combate, y quien descuella en labatalla debe mantenerse firme, ya seaherido, ya a otro hiera.

411 Mientras revolvía talespensamientos en su mente y en sucorazón, llegaron las huestes de losescudados troyanos, y, rodeándole, supropio mal entre ellos encerraron. Como

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los perros y los florecientes mozoscercan y embisten a un jabalí que sale dela espesa selva aguzando en sus corvasmandíbulas los blancos colmillos, yaunque la fiera cruja los dientes yaparezca terrible, resisten firmemente;así los troyanos acometían entonces portodos lados a Ulises, caro a Zeus. Masél dio un salto y clavó la aguda pica enun hombro del eximio Deyopites; matóluego a Toón y a Ennomo; alanceó en elombligo por debajo del cóncavo escudoa Quersidamante, que se apeaba delcarro y cayó en el polvo y cogió el suelocon las manos; y, dejándolos a todos,envasó la lanza a Cárope Hipásida,

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hermano carnal del noble Soco. Éste,que parecía un dios, vino a defenderlo,y, deteniéndose cerca de Ulises, hablólede este modo:

430 —¡Célebre Ulises, varónincansable en urdir engaños y entrabajar! Hoy, o podrás gloriarte dehaber muerto y despojado de las armas aambos Hipásidas, o perderás la vida,herido por mi lanza.

434 Cuando esto hubo dicho, le dioun bote en el liso escudo: la fornidalanza atravesó el luciente escudo,clavóse en la labrada coraza y levantó lapiel del costado; pero Palas Atenea nopermitió que llegara a las entrañas del

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varón. Entendió Ulises que por el sitiola herida no era mortal, y retrocediendodijo a Soco estas palabras:

441 —¡Ah infortunado! Grande es ladesgracia que sobre ti ha caído.Lograste que cesara de luchar con lostroyanos, pero yo te digo que laperdición y la negra muerte tealcanzarán hoy; y, vencido por mi lanza,me darás gloria, y a Hades, el de losfamosos corceles, el alma.

446 Dijo, y como Soco se volvierapara huir, clavóle la lanza en el dorso,entre los hombros, y le atravesó elpecho. El guerrero cayó con estrépito, yel divino Ulises se jactó de su obra:

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450 —¡Oh Soco, hijo del aguerridoHípaso, domador de caballos! Tesorprendió la muerte antes de quepudieses evitarla. ¡Ah mísero! A ti, unavez muerto, ni el padre ni la venerandamadre te cerrarán los ojos, sino que tedesgarrarán las carnívoras avescubriéndote con sus tupidas alas;mientras que a mí, si muero, los divinosaqueos me harán honras fúnebres.

456 Así diciendo, arrancó de sucuerpo y del abollonado escudo laingente lanza que Soco le habíaarrojado; brotó la sangre y afligióle elcorazón. Los magnánimos troyanos, alver la sangre, se exhortaron mutuamente

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entre la turba y embistieron todos aUlises, y éste retrocedió, llamando avoces a sus compañeros. Tres vecesgritó cuanto un varón puede hacerlo avoz en cuello; tres veces Menelao, caroa Ares, lo oyó, y al punto dijo a Ayante,que estaba a su lado:

465 —¡Ayante Telamonio, del linajede Zeus, príncipe de hombres! Oigo lavoz del paciente Ulises como si lostroyanos, habiéndole aislado en laterrible lucha, lo estuviesen acosando.Acudámosle, abriéndonos calle por laturba, pues lo mejor es llevarle socorro.Temo que a pesar de su valentía lesuceda alguna desgracia solo entre los

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troyanos, y que después los dánaos teechen muy de menos.

47z Así diciendo, partió y siguióleAyante, varón igual a un dios. Prontodieron con Ulises, caro a Zeus, a quienlos troyanos acometían por todos ladoscomo los rojizos chacales circundan enel monte a un cornígero ciervo heridopor la flecha que un hombre le disparócon el arco —sálvase el ciervo, merceda sus pies, y huye en tanto que la sangreestá caliente y las rodillas ágiles;póstralo luego la veloz saeta, y, cuandocarnívoros chacales lo despedazan en laespesura de un monte, trae la fortuna unvoraz león que, dispersando a los

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chacales, devora a aquél—; así entoncesmuchos y robustos troyanos arremetíanal aguerrido y sagaz Ulises; y el héroe,blandiendo la pica, apartaba de sí lacruel muerte. Pero llegó Ayante con suescudo como una torre, se puso al ladode Ulises y los troyanos se espantaron yhuyeron a la desbandada. Y el marcialMenelao, asiendo de la mano al héroe,sacólo de la turba mientras el escuderoacercaba el carro.

489 Ayante, acometiendo a lostroyanos, mató a Doriclo, hijo bastardode Príamo, a hirió a Pándoco, Lisandro,Píraso y Pilartes. Como el hinchadotorrente que acreció la lluvia de Zeus

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baja rebosante por los montes a lallanura, arrastra muchos pinos y encinassecas, y arroja al mar gran cantidad decieno, así entonces el ilustre Ayantedesordenaba y perseguía por el campo alos enemigos y destrozaba corceles yguerreros. Héctor no lo había advertido,porque peleaba en la izquierda de labatalla, cerca de la orilla delEscamandro: allí las cabezas caían enmayor número y un inmenso vocerío sedejaba oír alrededor del gran Néstor ydel marcial Idomeneo. Entre todosrevolvíase Héctor, que, haciendo arduasproezas con su lanza y su habilidadecuestre, destruía las falanges de

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jóvenes guerreros. Y los divinos aqueosno retrocedieran aún, si Alejandro,esposo de Helena, la de hermosacabellera, no hubiese puesto fuera decombate a Macaón, pastor de hombres,mientras descollaba en la pelea,hiriéndolo en la espalda derecha contrifurcada saeta. Los aqueos, aunquerespiraban valor, temieron que la luchase inclinase, y aquél fuera muerto. Y alpunto habló Idomeneo al divino Néstor:

511 —¡Oh Néstor Nelida, gloriainsigne de los aqueos! Ea, sube al carro,póngase Macaón junto a ti, y dirigepresto a las naves los solípedoscorceles. Pues un médico vale por

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muchos hombres, por su pericia enarrancar flechas y aplicar drogascalmantes.

516 Dijo; y Néstor, caballero gerenio,no dejó de obedecerlo. Subió al carro, ytan pronto como Macaón, hijo deleximio médico Asclepio, lo huboseguido, picó con el látigo a loscaballos y éstos volaron de su gradohacia las cóncavas naves, pues lesgustaba volver a ellas.

521 Cebríones, que acompañaba aHéctor en el carro, notó que los troyanoseran derrotados, y le dijo:

523 —¡Héctor! Mientras nosotroscombatimos aquí con los dánaos en un

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extremo de la batalla horrísona, losdemás troyanos son desbaratados y seagitan en confuso tropel hombres ycaballos. Ayante Telamonio es quien losdesordena; bien lo conozco por el anchoescudo que cubre sus espaldas.Enderecemos a aquel sitio los corcelesdel carro, que allí es más empeñada lapelea, mayor la matanza de peones y delos que combaten en carros, e inmensa lagritería que se levanta.

531 Habiendo hablado así, azotó conel sonoro látigo a los caballos dehermosas crines. Sintieron éstos el golpey arrastraron velozmente por entretroyanos y aqueos el veloz carro,

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pisando cadáveres y escudos; el ejetenía la parte inferior cubierta de sangrey los barandales estaban salpicados desanguinolentas gotas que los cascos delos corceles y las llantas de las ruedasdespedían. Héctor, deseoso de penetrary deshacer aquel grupo de hombres,promovía gran tumulto entre los dánaos,no dejaba la lanza quieta, recorría lasfilas de aquéllos y peleaba con la lanza,la espada y grandes piedras; solamenteevitaba el encuentro con AyanteTelamonio [porque Zeus se irritabacontra él cuando combatía con unguerrero más valiente].

544 El padre Zeus, que tiene su trono

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en las alturas, infundió temor en Ayantey éste se quedó atónito, se echó a laespalda el escudo formado por sieteboyunos cueros, paseó su mirada por laturba, como una fiera, y retrocedióvolviéndose con frecuencia y andando apaso lento. Como los canes y lospastores del campo ahuyentan del boíl aun tostado león, y, vigilando toda lanoche, no le dejan llegar a los pingüesbueyes; y el león, ávido de carne,acomete furioso y nada consigue, porquecaen sobre él multitud de venablosarrojados por robustas manos yencendidas teas que le dan miedo, y,cuando empieza a clarear el día, se

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escapa la fiera con ánimo afligido; asíAyante se alejaba entonces de lostroyanos, contrariado y con el corazónentristecido, porque temía mucho por lasnaves de los aqueos. De la suerte que untardo asno se acerca a un campo, yvenciendo la resistencia de los niñosque rompen en sus espaldas muchasvaras, penetra en él y destroza lascrecidas mieses; los muchachos loapalean; pero, como su fuerza es poca,sólo consiguen echarlo con trabajo,después que se ha hartado de comer; dela misma manera los animosos troyanosy sus auxiliares, reunidos en grannúmero, perseguían al gran Ayante, hijo

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de Telamón, y le golpeaban el escudocon las lanzas. Ayante unas vecesmostraba su impetuoso valor, yrevolviendo detenía las falanges de lostroyanos, domadores de caballos; otras,tornaba a huir; y, moviéndose con furiaentre los troyanos y los aqueos,conseguía que los enemigos no seencaminasen a las veleras naves. Laslanzas que manos audaces despedían seclavaban en el gran escudo o caían en elsuelo delante del héroe, antes de llegar asu blanca piel, deseosas de saciarse desu carne.

575 Cuando Eurípilo, preclaro hijode Evemón, vio que Ayante estaba tan

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abrumado por los copiosos tiros, secolocó a su lado, arrojó la relucientelanza y se la clavó en el hígado, debajodel diafragma, a Apisaón Fausíada,pastor de hombres, dejándole sin vigorlas rodillas. Corrió enseguida hacia él yse puso a quitarle la armadura. Peroadvirtiólo el deiforme Alejandro, ydisparando el arco contra Eurípilo logróherirlo en el muslo derecho: la caña dela saeta se rompió, quedó colgando yapesgaba el muslo del guerrero. Ésteretrocedió al grupo de sus amigos, paraevitar la muerte, y, dando grandes voces,decía a los dánaos:

587 —¡Oh amigos, capitanes y

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príncipes de los argivos! Deteneos,volved la cara al enemigo, y librad deldía cruel a Ayante que está abrumadopor los tiros y no creo que escape convida del horrísono combate. Perodeteneos afrontando a los contrarios, yrodead al gran Ayante, hijo de Telamón.

592 Tales fueron las palabras deEurípilo al sentirse herido, y ellos secolocaron junto a él con los escudossobre los hombros y las picaslevantadas. Ayante, apenas se juntó consus compañeros, detúvose y volvió lacara a los troyanos.

596 Siguieron, pues, combatiendo conel ardor de encendido fuego; y, entre

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tanto, las yeguas de Neleo, cubiertas desudor, sacaban del combate a Néstor y aMacaón, pastor de pueblos. Reconocióal último el divino Aquiles, el de lospies ligeros, que desde la popa de laingente nave contemplaba la granderrota y deplorable fuga, y enseguidallamó, desde la nave, a Patroclo, sucompañero: oyólo éste, y, parecido aAres, salió de la tienda. Tal fue el origende su desgracia. El esforzado hijo deMenecio habló el primero, diciendo:

606 —¿Por qué me llamas, Aquiles?¿Necesitas de mí?

607 Respondió Aquiles, el de lospies ligeros:

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608 —¡Divino Menecíada, carísimo ami corazón! Ahora espero que losaqueos vendrán a suplicarme y sepostrarán a mis plantas, porque no esllevadera la necesidad en que se hallan.Pero ve Patroclo, caro a Zeus, ypregunta a Néstor quién es el herido quesaca del combate. Por la espalda tienegran semejanza con Macaón elAsclepíada, pero no le vi el rostro; pueslas yeguas, deseosas de llegar cuantoantes, pasaron rápidamente por mi lado.

616 Así dijo. Patroclo obedeció alamado compañero y se fue corriendo alas tiendas y naves aqueas.

618 Cuando aquéllos hubieron

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llegado a la tienda del Nelida,descendieron del carro al almo suelo, yEurimedonte, servidor del anciano,desunció los corceles. Néstor y Macaóndejaron secar el sudor que mojaba suscorazas, poniéndose al soplo del vientoen la orilla del mar; y, penetrando luegoen la tienda, se sentaron en sillas.Entonces les preparó una mixturaHecamede, la de hermosa cabellera, hijadel magnánimo Arsínoo, que el ancianose había llevado de Ténedos cuandoAquiles entró a saco en esta ciudad: losaqueos se la adjudicaron a Néstor, que atodos superaba en el consejo. Hecamedeacercó una mesa magnífica, de pies de

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acero, pulimentada; y puso encima unafuente de bronce con cebolla, manjarpropio para la bebida, miel reciente ysacra harina de flor, y una bella copaguarnecida de áureos clavos que elanciano se había llevado de su palacio ytenía cuatro asas —Dada una entre dospalomas de oro— y dos sustentáculos. Aotro anciano le hubiese sido difícilmover esta copa cuando después dellenarla se ponía en la mesa, peroNéstor la levantaba sin esfuerzo. En ellala mujer, que parecía una diosa, lespreparó la bebida: echó vino dePramnio, raspó queso de cabra con unrallo de bronce, espolvoreó la mezcla

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con blanca harina y los invitó a beberasí que tuvo compuesto el potaje.Ambos bebieron, y, apagada laabrasadora sed, se entregaron al deleitede la conversación cuando Patroclo,varón igual a un dios, apareció en lapuerta. Violo el anciano; y, levantándosedel vistoso asiento, le asió de la mano,le hizo entrar y le rogó que se sentara;pero Patroclo se excusó diciendo:

648 —No puedo sentarme, ancianoalumno de Zeus; no lograrásconvencerme. Respetable y temible esquien me envía a preguntar a quéguerrero trajiste herido; pero ya lo sé,pues estoy viendo a Macaón, pastor de

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hombres. Voy a llevar, como mensajero,la noticia a Aquiles. Bien sabes tú,anciano alumno de Zeus, lo violento quees aquel hombre y cuán pronto culparíahasta a un inocente.

655 Respondióle Néstor, caballerogerenio:

656 —¿Cómo es que Aquiles secompadece de los aqueos que hanrecibido heridas? ¡No sabe en quéaflicción está sumido el ejército! Losmás fuertes, heridos unos de cerca yotros de lejos, yacen en las naves. Conarma arrojadiza fue herido el poderosoTidida Diomedes; con la pica, Ulises,famoso por su lanza, y Agamenón; a

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Eurípilo flecháronle en el muslo, yacabo de sacar del combate a este otro,herido también por una saeta que un arcodespidió. Pero Aquiles, a pesar de suvalentía, ni se cura de los dánaos ni seapiada de ellos. ¿Aguarda acaso que lasveleras naves sean devoradas por elfuego enemigo en la orilla del mar, sinque los argivos puedan impedirlo, y queunos en pos de otros sucumbamos todos?Ya el vigor de mis ágiles miembros noes el de antes. ¡Ojalá fuese tan joven ymis fuerzas tan robustas como cuando enla contienda levantada entre los eleos ynosotros por el robo de bueyes, maté aItimoneo, al valiente Hiperóquida, que

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vivía en la Elide, y tomé represalias!Itimoneo defendía sus vacas, pero cayóen tierra entre los primeros, herido porel dardo que le arrojó mi mano, y losdemás campesinos huyeron espantados.En aquel campo logramos un espléndidobotín: cincuenta vacadas, otras tantasmanadas de ovejas, otras tantas piarasde cerdos, otros tantos rebaños copiososde cabras y ciento cincuenta yeguasbayas, muchas de ellas con sus potros.Aquella misma noche lo llevamos aPilos, ciudad de Neleo, y éste se alegróen su corazón de que me correspondierauna gran parte, a pesar de ser yo tanjoven cuando fui al combate. Al

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alborear, los heraldos pregonaron convoz sonora que se presentaran todosaquéllos a quienes se les debía algo enla divina Élide, y los caudillos piliosrepartieron el botín. Con muchos denosotros estaban en deuda los epeos,pues, como en Pilos éramos pocos, nosofendían; y en años anteriores habíavenido el fornido Heracles, que nosmaltrató y dio muerte a los principalesciudadanos. De los doce hijos delirreprensible Neleo, tan sólo yo quedécon vida; todos los demás perecieron.Engreídos los epeos, de broncíneascorazas, por tales hechos, nos insultabany urdían contra nosotros inicuas

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acciones.—El anciano Neleo tomóentonces un rebaño de bueyes y otrogrande de cabras, escogiendo trescientasde éstas con sus pastores, por la grandeuda que tenía que cobrar en la divinaÉlide: había enviado cuatro corceles,vencedores en anteriores juegos,uncidos a un carro, para aspirar alpremio de la carrera, el cual consistía enun trípode; y Augías, rey de hombres, sequedó con ellos y despidió al auriga,que se fue triste por lo ocurrido. Airadopor tales insultos y acciones, el ancianoescogió muchas cosas y dio lo restanteal pueblo, encargando que sedistribuyera y que nadie se viese

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privado de su respectiva porción. Hechoel reparto, ofrecimos en la ciudadsacrificios a los dioses.— Tres díasdespués se presentaron muchos epeoscon carros tirados por solípedoscaballos y toda la hueste reunida; y entresus guerreros se hallaban ambos Molión,que entonces eran niños y no habíanmostrado aún su impetuoso valor. Hayuna ciudad llamada Trioesa, en la cimade un monte contiguo al Alfeo, en losconfines de la arenosa Pilos: los epeosquisieron destruirla y la sitiaron. Masasí que hubieron atravesado la llanura,Atenea descendió presurosa del Olimpo,cual nocturna mensajera, para que

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tomáramos las armas, y no halló en Pilosun pueblo indolente, pues todossentíamos vivos deseos de combatir. Amí Neleo no me dejaba vestir las armasy me escondió los caballos, noteniéndome por suficientementeinstruido en las cosas de la guerra. Ycon todo eso, sobresalí, siendo infante,entre los nuestros, que combatían encarros; pues fue Atenea la que dispusode esta suerte el combate. Hay un ríonombrado Minieo, que desemboca en elmar cerca de Arene: allí los caudillosde los pilios aguardamos que aparecierala divina Aurora, y en tanto afluyeronlos infantes. Reunidos todos y vestida la

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armadura, marchamos, llegando almediodía a la sagrada corriente delAlfeo. Hicimos hermosos sacrificios alprepotente Zeus, inmolamos un toro alAlfeo, otro a Poseidón y una gregal vacaa Atenea, la de ojos de lechuza; cenamossin romper las filas, y dormimos, con laarmadura puesta, a orillas del río. Losmagnánimos epeos estrechaban el cercode la ciudad, deseosos de destruirla;pero antes de lograrlo se les presentóuna gran acción de Ares. Cuando elresplandeciente sol apareció en lo alto,trabamos la batalla, después de orar aZeus y a Atenea. Y en la lucha de lospilios con los epeos, fui el primero que

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mató a un hombre, al belicoso Mulio,cuyos solípedos corceles me llevé. Eraéste yerno de Augías, por estar casadocon la rubia Agamede, la hija mayor,que conocía cuantas drogas produce lavasta tierra. Y, acercándome a él, leenvasé la broncínea lanza, lo derribé enel polvo, salté a su carro y me coloquéentre los combatientes delanteros. Losmagnánimos epeos huyeron en desorden,aterrorizados de ver en el suelo alhombre que mandaba a los quecombatían en carros y tan fuerte era enla batalla. Lancéme a ellos cual obscurotorbellino; tomé cincuenta carros,venciendo con mi lanza y haciendo

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morder la tierra a los dos guerreros queen cada uno venían; y hubiera matado aentrambos Molión Actorión, si su padre,el poderoso Poseidón, que conmueve latierra, no los hubiese salvado,envolviéndolos en espesa niebla ysacándolos del combate. Entonces Zeusconcedió a los pilios una gran victoria.Perseguimos a los eleos por laespaciosa llanura, matando hombres yrecogiendo magníficas armas, hasta quenuestros corceles nos llevaron aBuprasio, fértil en trigo, la roca Olenia yAlesio, al sitio llamado la colina, dondeAtenea hizo que el ejército se volviera.Allí dejé tendido al último hombre que

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maté. Cuando desde Buprasio dirigieronlos aqueos los rápidos corceles a Pilos,todos daban gracias a Zeus entre losdioses y a Néstor entre los hombres. Talera yo entre los guerreros, si todo no hasido un sueño. Pero del valor de Aquilessólo se aprovechará él mismo, y creoque ha de ser grandísimo su llantocuando el ejército perezca. ¡Oh amigo!Menecio lo hizo un encargo el día enque lo envió desde Ftía a Agamenón,estábamos dentro del palacio yo y eldivino Ulises y oímos cuanto aquél teencargó. Nosotros, que entoncesreclutábamos tropas en la fértil Acaya,habíamos llegado a la bien habitada

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casa de Peleo, donde encontramos alhéroe Menecio, a ti y a Aquiles. Peleo,el anciano jinete, quemaba dentro delpatio pingües muslos de buey en honorde Zeus, que se complace en lanzarrayos; y con una copa de oro vertía elnegro vino en la ardiente llama delsacrificio, mientras vosotrospreparabais carnes de buey. Nosdetuvimos en el vestíbulo; Aquiles selevantó sorprendido, y cogiéndonos dela mano nos introdujo, nos hizo sentar ynos ofreció presentes de hospitalidad,como se acostumbra hacer con losforasteros. Satisficimos de bebida y decomida el apetito, y empecé a exhortaros

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para que os vinierais con nosotros;ambos lo anhelabais y vuestros padresos daban muchos consejos. El ancianoPeleo recomendaba a su hijo Aquilesque descollara siempre y sobresalieraentre los demás, y a su vez Menecio,hijo de Áctor, lo aconsejaba así: «¡Hijomío! Aquiles te aventaja por suabolengo, pero tú le superas en edad;aquél es mucho más fuerte, pero hazleprudentes advertencias, amonéstalo einstrúyelo y te obedecerá para su propiobien». Así lo aconsejaba el anciano, y túlo olvidas. Pero aún podríasrecordárselo al aguerrido Aquiles yquizás lograras persuadirlo. ¿Quién sabe

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si con la ayuda de algún diosconmoverías su corazón? Gran fuerzatiene la exhortación de un amigo. Y si seabstiene de combatir por algún vaticinioque su madre, enterada por Zeus, le harevelado, que a lo menos te envíe a ticon los demás mirmidones, por si llegasa ser la aurora de salvación de losdánaos, y te permita llevar en elcombate su magnífica armadura para quelos troyanos te confundan con él y cesende pelear, los belicosos aqueos que tanabatidos están se reanimen, y la batallatenga su tregua, aunque sea por brevetiempo. Vosotros, que no os halláisextenuados de fatiga, rechazaríais

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fácilmente de las naves y tiendas haciala ciudad a esos hombres que de pelearestán cansados.

804 Así dijo, y conmovióle elcorazón dentro del pecho. Patroclo fuesecorriendo por entre las naves paravolver a la tienda de Aquiles Eácida.Mas cuando, corriendo, llegó a losbajeles del divino Ulises —allí secelebraba el ágora y se administrabajusticia ante los altares erigidos a losdioses— regresaba del combate,cojeando, Eurípilo Evemónida, dellinaje de Zeus, que había recibido unflechazo en el muslo: abundante sudorcorría por su cabeza y sus hombros, y la

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negra sangre brotaba de la grave herida,pero su inteligencia permanecía firme.Violo el esforzado hijo de Menecio, secompadeció de él y, suspirando, dijoestas aladas palabras:

816 —¡Ah infelices caudillos ypríncipes de los dánaos! ¡Así debíais enTroya, lejos de los amigos y de la patriatierra, saciar con vuestra blanca grasa alos ágiles perros! Pero dime, héroeEurípilo, alumno de Zeus: ¿Podrán losaqueos sostener el ataque del ingenteHéctor, o perecerán vencidos por sulanza?

822 Respondióle Eurípilo herido:823 —¡Patroclo, del linaje de Zeus!

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Ya no habrá defensa para los aqueos quecorren a refugiarse en las negras naves.Cuantos fueron hasta aquí los másvalientes yacen en sus bajeles, heridosunos de cerca y otros de lejos por manode los troyanos, cuya fuerza va enaumento. Pero sálvame llevándome a lanegra nave, arráncame la flecha delmuslo, lava con agua tibia la negrasangre que fluye de la herida y ponme enella drogas calmantes y salutíferas que,según dicen, te dio a conocer Aquiles,instruido por Quirón, el más justo de loscentauros. Pues de los dos médicos,Podalirio y Macaón, el uno creo queestá herido en su tienda, y a su vez

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necesita de un buen médico, y el otrosostiene vivo combate en la llanuratroyana.

837 Contestó el esforzado hijo deMenecio:

838 —¿Cómo acabará esto? ¿Quéharemos, héroe Eurípilo? Iba a decir alaguerrido Aquiles lo que Néstorgerenio, protector de los aqueos, meencargó; pero no te dejaré así, abrumadopor el dolor.

842 Dijo; y, cogiendo al pastor dehombres por el pecho, llevólo a latienda. El escudero, al verlos venir,extendió en el suelo pieles de buey.Patroclo recostó en ellas a Eurípilo y

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sacó del muslo, con la daga, la aguda yacerba flecha; y, después de lavar conagua tibia la negra sangre, espolvoreó laherida con una raíz amarga y calmanteque previamente había desmenuzado conla mano. La raíz le calmó todos losdolores, secóse la herida y la sangredejó de correr.

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Canto XII*

Combate en la muralla

* Los troyanos asaltan con éxito lamuralla y el foso del campamento aqueo.Héctor, con una gran piedra, derriba lapuerta de entrada al campamento y abreuna vía de acceso a sus tropas.

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1 En tanto que el fuerte hijo deMenecio curaba, dentro de la tienda, aEurípilo herido, acometíanseconfusamente argivos y troyanos. Ya nohabía de contener a éstos ni el foso ni elancho muro que al borde del mismoconstruyeron los dánaos, sin ofrecer alos dioses hecatombes perfectas, paraque los defendiera a ellos y las velerasnaves y el mucho botín que dentro seguardaba. Levantado el muro contra lavoluntad de los inmortales dioses, nodebía subsistir largo tiempo. Mientrasvivió Héctor, estuvo Aquiles irritado y

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la ciudad del rey Príamo no fueexpugnada, la gran muralla de losaqueos se mantuvo firme. Pero, cuandohubieron muerto los más valientestroyanos, de los argivos unos perecieróny otros se salvaron, la ciudad de Príamofue destruida en el décimo año, y losargivos se embarcaron para regresar asu patria; Poseidón y Apolo decidieronarruinar el muro con la fuerza de los ríosque corren de los montes ideos al mar:el Reso, el Heptáporo, el Careso, elRodio, el Gránico, el Esepo, el divinoEscamandro y el Simoente, en cuyaribera cayeron al polvo muchos cascos,escudos de boyuno cuero y la generación

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de los hombres semidioses.— FeboApolo desvió el curso de todos estosríos y dirigió sus corrientes a la murallapor espacio de nueve días, y Zeus nocesó de llover para que más presto sesumergiese en el mar. Iba al frente deaquéllos el mismo Poseidón, que bate latierra, con el tridente en la mano, y tiró alas olas todos los cimientos de troncos ypiedras que con tanta fatiga echaron losaqueos, arrasó la orilla del Helesponto,de rápida corriente, enarenó la granplaya en que estuvo el destruido muro yvolvió los ríos a los cauces por dondediscurrían sus cristalinas aguas.

34 De tal modo Poseidón y Apolo

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debían proceder más tarde. Entoncesardía el clamoroso combate al pie delbien labrado muro, y las vigas de lastorres resonaban al chocar de losdardos. Los argivos, vencidos por elazote de Zeus, encerrábanse en el cercode las cóncavas naves por miedo aHéctor, cuya valentía les causaba laderrota, y éste seguía peleando y parecíaun torbellino. Como un jabalí o un leónse revuelve, orgulloso de su fuerza,entre perros y cazadores que agrupadosle tiran muchos venablos —la fiera nosiente en su ánimo audaz ni temor niespanto, y su propio valor la mata— yva de un lado a otro, probando las

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hileras de los hombres, y se apartanaquéllos hacia los que se dirige, de igualmodo agitábase Héctor entre la turba yexhortaba a sus compañeros a pasar elfoso. Los corceles, de pies ligeros, no seatrevían a hacerlo, y parados en el borderelinchaban, porque el ancho foso lesdaba horror. No era fácil, en efecto,salvarlo ni atravesarlo, pues teníaescarpados precipicios a uno y otrolado, y en su parte alta grandes ypuntiagudas estacas, que los aqueosclavaron espesas para defenderse de losenemigos. Un caballo tirando de uncarro de hermosas ruedas difícilmentehubiera entrado en el foso, y los peones

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meditaban si podrían realizarlo.Entonces llegóse Polidamante al audazHéctor, y dijo:

61 —¡Héctor y demás caudillos delos troyanos y sus auxiliares! Dirigimosimprudentemente los veloces caballos alfoso, y éste es muy difícil de pasar,porque está erizado de agudas estacas ya lo largo de él se levanta el muro de losaqueos. Allí no podríamos apearnos delcarro ni combatir, pues se trata de unsitio estrecho donde temo que prontoseríamos heridos. Si Zeus altitonante,meditando males contra los aqueos,quiere destruirlos completamente parafavorecer a los troyanos, deseo que lo

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realice cuanto antes y que aquéllosperezcan sin gloria en esta tierra, lejosde Argos. Pero si los aqueos sevolviesen, y viniendo de las naves nosobligaran a repasar el profundo foso, mefiguro que ni un mensajero podríaretornar a la ciudad huyendo de losaqueos que nuevamente entraran encombate. Ea, procedamos todos comovoy a decir. Los escuderos tengan loscaballos en la orilla del foso y nosotrossigamos a Héctor a pie, con armas ytodos reunidos; pues los aqueos noresistirán el ataque si sobre ellos pendela ruina.

80 Así dijo Polidamante, y su

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prudente consejo plugo a Héctor, el cual,enseguida y sin dejar las armas, saltódel carro a tierra. Los demás troyanostampoco permanecieron en sus carros;pues así que vieron que el divino Héctorlo dejaba, apeáronse todos, mandaron alos aurigas que pusieran los caballos enlínea junto al foso, y, habiéndoseordenado en cinco grupos, emprendieronla marcha con los respectivos jefes.

88 Iban con Héctor y Polidamante losmás y mejores, que anhelaban romper elmuro y pelear cerca de las cóncavasnaves; su tercer jefe era Cebríones,porque Héctor había dejado a otroauriga inferior para cuidar del carro. De

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otro grupo eran caudillos Paris, Alcátooy Agenor. El tercero lo mandabanHéleno y el deiforme Deífobo, hijos dePríamo, y el héroe Asio Hirtácida, quehabía venido de Arisbe, de las orillasdel río Seleente, en un carro tirado poraltos y fogosos corceles. El cuarto loregía Eneas, valiente hijo de Anquises, ycon él Arquéloco y Acamante, hijos deAnténor, diestros en toda suerte decombates. Por último, Sarpedón se pusoal frente de los ilustres aliados,eligiendo por compañeros a Glauco y albelicoso Asteropeo, a quienes tenía porlos más valientes después de sí mismo,pues él descollaba entre todos. Tan

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pronto como hubieron embrazado losfuertes escudos y cerrado las filas,marcharon animosos contra los dánaos;y esperaban que éstos, en vez deoponerles resistencia, se refugiarían enlas negras naves.

108 Todos los troyanos y susauxiliares venidos de lejas tierrassiguieron el consejo del eximioPolidamante, menos Asio Hirtácida,príncipe de hombres, que, negándose adejar el carro y al auriga, se acercó conellos a las veleras naves. ¡Insensato! Nohabía de librarse de las funestas parcas,ni volver, ufano de sus corceles y de sucarro, de las naves a la ventosa Ilio;

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porque su hado infausto lo hizo moriratravesado por la lanza del ilustreIdomeneo Deucálida. Fuese, pues, haciala izquierda de las naves, al sitio pordonde los aqueos solían volver de lallanura con los caballos y carros; haciaaquel lugar dirigió los corceles, y nohalló las puertas cerradas y aseguradascon el gran cerrojo, porque unoshombres las tenían abiertas, con el fin desalvar a los compañeros que, huyendodel combate, llegaran a las naves. Aaquel paraje enderezó los caballos, y losdemás lo siguieron dando agudos gritos,porque esperaban que los aqueos, en vezde oponer resistencia, se refugiarían en

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las negras naves. ¡Insensatos! En laspuertas encontraron a dos valentísimosguerreros, hijos gallardos de losbelicosos lapitas: el esforzadoPolipetes, hijo de Pirítoo, y Leonteo,igual a Ares, funesto a los mortales.Ambos estaban delante de las altaspuertas, como en el monte unas encinasde elevada copa, fijas al suelo porraíces gruesas y extensas, desafíanconstantemente el viento y la lluvia; deigual manera aquéllos, confiando en susmanos y en su valor, aguardaron lallegada del gran Asio y no huyeron. Lostroyanos se encaminaron con granalboroto al bien construido muro,

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levantando los escudos de secas pielesde buey, mandados por el rey Asio,Yámeno, Orestes, Adamante Asíada,Toón y Enómao. Polipetes y Leonteohallábanse dentro e instigaban a losaqueos, de hermosas grebas, a pelearpor las naves; mas, así que vieron a lostroyanos atacando la muralla y a losdánaos en clamorosa fuga, salieronpresurosos a combatir delante de laspuertas, semejantes a montaracesjabalíes que en el monte son terrero dela acometida de hombres y canes, y encurva carrera tronchan y arrancan deraíz las plantas de la selva, dejando oírel crujido de sus dientes, hasta que los

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hombres, tirándoles venablos, les quitanla vida; de parecido modo resonaba elluciente bronce en el pecho de loshéroes a los golpes que recibían, puespeleaban con gran denuedo, confiandoen los guerreros de encima de la murallay en su propio valor. Desde las torresbien construidas los aqueos tiraban paradefenderse a sí mismos, las tiendas y lasnaves de ligero andar. Como caen alsuelo los copos de nieve que impetuosoviento, agitando las pardas nubes,derrama en abundancia sobre la fértiltierra, así llovían los dardos quearrojaban aqueos y troyanos, y loscascos y abollonados escudos sonaban

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secamente al chocar con ellos lasingentes piedras. Entonces AsioHirtácida, dando un gemido ygolpeándose el muslo, exclamóindignado:

164 —¡Padre Zeus! Muy falaz te hasvuelto, pues yo no esperaba que loshéroes aqueos opusieran resistencia anuestro valor e invictas manos. Comolas abejas o las flexibles avispas quehan anidado en fragoso camino y noabandonan su hueca morada al acercarselos cazadores, sino que luchan por loshijuelos, así aquéllos, con ser dossolamente, no quieren retirarse de laspuertas mientras no perezcan, o la

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libertad no pierdan.173 Así dijo; pero sus palabras no

cambiaron la mente de Zeus, quedeseaba conceder tal gloria a Héctor.

175 Otros peleaban delante de otraspuertas, y me sería difícil, no siendo undios, contarlo todo. Por doquiera ardíael combate al pie del lapídeo muro; losargivos, aunque llenos de angustia,veíanse obligados a defender las naves;y estaban apesarados todos los diosesque en la guerra protegían a los dánaos.Entonces fue cuando los lapitasempezaron el combate y la refriega.

182 El fuerte Polipetes, hijo dePintoo, hirió a Dámaso con la lanza por

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el casco de broncíneas carrilleras: elcasco de bronce no detuvo a aquéllacuya punta, de bronce también, rompióel hueso; conmovióse el cerebro y elguerrero sucumbió mientras combatíacon denuedo. Aquél mató luego a Pilón ya órmeno. Leonteo, hijo de Antímaco yvástago de Ares, arrojó un dardo aHipómaco y se lo clavó junto al ceñidor;luego desenvainó la aguda espada, y,acometiendo por en medio de lamuchedumbre a Antífates, lo hirió y lotiró de espaldas; y después derribósucesivamente a Menón, Yámeno yOrestes, que fueron cayendo al almosuelo.

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195 Mientras ambos héroes quitabana los muertos las lucientes armas,adelantaron la marcha con Polidamantey Héctor los más y más valientes de losjóvenes, que sentían un vivo deseo deromper el muro y pegar fuego a lasnaves. Pero detuviéronse indecisos en laorilla del foso, cuando ya se disponían aatravesarlo, por haber aparecido encimade ellos, y dejando el pueblo, a laizquierda, un ave agorera: un águila dealto vuelo, llevando en las garras unenorme dragón sangriento, vivo, que seestremecía y no se había olvidado de lalucha, pues encorvándose hacia atráshirióla en el pecho, cerca del cuello. El

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águila, penetrada de dolor, dejó caer eldragón en medio de la turba; y,chillando, voló con la rapidez delviento. Los troyanos estremeciéronse alver en medio de ellos la manchadasierpe, prodigio de Zeus, que lleva laégida. Entonces acercóse Polidamante alaudaz Héctor, y le dijo:

211 —¡Héctor! Siempre me increpasen las juntas, aunque lo que propongasea bueno; mas no es decoroso que unciudadano hable en las reuniones o en laguerra contra lo debido, sólo paraacrecentar tu poder. También ahora hede manifestar lo que consideroconveniente. No vayamos a combatir

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con los dánaos cerca de las naves. Creoque nos ocurrirá lo que diré, si vinorealmente para los troyanos, cuandodeseaban atravesar el foso, esta aveagorera: un águila de alto vuelo, quedejaba el pueblo a la izquierda y llevabaen las garras un enorme dragónsangriento y vivo, y lo hubo de soltarpresto antes de llegar al nido y darlo asus polluelos. De semejante modo, sicon gran ímpetu rompemos ahora laspuertas y el muro, y los aqueosretroceden, luego no nos será posiblevolver de las naves en buen orden por elmismo camino; y dejaremos a muchostroyanos tendidos en el suelo, a los

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cuales los aqueos, combatiendo endefensa de sus naves, habrán muerto conlas broncíneas armas. Así lointerpretaría un augur que, por ser muyentendido en prodigios, mereciera laconfianza del pueblo.

230 Encarándole la torva vista,respondió Héctor, el de tremolantecasco:

231 —¡Polidamante! No me place loque propones y podías haber pensadoalgo mejor. Si realmente hablas conseriedad, los mismos dioses te hanhecho perder el juicio; pues meaconsejas que, olvidando las promesasque Zeus tonante me hizo y ratificó

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luego, obedezca a las aves aliabiertas,de las cuales no me cuido ni en ellasparo mientes, sea que vayan hacia laderecha por donde aparecen la aurora yel sol, sea que se dirijan a la izquierda,al tenebroso ocaso. Confiemos en laspromesas del gran Zeus, que reina sobretodos, mortales e inmortales. El mejoragüero es éste: combatir por la patria.¿Por qué te dan miedo el combate y lapelea? Aunque los demás fuéramosmuertos en las naves argivas, nodebieras temer por tu vida; pues ni tucorazón es belicoso, ni te permiteaguardar a los enemigos. Y si dejas deluchar, o con tus palabras logras que

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otro se abstenga, pronto perderás lavida, herido por mi lanza.

251 Así, habiendo hablado, echó aandar. Siguiéronlo todos con fuertegritería, y Zeus, que se complace enlanzar rayos, enviando desde los montesideos un viento borrascoso, levantó granpolvareda en las naves, abatió el ánimode los aqueos, y dio gloria a lostroyanos y a Héctor, que, fiados en lasprodigiosas señales del dios y en supropio valor, intentaban romper la granmuralla aquea. Arrancaban las almenasde las torres, demolían los parapetos yderribaban los zócalos salientes que losaqueos habían hecho estribar en el suelo

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para que sostuvieran las torres. Tambiéntiraban de éstas, con la esperanza deromper el muro de los aqueos. Mas losdánaos no les dejaban libre el camino, y,protegiendo los parapetos con boyunaspieles, herían desde allí a los enemigosque al pie de la muralla se encontraban.

265 Los dos Ayantes recorrían lastorres, animando a los aqueos yexcitando su valor; a todas partes iban, ya uno le hablaban con suaves palabras ya otro le reñían con duras frases porqueflojeaba en el combate:

269 —¡Oh amigos, ya entre losargivos seáis los preeminentes, losmediocres o los peores, pues no todos

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los hombres son iguales en la guerra!Ahora el trabajo es común a todos yvosotros mismos lo conocéis. Nadie sevuelva atrás, hacia los bajeles, por oírlas amenazas de un troyano; id adelantey animaos mutuamente, por si Zeusolímpico, fulminador, nos permiterechazar el ataque y perseguir a losenemigos hasta la ciudad.

277 Dando tales voces animaban alos aqueos para que combatieran. Cuanespesos caen los copos de nieve cuandoen un día de invierno Zeus decide nevar,mostrando sus armas a los hombres, y,adormeciendo los vientos, nievaincesantemente hasta que cubre las

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cimas y los riscos de los montes másaltos, las praderas cubiertas de loto ylos fértiles campos cultivados por elhombre, y la nieve se extiende por lospuertos y playas del espumoso mar, yúnicamente la detienen las olas, puestodo lo restante queda cubierto cuandoarrecia la nevada de Zeus, así, tanespesas, volaban las piedras por amboslados, las unas hacia los troyanos y lasotras de éstos a los aqueos, y elestrépito se elevaba sobre todo el muro.

290 Mas los troyanos y el esclarecidoHéctor no habrían roto aún las puertasde la muralla y el gran cerrojo, si elpróvido Zeus no hubiese incitado a su

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hijo Sarpedón contra los argivos, comoa un león contra bueyes de retorcidoscuernos. Sarpedón levantó enseguida elescudo liso, hermoso, protegido porplanchas de bronce, obra de un broncistaque sujetó muchas pieles de buey convaritas de oro prolongadas por amboslados hasta el borde circular; alzando,pues, la rodela y blandiendo un par delanzas, se puso en marcha como elmontaraz león que en mucho tiempo noha probado la carne y su ánimo audaz leimpele a acometer un rebaño de ovejasyendo a la alquería sólidamenteconstruida; y, aunque en ella encuentrepastores que, armados con venablos y

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provistos de perros, guardan las ovejas,no quiere que lo echen del establo sinintentar el ataque, hasta que, saltandodentro, o consigue hacer presa o esherido por un venablo que ágil mano learroja; del mismo modo, el deiformeSarpedón se sentía impulsado por suánimo a asaltar el muro y destruir losparapetos. Y enseguida dijo a Glauco,hijo de Hipóloco:

310 —¡Glauco! ¿Por qué a nosotrosnos honran en la Licia con asientospreferentes, manjares y copas de vino, ytodos nos miran como a dioses, yposeemos campos grandes y magníficosa orillas del Janto, con viñas y tierras de

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pan llevar? Preciso es que ahora nossostengamos entre los más avanzados ynos lancemos a la ardiente pelea, paraque diga alguno de los licios, armadosde fuertes corazas: «No sin gloriaimperan nuestros reyes en la Licia; y sicomen pingües ovejas y beben exquisitovino, dulce como la miel, también sonesforzados, pues combaten al frente delos licios». ¡Oh amigo! Ojalá que,huyendo de esta batalla, nos libráramospara siempre de la vejez y de la muerte,pues ni yo me batiría en primera fila, nilo llevaría a la lid, donde los varonesadquieren gloria; pero, como sonmuchas las clases de muerte que penden

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sobre los mortales, sin que éstos puedanhuir de ellas ni evitarlas, vayamos ydaremos gloria a alguien, o alguien nosla dará a nosotros.

329 Así dijo; y Glauco ni retrocedióni fue desobediente. Ambos fueronadelante en línea recta, siguiéndoles lanumerosa hueste de los iicios.Estremecióse al advertirlo Menesteo,hijo de Péteo, pues se encaminabanhacia su torre, llevando consigo la ruina.Ojeó la cohorte de los aqueos, por sidivisaba a algún jefe que librara delpeligro a los compañeros, y distinguió aentrambos Ayantes, incansables en elcombate, y a Teucro, recién salido de la

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tienda, que se hallaban cerca. Pero nopodía hacerse oír por más que gritara,porque era tanto el estrépito, que elruido de los escudos al parar los golpes,el de los cascos guarnecidos con crinesde caballo, y el de las puertas, llegabaal cielo; todas las puertas se hallabancerradas, y los troyanos, detenidos porlas mismas, intentaban penetrarrompiéndolas a viva fuerza. Y Menesteodecidió enviar a Tootes, el heraldo, paraque llamase a Ayante:

343 —Ve, divino Tootes, y llamacorriendo a Ayante, o mejor a los dos;esto sería preferible, pues pronto habráaquí gran estrago. ¡Tal carga dan los

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caudillos licios, que siempre han sidosumamente impetuosos en lasencarnizadas peleas! Y si también allí seha promovido recio combate, venga porlo menos el esforzado Ayante Telamonioy sígalo Teucro, excelente arquero.

351 Así dijo; y el heraldo oyólo y nodesobedeció. Fuese corriendo a lo largodel muro de los aqueos, de broncíneascorazas, se detuvo cerca de los Ayantes,y les habló en estos términos:

354 —.—¡Ayantes, jefes de losargivos, de broncíneas corazas! El carohijo de Péteo, alumno de Zeus, os ruegaque vayáis a tener parte en la refriega,aunque sea por breve tiempo. Que

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fuerais los dos, sería preferible; puespronto habrá allí gran estrago. ¡Tal cargadan los caudillos licios, que siempre hansido sumamente impetuosos en lasencarnizadas peleas! Y si también aquíse ha promovido recio combate, vayapor lo menos el esforzado AyanteTelamonio y sígalo Teucro, excelentearquero.

364 Así habló; y el gran AyanteTelamonio no fue desobediente. En elacto dijo al Oilíada estas aladaspalabras:

366 —¡Ayante! Vosotros, tú y el fuerteLicomedes, seguid aquí y alentad a losdánaos para que peleen con denuedo. Yo

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voy allá, combatiré con aquéllos, yvolveré tan pronto como los hayasocorrido.

370 Así habiendo hablado, AyanteTelamonio partió y con él fueron Teucro,su hermano de padre, y Pandión, quellevaba el corvo arco de Teucro.Llegaron a la torre del magnánimoMenesteo, y, penetrando en el muro, seunieron a los defensores que ya se veíanacosados; pues los caudillos yesforzados príncipes de los liciosasaltaban los parapetos como unobscuro torbellino. Trabaron el combatey se produjo gran vocerío.

378 Fue Ayante Telamonio el primero

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que mató a un hombre, al magnánimoEpicles, compañero de Sarpedón,arrojándole una piedra grande y ásperaque había dentro del muro, en la partemás alta, cerca del parapeto.Difícilmente habría podido sospesarlacon ambas manos uno de los actualesjóvenes, y aquél la levantó y, tirándoladesde lo alto a Epicles, rompióle elcasco de cuatro abolladuras y aplastólelos huesos de la cabeza; el troyano cayóde la elevada torre como salta un buzo, yel alma separóse de los miembros.Teucro, desde lo alto de la muralla,disparó una flecha a Glauco, esforzadohijo de Hipóloco, que valeroso

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acometía; y, dirigiéndola adonde vio queel brazo aparecía desnudo, lo puso fuerade combate. Saltó Glauco y se alejó delmuro, ocultándose para que ningúnaqueo, al advertir que estaba herido,profiriera jactanciosas palabras.Apesadumbróse Sarpedón al notario;mas no por esto se olvidó de la pelea,pues, habiendo alcanzado a AlcmaónTestórida, le envasó la lanza, que alpunto volvió a sacar: el guerrero,siguiendo la lanza, dio de cara en elsuelo, y las broncíneas labradas armasresonaron. Después, cogiendo con susrobustas manos un parapeto, tiró delmismo y lo arrancó entero; quedó el

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muro desguarnecido en su parte superiory con ello se abrió camino para muchos.

400 Pero en el mismo instanteacertáronle a Sarpedón Ayante y Teucro:éste atravesó con una flecha el lustrosocorreón del gran escudo, cerca delpecho; mas Zeus apartó de su hijo lasparcas, para que no sucumbiera junto alas naves; Ayante, arremetiendo, dio unbote de lanza en el escudo: la punta nolo atravesó, pero hizo vacilar al héroecuando se disponía para el ataque.Sarpedón se apartó un poco delparapeto, pero no se retiró del todo,porque en su ánimo deseaba alcanzargloria. Y volviéndose a los licios,

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iguales a los dioses, los exhortódiciendo:

409 —¡Oh licios! ¿Por qué se aflojatanto vuestro impetuoso valor? Difícil esque yo solo, aunque haya roto la murallay sea valiente, pueda abrir camino hastalas naves. Ayudadme todos, pues la obrade muchos siempre resulta mejor.

413 Así habló. Los licios, temiendola reconvención del rey, junto con éste ycon mayores bríos que antes, cargaron alos argivos; quienes, a su vez, cerraronlas filas de las falanges dentro del muro,porque era grande la acción que se lespresentaba. Y ni los bravos licios, apesar de haber roto el muro de los

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dánaos, lograban abrirse paso hasta lasnaves; ni los belicosos dánaos podíanrechazar de la muralla a los licios desdeque a la misma se habían acercado.Como dos hombres altercan, con lamedida en la mano, sobre los lindes decampos contiguos y se disputan unpequeño espacio, así, licios y dánaosestaban separados por los parapetos, ypor cima de los mismos hacían chocardelante de los pechos las rodelas deboyuno cuero y los ligeros broqueles. Yamuchos combatientes habían sidoheridos con el cruel bronce, unos en laespalda, que al volverse dejaronindefensa, otros por entre el mismo

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escudo. Por doquiera torres y parapetosestaban regados con sangre de troyanosy aqueos. Mas ni aun así los troyanospodían hacer volver la espalda a losaqueos. Como una honrada obrera cogeun peso y lana y los pone en los platillosde una balanza, equilibrándolos hastaque quedan iguales, para llevar a sushijos el miserable salario, así elcombate y la pelea andaban iguales paraunos y otros, hasta que Zeus quiso darexcelsa gloria a Héctor Priámida, elprimero que asaltó el muro aqueo. Elhéroe, con pujante voz, gritó a lostroyanos:

440 —¡Acometed, troyanos

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domadores de caballos! Romped elmuro de los argivos y arrojad a lasnaves el fuego abrasador.

442 Así dijo para excitarlos.Escucháronlo todos; y reunidos fuéronsederechos al muro, subieron y pasaronpor encima de las almenas, llevandosiempre en las manos las afiladaslanzas.

445 Héctor cogió entonces una piedrade ancha base y aguda punta que habíadelante de la puerta: dos de los másforzudos hombres del pueblo, talescomo son hoy, con dificultad hubieranpodido cargarla en un carro; pero aquélla manejaba fácilmente porque el hijo

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del artero Crono la volvió liviana. Bienasí como el pastor lleva en una mano elvellón de un carnero, sin que el peso lofatigue, Héctor, alzando la piedra, laconducía hacia las tablas quefuertemente unidas formaban las doshojas de la alta puerta y estabanaseguradas por dos cerrojos puestos endirección contraria, que abría y cerrabauna sola llave. Héctor se detuvo delantede la puerta, separó los pies, y,estribando en el suelo para que el golpeno fuese débil, arrojó la piedra al centrode aquélla: rompiéronse ambosquiciales, cayó la piedra dentro por supropio peso, recrujieron las tablas, y,

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como los cerrojos no ofrecieron bastanteresistencia, desuniéronse las hojas ycada una fue por su lado, al impulso dela piedra. El esclarecido Héctor, quepor su aspecto a la rápida nochesemejaba, saltó al interior: el broncerelucía de un modo terrible en torno desu cuerpo, y en la mano llevaba doslanzas. Nadie, a no ser un dios, hubierapodido salirle al encuentro y detenerlocuando traspuso la puerta. Sus ojosbrillaban como el fuego. Y volviéndosea la turba, alentaba a los troyanos paraque pasaran la muralla. Obedecieron, ymientras unos asaltaban el muro, otrosafluían a las bien construidas puertas.

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Los dánaos refugiáronse en las cóncavasnaves y se promovió un gran tumulto.

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Canto XIII*

Batalla junto a las naves

* Zeus, cuya voluntad dirigía losacontecimientos, abandona de momentosus planes, y Poseidón aprovecha lacircunstancia para organizar laresistencia en el bando aqueo. Al sufrirla presión de los troyanos por laizquierda y por el centro, inician el

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contraataque por la derecha.

1 Cuando Zeus hubo acercado aHéctor y los troyanos a las naves, dejóque sostuvieran el trabajo y la fatiga dela batalla, y, volviendo a otra parte susojos refulgentes, miraba a lo lejos latierra de los tracios, diestros jinetes; delos misios, que combaten de cerca; delos ilustres hipomolgos, que sealimentan con leche; y de los abios, losmás justos de los hombres. Y ya novolvió a poner los brillantes ojos enTroya, porque su corazón no temía queinmortal alguno fuera a socorrer ni a los

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troyanos ni a los dánaos.10 Pero no en vano el poderoso

Poseidón, que bate la tierra, estaba alacecho en la cumbre más alta de laselvosa Samotracia contemplando lalucha y la pelea. Desde allí se divisabatodo el Ida, la ciudad de Príamo y lasnaves aqueas. En aquel sitio habíasesentado Poseidón al salir del mar; ycompadecía a los aqueos, vencidos porlos troyanos, a la vez que cobraba granindignación contra Zeus.

17 Pronto Poseidón bajó delescarpado monte con ligera planta; lasaltas colinas y las selvas temblabandebajo de los pies inmortales, mientras

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el dios iba andando. Dio tres pasos, y alcuarto arribó al término de su viaje, aEgas; allí, en las profundidades del mar,tenía palacios magníficos, de oro,resplandecientes e indestructibles.Luego que hubo llegado, unció al carroun par de corceles de cascos de broncey áureas crines que volaban ligeros; yseguidamente envolvió su cuerpo endorada túnica, tomó el látigo de orohecho con arte, subió al carro y lo guiópor cima de las olas. Debajo saltabanlos cetáceos, que salían de susescondrijos, reconociendo al rey; el marabría, gozoso, sus aguas, y los ágilescaballos con apresurado vuelo y sin

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dejar que el eje de bronce se mojaraconducían a Poseidón hacia las naves delos aqueos.

32 Hay una vasta gruta en lo hondodel profundo mar entre Ténedos y laescabrosa Imbros; y, al llegar a ella,Poseidón, que bate la tierra, detuvo loscorceles, desunciólos del carro, dioles acomer un pasto divino, púsoles en lospies trabas de oro indestructibles eindisolubles, para que sin moverse deaquel sitio aguardaran su regreso, y sefue al ejército de los aqueos.

39 Los troyanos, enardecidos ysemejantes a una llama o a unatempestad, seguían apiñados a Héctor

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Priámida con alboroto y vocerío; ytenían esperanzas de tomar las naves delos aqueos y matar entre ellas a todossus caudillos.

43 Mas Poseidón, que ciñe y bate latierra, asemejándose a Calcante en elcuerpo y en la voz infatigable, incitaba alos argivos desde que salió del profundomar, y dijo a los Ayantes, que ya estabandeseosos de combatir:

47 —¡Ayantes! Vosotros salvaréis alos aqueos si os acordáis de vuestrovalor y no de la fuga horrenda. No meponen en cuidado las audaces manos delos troyanos que asaltaron en tropel lagran muralla, pues a todos resistirán los

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aqueos, de hermosas grebas; pero es detemer, y mucho, que padezcamos algúndaño en esta parte donde aparece a lacabeza de los suyos el rabioso Héctor,semejante a una llama, el cual blasonade ser hijo del prepotente Zeus. Unadeidad levante el ánimo en vuestropecho para resistir firmemente yexhortar a los demás; con esto podríaisrechazar a Héctor de las naves, de ligeroandar, por furioso que estuviera yaunque fuese el mismo Olímpico quienlo instigara.

59 Dijo así Poseidón, que ciñe y batela tierra; y, tocando a entrambos con elcetro, llenólos de fuerte vigor y

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agilitóles todos los miembros yespecialmente los pies y las manos. Ycomo el gavilán de ligeras alas searroja, después de elevarse a unaaltísima y abrupta peña, enderezando elvuelo a la llanura para perseguir a unave, de aquel modo apartóse de ellosPoseidón, que bate la tierra. El primeroque le reconoció fue el ágil Ayante deOileo, quien dijo al momento a Ayante,hijo de Telamón:

68 —¡Ayante! Un dios del Olimponos instiga, transfigurado en adivino, apelear cerca de las naves; pues ése no esCalcante, el inspirado augur: heobservado las huellas que dejan sus

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plantas y su andar, y a los dioses se lesreconoce fácilmente. En mi pecho elcorazón siente un deseo más vivo deluchar y combatir, y mis manos y pies semueven con impaciencia.

76 Respondió Ayante Telamonio:77 —También a mí se me enardecen

las audaces manos en torno de la lanza ymi fuerza aumenta y mis pies saltan, ydeseo pelear yo solo con HéctorPriámida, cuyo furor es insaciable.

81 Así éstos conversaban, alegrespor el bélico ardor que una deidad pusoen sus corazones; en tanto, Poseidón,que ciñe la tierra, animaba a los aqueosde las últimas filas, que junto a las

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veleras naves reparaban las fuerzas.Tenían los miembros relajados por elpenoso cansancio, y se les llenó elcorazón de pesar cuando vieron que lostroyanos asaltaban en tropel la granmuralla: contemplábanlo con los ojosarrasados de lágrimas y no creíanescapar de aquel peligro. PeroPoseidón, que bate la tierra, intervino yreanimó fácilmente las esforzadasfalanges. Fue primero a incitar a Teucro,Leito, el héroe Penéleo, Toante, Deípiro,Meriones y Antíloco, aguerridoscampeones, y, para alentarlos, les dijoestas aladas palabras:

95 —¡Qué vergüenza, argivos

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jóvenes adolescentes! Figurábame quepeleando conseguiríais salvar nuestrasnaves; pero, si cejáis en el funestocombate, ya luce el día en quesucumbiremos a manos de los troyanos.¡Oh dioses! Veo con mis ojos unprodigio grande y terrible que jamáspensé que llegara a realizarse. ¡Venir lostroyanos a nuestros bajeles! Parecíanseantes a las medrosas ciervas que vaganpor el monte, débiles y sin fuerza para lalucha, y son el pasto de chacales,panteras y lobos; semejantes a ellas,nunca querrán los troyanos afrontar a losaqueos, aunque fuese un instante, niosaban resistir su valor y sus manos. Y

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ahora pelean lejos de la ciudad, junto alas naves, por la culpa del caudillo y laindolencia de los hombres que, noobrando de acuerdo con él, se niegan adefender los bajeles, de ligero andar, yreciben la muerte cerca de los mismos.Mas, aunque el héroe Atrida, elpoderoso Agamenón, sea el verdaderoculpable de todo, porque ultrajó alPelida de pies ligeros, en modo algunonos es lícito dejar de combatir.Remediemos con presteza el mal, que lamente de los buenos es aplacable. No esdecoroso que decaiga vuestro impetuosovalor, siendo como sois los másvalientes del ejército. Yo no increparía a

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un hombre tímido porque se abstuvierade pelear; pero contra vosotros seenciende en ira mi corazón. ¡Ohcobardes! Con vuestra indolencia haréisque pronto se agrave el mal. Poned envuestros pechos vergüenza y pundonor,ahora que se promueve esta grancontienda. Ya el fuerte Héctor, valienteen la pelea, combate cerca de las navesy ha roto las puertas y el gran cerrojo.

125 Con tales amonestaciones, el queciñe la tierra instigó a los aqueos.Rodeaban a ambos Ayantes fuertesfalanges que hubieran declaradoirreprensibles Ares y Atenea, queenardece a los guerreros, si por ellas se

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hubiesen entrado. Los tenidos por másvalientes aguardaban a los troyanos y aldivino Héctor, y las astas y los escudosse tocaban en las cerradas filas: larodela apoyábase en la rodela, el yelmoen otro yelmo, cada hombre en suvecino, y chocaban los penachos decrines de caballo y los lucientes conosde los cascos cuando alguien inclinabala cabeza. ¡Tan apiñadas estaban lasfilas! Cruzábanse las lamas, queblandían audaces manos, y ellosdeseaban arremeter a los enemigos ytrabar la pelea.

136 Los troyanos acometieron unidos,siguiendo a Héctor, que deseaba ir en

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derechura a los aqueos. Como la piedrainsolente que cae de una cumbre y llevaconsigo la ruina, porque se hadesgajado, cediendo a la fuerza detorrencial avenida causada por la muchalluvia, y desciende dando tumbos conruido que repercute en el bosque, corresegura hasta el llano, y allí se detiene, apesar de su ímpetu, de igual modoHéctor amenazaba con atravesarfácilmente por las tiendas y navesaqueas, matando siempre, y no detenersehasta el mar; pero encontró las densasfalanges, y tuvo que hacer alto despuésde un violento choque. Los aqueos leafrontaron; procuraron herirlo con las

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espadas y lanzas de doble filo, yapartáronle de ellos, de suerte que fuerechazado, y tuvo que retroceder. Y convoz penetrante gritó a los troyanos:

150 —¡Troyanos, licios, dárdanosque cuerpo a cuerpo peleáis! Persistiden el ataque; pues los aqueos no meresistirán largo tiempo, aunque se hayanformado en columna cerrada; y creo quemi lanza les hará retroceder pronto, siverdaderamente me impulsa el dios máspoderoso, el tonante esposo de Hera.

155 Con estas palabras les excitó atodos el valor y la fuerza. Entre lostroyanos iba muy ufano DeífoboPriámida, que se adelantaba ligero y se

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cubría con el liso escudo. Merionesarrojóle una reluciente lanza, y no erróel tiro: acertó a dar en la rodela hechade pieles de toro, sin conseguiratravesarla, porque aquélla se rompió enla unión del asta con el hierro. Deífoboapartó de sí el escudo de pieles de toro,temiendo la lanza del aguerridoMeriones; y este héroe retrocedió algrupo de sus amigos, muy disgustado,así por la victoria perdida, como por larotura del arma, y luego se encaminó alas tiendas y naves aqueas para tomarotra lanza grande de las que en su bajeltenía.

169 Los demás combatían, y una

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vocería inmensa se dejaba oír. TeucroTelamonio fue el primero que mató a unhombre, al belicoso Imbrio, hijo deMéntor, rico en caballos. Antes de llegarlos aqueos, Imbrio moraba en Pedeo consu esposa Medesicasta, hija bastarda dePríamo; mas así que llegaron las corvasnaves de los dánaos, volvió a Ilio,descolló entre los troyanos y vivió en elpalacio de Príamo, que le honraba comoa sus propios hijos. Entonces el hijo deTelamón hirióle debajo de la oreja conla gran lanza, que retiró enseguida; y elguerrero cayó como el fresno nacido enuna cumbre que desde lejos se divisa,cuando es cortado por el bronce y

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vienen al suelo sus tiernas hojas. Asícayó Imbrio, y sus armas, de labradobronce, resonaron. Teucro acudiócorriendo, movido por el deseo dequitarle la armadura; pero Héctor le tiróuna reluciente lanza; violo aquél y hurtóel cuerpo, y la broncínea punta se clavóen el pecho de Anfímaco, hijo de CtéatoActorión, que acababa de entrar encombate. El guerrero cayó con estrépito,y sus armas resonaron. Héctor fuepresuroso a quitarle al magnánimoAnfímaco el casco que llevaba adaptadoa las sienes; Ayante levantó, a su vez, lareluciente lanza contra Héctor, y si bienno pudo hacerla llegar a su cuerpo,

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protegido todo por horrendo bronce,diole un bote en medio del escudo, yrechazó al héroe con gran ímpetu; éstedejó los cadáveres, y los aqueos losretiraron. Estiquio y el divino Menesteo,caudillos atenienses, llevaron aAnfímaco al campamento aqueo; y losdos Ayantes, que siempre anhelaban laimpetuosa pelea, levantaron el cadáverde Imbrio. Como dos leones que,habiendo arrebatado una cabra a unosperros de agudos dientes, la llevan en laboca por los espesos matorrales, en alto,levantada de la tierra, así los belicososAyantes, alzando el cuerpo de Imbrio, lodespojaron de las armas; y el Oilíada,

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irritado por la muerte de Anfímaco, leseparó la cabeza del tierno cuello y lahizo rodar por entre la turba, cual sifuese una bola, hasta que cayó en elpolvo a los pies de Héctor.

206 Entonces Poseidón, airado en elcorazón porque su nieto habíasucumbido en la terrible pelea, se fuehacia las tiendas y naves de los aqueospara reanimar a los dánaos y causarmales a los troyanos. Encontróse con élIdomeneo, famoso por su lanza, quevolvía de acompañar a un amigo a quiensacaron del combate porque los troyanosle habían herido en la corva con elagudo bronce. Idomeneo, una vez lo

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hubo confiado a los médicos, seencaminaba a su tienda, con intención devolver a la batalla. Y el poderosoPoseidón, que bate la tierra, díjole,tomando la voz de Toante, hijo deAndremón, que en Pleurón entera y en laexcelsa Calidón reinaba sobre losetolios y era honrado por el pueblo cualsi fuese un dios:

219 —¡Idomeneo, príncipe de loscretenses! ¿Qué se hicieron lasamenazas que los aqueos hacían a lostroyanos?

221 Respondió Idomeneo, caudillo delos cretenses:

222 —¡Oh Toante! No creo que ahora

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se pueda culpar a ningún guerrero,porque todos sabemos combatir y nadieestá poseído del exánime terror, ni dejapor flojedad la funesta batalla; sin dudadebe de ser grato al prepotente Cronidaque los aqueos perezcan sin gloria enesta tierra, lejos de Argos. Mas, ohToante, puesto que siempre has sidobelicoso y sueles animar al que vesremiso, no dejes de pelear y exhorta alos demás varones.

231 Contestó Poseidón, que bate latierra:

232 —¡Idomeneo! No vuelva desdeTroya a su patria y venga a ser juguetede los perros quien en el día de hoy deje

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voluntariamente de combatir. Ea, tomalas armas y ven a mi lado;apresurémonos por si, a pesar de estarsolos, podemos hacer algo provechoso.Nace una fuerza de la unión de loshombres, aunque sean débiles; ynosotros somos capaces de luchar conlos valientes.

239 Dichas estas palabras, el dios seentró de nuevo por el combate de loshombres; a Idomeneo, yendo a la bienconstruida tienda, vistió la magníficaarmadura, tomó un par de lanzas yvolvió a salir, semejante al encendidorelámpago que el Cronión agita en sumano desde el resplandeciente Olimpo

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para mostrarlo a los hombres comoseñal, tanto centelleaba el bronce en elpecho de Idomeneo mientras éste corría.Encontróse con él, no muy lejos de latienda, el valiente escudero Meriones,que iba en busca de una lanza; y el fuerteDiomedes dijo:

249 —¡Meriones, hijo de Molo, el delos pies ligeros, mi compañero másquerido! ¿Por qué vienes, dejando elcombate y la pelea? ¿Acaso estás heridoy te agobia puntiaguda flecha? ¿Metraes, quizás, alguna noticia? Pues nodeseo quedarme en la tienda, sinopelear.

234 Respondióle el prudente

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Meriones:235 —¡Idomeneo, príncipe de los

cretenses, de broncíneas corazas! Vengopor una lanza, si la hay en tu tienda; puesla que tenía se ha roto al dar un bote enel escudo del feroz Deífobo.

259 Contestó Idomeneo, caudillo delos cretenses:

260 —Si la deseas, hallarás, en latienda, apoyadas en el lustroso muro, nouna, sino veinte lanzas, que he quitado alos troyanos muertos en la batalla; puesjamás combato a distancia del enemigo.He aquí por qué tengo lanzas, escudosabollonados, cascos y relucientescorazas.

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266 Replicó el prudente Meriones:267 También poseo yo en la tienda y

en la negra nave muchos despojos de lostroyanos, mas no están cerca paratomarlos; que nunca me olvido de mivalor, y en el combate, donde loshombres se hacen ilustres, aparezcosiempre entre los delanteros desde quese traba la batalla. Quizá algún otro delos aqueos de broncíneas corazas nohabrá fijado su atención en mi personacuando peleo, pero no dudo que tú mehas visto.

274 Idomeneo, caudillo de loscretenses, díjole entonces:

275 —Sé cuán grande es tu valor.

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¿Por qué me refieres estas cosas? Si losmás señalados nos reuniéramos junto alas naves para armar una celada, que esdonde mejor se conoce la bravura de loshombres y donde fácilmente se distingueal cobarde del animoso —el cobarde sepone demudado, ya de un modo, ya deotro; y, como no sabe tener firme ánimoen el pecho, no permanece tranquilo,sino que dobla las rodillas y se sientasobre los pies y el corazón le da grandessaltos por el temor de las parcas y losdientes le crujen; y el animoso no seinmuta ni tiembla, una vez se haemboscado, sino que desea que cuantoantes principie el funesto combate—, ni

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allí podrían baldonarse tu valor y lafuerza de tus brazos. Y, si peleando tehirieran de cerca o de lejos, no sería enla nuca o en la espalda, sino en el pechoo en el vientre, mientras fueras haciaadelante con los guerreros másavanzados. Mas, ea, no hablemos deestas cosas, permaneciendo ociososcomo unos simples; no sea que alguiennos increpe duramente. Ve a la tienda ytoma la fornida lanza.

295 Así dijo; y Meriones, igual alveloz Ares, entrando en la tienda, cogióenseguida una broncínea lanza y fue enseguimiento de Idomeneo, muy deseosode volver al combate. Como va a la

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guerra Ares, funesto a los mortales,acompañado de la Fuga, su hija querida,fuerte e intrépida, que hasta el guerrerovaleroso causa espanto; y los dos searman y saliendo de la Tracia enderezansus pasos hacia los éfiros y losmagnánimos flegis, y no escuchan losruegos de ambos pueblos, sino que danla victoria a uno de ellos, de la mismamanera, Meriones a Idomeneo, caudillosde hombres, se encaminaban a la batalla,armados de luciente bronce. Y Merionesfue el primero que habló, diciendo:

307 —¡Deucálida! ¿Por dóndequieres que penetremos en la turba: porla derecha del ejército, por en medio o

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por la izquierda? Pues no creo que losmelenudos aqueos dejen de pelear enparte alguna.

311 Respondióle Idomeneo, caudillode los cretenses:

312 —Hay en el centro quienesdefiendan las naves: los dos Ayantes yTeucro, el más diestro arquero aqueo yesforzado también en el combate a piefirme; ellos se bastan para rechazar aHéctor Priámida por fuerte que sea y porincitado que esté a la batalla. Difícilserá, aunque tenga muchos deseos depelear, que, triunfando del valor y de lasmanos invictas de aquéllos, llegue aincendiar los bajeles; a no ser que el

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mismo Cronión arroje una tea encendidaen las ligeras naves. El gran AyanteTelamonio no cedería a ningún hombremortal que coma el fruto de Deméter ypueda ser herido con el bronce o congrandes piedras; ni siquiera se retiraríaa vista de Aquiles, que rompe las filasde los guerreros, en un combate a piefirme; pues en la carrera Aquiles notiene rival. Vamos, pues, a la izquierdadel ejército, para ver si presto daremosgloria a alguien, o alguien nos la dará anosotros.

328 Así dijo; y Meriones, igual alveloz Ares, echó a andar hasta quellegaron al ejército por donde Idomeneo

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le aconsejaba.330 Cuando los troyanos vieron a

Idomeneo, que por su impetuosidadparecía una llama, y a su escudero,ambos revestidos de labradas armas,animáronse unos a otros por entre laturba y arremetieron todos contra aquél.Y se trabó una refriega, sostenida conigual tesón por ambas partes, junto a laspopas de las naves. Como aparecen derepente las tempestades, suscitadas porlos sonoros vientos un día en que loscaminos están llenos de polvo y selevanta una gran nube del mismo, asíentonces unos y otros vinieron a lasmanos, deseando en su corazón matarse

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recíprocamente con el agudo bronce porentre la turba. La batalla, destructora dehombres, se presentaba horrible con laslargas picas que desgarran la carne yque los guerreros manejaban; cegaba losojos el resplandor del bronce de loslucientes cascos, de las corazasrecientemente bruñidas y de los escudosrefulgentes de cuantos iban aencontrarse; y hubiera tenido corazónmuy audaz quien al contemplar aquellaacción se hubiese alegrado en vez deafligirse.

345 Los dos hijos poderosos deCrono, disintiendo en el modo depensar, preparaban deplorables males a

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los héroes. Zeus quería que triunfaranHéctor y los troyanos para glorificar aAquiles, el de los pies ligeros; mas nopor eso deseaba que el ejército aqueopereciera totalmente delante de Ilio,pues sólo intentaba honrar a Tetis y a suhijo, de ánimo esforzado. Poseidónhabía salido ocultamente del espumosomar, recorría las filas y animaba a losargivos, porque le afligía que fueranvencidos por los troyanos, y seindignaba mucho contra Zeus. Igual erael origen de ambas deidades y unamisma su prosapia, pero Zeus habíanacido primero y sabía más, por estoPoseidón evitaba el socorrer

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abiertamente a aquéllos, y, transfiguradoen hombre, discurría, sin darse aconocer, por el ejército y le amonestaba.Y los dioses inclinaban alternativamenteen favor de unos y de otros la reñidapelea y el indeciso combate; y tendíansobre ellos una cadena inquebrantable eindisoluble que a muchos les quebró lasrodillas.

361 Entonces Idomeneo, aunque yasemicano, animó a los dánaos, arremetiócontra los troyanos, llenándoles depavor, y mató a Otrioneo. Éste habíaacudido de Cabeso a Ilio cuando tuvonoticia de la guerra y pedido enmatrimonio a Casandra, la más hermosa

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de las hijas de Príamo, sin obligación dedotarla; pero ofreciendo una gran cosa:que echaría de Troya a los aqueos. Elanciano Príamo accedió y consintió endársela; y el héroe combatía, confiandoen la promesa. Idomeneo tiróle lareluciente lanza y le hirió mientras seadelantaba con arrogante paso, la corazade bronce que llevaba no resistió,clavóse aquélla en medio del vientre,cayó el guerrero con estrépito, aIdomeneo dijo con jactancia:

374 —¡Otrioneo! Te ensalzaría sobretodos los mortales si cumplieras lo queofreciste a Príamo Dardánida cuando teprometió a su hija. También nosotros te

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haremos promesas con intención decumplirlas: traeremos de Argos la másbella de las hijas del Atrida y te ladaremos por mujer, si junto con losnuestros destruyes la populosa ciudad deIlio. Pero sígueme, y en las navessurcadoras del ponto nos pondremos deacuerdo sobre el casamiento; que nosomos malos suegros.

383 Hablóle así el héroe Idomeneo,mientras le asía de un pie y le arrastrabapor el campo de la dura batalla; y Asiose adelantó para vengarlo,presentándose como peón delante de sucarro, cuyos corceles, gobernados por elauriga, sobre los mismos hombros del

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guerrero resoplaban. Asio deseaba en sucorazón herir a Idomeneo, peroanticipósele éste y le hundió la pica enla garganta, debajo de la barba, hastaque el bronce salió al otro lado. Cayó eltroyano como en el monte la encina, elálamo o el elevado pino que unosartífices cortan con afiladas hachas paraconvertirlo en mástil de navío; así yacíaaquél, tendido delante de los corceles ydel carro, rechinándole los dientes ycogiendo con las manos el polvoensangrentado. Turbóse el escudero, y nisiquiera se atrevió a torcer la rienda alos caballos para escapar de las manosde los enemigos. Y el belicoso Antíloco

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se llegó a él y le atravesó con la lanza,pues la broncínea coraza no pudo evitarque se la clavase en el vientre. Elauriga, jadeante, cayó del bienconstruido carro; y Antíloco, hijo delmagnánimo Néstor, sacó los caballos deentre los troyanos y se los llevó hacialos aqueos, de hermosas grebas.

402 Deífobo, irritado por la muertede Asio, se acercó mucho a Idomeneo yle arrojó la reluciente lanza. MasIdomeneo advirtiólo y burló el golpeencongiéndose debajo de su liso escudo,que estaba formado por boyunas pieles yuna lámina de bruñido bronce con dosabrazaderas, la broncínea lanza resbaló

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por la superficie del escudo, que sonóroncamente, y no fue lanzada en baldepor el robusto brazo de aquél, pues fue aclavarse en el hígado, debajo deldiafragma, de Hipsenor Hipásida, pastorde hombres, haciéndole doblar lasrodillas. Y Deífobo se jactaba así,dando grandes voces:

414 —Asio yace en tierra, pero yaestá vengado. Figúrome que, aldescender a la morada de sólidaspuertas del terrible Hades, se holgará suespíritu de que le haya procurado uncompañero.

417 Así habló. Sus jactanciosasfrases apesadumbraron a los argivos y

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conmovieron el corazón del belicosoAntíloco; pero éste, aunque afligido, noabandonó a su compañero, sino quecorriendo se puso cerca de él y le cubriócon el escudo. E introduciéndose pordebajo dos amigos fieles, Mecisteo, hijode Equio, y el divino Alástor, llevaron aHipsenor, que daba hondos suspiros,hacia las cóncavas naves.

424 Idomeneo no dejaba quedesfalleciera su gran valor y deseabasiempre o sumir a algún troyano entenebrosa noche, o caer él mismo conestrépito, librando de la ruina a losaqueos. Poseidón dejó que sucumbiera amanos de Idomeneo, el hijo querido de

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Esietes, alumno de Zeus, el héroeAlcátoo (era yerno de Anquises y teníapor esposa a Hipodamía, la hijaprimogénita, a quien el padre y laveneranda madre amaban cordialmenteen el palacio porque sobresalía enhermosura, destreza y talento entre todaslas de su edad, y a causa de esto casócon ella el hombre más ilustre de lavasta Troya): el dios ofuscóle losbrillantes ojos y paralizó sus hermososmiembros, y el héroe no pudo huir nievitar la acometida de Idomeneo, que leenvainó la lanza en medio del pecho,mientras estaba inmóvil como unacolumna o un árbol de alta copa, y le

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rompió la coraza que siempre le habíasalvado de la muerte, y entonces produjoun sonido ronco al quebrarse por elgolpe de la lanza. El guerrero cayó conestrépito; y, como la lanza se habíaclavado en el corazón, movíanla laspalpitaciones de éste; pero pronto elarma impetuosa perdió su fuerza. EIdomeneo con gran jactancia y a voz engrito exclamó:

446 —¡Deífobo! Ya que tanto teglorías, ¿no te parece que es una buenacompensación haber muerto a tres, poruno que perdimos? Ven, hombreadmirable, ponte delante y verás quiénes este descendiente de Zeus que aquí ha

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venido; porque Zeus engendró a Minos,protector de Creta, Minos fue padre deleximio Deucalión, y de éste nací yo, quereino sobre muchos hombres en la vastaCreta y vine en las naves para ser unaplaga para ti, para tu padre y para losdemás troyanos.

455 Así dijo; y Deífobo vacilabaentre retroceder para que se le juntaraalguno de los magnánimos troyanos oatacar él solo a Idomeneo. Parecióle lomejor ir en busca de Eneas, y le hallóentre los últimos; pues siempre estabairritado con el divino Príamo, que no lehonraba como por su bravura merecía. Ydeteniéndose a su lado, le dijo estas

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aladas palabras:463 —¡Eneas, príncipe de los

troyanos! Es preciso que defiendas a tucuñado, si por él sientes algún interés.Sígueme y vayamos a combatir por tucuñado Alcátoo, que te crió cuando erasniño y ha muerto a manos de Idomeneo,famoso por su lanza.

468 Así dijo. Eneas sintió que en elpecho se le conmovía el corazón, y sefue hacia Idomeneo con grandes deseosde pelear. Éste no se dejó vencer deltemor, cual si fuera un niño, sino que teaguardó como el jabalí que, confiandoen su fuerza, espera en un parajedesierto del monte el gran tropel de

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hombres que se avecina, y con lascerdas del lomo erizadas y los ojosbrillantes como ascuas aguza los dientesy se dispone a rechazar la acometida deperros y cazadores, de igual maneraIdomeneo, famoso por su lanza,aguardaba sin arredrarse a Eneas, ágilen la lucha, que le salía al encuentro;pero llamaba a sus compañeros,poniendo los ojos en Ascálafo, Afareo,Deípiro, Meriones y Antíloco,aguerridos campeones, y los exhortabacon estas aladas palabras:

481 —Venid, amigos, y ayudadme;pues estoy solo y temo mucho a Eneas,ligero de pies, que contra mí arremete.

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Es muy vigoroso para matar hombres enel combate, y se halla en la flor de lajuventud, cuando mayor es la fuerza. Sicon el ánimo que tengo, fuésemos de lamisma edad, pronto o alcanzaría él unagran victoria sobre mí, o yo la alcanzarasobre él.

487 Así dijo; y todos con el mismoánimo en el pecho y los escudos en loshombros se pusieron al lado deIdomeneo. También Eneas exhortaba asus amigos, echando la vista a Deífobo,Paris y el divino Agenor, que eranasimismo capitanes de los troyanos.Inmediatamente marcharon las tropasdetrás de los jefes, como las ovejas

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siguen al carnero cuando después delpasto van a beber, y el pastor se regocijaen el alma; así se alegró el corazón deEneas en el pecho, al ver el grupo dehombres que tras él seguía.

496 Pronto trabaron alrededor delcadaver de Alcátoo un combate cuerpo acuerpo, blandiendo grandes picas; y elbronce resonaba de horrible modo enlos pechos al darse botes de lanza losunos a los otros. Dos hombres belicososy señalados entre todos, Eneas aIdomeneo, iguales a Ares, deseabanherirse recíprocamente con el cruelbronce. Eneas arrojó el primero la lanzaa Idomeneo; pero, como éste la viera

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venir, evitó el golpe: la broncínea puntaclavóse en tierra, vibrando, y el armafue echada en balde por el robustobrazo. Idomeneo hundió la suya en elvientre de Enómao y el bronce rompió laconcavidad de la coraza y desgarró lasentrañas: el troyano, caído en el polvo,asió el suelo con las manos. Actocontinuo, Idomeneo arrancó del cadaverla ingente lanza, pero no le pudo quitarde los hombros la magnífica armadura,porque estaba abrumado por los tiros.Como ya no tenía seguridad en sus piespara recobrar la lanza que habíaarrojado, ni para librarse de la que learrojasen, evitaba la cruel muerte

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combatiendo a pie firme; y, no pudiendotampoco huir con ligereza, retrocedíapaso a paso. Deífobo, queconstantemente le odiaba, le tiró la lanzareluciente y erró el golpe, pero hirió aAscálafo, hijo de Enialio; la impetuosalanza se clavó en la espalda, y elguerrero, caído en el polvo, asió elsuelo con las manos. Y el ruidoso yrobusto Ares no se enteró de que su hijohubiese sucumbido en el duro combateporque se hallaba detenido en la cumbredel Olimpo, debajo de áureas nubes, conotros dioses inmortales por la voluntadde Zeus, el cual no permitía queintervinieran en la batalla.

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526 La pelea cuerpo a cuerpo seencendió entonces en torno de Ascálafo,a quien Deífobo logró quitar elreluciente casco, pero Meriones, igual alveloz Ares, dio a Deífobo una lanzadaen el brazo y le hizo soltar el casco conagujeros a guisa de ojos, que cayó alsuelo produciendo ronco sonido.Meriones, abalanzándose a Deífobo conla celeridad del buitre, arrancóle laimpetuosa lanza de la parte superior delbrazo y retrocedió hasta el grupo de susamigos. A Deífobo sacóle del horrísonocombate su hermano carnal Polites:abrazándole por la cintura, lo condujoadonde tenía los rápidos corceles con el

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labrado carro, que estaban algo distantesde la lucha y del combate, gobernadospor un auriga. Ellos llevaron a la ciudadal héroe, que se sentía agotado, dabahondos suspiros y le manaba sangre dela herida que en el brazo acababa derecibir.

540 Los demás combatían y alzabanuna gritería inmensa. Eneas,acometiendo a Afareo Caletórida, quecontra él venía, hirióle en la gargantacon la aguda lanza: la cabeza se inclinóa un lado, arrastrando el casco y elescudo, y la muerte destructora rodeó alguerrero. Antíloco, como advirtiera queToón volvía pie atrás, arremetió contra

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él y le hirió: cortóle la vena que,corriendo por el dorso, llega hasta elcuello, y el troyano cayó de espaldas enel polvo y tendía los brazos a loscompañeros queridos. Acudió Antílocoy le quitó de los hombros la armadura,mirando a todos lados, mientras lostroyanos iban cercándole ya por éste, yapor aquel lado, e intentaban herirle; masel ancho y labrado escudo paró losgolpes, y ni aun consiguieron rasguñar latierna piel del héroe con el cruel bronce,porque Poseidón, que bate la tierra,defendió al hijo de Néstor contra losmuchos tiros. Antíloco no se apartabanunca de los enemigos, sino que se

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agitaba en medio de ellos; su lanza,lamas ociosa, siempre vibrante, sevolvía a todas partes, y él pensaba en sumente si la arrojaría a alguien, oacometería de cerca.

560 No se le ocultó a AdamanteAsíada lo que Antíloco meditaba enmedio de la turba; y, acercándosele, ledio con el agudo bronce un bote enmedio del escudo; pero Poseidón, el decerúlea cabellera, no permitió quequitara la vida a Antíloco, a hizo vano elgolpe rompiendo la lanza en dos partes,una de las cuales quedó clavada en elescudo, como estaca consumida por elfuego, y la otra cayó al suelo. Adamante

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retrocedió hacia el grupo de sus amigos,para evitar la muerte; pero Merionescorrió tras él y arrojóle la lanza, quepenetró por entre el ombligo y las partesverendas, donde son muy peligrosas lasheridas que reciben en la guerra losmíseros mortales. Allí, pues, se hundióla lanza, y Adamante, cayendo encimade ella, se agitaba como un buey a quienlos pastores han atado en el monte conrecias cuerdas y llevan contra suvoluntad; así aquél, al sentirse herido, seagitó algún tiempo, que no fue de largaduración porque Meriones se le acercó,arrancóle la lanza del cuerpo y lastinieblas velaron los ojos del guerrero.

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576 Héleno dio a Deípiro un tajo enuna sien con su gran espada tracia, y lerompió el casco. Éste, sacudido por elgolpe, cayó al suelo, y rodando fue aparar a los pies de un guerrero aqueoque lo alzó de tierra. A Deípirotenebrosa noche le cubrió los ojos.

581 Gran pesar sintió por ello elAtrida Menelao, valiente en el combate;y, blandiendo la aguda lanza, arremetió,amenazador, contra el héroe y príncipeHéleno, quien, a su vez, armó el arco.Ambos fueron a encontrarse, deseosos eluno de alcanzar al contrario con laaguda lanza, y el otro de herir a suenemigo con una flecha arrojada por el

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arco. El Priámida dio con la saeta en elpecho de Menelao, donde la corazapresentaba una concavidad; pero lacruel flecha fue rechazada y voló a otraparte. Como en la espaciosa era saltandel bieldo las negruzcas habas o losgarbanzos al soplo sonoro del viento yal impulso del aventador, de igual modo,la amarga flecha, repelida por la corazadel glorioso Menelao, voló a lo lejos.Por su parte Menelao Atrida, valiente enla pelea, hirió a Héleno en la mano enque llevaba el pulimentado arco: labroncínea lanza atravesó la palma ypenetró en el arco. Héleno retrocedióhasta el grupo de sus amigos, para evitar

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la muerte; y su mano, colgando,arrastraba el asta de fresno. Elmagnánimo Agenor se la arrancó y levendó la mano con una honda de lana deoveja, bien tejida, que les facilitó elescudero del pastor de hombres.

601 Pisandro embistió al gloriosoMenelao. El hado funesto le llevaba alfin de su vida, empujándole para quefuese vencido por ti, oh Menelao, en laterrible pelea. Así que entrambos sehallaron frente a frente, acometiéronse, yel Atrida erró el golpe porque la lanzase le desvió; Pisandro dio un bote en elescudo del glorioso Menelao, pero nopudo atravesar el bronce: resistió el

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ancho escudo y quebróse la lanza por elasta cuando aquél se regocijaba en sucorazón con la esperanza de salirvictorioso. Pero el Atrida desnudó laespada guarnecida de argénteos clavos yasaltó a Pisandro, quien, cubriéndosecon el escudo, aferró una hermosahacha, de bronce labrado, provista de unlargo y liso mango de madera de olivo.Acometiéronse, y Pisandro dio un golpea Menelao en la cimera del yelmo,adornado con crines de caballo, debajodel penacho; y Menelao hundió suespada en la frente del troyano, encimade la nariz: crujieron los huesos, y losojos, ensangrentados, cayeron en el

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polvo, a los pies del guerrero, que seencorvó y vino a tierra. El Atrida,poniéndole el pie en el pecho, ledespojó de la armadura; y, blasonandodel triunfo, dijo:

620 —¡Así dejaréis las naves de losaqueos, de ágiles corceles, oh troyanossoberbios e insaciables de la peleahorrenda! No os basta haberme inferidouna vergonzosa afrenta, infames perros,sin que vuestro corazón temiera la iraterrible del tonante Zeus hospitalario,que algún día destruirá vuestra ciudadexcelsa. Os llevasteis, además demuchas riquezas, a mi legítima esposa,que os había recibido amigablemente; y

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ahora deseáis arrojar el destructor fuegoen las naves surcadoras del ponto, y darmuerte a los héroes aqueos; pero quizásos hagamos renunciar al combate,aunque tan enardecidos os mostréis.¡Padre Zeus! Dicen que superas eninteligencia a los demás dioses yhombres, y todo esto procede de ti.¿Cómo favoreces a los troyanos, a esoshombres insolentes, de espíritu siempreperverso, y que nunca se pueden hartarde la guerra a todos tan funesta? De todollega el hombre a saciarse: del sueño,del amor, del dulce canto y de laagradable danza, cosas más apeteciblesque la pelea; pero los troyanos no se

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cansan de combatir.640 En diciendo esto, el eximio

Menelao quitóle al cadáver laensangrentada armadura; y, entregándolaa sus amigos, volvió a pelear entre loscombatientes delanteros.

643 Entonces le salió al encuentroHarpalión, hijo del rey Pilémenes, quefue a Troya con su padre a combatir y nohabía de volver a la patria tierra: eltroyano dio un bote de lanza en mediodel escudo del Atrida, pero no pudoatravesar el bronce y retrocedió hacia elgrupo de sus amigos para evitar lamuerte, mirando a todos lados, no fueraalguien a herirlo con el bronce. Mientras

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él se iba, Meriones le asestó el arco, yla broncínea saeta se hundió en la nalgaderecha del troyano, atravesó la vejigapor debajo del hueso y salió al otrolado. Y Harpalión, cayendo allí enbrazos de sus amigos, dio el alma yquedó tendido en el suelo como ungusano; de su cuerpo fluía negra sangreque mojaba la tierra. Pusiéronse a sualrededor los magnánimos paflagones, y,colocando el cadáver en un carro,lleváronlo, afligidos, a la sagrada Ilio;el padre iba con ellos derramandolágrimas, y ninguna venganza pudo tomarde aquella muerte.

660 Paris, muy irritado en su espíritu

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por la muerte de Harpalión, que era suhuésped en la populosa Paflagonia,arrojó una broncínea flecha. Había uncierto Euquenor, rico y valiente, que eravástago del adivino Poliido, habitaba enCorinto y se embarcó para Troya, noobstante saber la funesta suerte que allíle aguardaba. El buen anciano Poliidohabíale dicho repetidas veces quemoriría en penosa dolencia en el palacioo sucumbiría a manos de los troyanos enlas naves aqueas, y él, queriendo evitarlos baldones de los aqueos y laenfermedad odiosa con sus dolores,decidió ir a Ilio. A éste, pues, Paris leclavó la flecha por debajo de la quijada

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y de la oreja: la vida huyó de losmiembros del guerrero, y la obscuridadhorrible le envolvió.

673 Así combatían con el ardor deencendido fuego. Héctor, caro a Zeus,aún no se había enterado, e ignoraba porentero que sus tropas fuesen destruidaspor los argivos a la izquierda de lasnaves. Pronto la victoria hubiera sido delos aqueos. ¡De tal suerte Poseidón, queciñe y sacude la tierra, los alentaba yhasta los ayudaba con sus propiasfuerzas! Estaba Héctor en el mismolugar adonde había llegado después quepasó las puertas y el muro y rompió lascerradas filas de los escudados dánaos.

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Allí, en la playa del espumoso mar,habían sido colocadas las naves deAyante y Protesilao; y se habíalevantado para defenderlas un murobajo, porque los hombres y corcelesacampados en aquel paraje eran muyvalientes en la guerra.

685 Los beocios, los jonios, derozagante vestidura, los locrios, losptiotas y los ilustres epeos detenían aldivino Héctor, que, semejante a unallama, porfiaba en su empeño de ir hacialas naves; pero no conseguían que seapartase de ellos. Los atenienses habíansido designados para las primeras filasy los mandaba Menesteo, hijo de Péteo,

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a quien seguían Fidante, Estiquio y elvaleroso Biante. De los epeos erancaudillos Meges Filida, Anfión yDracio. Al frente de los ptiotas estabanMedonte y el belicoso Podarces: aquélera hijo bastardo del divino Oileo yhermano de Ayante, y vivía en Fílace,lejos de su patria, por haber dadomuerte a un hermano de Eriópide, sumadrastra y mujer de Oileo; y el otro erahijo de Ificlo Filácida. Ambos se habíanarmado y puesto al frente de losmagnánimos ptiotas, y combatían enunión con los beocios para defender lasnaves.

701 El ágil Ayante de Oileo no se

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apartaba un instante de AyanteTelamonio: como en tierra noval dosnegros bueyes tiran con igual ánimo delsólido arado, abundante sudor brota entorno de sus cuernos, y sólo los separael pulimentado yugo mientras andan porlos surcos para abrir el hondo seno de latierra, así, tan cercanos el uno del otro,estaban los Ayantes. Al Telamonioseguíanle muchos y valientes hombres,que tomaban su escudo cuando la fatigay el sudor llegaban a las rodillas delhéroe. Mas al Oilíada, de corazónvaliente, no le acompañaban los locrios,porque no podían sostener una lucha apie firme: no llevaban broncíneos

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cascos, adornados con crines decaballo, ni tenían rodelas ni lanzas defresno; habían ido a Ilio, confiando ensus arcos y en sus hondas de retorcidalana de oveja, y disparando a menudodestrozaban las falanges teucras.Aquéllos peleaban al frente con Héctory los suyos; éstos, ocultos detrás,disparaban; y los troyanos apenaspensaban en combatir, porque lasflechas los ponían en desorden.

723 Entonces los troyanos hubieranvuelto en deplorable fuga de las naves ytiendas a la ventosa Ilio, si Polidamanteno se hubiese acercado al audaz Héctorpara decirle:

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726 —¡Héctor! Eres reacio en seguirlos pareceres ajenos. Porque un dios teha dado esa superioridad en las cosas dela guerra, ¿crees que aventajas a losdemás en prudencia? No es posible quetú solo lo reúnas todo. La divinidad auno le concede que sobresalga en lasacciones bélicas, a otro en la danza, alde más allá en la cítara y el canto, y ellargovidente Zeus pone en el pecho dealgunos un espíritu prudente queaprovecha a gran número de hombres,salva las ciudades y lo apreciaparticularmente quien lo posee. Perovoy a decir lo que considero másconveniente. Alrededor de ti arde la

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pelea por todas partes; pero de losmagnánimos troyanos que pasaron lamuralla, unos se han retirado con susarmas, y otros, dispersos por las naves,combaten con mayor número dehombres. Retrocede y llama a los másvalientes caudillos para deliberar si nosconviene arrojarnos a las naves, demuchos bancos, por si un dios nos da lavictoria, o alejarnos de ellas antes queseamos heridos. Temo que los aqueos sedesquiten de lo de ayer, porque en lasnaves hay un varón incansable en lapelea, y me figuro que no se abstendráde combatir.

748 Así habló Polidamante, y su

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prudente consejo plugo a Héctor, quesaltó enseguida del carro a tierra, sindejar las armas, y le dijo estas aladaspalabras:

751 —¡Polidamante! Reúne tú a losmás valientes caudillos, mientras voy ala otra parte de la batalla y vuelvo tanpronto como haya dado las conveniencesórdenes.

754 Dijo; y, semejante a un montecubierto de nieve, partió volando yprofiriendo gritos por entre los troyanosy sus auxiliares. Todos los caudillos seencaminaron hacia el bravo PolidamantePantoida así que oyeron las palabras deHéctor. Éste buscaba en los

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combatientes delanteros a Deífobo, alrobusto rey Héleno, a Adamante Asíada,y a Asio, hijo de Hírtaco; pero no loshalló ilesos ni a todos salvados de lamuerte: los unos yacían, muertos por losargivos, junto a las naves aqueas; y losdemás, heridos, quién de cerca, quién delejos, estaban dentro de los muros de laciudad. Pronto se encontró, en laizquierda de la batalla luctuosa, con eldivino Alejandro, esposo de Helena, lade hermosa cabellera, que animaba a suscompañeros y les incitaba a pelear; y,deteniéndose a su lado, díjole estasinjuriosas palabras:

769 —¡Miserable Paris, el de más

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hermosa figura, mujeriego, seductor!¿Dónde están Deífobo, el robusto reyHéleno, Adamante Asíada y Asio, hijode Hírtaco? ¿Qué es de Otrioneo? Hoyla excelsa Ilio se arruina desde lacumbre; hoy te aguarda a ti horriblemuerte.

774 Respondióle a su vez el deiformeAlejandro:

775 —¡Héctor! Ya que tienesintención de culparme sin motivo, quizásotras veces fui más remiso en la batalla,aunque no del todo pusilánime me dio aluz mi madre. Desde que al frente de loscompañeros promoviste el combatejunto a las naves, peleamos sin cesar

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contra los dánaos. Los amigos porquienes preguntas han muerto, menosDeífobo y el robusto rey Héleno; loscuales, heridos en el brazo por ingenteslanzas, se fueron, y el Cronión les salvóla vida. Llévanos adonde el corazón y elánimo lo ordenen; nosotros teseguiremos presurosos, y no han defaltarnos bríos en cuanto lo permitannuestras fuerzas. Más allá de lo queéstas permiten, nada es posible hacer enla guerra, por enardecido que uno esté.

788 Así diciendo, cambió el héroe lamente de su hermano. Enderezaron alsitio donde era más ardiente el combatey la pelea; allí estaban Cebríones, el

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eximio Polidamante, Falces, Orteo,Polifetes, igual a un dios, Palmis,Ascanio y Mores, hijos los dos últimosde Hipotión; todos los cuales habíanllegado el día anterior de la fértilAscania para reemplazar a otros, yentonces Zeus les impulsó a combatir. Ala manera que un torbellino de vientosimpetuosos desciende a la llanura,acompañado del trueno del padre Zeus,y al caer en el mar con ruido inmensolevanta grandes y espumosas olas que sevan sucediendo, así los troyanos seguíanen filas cerradas a los caudillos, y elbronce de sus armas relucía. Iba a sufrente Héctor Priámida, cual si fuese

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Ares, funesto a los mortales: llevaba pordelante un escudo liso, formado pormuchas pieles de buey y una gruesalámina de bronce, y el refulgence cascotemblaba en sus sienes. Movíase Héctor,defendiéndose con la rodela, y probabapor codas partes si las falanges cedían,pero no logró turbar el ánimo en elpecho de los aqueos. Entonces Ayanteadelantóse con ligero paso y provocólecon estas palabras:

810 —¡Varón admirable! ¡Acércate!¿Por qué quieres amedrentar de estemodo a los argivos? No somosinexpertos en la guerra, sino que losaqueos sucumben debajo del cruel azote

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de Zeus. Tú esperas destruir las naves,pero nosotros tenemos los brazosprontos para defenderlas; y mucho antesque lo consigas, vuestra populosaciudad será tomada y destruida pornuestras manos. Yo te aseguro que estácerca el momento en que tú mismo,puesto en fuga, pedirás al padre Zeus y alos demás inmortales que tus corceles dehermosas crines sean más veloces quelos gavilanes; y los caballos lo llevarána la ciudad, levantando gran polvaredaen la llanura.

821 Así que acabó de hablar, pasópor cima de ellos, hacia la derecha, unáguila de alto vuelo; y los aqueos

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gritaron, animados por el agüero. Elesclarecido Héctor respondió:

824 —¡Ayante lenguaz y fanfarrón!¿Qué dijiste? Así fuera yo para siemprehijo de Zeus, que lleva la égida, y mehubiese dado a luz la venerable Hera ygozara de los mismos honores queAtenea o Apolo, como este día seráfunesto para todos los argivos. Tútambién serás muerto entre ellos sitienes la osadía de aguardar mi largapica: ésta te desgarrará el delicadocuerpo; y tú, cayendo junto a las navesaqueas, saciarás a los perros de lostroyanos y a las aves con tu grasa y tuscarnes.

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833 En diciendo esto, pasó adelante;los otros capitanes le siguieron convocerío inmenso; y detrás las tropasgritaban también. Los argivos movíanpor su parte gran alboroto y, sinolvidarse de su valor, aguardaban laacometida de los más valientes troyanos.Y el estruendo que producían ambosejércitos llegaba al éter y a la moradaresplandeciente de Zeus.

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Canto XIV*

Engaño de Zeus

* Zeus, por una atiagaza de Hera, caerendido por el suerto, y Poseidón sepone al frente de los aqueos. Ayantepone fuera de combate a Héctor, y sushombres tienen que retroceder más alládel muro y del foso del campamentoaqueo.

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1 Néstor, aunque estaba bebiendo, nodejó de advertir la gritería; y hablandoal Asclepíada, pronunció estas aladaspalabras:

3 —¿Cómo crees, divino Macaón,que acabarán estas cosas? junto a lasnaves es cada vez mayor el vocerío delos robustos jóvenes. Tú, sentado aquí,bebe el negro vino, mientras Hecamede,la de hermosas trenzas, pone a calentarel agua del baño y te lava después lasangrienta herida; y yo subiréprestamente a un altozano para ver loque ocurre.

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9 Dijo; y, después de embrazar ellabrado escudo de reluciente bronce,que su hijo Trasimedes, domador decaballos, había dejado allí por habersellevado el del anciano, asió la fuertelanza de broncínea punta y salió de latienda. Pronto se detuvo ante elvergonzoso espectáculo que se ofreció asus ojos: los aqueos eran derrotados porlos feroces troyanos y la gran murallaaquea estaba destruida. Como el piélagoinmenso empieza a rizarse con sordoruido y purpúrea, presagiando la rápidavenida de los sonoros vientos, pero nomueve las olas hasta que Zeus envía unviento determinado; así el anciano

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hallábase perplejo entre encaminarse ala turba de los dánaos, de ágilescorceles, o enderezar sus pasos hacia elAtrida Agamenón, pastor de hombres.Parecióle que sería lo mejor ir en buscadel Atrida, y así lo hizo; mientras losdemás, combatiendo, se mataban unos aotros, y el duro bronce resonabaalrededor de sus cuerpos a los golpes delas espadas y de las lanzas de doble filo.

27 Encontráronse con Néstor losreyes, alumnos de Zeus, que antes fueronheridos con el bronce —el Tidida,Ulises y el Atrida Agamenón—, yentonces venían de sus naves. Éstashabían sido colocadas lejos del campo

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de batalla, en la orilla del espumosomar: sacáronlas a la llanura lasprimeras, y labraron un muro delante delas popas. Porque la ribera, con servasta, no hubiera podido contener todoslos bajeles en una sola fila, y además elejército se hubiera sentido estrecho; ypor esto los pusieron escalonados yllenaron con ellos el gran espacio decosta que limitaban altos promontorios.Los reyes iban juntos, con el ánimoabatido, apoyándose en las lanzas,porque querían presenciar el combate yla clamorosa pelea; y, cuando vieronvenir al anciano Néstor, se lessobresaltó el corazón en el pecho. Y el

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rey Agamenón, dirigiéndole la palabra,exclamó:

42 —¡Oh Néstor Nelida, gloriainsigne de los aqueos! ¿Por qué vienes,dejando la homicida batalla? Temo queel impetuoso Héctor cumpla la amenazaque me hizo en su arenga a los troyanos:Que no regresaría a Ilio antes de pegarfuego a las naves y matar a los aqueos.Así decía, y todo se va cumpliendo. ¡Ohdioses! Los aqueos, de hermosas grebas,tienen, como Aquiles, el ánimo poseídode ira contra mí y no quieren combatirjunto a las naves.

52 Respondió Néstor, caballerogerenio:

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53 —Patente es lo que dices, y ni elmismo Zeus altitonante puede modificarlo que ya ha sucedido. Derribado está elmuro que esperábamos fueseindestructible reparo para las velerasnaves y para nosotros mismos; y junto aellas los troyanos sostienen vivo eincesante combate. No conocerías, pormás que lo miraras, hacia qué parte vanlos aqueos acosados y puestos endesorden: en montón confuso reciben lamuerte, y la gritería llega hasta el cielo.Deliberemos sobre lo que puede ocurrir,por si nuestra mente da con alguna trazaprovechosa; y no propongo que entremosen combate, porque es imposible que

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peleen los que están heridos.64 Díjole el rey de hombres,

Agamenón:65 —¡Néstor! Puesto que ya los

troyanos combaten junto a las popas delas naves y de ninguna utilidad ha sidoel muro con su foso que los dánaosconstruyeron con tanta fatiga, esperandoque fuese indestructible reparo para lasnaves y para ellos mismos; sin dudadebe de ser grato al prepotente Zeus quelos aqueos perezcan sin gloria aquí,lejos de Argos. Antes yo veía que eldios auxiliaba, benévolo, a los dánaos,mas al presente da gloria a los troyanos,cual si fuesen dioses bienaventurados, y

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encadena nuestro valor y nuestrosbrazos. Ea, procedamos todos como voya decir. Arrastremos las naves que sehallan más cerca de la orilla,echémoslas al mar divino y que esténsobre las anclas hasta que vengá lanoche inmortal, y, si entonces lostroyanos se abstienen de combatir,podremos echar las restantes. No esreprensible evitar una desgracia, aunquesea durante la noche. Mejor es librarsehuyendo, que dejarse coger.

82 El ingenioso Ulises, mirándolecon torva faz, exclamó:

83 —¡Atrida! ¿Qué palabras se teescaparon del cerco de los dientes?

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¡Hombre funesto! Debieras estar alfrente de un ejército de cobardes y nomandarnos a nosotros, a quienes Zeusconcedió llevar al cabo arriesgadasempresas bélicas desde la juventud a lavejez, hasta que perezcamos. ¿Quieresque dejemos la ciudad troyana de anchascalles, después que hemos padecido porella tantas fatigas? Calla y no oigan losaqueos esas palabras, las cuales nosaldrían de la boca de ningún varón quesupiera hablar con espíritu prudente,llevara cetro y fuera obedecido portantos hombres cuanto son los argivossobre quienes imperas. Repruebo deltodo la proposición que hiciste: sin duda

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nos aconsejas que echemos al mar lasnaves de muchos bancos durante elcombate y la pelea, para que más prestose cumplan los deseos de los troyanos,ya al presente vencedores, y nuestraperdición sea inminente. Porque losaqueos no sostendrán el combate si lasnaves son echadas al mar; sino que,volviendo los ojos adonde puedan huir,cesarán de pelear, y tu consejo, príncipede hombres, habrá sido dañoso.

103 Contestó el rey de hombres,Agamenón:

104 —¡Ulises! Tu dura reprensión meha llegado al alma; pero yo no mandabaque los aqueos arrastraran al mar, contra

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su voluntad, las naves de muchosbancos. Ojalá que alguien, joven oviejo, propusiera una cosa mejor, puesle oiría con gusto.

109 Y entonces les dijo Diomedes,valiente en la pelea:

110 —Cerca tenéis a tal hombre —nohabremos de buscarle mucho—, si oshalláis dispuestos a obedecer; y no mevituperéis ni os irritéis contra mí,recordando que soy más joven quevosotros, pues me glorío de haber tenidopor padre al valiente Tideo, cuyo cuerpoestá enterrado en Teba. Engendró Porteotres hijos ilustres que habitaron enPleurón y en la excelsa Calidón: Agrio,

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Melas y el caballero Eneo, mi abuelopaterno, que era el más valiente. Eneoquedóse en su país; pero mi padre,después de vagar algún tiempo, seestableció en Argos, porque así loquisieron Zeus y los demás dioses, casócon una hija de Adrasto y vivió en unacasa abastada de riqueza: poseía muchostrigales, no pocas plantaciones deárboles en los alrededores y copiososrebaños, y aventajaba a todos los aqueosen el manejo de la lanza. Tales cosas lashabréis oído referir como ciertas queson. No sea que, figurándoos quizás quepor mi linaje he de ser cobarde y débil,despreciéis lo bueno que os diga. Ea,

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vayamos a la batalla, no obstante estarheridos, pues la necesidad apremia;pongámonos fuera del alcance de lostiros para no recibir herida sobre herida;animemos a los demás y hagamos queentren en combate cuantos, cediendo asu ánimo indolente, permanecenalejados y no pelean.

133 Así se expresó, y ellos leescucharon y obedecieron. Echaron aandar, y el rey de hombres, Agamenón,iba delante.

135 El ilustre Poseidón, que sacudela tierra, estaba al acecho; y,transfigurándose en un viejo, se dirigió alos reyes, tomó la diestra de Agamenón

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Atrida y le dijo estas aladas palabras:139 —¡Atrida! Aquiles, al

contemplar la matanza y la derrota delos aqueos, debe de sentir que en elpecho se le regocija el corazónpernicioso, porque está totalmente faltode juicio. ¡Así pereciera y una deidad lecubriese de ignominia! Pero losbienaventurados dioses no se hallanirritados del todo contigo, y loscaudillos y príncipes de los troyanosserán puestos en fuga y levantarán nubesde polvo en la llanura espaciosa; túmismo los verás huir desde las tiendas ynaves a la ciudad.

147 Cuando así hubo hablado, dio un

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gran alarido y empezó a correr por lallanura. Cual es la gritería de nueve odiez mil guerreros al trabarse lacontienda de Ares, tan pujante fue la vozque el soberano Poseidón, que bate latierra, arrojó de su pecho. Y el diosinfundió valor en el corazón de todos losaqueos para que lucharan y combatieransin descanso.

153 Hera, la de áureo trono, miró consus ojos desde la cima del Olimpo,conoció a su hermano y cuñado, que semovía en la batalla donde se hacenilustres los hombres, y se regocijó en elalma; pero vio a Zeus sentado en la másalta cumbre del Ida, abundante en

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manantiales, y se le hizo odioso en sucorazón. Entonces Hera veneranda, la deojos de novilla, pensaba cómo podríaengañar a Zeus, que lleva la égida. Alfin parecióle que la mejor resoluciónsería ataviarse bien y encaminarse alIda, por si Zeus, abrasándose en amor,quería dormir a su lado y ella lograbaderramar dulce y placentero sueño sobrelos párpados y el prudente espíritu deldios. Sin perder un instante, fuese a lahabitación labrada por su hijo Hefesto—la cual tenía una sólida puerta concerradura oculta que ninguna otra deidadsabía abrir—, entró, y, habiendoentornado la puerta, lavóse con

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ambrosía el cuerpo encantador y lo untócon un aceite craso, divino, suave y tanoloroso que, al moverlo en el palacio deZeus, erigido sobre bronce, su fraganciase difundió por el cielo y la tierra.Ungido el hermoso cutis, se compuso elcabello y con sus propias manos formólos rizos lustrosos, bellos, divinales,que colgaban de la cabeza inmortal.Echóse enseguida el manto divino,adornado con muchas bordaduras, queAtenea le había labrado, y sujetólo alpecho con broche de oro. Púsose luegoun ceñidor que tenía cien borlones, ycolgó de las perforadas orejas unospendientes de tres piedras preciosas

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grandes como ojos, espléndidas, degracioso brillo. Después, la divina entrelas diosas se cubrió con un velohermoso, nuevo, tan blanco como el sol,y calzó sus nítidos pies con bellassandalias. Y cuando hubo ataviado sucuerpo con todos los adornos, salió dela estancia, y, llamando a Afroditaaparte de los dioses, hablóle en estostérminos:

190 —¿Querrás complacerme, hijaquerida, en lo que yo te diga, o tenegarás, irritada en tu ánimo, porque yoprotejo a los dánaos y tú a los troyanos?

193 Respondióle Afrodita, hija deZeus:

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194 —¡Hera, venerable diosa, hijadel gran Crono! Di qué quieres; micorazón me impulsa a efectuarlo, sipuedo hacerlo y ello es factible.

197 Contestóle dolosamente lavenerable Hera:

198 —Dame el amor y el deseo conlos cuales rindes a todos los inmortalesy a los mortales hombres. Voy a losconfines de la fértil tierra para ver aOcéano, padre de los dioses, y a lamadre Tetis, los cuales me recibieron demanos de Rea y me criaron y educaronen su palacio, cuando el largovidenteZeus puso a Crono debajo de la tierra ydel mar estéril. Iré a visitarlos para dar

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fin a sus rencillas. Tiempo ha que seprivan del amor y del tálamo, porque lacólera anidó en sus corazones. Siapaciguara con mis palabras su ánimo ylograra que reanudasen el amorosoconsorcio, me llamarían siemprequerida y venerable.

2,1 Respondió de nuevo la risueñaAfrodita:

212 —No es posible ni seríaconveniente negarte lo que Aides, puesduermes en los brazos del poderosísimoZeus.

214 Dijo; y desató del pecho el cintobordado, de variada labor, queencerraba todos los encantos: hallábanse

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allí el amor, el deseo, las amorosaspláticas y el lenguaje seductor que haceperder el juicio a los más prudentes.Púsolo en las manos de Hera, ypronunció estas palabras:

219 —Toma y esconde en tu seno elbordado ceñidor donde todo se halla. Yote aseguro que no volverás sin haberlogrado lo que tu corazón desea.

222 Así dijo. Sonrióse Heraveneranda, la de ojos de novilla; y,sonriente aún, escondió el ceñidor en elseno.

224 Afrodita, hija de Zeus, volvió asu morada y Hera dejó en raudo vuelo lacima del Olimpo, y, pasando por la

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Pieria y la deleitosa Ematia, salvó lasaltas y nevadas cumbres de las montañasdonde viven los jinetes tracios, sin quesus pies tocaran la tierra descendió porel Atos al fluctuoso ponto y llegó aLemnos, ciudad del divino Toante. Allíse encontró con el Sueño, hermano de laMuerte, y, asiéndole de la diestra, ledijo estas palabras:

233 —¡Sueño, rey de todos los diosesy de todos los hombres! Si en otraocasión escuchaste mi voz, obedécemetambién ahora, y mi gratitud seráperenne. Adormece los brillantes ojosde Zeus debajo de sus párpados, tanpronto como, vencido por el amor, se

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acueste conmigo. Te daré como premioun trono hermoso, incorruptible, de oro;y mi hijo Hefesto, el cojo de ambospies, te hará un escabel que te sirva paraapoyar las nítidas plantas, cuandoasistas a los festines.

242 Respondióle el dulce Sueño:243 —¡Hera, venerable diosa, hija

del gran Crono! Fácilmente adormeceríaa cualquier otro de los sempiternosdioses y aun a las corrientes del ríoOcéano, del cual son oriundos todos,pero no me acercaré ni adormeceré aZeus Cronión, si él no lo manda. Mehizo cuerdo tu mandato el día en que elmuy animoso hijo de Zeus se embarcó en

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Ilio, después de destruir la ciudadtroyana. Entonces sumí en grato sopor lamente de Zeus, que lleva la égida,difundiéndome suave en torno suyo; y tú,que intentabas causar daño a Heracles,conseguiste que los vientos impetuosossoplaran sobre el ponto y lo llevaran ala populosa Cos, lejos de sus amigos.Zeus despertó y encendióse en ira:maltrataba a los dioses en el palacio, mebuscaba a mí, y me hubiera hechodesaparecer, arrojándome del éter alponto, si la Noche, que rinde a losdioses y a los hombres, no me hubiesesalvado; lleguéme a ella huyendo, yaquél se contuvo, aunque irritado,

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porque temió hacer algo que a la rápidaNoche desagradara. Y ahora me mandasrealizar otra cosa peligrosísima.

263 Respondióle Hera veneranda, lade ojos de novilla:

264 —Oh Sueño, ¿por qué en lamente revuelves tales cosas? ¿Crees queel largovidente Zeus favorecerá tanto alos troyanos, como en la época en que seirritó protegía a su hijo Heracles? Ea, vey prometo darte, para que te cases conella y lleve el nombre de esposa tuya, lamás joven de las Gracias [Pasitea, de lacual estás deseoso todos los días].

270 Así habló. Alegróse el Sueño, yrespondió diciendo:

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271 —Ea, jura por el agua inviolablede la Éstige, tocando con una mano lafértil tierra y con la otra el brillante mar,para que sean testigos los dioses dedebajo de la tierra que están con Crono,que me darás la más joven de lasGracias, Pasitea, de la cual estoydeseoso todos los días.

277 Así dijo. No desobedeció Hera,la diosa de los níveos brazos, y juró,como se le pedía, nombrando a todos losdioses subtartáreos, llamados Titanes.Prestado el juramento, partieron ocultosen una nube, dejaron atrás a Lemnos y laciudad de Imbros, y siguiendo conrapidez el camino llegaron a Lecto, en el

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Ida, abundante en manantiales y criadorde fieras; allí pasaron del mar a tierrafirme, y anduvieron haciendo estremecerdebajo de sus pies la cima de losárboles de la selva. Detúvose el Sueñoantes que los ojos de Zeus pudieranverlo, y, encaramándose en un abetoaltísimo que había nacido en el Ida y porel aire llegaba al éter, se ocultó entre lasramas como la montaraz ave canorallamada por los dioses calcis y por loshombres cymindis.

292 Hera subió ligera al Gárgaro, lacumbre más alta del Ida; Zeus, queamontona las nubes, la vio venir; yapenas la distinguió, enseñoreóse de su

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prudente espíritu el mismo deseo que,cuando gozaron las primicias del amor,acostándose a escondidas de sus padres.Y así que la tuvo delante, le hablódiciendo:

298 —¡Hera! ¿Adónde vas, que tanpresurosa vienes del Olimpo, sin loscaballos y el carro que podríanconducirte?

300 Respondióle dolosamente lavenerable Hera:

301 —Voy a los confines de la fértiltierra, a ver a Océano, origen de losdioses, y a la madre Tetis, que merecibieron de manos de Rea y mecriaron y educaron en su palacio. Iré a

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visitarlos para dar fin a sus rencillas.Tiempo ha que se privan del amor y deltálamo, porque la cólera invadió suscorazones. Tengo al pie del Ida,abundante en manantiales, los corcelesque me llevarán por tierra y por mar, yvengo del Olimpo a participártelo; nofuera que te irritaras si me encaminase,sin decírtelo, al palacio del Océano, deprofunda corriente.

312 Contestó Zeus, que amontona lasnubes:

313 —¡Hera! Allá se puede ir mástarde. Ea, acostémonos y gocemos delamor. Jamás la pasión por una diosa opor una mujer se difundió por mi pecho,

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ni me avasalló como ahora: nunca heamado así, ni a la esposa de Ixión, queparió a Pintoo consejero igual a losdioses; ni a Dánae Acrisiona, la debellos talones, que dio a luz a Perseo, elmás ilustre de los hombres; ni a lacelebrada hija de Fénix, que fue madrede Minos y de Radamantis igual a undios; ni a Sémele, ni a Alcmena en Teba,de la que tuve a Heracles, de ánimovaleroso, y de Sémele a Dioniso, alegríade los mortales; ni a Deméter, lasoberana de hermosas trenzas; ni a lagloriosa Leto; ni a ti misma: con talansia te amo en este momento y tan dulcees el deseo que de mí se apodera.

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329 Replicóle dolosamente lavenerable Hera:

330 —¡Terribilísimo Cronida! ¡Quépalabras proferiste! ¡Quieres acostarte ygozar del amor en las cumbres del Ida,donde todo es patente! ¿Qué ocurriría sialguno de los sempiternos dioses nosviese dormidos y lo manifestara a todaslas deidades? Yo no volvería a tupalacio al levantarme del lecho;vergonzoso fuera. Mas, si lo deseas y atu corazón le es grato, tienes la cámaraque tu hijo Hefesto labró, cerrando lapuerta con sólidas tablas que encajan enel marco. Vamos a acostarnos allí, yaque el lecho apeteces.

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341 Respondióle Zeus, que amontonalas nubes:

342 —¡Hera! No temas que nos veaningún dios ni hombre: te cubriré conuna nube dorada que ni el Sol, con suluz, que es la más penetrante de todas,podría atravesar para mirarnos.

346 Dijo, y el hijo de Crono estrechóen sus brazos a la esposa. La divinatierra produjo verde hierba, loto fresco,azafrán y jacinto espeso y tierno paralevantarlos del suelo. Acostáronse allí ycubriéronse con una hermosa nubedorada, de la cual caían lucientes gotasde rocío.

352 Tan tranquilamente dormía el

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padre sobre el alto Gárgaro, vencidopor el sueño y el amor y abrazado con suesposa. El dulce Sueño corrió hacia lasnaves aqueas para llevar la noticia alque ciñe y bate la tierra; y, deteniéndosecerca de él, pronunció estas aladaspalabras:

357 —¡Poseidón! Socorre pronto alos dánaos y dales gloria, aunque seabreve, mientras duerme Zeus, a quien hesumido en dulce letargo, después queHera, engañándole, logró que seacostara para gozar del amor.

361 Dicho esto, fuese hacia lasínclitas tribus de los hombres. YPoseidón, más incitado que antes a

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socorrer a los dánaos, saltó enseguida alas primeras filas y les exhortódiciendo:

364 —¡Argivos! ¿Cederemosnuevamente la victoria a HéctorPriámida, para que se apodere de losbajeles y alcance gloria? Así se lofigura él y de ello se jacta, porqueAquiles permanece en las cóncavasnaves con el corazón irritado. PeroAquiles no hará gran falta, si los demásprocuramos auxiliarnos mutuamente.Pero, ea, procedamos todos como voy adecir. Embrazad los escudos mayores ymás fuertes que haya en el ejército,cubríos la cabeza con el refulgente

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casco, coged las picas más largas, ypongámonos en marcha: yo iré delante, yno creo que Héctor Priámida, porenardecido que esté, se atreva aesperarnos. Y el varón, que siendobravo, tenga un escudo pequeño paraproteger sus hombros, déselo al menosvaliente y tome otro mejor.

378 Así dijo, y ellos le escucharon yobedecieron. Los mismos reyes —elTidida, Ulises y el Atrida Agamenón—,sin embargo de estar heridos, lospusieron en orden de batalla, y,recorriendo las hileras, hacían elcambio de las marciales armas. Elesforzado tomaba las más fuertes y daba

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las peores al que le era inferior. Tanpronto como hubieron vestido el lucientebronce, se pusieron en marcha:precedíales Poseidón, que sacude latierra, llevando en la robusta mano unaespada terrible, larga y puntiaguda, queparecía un relámpago; y a nadie le eraposible luchar con el dios en el funestocombate, porque el temor se lo impedíaa todos.

388 Por su parte, el esclarecidoHéctor puso en orden a los troyanos. YPoseidón, el de cerúlea cabellera, y elpreclaro Héctor, auxiliando éste a lostroyanos y aquél a los argivos,extendieron el campo de la terrible

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pelea. El mar, agitado, llegó hasta lastiendas y naves de los argivos, y loscombatientes se embistieron con granalboroto. No braman tanto las olas delmar cuando, levantadas por el soploterrible del Bóreas, se rompen en latierra; ni hace tanto estrépito el ardientefuego en la espesura del monte, alquemarse una selva; ni suena tanto elviento en las altas copas de las encinas,si arreciando muge; cuánto fue elgriterío de troyanos y aqueos en elmomento en que, vociferando de unmodo espantoso, vinieron a las manos.

402 El preclaro Héctor arrojó elprimero la lanza a Ayante, que contra él

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arremetía, y no le erró; pero acertó adarle en el sitio en que se cruzabansobre el pecho la correa del escudo y eltahalí de la espada, guarnecida conargénteos clavos, y ambos protegieron eldelicado cuerpo. Irritóse Héctor porquela lanza había sido arrojada inútilmentepor su mano, y retrocedió hacia el grupode sus amigos para evitar la muerte. Elgran Ayante Telamonio, al ver queHéctor se retiraba, cogió una de lasmuchas piedras que servían para calzarlas naves y rodaban entonces entre lospies de los combatientes, y con ella lehirió en el pecho, por cima del escudo,junto a la garganta; la piedra, lanzada

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con ímpetu, giraba como un torbellino.Como viene a tierra la encina arrancadade raíz por el rayo del padre Zeus,despidiendo un fuerte olor de azufre, yel que se halla cerca desfallece, pues elrayo del gran Zeus es formidable, deigual manera, el robusto Héctor dioconsigo en el suelo y cayó en el polvo:la pica se le fue de la mano, quedaronencima de él escudo y casco, y laarmadura de labrado bronce resonó entorno del cuerpo. Los aqueos corrieronhacia Héctor, dando recias voces, con laesperanza de arrastrarlo a su campo;mas, aunque arrojaron muchas lanzas, noconsiguieron herir al pastor de hombres,

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ni de cerca ni de lejos, porque fuerodeado por los más valientes troyanos—Polidamante, Eneas, el divino Agenor,Sarpedón, caudillo de los licios, y eleximio Glauco—, y los otros tampoco leabandonaron, pues se pusieron delantecon sus rodelas. Los amigos de Héctorlo levantaron en brazos, sacáronlo delcombate, condujéronle adonde tenía loságiles corceles con el labrado carro y elauriga, y se lo llevaron hacia la ciudad,mientras daba profundos suspiros.

433 Mas, al llegar al vado delvoraginoso Janto, río de hermosacorriente que el inmortal Zeus engendró,bajaron a Héctor del carro y le rociaron

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el rostro con agua: el héroe cobró losperdidos espíritus, miró a lo alto, y,poniéndose de rodillas, tuvo un vómitode negra sangre; luego cayó de espaldas,y la noche obscura cubrió sus ojos,porque aún tenía débil el ánimo aconsecuencia del golpe recibido.

440 Los argivos, cuando vieron queHéctor se ausentaba, arremetieron conmás ímpetu a los troyanos, y sólopensaron en combatir. Entonces el velozAyante de Oileo fue el primero que,acometiendo con la puntiaguda lanza,hirió a Satnio Enópida, a quien unanáyade había tenido de Énope, mientraséste apacentaba rebaños a orillas del

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Satnioente; Ayante Oilíada, famoso porsu lanza, llegóse a él, le hirió en el ijar yle tumbó de espaldas; y, en torno delcadáver, troyanos y dánaos trabaron unduro combate. Fue a vengarlePolidamante Pantoida, hábil en blandirla lanza; e hirió en el hombro derecho aProtoenor, hijo de Areílico: laimpetuosa lanza atravesó el hombro, y elguerrero, cayendo en el polvo, cogió elsuelo con sus manos. Y Polidamanteexclamó con gran jactancia y a voz engrito:

454 —No creo que el brazo robustodel valeroso Pantoida haya despedido lalanza en vano; algún argivo la recibió en

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su cuerpo, y me figuro que le servirá debáculo para apoyarse en ella ydescender a la morada de Hades.

458 Así dijo. Sus jactanciosaspalabras apesadumbraron a los argivosy conmovieron el corazón del aguerridoAyante Telamoníada, a cuyo lado cayóProtoenor. En el acto arrojó Ayante unareluciente lanza a Polidamante, que seretiraba; éste dio un salto oblicuo yevitóla, librándose de la negra muerte;pero en cambio la recibió Arquéloco,hijo de Anténor, a quien los dioseshabían destinado a morir: la lanza seclavó en la unión de la cabeza con elcuello, en la extremidad de la vértebra,

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y cortó ambos ligamentos; cayó elguerrero, y cabeza, boca y naricesllegaron al suelo antes que las piernas ylas rodillas. Y Ayante, vociferando, aleximio Polidamante le decía:

470 —Reflexiona, oh Polidamante, ydime sinceramente: ¿La muerte de esehombre no compensa la de Protoenor?No parece vil, ni de viles nacido, sinohermano o hijo de Anténor, domador decaballos, pues tiene el mismo aire defamilia.

475 Así dijo, porque le conocía bien;y a los troyanos se les llenó el corazónde pesar. Entonces Acamante, que sehallaba junto al cadáver de su hermano

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para protegerlo, envasó la lanza aPrómaco, el beocio, cuando éste cogíapor los pies al muerto e intentaballevárselo. Y enseguida jactóseAcamante grandemente, dando reciasvoces:

479 —¡Argivos que sólo con el arcosabéis combatir y nunca os cansáis deproferir amenazas! El trabajo y lospesares no han de ser solamente paranosotros, y algún día recibiréis lamuerte de este mismo modo. Mirad aPrómaco, que yace en el suelo, vencidopor mi lanza, para que la venganza porla muerte de un hermano no sufradilación. Por esto el hombre que es

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víctima de alguna desgracia, anheladejar un hermano que pueda vengarle.

486 Así dijo. Sus jactanciosas frasesapesadumbraron a los argivos yconmovieron el corazón del aguerridoPenéleo, que arremetió contraAcamante; el cual no aguardó laacometida del rey Penéleo. Éste hirió aIlioneo, hijo único que a Forbante —hombre rico en ovejas y amado sobretodos los troyanos por Hermes, que ledio muchos bienes— su esposa le habíaparido: la lanza, penetrando por debajode una ceja, le arrancó la pupila, leatravesó el ojo y salió por la nuca, y elguerrero vino al suelo con los brazos

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abiertos. Penéleo, desnudando la agudaespada, le cercenó la cabeza, que cayó atierra con el casco; y, como la fornidalanza seguía clavada en el ojo, cogióla,levantó la cabeza cual si fuese una florde adormidera, la mostró a los troyanosy, blasonando del triunfo, dijo:

501 —¡Teucros! Decid en mi nombrea los padres del ilustre Ilioneo que lelloren en su palacio; ya que tampoco laesposa de Prómaco Alegenóridarecibirá con alegre rostro a su maridocuando, embarcándonos, nos vayamosde Troya los aqueos.

506 Así habló. A todos les temblabanlas carnes de miedo, y cada cual

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buscaba adónde huir para librarse deuna muerte espantosa.

508 Decidme ahora, Musas, queposeéis olímpicos palacios, cuál fue elprimer aqueo que alzó del suelocruentos despojos, cuando el ilustrePoseidón, que bate la tierra, inclinó elcombate en favor de los aqueos.

511 Ayante Telamonio, el primero,hirió a Hirtio Girtíada; Antíloco hizoperecer a Falces y a Mérmero,despojándolos luego de las armas;Meriones mató a Moris a Hipotión;Teucro quitó la vida a Protoón yPerifetes; y el Atrida hirió en el ijar aHiperenor, pastor de hombres: el bronce

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atravesó los intestinos, el alma saliópresurosa por la herida, y la obscuridadcubrió los ojos del guerrero. Y el velozAyante, hijo de Oileo, mató a muchos;porque nadie le igualaba en perseguir alos guerreros aterrorizados, cuando Zeuslos ponía en fuga.

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Canto XV*

Nueva ofensiva desdelas naves

* Zeus se despierta, y Apolo lleva a lostroyanos a las posiciones de antes de laintervención de Poseidón: dentro delcampamento aqueo. Guiados por Zeusatacan las naves aqueas y les ponen en

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fuga.

1 Cuando los troyanos hubieronatravesado en su huida el foso y laestacada, muriendo muchos a manos delos dánaos, llegaron al sitio dondetenían los corceles a hicieron altoamedrentados y pálidos de miedo. Enaquel instante despertó Zeus en lacumbre del Ida, al lado de Hera, la deáureo trono. Levantóse y vio a lostroyanos perseguidos por los aqueos,que los ponían en desorden, y, entreéstos, al soberano Poseidón. Viotambién a Héctor tendido en la llanura y

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rodeado de amigos, jadeante, privado deconocimiento, vomitando sangre; que nofue el más débil de los aqueos quien lecausó la herida. El padre de los hombresy de los dioses, compadeciéndose de él,miró con torva y terrible faz a Hera, yasí le dijo:

14 —Tu engaño, Hera maléfica eincorregible, ha hecho que Héctor dejarade combatir y que sus tropas se dieran ala fuga. No sé si castigarte con azotes,para que seas la primera en gozar de tufunesta astucia. ¿Por ventura no teacuerdas de cuando estuviste colgada enlo alto y puse en tus pies sendosyunques, y en tus manos áureas e

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inquebrantables esposas? Te hallabassuspendida en medio del éter y de lasnubes, los dioses del vasto Olimpo terodeaban indignados, pero no podíandesatarte —si entonces llego a coger aalguno, le arrojo de estos umbrales yllega a la tierra casi sin vida— y yo nolograba echar del corazón el continuopesar que sentía por el divino Heracles,a quien tú, promoviendo una tempestadcon el auxilio del viento Bóreas,arrojaste con perversa intención al marestéril y llevaste luego a la populosaCos; allí le libré de los peligros y leconduje nuevamente a Argos, criadorade caballos, después que hubo padecido

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muchas fatigas. Te lo recuerdo para quepongas fin a tus engaños y sepas si teserá provechoso haber venido de lamansión de los dioses a burlarme conlos goces del amor.

34 Así dijo. Estremecióse Heraveneranda, la de ojos de novilla, yhablándole pronunció estas aladaspalabras:

36 —Sean testigos la Tierra y elanchuroso Cielo y el agua de la Éstige,de subterránea corriente —que es eljuramento mayor y más terrible para losbienaventurados dioses—, y tu cabezasagrada y nuestro tálamo nupcial, por elque nunca juraría en vano: No es por mi

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consejo que Poseidón, el que sacude latierra, daña a los troyanos y a Héctor yauxilia a los otros; quizás su mismoánimo le incita e impele, y ha debidocompadecerse de los aqueos al ver queson derrotados junto a las naves. Mas yoaconsejaría a Poseidón que fuera pordonde tú, el de las sombrías nubes, lemandaras.

47 Así dijo. Sonrióse el padre de loshombres y de los dioses, y le respondiócon estas aladas palabras:

49 —Si tú, Hera veneranda, la deojos de novilla, cuando te sientas entrelos inmortales estuvieras de acuerdoconmigo, Poseidón, aunque otra cosa

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mucho deseara, acomodaría muy prontosu modo de pensar al nuestro. Pero, si eneste momento hablas franca ysinceramente, ve a la mansión de losdioses y manda venir a Iris y a Apolo,famoso por su arco; para que aquélla,encaminándose al ejército de losaqueos, de corazas de bronce, diga alsoberano Poseidón que cese de combatiry vuelva a su palacio; y Febo Apoloincite a Héctor a la pelea, le infundavalor y le haga olvidar los dolores quele oprimen el corazón, a fin de querechace nuevamente a los aqueos, loscuales llegarán en cobarde fuga a lasnaves, de muchos bancos, del Pelida

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Aquiles. Éste enviará a la lid a sucompañero Patroclo, que morirá, heridopor la lanza del preclaro Héctor, cercade Ilio, después de quitar la vida amuchos jóvenes, y entre ellos al divinoSarpedón, mi hijo. Irritado por la muertede Patroclo, el divino Aquiles matará aHéctor. Desde aquel instante haré quelos troyanos sean perseguidoscontinuamente desde las naves, hastaque los aqueos tomen la excelsa Ilio. Yno cesará mi enojo, ni dejaré que ningúninmortal socorra a los dánaos, mientrasno se cumpla el voto del Pelida, como loprometí, asintiendo con la cabeza, el díaen que la diosa Tetis abrazó mis rodillas

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y me suplicó que honrase a Aquiles,asolador de ciudades.

78 Así dijo. Hera, la diosa de losníveos brazos, no fue desobediente, ypasó de los montes ideos al vastoOlimpo. Como corre veloz elpensamiento del hombre que, habiendoviajado por muchas tierras, las recuerdaen su reflexivo espíritu, y dice «estuveaquí o allí» y revuelve en la mentemuchas cosas, tan rápida y presurosavolaba la venerable Hera, y pronto llegóal excelso Olimpo. Los diosesinmortales, que se hallaban reunidos enel palacio de Zeus, levantáronse al verlay le ofrecieron copas de néctar. Y Hera,

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rehusando las demás, aceptó la que lepresentaba Temis, la de hermosasmejillas, que fue la primera que corrió asu encuentro, y hablándole le dijo estasaladas palabras:

90 —¡Hera! ¿Por qué vienes con esacara de espanto? Sin duda te atemorizótu esposo, el hijo de Crono.

92 Respondióle Hera, la diosa de losníveos brazos:

93 —No me lo preguntes, diosaTemis; tú misma sabes cuán soberbio ydespiadado es el ánimo de Zeus. Presidetú en el palacio el festín de los dioses, yoirás con los demás inmortales quédesgracias anuncia Zeus; figúrome que

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nadie, sea hombre o dios, se regocijaráen el alma por más alegre que esté en elbanquete.

100 Dichas estas palabras, sentóse lavenerable Hera. Afligiéronse los diosesen la morada de Zeus. Aquélla, aunquecon la sonrisa en los labios, no mostrabaalegría en la frente, sobre las negrascejas. E indignada, exclamó:

104 —¡Cuán necios somos los quetontamente nos irritamos contra Zeus!Queremos acercarnos a él y contenerlocon palabras o por medio de laviolencia; y él, sentado aparte, ni denosotros hace caso, ni se le da nada,porque dice que en fuerza y poder es

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muy superior a todos los diosesinmortales. Por tanto sufrid losinfortunios que respectivamente osenvíe. Creo que al impetuoso Ares le haocurrido ya una desgracia; pues murióen la pelea Ascálafo, a quien amabasobre todos los hombres y reconocía porsu hijo.

113 Así habló. Ares bajó los brazos,golpeóse los muslos, y suspirando dijo:

115 —No os irritéis conmigo,vosotros los que habitáis olímpicospalacios, si voy a las naves de losaqueos para vengar la muerte de mi hijo;iría, aunque el destino hubiese dispuestoque me cayera encima el rayo de Zeus,

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dejándome tendido con los muertos,entre sangre y polvo.

119 Dijo, y mandó al Terror y a laFuga que uncieran los caballos, mientrasvestía las refulgentes armas. Mayor ymás terrible hubiera sido entonces elenojo y la ira de Zeus contra losinmortales; pero Atenea, temiendo portodos los dioses, se levantó del trono,salió por el vestíbulo y, quitándole aAres de la cabeza el casco, de laespalda el escudo y de la robusta manola pica de bronce, que apoyó contra lapared, dirigió al impetuoso dios estaspalabras:

128 —¡Loco, insensato! ¿Quieres

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perecer? En vano tienes oídos para oír,o has perdido la razón y la vergüenza.¿No oyes lo que dice Hera, la diosa delos níveos brazos, que acaba de ver aZeus olímpico? ¿O deseas, acaso, tenerque regresar al Olimpo a viva fuerza,triste y habiendo padecido muchosmales, y causar gran daño a los otrosdioses? Porque Zeus dejará enseguida alos altivos troyanos y a los aqueos,vendrá al Olimpo a promover tumultoentre nosotros, y castigará así alculpable como al inocente. Por estarazón te exhorto a templar tu enojo porla muerte del hijo. Algún otro superior aél en valor y fuerza ha muerto o morirá,

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porque es difícil conservar todas lasfamilias de los hombres y salvar a todoslos individuos.

142 Dicho esto, condujo a su asientoal furibundo Ares. Hera llamó afuera delpalacio a Apolo y a Iris, la mensajera delos inmortales dioses, y les dijo estasaladas palabras:

146 —Zeus os manda que vayáis alIda lo antes posible y, cuando hubiereisllegado a su presencia, haced lo que osencargue y ordene.

149 La venerable Hera, apenas acabóde hablar, volvió al palacio y se sentóen su trono. Ellos bajaron en raudovuelo al Ida, abundante en manantiales y

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criador de fieras, y hallaron allargovidente Cronida sentado en la cimadel Gárgaro, debajo de olorosa nube. Alllegar a la presencia de Zeus, queamontona las nubes, se detuvieron; yZeus, al verlos, no se irritó, porquehabían obedecido con presteza lasórdenes de la querida esposa. Y,hablando primero con Iris, profirió estasaladas palabras:

158 —¡Anda, ve, rápida Iris! Anunciaesto al soberano Poseidón y no seasmensajera falaz: Mándale que, cesandode pelear y combatir, se vaya a lamansión de los dioses o al mar divino. Ysi no quiere obedecer mis palabras y las

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desprecia, reflexione en su mente y en sucorazón si, aunque sea poderoso, seatreverá a esperarme cuando me dirijacontra él, pues le aventajo mucho enfuerza y edad, por más que en su ánimono tema decirse igual a mí, a quien todostemen.

168 Así dijo. La veloz Iris, de piesveloces como el viento, no desobedeció;y bajó de los montes ideos a la sagradaIlio. Como cae de las nubes la nieve o elhelado granizo, a impulso del Bóreas,nacido en el éter; tan rápida y presurosavolaba la ligera Iris; y, deteniéndosecerca del ínclito Poseidón, así le dijo:

174 —Vengo, oh Poseidón, el de

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cerúlea cabellera, que ciñes la tierra, atraerte un mensaje de parte de Zeus, quelleva la égida. Te manda que, cesandode pelear y combatir, te vayas a lamansión de los dioses o al mar divino. Ysi no quieres obedecer sus palabras ylas desprecias, te amenaza con venir aluchar contigo y te aconseja que evitessus manos; porque dice que te superamucho en fuerza y edad, por más que entu ánimo no temas decirte igual a él, aquien todos temen.

184 Respondióle muy indignado elínclito Poseidón, que bate la tierra:

183 —¡Oh dioses! Con soberbiahabla, aunque sea valiente, si dice que

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me sujetará por fuerza y contra miquerer a mí, que disfruto de sus mismoshonores. Tres somos los hermanos hijosde Crono, a quienes Rea dio a luz: Zeus,yo y el tercero Hades, que reina en losinfiernos. Todas las cosas se agruparonen tres porciones, y cada uno denosotros participó del mismo honor. Yosaqué a la suerte habitar constantementeen el espumoso mar, tocáronle a Hadeslas tinieblas sombrías, correspondió aZeus el anchuroso cielo en medio deléter y las nubes; pero la tierra y el altoOlimpo son de todos. Por tanto, noprocederé según lo decida Zeus; y éste,aunque sea poderoso, permanezca

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tranquilo en la tercia parte que lepertenece. No pretenda asustarme consus manos como si tratase con uncobarde. Mejor fuera que con esasvehementes palabras riñese a los hijos ahijas que engendró, pues éstos tendríanque obedecer necesariamente lo que lesordenaré.

200 Replicó la veloz Iris, de piesveloces como el viento:

201 —¿He de llevar a Zeus, ohPoseidón, de cerúlea cabellera, queciñes la tierra, una respuesta tan dura yfuerte? ¿No querrías modificarla? Lamente de los sensatos es flexible. Yasabes que las Erinias se declaran

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siempre por los de más edad.205 Contestó Poseidón, que sacude la

tierra:206 —¡Diosa Iris! Muy oportuno es

cuanto acabas de decir. Bueno es que elmensajero comprenda lo que esconveniente. Pero el pesar me llega alcorazón y al alma, cuando aquél quiereincrepar con iracundas voces a quien elhado hizo su igual en suerte y destino.Ahora cederé, aunque estoy irritado.Mas te diré otra cosa y haré unaamenaza: Si a despecho de mí, deAtenea, que impera en las batallas, deHera, de Hermes y del rey Hefesto,conservare la excelsa Ilio e impidiere

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que, destruyéndola, alcancen los argivosuna gran victoria, sepa que nuestra iraserá implacable.

218 Cuando esto hubo dicho, el diosque bate la tierra desamparó a losaqueos y se sumergió en el mar; prontolos héroes aqueos le echaron de menos.Entonces Zeus, que amontona las nubes,dijo a Apolo:

221 —Ve ahora, querido Febo, aencontrar a Héctor, el de broncíneocasco. Ya el que ciñe y bate la tierra sefue al mar divino, para librarse de miterrible cólera; pues hasta los dioses queestán en torno de Crono, debajo de latierra, hubieran oído el estrépito de

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nuestro combate. Mucho mejor es paramí y para él que, temeroso, haya cedidoa mi fuerza, porque no sin sudor sehubiera efectuado la lucha. Ahora, tomaen tus manos la égida floqueada, agítala,y espanta a los héroes aqueos, y luego,cuídate, oh tú que hieres de lejos, delesclarecido Héctor e infúndele granvigor, hasta que los aqueos lleguen,huyendo, a las naves y al Helesponto.Entonces pensaré lo que fuereconveniente hacer o decir para que losaqueos respiren de sus cuitas.

236 Así dijo, y Apolo nodesobedeció a su padre. Descendió delos montes ideos, semejante al gavilán

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que mata a las palomas y es la más velozde las aves, y halló al divino Héctor,hijo del belicoso Príamo, ya no postradoen el suelo, sino sentado: iba cobrandoánimo y aliento, y reconocía a losamigos que le circundaban, porque elahogo y el sudor habían cesado desdeque Zeus, que lleva la égida, decidióanimar al héroe. Apolo, el que hiere delejos, se detuvo a su lado y le dijo:

244 —¡Héctor, hijo de Príamo! ¿Porqué te encuentro sentado, lejos de losdemás y desfallecido? ¿Te abruma algúnpesar?

246 Con lánguida voz respondióleHéctor, el de tremolante casco:

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247 —¿Quién eres tú, oh el mejor delos dioses, que vienes a mi presencia yme interrogas? ¿No sabes que Ayante,valiente en la pelea, me hirió en elpecho con una piedra, mientras yomataba a sus compañeros junto a lasnaves de los aqueos, a hizo desfallecermi impetuoso valor? Figurábame quevena hoy mismo a los muertos y lamorada de Hades, porque ya iba aexhalar el alma.

253 Contestó el soberano Apolo, quehiere de lejos:

254 —Cobra ánimo. El Cronión temanda desde el Ida como defensor, paraasistirte y ayudarte, a Febo Apolo, el de

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la áurea espada; a mí, que ya antesprotegía tu persona y tu excelsa ciudad.Ea, ordena a tus muchos caudillos queguíen los veloces caballos hacia lascóncavas naves; y yo, marchando a sufrente, allanaré el camino a los corcelesy pondré en fuga a los héroes aqueos.

262 Dijo, e infundió un gran vigor alpastor de hombres. Como el corcelavezado a bañarse en la cristalinacorriente de un río, cuando se ve atadoen el establo come la cebada delpesebre, y rompiendo el ronzal saletrotando por la llanura, yergue orgullosola cerviz, ondean las crines sobre sucuello y ufano de su lozanía mueve

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ligero las rodillas encaminándose alsitio donde los caballos pacen, tanligeramente movía Héctor pies yrodillas, exhortando a los capitanes,después que oyó la voz de Apolo. Asícomo, cuando perros y pastorespersiguen a un cornígero ciervo o a unacabra montés que se refugia enescarpada roca o umbría selva, porqueno estaba decidido por el hado que elanimal fuese cogido; si, atraído por lagritería, se presenta un melenudo león, atodos los pone en fuga a pesar de suempeño; así también los dánaosavanzaban en tropel, hiriendo a susenemigos con espadas y lanzas de doble

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filo; mas, al notar que Héctor recorríalas hileras de los suyos, turbáronse y atodos se les cayó el alma a los pies.

281 Entonces Toante, hijo deAndremón y el más señalado de losetolios —era diestro en arrojar el dardo,valiente en el combate a pie firme ypocos aqueos vencíanle en el ágoracuando los jóvenes contendían sobre laelocuencia—, benévolo les arengódiciendo:

286 —¡Oh dioses! Grande es elprodigio que a mi vista se ofrece. ¡CómoHéctor, librándose de las parcas, se havuelto a levantar! Gran esperanzateníamos de que hubiese sido muerto por

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Ayante Telamoníada; pero algún diosprotegió y salvó nuevamente a Héctor,que ha quebrado las rodillas de muchosdánaos, como ahora volverá a hacerlotambién, pues no sin la voluntad de Zeustonante aparece tan resuelto al frente desus tropas. Ea, procedamos todos comovoy a decir. Ordenemos a lamuchedumbre que vuelva a las naves, ycuantos nos gloriamos de ser los másvalientes permanezcamos aquí yrechacémosle, yendo a su encuentro conlas picas levantadas. Creo que, porembravecido que tenga el corazón,temerá penetrar por entre los dánaos.

300 Así dijo, y ellos le escucharon y

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obedecieron. Ayante, el rey Idomeneo,Teucro, Meriones y Meges, igual a Ares,llamando a los más valientes, losdispusieron para la batalla contraHéctor y los troyanos; y la turba seretiró a las naves aqueas.

306 Los troyanos acometieronapiñados, siguiendo a Héctor, quemarchaba con arrogante paso. Delantedel héroe iba Febo Apolo, cubierto poruna nube, con la égida impetuosa,terrible, hirsuta, magnífica, que Hefesto,el broncista, diera a Zeus para quellevándola amedrentara a los hombres.Con ella en la mano, Apolo guiaba a lastropas.

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311 Los argivos, apiñados también,resistieron el ataque. Levantóse enambos ejércitos aguda gritería, lasflechas saltaban de las cuerdas de losarcos y audaces manos arrojaban buennúmero de lanzas, de las cuales unaspocas se hundían en el cuerpo de losjóvenes poseídos de marcial furor, y lasdemás clavábanse en el suelo; entre losdos campos, antes de llegar a la blancacarne de que estaban codiciosas.Mientras Febo Apolo tuvo la égidainmóvil, los tiros alcanzaban por igual aunos y a otros, y los hombres caían. Masasí que la agitó frente a los dánaos, deágiles corceles, dando un fortísimo

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grito, debilitó el ánimo en los pechos delos aqueos y logró que se olvidaran desu impetuoso valor. Como ponen endesorden una vacada o un hato de ovejasdos fieras que se presentan muy entradala obscura noche, cuando el guardiánestá ausente, de la misma manera, losaqueos huían desanimados, porqueApolo les infundió terror y dio gloria aHéctor y a los troyanos.

328 Entonces, ya extendida la batalla,cada caudillo troyano mató a un hombre.Héctor dio muerte a Estiquio y aArcesilao: éste era caudillo de losbeocios, de broncíneas corazas; el otro,compañero fiel del magnánimo

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Menesteo. Eneas hizo perecer aMedonte y a Jaso; de los cuales elprimero era hijo bastardo del divinoOileo y hermano de Ayante, y habitabaen Fílace, lejos de su patria, por habermuerto a un hermano de su madrastraEriópide, y Jaso, caudillo de losatenienses, era conocido como hijo deEsfelo Bucólida. Polidamante quitó lavida a Mecisteo, Polites a Equio altrabarse el combate, y el divino Agenora Clonio. Y Paris arrojó su lanza aDeíoco, que huía por entre loscombatientes delanteros; le hirió en laextremidad del hombro, y el broncesalió al otro lado.

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343 En tanto que los troyanosdespojaban de las armas a los muertos,los aqueos, arrojándose al foso y a laestacada, huían por todas partes ypenetraban en el muro, constreñidos porla necesidad. Y Héctor exhortaba a lostroyanos, diciendo a voz en grito:

347 —Arrojaos a las naves y dejadlos cruentos despojos. Al que yoencuentre lejos de los bajeles, allímismo le daré muerte, y luego sushermanos y hermanas no le entregarán alas llamas, sino que lo despedazarán losperros fuera de la ciudad.

352 En diciendo esto, azotó con ellátigo el lomo de los caballos; y,

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mientras atravesaba las filas, animaba alos troyanos. Éstos, dando amenazadoresgritos, guiaban los corceles de loscarros con fragor inmenso; y FeboApolo, que iba delante, holló con suspies las orillas del foso profundo, echóla tierra dentro y formó un camino largoy tan ancho como la distancia que mediaentre el hombre que arroja una lanzapara probar su fuerza y el sitio donde lamisma cae. Por allí se extendieron enbuen orden; y Apolo, que con la égidapreciosa iba a su frente, derribaba elmuro de los aqueos, con la mismafacilidad con que un niño, jugando en laplaya, desbarata con los pies y las

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manos lo que de arena había construido.Así tú, Febo, que hieres de lejos,destruías la obra que había costado a losaqueos muchos trabajos y fatigas, y aellos los ponías en fuga.

367 Los aqueos no pararon hasta lasnaves, y allí se animaban unos a otros, ycon los brazos alzados, profiriendograndes voces, imploraban el auxilio delas deidades. Y especialmente Néstorgerenio, protector de los aqueos, orabalevantando las manos al estrelladocielo:

372 —¡Padre Zeus! Si alguien enArgos, abundante en trigales, quemó entu obsequio pingües muslos de buey o de

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oveja, y te pidió que lograra volver a supatria, y tú se lo prometiste asintiendo;acuérdate de ello, oh Olímpico, apartade nosotros el día funesto, y no permitasque los aqueos sucumban a manos de lostroyanos.

377 Así dijo rogando. El próvidoZeus atendió las preces del ancianoNelida, y tronó fuertemente.

379 Los troyanos, al oír el trueno deZeus, que lleva la égida, arremetieroncon más furia a los argivos, y sólo encombatir pensaron. Como las olas delvasto mar salvan el costado de una navey caen sobre ella, cuando el vientoarrecia y las levanta a gran altura, así

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los troyanos pasaron el muro, e,introduciendo los carros, peleaban juntoa las popas con lanzas de doble filo;mientras los aqueos, subidos en lasnegras naves, se defendían con pértigaslargas, fuertes, de punta de bronce, quepara los combates navales llevaban enaquéllas.

390 Mientras aqueos y troyanoscombatieron cerca del muro, lejos de lasveleras naves, Patroclo permaneció enla tienda del bravo Eurípilo,entreteniéndole con la conversación ycurándole la grave herida con drogasque mitigaron los acerbos dolores. Mas,al ver que los troyanos asaltaban con

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ímpetu el muro y se producía clamoreo yfuga entre los dánaos, gimió; y, bajandolos brazos, golpeóse los muslos, suspiróy dijo:

399 —¡Eurípilo! Ya no puedo seguiraquí, aunque me necesites, porque se hatrabado una gran batalla. Te cuidará elescudero, y yo volveré presuroso a latienda de Aquiles para incitarle a pelear.¿Quién sabe si con la ayuda de algúndios conmoveré su ánimo? Gran fuerzatiene la exhortación de un compañero.

405 Dijo, y salió. Los aqueossostenían firmemente la acometida delos troyanos, pero, aunque éstos eranmenos, no podían rechazarlos de las

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naves; y tampoco los troyanos lograbanromper las falanges de los dánaos yentrar en sus tiendas y bajeles. Como laplomada nivela el mástil de un navío enmanos del hábil constructor que conocebien su arte por habérselo enseñadoAtenea, de la misma manera andabaigual el combate y la pelea, y unosluchaban en torno de unas naves y otrosalrededor de otras.

415 Héctor fue a encontrar al gloriosoAyante; y, luchando los dos por unanave, ni aquél conseguía arredrar a éstey pegar fuego a los bajeles, ni éstelograba rechazar a aquél, a quien un dioshabía acercado al campamento.

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Entonces el esclarecido Ayante dio unalanzada en el pecho a Calétor, hijo deClito, que iba a echar fuego en un barco:el troyano cayó con estrépito, y la teadesprendióse de su mano. Y Héctor,como viera con sus ojos que su primocaía en el polvo delante de la negranave, exhortó a troyanos y licios,diciendo a grandes voces:

425 —¡Troyanos, licios, dárdanos,que cuerpo a cuerpo peleáis! No dejéisde combatir en esta angostura; defendedel cuerpo del hijo de Clito, que cayó enla pelea junto a las naves, para que losaqueos no lo despojen de las armas.

429 Dichas estas palabras, arrojó a

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Ayante la luciente pica y erró el tiro;pero, en cambio, hirió a Licofrón deCitera, hijo de Mástor y escudero deAyante, en cuyo palacio vivía desde queen aquella ciudad mató a un hombre: elagudo bronce penetró en la cabeza porencima de una oreja; y el guerrero, quese hallaba junto a Ayante, cayó deespaldas desde la nave al polvo de latierra, y sus miembros quedaron sinvigor. Estremecióse Ayante, y dijo a suhermano:

437 —¡Querido Teucro! Nos hanmuerto al Mastórida, el compañero flela quien honrábamos en el palacio comoa nuestros padres, desde que vino de

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Citera. El magnánimo Héctor le quitó lavida. Pero ¿dónde tienes las mortíferasflechas y el arco que te dio Febo Apolo?

442 Así dijo. Oyóle Teucro y acudiócorriendo, con el flexible arco y elcarcaj lleno de flechas; y una vez a sulado, comenzó a disparar saetas contralos troyanos. E hirió a Clito, preclarohijo de Pisénor y compañero del ilustrePolidamante Pantoida, que con lasriendas en la mano dirigía los corcelesadonde más falanges en montón confusose agitaban, para congraciarse conHéctor y los troyanos; pero prontoocurrióle la desgracia, de que nadie, pormás que lo deseara, pudo librarle: la

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dolorosa flecha se le clavó en el cuellopor detrás; el guerrero cayó del carro, ylos corceles retrocedieron arrastrandocon estrépito el carro vacío. Al notarloPolidamante, su dueño, se adelantó y losdetuvo; entrególos a Astínoo, hijo deProtiaón, con el encargo de que lostuviera cerca, y se mezcló de nuevo conlos combatientes delanteros.

458 Teucro sacó otra flecha paratirarla a Héctor, armado de bronce; y, sihubiese conseguido herirlo y quitarle lavida mientras peleaba valerosamente,con ello diera final al combate que juntoa las naves aqueas se sostenía. Mas nodejó de advertirlo en su mente el

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próvido Zeus, y salvó la vida a Héctor, ala vez que privaba de gloria a TeucroTelamonio, rompiéndole a éste la cuerdadel magnífico arco cuando lo tendía: laflecha, que el bronce hacía ponderosa,torció su camino, y el arco cayó de lasmanos del guerrero. EstremecióseTeucro, y dijo a su hermano:

467 —¡Oh dioses! Alguna deidad quequiere frustrar nuestros medios decombate me quitó el arco de la mano yrompió la cuerda recién torcida, que atéesta mañana para que pudiera despedir,sin romperse, multitud de flechas.

471 Respondióle el gran AyanteTelamonio:

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472 —¡Oh amigo! Deja quieto el arcocon las abundantes flechas, ya que undios lo inutilizó por odio a los dánaos;toma una larga pica y un escudo quecubra tus hombros, pelea contra lostroyanos y anima a la tropa. Que aunsiendo vencedores, no tomen sin trabajolas naves de muchos bancos. Sólo encombatir pensemos.

478 Así dijo. Teucro dejó el arco enla tienda, colgó de sus hombros unescudo formado por cuatro pieles,cubrió la robusta cabeza con un labradocasco, cuyo penacho de crines decaballo ondeaba terriblemente en lacimera, asió una fuerte lanza de aguzada

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broncínea punta, salió y volviócorriendo al lado de Ayante.

484 Héctor, al ver que las saetas deTeucro quedaban inútiles, exhortó a lostroyanos y a los licios, gritando recio:

486 —¡Troyanos, licios, dárdanos,que cuerpo a cuerpo combatís! Sedhombres, amigos, y mostrad vuestroimpetuoso valor junto a las cóncavasnaves; pues acabo de ver con mis ojosque Zeus ha dejado inútiles las flechasde un eximio guerrero. El influjo deZeus lo reconocen fácilmente así los quedel dios reciben excelsa gloria, comoaquéllos a quienes abate y no quieresocorrer: ahora debilita el valor de los

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argivos y nos favorece a nosotros.Combatid juntos cerca de los bajeles; yquien sea herido mortalmente, de cercao de lejos, cumpliéndose su destino,muera; que será honroso para él morircombatiendo por la patria, y su esposa ahijos se verán salvos, y su casa yhacienda no padecerán menoscabo, silos aqueos regresan en las naves a supatria tierra.

500 Así diciendo les excitó a todos elvalor y la fuerza. Ayante, a su vez,exhortó asimismo a sus compañeros:

502 —¡Qué vergüenza, argivos! Yallegó el momento de morir o de salvarserechazando de las naves a los troyanos.

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¿Esperáis acaso volver a pie a la patriatierra, si Héctor, el de tremolante casco,toma los bajeles? ¿No oís cómo anima atodos los suyos y desea quemar lasnaves? No les manda que vayan a unbaile, sino que peleen. No hay mejorpensamiento o consejo para nosotrosque éste: combatir cuerpo a cuerpo yvalerosamente con el enemigo. Espreferible morir de una vez o asegurar lavida, a dejarse matar paulatina einfructuosamente en la terriblecontienda, junto a las naves, porguerreros que nos son inferiores.

514 Con estas palabras les excitó atodos el valor y la fuerza. Entonces

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Héctor mató a Esquedio, hijo dePerimedes y caudillo de los focios;Ayante quitó la vida a Laodamante, hijoilustre de Anténor, que mandaba lospeones, y Polidamante acabó con Oto deCilene, compañero del Filida y jefe delos magnánimos epeos. Meges, al verlo,arremetió con la lanza a Polidamante;pero éste hurtó el cuerpo —Apolo noquiso que el hijo de Pántoo sucumbieraentre los combatientes delanteros—, yaquél hirió en medio del pecho aCresmo, que cayó con estrépito, y elaqueo le despojó de la armadura quecubría sus hombros. En tanto, DólopeLampétida, hábil en manejar la lanza

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(Lampo Laomedontíada habíaengendrado este hijo bonísimo, queestuvo dotado de impetuoso valor), selanzó contra el Filida y, acometiéndolede cerca, diole un bote en el centro delescudo; pero el Filida se salvó, graciasa una fuerte coraza que protegía sucuerpo, la cual había sido regalada enotro tiempo a Fileo en Éfira, a orillasdel río Seleente, por su huésped el reyEufetes, para que en la guerra ledefendiera de los enemigos, y entonceslibró de la muerte a su hijo Meges. Éste,a su vez, dio una lanzada a Dólope en laparte inferior de la cimera del broncíneocasco, adornado con crines de caballo,

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rompióla y derribó en el polvo elpenacho recién teñido de vistosapúrpura. Y mientras Dólope seguíacombatiendo con la esperanza de vencer,el belicoso Menelao fue a ayudar aMeges; y, poniéndose a su lado sin servisto, clavó la lanza en la espalda deaquél: la punta impetuosa salió por elpecho, y el guerrero cayó de cara.Ambos caudillos corrieron a quitarle labroncínea armadura de los hombros; yHéctor exhortaba a todos sus deudos eincrepaba especialmente al esforzadoMelanipo Hicetaónida; el cual, antes depresentarse los enemigos, apacentabaflexipedes bueyes en Percote, y, cuando

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llegaron los dánaos en las encorvadasnaves, fuese a Ilio, sobresalió entre lostroyanos y habitó el palacio de Príamo,que le honraba como a sus hijos. AMelanipo, pues, le reprendía Héctor,diciendo:

553 ¿Seremos tan indolentes,Melanipo? ¿No te conmueve el corazónla muerte del primo? ¿No ves cómotratan de llevarse las armas de Dólope?Sígueme; que ya es necesario combatirde cerca con los argivos, hasta que losdestruyamos o arruinen ellos la excelsaIlio desde su cumbre y maten a losciudadanos.

559 Habiendo hablado así, echó a

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andar, y siguióle el varón, que parecíaun dios. A su vez, el gran AyanteTelamonio exhortó a los argivos:

561 —¡Oh amigos! ¡Sed hombres,mostrad que tenéis un corazónpundonoroso, y avergonzaos de parecercobardes en el duro combate! De los quesienten este temor, son más los que sesalvan que los que mueren; los quehuyen no alcanzan gloria ni socorroalguno.

565 Así dijo; y ellos, que ya antesdeseaban derrotar al enemigo, pusieronen su corazón aquellas palabras ycercaron las naves con un muro debronce. Zeus incitaba a los troyanos

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contra los aqueos. Y Menelao, valienteen la pelea, exhortó a Antíloco:

569 —¡Antíloco! Ningún aqueo delos presentes es más joven que tú, nimás ligero de pies, ni tan fuerte en elcombate. Si arremetieses a los troyanosa hirieras a alguno…

572 Así dijo, y alejóse de nuevo.Antíloco, animado, saltó más allá de loscombatientes delanteros; y, revolviendoel rostro a todas partes, arrojó laluciente lanza. Al verlo, huyeron lostroyanos. No fue vano el tiro, pues hirióen el pecho, cerca de la tetilla, aMelanipo, animoso hijo de Hicetaón,que acababa de entrar en combate: el

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troyano cayó con estrépito, y laobscuridad cubrió sus ojos. Como elperro se abalanza al cervato herido poruna flecha que al saltar de la madriguerale tira un cazador, dejándole sin vigorlos miembros, así el belicoso Antílocose arrojó sobre ti, oh Melanipo, paraquitarte la armadura. Mas no pasóinadvertido para el divino Héctor; elcual, corriendo por el campo de batalla,fue al encuentro de Antíloco; y éste,aunque era luchador brioso, huyó sinesperarle, parecido a la fiera que causaalgún daño, como matar a un perro o aun pastor junto a sus bueyes, y huyeantes que se reúnan muchos hombres; así

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huyó el Nestórida; y sobre él, lostroyanos y Héctor, promoviendoinmenso alboroto hacían lloverdolorosos tiros. Y Antíloco, tan prontocomo llegó a juntarse con suscompañeros, se detuvo y volvió la caraal enemigo.

592 Los troyanos, semejantes acarniceros leones, asaltaban las naves ycumplían los designios de Zeus, el cualles infundía continuamente gran valor yles excitaba a combatir, y al propiotiempo abatía el ánimo de los argivos,privándoles de la gloria del triunfo,porque deseaba en su corazón dar gloriaa Héctor Priámida, a fin de que éste

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arrojase el abrasador y voraz fuego enlas corvas naves, y se efectuara de todoen todo la funesta súplica de Tetis. Elpróvido Zeus sólo aguardaba ver consus ojos el resplandor de una naveincendiada, pues desde aquel instanteharía que los troyanos fuesenperseguidos desde las naves y daríagloria a los dánaos. Pensando en talescosas, el dios incitaba a HéctorPriámida, ya de por sí muy enardecido,a encaminarse hacia las cóncavas naves.Como se enfurece Ares blandiendo lalanza, o se embravece el perniciosofuego en la espesura de poblada selva,así se enfurecía Héctor: su boca estaba

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cubierta de espuma, los ojos lecentelleaban debajo de las torvas cejasy el casco se agitaba terriblemente ensus sienes mientras peleaba. Y desde eléter Zeus protegía únicamente a Héctor,entre tantos hombres, y le daba honor ygloria; porque el héroe debía vivir poco,y ya Palas Atenea apresuraba la llegadadel día fatal en que había de sucumbir amanos del Pelida. Héctor deseabaromper las filas de los combatientes, yprobaba por donde veía mayor turba ymejores armas; mas, aunque ponía granempeño, no pudo conseguirlo, porquelos dánaos, dispuestos en columnacerrada, hicieron frente al enemigo. Cual

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un peñasco escarpado y grande, que enla ribera del espumoso mar resiste elímpetu de los sonoros vientos y de lasingentes olas que allí se rompen, así losdánaos aguardaban a pie firme a lostroyanos y no huían. Y Héctor,resplandeciente como el fuego, saltó alcentro de la turba como la ola impetuosalevantada por el viento cae desde lo altosobre la ligera nave, llenándola deespuma, mientras el soplo terrible delhuracán brama en las velas y losmarineros tiemblan amedrentadosporque se hallan muy cerca de la muerte,de tal modo vacilaba el ánimo en elpecho de los aqueos. Como dañino león

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acomete un rebaño de muchas vacas quepacen a orillas de extenso lago y songuardadas por un pastor que, nosabiendo luchar con las fieras paraevitar la muerte de alguna vaca deretorcidos cuernos, va siempre con lasprimeras o con las últimas reses; y elleón salta al centro, devora una vaca ylas demás huyen espantadas, así losaqueos todos fueron puestos en fuga porHéctor y el padre Zeus, pero Héctormató a uno solo, a Perifetes de Micenas,hijo de aquel Copreo que llevaba losmensajes del rey Euristeo al fornidoHeracles. De este padre obscuro naciótal hijo, que superándole en toda clase

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de virtudes, en la carrera y en elcombate, campeó por su talento entre losprimeros ciudadanos de Micenas yentonces dio a Héctor gloria excelsa.Pues al volverse tropezó con el bordedel escudo que le cubría de pies acabeza y que llevaba para defenderse delos tiros, y, enredándose con él, cayó deespaldas, y el casco resonó de un modohorrible en torno de las sienes. Héctorlo advirtió enseguida, acudió corriendo,metió la pica en el pecho de Perifetes yle mató cerca de sus mismoscompañeros que, aunque afligidos, nopudieron socorrerle, pues temían muchoal divino Héctor.

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653 Por fin llegaron a las naves.Defendíanse los argivos detrás de lasque se habían sacado primero a la playa,y los troyanos fueron a perseguirlos:Aquéllos, al verse obligados a retirarsede las primeras naves, se colocaronapiñados cerca de las tiendas, sindispersarse por el ejército porque lavergüenza y el temor se lo impedían, ymutua e incesantemente se exhortaban. Yespecialmente Néstor, protéctor de losaqueos, dirigíase a todos los guerreros,y en nombre de sus padres así lessuplicaba:

661 —¡Oh amigos! Sed hombres ymostrad que tenéis un corazón

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pundonoroso delante de los demásvarones. Acordaos de los hijos, de lasesposas, de los bienes, y de los padres,vivan aún o hayan fallecido. En nombrede estos ausentes os suplico queresistáis firmemente y no os entreguéis ala fuga.

667 Con estas palabras les excitó atodos el valor y la fuerza. EntoncesAtenea les quitó de los ojos la densa ydivina nube que los cubría, y apareció laluz por ambos lados, en las naves y en lalid sostenida por los dos ejércitos conigual tesón. Vieron a Héctor, valiente enla pelea, y a sus propios compañeros,así a cuantos estaban detrás de los

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bajeles y no combatían, como a los quejunto a las veleras naves daban batallaal enemigo.

674 No le era grato al corazón delmagnánimo Ayante permanecer dondelos demás aqueos se habían retirado; yel héroe, andando a paso largo, iba denave en nave llevando en la mano unagran percha de combate naval que medíaveintidós codos y estaba reforzada conclavos. Como un diestro cabalgadorescoge cuatro caballos entre muchos, losguía desde la llanura a la gran ciudadpor la carretera, muchos hombres ymujeres le admiran, y él saltacontinuamente y con seguridad del uno

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al otro, mientras los corceles vuelan; asíAyante, andando a paso seguido,recorría las cubiertas de muchas naves ysu voz llegaba al éter. Sin cesar dabahorribles gritos, para exhortar a losdánaos a defender naves y tiendas.Tampoco Héctor permanecía en la turbade los troyanos, armados de fuertescorazas: como el águila negra se echasobre una bandada de alígeras aves —gansos, grullas o cisnes cuellilargos—que están comiendo a orillas de un río;así Héctor corría en derechura a unanave de negra proa, empujado por lamano poderosa de Zeus, y el diosincitaba también a la tropa para que le

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acompañara.696 De nuevo se trabó un reñido

combate al pie de los bajeles. Hubierasdicho que, sin estar cansado nifatigados, comenzaban entonces apelear. ¡Con tal denuedo luchaban! Heaquí cuáles eran sus respectivospensamientos: los aqueos no creíanescapar de aquel desastre, sino perecer;los troyanos esperaban en su corazónincendiar las naves y matar a los héroesaqueos. Y con estas ideas asaltábanseunos a otros.

704 Héctor llegó a tocar la popa deuna nave surcadora del ponto, bella y decurso rápido; aquélla en que Protesilao

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llegó a Troya y que luego no había dellevarle otra vez a la patria tierra. Poresta nave se mataban los aqueos y lostroyanos: sin aguardar desde lejos lostiros de flechas y dardos, combatían decerca y con igual ánimo, valiéndose deagudas hachas, segures, grandes espadasy lanzas de doble filo. Muchas hermosasdagas, de obscuro recazo, provistas demango, cayeron al suelo, ya de lasmanos, ya de los hombros de loscombatientes; y la negra tierra manabasangre. Héctor, desde que cogió la popa,no la soltaba y, teniendo entre sus manosla parte superior de la misma, animaba alos troyanos:

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718 —¡Traed fuego, y todosapiñados, trabad la batalla! Zeus nosconcede un día que lo compensa todo,pues vamos a tomar las naves quevinieron contra la voluntad de los diosesy nos han ocasionado muchascalamidades por la cobardía de losviejos, que no me dejaban pelear cercade aquéllas y detenían al ejército. Mas,si entonces el largovidente Zeusofuscaba nuestra razón, ahora él mismonos impele y anima.

726 Así dijo; y ellos acometieron conmayor ímpetu a los argivos. Ayante yano resistió, porque estaba abrumado porlos tiros: temiendo morir, dejó la

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cubierta, retrocedió hasta un banco deremeros que tenía siete pies, púsose avigilar, y con la pica apartaba del navíoa cuantos llevaban el voraz fuego, entanto que exhortaba a los dánaos conespantosos gritos:

733 —¡Oh amigos, héroes dánaos,servidores de Ares! Sed hombres ymostrad vuestro impetuoso valor.¿Creéis, por ventura, que hay a nuestraespalda otros defensores o un muro mássólido que libre a los hombres de lamuerte? Cerca de aquí no existe ciudadalguna defendida con torres, en la quehallemos refugio y cuyo pueblo nos déauxilio para alcanzar ulterior victoria;

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sino que por hallamos en la llanura delos troyanos, de fuertes corazas, aorillas del mar y lejos de la patria tierra.La salvación, por consiguiente, está enlos puños; no en ser flojos en la pelea.

742 Dijo, y acometió furioso con laaguda lanza. Y cuantos troyanos,movidos por las excitaciones de Héctor,quisieron llevar ardiente fuego a lascóncavas naves, a todos los hirió Ayantecon su larga pica. Doce fueron los quehirió de cerca, delante de los bajeles.

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Canto XVI*

Patroclea

* Al advertirlo, Patroclo suplica aAquiles que rechace al enemigo; y, noconsiguiéndolo, le ruega que, por lomenos, le preste sus armas y le permitaponerse al frente de los mirmidones paraahuyentar a los troyanos. AccedeAquiles, y le recomienda que se vuelva

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atrás cuando los haya echado de lasnaves, pues el destino no le tienereservada la gloria de apoderarse deTroya. Mas Patroclo, enardecido por sushazañas, entre ellas la de dar muerte aSarpedón, hijo de Zeus, persigue a lostroyanos por la llanura hasta que Apolole desata la coraza. Euforbo lo hiere yHéctor lo mata.

1 Así peleaban por la nave demuchos bancos. Patroclo se presentó aAquiles, pastor de hombres, derramandoardientes lágrimas como fuente profundaque vierte sus aguas sombrías por

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escarpada roca. Tan pronto como le vioel divino Aquiles, el de los pies ligeros,compadecióse de él y le dijo estasaladas palabras:

7 —¿Por qué lloras, Patroclo, comouna niña que va con su madre ydeseando que la tome en brazos, la tiradel vestido, la detiene a pesar de quelleva prisa, y la mira con ojos llorosospara que la levante del suelo? Comoella, oh Patroclo, derramas tiernaslágrimas. ¿Vienes a participarnos algo alos mirmidones o a mí mismo? ¿Supistetú solo alguna noticia de Ftía? Dicen queMenecio, hijo de Áctor, existe aún; vivetambién Peleo Eácida entre los

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mirmidones, y es la muerte dé aquél o deéste lo que más nos podría afligir. ¿Olloras quizás porque los argivosperecen, cerca de las cóncavas naves,por la injusticia que cometieron? Habla,no me ocultes lo que piensas, para queambos lo sepamos.

20 Dando profundos suspiros,respondiste así, caballero Patroclo:

21 —¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, elmás valiente de los aqueos! No teirrites, porque es muy grande el pesarque los abruma. Los que antes eran losmás fuertes, heridos unos de cerca yotros de lejos, yacen en las naves —conarma arrojadiza fue herido el poderoso

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Diomedes Tidida; con la pica Ulises,famoso por su lanza, y Agamenón; aEurípilo flecháronle en el muslo—, y losmédicos, que conocen muchas drogas,ocúpanse en curarles las heridas. Tú,Aquiles, eres implacable. Jamás seapodere de mí rencor como el queguardas! ¡Oh tú, que tan mal empleas elvalor! ¿A quién podrás ser útil mástarde, si ahora no salvas a los argivos demuerte indigna? ¡Despiadado! No fue tupadre el jinete Peleo, ni Tetis tu madre;el glauco mar o las escarpadas rocasdebieron de engendrarte, porque tuespíritu es cruel. Si te abstienes decombatir por algún vaticinio que tu

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veneranda madre, enterada por Zeus, tehaya revelado, envíame a mí con losdemás mirmidones, por si llego a ser laaurora de la salvación de los dánaos; ypermite que cubra mis hombros con tuarmadura para que los troyanos meconfundan contigo y cesen de pelear, losbelicosos dánaos que tan abatidos estánse reanimen y la batalla tenga su tregua,aunque sea por breve tiempo. Nosotros,que no nos hallamos extenuados defatiga, rechazaríamos fácilmente de lasnaves y de las tiendas hacia la ciudad aesos hombres que de pelear estáncansados.

46 Así le suplicó el muy insensato; y

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con ello llamaba a la terrible muerte y ala parca. Aquiles, el de los pies ligeros,le contestó muy indignado:

49 —¡Ay de mí, Patroclo, del linajede Zeus, qué dijiste! No me abstengo porningún vaticinio que sepa y tampoco laveneranda madre me dijo nada de partede Zeus, sino que se me oprime elcorazón y el alma cuando un hombre,porque tiene más poder, quiere privar asu igual de lo que le corresponde y lequita la recompensa. Tal es el gran pesarque tengo, a causa de las contrariedadesque mi ánimo ha padecido. La joven quelos aqueos me adjudicaron comorecompensa y que había conquistado con

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mi lanza, al tomar una bien muradaciudad, el rey Agamenón Atrida me laquitó como si yo fuera un miserableadvenedizo. Mas dejemos lo pasado, noes posible guardar siempre la ira en elcorazón, aunque había resuelto nodeponer la cólera hasta que la gritería yel combate llegaran a mis bajeles. Cubretus hombros con mi magnífica armadura,ponte al frente de los belicososmirmidones y llévalos a la pelea; puesnegra nube de troyanos cerca ya lasnaves con gran ímpetu, y los argivos,acorralados en la orilla del mar, sólodisponen de un corto espacio. Toda laciudad de los troyanos ha comparecido

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confiadamente, porque no ven mireluciente casco. Pronto huirían llenandode muertos los fosos, si el reyAgamenón fuera justo conmigo; mientrasque ahora combaten alrededor denuestro ejército. Ya la mano deDiomedes Tidida no blandefuriosamente la lanza para librar a losdánaos de la muerte, ni he oído un sologrito que viniera de la odiosa cabeza delAtrida: sólo resuena la voz de Héctor,matador de hombres, animando a lostroyanos, que con voceno ocupan toda lallanura y vencen en la batalla a losaqueos. Pero tú, Patroclo, échateimpetuosamente sobre ellos y aparta de

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las naves esa peste; no sea que, pegandoardiente fuego a los bajeles, nos privende la deseada vuelta. Haz cuanto te voya decir, para que me procures muchahonra y gloria ante todos los dánaos, yéstos me devuelvan la muy hermosajoven y me hagan además espléndidosregalos. Tan luego como los alejes delas naves, vuelve atrás; y, aunque eltonante esposo de Hera te dé gloria, noquieras luchar sin mí contra losbelicosos troyanos, pues contribuirías ami deshonra. Y tampoco, estimulado porel combate y la pelea, te encamines,matando enemigos, a Ilio; no sea quealguno de los sempiternos dioses baje

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del Olimpo, pues a los troyanos losquiere mucho Apolo, el que hiere delejos. Retrocede tan pronto como hayashecho brillar la luz de la salvación enlas naves, y deja que se siga peleando enla llanura. Ojalá, ¡padre Zeus, Atenea,Apolo!, ninguno de los troyanos ni delos argivos escape de la muerte, y noslibremos de ella nosotros dos, para quepodamos derribar las almenas sagradasde Troya.

101 Así éstos conversaban. Ayante yano resistía: vencíanle el poder de Zeus ylos animosos troyanos que le arrojabandardos; su refulgence casco resonaba deun modo horrible en torno de las sienes,

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golpeado continuamente en las hermosasabolladuras; y el héroe tenía cansado elhombro derecho de sostener con firmezael versátil escudo, pero no lograbanhacerle mover de su sitio por más tirosque le enderezaban. Ayante estabaabrumado por continuo y fatigoso jadeo,abundante sudor manaba de todos susmiembros y apenas podía respirar: portodas partes a una desgracia sucedíaotra.

112 Decidme, Musas, que poseéisolímpicos palacios, cómo por vezprimera cayó el fuego en las navesaqueas.

114 Héctor, que se hallaba cerca de

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Ayante, le dio con la gran espada ungolpe en la pica de fresno y se la quebrópor la juntura del asta con el hierro.Quiso Ayante blandir la truncada pica, yla broncínea punta cayó a lo lejos congran ruido. Entonces el eximio Ayantereconoció en su espíritu irreprensible laintervención de los dioses, estremecióseporque Zeus altitonante les frustrabatodos los medios de combate y queríadar la victoria a los troyanos, y se pusofuera del alcance de los tiros. Lostroyanos arrojaron voraz fuego a lavelera nave, y pronto se extendió por lamisma una llama inextinguible. Así queel fuego rodeó la popa, Aquiles,

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golpeándose el muslo, dijo a Patroclo:126 —¡Sus, Patroclo, del linaje de

Zeus, hábil jinete! Ya veo en las naves laimpetuosa llama del fuego destructor: nosea que se apoderen de ellas, y nimedios para huir tengamos. Apresúrate avestir las armas, y yo entre tanto reuniréla gente.

130 Así dijo, y Patroclo vistió laarmadura de luciente bronce: púsose enlas piernas elegantes grebas, ajustadascon broches de plata; protegió su pechocon la coraza labrada, refulgente, delEácida, de pies ligeros; colgó al hombrouna espada de bronce, guarnecida deargénteos clavos; embrazó el grande y

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fuerte escudo; cubrió la fuerte cabezacon un hermoso casco, cuyo penacho, decrines de caballo, ondeaba terriblementeen la cimera, y asió dos lanzas fuertesque su mano pudiera blandir. Solamentedejó la lanza pesada, grande y fornidadel eximio Eácida, porque Aquiles erael único aqueo capaz de manejarla:había sido cortada de un fresno de lacumbre del Pelio y regalada por Quirónal padre de Aquiles, para que con ellamatara héroes. Luego, Patroclo mandó aAutomedonte —el amigo a quien máshonraba después de Aquiles, destructorde hombres, y el más fiel en resistir a sulado la acometida del enemigo en las

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batallas— que enganchara enseguida loscaballos. Automedonte unció debajo delyugo a Janto y Balio, corceles ligerosque volaban como el viento y tenían pormadre a la harpía Podarga, la cual,paciendo en una pradera junto a lacorriente del Océano, los concibió delCéfiro. Y con ellos puso al excelentePédaso, que Aquiles se llevó de laciudad de Eetión cuando la tomó; corcelque, no obstante su condición de mortal,seguía a los caballos inmortales.

155 Aquiles, recorriendo las tiendas,hacía tomar las armas a todos losmirmidones. Como carniceros lobosdotados de una fuerza inmensa

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despedazan en el monte un grandecornígero ciervo que han matado y susmandíbulas aparecen rojas de sangre,luego van en tropel a lamer con lastenues lenguas el agua de un profundomanantial, eructando por la sangre quehan bebido, y su vientre se dilata, peroel ánimo permanece intrépido en elpecho, de igual manera los jefes ypríncipes de los mirmidones se reuníanpresurosos alrededor del valienteservidor del Eácida, de pies ligeros. Yen medio de todos el belicoso Aquilesanimaba así a los que combatían encarros, como a los peones armados deescudos.

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168 Cincuenta fueron las velerasnaves en que Aquiles, caro a Zeus,condujo a Ilio sus tropas; en cada unaembarcáronse cincuenta hombres; y elhéroe nombró cinco jefes para que losrigieran, reservándose el mandosupremo. Del primer cuerpo era caudilloMenestio, el de labrada coraza, hijo delrío Esperqueo, que las celestialeslluvias alimentan: habíale dado a luz labella Polidora, hija de Peleo, que siendomujer se acostó con una deidad, con elinfatigable Esperqueo; aunque secreyera que lo había tenido de Boro,hijo de Perieres, el cual se desposópúblicamente con ella y le constituyó

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una gran dote. Mandaba la segundasección el belicoso Eudoro, nacido deuna soltera, de la hermosa Polimela, hijade Filante; de la cual enamoróse elpoderoso Argicida al verla con sus ojosentre las que danzaban al son del cantoen un coro de Artemis, la diosa quelleva arco de oro y ama el bullicio de lacaza; el benéfico Hermes subióenseguida al aposento de la joven,uniéronse clandestinamente y ella le dioun hijo ilustre, Eudoro, ligero en elcorrer y belicoso. Cuando Ilitía, quepreside los partos, sacó a luz al infante yéste vio los rayos del sol, el fuerteEquecles Actórida la tomó por esposa,

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constituyéndole una gran dote, y elanciano Filante crió y educó al niño contanto amor como si hubiera sido hijosuyo. Estaba al frente de la terceradivisión el belicoso Pisandro Memálida,que, después del compañero del Pelión,era entre todos los mirmidones quiendescollaba más en combatir con lalanza. La cuarta línea estaba a lasórdenes de Fénix, aguijador de caballos;y la quinta tenía por jefe al eximioAlcimedonte, hijo de Laerces. CuandoAquiles los hubo puesto a todos enorden de batalla con sus respectivoscapitanes, les dijo con voz pujante:

200 —¡Mirmidones! Ninguno de

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vosotros olvide las amenazas que en lasveleras naves dirigíais a los troyanosmientras duró mi cólera, ni lasacusaciones con que todos meacriminabais: «¡Inflexible hijo de Peleo!Sin duda tu madre te nutrió con hiel.¡Despiadado, pues retienes a tuscompañeros en las naves contra suvoluntad! Embarquémonos en las navessurcadoras del ponto y volvamos a lapatria, ya que la cólera funesta anidó detal suerte en tu corazón». Asíacostumbrabais hablarme cuando osreuníais. Pues a la vista tenéis la granempresa del combate que tanto habéisanhelado. Y ahora cada uno pelee con

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valeroso corazón contra los troyanos.210 Así diciendo, les excitó a todos

el valor y la fuerza; y ellos, al oír a surey, cerraron más las filas. Como elobrero junta grandes piedras al construirla pared de una elevada casa, para queresista el ímpetu de los vientos, así, tanunidos, estaban los cascos y losabollonados escudos: la rodela seapoyaba en la rodela, el yelmo en elyelmo, cada hombre en su vecino, y lospenachos de crines de caballo y loslucientes conos de los cascos sejuntaban cuando alguien inclinaba lacabeza. ¡Tan apretadas eran las filas!Delante de todos se pusieron dos

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hombres armados, Patroclo yAutomedonte; los cuales tenían igualánimo y deseaban combatir al frente delos mirmidones. Aquiles entró en sutienda y alzó la tapa de un arca hermosay labrada que Tetis, la de argentadospies, había puesto en la nave del héroedespués de llenarla de túnicas y mantos,que le abrigasen contra el viento, y deafelpados cobertores. Allí tenía unacopa de primorosa labor que no usabanadie para beber el negro vino ni paraofrecer libaciones a otro dios que alpadre Zeus. Sacóla del arca, y,purificándola primero con azufre, lalimpió con agua cristalina; acto continuo

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lavóse las manos, llenó la copa, y,puesto en medio del recinto con los ojoslevantados al cielo, libó el negro vino yoró a Zeus, que se complace en lanzarrayos, sin que al dios le pasarainadvertido:

233 —¡Zeus soberano, Dodoneo,Pelásgico, que vives lejos y reinas enDodona, de frío invierno, donde moranlos selos, tus intérpretes, que no se lavanlos pies y duermen en el suelo!Escuchaste mis palabras cuando teinvoqué, y para honrarme oprimisteduramente al pueblo aqueo. Puestambién ahora cúmpleme este voto: Yome quedo donde están reunidas las

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naves y mando al combate a micompañero con muchos mirmidones: hazque le siga la victoria, largovidenteZeus, e infúndele valor en el corazónpara que Héctor vea si mi escudero sabepelear solo, o si sus manos invictasúnicamente se mueven con furia cuandova conmigo a la contienda de Ares. Ycuando haya apartado de los bajeles lagritería y la pelea, vuelva incólume contodas las armas y con los compañerosque de cerca combaten.

249 Así dijo rogando. El próvidoZeus le oyó; y de las dos cosas el padrele otorgó una: concedióle que apartasede las naves el combate y la pelea, y

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nególe que volviera ileso de la batalla.Hecha la libación y la rogativa al padreZeus, entró Aquiles en la tienda, dejó lacopa en el arca y apareció otra vezdelante de la tienda, porque deseaba ensu corazón presenciar la terrible luchade troyanos y aqueos.

257 Los mirmidones seguían conarmas y en buen orden al magnánimoPatroclo, hasta que alcanzaron a lostroyanos y les arremetieron con grandesbríos, esparciéndose como las avispasque moran en el camino, cuando losmuchachos, siguiendo su costumbre demolestarlas, las irritan y consiguen consu imprudencia que dañen a buen

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número de personas, pues, si algúncaminante pasa por allí y sin querer lasmueve, vuelan y defienden con ánimovaleroso a sus hijuelos; con un corazón yánimo semejantes, se esparcieron losmirmidones desde las naves, y levantóseuna gritería inmensa. Y Patrocloexhortaba a sus compañeros, diciendocon voz recia:

269 —¡Mirmidones compañeros delPelida Aquiles! Sed hombres, amigos, ymostrad vuestro impetuoso valor paraque honremos al Pelida, que es el másvaliente de cuantos argivos hay en lasnaves, como lo son también susguerreros, que de cerca combaten; y

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conozca el poderoso Atrida Agamenónla falta que cometió no honrando almejor de los aqueos.

273 Con estas palabras les excitó atodos el valor y la fuerza. Losmirmidones cayeron apiñados sobre lostroyanos y en las naves resonaron de unmodo horrible los gritos de los aqueos.

278 Cuando los troyanos vieron alesforzado hijo de Menecio y a suescudero, ambos con lucientesarmaduras, a todos se les conturbó elánimo y sus falanges se agitaron.Figurábanse que, junto a las naves, elPelida, ligero de pies, había renunciadoa su cólera y había preferido volver a la

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amistad. Y cada uno miraba adóndepodría huir para librarse de una muerteterrible.

284 Patroclo fue el primero que tiróla reluciente lanza en medio de la pelea,allí donde más hombres se agitaban enconfuso montón, junto a la nave delmagnánimo Protesilao; e hirió aPirecmes, que había conducido desdeAmidón, sita en la ribera del Axio deancha corriente, a los peonios, quecombatían en carros: la lanza se clavóen el hombro derecho; el guerrero,dando un gemido, cayó de espaldas en elpolvo, y los peonios compañeros suyoshuyeron, porque Patroclo les infundió

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pavor al matar a su jefe, que tantosobresalía en el combate. De este modoPatroclo los echó de los bajeles y apagóel ardiente fuego. La nave quedó allímedio quemada, los troyanos huyeroncon gran alboroto, los dánaos sedispersaron por las cóncavas naves, y seprodujo un gran tumulto. Como cuandoZeus fulminador quita una espesa nubede la elevada cumbre de una granmontaña y aparecen todos lospromontorios y las cimas y valles,porque en el cielo se ha abierto la vastaregión etérea; así los dánaos respiraronun poco después de librar a las navesdel fuego destructor; pero no por eso

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hubo tregua en el combate. Pues lostroyanos no huían a carrera abiertadesde las negras naves, perseguidos porlos belicosos aqueos; sino que aúnresistían, y sólo cediendo a la necesidadse retiraban de las naves.

306 Entonces, ya extendida la batalla,cada jefe mató a un hombre. Elesforzado hijo de Menecio, el primero,hirió con la aguda lanza a Areílico, quehabía vuelto la espalda para huir: elbronce atravesó el muslo y rompió elhueso, y el troyano dio de ojos en elsuelo. El belicoso Menelao hirió aToante en el pecho, donde éste quedabasin defensa al lado del escudo, y dejó

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sin vigor sus miembros. El Filida,observando que Anficlo iba aacometerlo, se le adelantó y logróenvasarle la pica en la parte superior dela pierna, donde más grueso es elmúsculo: la punta desgarró los nervios,y la obscuridad cubrió los ojos delguerrero. De los Nestóridas, Antílocotraspasó con la broncínea lanza aAtimnio, clavándosela en el ijar, y eltroyano cayó a sus pies; el hermano deAtimnio, Maris, irritado por tal muerte,se puso delante del cadáver y arremetiócon la lanza a Antíloco; y entonces elotro Nestórida, Trasimedes, igual a undios, le previno y antes que Maris

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pudiera herir a Antíloco le acertó él enla espalda: la punta desgarró el tendónde la parte superior del brazo y rompióel hueso; el guerrero cayó con estrépito,y la obscuridad cubrió sus ojos. De talsuerte, estos dos esforzados compañerosde Sarpedón, hábiles tiradores, a hijosde Amisodaro, el que alimentó a laindomable Quimera, causa de malespara muchos hombres, fueron vencidospor los dos hermanos y descendieron alÉrebo. Ayante Oilíada acometió y cogióvivo a Cleobulo, atropellado por laturba, y le quitó la vida, hiriéndole en elcuello con la espada provista deempuñadura: la hoja entera se calentó

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con la sangre, y la purpúrea muerte y laparca cruel velaron los ojos delguerrero. Penéleo y Licón fueron aencontrarse, y, habiendo arrojado suslanzas en vano, pues ambos erraron eltiro, se acometieron con las espadas:Licaón dio a su enemigo un tajo en lacimera del casco, que adornaban crinesde caballo; pero la espada se le rompiójunto a la empuñadura; Penéleo hundióla suya en el cuello de Licón, debajo dela oreja, y se lo cortó por entero: lacabeza cayó a un lado, sostenida tansólo por la piel, y los miembrosperdieron su vigor. Meriones dioalcance con sus ligeros pies a Acamante,

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cuando subía al carro, y le hirió en elhombro derecho: el troyano cayó entierra, y las tinieblas cubrieron sus ojos.A Erimante metióle Idomeneo el cruelbronce por la boca: la lanza atravesó lacabeza por debajo del cerebro, rompiólos blancos huesos y conmovió losdientes; los ojos llenáronse con lasangre que fluía de las narices y de laboca abierta, y la muerte, cual si fueseobscura nube, envolvió al guerrero.

351 Cada uno de estos caudillosdánaos mató, pues, a un hombre. Comolos voraces lobos acometen a corderos ocabritos, arrebatándolos de un hato quese dispersa en el monte por la impericia

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del pastor, pues así que aquéllos los vense los llevan y despedazan por tener losúltimos un corazón tímido; así losdánaos cargaban sobre los troyanos, yéstos, pensando en la fuga horrísona,olvidábanse de su impetuoso valor.

358 El gran Ayante deseabaconstantemente arrojar su lanza aHéctor, armado de bronce; pero elhéroe, que era muy experto en la guerra,cubriendo sus anchos hombros con unescudo de pieles de toro, estaba atentoal silbo de las flechas y al ruido de losdardos. Bien conocía que la victoria seinclinaba del lado de los enemigos, peroresistía aún y procuraba salvar a sus

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compañeros queridos.364 Como se va extendiendo una nube

desde el Olimpo al cielo, después de undía sereno, cuando Zeus prepara unatempestad, así los troyanos huyeron delas naves, dando gritos, y ya no fue conorden como repasaron el foso. A Héctorle sacaron de allí, con sus armas, loscorceles de ligeros pies; y el héroedesamparó la turba de los troyanos, aquienes detenía, mal de su grado, elprofundo foso. Muchos velocescorceles, rompiendo los carros de loscaudillos por el extremo del timón, allílos dejaron. Patroclo iba adelante,exhortando vehementemente a los

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dánaos y pensando en causar daño a lostroyanos; los cuales, una vez puestos endesorden, llenaban todos los caminoshuyendo con gran clamoreo; lapolvareda llegaba a lo alto debajo delas nubes, y los solípedos caballosvolvían a la ciudad desde las naves y lastiendas. Patroclo, donde veía más gentedel pueblo desordenada, allí seencaminaba vociferando; los guerreroscaían de cara debajo de los ejes de suscarros, y éstos volcaban con granestruendo. Al llegar al foso, los caballosinmortales que los dioses habíanregalado a Peleo como espléndidopresente lo salvaron de un salto,

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deseosos de seguir adelante; y, cuando aPatroclo el ánimo le impulsó a ir haciaHéctor para herirlo, ya los velocescorceles de éste se lo habían llevado.Como en el otoño descarga unatempestad sobre la negra tierra, cuandoZeus envía violenta lluvia, irritadocontra los hombres que en el foro dansentencias inicuas y echan a la justicia,no temiendo la venganza de los dioses; ytodos los ríos salen de madre y lostorrentes cortan muchas colinas, bramanal correr desde lo alto de las montañasal mar purpúreo y destruyen las laboresdel campo; de semejante modo corríanlas yeguas troyanas, dando lastimeros

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relinchos.394 Patroclo, cuando hubo separado

de los demás enemigos a los queformaban las últimas falanges, lesobligó a volver hacia los bajeles, en vezde permitirles que subiesen a la ciudad;y, acometiéndoles entre las naves, el ríoy el alto muro, los mataba para vengar amuchos de los suyos. Entonces envasólea Prónoo la brillante lanza en el pecho,donde éste quedaba sin defensa al ladodel escudo, y le dejó sin vigor losmiembros: el troyano cayó con estrépito.Luego acometió a Téstor, hijo de Enope,que se hallaba encogido en el lustrosoasiento y en su turbación había dejado

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que las riendas se le fuesen de la mano:clavóle desde cerca la lanza en lamejilla derecha, se la hizo pasar por losdientes y lo levantó por cima delbarandal. Como el pescador sentado enuna roca prominente saca del mar un pezenorme, valiéndose de la cuerda y delreluciente bronce, así Patroclo, alzandola brillante lanza, sacó del carro aTéstor con la boca abierta y le arrojó decara al suelo; el troyano, al caer, perdióla vida. Después hirió de una pedrada enmedio de la cabeza a Erilao, que aacometerle venía, y se la partió en dosdentro del fuerte casco: el troyano diode manos en el suelo, y le envolvió la

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destructora muerte. Y sucesivamente fuederribando en la fértil tierra a Erimante,Anfótero, Epaltes, TlepólemoDamastórida, Equio, Piris, Ifeo, Evipo yPolimelo Argéada.

419 Sarpedón, al ver que suscompañeros, de corazas sin cintura,sucumbían a manos de PatrocloMenecíada, increpó a los deiformeslicios:

422 —¡Qué vergüenza, oh licios!¿Adónde huís? Sed esforzados. Yosaldré al encuentro de ese hombre, parasaber quién es el que así vence y tantosmales causa a los troyanos, pues ya amuchos valientes les ha quebrado las

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rodillas.426 Dijo; y saltó del carro al suelo

sin dejar las armas. A su vez Patroclo, alverlo, se apeó del suyo. Como dosbuitres de corvas uñas y combado picoriñen, dando chillidos, sobre elevadaroca; así aquéllos se acometieronvociferando. Violos el hijo del arteroCrono; y, compadecido, dijo a Hera, suhermana y esposa:

433 —¡Ay de mí! La parca disponeque Sarpedón, a quien amo sobre todoslos hombres, sea muerto por PatrocloMenecíada. Entre dos propósitos vacilaen mi pecho el corazón: ¿lo arrebatarévivo de la luctuosa batalla, para llevarlo

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al opulento pueblo de la Licia, o dejaréque sucumba a manos del Menecíada?

439 Respondióle Hera veneranda, lade ojos de novilla:

440 —¡Terribilísimo Cronida, quépalabras proferiste! ¿Una vez másquieres librar de la muerte horrísona aese hombre mortal, a quien tiempo haque el hado condenó a morir? Hazlo,pero no todos los dioses te loaprobaremos. Otra cosa voy a decirte,que fijarás en la memoria: Piensa que, sia Sarpedón le mandas vivo a su palacio,algún otro dios querrá sacar a su hijodel duro combate, pues muchos hijos delos inmortales pelean en torno de la gran

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ciudad de Príamo, y harás que suspadres se enciendan en terrible ira.Pero, si Sarpedón te es caro y tu corazónle compadece, deja que muera a manosde Patroclo Menecíada en reñidocombate; y cuando el alma y la vida leabandonen, ordena a la Muerte y aldulce Sueño que lo lleven a la vastaLicia, para que sus hermanos y amigosle hagan exequias y le erijan un túmulo yun cipo, que tales son los honoresdebidos a los muertos.

458 Así dijo. El padre de loshombres y de los dioses nodesobedeció, a hizo caer sobre la tierrasanguinolentas gotas para honrar al hijo

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amado, a quien Patroclo había de mataren la fértil Troya, lejos de su patria.

462 Cuando ambos héroes se hallaronfrente a frente, Patrocio arrojó la lanza,y, acertando a dar en el empeine delilustre Trasimelo, escudero valeroso delrey Sarpedón, dejóle sin vigor losmiembros. Sarpedón acometió a su vez;y, despidiendo la reluciente lanza, erróel tiro; pero hirió en el hombro derechoal corcel Pédaso, que relinchó mientrasperdía el vital aliento. El caballo cayóen el polvo, y el ánimo voló de sucuerpo. Forcejearon los otros doscorceles por separarse, crujió el yugo yenredáronse las riendas a causa de que

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el caballo lateral yacía en el polvo. PeroAutomedonte, famoso por su lanza, hallóel remedio: desenvainando la espada delarga punta, que llevaba junto al fornidomuslo, cortó apresuradamente lostirantes del caballo lateral, y los otrosdos se enderezaron y obedecieron a lasriendas. Y los héroes volvieron aacometerse con roedor encono.

477 Entonces Sarpedón arrojó otrareluciente lanza y erró el tiro, puesaquélla pasó por cima del hombroizquierdo de Patroclo sin herirlo.Patroclo despidió la suya y no en balde;ya que acertó a Sarpedón y le hirió en eltejido que al denso corazón envuelve.

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Cayó el héroe como la encina, el álamoo el elevado pino que en el monte cortancon afiladas hachas los artífices parahacer un mástil de navío; así yacíaaquél, tendido delante de los corceles ydel carro, rechinándole los dientes ycogiendo con las manos el polvoensangrentado. Como el rojizo yanimoso toro, a quien devora un leónque se ha presentado entre los fexípedesbueyes, brama al morir entre lasmandíbulas del león, así el caudillo delos licios escudados, herido de muertepor Patroclo, se enfurecía; y, llamandoal compañero, le hablaba de este modo:

491 —¡Caro Glauco, guerrero

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afamado entre los hombres! Ahora debesportarte como fuerte y audaz luchador;ahora te ha de causar placer la batallafunesta, si eres valiente. Ve por todaspartes, exhorta a los capitanes licios aque combatan en torno de Sarpedón ydefiéndeme tú mismo con el bronce.Constantemente, todos los días, serépara ti motivo de vergüenza y oprobio,si, sucumbiendo en el recinto de lasnaves, los aqueos me despojan de laarmadura. ¡Pelea, pues, denodadamentey anima a todo el ejército!

502 Así dijo; y el velo de la muerte lecubrió los ojos y las narices. Patroclo,sujetándole el pecho con el pie, le

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arrancó el asta, con ella siguió eldiafragma, y salieron a la vez la puntade la lanza y el alma del guerrero. Y losmirmidones detuvieron los corceles deSarpedón, los cuales anhelaban yquerían huir desde que quedó vacío elcarro de sus dueños.

509 Glauco sintió hondo pesar al oírla voz de Sarpedón y se le turbó elánimo porque no podía socorrerlo.Apretóse con la mano el brazo, pues leabrumaba una herida que Teucro lehabía causado disparándole una flechacuando él asaltaba el alto muro y elaqueo defendía a los suyos; y oró de estasuerte a Apolo, el que hiere de lejos:

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514 —Óyeme, oh soberano, ya tehalles en el opulento pueblo de Licia, yate encuentres en Troya; pues desdecualquier lugar puedes atender al queestá afligido, como lo estoy ahora.Tengo esta grave herida, padezco agudosdolores en el brazo y la sangre no seseca; el hombro se entorpece, y me esimposible manejar firmemente la lanza ypelear con los enemigos. Ha muerto unhombre fortísimo, Sarpedón, hijo deZeus, el cual ya ni a su prole defiende.Cúrame, oh soberano, la grave herida,adormece mis dolores y dame fortalezapara que mi voz anime a los licios acombatir y yo mismo luche en defensa

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del cadáver.527 Así dijo rogando. Oyóle Febo

Apolo y enseguida calmó los dolores,secó la negra sangre de la grave herida einfundió valor en el ánimo del troyano.Glauco, al notarlo, se holgó de que elgran dios hubiese escuchado su ruego.Enseguida fue por todas partes y exhortóa los capitanes licios para quecombatieran en torno de Sarpedón.Después, encaminóse a paso largo hacialos troyanos; buscó a PolidamantePantoida, al divino Agenor, a Eneas y aHéctor armado de bronce; y,deteniéndose cerca de los mismos, dijoestas aladas palabras:

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538 —¡Héctor! Te olvidas del todode los aliados que por ti pierden la vidalejos de los amigos y de la patria tierra,y ni socorrerles quieres. Yace en tierraSarpedón, el rey de los liciosescudados, que con su justicia y su valorgobernaba a Licia. El broncíneo Ares loha matado con la lanza de Patroclo. Ohamigos, venid e indignaos en vuestrocorazón: no sea que los mirmidones lequiten la armadura e insulten el cadáver,irritados por la muerte de los dánaos, aquienes dieron muerte nuestras picasjunto a las veleras naves.

548 Así dijo. Los troyanos sintierongrande e inconsolable pena, porque

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Sarpedón, aunque forastero, era unbaluarte para la ciudad; había llevado aella a muchos hombres y en la pelea lossuperaba a todos. Con grandes bríosdirigiéronse aquéllos contra los dánaos,y a su frente marchaba Héctor, irritadopor la muerte de Sarpedón. Y PatrocloMenecíada, de corazón valiente, animó alos aqueos; y dijo a los Ayantes, que yade combatir estaban deseosos:

556 —¡Ayantes! Poned empeño enrechazar al enemigo y mostraos tanvalientes como habéis sido hasta aquí omás aún. Yace en tierra Sarpedón, el queprimero asaltó nuestra muralla. ¡Ah, siapoderándonos del cadáver pudiésemos

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ultrajarlo, quitarle la armadura de loshombros y matar con el cruel bronce aalguno de los compañeros que lodefienden!…

562 Así dijo, aunque ellos yadeseaban rechazar al enemigo. Ytroyanos y licios por una parte, ymirmidones y aqueos por otra, cerraronlas falanges, vinieron a las manos yempezaron a pelear con horrendagritería en torno del cadáver. Crujían lasarmaduras de los guerreros, y Zeuscubrió con una dañosa obscuridad lareñida contienda, para que produjesemayor estrago el combate que por elcuerpo de su hijo se empeñaba.

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569 En un principio, los troyanosrechazaron a los aqueos, de ojos vivos,porque fue herido un varón que no eraciertamente el más cobarde de losmirmidones: el divino Epigeo, hijo deAgacles magnánimo; el cual reinó enotro tiempo en la populosa Budeo;luego, por haber dado muerte a suvaliente primo, se presentó comosuplicante a Peleo y a Tetis, la deargénteos pies, y ellos le enviaron a Ilio,abundante en hermosos corceles, conAquiles, destructor de las filas deguerreros, para que combatiera contralos troyanos. Epigeo echaba mano alcadáver cuando el esclarecido Héctor le

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dio una pedrada en la cabeza y se lapartió en dos dentro del fuerte casco: elguerrero cayó boca abajo sobre elcuerpo de Sarpedón, y a su alrededoresparcióse la destructora muerte.Apesadumbróse Patroclo por la pérdidadel compañero y atravesó al instante lasprimeras filas, como el veloz gavilánpersigue a unos grajos o estorninos: dela misma manera acometiste, oh hábiljinete Patroclo, a los licios y troyanos,airado en tu corazón por la muerte delamigo. Y cogiendo una piedra, hirió enel cuello a Estenelao, hijo querido deItémenes, y le rompió los tendones.Retrocedieron los combatientes

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delanteros y el esclarecido Héctor.Cuanto espacio recorre el luengovenablo que lanza un hombre, ya en eljuego para ejercitarse, ya en la guerracontra los enemigos que la vida quitan,otro tanto se retiraron los troyanos,cediendo al empuje de los aqueos.Glauco, capitán de los escudados licios,fue el primero que volvió la cara y matóal magnánimo Baticles, hijo amado deCalcón, que tenía su casa en la Hélade yse señalaba entre los mirmidones porsus bienes y riquezas: escapábaseGlauco, y Baticles iba a darle alcance,cuando aquél se volvió repentinamente yle hundió la pica en medio del pecho.

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Baticles cayó con estrépito, los aqueossintieron hondo pesar por la muerte delvaliente guerrero, y los troyanos, muyalegres, rodearon en tropel el cadáver;pero los aqueos no se olvidaron de suimpetuoso valor y arremetierondenodadamente al enemigo. EntoncesMeriones mató a un combatientetroyano, a Laógono, esforzado hijo deOnétor y sacerdote de Zeus Ideo, a quienel pueblo veneraba como a un dios:hirióle debajo de la quijada y de laoreja, la vida huyó de los miembros delguerrero, y la obscuridad horrible leenvolvió. Eneas arrojó la broncínealanza, con el intento de herir a Meriones,

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que se adelantaba protegido por elescudo. Pero Meriones la vio venir yevitó el golpe inclinándose haciaadelante: la ingente lanza se clavó en elsuelo detrás de él y el regatón temblaba;pero pronto la impetuosa arma perdió sufuerza. Penetró, pues, la vibrante puntaen la tierra, y la lanza fue echada envano por el robusto brazo. Eneas, con elcorazón irritado, dijo:

617 —¡Meriones! Aunque eres ágilsaltador, mi lanza lo habría apartadopara siempre del combate, si lo hubieseherido.

619 Respondióle Meriones, célebrepor su lanza:

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620 —¡Eneas! Difícil lo será, aunqueseas valiente, aniquilar la fuerza decuantos hombres salgan a pelear contigo.También tú eres mortal. Si lograraherirte en medio del cuerpo con el agudobronce, enseguida, a pesar de tu vigor yde la confianza que tienes en tu brazo,me darías gloria, y a Hades, el de losfamosos corceles, el alma.

626 Así dijo; y el valeroso hijo deMenecio le reprendió, diciendo:

627 —¡Meriones! ¿Por qué, siendovaliente, te entretienes en hablar así?¡Oh amigo! Con palabras injuriosas nolograremos que los troyanos dejen elcadáver; preciso será que algúno de

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ellos baje antes al seno de la tierra. Lasbatallas se ganan con los puños, y laspalabras sirven en el consejo. Conviene,pues, no hablar, sino combatir.

632 En diciendo esto, echó a andar ysiguióle Meriones, varón igual a un dios.Como el estruendo que producen losleñadores en la espesura de un monte yque se deja oír a lo lejos, tal era elestrépito que se elevaba de la tierraespaciosa al ser golpeados el bronce, elcuero y los bien construidos escudos depieles de buey por las espadas y laslanzas de doble filo. Y ya ni un hombreperspicaz hubiera conocido al divinoSarpedón, pues los dardos, la sangre y

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el polvo lo cubrían completamente depies a cabeza. Agitábanse todosalrededor del cadáver como en laprimavera zumban las moscas en elestablo por cima de las escudillas llenasde leche, cuando ésta hace rebosar lostarros: de igual manera bullían aquéllosen torno del muerto. Zeus no apartabalos refulgentes ojos de la duracontienda; y, contemplando a losguerreros, revolvía en su ánimo muchascosas acerca de la muerte de Patroclo:vacilaba entre si en la encarnizadacontienda el esclarecido Héctor deberíamatar con el bronce a Patroclo sobreSarpedón, igual a un dios, y quitarle la

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armadura de los hombros, o convendríaextender la terrible pelea. Yconsiderando como lo más convenienteque el bravo escudero del PelidaAquiles hiciera arredrar a los troyanos ya Héctor, armado de bronce, hacia laciudad y quitara la vida a muchosguerreros, comenzó infundiendo timidezprimeramente a Héctor, el cual subió alcarro, se puso en fuga y exhortó a losdemás troyanos a que huyeran, porquehabía conocido hacia qué lado seinclinaba la balanza sagrada de Zeus.Tampoco los fuertes licios osaronresistir, y huyeron todos al ver a su reyherido en el corazón y echado en un

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montón de cadáveres; pues cayeronmuchos hombres a su alrededor cuandoel Cronión avivó el duro combate. Losaqueos quitáronle a Sarpedón lareluciente armadura de bronce y elesforzado hijo de Menecio la entregó asus compañeros para que la llevaran alas cóncavas naves. Y entonces Zeus,que amontona las nubes, dijo a Apolo:

667 —¡Ea, querido Febo! Ve ydespués de sacar a Sarpedón de entrelos dardos, límpiale la negra sangre,condúcele a un sitio lejano y lávale en lacorriente de un río, úngele conambrosía, ponle vestiduras divinas yentrégalo a los veloces conductores y

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hermanos gemelos: el Sueño y laMuerte. Y éstos, transportándolo conpresteza, lo dejarán en el rico pueblo dela vasta Licia. Allí sus hermanos yamigos le harán exequias y le erigirán untúmulo y un cipo, que tales son loshonores debidos a los muertos.

676 Así dijo, y Apolo nodesobedeció a su padre. Descendió delos montes ideos a la terrible batalla, yenseguida levantó al divino Sarpedón deentre los dardos, y, conduciéndole a unsitio lejano, lo lavó en la corriente de unrío; ungiólo con ambrosía, púsolevestiduras divinas y entrególo a losveloces conductores y hermanos

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gemelos: el Sueño y la Muerte. Y éstos,transportándolo con presteza, lo dejaronen el rico pueblo de la vasta Licia.

684 Patroclo animaba a los corceles ya Automedonte y perseguía a lostroyanos y licios, y con ello se atrajo ungran infortunio. ¡Insensato! Si se hubieseatenido a la orden del Pelida, se hubieravisto libre de la funesta parca, de lanegra muerte. Pero siempre elpensamiento de Zeus es más eficaz queel de los hombres (aquel dios pone enfuga al varón esforzado y le quitafácilmente la victoria, aunque él mismole haya incitado a combatir), y entoncesalentó el ánimo en el pecho de Patroclo.

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692 ¿Cuál fue el primero y cuál elúltimo que mataste, oh Patroclo, cuandolos dioses lo llamaron a la muerte?

694 Fueron primeramente Adrasto,Autónoo, Equeclo, Périmo Mégada,Epístor y Melanipo; y después, Élaso,Mulio y Pilartes. Mató a éstos, y losdemás se dieron a la fuga.

698 Entonces los aqueos habríantomado Troya, la de altas puertas, porlas manos de Patroclo, que manejabacon gran furia la lanza, si Febo Apolo nose hubiese colocado en la bienconstruida torre para dañar a aquél yayudar a los troyanos. Tres vecesencaminóse Patroclo a un ángulo de la

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elevada muralla; tres veces rechazóleApolo, agitando con sus manosinmortales el refulgente escudo. Ycuando, semejante a un dios, atacaba porcuarta vez, increpóle la deidadterriblemente con estas aladas palabras:

707 —¡Retírate, Patroclo del linajede Zeus! El hado no ha dispuesto que laciudad de los altivos troyanos seadestruida por tu lanza, ni por Aquiles,que tanto te aventaja.

710 Así dijo, y Patroclo retrocedió ungran trecho, para no atraerse la cólerade Apolo, el que hiere de lejos.

712 Héctor se hallaba con el carro ylos solípedos corceles en las puertas

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Esceas, y estaba indeciso entre guiarlosde nuevo hacia la turba y volver acombatir, o mandar a voces que lastropas se refugiasen en el muro.Mientras reflexionaba sobre esto,presentósele Febo Apolo, que tomó lafigura del valiente joven Asio, el cualera tío materno de Héctor, domador decaballos, hermano carnal de Hécuba ahijo de Dimante, y habitaba en la Frigia,junto a la corriente del Sangario. Asítransfigurado, exclamó Apolo, hijo deZeus:

721 —¡Héctor! ¿Por qué te abstienesde combatir? No debes hacerlo. Ojalá tesuperara tanto en bravura, cuanto te soy

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inferior: entonces te sería funesto elretirarte de la batalla. Mas, ea, guía loscorceles de duros cascos hacia Patroclo,por si puedes matarlo y Apolo te dagloria.

726 En diciendo esto, el dios volvió ala batalla. El esclarecido Héctor mandóa Cebríones que picara a los corceles ylos dirigiese a la pelea; y Apolo,entrándose por la turba, suscitó entre losargivos funesto tumulto y dio gloria aHéctor y a los troyanos. Héctor dejóentonces a los demás dánaos, sin quefuera a matarlos, y enderezó a Patroclolos caballos de duros cascos. Patroclo, asu vez, saltó del carro a tierra con la

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lanza en la izquierda; cogió con ladiestra una piedra Blanca y erizada depuntas que llenaba la mano; y,estribando en el suelo, la arrojó,hiriendo enseguida a un combatiente,pues el tiro no salió vano: dio la agudapiedra en la frente de Cebríones, aurigade Héctor, que era hijo bastardo delilustre Príamo, y entonces gobernaba lasriendas de los caballos. La piedra sellevó ambas cejas; el hueso tampocoresistió; los ojos cayeron en el polvo alos pies de Cebríones; y éste, cual sifuera un buzo, cayó del asiento bienconstruido, porque la vida huyó de susmiembros. Y burlándose de él, oh

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caballero Patroclo, exclamaste:743 —¡Oh dioses! ¡Muy ágil es el

hombre! ¡Cuán fácilmente salta a lobuzo! Si se hallara en el ponto, en pecesabundante, ese hombre saltaría de lanave, aunque el mar estuvieratempestuoso, y podría saciar a muchaspersonas con las ostras que pescara.¡Con tanta facilidad ha dado la volteretadel carro a la llanura! Es indudable quetambién los troyanos tienen buzos.

751 En diciendo esto, corrió hacia elhéroe con la impetuosidad de un leónque devasta los establos hasta que esherido en el pecho y su mismo valor lomata; de la misma manera, oh Patroclo,

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te arrojaste enardecido sobre Cebríones.Héctor, por su parte, saltó del carro alsuelo sin dejar las armas. Y entrambosluchaban en torno de Cebríones comodos hambrientos leones que en lacumbre de un monte pelean furiosos porel cadáver de una cierva, así los dosaguerridos campeones, PatrocloMenecíada y el esclarecido Héctor,deseaban herirse el uno al otro con elcruel bronce. Héctor había cogido almuerto por la cabeza y no lo soltaba;Patroclo lo asía de un pie, y los demástroyanos y dánaos sostenían encarnizadocombate.

765 Como el Euro y el Noto

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contienden en la espesura de un monte,agitando la poblada selva, y las largasramas de los fresnos, encinas ycortezudos cornejos chocan entre sí coninmenso estrépito, y se oyen los crujidosde las que se rompen, de semejantemodo troyanos y aqueos se acometían ymataban, sin acordarse de la perniciosafuga. Alrededor de Cebríones seclavaron en tierra muchas agudas lanzasy aladas flechas que saltaban de losarcos; buen número de grandes piedrasherían los escudos de los que combatíanen torno suyo; y el héroe yacía en elsuelo, sobre un gran espacio, envueltoen un torbellino de polvo y olvidado del

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arte de guiar los carros.777 Hasta que el sol hubo recorrido

la mitad del cielo, los tiros alcanzabanpor igual a unos y a otros, y los hombrescaían. Cuando aquél se encaminó alocaso, los aqueos eran vencedores,contra lo dispuesto por el destino; y,habiendo arrastrado el cadáver delhéroe Cebríones fuera del alcance de losdardos y del tumulto de los troyanos, lequitaron la armadura de los hombros.

783 Patroclo acometió furioso a lostroyanos: tres veces los acometió, cualsi fuera el rápido Ares, dando horriblesvoces; tres veces mató nueve hombres.Y cuando, semejante a un dios,

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arremetiste, oh Patroclo, por cuarta vez,viose claramente que ya llegabas altérmino de tu vida, pues el terrible Febosalió a tu encuentro en el duro combate.Mas Patroclo no vio al dios; el cual,cubierto por densa nube, atravesó laturba, se le puso detrás, y, alargando lamano, le dio un golpe en la espalda y enlos anchos hombros. Al punto los ojosdel héroe padecieron vértigos. FeboApolo le quitó de la cabeza el casco conagujeros a guisa de ojos, que rodó conestrépito hasta los pies de los caballos;y el penacho se manchó de sangre ypolvo. Jamás aquel casco, adornado concrines de caballo, se había manchado

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cayendo en el polvo, pues protegía lacabeza y hermosa frente del divinoAquiles. Entonces Zeus permitiótambién que lo llevara Héctor, porque yala muerte se iba acercando a estecaudillo. A Patroclo se le rompió en lamano la pica larga, pesada, grande,fornida, armada de bronce; el anchoescudo y su correa cayeron al suelo, y elsoberano Apolo, hijo de Zeus, desató lacoraza que aquél llevaba. El estupor seapoderó del espíritu del héroe, y sushermosos miembros perdieron la fuerza.Patroclo se detuvo atónito, y entoncesdesde cerca clavóle aguda lanza en laespalda, entre los hombros, el dárdano

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Euforbo Pantoida; el cual aventajaba atodos los de su edad en el manejo de lapica, en el arte de guiar un carro y en laveloz carrera, y la primera vez que sepresentó con su carro para aprender acombatir derribó a veinte guerreros desus carros respectivos. Éste fue, ohcaballero Patroclo, el primero quecontra ti despidió su lanza, pero aún nolo hizo sucumbir. Euforbo arrancó lalanza de fresno; y, retrocediendo, semezcló con la turba, sin esperar aPatroclo, aunque le viera desarmado;mientras éste, vencido por el golpe deldios y la lanzada, retrocedía al grupo desus compañeros para evitar la muerte.

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818 Cuando Héctor advirtió que elmagnánimo Patroclo se alejaba y que lohabían herido con el agudo bronce, fueen su seguimiento, por entre las filas, yle envainó la lanza en la parte inferiordel vientre, que el hierro pasó de parte aparte; y el héroe cayó con estrépito,causando gran aflicción al ejércitoaqueo. Como el león acosa en la lucha alindómito jabalí cuando ambos peleanarrogantes en la cima de un monte por unescaso manantial donde quieren beber, yel león vence con su fuerza al jabalí, querespira anhelante, así Héctor Priámidaprivó de la vida, hiriéndolo de cercacon la lanza, al esforzado hijo de

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Menecio, que a tantos había dadomuerte. Y blasonando del triunfo,profirió estas aladas palabras:

830 —¡Patroclo! Sin duda esperabasdestruir nuestra ciudad, hacer cautivas alas mujeres troyanas y llevártelas en losbajeles a tu patria tierra. ¡Insensato! Losveloces caballos de Héctor vuelan alcombate para defenderlas; y yo, que enmanejar la pica sobresalgo entre losbelicosos troyanos, aparto de los míosel día de la servidumbre, mientras que ati te comerán los buitres. ¡Ah, infeliz! NiAquiles, con ser valiente, te hasocorrido. Cuando saliste de las naves,donde él se ha quedado, debió de

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hacerte muchas recomendaciones, yhablarte de este modo: «No vuelvas alas cóncavas naves, caballero Patroclo,antes de haber roto la coraza queenvuelve el pecho de Héctor, matador dehombres, teñida de sangre». Así te dijo,sin duda; y tú, oh necio, te dejastepersuadir.

843 Con lánguida voz le respondiste,caballero Patroclo:

844 ¡Héctor! Jáctate ahora conaltaneras palabras, ya que te han dado lavictoria Zeus Cronida y Apolo; loscuales me vencieron fácilmente,quitándome la armadura de los hombros.Si veinte guerreros como tú me hubiesen

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hecho frente, todos habrían muertovencidos por mi lanza. Matáronme laparca funesta y el hijo de Leto, y, entrelos hombres, Euforbo, y tú llegas eltercero, para despojarme de las armas.Otra cosa voy a decirte, que fijarás en lamemoria. Tampoco tú has de vivir largotiempo, pues la muerte y la parca cruelse te acercan, y sucumbirás a manos deleximio Aquiles Eácida.

855 Apenas acabó de hablar, lamuerte le cubrió con su manto: el almavoló de los miembros y descendió alHades, llorando su suerte porque dejabaun cuerpo vigoroso y joven. Y elesclarecido Héctor le dijo, aunque

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muerto le veía:859 —¡Patroclo! ¿Por qué me

profetizas una muerte terrible? ¿Quiénsabe si Aquiles, hijo de Tetis, la dehermosa cabellera, no perderá antes lavida, herido por mi lanza?

862 Dichas estas palabras, puso unpie sobre el cadáver, arrancó labroncínea lanza y lo tumbó de espaldas.Inmediatamente se encaminó, lanza enmano, hacia Automedonte, el deiformeservidor del Eácida, de pies ligeros,pues deseaba herirlo, pero los velocescaballos inmortales, que a Peleo ledieron los dioses como espléndidopresente, ya lo sacaban de la batalla.

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CantoXVII*

Principalía de Menelao

* Se entabla un encarnizado combateentre aqueos y troyanos para apoderarsede las arenas y el cadáver de Patroclo.Por fin, Menelao y Meriones, protegidospor los dos Ayante, cargan a susespaldas con el cadáver de Patroclo y se

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lo llevan al campamento.

1 No dejó de advertir el AtridaMenelao, caro a Ares, que Patroclohabía sucumbido en la lid a manos delos troyanos; y, armado de lucientebronce, se abrió camino por loscombatientes delanteros y empezó amoverse en torno del cadáver paradefenderlo. Como la vaca primeriza davueltas alrededor de su becerrillomugiendo tiernamente, porque antesignoraba lo que era el parto, desemejante manera bullía el rubioMenelao cerca de Patroclo. Y

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colocándose delante del muerto,enhiesta la lanza y embrazado el lisoescudo, se aprestaba a matar a quien sele opusiera. Tampoco Euforbo, el hábillancero hijo de Pántoo, se descuidó alver en el suelo al eximio Patroclo, sinoque se detuvo a su lado y dijo aMenelao, caro a Ares:

12 —¡Atrida Menelao, alumno deZeus, príncipe de hombres! Retírate,suelta el cadáver y desampara estossangrientos despojos; pues, en la reñidapelea, ninguno de los troyanos ni de losauxiliares ilustres envasó su lanza aPatroclo antes que yo lo hiciera. Déjamealcanzar inmensa gloria entre los

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troyanos. No sea que, hiriéndote, te quitela dulce vida.

18 Respondióle muy indignado elrubio Menelao:

19 —¡Padre Zeus! No es bueno quenadie se vanaglorie con tanta soberbia.Ni la pantera, ni el león, ni el dañinojabalí que tienen gran ánimo en el pechoy están orgullosos de su fuerza sepresentan tan osados como los hábileslanceros hijos de Pántoo. Pero el fuerteHiperenor, domador de caballos, nosiguió gozando de su juventud cuandome aguardó, después de injuriarmediciendo que yo era el más cobarde delos guerreros dánaos, y no creo que haya

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podido volverse con sus pies pararegocijar a su esposa y a sus venerandospadres. Del mismo modo te quitaré lavida a ti, si osas afrontarme, y teaconsejo que vuelvas a tu ejército y note pongas delante, pues el necio sóloconoce el mal cuando ya está hecho.

33 Así habló, sin persuadir aEuforbo, que contestó diciendo:

34 —Menelao, alumno de Zeus,ahora pagarás la muerte de mi hermano,de que canto te jactas. Dejaste viuda asu mujer en el reciente tálamo; causastea nuestros padres llanto y dolorprofundo. Yo conseguiría que aquellosinfelices cesaran de llorar, si,

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llevándome tu cabeza y tus armas, laspusiera en las manos de Pántoo y de ladivina Frontis. Pero no se diferirámucho tiempo el combate, ni quedará sindecidir quién haya de ser el vencedor yquién el vencido.

43 Dicho esto, dio un bote en elescudo liso del Atrida, pero no pudoromper el bronce, porque la punta setorció al chocar con el fuerte escudo. ElAtrida Menelao acometió, a su vez, conla pica, orando al padre Zeus, y, al irEuforbo a retroceder, se la clavó en laparte inferior de la garganta, empujó elasta con la robusta mano y la puntaatravesó el delicado cuello. Euforbo

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cayó con estrépito, resonaron sus armasy se mancharon de sangre sus cabellos,semejantes a los de las Gracias, y losrizos, que llevaba sujetos con anillos deoro y plata. Cual frondoso olivo que,plantado por el Labrador en un lugarsolitario donde abunda el agua, crecehermoso, es mecido por vientos de todaclase y se cubre de blancas flores; y,viniendo de repente el huracán, tearranca de la tierra y te tiende en elsuelo; así el Atrida Menelao dio muertea Euforbo, hijo de Pántoo y hábillancero, y enseguida comenzó a quitarlela armadura.

61 Como un montaraz león, confiado

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en su fuerza, coge del rebaño que estápaciendo la mejor vaca, le rompe lacerviz con Los fuertes dientes, y,despedazándola, traga la sangre y todaslas entrañas; y así los perros como lospastores gritan mucho a su alrededor,pero de lejos, sin atreverse a ir contra lafiera porque el pálido temor los domina,de la misma manera ninguno tuvobastante ánimo en su pecho para salir alencuentro del glorioso Menelao. Y elAtrida se habría llevado fácilmente lasmagníficas armas del Pantoida, si no tehubiese impedido Febo Apolo; el cual,tomando la figura de Mentes, caudillo delos cícones, suscitó contra aquél a

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Héctor, igual al veloz Ares, con estasaladas palabras:

75 —¡Héctor! Tú corres ahora tras loque no es posible alcanzar: los corcelesdel aguerrido Eácida. Difícil es queninguno ni de los hombres ni de losdioses los sujete y sea por ellos llevado,fuera de Aquiles, que tiene una madreinmortal. Y en tanto, Menelao, belicosohijo de Atreo, que defiende el cadáverde Patroclo, ha muerto a uno de los másesforzados troyanos, a EuforboPantoida, acabando con el impetuosovalor de este caudillo.

82 El dios, habiendo hablado así,volvió a la batalla. Héctor sintió

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profundo dolor en las negras entrañas,ojeó las hileras y vio enseguida alAtrida que despojaba de la espléndidaarmadura a Euforbo, y a éste tendido enel suelo y vertiendo sangre por laherida. Acto continuo, armado como sehallaba de luciente bronce y dandoagudos gritos, abrióse paso por loscombatientes delanteros cual si fueseuna llama inextinguible encendida porHefesto. No le pasó inadvertido al hijode Atreo, que gimió al oír las voces, y asu magnánimo espíritu así le dijo:

91 —¡Ay de mí! Si abandono estasmagníficas armas y a Patroclo, que porvengarme yace aquí tendido, temo que se

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irritará cualquier dánao que lopresencie. Y si por vergüenza peleo conHéctor y Los troyanos, como ellos sonmuchos y yo estoy solo, quizás mecerquen; pues Héctor, el de tremolantecasco, trae aquí a todos Los troyanos.Mas ¿por qué el corazón me hace pensaren tales cosas? Cuando, oponiéndose ala divinidad, el hombre lucha con unguerrero protegido por algún dios,pronto le sobreviene grave daño. Así,pues, ninguno de Los dánaos se irritaráconmigo porque me vean ceder a Héctor,que combate amparado por Lasdeidades. Pero, si a mis oídos llegara lavoz de Ayante, valiente en la pelea,

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volvería aquí con él y sólo pensaríamosen luchar, aunque fuese contra un dios,para ver si lográbamos arrastrar elcadáver y entregarlo al Pelida Aquiles.Sería esto lo mejor para hacerllevaderos los presentes males.

106 Mientras tales pensamientosrevolvía en su mente y en su corazón,llegaron las huestes de los troyanos,acaudilladas por Héctor. Menelao dejóel cadáver y retrocedió, volviéndose decuando en cuando. Como el melenudoleón, a quien alejan del establo loscanes y los hombres con gritos yvenablos, siente que el corazón audaz sele encoge y abandona de mala gana el

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redil; de la misma suerte apartábase dePatroclo el rubio Menelao, quien, aljuntarse con sus amigos, se detuvo,volvió la cara a los troyanos y buscócon los ojos al gran Ayante, hijo deTelamón. Pronto le distinguió a laizquierda de la batalla, donde animaba asus compañeros y les incitaba a pelear,pues Febo Apolo les había infundido ungran terror. Corrió a encontrarle; y,poniéndose a su lado, le dijo estaspalabras:

120 —¡Ayante! Ven, amigo;apresurémonos a combatir por Patroclomuerto, y quizás podamos llevar aAquiles el cadáver desnudo, pues las

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armas las tiene Héctor, el de tremolantecasco.

123 Así dijo; y conmovió el corazóndel aguerrido Ayante, que atravesó almomento las primeras filas junto con elrubio Menelao. Héctor había despojadoa Patroclo de las magníficas armas y selo llevaba arrastrando, para separarlecon el agudo bronce la cabeza de loshombros y entregar el cadáver a losperros de Troya. Pero acercósele Ayantecon su escudo como una torre; y Héctor,retrocediendo, llegó al grupo de susamigos, saltó al carro y entregó lasmagníficas armas a los troyanos paraque las llevaran a la ciudad, donde

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habían de causarle inmensa gloria.Ayante cubrió con su gran escudo alMenecíada y se mantuvo firme. Como elleón anda en torno de sus cachorroscuando llevándolos por el bosque lesalen al encuentro los cazadores, y,haciendo gala de su fuerza, baja lospárpados ocultando sus ojos, de aquelmodo corría Ayante alrededor del héroePatroclo. En la parte opuesta hallábaseel Atrida Menelao, caro a Ares, en cuyopecho el dolor iba creciendo.

140 Glauco, hijo de Hipóloco,caudillo de los licios, dirigió entoncesla torva faz a Héctor, y le increpó conestas palabras:

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142 —¡Héctor, el de más hermosafigura, muy falto estás del valor que laguerra demanda! Inmerecida es tu buenafama, cuando solamente sabes huir.Piensa cómo en adelante defenderás laciudad y sus habitantes, solo y sin másauxilio que los hombres nacidos en Ilio.Ninguno de los licios ha de pelear yacon los dánaos en favor de la ciudad,puesto que para nada se agradece elcombatir siempre y sin descanso contrael enemigo. ¿Cómo, oh cruel, salvarásen la turba a un obscuro combatiente, sidejas que Sarpedón, huésped y amigotuyo, llegue a ser presa y botín de losargivos? Mientras estuvo vivo, prestó

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grandes servicios a la ciudad y a timismo; y ahora no te atreves a apartarde su cadáver a los perros. Por esto, silos licios me obedecieren, volveríamosa nuestra patria, y la ruina más espantosaamenazaría a Troya. Mas, si ahoratuvieran los troyanos el valor audaz eintrépido que suelen mostrar los que porla patria sostienen contiendas y luchascon los enemigos, pronto arrastraríamosel cadáver de Patroclo hasta Ilio. Yenseguida que el cuerpo de éste fueraretirado del campo y conducido a lagran ciudad del rey Príamo, los argivosnos entregarían, para rescatarlo, lashermosas armas de Sarpedón, y también

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podríamos llevar a Ilio el cadáver delhéroe; pues Patroclo fue escudero delargivo más valiente que hay en lasnaves, como asimismo lo son sus tropas,que combaten cuerpo a cuerpo. Pero túno osaste esperar al magnánimo Ayante,ni resistir su mirada en la lucha, nicombatir con él, porque te aventaja enfortaleza.

169 Mirándole con torva faz,respondió Héctor, el de tremolantecasco:

170 —¡Glauco! ¿Por qué, siendo cualeres, hablas con tanta soberbia? ¡Ohdioses! Te consideraba como el hombrede más seso de cuantos viven en la fértil

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Licia, y ahora he de reprenderte por loque pensaste y dijiste al asegurar que nopuedo sostener la acometida del ingenteAyante. Nunca me espantó la batalla, niel ruido de los caballos; pero siempre elpensamiento de Zeus, que lleva la égida,es más eficaz que el de los hombres, y eldios pone en fuga al varón esforzado yle quita fácilmente la victoria, aunque élmismo le haya incitado a combatir. Mas,ea, ven acá, amigo, ponte a mi lado,contempla mis hechos, y verás si serécobarde en la batalla, como has dicho,aunque dure todo el día; o si haré quealguno de los dánaos, no obstante suardimiento y valor, cese de defender el

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cadáver de Patroclo.183 Cuando así hubo hablado,

exhortó a los troyanos, dando grandesvoces:

184 —¡Troyanos, licios, dánaos, quecuerpo a cuerpo peleáis! Sed hombres,amigos, y mostrad vuestro impetuosovalor, mientras visto las armas hermosasdel eximio Aquiles, de que despojé alfuerte Patroclo después de matarlo.

188 Dichas estas palabras, Héctor, elde tremolante casco, salió de la funestalid, y, corriendo con ligera planta,alcanzó pronto y no muy lejos a susamigos que llevaban hacia la ciudad lasmagníficas armas del hijo de Peleo.

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Allí, fuera del luctuoso combate sedetuvo y cambió de armadura: entregó lapropia a los belicosos troyanos, paraque la dejaran en la sacra Ilio, y vistiólas armas divinas del Pelida Aquiles,que los dioses celestiales dieron aPeleo, y éste, ya anciano, cedió a suhijo, quien no había de usarlas tantotiempo que llegara a la vejezllevándolas todavía.

198 Cuando Zeus, que amontona lasnubes, vio que Héctor, apartándose,vestía las armas del divino Pelida,moviendo la cabeza, habló consigomismo y dijo:

201 «¡Ah, mísero! No piensas en la

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muerte, que ya se halla cerca de ti, yvistes las armas divinas de un hombrevalentísimo a quien todos temen. Hasmuerto a su amigo, tan bueno comofuerte, y le has quitadoignominiosamente la armadura de lacabeza y de los hombros. Mas todavíadejaré que alcances una gran victoriacomo compensación de que Andrómacano recibirá de tus manos, volviendo túdel combate, las magníficas armas delPelión».

209 Dijo el Cronión, y bajó lasnegras cejas en señal de asentimiento.La armadura de Aquiles le vino bien aHéctor, apoderóse de éste un terrible

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furor bélico, y sus miembros sevigorizaron y fortalecieron; y el héroe,dando recias voces, enderezó sus pasosa los aliados ilustres y se les presentócon las resplandecientes armas delmagnánimo Pelión. Y acercándose acada uno para animarlos con suspalabras —a Mestles, Glauco, Medonte,Tersíloco, Asteropeo, Disénor, Hipótoo,Forcis, Cromio y el augur Énnomo—,los instigó con estas aladas palabras:

220 —¡Oíd, tribus innúmeras dealiados que habitáis alrededor de Troya!No ha sido por el deseo ni por lanecesidad de reunir una muchedumbrepor lo que os he traído de vuestras

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ciudades, sino para que defendáisanimosamente de los belicosos aqueos alas esposas y a los tiernos infantes delos troyanos. Con este pensamientoabrumo a mi pueblo y le exijo dones yvíveres para excitar vuestro valor.Ahora cada uno haga frente y embista alenemigo, ya muera, ya se salve, quetales son los lances de la guerra. Al quearrastre el cadáver de Patroclo hasta lasfilas de los troyanos, domadores decaballos, y haga ceder a Ayante, le daréla mitad de los despojos, reservándomela otra mitad, y su gloria será tan grandecomo la mía.

233 Así dijo. Todos arremetieron con

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las picas levantadas y cargaron sobrelos dánaos, pues tenían grandesesperanzas de arrancar el cuerpo dePatroclo de las manos de AyanteTelamoníada. ¡Insensatos! Sobre elmismo cadáver, Ayante hizo perecer amuchos de ellos. Y este héroe dijoentonces a Menelao, valiente en lapelea:

238 —¡Oh amigo, oh Menelao,alumno de Zeus! Ya no espero quesalgamos con vida de esta batalla. Nitemo tanto por el cadáver de Patroclo,que pronto saciará en Troya a los perrosy aves de rapiña, cuanto por tu cabeza ypor la mía; pues el nublado de la guerra,

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Héctor, todo lo cubre, y a nosotros nosespera una muerte cruel. Ea, llama a losmás valientes dánaos, por si alguno teoye.

246 Así dijo. Menelao, valiente en lapelea, no desobedeció; y, alzando reciola voz, dijo a los dánaos:

248 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos, los que bebéisen la tienda de los Atridas Agamenón yMenelao el vino que el pueblo paga,mandáis las tropas y os viene de Zeus elhonor y la gloria! Me es difícil ver acada uno de los caudillos. ¡Tan grandees el combate que aquí se ha empeñado!Pero acercaos vosotros, indignándoos en

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vuestro corazón de que Patroclo llegue aser juguete de los perros troyanos.

256 Así dijo. Oyóle enseguida elveloz Ayante de Oileo, y acudió antesque nadie, corriendo a través del campo.Siguiéronle Idomeneo y su escuderoMeriones, igual al homicida Enialio. ¿Yquién podría retener en la memoria ydecir los nombres de cuantos aqueosfueron llegando para reanimar la pelea?

262 Los troyanos acometieronapiñados, con Héctor a su frente. Comoen la desembocadura de un río que lascelestiales lluvias alimentan, lasingentes olas chocan bramando contra lacorriente del mismo, refluyen al mar y

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las altas orillas resuenan en torno; conuna gritería tan grande marchaban lostroyanos. Mientras tanto, los aqueospermanecían firmes alrededor delcadáver del Menecíada, conservando elmismo ánimo y defendiéndose con losescudos de bronce; y el Cronión rodeóde espesa niebla sus relucientes cascos,porque nunca había aborrecido alMenecíada mientras vivió y fue servidordel Eácida, y entonces veía condesagrado que el cadáver pudiera llegara ser juguete de los perros troyanos. Poresto el dios incitaba a los compañeros aque lo defendieran.

274 En un principio, los troyanos

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rechazaron a los aqueos, de ojos vivos,y éstos, desamparando al muerto,huyeron espantados. Y si bien los altivostroyanos no consiguieron matar con suslanzas a ningún aqueo, como deseaban,empezaron a arrastrar el cadáver. Pocotiempo debían los aqueos permaneceralejados de éste, pues los hizo volverAyante; el cual, así por su figura, comopor sus obras, era el mejor de losdánaos, después del eximio Pelión.Atravesó el héroe las primeras Filas, yparecido por su bravura al jabalí que enel monte dispersa fácilmente, dandovueltas por los matorrales, a los perrosy a los florecientes mancebos, de la

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misma manera el esclarecido Ayante,hijo del ilustre Telamón, acometió ydispersó las falanges de troyanos que seagitaban en torno de Patroclo con eldecidido propósito de llevarlo a laciudad y alcanzar gloria.

288 Hipótoo, hijo preclaro delpelasgo Leto, había atado una correa aun tobillo de Patroclo, alrededor de lostendones; y arrastraba el cadáver por elpie, a través del reñido combate, paracongraciarse con Héctor y los troyanos.Pronto le ocurrió una desgracia, de quenadie, por más que lo deseara, pudolibrarlo. Pues el hijo de Telamón,acometiéndole por entre la turba, le

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hirió de cerca por el casco debroncíneas carrilleras: el casco,guarnecido de un penacho de crines decaballo, se quebró al recibir el golpe dela gran lanza manejada por la robustamano; el cerebro fluyó sanguinolento porla herida, a lo largo del asta; el guerreroperdió las fuerzas, dejó escapar de susmanos al suelo el pie del magnánimoPatroclo, y cayó de pechos, junto alcadáver, lejos de la fértil Larisa; y asíno pudo pagar a sus progenitores lacrianza, ni fue larga su vida, porquesucumbió vencido por la lanza delmagnánimo Ayante. A su vez, Héctorarrojó la reluciente lanza a Ayante, pero

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éste, al notarlo, hurtó un poco el cuerpo,y la broncínea arma alcanzó a Esquedio,hijo del magnánimo ífito y el másvaliente de los focios, que tenía su casaen la célebre Panopeo y reinaba sobremuchos hombres: clavóse la broncíneapunta debajo de la clavícula y,atravesándola, salió por la extremidaddel hombro. El guerrero cayó conestrépito, y sus armas resonaron.

312 Ayante hirió en medio del vientreal aguerrido Forcis, hijo de Fénope, quedefendía el cadáver de Hipótoo; y elbronce rompió la cavidad de la coraza ydesgarró las entrañas: el troyano, caídoen el polvo, cogió el suelo con las

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manos. Arredráronse los combatientesdelanteros y el esclarecido Héctor; y losargivos dieron grandes voces, retiraronlos cadáveres de Forcis y de Hipótoo, yquitaron de sus hombros las respectivasarmaduras.

319 Entonces los troyanos hubieranvuelto a entrar en Ilio, acosados por losbelicosos aqueos y vencidos por sucobardía; y los argivos hubiesenalcanzado gloria, contra la voluntad deZeus, por su fortaleza y su valor; pero elmismo Apolo instigó a Eneas, tomandola figura del heraldo Perifante Epítida,que había envejecido ejerciendo depregonero en la casa del padre del héroe

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y sabía dar saludables consejos. Asítransfigurado, habló Apolo, hijo deZeus, diciendo:

327 —¡Eneas! ¿De qué modopodríais salvar la excelsa Ilio, hasta siun dios se opusiera? Como he vistohacerlo a otros varones que confiaban ensu fuerza y vigor, en su bravura y en lamuchedumbre de tropas formadas por unpueblo intrépido. Mas, al presente, Zeusdesea que la victoria quede por vosotrosy no por los dánaos; y vosotros huístemblando, sin combatir.

333 Así dijo. Eneas, como vieradelante de sí a Apolo, el que hiere delejos, le reconoció, y a grandes voces

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dijo a Héctor:335 —¡Héctor y demás caudillos de

los troyanos y sus aliados! Es unavergüenza que entremos en Ilio,acosados por los belicosos aqueos yvencidos por nuestra cobardía. Unadeidad ha venido a decirme que Zeus, elárbitro supremo, será aún nuestroauxiliar en la batalla. Marchemos, pues,en derechura a los dánaos, para que nose lleven tranquilamente a las naves elcadáver de Patroclo.

342 Así habló; y, saltando mucho másallá de los combatientes delanteros, sedetuvo. Los troyanos volvieron la cara yafrontaron a los aqueos. Entonces Eneas

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dio una lanzada a Leócrito, hijo deArisbante y compañero valiente deLicomedes. Al verlo derribado en tierra,compadecióse Licomedes, caro a Ares;y, parándose muy cerca del enemigo,arrojó la reluciente lanza, hirió en elhígado, debajo del diafragma, a ApisaónHipásida, pastor de hombres, y le dejósin vigor las rodillas: este guerreroprocedía de la fértil Peonia, y era,después de Asteropeo, el que másdescollaba en el combate. Violo caer elbelicoso Asteropeo, y, apiadándose,corrió hacia él, dispuesto a pelear conlos dánaos. Mas no le fue posible; puescuantos rodeaban por todas partes a

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Patroclo se cubrían con los escudos ycalaban las lamas. Ayante recorría lasfilas y daba muchas órdenes: mandabaque ninguno retrocediese, abandonandoel cadáver, ni combatiendo se adelantaraa los demás aqueos, sino que todosrodearan al muerto y pelearan de cerca.Así se lo encargaba el ingente Ayante.La tierra estaba regada de purpúreasangre y caían muertos, unos en pos deotros, muchos troyanos, poderososauxiliares, y dánaos; pues estos últimosno peleaban sin derramar sangre, aunqueperecían en mucho menor númeroporque cuidaban siempre de defenderserecíprocamente en medio de la turba,

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para evitar la cruel muerte.366 Así combatían, con el ardor del

fuego. No hubieras dicho que aúnsubsistiesen el sol y luna, pueshallábanse cubiertos por la niebla todoslos guerreros ilustres que peleabanalrededor del cadáver del Menecíada.Los restantes troyanos y aqueos, dehermosas grebas, libres de laobscuridad, luchaban al cielo sereno:los vivos rayos del sol herían el campo,sin que apareciera ninguna nube sobre latierra ni en las montañas, y elloscombatían y descansabanalternativamente, hallándose a grandistancia unos de otros y procurando

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librarse de los dolorosos tiros que lesdirigían los contrarios. Y en tanto, losdel centro padecían muchos males acausa de la niebla y del combate, y losmás valientes estaban dañados por elcruel bronce. Dos varones insignes,Trasimedes y Antíloco, ignoraban aúnque el eximio Patroclo hubiese muerto ycreían que, vivo aún, luchaba con lostroyanos en la primera fila. Ambos,aunque estaban en la cuenta de que suscompañeros eran muertos o derrotados,peleaban separadamente de los demás;que así se lo había ordenado Néstor,cuando desde las negras naves los envióa la batalla.

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384 Todo el día sostuvieron la grancontienda y el cruel combate. Cansadosy sudosos tenían las rodillas, las piernasy más abajo los pies, y manchados depolvo las manos y los ojos, cuantospeleaban en torno del valiente servidordel Eácida, de pies ligeros. Como unhombre da a los obreros, para que laestiren, una piel grande de toro cubiertade grasa, y ellos, cogiéndola, sedistribuyen a su alrededor, y tirandotodos sale la humedad, penetra la grasay la piel queda perfectamente extendidapor todos lados, de la misma maneratiraban aquéllos del cadáver acá yacullá, en un reducido espacio, y tenían

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grandes esperanzas de arrastrarlo lostroyanos hacia Ilio, y los aqueos a lascóncavas naves. Un tumulto feroz seproducía alrededor del muerto; y niAres, que enardece a los guerreros, niAtenea por airada que estuviera, habríanhallado nada que baldonar, si lohubiesen presenciado: tal funestocombate de hombres y caballos suscitóZeus aquel día sobre el cadáver dePatroclo. El divino Aquiles ignorabaaún la muerte del héroe, porque la pelease había empeñado muy lejos de lasveleras naves, al pie del muro de Troya.No se figuraba que hubiese muerto, sinoque después de acercarse a las puertas

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volvería vivo; porque tampoco esperabaque llegara a tomar la ciudad, ni solo, nicon él mismo. Así se lo había oídomuchas veces a su madre cuando,hablándole separadamente de los demás,le revelaba el pensamiento del granZeus. Pero entonces la diosa no leanunció la gran desgracia que acababade ocurrir: la muerte del compañero aquien más amaba.

412 Los combatientes, blandiendoafiladas lanzas, se acometíancontinuamente alrededor del cadáver; yunos a otros se mataban. Y hubo quienentre los aqueos, de broncíneas corazas,habló de esta manera:

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415 —¡Oh amigos! No sería paranosotros acción gloriosa la de volver alas cóncavas naves. Antes la negra tierrase nos trague a todos; que preferiblefuera, si hemos de permitir a lostroyanos, domadores de caballos, quearrastren el cadáver a la ciudad yalcancen gloria.

420 Y a su vez alguno de losmagnánimos troyanos así decía:

421 —¡Oh amigos! Aunque la parcahaya dispuesto que sucumbamos todosjunto a ese hombre, nadie abandone labatalla.

423 Con tales palabras excitaban elvalor de sus compañeros. Seguía el

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combate, y el férreo estrépito llegaba alcielo de bronce, a través del infecundoéter.

426 Los corceles de Aquileslloraban, fuera del campo de la batalla,desde que supieron que su auriga habíasido postrado en el polvo por Héctor,matador de hombres. Por más queAutomedonte, hijo valiente de Diores,los aguijaba con el flexible látigo y lesdirigía palabras, ya suaves, yaamenazadoras; ni querían volver atrás, alas naves y al vasto Helesponto, niencaminarse hacia los aqueos queestaban peleando. Como la columna semantiene firme sobre el túmulo de un

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varón difunto o de una matrona, taninmóviles permanecían aquéllos con elmagnífico carro. Inclinaban la cabeza alsuelo, de sus párpados caían a tierraardientes lágrimas con que lloraban lapérdida del auriga, y las lozanas crinesestaban manchadas y caídas a amboslados del yugo.

441 Al verlos llorar, el Cronión secompadeció de ellos, movió la cabeza,y, hablando consigo mismo, dijo:

443 «¡Ah, infelices! ¿Por qué osentregamos al rey Peleo, a un mortal,estando vosotros exentos de la vejez yde la muerte? ¿Acaso para que tuvieseispenas entre los míseros mortales?

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Porque no hay un ser más desgraciadoque el hombre, entre cuantos respiran yse mueven sobre la tierra. HéctorPriámida no será llevado por vosotrosen el labrado carro; no lo permitiré.¿Por ventura no es bastante que se hayaapoderado de las armas y se gloríe deesta manera? Daré fuerza a vuestrasrodillas y a vuestro espíritu, para quellevéis salvo a Automedonte desde labatalla a las cóncavas naves; yconcederé gloria a los troyanos, loscuales seguirán matando hasta quelleguen a las naves de muchos bancos,se ponga el sol y la sagrada obscuridadsobrevenga».

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456 Así diciendo, infundió gran vigora los caballos: sacudieron éstos el polvode las crines y arrastraron velozmente elligero carro hacia los troyanos y losaqueos. Automedonte, aunque afligidopor la suerte de su compañero, queríacombatir desde el carro, y con loscorceles se echaba sobre los enemigoscomo el buitre sobre los ánsares; y conla misma facilidad huía del tumulto delos troyanos, que arremetía a la granturba de ellos para seguirles el alcance.Pero no mataba hombres cuando selanzaba a perseguir, porque, estandosolo en el sagrado asiento, no le eraposible acometer con la lanza y sujetar

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al mismo tiempo los veloces caballos.Viole al fin su compañero Alcimedonte,hijo de Laerces Hemónida; y,poniéndose detrás del carro, dijo aAutomedonte:

469 —¡Automedonte! ¿Qué dios te hasugerido tan inútil propósito dentro delpecho y te ha privado de tu buen juicio?¿Por qué, estando solo, combates conlos troyanos en la primera fila? Tucompañero recibió la muerte, y Héctorse vanagloria de cubrir sus hombros conlas armas del Eácida.

474 Respondióle Automedonte, hijode Diores:

475 —¡Alcimedonte! ¿Cuál otro

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aqueo podría sujetar o aguijar estoscaballos inmortales mejor que tú, si nofuera Patroclo, consejero igual a losdioses, mientras estuvo vivo? Pero ya lamuerte y la parca lo alcanzaron. Recogeel látigo y las lustrosas riendas, y yobajaré del carro para combatir.

481 Así dijo. Alcimedonte, subiendoenseguida al veloz carro, empuñó ellátigo y las riendas, y Automedonte saltóa tierra. Advirtiólo el esclarecidoHéctor; y al momento dijo a Eneas, quea su lado estaba:

485 —¡Eneas, consejero de lostroyanos, de broncíneas corazas!Advierto que los corceles del Eácida,

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ligero de pies, aparecen nuevamente enla lid guiados por aurigas débiles. Ycreo que me apoderaría de los mismos,si tú quisieras ayudarme; pues,arremetiendo nosotros a los aurigas,éstos no se… atreverán a resistir ni apelear frente a frente.

491 Así dijo; y el valeroso hijo deAnquises no dejó de obedecerle. Ambospasaron adelante, protegiendo sushombros con sólidos escudos de pielessecas de buey, cubiertas con gruesa capade bronce. Siguiéronles Cromio y eldeiforme Areto, que tenían grandesesperanzas de matar a los aurigas yllevarse los corceles de erguido cuello.

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¡Insensatos! No sin derramar sangrehabían de escapar de Automedonte.Éste, orando al padre Zeus, llenó defuerza y vigor las negras entrañas; yenseguida dijo a Alcimedonte, su fielcompañero:

501 —¡Alcimedonte! No tengas loscaballos lejos de mí; sino tan cerca, quesienta su resuello sobre mi espalda.Creo que Héctor Priámida no calmará suardor hasta que suba al carro de Aquilesy gobierne los corceles de hermosascrines, después de darnos muerte anosotros y desbaratar las filas de losguerreros argivos; o él mismo sucumba,peleando con los combatientes

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delanteros.507 Así habiendo hablado, llamó a

los dos Ayantes y a Menelao:508 —¡Ayantes, caudillos de los

argivos! ¡Menelao! Dejad a los másfuertes el cuidado de rodear al muerto ydefenderlo, rechazando las hacesenemigas; y venid a librarnos del díacruel a nosotros que aún vivimos, puesse dirigen a esta parte, corriendo por elluctuoso combate, Héctor y Eneas, queson los más valientes de los troyanos.En la mano de los dioses está lo quehaya de ocurrir. Yo arrojaré mi lanza, yZeus se cuidará del resto.

516 Dijo; y, blandiendo la ingente

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lanza, acertó a dar en el escudo liso deAreto, que no logró detener a aquélla:atravesólo la punta de bronce, yrasgando el cinturón se clavó en elempeine del guerrero. Como un jovenhiere con afilada segur a un bueymontaraz por detrás de las astas, le cortael nervio y el animal da un salto y cae,de esta manera el troyano saltó y cayóboca arriba y la lanza aguda, vibrandoaún en sus entrañas, dejóle sin vigor losmiembros. Héctor arrojó la relucientelanza contra Automedonte, pero éste,como la viera venir, evitó el golpeinclinándose hacia adelante: la fornidalanza se clavó en el suelo detrás de él, y

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el regatón temblaba; pero pronto laimpetuosa arma perdió su fuerza. Y seatacaron de cerca con las espadas, si noles hubiesen obligado a separarse losdos Ayantes; los cuales, enardecidos,abriéronse paso por la turba y acudierona las voces de su amigo. TemiéronlosHéctor, Eneas y el deiforme Cromio, y,retrocediendo, dejaron a Areto, queyacía en el suelo con el corazóntraspasado. Automedonte, igual al velozAres, despojóle de las armas y,gloriándose, pronunció estas palabras:

538 —El pesar de mi corazón por lamuerte del Menecíada se ha aliviado unpoco; aunque le es inferior el varón a

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quien he dado muerte.540 Así diciendo, tomó y puso en el

carro los sangrientos despojos; yenseguida subió al mismo, con los pies ylas manos ensangrentados como el leónque ha devorado un toro.

543 De nuevo se trabó una peleaencarnizada, funesta, luctuosa, en tornode Patroclo. Excitó la lid a Atenea, quevino del cielo, enviada a socorrer a losdánaos por el largovidente Zeus, cuyamente había cambiado. De la suerte queZeus tiende en el cielo el purpúreo arcoiris, como señal de una guerra o de uninvierno tan frío que obliga a suspenderlas labores del campo y entristece a los

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rebaños, de este modo la diosa, envueltaen purpúrea nube, penetró por las tropasaqueas y animó a cada guerrero. Primeroenderezó sus pasos hacia el fuerteMenelao, hijo de Atreo, que se hallabacerca; y, tomando la figura y vozinfatigable de Fénix, le exhortódiciendo:

556 —Sería para ti, oh Menelao,motivo de vergüenza y de oprobio quelos veloces perros despedazaran cercadel muro de Troya el cadáver de quienfue compañero fiel del ilustre Aquiles.¡Combate denodadamente y anima a todoel ejército!

56o Respondióle Menelao, valiente

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en la pelea:561 —¡Padre Fénix, anciano

respetable! Ojalá Atenea me infundiesevigor y me librase del ímpetu de lostiros. Yo quisiera ponerme al lado dePatroclo y defenderlo, porque su muerteconmovió mucho mi corazón; peroHéctor tiene la terrible fuerza de unallama, y no cesa de matar con el bronce,protegido por Zeus, que le da gloria.

567 Así dijo. Atenea, la diosa de ojosde lechuza, holgándose de que aquél lainvocara la primera entre todas lasdeidades, le vigorizó los hombros y lasrodillas, e infundió en su pecho laaudacia de la mosca, la cual, aunque sea

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ahuyentada repetidas veces, vuelve apicar porque la sangre humana le esagradable; de una audacia semejantellenó la diosa las negras entrañas delhéroe. Encaminóse Menelao hacia elcadáver de Patroclo y despidió lareluciente lanza. Hallábase entre lostroyanos Podes, hijo de Eetión, rico yvaliente, a quien Héctor honraba muchoen la ciudad porque era su compañeroquerido en los festines; a éste, que yaemprendía la fuga, atravesólo el rubioMenelao con la broncínea lanza que seclavó en el ceñidor, y el troyano cayócon estrépito. Al punto, el AtridaMenelao arrastró el cadáver desde los

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troyanos adonde se hallaban sus amigos.582 Apolo incitó a Héctor,

poniéndose a su lado después de tomarla figura de Fénope Asíada; éste tenía lacasa en Abides, y era para el héroe elmás querido de sus huéspedes. Asítransfigurado, dijo Apolo, el que hierede lejos:

586 —¡Héctor! ¿Cuál otro aqueo tetemerá, cuando huyes temeroso anteMenelao, que siempre fue guerrero débily ahora él solo ha levantado y se llevafuera del alcance de los troyanos elcadáver de tu fiel amigo a quien mató,del que peleaba con denuedo entre loscombatientes delanteros, de Podes, hijo

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de Eetión?591 Así dijo, y negra nube de pesar

envolvió a Héctor, que enseguidaatravesó las primeras filas, cubierto dereluciente bronce. Entonces el Cronidatomó la esplendorosa égida floqueada,cubrió de nubes el Ida, relampagueó ytronó fuertemente, agitó la égida, y diola victoria a los troyanos, poniendo enfuga a los aqueos.

597 El primero que huyó fue Penéleo,el beocio, por haber recibido, vueltosiempre de cara a los troyanos, unaherida leve en el hombre; y Polidamante,acercándose a él, le arrojó la lanza, quedesgarró la piel y llegó hasta el hueso.

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Héctor, a su vez, hirió en la muñeca ydejó fuera de combate a Leito, hijo delmagnánimo Alectrión; el cual huyóespantado y mirando en torno suyo,porque ya no esperaba que con la lanzaen la mano pudiese combatir con lostroyanos. Contra Héctor, que perseguía aLeito, arrojó Idomeneo su lanza y le dioun bote en el peto de la coraza, junto a latetilla; pero rompióse aquélla en launión del asta con el hierro; y lostroyanos gritaron. Héctor despidió sulama contra Idomeneo Deucálida, queiba en un carro; y por poco no acertó aherirlo; pero el bronce se clavó enCérano, escudero y auriga de Meriones,

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a quien acompañaba desde que partieronde la bien construida Licto. Idomeneosalió aquel día de las corvas naves alcampo, como infante; y hubieraprocurado a los troyanos un gran triunfo,si no hubiese llegado Cérano guiandolos veloces corceles: éste fue susalvador, porque le libró del día cruel alperder la vida a manos de Héctor,matador de hombres. A Cérano, pues,hirióle Héctor debajo de la quijada y dela oreja: la punta de la lanza hizo saltarlos dientes y atravesó la lengua. Elguerrero cayó del carro, y dejó que lasriendas vinieran al suelo. Meriones,inclinándose, recogiólas, y dijo a

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Idomeneo:622 —Aquija con el látigo los

caballos hasta que llegues a las velerasnaves; pues ya tú mismo conoces que noserán los aqueos quienes alcancen lavictoria.

624 Así habló; a Idomeneo fustigó loscorceles de hermosas crines, guiándoloshacia las cóncavas naves, porque eltemor había entrado en su corazón.

626 No les pasó inadvertido almagnánimo Ayante y a Menelao queZeus otorgaba a los troyanos lainconstante victoria. Y el gran AyanteTelamonio fue el primero en decir:

629 —¡Oh dioses! Ya hasta el más

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simple conocería que el padre Zeusfavorece a los troyanos. Los tiros detodos ellos, sea cobarde o valiente elque dispara, no yerran el blanco, porqueZeus los encamina; mientras que losnuestros caen al suelo sin dañar a nadie.Ea, pensemos cómo nos será más fácilsacar el cadáver y volvernos, pararegocijar a nuestros amigos; los cualesdeben de afligirse mirando hacia acá, ysin duda piensan que ya no podemosresistir la fuerza y las invictas manos deHéctor, matador de hombres, y prontotendremos que caer en las negras naves.Ojalá algún amigo avisara rápidamenteal Pelida, pues no creo que sepa la

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infausta nueva de que ha muerto sucompañero amado. Pero no puedodistinguir entre los aqueos a nadie capazde hacerlo, cubiertos como están pordensa niebla hombres y caballos. ¡PadreZeus! ¡Libra de la espesa niebla a losaqueos, serena el cielo, concede quenuestros ojos vean, y destrúyenos en laluz, ya que así te place!

648 Así dijo; y el padre,compadecido de verle derramarlágrimas, disipó en el acto la obscuridady apartó la niebla. Brilló el sol y toda labatalla quedó alumbrada. Y entoncesdijo Ayante a Menelao, valiente en lapelea:

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651 —Mira ahora, Menelao, alumnode Zeus, si ves a Antíloco, hijo delmagnánimo Néstor, vivo aún; y envíalepara que vaya corriendo a decir albelicoso Aquiles que ha muerto sucompañero más amado.

655 Así dijo; y Menelao, valiente enla pelea, obedeció y se fue, como sealeja del establo un león después deirritar a los canes y a los hombres que,vigilando toda la noche, no le handejado comer los pingües bueyes —elanimal, ávido de carne, acomete, peronada consigue porque audaces manos learrojan muchos venablos y teasencendidas que le hacen temer, aunque

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está enfurecido—; y al despuntar laaurora se va con el corazón afligido: detan mala gana, Menelao, valiente en lapelea, se apartaba de Patroclo, porquesentía gran temor de que los aqueos,vencidos por el fuerte miedo, lo dejarany fuera presa de los enemigos. Y se lorecomendó mucho a Meriones y a losAyantes, diciéndoles:

669 —¡Ayantes, caudillos de losargivos! ¡Meriones! Acordaos ahora dela mansedumbre del mísero Patroclo, elcual supo ser amable con todos mientrasgozó de vida. Pero ya la muerte y laparca le alcanzaron.

673 Dicho esto, el rubio Menelao

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partió mirando a todas partes como eláguila (el ave, según dicen, de vista másperspicaz entre cuantas vuelan por elcielo), a la cual, aun estando en lasalturas, no le pasa inadvertida una liebrede pies ligeros echada debajo de unarbusto frondoso, y se abalanza a ella yen un instante la coge y le quita la vida;del mismo modo, oh Menelao, alumnode Zeus, tus brillantes ojos dirigíanse atodos lados, por la turba numerosa delos compañeros, para ver si podríashallar vivo al hijo de Néstor. Pronto ledistinguió a la izquierda del combate,donde animaba a sus compañeros y lesincitaba a pelear. Y deteniéndose a su

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lado, hablóle así el rubio Menelao:685 —¡Ea, ven acá, Antíloco, alumno

de Zeus, y sabrás una infausta nueva queojalá no debiera darte! Creo que túmismo conocerás, con sólo tender lavista, que un dios nos manda la derrota alos dánaos y que la victoria es de lostroyanos. Ha muerto el más valienteaqueo, Patroclo, y los dánaos le echanmuy de menos. Corre hacia las navesaqueas y anúncialo a Aquiles; por si,dándose prisa en venir, puede llevar a subajel el cadáver desnudo, pues lasarmas las tiene Héctor, el de tremolantecasco.

694 Así dijo. Estremecióse Antíloco

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al oírle, estuvo un buen rato sin poderhablar, llenáronse de lágrimas sus ojos yla voz sonora se le cortó. Mas no poresto descuidó de cumplir la orden deMenelao: entregó las armas a Laódoco,el eximio compañero que a su lado regíalos solípedos caballos, y echó a correr.

700 Llevado por sus pies fuera delcombate, fuese llorando a dar al PelidaAquiles la triste noticia. Y a ti, ohMenelao, alumno de Zeus, no teaconsejó el ánimo que te quedaras allípara socorrer a los fatigadoscompañeros de Antíloco, aunque lospilios echaban muy de menos a su jefe.Envióles, pues, el divino Trasimedes; y

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volviendo a la carrera hacia el cadáverdel héroe Patroclo, se detuvo junto a losAyantes, y enseguida les dijo:

708 —Ya he enviado a aquél a lasveleras naves, para que se presente aAquiles, el de los pies ligeros; pero nocreo que Aquiles venga enseguida, pormás airado que esté con el divinoHéctor, porque sin armas no podrácombatir con los troyanos. Pensemosnosotros mismos cómo nos será másfácil sacar el cadáver y librarnos, en lalucha con los troyanos, de la muerte y laparca.

715 Respondióle el gran AyanteTelamonio:

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716 —Oportuno es cuanto dijiste,ínclito Menelao. Tú y Merionesintroducíos prontamente, levantad elcadáver y sacadlo de la lid. Y nosotrosdos, que tenernos igual ánimo, llevamosel mismo nombre y siempre hemossostenido juntos el vivo combate, osseguiremos, peleando a vuestra espaldacon los troyanos y el divino Héctor.

722 Así dijo. Aquéllos cogieron almuerto y alzáronlo muy alto; y gritó elejército troyano al ver que los aqueoslevantaban el cadáver. Arremetieron lostroyanos como los perros que,adelantándose a los jóvenes cazadores,persiguen al jabalí herido; así como

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éstos corren detrás del jabalí y anhelandespedazarlo, pero, cuando el animal,fiado en su fuerza, se vuelve, retrocedeny espantados se dispersan; del mismomodo los troyanos seguían en tropel yherían a los aqueos con las espadas ylanzas de doble filo; pero, cuando losAyantes volvieron la cara y sedetuvieron, a todos se les mudó el colordel semblante y ninguno osó adelantarsepara disputarles el cadáver.

733 De tal manera ambos caudillosllevaban presurosos el cadáver desde labatalla hacia las cóncavas naves. Trasellos suscitóse feroz combate: como elfuego que prende en una ciudad, se

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levanta de pronto y resplandece, y lascasas se arruinan entre grandes llamasque el viento, enfurecido, mueve; deigual suerte, un horrísono tumulto decaballos y guerreros acompañaba a losque se iban retirando. Así como mulosvigorosos sacan del monte y arrastranpor áspero camino una viga o un grantronco destinado a mástil de navío, yapresuran el paso, pero su ánimo estáabatido por el cansancio y el sudor: dela misma manera ambos caudillostransportaban animosamente el cadáver.Detrás de ellos, los Ayantes contenían alos troyanos como el valladar selvosoextendido por gran parte de la llanura

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refrena las corrientes perjudiciales delos ríos de curso arrebatado, les hacetorcer el camino y les señala el caucepor donde todos han de correr, y jamáslos ríos pueden romperlo con la fuerzade sus aguas; de semejante modo, losAyantes apartaban a los troyanos que lesseguían peleando, especialmente EneasAnquisíada y el preclaro Héctor. Comovuela una bandada de estorninos ograjos, dando horribles chillidos,cuando ven al gavilán que trae la muertea los pajarillos, así entonces los aqueos,perseguidos por Eneas y Héctor, corríanchillando horriblemente y se olvidabande combatir. Muchas armas hermosas de

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los dánaos fugitivos cayeron en el foso oen sus orillas, y la batalla continuaba sinintermisión alguna.

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CantoXVIII*

Fabricación de las armas

* Aquiles, al enterarse de la noticia dela muerte de su amigo Patroclo, ansíavengarlo. Su madre, Tetis, pide aHefesto que fabrique un escudo quereemplace al que Héctor tomó comobotín del cadáver de Patroclo.

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1 Mientras los troyanos y los aqueoscombatían con el ardor de abrasadorallama, Antíloco, mensajero de velocespies, fue en busca de Aquiles. Hallólejunto alas naves, de altas popas, y ya elhéroe presentía lo ocurrido; pues,gimiendo, a su magnánimo espíritu así lehablaba:

6 —¡Ay de mí! ¿Por qué losmelenudos aqueos vuelven a serderrotados, y corren aturdidos por lallanura con dirección a las naves? Temoque los dioses me hayan causado ladesgracia cruel para mi corazón, que me

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anunció mi madre diciendo que el másvaliente de los mirmidones dejaría dever la luz del sol, a manos de lostroyanos, antes de que yo falleciera. Sinduda ha muerto el esforzado hijo deMenecio. ¡Infeliz! Yo le mandé que, tanpronto como apartase el fuego enemigo,regresara a los bajeles y no quisierapelear valerosamente con Héctor.

15 Mientras tales pensamientosrevolvía en su mente y en su corazón,llegó el hijo del ilustre Néstor; y,derramando ardientes lágrimas, diole latriste noticia:

18 —¡Ay de mí, hijo del aguerridoPeleo! Sabrás una infausta nueva, una

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cosa que no hubiera de haber ocurrido.Patroclo yace en el suelo, y troyanos yaqueos combaten en torno del cadáverdesnudo, pues Héctor, el de tremolantecasco, tiene la armadura.

22 Así dijo; y negra nube de pesarenvolvió a Aquiles. El héroe cogióceniza con ambas manos, derramólasobre su cabeza, afeó el gracioso rostroy la negra ceniza manchó la divinatúnica; después se tendió en el polvo,ocupando un gran espacio, y con lasmanos se arrancaba los cabellos. Lasesclavas que Aquiles y Patroclo habíancautivado salieron afligidas; y, dandoagudos gritos, fueron desde la puerta a

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rodear a Aquiles; todas se golpeaban elpecho y sentían desfallecer susmiembros. Antíloco también selamentaba, vertía lágrimas y tenía de lasmanos a Aquiles, cuyo gran corazóndeshacíase en suspiros, por el temor deque se cortase la garganta con el hierro.Dio Aquiles un horrendo gemido; oyólesu veneranda madre, que se hallaba en elfondo del mar, junto al padre anciano, yprorrumpió en sollozos; y cuantas diosasnereidas había en aquellasprofundidades, todas se congregaron asu alrededor. Allí estaban Glauce, Talía,Cimódoce, Nesea, Espío, Toe, Halia, lade ojos de novilla, Cimótoe, Actea,

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Limnorea, Mélite, Yera, Anfítoe, Ágave,Doto, Proto, Ferusa, Dinámene,Dexámene, Anfínome, Calianira,Dóride, Pánope, la célebre Galatea,Nemertes, Apseudes, Calianasa,Clímene, Yanira, Yanasa, Mera, Oritía,Amatía, la de hermosas trenzas, y lasrestantes nereidas que habitan en elhondo del mar. La blanquecina gruta sellenó de ninfas, y todas se golpeaban elpecho. Y Tetis, dando principio a loslamentos, exclamó:

52 —Oíd, hermanas nereidas, paraque sepáis cuántas penas sufre micorazón. ¡Ay de mí, desgraciada! ¡Ay demí, madre infeliz de un valiente! Parí a

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un hijo ilustre, fuerte e insigne entre loshéroes, que creció semejante a un árbol;le crié como a una planta en terrenofértil y lo mandé a Ilio en las corvasnaves para que combatiera con lostroyanos; y ya no le recibiré otra vez,porque no volverá a mi casa, a lamansión de Peleo. Mientras vive y ve laluz del sol está angustiado, y no puedo,aunque a él me acerque, llevarlesocorro. Iré a ver al hijo querido y medirá qué pesar le aflige ahora que nointerviene en las batallas.

65 Así diciendo, salió de la gruta; lasnereidas la acompañaron llorosas, y lasolas del mar se rompían en torno de

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ellas. Cuando llegaron a la fértil Troya,subieron todas a la playa donde lasmuchas naves de los mirmidones habíansido colocadas junto a la del velozAquiles. La veneranda madre se acercóal héroe, que suspiraba profundamente;y, rompiendo el aire con agudosclamores, abrazóle la cabeza, y en tonolastimero pronunció estas aladaspalabras:

73 —¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Quépesar te ha llegado al alma? Habla; nome lo ocultes. Zeus ha cumplido lo quetú, levantando las manos, le pediste: quetodos los aqueos, privados de ti, fueranacorralados junto a las naves y

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padecieran vergonzosos desastres.78 Exhalando profundos suspiros,

contestó Aquiles, el de los pies ligeros:79 —¡Madre mía! El Olímpico,

efectivamente, lo ha cumplido; pero¿qué placer puede producirme, habiendomuerto Patroclo, el fiel amigo a quienapreciaba sobre todos los compañeros ytanto como a mi propia cabeza? Lo heperdido, y Héctor, después de matarlo,le despojó de las armas prodigiosas,encanto de la vista, magníficas, que losdioses regalaron a Peleo, comoespléndido presente, el día en que locolocaron en el tálamo de un hombremortal. Ojalá hubieras seguido

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habitando en el mar con las inmortalesninfas, y Peleo hubiese tomado esposamortal. Mas no sucedió así, para que seainmenso el dolor de tu alma cuandomuera tu hijo, a quien ya no recibirásvuelto a la patria, pues mi ánimo no meincita a vivir, ni a permanecer entre loshombres, si Héctor no pierde la vida,atravesado por mi lanza, recibiendo deeste modo la condigna pena por lamuerte de Patroclo Menecíada.

94 Respondióle Tetis, derramandolágrimas:

95 —Breve será tu existencia, ajuzgar por lo que dices, pues la muertete aguarda así que Héctor perezca.

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97 Contestó muy afligido Aquiles, elde los pies ligeros:

98 —Muera yo en el acto, ya que nopude socorrer al amigo cuando lomataron: ha perecido lejos de su país ysin tenerme al lado para que le librarade la desgracia. Ahora, puesto que no hede volver a la patria tierra, ni hesalvado a Patroclo ni a los muchosamigos que murieron a manos del divinoHéctor, permanezco en las naves cualinútil peso de la tierra, siendo tal en labatalla como ninguno de los aqueos, debroncíneas corazas, pues en el ágoraotros me superan. Ojalá pereciera ladiscordia para los dioses y para los

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hombres, y con ella la ira, queencruelece hasta al hombre sensatocuando más dulce que la miel seintroduce en el pecho y va creciendocomo el humo. Así me irritó el rey dehombres, Agamenón. Pero dejemos lopasado, aunque afligidos, pues espreciso refrenar el furor del pecho. Iré abuscar al matador del amigo querido, aHéctor; y yo recibiré la muerte cuandolo dispongan Zeus y los demás diosesinmortales. Pues ni el fornido Heraclespudo librarse de ella, con ser carísimoal soberano Zeus Cronida, sino que laparca y la cólera funesta de Hera lehicieron sucumbir. Así yo, si he de tener

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igual muerte, yaceré en la tumba cuandomuera; mas ahora ganaré gloriosa fama yharé que algunas de las matronastroyanas o dardanias, de profundo seno,den fuertes suspiros y con ambas manosse enjuguen las lágrimas de sus tiernasmejillas. Conozcan que durante largotiempo me he abstenido de combatir. Ytú, aunque me ames, no me prohíbas quepelee, que no lograrás persuadirme.

127 Respondióle Tetis, la deargénteos pies:

128 —Sí, hijo, es justo, y no puedereprobarse que libres a los afligidoscompañeros de una muerte terrible; perotu magnífica armadura de luciente

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bronce la tienen los troyanos, y Héctor,el de tremolante casco, se vanagloria decubrir con ella sus hombros. Con todoeso, me figuro que no durará mucho sujactancia, pues ya la muerte se leavecina. Tú no penetres en la contiendade Ares hasta que con tus ojos me veasvolver; y mañana, al romper el alba,vendré a traerte una hermosa armadurafabricada por Hefesto.

138 Cuando así hubo hablado, dejó asu hijo; y volviéndose a sus hermanas dela mar, les dijo:

140 —Bajad vosotras al anchurososeno del mar para ver al anciano marinoy el palacio del padre, a quien se lo

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contaréis todo; y yo subiré al elevadoOlimpo para que Hefesto, el ilustreartífice, dé a mi hijo una magnífica yreluciente armadura.

14s Así habló. Las nereidas sesumergieron prestamente en las olas delmar, y Tetis, la diosa de argénteos pies,enderezó sus pasos al Olimpo paraprocurar a su hijo las magníficas armas.

148 Mientras la diosa se encaminabaal Olimpo, los aqueos, de hermosasgrebas, huyendo con gritería inmensa avista de Héctor, matador de hombres,llegaron a las naves y al Helesponto; yya no podían sacar fuera de los tiros elcadáver de Patroclo, escudero de

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Aquiles, porque de nuevo los alcanzaronlos troyanos con sus carros y Héctor,hijo de Príamo, que por su vigor parecíauna llama. Tres veces el esclarecidoHéctor asió a Patroclo por los pies eintentó arrastrarlo, exhortando conhorrendos gritos a los troyanos; tresveces los dos Ayantes, revestidos deimpetuoso valor, le rechazaron. Héctor,confiando en su fuerza, unas veces searrojaba a la pelea, otras se detenía ydaba grandes voces, pero nunca seretiraba del todo. Como los pastorespasan la noche en el campo y noconsiguen apartar de la presa a unfogoso león muy hambriento; de

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semejante modo, los belicosos Ayantesno lograban ahuyentar del cadáver aHéctor Priámida. Y éste lo arrastrara,consiguiendo inmensa gloria, si no sehubiese presentado al Pelión, paraaconsejarle que tomase las armas, laveloz Iris, de pies ligeros como elviento; a la cual enviaba Hera, sin quelo supieran Zeus ni los demás dioses.Colocóse la diosa cerca de Aquiles ypronunció estas aladas palabras:

170 —¡Levántate, Pelida, el másportentoso de los hombres! Ve adefender a Patroclo, por cuyo cuerpo seha trabado un vivo combate cerca de lasnaves. Mátanse allí los aqueos

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defendiendo el cadáver, y los troyanosacometiendo con el fin de arrastrarlo ala ventosa Ilio. Y el que más empeñotiene en llevárselo es el esclarecidoHéctor, porque su ánimo le incita acortarle la cabeza del tierno cuello paraclavarla en una estaca. Levántate, noyazgas más; avergüéncese tu corazón deque Patroclo llegue a ser juguete de losperros troyanos; pues será para ti motivode afrenta que el cadáver reciba algúnultraje.

181 Respondióle el divino Aquiles,el de los pies ligeros:

182 —¡Diosa Iris! ¿Cuál de lasdeidades te envía como mensajera?

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183 Díjole la veloz Iris, de piesligeros como el viento:

184 —Me manda Hera, la ilustreesposa de Zeus, sin que lo sepan elexcelso Cronida ni los demás diosesinmortales que habitan el nevadoOlimpo.

187 Replicóle Aquiles, el de los piesligeros:

188 —¿Cómo puedo ir a la batalla?Los troyanos tienen mis armas, y mimadre no me permite entrar en combatehasta que con estos ojos la vea volver,pues aseguró que me traería una hermosaarmadura fabricada por Hefesto. Entretanto no sé de cuál guerrero podría

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vestir las armas, a no ser que tomase elescudo de Ayante Telamoníada; perocreo que éste se halla entre loscombatientes delanteros y pelea con lalanza por el cadáver de Patroclo.

196 Contestóle la veloz Iris, de piesligeros como el viento:

197 —Bien sabemos nosotros queaquéllos tienen tu magnífica armadura;pero muéstrate a los troyanos en la orilladel foso para que, temiéndote, cesen depelear; los belicosos aqueos, que tanabatidos están, se reanimen, y la batallatenga su tregua, aunque sea por brevetiempo.

202 En diciendo esto, fuese Iris,

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ligera de pies. Aquiles, caro a Zeus, selevantó, y Atenea cubrióle los fornidoshombros con la égida floqueada, yademás la divina entre las diosascircundóle la cabeza con áurea nube, enla cual ardía resplandeciente llama.Como se ve desde lejos el humo que,saliendo de una isla donde se halla unaciudad sitiada por los enemigos, llega aléter, cuando sus habitantes, después decombatir todo el día en horrenda batalla,fuera de la ciudad, al ponerse el solencienden muchos fuegos, cuyoresplandor sube a lo alto, para que losvecinos los vean, se embarquen y leslibren del apuro, de igual modo el

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resplandor de la cabeza de Aquilesllegaba al éter. Y acercándose a la orilladel foso, fuera de la muralla, se detuvo,sin mezclarse con los aqueos, porquerespetaba el prudente mandato de sumadre. Allí dio recias voces y a algunadistancia Palas Atenea vociferó tambiény suscitó un inmenso tumulto entre lostroyanos. Como se oye la voz sonora dela trompeta cuando vienen a cercar laciudad enemigos que la vida quitan, tansonora fue entonces la voz del Eácida.Cuando se dejó oír la voz de bronce delhéroe, a todos se les conturbó elcorazón, y los caballos, de hermosascrines, volvíanse hacia atrás con los

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carros porque en su ánimo presentíandesgracias. Los aurigas se quedaronatónitos al ver el terrible e incesantefuego que en la cabeza del magnánimoPelión hacía arder Atenea, la diosa deojos de lechuza. Tres veces el divinoAquiles gritó a orillas del foso, y tresveces se turbaron los troyanos y susínclitos auxiliares; y doce de los másvalientes guerreros murieronatropellados por sus carros y heridospor sus propias lanzas. Y los aqueos,muy alegres, sacaron a Patroclo fueradel alcance de los tiros y colocáronlo enun lecho. Los amigos le rodearonllorosos, y con ellos iba Aquiles, el de

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los pies ligeros, derramando ardienteslágrimas, desde que vio al fielcompañero desgarrado por el agudobronce y tendido en el féretro. Habíalemandado a la batalla con su carro y suscorceles, y ya no podía recibirlo, porquede ella no tornaba vivo.

239 Hera veneranda, la de ojos denovilla, obligó al sol infatigable ahundirse, mal de su grado, en lacorriente del Océano. Y una vez puesto,los divinos aqueos suspendieron laenconada pelea y el general combate.

243 Los troyanos, por su parte,retirándose de la dura contienda,desuncieron de los carros los veloces

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corceles y se reunieron en el ágora antesde preparar la cena. Celebraron el ágorade pie y nadie osó sentarse; pues a todosles hacía temblar el que Aquiles sepresentara después de haberpermanecido tanto tiempo apartado delfunesto combate. Fue el primero enarengarles el prudente PolidamantePantoida, el único que conocía lo futuroy lo pasado: era amigo de Héctor, yambos nacieron en la misma noche; peroPolidamante superaba a Héctor en laelocuencia, y éste descollaba más que élen el manejo de la lanza. Y arengándolesbenévolo, así les dijo:

254 —Pensadlo bien, amigos, pues yo

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os exhorto a volver a la ciudad en vezde aguardar a la divinal aurora en lallanura, junto a las naves, y tan lejos delmuro como al presente nos hallamos.Mientras ese hombre estuvo irritado conel divino Agamenón, fue más fácilcombatir contra los aqueos; y también yogustaba de pernoctar junto a las velerasnaves, esperando que acabaríamostomando los corvos bajeles. Ahora temomucho al Pelida, de pies ligeros, quecon su ánimo arrogante no se contentarácon quedarse en la llanura, dondetroyanos y aqueos sostienen el furor deAres, sino que luchará para apoderarsede la ciudad y de las mujeres. Volvamos

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a la población; seguid mi consejo, antesde que ocurra lo que voy a decir. Lanoche inmortal ha detenido al Pelida, depies ligeros; pero, si mañana nosacomete armado y nos encuentra aquí,conoceréis quién es, y llegará gozoso ala sagrada Ilio el que logre escapar,pues a muchos de los troyanos se loscomerán los perros y los buitres. ¡Ojaláque tal noticia nunca llegue a mis oídos!Si, aunque estéis afligidos, seguís miconsejo, tendremos el ejército reunidoen el ágora durante la noche, pues laciudad queda defendida por las torres ylas altas puertas con sus tablas grandes,labradas, sólidamente unidas. Por la

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mañana, al apuntar la aurora, subiremosarmados a las torres; y si aquél vinierede las naves a combatir con nosotros alpie del muro, peor para él; pues habráde volverse después de cansar a loscaballos, de erguido cuello, con carrerasde todas clases, llevándolos errantes entorno de la ciudad. Pero no tendrá ánimopara entrar en ella, y nunca podrádestruirla; antes se lo comerán losveloces perros.

284 Mirándole con torva faz, exclamóHéctor, el de tremolante casco:

285 —¡Polidamante! No me place loque propones de volver a la ciudad yencerrarnos en ella. ¿Aún no os cansáis

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de vivir dentro de los muros? Antestodos los hombres dotados de palabrallamaban a la ciudad de Príamo rica enoro y en bronce, pero ya las hermosasjoyas desaparecieron de las casas:muchas riquezas han sido llevadas a laFrigia y a la encantadora Meonia paraser vendidas, desde que Zeus se irritócontra nosotros. Y ahora que el hijo delartero Crono me ha concedido alcanzargloria junto a las naves y acorralarcontra el mar a los aqueos, no des, ¡ohnecio!, tales consejos al pueblo. Ningúntroyano te obedecerá, porque no lopermitiré. Ea, procedamos todos comovoy a decir. Cenad en el campamento,

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sin romper las filas; acordaos de laguardia y vigilad todos. Y el troyano quesienta gran temor por sus bienes,júntelos y entréguelos al pueblo paraque en común se consuman; pues esmejor que los disfrute éste que no losaqueos. Mañana, al apuntar la aurora,vestiremos la armadura y suscitaremosun reñido combate junto alas cóncavasnaves. Y si verdaderamente el divinoAquiles pretende salir del campamento,le pesará tanto más, cuanto más searriesgue. Porque intento no huir de él,sino afrontarle en la batalla horrísona; yalcanzará una gran victoria, o seré yoquien la consiga. Que Enialio es a todos

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común y suele causar la muerte del quematar deseaba.

310 Así se expresó Héctor, y lostroyanos le aclamaron, ¡oh necios!,porque Palas Atenea les quitó el juicio.¡Aplaudían todos a Héctor por susfunestos propósitos y ni uno siquiera aPolidamante, que les daba un buenconsejo! Tomaron, pues, la cena en elcampamento; y los aqueos pasaron lanoche dando gemidos y llorando aPatroclo. El Pelida, poniendo sus manoshomicidas sobre el pecho del amigo, diocomienzo a las sentidas lamentaciones,mezcladas con frecuentes sollozos.Como el melenudo león a quien un

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cazador ha quitado los cachorros en lapoblada selva, cuando vuelve a sumadriguera se aflige y, poseído devehemente cólera, recorre los valles enbusca de aquel hombre, de igual modo, ydespidiendo profundos suspiros, dijoAquiles entre los mirmidones:

324 —¡Oh dioses! Vanas fueron laspalabras que pronuncié un día en elpalacio para tranquilizar al héroeMenecio, diciendo que a su ilustre hijole llevaría otra vez a Opunte tan prontocomo, tomada Ilio, recibiera su parte debotín. Zeus no les cumple a los hombrestodos sus deseos; y el hado ha dispuestoque nuestra sangre enrojezca una misma

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tierra, aquí en Troya; porque ya no merecibirán en su palacio ni el ancianocaballero Peleo, ni Tetis, mi madre, sinoque esta tierra me contendrá en su seno.Ahora, ya que tengo de penetrar en latierra, oh Patroclo, después que tú, no teharé las honras fúnebres hasta que traigalas armas y la cabeza de Héctor, tumagnánimo matador. Degollaré ante lapira, para vengar tu muerte, doce hijosde ilustres troyanos. Y en tantopermanezcas tendido junto a las corvasnaves, te rodearán, llorando noche y día,las troyanas y dardanias de profundoseno que conquistamos con nuestro valory la ingente lanza, al entrar a saco

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opulentas ciudades de hombres de vozarticulada.

343 Cuando esto hubo dicho, eldivino Aquiles mandó a sus compañerosque pusieran al fuego un gran trípodepara que cuanto antes le lavaran aPatroclo las manchas de sangre. Y elloscolocaron sobre el ardiente fuego unacaldera propia para baños, sostenidapor un trípode; llenáronla de agua, ymetiendo leña debajo la encendieron: elfuego rodeó la caldera y calentó el agua.Cuando ésta hirvió en la caldera debronce reluciente, lavaron el cadáver,ungiéronlo con pingüe aceite y taparonlas heridas con un ungüento que tenía

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nueve años; después, colocándolo en ellecho, lo envolvieron de pies a cabezaen fina tela de lino y lo cubrieron con unvelo blanco. Los mirmidones pasaron lanoche alrededor de Aquiles, el de lospies ligeros, dando gemidos y llorando aPatroclo. Y Zeus habló de este modo aHera, su hermana y esposa:

357 —Lograste al fin, Heraveneranda, la de ojos de novilla, queAquiles, ligero de pies, volviera a labatalla. Sin duda nacieron de ti losmelenudos aqueos.

360 Respondió Hera veneranda, la deojos de novilla:

361 —¡Terribilísimo Cronida! ¡Qué

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palabras proferiste! Si un hombre, noobstante su condición de mortal y nosaber Canto, puede realizar su propósitocontra otro hombre, ¿cómo yo, que meconsidero la primera de las diosas pormi abolengo y por llevar el nombre deesposa tuya, de ti que reinas sobre losinmortales todos, no había de causarmales a los troyanos estando irritadacontra ellos?

368 Así éstos conversaban. Tetis, lade argénteos pies, llegó al palacioimperecedero de Hefesto, que brillabacomo una estrella, lucía entre los de lasdeidades, era de bronce y habíaloedificado el cojo en persona. Halló al

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dios bañado en sudor y moviéndose entorno de los fuelles, pues fabricabaveinte trípodes que debían permanecerarrimados a la pared del bien construidopalacio y tenían ruedas de oro en lospies para que de propio impulsopudieran entrar donde los dioses secongregaban y volver a la casa. ¡Cosaadmirable! Estaban casi terminados,faltándoles tan sólo las labradas asas, yel dios preparaba los clavos parapegárselas. Mientras hacía tales obrascon sabia inteligencia, llegó Tetis, ladiosa de argénteos pies. La bella Caris,que llevaba luciente diadema y eraesposa del ilustre cojo, viola venir,

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salió a recibirla, y, asiéndola por lamano, le dijo:

385 —¿Por qué, oh Tetis, la de largopeplo, venerable y cara, vienes a nuestropalacio? Antes no solías frecuentarlo.Pero sígueme, y te ofreceré los dones dela hospitalidad.

388 Dichas estas palabras, la divinaentre las diosas introdujo a Tetis y lahizo sentar en un hermoso trono labrado,tachonado con clavos de plata y provistode un escabel para los pies. Y, llamandoa Hefesto, ilustre artífice, le dijo:

392 —¡Hefesto! Ven acá, pues Tetis tenecesita para algo.

393 Respondió el ilustre cojo de

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ambos pies:394 —Respetable y veneranda es la

diosa que ha venido a este palacio. Fuemi salvadora cuando me tocó padecer,pues vime arrojado del cielo y caí a lolejos por la voluntad de mi insolentemadre, que me quería ocultar a causa dela cojera. Entonces mi corazón hubieratenido que soportar terribles penas, si nome hubiesen acogido en su senoEurínome y Tetis; Eurínome, hija delrefluente Océano. Nueve años viví conellas fabricando muchas piezas debronce —broches, redondos brazaletes,sortijas y collares— en una cuevaprofunda, rodeada por la inmensa,

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murmurante y espumosa corriente delOcéano. De todos los dioses y losmortales hombres, sólo lo sabían Tetis yEurínome, las mismas que antes mesalvaron. Hoy que Tetis, la de hermosastrenzas, viene a mi casa, tengo quepagarle el beneficio de habermeconservado la vida. Sírvele hermosospresentes de hospitalidad, mientrasrecojo los fuelles y demás herramientas.

410 Dijo; y levantóse de cabe alyunque el gigantesco e infatigable numenque al andar cojeaba arrastrando susgráciles piernas. Apartó de la llama losfuelles y puso en un arcón de plata lasherramientas con que trabajaba;

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enjugóse con una esponja el sudor delrostro, de las manos, del vigoroso cuelloy del velludo pecho, vistió la túnica,tomó el fornido cetro, y salió cojeando,apoyado en dos estatuas de oro que eransemejantes a vivientes jóvenes, puestenían inteligencia, voz y fuerza, yhallábanse ejercitadas en las obraspropias de los inmortales dioses. Ambassostenían cuidadosamente a su señor, yéste, andando, se sentó en un tronoreluciente cerca de Tetis, asió la manode la deidad, y le dijo:

424 —¿Por qué, oh Tetis, la de largopeplo, venerable y cara, vienes a nuestropalacio? Antes no solías frecuentarlo.

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Di qué deseas; mi corazón me impulsa aejecutarlo, si puedo ejecutarlo y eshacedero.

428 Respondióle Tetis, derramandolágrimas:

429 —¡Hefesto! ¿Hay alguna entre lasdiosas del Olimpo que haya sufrido ensu ánimo tantos y tan graves pesarescomo a mí me ha enviado el CronidaZeus? De las ninfas del mar, únicamentea mí me sujetó a un hombre, a PeleoEácida, y tuve que tolerar, contra todami voluntad, el tálamo de un hombre queyace ya en el palacio, rendido a la tristevejez. Ahora me envía otros males:concedióme que pariera y alimentara un

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hijo insigne entre los héroes, que creciósemejante a un árbol, lo crié como a unaplanta en terreno fértil y lo mandé a Ilioen las corvas naves, para quecombatiera con los troyanos; y ya no lerecibiré otra vez, porque no volverá ami casa, a la mansión de Peleo. Mientrasvive y ve la luz del sol está angustiado,y no puedo, aunque a él me acerque,llevarle socorro. Los aqueos le habíanasignado, como recompensa, una joven,y el rey Agamenón se la quitó de lasmanos. Apesadumbrado por tal motivo,consumía su corazón, pero los troyanosacorralaron a los aqueos junto a losbajeles y no les dejaban salir del

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campamento, y los próceres argivosintercedieron con Aquiles y leofrecieron espléndidos regalos.Entonces, aunque se negó a librarles dela ruina, hizo que vistiera sus armasPatroclo y envióle a la batalla conmuchos hombres. Combatieron todo eldía en las puertas Esceas; y los aqueoshubieran destruido la ciudad, a no habersido por Apolo, el cual mató entre loscombatientes delanteros al esforzadohijo de Menecio, que tanto estragocausaba, y dio gloria a Héctor. Y yovengo a abrazar tus rodillas por siquieres dar a mi hijo, cuya vida ha deser breve, escudo, casco, hermosas

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grebas ajustadas con broches, y coraza;pues las armas que tenía las perdió sufiel amigo al morir a manos de lostroyanos, y Aquiles yace en tierra con elcorazón afligido.

462 Contestóle el ilustre cojo deambos pies:

463 —Cobra ánimo y no te apurespor las armas. Ojalá pudiera ocultarlo ala muerte horrísona cuando el terribledestino se le presente, como tendrá unahermosa armadura que admiraráncuantos la vean.

468 Así habló; y, dejando a la diosa,encaminóse a los fuelles, los volvióhacia la llama y les mandó que

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trabajasen. Estos soplaban en veintehornos, despidiendo un aire que avivabael fuego y era de varias clases: unasveces fuerte, como lo necesita el quetrabaja de prisa, y otras al contrario,según Hefesto lo deseaba y la obra lorequería. El dios puso al fuego durobronce, estaño, oro precioso y plata;colocó en el tajo el gran yunque, y cogiócon una mano el pesado martillo y con laotra las tenazas.

478 Hizo lo primero de todo unescudo grande y fuerte, de variada labor,con triple cenefa brillante y reluciente,provisto de una abrazadera de plata.Cinco capas tenía el escudo, y en la

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superior grabó el dios muchas artísticasfiguras, con sabia inteligencia.

483 Allí puso la tierra, el cielo, elmar, el sol infatigable y la luna llena;allí las estrellas que el cielo coronan,las Pléyades, las Híades, el robustoOrión y la Osa, llamada porsobrenombre el Carro, la cual girasiempre en el mismo sitio, mira a Orióny es la única que deja de bañarse en elOcéano.

490 Allí representó también dosciudades de hombres dotados depalabra. En la una se celebraban bodas yfestines: las novias salían de sushabitaciones y eran acompañadas por la

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ciudad a la luz de antorchas encendidas,oíanse repetidos cantos de himeneo,jóvenes danzantes formaban ruedos,dentro de los cuales sonaban flautas ycítaras, y las matronas admiraban elespectáculo desde los vestíbulos de lascasas. Los hombres estaban reunidos enel ágora, pues se había suscitado unacontienda entre dos varones acerca de lamulta que debía pagarse por unhomicidio: el uno, declarando ante elpueblo, afirmaba que ya la teníasatisfecha; el otro negaba haberlarecibido, y ambos deseaban terminar elpleito presentando testigos. El pueblo sehallaba dividido en dos bandos, que

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aplaudían sucesivamente a cadalitigante; los heraldos aquietaban a lamuchedumbre, y los ancianos, sentadossobre pulimentadas piedras en sagradocírculo, tenían en las manos los cetrosde los heraldos, de voz potente, ylevantándose uno tras otro publicaban eljuicio que habían formado. En el centroestaban los dos talentos de oro quedebían darse al que mejor demostrara lajusticia de su causa.

509 La otra ciudad aparecía cercadapor dos ejércitos cuyos individuos,revestidos de lucientes armaduras, noestaban acordes: los del primerodeseaban arruinar la plaza, y los otros

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querían dividir en dos partes cuantasriquezas encerraba la agradablepoblación. Pero los ciudadanos aún nose rendían, y preparaban secretamenteuna emboscada. Mujeres, niños yancianos subidos en la muralla ladefendían. Los sitiados marchabanllevando al frente a Ares y a PalasAtenea, ambos de oro y con áureasvestiduras, hermosos, grandes, armadosy distinguidos, como dioses; pues loshombres eran de estatura menor. Luegoen el lugar escogido para la emboscada,que era a orillas de un río y cerca de unabrevadero que utilizaba todo el ganado,sentábanse, cubiertos de reluciente

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bronce, y ponían dos centinelasavanzados para que les avisaran lallegada de las ovejas y de los bueyes deretorcidos cuernos. Pronto sepresentaban los rebaños con dospastores que se recreaban tocando lazampoña, sin presentir la asechanza.Cuando los emboscados los veían venir,corrían a su encuentro y al punto seapoderaban de los rebaños de bueyes yde los magníficos hatos de blancasovejas y mataban a los guardianes. Lossitiadores, que se hallaban reunidos enjunta, oían el vocerío que se alzaba entorno de los bueyes, y, montando ágilescorceles, acudían presurosos. Pronto se

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trababa a orillas del río una batalla en lacual heríanse unos a otros conbroncíneas lanzas. Allí se agitaban laDiscordia, el Tumulto y la funesta Parca,que a un tiempo cogía a un guerrero vivoy recientemente herido y a otro ileso, yarrastraba, asiéndolo de los pies, por elcampo de la batalla a un tercero que yahabía muerto; y el ropaje que cubría suespalda estaba teñido de sangre humana.Movíanse todos como hombres vivos,peleaban y retiraban los muertos.

541 Representó también una blandatierra noval, un campo fértil y vasto quese labraba por tercera vez: acá y acullámuchos labradores guiaban las yuntas, y,

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al llegar al confín del campo, un hombreles salía al encuentro y les daba unacopa de dulce vino; y ellos volvíanatrás, abriendo nuevos surcos, ydeseaban llegar al otro extremo delnoval profundo. Y la tierra que dejabana su espalda negreaba y parecía labrada,siendo toda de oro; lo cual constituíauna singular maravilla.

550 Grabó asimismo un campo realdonde los jóvenes segaban las miesescon hoces afiladas: muchos manojoscaían al suelo a lo largo del surco, y conellos formaban gavilla: los atadores.Tres eran éstos, y unos rapaces cogíanlos manojos y se los llevaban a

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brazados. En medio, de pie en un surco,estaba el rey sin desplegar los labios,con el corazón alegre y el cetro en lamano. Debajo de una encina, losheraldos preparaban para el banquete uncorpulento buey que habían matado. Ylas mujeres aparejaban la comida de lostrabajadores, haciendo abundantespuches de blanca harina.

561 También entalló una hermosaviña de oro, cuyas cepas, cargadas denegros racimos, estaban sostenidas porrodrigones de plata. Rodeábanla un fosode negruzco acero y un seto de estaño, yconducía a ella un solo camino pordonde pasaban los acarreadores

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ocupados en la vendimia. Doncellas ymancebos, pensando en cosas tiernas,llevaban el dulce fruto en cestos demimbre; un muchacho tañía suavementela harmoniosa cítara y entonaba contenue voz un hermoso lino, y todos leacompañaban cantando, profiriendovoces de júbilo y golpeando con lospies el suelo.

573 Puso luego un rebaño de vacas deerguida cornamenta: los animales erande oro y estaño, y salían del establo,mugiendo, para pastar a orillas de unsonoro río, junto a un flexible cañaveral.Cuatro pastores de oro guiaban a lasvacas y nueve canes de pies ligeros los

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seguían. Entre las primeras vacas, dosterribles leones habían sujetado yconducían a un toro que daba fuertesmugidos. Perseguíanlos mancebos yperros. Pero los leones lograbandesgarrar la piel del corpulento toro ytragaban los intestinos y la negra sangre;mientras los pastores intentaban, aunqueinútilmente, estorbarlo, y azuzaban a loságiles canes: éstos se apartaban de losleones sin morderlos, ladraban desdecerca y rehuían el encuentro de lasfieras.

587 Hizo también el ilustre cojo deambos pies un gran prado en hermosovalle, donde pacían las cándidas ovejas,

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con establos, chozas techadas yapriscos.

590 El ilustre cojo de ambos piespuso luego una danza como la queDédalo concertó en la vasta Cnoso enobsequio de Ariadna, la de lindastrenzas. Mancebos y doncellas de ricodote, cogidos de las manos, se divertíanbailando: éstas llevaban vestidos desutil lino y bonitas guirnaldas, yaquéllos, túnicas bien tejidas y algolustrosas, como frotadas con aceite, ysables de oro suspendidos de argénteostahalíes. Unas veces, moviendo losdiestros pies, daban vueltas a la redondacon la misma facilidad con que el

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alfarero, sentándose, aplica su mano altorno y lo prueba para ver si corre, y enotras ocasiones se colocaban por hilerasy bailaban separadamente. Gentíoinmenso rodeaba el baile y se holgabaen contemplarlo. Entre ellos un divinoaedo cantaba, acompañándose con lacítara; y así que se oía el preludio, dossaltadores hacían cabriolas en medio dela muchedumbre.

606 En la orla del sólido escudorepresentó la poderosa corriente del ríoOcéano.

609 Después que construyó el grandey fuerte escudo, hizo para Aquiles unacoraza más reluciente que el resplandor

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del fuego; un sólido casco, hermoso,labrado, de áurea cimera, y que a sussienes se adaptara, y unas grebas dedúctil estaño.

614 Cuando el ilustre cojo de ambospies hubo fabricado todas las armas,entrególas a la madre de Aquiles. YTetis saltó, como un gavilán desde elnevado Olimpo, llevando la relucientearmadura que Hefesto había construido.

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Canto XIX*

Renunciamiento de lacólera

* Pertrechado con la armadura que lehabía fabricado Hefesto, Aquiles sereconcilia con Agamenón. Briseidelamenta la muerte de Patroclo y elejército aqueo se prepara para la batalla

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que va a tener lugar.

1 La Aurora, de azafranado velo, selevantaba de la corriente del Océanopara llevar la luz a los dioses y a loshombres, cuando Tetis llegó a las navescon la armadura que Hefesto le habíaentregado. Halló al hijo queridoreclinado sobre el cadáver de Patroclo,llorando ruidosamente y en torno suyo amuchos amigos que derramabanlágrimas. La divina entre las diosas sepuso en medio, asió la mano de Aquilesy hablóle de este modo:

8 —¡Hijo mío! Aunque estamos

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afligidos, dejemos que ése yazga, ya quesucumbió por la voluntad de los dioses;y tú recibe la armadura fabricada porHefesto, tan excelente y bella comojamás varón alguno la haya llevado paraproteger sus hombros.

12 La diosa, apenas acabó de hablar,colocó en el suelo delante de Aquileslas labradas armas, y éstas resonaron. Atodos los mirmidones les sobrevinotemblor; y, sin atreverse a mirarlas defrente, huyeron espantados. MasAquiles, así que las vio, sintió que se lerecrudecía la cólera; los ojos lecentellearon terriblemente, como unallama, debajo de los párpados; y el

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héroe se gozaba teniendo en las manosel espléndido presente de la deidad. Y,cuando hubo deleitado su ánimo con lacontemplación de la labrada armadura,dirigió a su madre estas aladas palabras:

21 —¡Madre mía! El dios te ha dadounas armas como es natural que sean lasobras de los inmortales y como ningúnhombre mortal las hiciera. Ahora mearmaré, pero temo que mientras tantopenetren las moscas por las heridas queel bronce causó al esforzado hijo deMenecio, engendren gusanos, desfigurenel cuerpo —pues le falta la vida— ycorrompan todo el cadáver.

28 Respondióle Tetis, la diosa de

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argénteos pies:29 —Hijo, no te turbe el ánimo tal

pensamiento. Yo procuraré apartar losimportunos enjambres de moscas, que seceban en la carne de los varonesmuertos en la guerra. Y, aunque estuvieratendido un año entero, su cuerpo seconservaría igual que ahora o mejortodavía. Tú convoca al ágora a loshéroes aqueos, renuncia a la cóleracontra Agamenón, pastor de pueblos,ármate enseguida para el combate yrevístete de valor.

37 Dicho esto, infundióle fortaleza yaudacia, y echó unas gotas de ambrosíay rojo néctar en la nariz de Patroclo,

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para que el cuerpo se hicieraincorruptible.

40 El divino Aquiles se encaminó ala orilla del mar, y, dando horriblesvoces, convocó a los héroes aqueos. Ycuantos solían quedarse en el recinto delas naves, y hasta los pilotos que lasgobernaban, y como despenserosdistribuían los víveres, fueron entoncesal ágora, porque Aquiles se presentaba,después de haber permanecido alejadodel triste combate durante muchotiempo. El intrépido Tidida y el divinoUlises, servidores de Ares, acudieroncojeando, apoyándose en el arrimo de lalanza —aún no tenían curadas las graves

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heridas—, y se sentaron delante detodos. Agamenón, rey de hombres, llegóel último y también estaba herido, puesCoón Antenórida habíale clavado subroncínea pica durante la encarnizadalucha. Cuando todos los aqueos sehubieron congregado, levantándose entreellos dijo Aquiles, el de los piesligeros:

56 —¡Atrida! Mejor hubiera sidopara entrambos, para ti y para mí,continuar unidos que sostener, con elcorazón angustiado, roedora disputa poruna joven. Así la hubiese muertoÁrtemis en las naves con una de susflechas el mismo día que la cautivé al

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tomar a Lirneso; y no habrían mordido elanchuroso suelo tantos aqueos comosucumbieron a manos del enemigomientras duró mi cólera. Para Héctor ylos troyanos fue el beneficio, y me figuroque los aqueos se acordarán largotiempo de nuestra disputa. Mas dejemoslo pasado, aunque nos hallemosafligidos, puesto que es preciso refrenarel furor del pecho. Desde ahora depongola cólera, que no sería razonable estarsiempre irritado. Mas, ea, incita a losmelenudos aqueos a que peleen; y veré,saliendo al encuentro de los troyanos, siquerrán pasar la noche junto a losbajeles. Creo que con gusto se entregará

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al descanso el que logre escapar delferoz combate, puesto en fuga por milanza.

74 Así habló; y los aqueos, dehermosas grebas, holgáronse de que elmagnánimo Pelión renunciara a lacólera. Y el rey de hombres, Agamenón,les dijo desde su asiento, sin levantarseen medio del concurso:

78 —¡Oh amigos, héroes dánaos,servidores de Ares! Bueno será queescuchéis sin interrumpirme, pues locontrario molesta hasta al que estáejercitado en hablar. ¿Cómo se podríaoír o decir algo en medio del tumultoproducido por muchos hombres?

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Turbaríase el orador aunque fueseelocuente. Yo me dirigiré al Pelida; perovosotros, los demás argivos, prestadmeatención y cada uno penetre bien mispalabras. Muchas veces los aqueos mehan dirigido las mismas Palabras,increpándome por lo ocurrido, y yo nosoy el culpable, sino Zeus, la Parca yErinia, que vaga en las tinieblas; loscuales hicieron padecer a mi alma,durante el ágora, cruel ofuscación el díaen que le arrebaté a Aquiles larecompensa. Mas, ¿qué podía hacer? Ladivinidad es quien lo dispone todo. Hijaveneranda de Zeus es la perniciosaOfuscación, a todos tan funesta: sus pies

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son delicados y no los acerca al suelo,sino que anda sobre las cabezas de loshombres, a quienes causa daño, y seapodera de uno, por lo menos, de losque contienden. En otro tiempo fueaciaga para el mismo Zeus, que estenido por el más poderoso de loshombres y de los dioses; pues Hera, noobstante ser hembra, le engañó cuandoAlcmena había de parir al fornidoHeracles en Teba, ceñida de hermosasmurallas. El dios, gloriándose, dijo asíante todas las deidades: «Oídme todos,dioses y diosas, para que os manifiestelo que en el pecho mi corazón me dicta.Hoy Ilitia, la que preside los partos,

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sacará a luz un varón que, perteneciendoa la familia de los hombres engendradosde mi sangre, reinará sobre todos susvecinos». Y hablándole con astucia, lereplicó la venerable Hera: «Mentirás, yno llevarás al cabo lo que dices. Y si no,ea, Olímpico, jura solemnemente quereinará sobre todos sus vecinos el niñoque, perteneciendo a la familia de loshombres engendrados de tu sangre, caigahoy entre los pies de una mujer». Asídijo; Zeus, no sospechando el dolo,prestó el gran juramento que tan funestole había de ser. Pues Hera dejó en raudovuelo la cima del Olimpo, y pronto llegóa Argos de Acaya, donde vivía la

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esposa ilustre de Esténelo Persida; y,como ésta se hallara encinta de sietemeses cumplidos, la diosa sacó a luz elniño, aunque era prematuro, y retardó elparto de Alcmena, deteniendo a lasIlitias. Y enseguida participóselo a ZeusCronida, diciendo: «¡Padre Zeus,fulminador! Una noticia tengo que darte.Ya nació el noble varón que reinarásobre los argivos: Euristeo, hijo deEsténelo Persida, descendiente tuyo. Noes indigno de reinar sobre aquéllos».Así dijo, y un agudo dolor penetró elalma del dios, que, irritado en sucorazón, cogió a Ofuscación por losnítidos cabellos y prestó solemne

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juramento de que Ofuscación, tan funestaa todos, jamás volvería al Olimpo y alcielo estrellado. Y, volteándola con lamano, la arrojó del cielo. Enseguidallegó Ofuscación a los camposcultivados por los hombres. Y Zeusgemía por causa de ella, siempre quecontemplaba a su hijo realizando lospenosos trabajos que Euristeo le ibaimponiendo. Por esto, cuando el granHéctor, el de tremolante casco, mataba alos argivos junto a las popas de lasnaves, yo no podía olvidarme de Ofuscación, cuyo funesto influjo habíaexperimentado. Pero ya que falté y Zeusme hizo perder el juicio, quiero

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aplacarte y hacerte muchos regalos, y túve al combate y anima a los demásguerreros. Voy a darte cuanto ayer loofreció en tu tienda el divino Ulises. Ysi quieres, aguarda, aunque estésimpaciente por combatir, y misservidores traerán de la nave lospresentes para que veas si son capacesde apaciguar tu ánimo los que te brindo.

14s Respondióle Aquiles, el de lospies ligeros:

146 —¡Atrida gloriosísimo, rey dehombres, Agamenón! Luego podrásregalarme estas cosas, como es justo, oretenerlas. Ahora pensemos solamenteen la batalla. Preciso es que no

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perdamos el tiempo hablando, nidifiramos la acción —la gran empresaestá aún por acabar—, para que veannuevamente a Aquiles entre loscombatientes delanteros, aniquilandocon su broncínea lanza las falangesteucras. Y vosotros pensad también encombatir con los enemigos.

154 Contestó el ingenioso Ulises:155 —Aunque seas valiente,

deiforme Aquiles, no exhortes a losaqueos a que peleen en ayunas con lostroyanos, cerca de Ilio; que no durarápoco tiempo la batalla cuando lasfalanges vengan a las manos y ladivinidad excite el valor de ambos

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ejércitos. Ordénales, por el contrario, alos aqueos que en las veleras naves seharten de manjares y vino, pues esto dafuerza y valor. Estando en ayunas nopuede el varón combatir todo el día,hasta la puesta del sol, con el enemigo;aunque su corazón lo desee, losmiembros se le entorpecen sin que él loadvierta, le rinden el hambre y la sed, ylas rodillas se le doblan al andar. Peroel que pelea todo el día con losenemigos, saciado de vino y demanjares, tiene en el pecho un corazónaudaz y sus miembros no se cansan hastaque todos se han retirado de la lid. Ea,despide las tropas y manda que preparen

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el desayuno; el rey de hombres,Agamenón, traiga los regalos en mediodel ágora para que los vean todos losaqueos con sus propios ojos y teregocijes en el corazón; jure el Atrida,de pie entre los argivos, que nunca subióal lecho de Briseide ni se juntó con ella,como es costumbre, oh rey, entrehombres y mujeres; y tú, Aquiles,procura tener en el pecho un ánimobenigno. Que luego se te ofrezca en elcampamento un espléndido banquete dereconciliación, para que nada falte de loque se te debe. Y el Atrida sea enadelante más justo con todos; pues no sepuede reprender que se apacigüe a un

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rey, a quien primero se injurió.184 Dijo entonces el rey de hombres,

Agamenón:185 —Con agrado escuché tus

palabras, Laertíada, pues en todo lo quenarraste y expusiste has sido oportuno.Quiero hacer el juramento; mi ánimo melo aconseja, y no será para un perjuriomi invocación a la divinidad. Aquilesaguarde, aunque esté impaciente porcombatir, y los demás continuadreunidos aquí hasta que traigan de mitienda los presentes y consagremos conun sacrificio nuestra fiel amistad. A timismo lo te encargo y ordeno: escogeentre los jóvenes aqueos los más

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principales; y, encaminándoos a minave, traed cuanto ayer ofrecimos aAquiles, sin dejar las mujeres. YTaltibio, atravesando el anchurosocampamento aqueo, vaya a buscar yprepare un jabalí para inmolarlo a Zeusy al Sol.

198 Replicó Aquiles, el de los piesligeros:

199 —¡Atrida gloriosísimo, rey dehombres, Agamenón! Todo estodebierais hacerlo cuando se suspenda elcombate y no sea tan grande el ardor queinflama mi pecho. ¡Yacen insepultos losque mató Héctor Priámida cuando Zeusle dio gloria, y vosotros nos aconsejáis

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que comamos! Yo mandaría a los aqueosque combatieran en ayunas, sin tomarnada; y que a la puesta del sol, despuésde vengar la afrenta, celebraran un granbanquete. Hasta entonces no han deentrar en mi garganta ni manjares nibebidas, a causa de la muerte de micompañero; el cual yace en la tienda,atravesado por el agudo bronce, con lospies hacia el vestíbulo y rodeado deamigos que le lloran. Por esto, aquellascosas en nada interesan a mi espíritu,sino tan sólo la matanza, la sangre y eltriste gemir de los guerreros.

215 Respondióle el ingenioso Ulises:216 —¡Oh Aquiles, hijo de Peleo, el

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más valiente de todos los aqueos! Eresmás fuerte que yo y me superas no pocoen el manejo de la lanza, pero teaventajo mucho en el pensar, porquenací antes y mi experiencia es mayor.Acceda, pues, tu corazón a lo que voy adecir. Pronto se cansan los hombres depelear, si, haciendo caer el broncemuchas espigas al suelo, la mies esescasa, porque Zeus, el árbitro de laguerra humana, inclina al otro lado labalanza. No es justo que los aqueoslloren al muerto con el vientre, puessiendo tantos los que sucumben unos enpos de otros todos los días, ¿cuándopodríamos respirar sin pena? Se debe

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enterrar con ánimo firme al que muere yllorarle un día, y luego cuantos hayanescapado del combate funesto piensenen comer y beber para vestir otra vez elindomable bronce y pelearcontinuamente y con más tesón aúncontra los enemigos. Ningún guerrerodeje de salir aguardando otraexhortación, que para su daño laesperará quien se quede junto a lasnaves argivas. Vayamos todos juntos yexcitemos al cruel Ares contra lostroyanos, domadores de caballos.

238 Dijo; mandó que le siguiesen loshijos del glorioso Néstor, Meges Filida,Toante, Meriones, Licomedes

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Creontíada y Melanipo, y encaminósecon ellos a la tienda de AgamenónAtrida. Y apenas hecha la proposición,ya estaba cumplida. Lleváronse de latienda los siete trípodes que el Atridahabía ofrecido, veinte calderasrelucientes y doce caballos; a hicieronsalir siete mujeres, diestras enprimorosas labores, y a Briseide, la dehermosas mejillas, que fue la octava. Alvolver, Ulises iba delante con los dieztalentos de oro que él mismo habíapesado, y le seguían los jóvenes aqueoscon los presentes. Pusiéronlo todo enmedio del ágora; alzóse Agamenón, y allado del pastor de hombres se puso

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Taltibio, cuya voz parecía la de unadeidad, sujetando con la mano a unjabalí. El Atrida sacó el cuchillo quellevaba colgado junto a la gran vaina dela espada, cortó por primicias algunascerdas del jabalí y oró, levantando lasmanos a Zeus; y todos los argivos,sentados en silencio y en buen orden,escuchaban las palabras del rey. Éste,alzando los ojos al anchuroso cielo, hizoesta plegaria:

258 —Sean testigos Zeus, el másexcelso y poderoso de los dioses, yluego la Tierra, el Sol y las Erinias quedebajo de la tierra castigan a losmuertos que fueron perjuros, de que

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jamás he puesto la mano sobre la jovenBriseide para yacer con ella ni para otracosa alguna, sino que en mi tienda hapermanecido intacta. Y si en algoperjurare, envíenme los dioses losmuchísimos males con que castigan alque, jurando, contra ellos peca.

266 Dijo; y con el cruel broncedegolló el jabalí que Taltibio arrojó,haciéndole dar vueltas, a gran abismodel espumoso mar para pasto de lospeces. Y Aquiles, levantándose entre losbelicosos argivos, habló en estostérminos:

270 —¡Zeus padre! Grandes son losinfortunios que mandas a los hombres.

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Jamás el Atrida me hubiera suscitado elenojo en el pecho, ni hubiese tenidopoder para arrebatarme la joven contrami voluntad; pero sin duda quería Zeusque muriesen muchos aqueos. Ahora id acomer para que luego trabemos elcombate.

276 Así se expresó; y al momentodisolvió el ágora. Cada uno volvió a surespectiva nave. Los magnánimosmirmidones se hicieron cargo de lospresentes, y, llevándolos hacia, el bajeldel divino Aquiles, dejáronlos en latienda, dieron sillas a las mujeres, yservidores ilustres guiaron a loscaballos al sitio en que los demás

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estaban.282 Briseide, que a la áurea Afrodita

se asemejaba, cuando vio a Patrocloatravesado por el agudo bronce, se echósobre el mismo y prorrumpió en fuertessollozos, mientras con las manos segolpeaba el pecho, el delicado cuello yel f lindo rostro. Y, llorando aquellamujer semejante a una diosa, así decía:

287 —¡Oh Patroclo, amigo carísimoal corazón de esta desventurada! Vivo tedejé al partir de la tienda, y te encuentrodifunto al volver, oh príncipe dehombres. ¡Cómo me persigue unadesgracia tras otra! Vi al hombre a quienme entregaron mi padre y mi venerable

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madre, atravesado por el agudo bronceal pie de los muros de la ciudad; y lostres hermanos queridos que una mismamadre me diera murieron también. Perotú, cuando el ligero Aquiles mató a miesposo y tomó la ciudad del divinoMines, no me dejabas llorar, diciendoque lograrías que yo fuera la mujerlegítima del divino Aquiles, que éste mellevaría en su nave a Ftía y que allí,entre los mirmidones, celebraríamos elbanquete nupcial. Y ahora que hasmuerto no me cansaré de llorar por ti,que siempre has sido afable.

301 Así dijo llorando, y las mujeressollozaron, aparentemente por Patroclo,

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y en realidad por sus propios males. Loscaudillos aqueos se reunieron en tornode Aquiles y le suplicaron que comiera;pero él se negó, dando suspiros:

305 —Yo os ruego, si alguno de miscompañeros quiere obedecerme aún, queno me invitéis a saciar el deseo decomer o de beber; porque un grave dolorse apodera de mí. Aguardaré hasta lapuesta del sol y soportaré la fatiga.

309 Así diciendo, despidió a losdemás reyes, y sólo se quedaron los dosAtridas, el divino Ulises, Néstor,Idomeneo y el anciano jinete Fénix paradistraer a Aquiles, que estabaprofundamente afligido. Pero nada podía

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alegrar el corazón del héroe, mientras noentrara en sangriento combate. Yacordándose de Patroclo, daba hondos yfrecuentes suspiros, y así decía:

315 —En otro tiempo, tú, infeliz, elmás amado de los compañeros, meservías en esta tienda, diligente ysolícito, el agradable desayuno cuandolos aqueos se daban prisa por traba elluctuoso combate con los troyanos,domadores de caballos. Y ahora yaces,atravesado por el bronce, y yo estoyayuno de comida y de bebida, a pesar deno faltarme, por la soledad que de tisiento. Nada peor me puede ocurrir; nique supiera que ha muerto mi padre, el

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cual quizás llora allá en Ftía por notener a su lado un hijo como yo, mientraspeleo con los troyanos en paísextranjero a causa de la odiosa Helena;ni que falleciera mi hijo amado que secría en Esciro, si el deiformeNeoptólemo vive todavía. Antes elcorazón abrigaba en mi pecho laesperanza de que sólo yo perecería aquíen Troya, lejos de Argos, criador decaballos, y de que tú, volviendo a Ftía,irías en una veloz nave negra a Esciro,recogerías a mi hijo y le mostraríastodos mis bienes: las posesiones, losesclavos y el palacio de elevado techo.Porque me figuro que Peleo ya no existe;

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y, si le queda un poco de vida, estaráafligido, se verá abrumado por la odiosavejez y temerá siempre recibir la tristenoticia de mi muerte.

338 Así dijo, llorando, y loscaudillos gimieron, porque cada uno seacordaba de aquéllos a quienes habíadejado en su respectivo palacio. ElCronión, al verlos sollozar, secompadeció de ellos, y al instantedirigió a Atenea estas aladas palabras:

342 —¡Hija mía! Desamparas de todoen todo a ese eximio varón. ¿Acaso tuespíritu ya no se cuida de Aquiles?Hállase junto a las naves de altas popas,llorando a su compañero amado; los

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demás se fueron a comer, y él sigue enayunas y sin probar bocado. Ea, ve yderrama en su pecho un poco de néctar yambrosía para que el hambre no leatormente.

349 Con tales palabras instigóle ahacer lo que ella misma deseaba. Ateneaemprendió el vuelo, cual si fuese unhalcón de anchas alas y aguda voz,desde el cielo a través del éter. Ya losaqueos se armaban en el ejército,cuando la diosa derramó en el pecho deAquiles un poco de néctar y de ambrosíadeliciosa, para que el hambre molestano hiciera flaquear las rodillas delhéroe; y enseguida regresó al sólido

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palacio del prepotente padre. Losguerreros afluyeron a un lugar algodistante de las veleras naves. Cuannumerosos caen los copos de nieve queenvía Zeus y vuelan helados al impulsodel Bóreas, nacido en el éter, en tan grannúmero veíanse salir del recinto de lasnaves los refulgentes cascos, losabollonados escudos, las fuertes corazasy las lanzas de fresno. El brillo llegabahasta el cielo; toda la tierra se mostrabarisueña por los rayos que el broncedespedía, y un gran ruido se levantabade los pies de los guerreros. Armábaseentre éstos el divino Aquiles:rechinándole los dientes, con los ojos

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centelleantes como encendida llama y elcorazón traspasado por insoportabledolor, lleno de ira contra los troyanos,vestía el héroe la armadura regalo deldios Hefesto, que la había fabricado.Púsose en las piernas elegantes grebasajustadas con broches de plata; protegiósu pecho con la coraza; colgó delhombro una espada de bronceguarnecida con argénteos clavos yembrazó el grande y fuerte escudo cuyoresplandor semejaba desde lejos al de laluna. Como aparece el fuego encendidoen un sitio solitario en lo alto de unmonte a los navegantes que vagan por elmar, abundante en peces, porque las

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tempestades los alejaron de sus amigos;de la misma manera, el resplandor delhermoso y labrado escudo de Aquilesllegaba al éter. Cubrió después lacabeza con el fornido yelmo de crinesde caballo que brillaba como un astro; ya su alrededor ondearon las áureas yespesas crines que Hefesto habíacolocado en la cimera. El divinoAquiles probó si la armadura se leajustaba, y si, Ilevándola puesta, movíacon facilidad los miembros; y las armasvinieron a ser como alas que levantabanal pastor de hombres. Sacó del estuchela lanza paterna, pesada, grande yrobusta, que entre todos los aqueos

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solamente él podía manejar: había sidocortada de un fresno de la cumbre delPelio y regalada por Quirón al padre deAquiles para que con ella matara héroes.En tanto, Automedonte y Álcimo seocupaban en uncir los caballos:sujetáronlos con hermosas correas, lespusieron el freno en la boca y tendieronlas riendas hacia atrás, atándolas alfuerte asiento. Sin dilación cogióAutomedonte el magnífico látigo y saltóal carro. Aquiles, cuya armadura relucíacomo el fúlgido Hiperión, subió tambiény exhortó con horribles voces a loscaballos de su padre:

400 —¡Janto y Balio, ilustres hijos de

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Podarga! Cuidad de traer salvo a lamuchedumbre de los dánaos al que hoyos guía cuando nos hayamos saciado decombatir, y no le dejéis muerto allácomo a Patroclo.

404 Y Janto, el corcel de ligeros pies,bajó la cabeza —sus crines, cayendo entorno de la extremidad del yugo,llegaban al suelo, y, habiéndole dotadode voz Hera, la diosa de los níveosbrazos, respondió desde debajo delyugo:

408 —Hoy te salvaremos aún,impetuoso Aquiles; pero está cercano eldía de tu muerte, y los culpables noseremos nosotros, sino un dios poderoso

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y la Parca cruel. No fue por nuestralentitud ni por nuestra pereza que lostroyanos quitaron la armadura de loshombros de Patroclo; sino que el másfuerte de los dioses, a quien parió Leto,la de hermosa cabellera, matóle entrelos combatientes delanteros y dio gloriaa Héctor. Nosotros correríamos tanveloces como el soplo del Céfiro, quees tenido por el más rápido. Perotambién tú estás destinado a sucumbir amanos de un dios y de un hombre.

418 Dichas estas palabras, las Eriniasle cortaron la voz. Y muy indignado,Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:

420 —¡Janto! ¿Por qué me vaticinas

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la muerte? Ninguna necesidad tienes dehacerlo. Ya sé que mi destino es pereceraquí, lejos de mi padre y de mi madre;mas, con todo eso, no he de descansarhasta que harte de combate a lostroyanos.

424 Dijo; y, dando voces, dirigió lossolípedos caballos por las primerasfilas.

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Canto XX*

Combate de los dioses

* Los dioses, en asambleaextraordinaria, no se ponen de acuerdosobre a quién había que favorecer.Aquiles, enfurecido, vuelve al combatey mata a tantos troyanos que loscadáveres obstruyen la corriente del ríoJanto.

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1 Mientras los aqueos se armabanjunto a los corvos bajeles, alrededor deti, oh hijo de Peleo, incansable en labatalla, los troyanos se apercibíantambién para el combate en unaeminencia de la llanura.

4 Zeus ordenó a Temis que, partiendode las cumbres del Olimpo, en vallesabundante, convocase al ágora a losdioses, y ella fue de un lado para otro ya todos les mandó que acudieran alpalacio de Zeus. No faltó ninguno de losríos, a excepción del Océano; y decuantas ninfas habitan los bellos

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bosques, las fuentes de los nos y losherbosos prados, ninguna dejó depresentarse. Tan luego como llegaban alpalacio de Zeus, que amontona lasnubes, sentábanse en bruñidos pórticos,que para el padre Zeus había construidoHefesto con sabia inteligencia.

13 Allí, pues, se reunieron. Tampocoel que bate la tierra desobedeció a ladiosa, sino que, dirigiéndose desde elmar a los dioses, se sentó en medio detodos y exploró la voluntad de Zeus:

16 —¿Por qué, oh tú que lanzasencendidos rayos, llamas de nuevo a losdioses al ágora? ¿Acaso tienes algúnpropósito acerca de los troyanos y de

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los aqueos? El combate y la peleavuelven a encenderse entre ambospueblos.

19 Respondióle Zeus, que amontonalas nubes:

20 —Entendiste, tú que bates latierra, el designio que encierra mi pechoy por el cual os he reunido. Me cuido deellos, aunque van a perecer. Yo mequedaré sentado en la cumbre delOlimpo y recrearé mi espíritucontemplando la batalla; y los demásidos hacia los troyanos y los aqueos ycada uno auxilie a los que quiera. Pues,si Aquiles combatiese sólo con lostroyanos, éstos no resistirían ni un

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instante la acometida del Pelión, el delos pies ligeros. Ya antes huíanespantados al verlo; y temo que ahora,que tan enfurecido tiene el ánimo por lamuerte de su compañero, destruya elmuro de Troya contra la decisión delhado.

31 Así habló el Cronida y promovióuna gran batalla. Los dioses fueron alcombate divididos en dos bandos:encamináronse a las naves Hera, PalasAtenea, Poseidón, que ciñe la tierra, elbenéfico Hermes de prudente espíritu, ycon ellos Hefesto, que, orgulloso de sufuerza, cojeaba arrastrando sus grácilespiernas; y enderezaron sus pasos a los

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troyanos Ares, el de tremolante casco, elintonso Febo, Ártemis, que se complaceen tirar flechas, Leto, el Janto y larisueña Afrodita.

41 Mientras los dioses semantuvieron alejados de los hombres,mostráronse los aqueos muy ufanosporque Aquiles volvía a la batalladespués del largo tiempo en que sehabía abstenido de tener parte en latriste guerra, y los troyanos seespantaron y un fuerte temblor les ocupólos miembros, tan pronto como vieron alPelión, ligero de pies, que con sureluciente armadura semejaba al diosAres, funesto a los mortales. Mas, luego

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que las olímpicas deidades penetraronpor entre la muchedumbre de losguerreros, levantóse la terribleDiscordia, que enardece a los varones;Atenea daba fuertes gritos, unas veces aorillas del foso cavado al pie del muro,y otras en los altos y sonorospromontorios; y Ares, que parecía unnegro torbellino, vociferaba también yanimaba vivamente a los troyanos, yadesde el punto más alto de la ciudad, yacorriendo por la Bella Colina, a orillasdel Simoente.

54 De este modo los felices dioses,instigando a unos y a otros, los hicieronvenir a las manos y promovieron una

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reñida contienda. El padre de loshombres y de los dioses tronóhorriblemente en las alturas; Poseidón,por debajo, sacudió la inmensa tierra ylas excelsas cumbres de los montes; yretemblaron así las laderas y las cimasdel Ida, abundante en manantiales, comola ciudad troyana y las naves aqueas.Asustóse Aidoneo, rey de los infiernos,y saltó del trono gritando; no fuera quePoseidón, que sacude la tierra, ladesgarrase y se hicieran visibles lasmansiones horrendas y tenebrosas quelas mismas deidades aborrecen. ¡Tantoestrépito se produjo cuando los diosesentraron en combate! Al soberano

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Poseidón le hizo frente Febo Apolo consus aladas flechas; a Enialio, Atenea, ladiosa de ojos de lechuza; a Hera,Ártemis, que lleva arco de oro, ama elbullicio de la caza, se complace en tirarsaetas y es hermana del que hiere delejos; a Leto, el poderoso y benéficoHermes; y a Hefesto, el gran río deprofundos vórtices, llamado por losdioses Janto y por los hombresEscamandro.

75 Así los dioses salieron alencuentro los unos de los otros. Aquilesdeseaba romper por el gentío enderechura a Héctor Priámida, pues elánimo le impulsaba a saciar con la

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sangre del héroe a Ares, infatigableluchador. Mas Apolo, que enardece alos guerreros, movió a Eneas a oponerseal Pelión, infundiéndole gran valor yhablándole así, después de tomar la vozy la figura de Licaón, hijo de Príamo:

83 —¡Eneas, consejero de lostroyanos! ¿Qué es de aquellas amenazashechas por ti en los banquetes de losreyes troyanos, de que saldrías acombatir con el Pelida Aquiles?

86 Y a su vez Eneas le respondiódiciendo:

87 —¡Priámida! ¿Por qué me ordenasque luche, sin desearlo mi voluntad, conel animoso Pelión? No fuera la primera

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vez que me viese frente a Aquiles, el delos pies ligeros: en otro tiempo, cuandovino adonde pacían nuestras vacas ytomó a Lirneso y a Pédaso, persiguiómepor el Ida con su lanza; y Zeus me salvó,dándome fuerzas y agilizando misrodillas. Sin su ayuda hubiesesucumbido a manos de Aquiles y deAtenea, que le precedía, le daba lavictoria y le animaba a matar léleges ytroyanos con la broncínea lanza. Por esoningún hombre puede combatir conAquiles, porque a su lado asiste siemprealguna deidad que le libra de la muerte.En cambio, su lanza vuela recta y no sedetiene hasta que ha atravesado el

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cuerpo de un enemigo. Si un diosigualara las condiciones del combate,Aquiles no me vencería fácilmente;aunque se gloriase de ser todo debronce.

103 Replicóle el soberano Apolo,hijo de Zeus:

104 —¡Héroe! Ruega tú también a lossempiternos dioses, pues dicen quenaciste de Afrodita, hija de Zeus, yaquél es hijo de una divinidad inferior.La primera desciende de Zeus, ésta tuvopor padre al anciano del mar. Levanta elindomable bronce y no te arredres poroír palabras duras o amenazas.

110 Apenas acabó de hablar, infundió

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grandes bríos al pastor de hombres; yéste, que llevaba una relucientearmadura de bronce, se abrió paso porlos combatientes delanteros. Hera, la delos níveos brazos, no dejó de advertirque el hijo de Anquises atravesaba lamuchedumbre para salir al encuentro delPelión; y, llamando a otros dioses, lesdijo:

115 —Considerad en vuestra mente,Poseidón y Atenea, cómo esto acabará;pues Eneas, armado de relucientebronce, se encamina en derechura alPelión por excitación de Febo Apolo.Ea, hagámosle retroceder, o alguno denosotros se ponga junto a Aquiles, le

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infunda gran valor y no deje que suánimo desfallezca; para que conozca quele quieren los inmortales máspoderosos, y que son débiles los diosesque en el combate y la pelea protegen alos troyanos. Todos hemos bajado delOlimpo a intervenir en esta batalla, paraque Aquiles no padezca hoy ningún dañode parte de los troyanos; y luego sufrirálo que la Parca dispuso, hilando el lino,cuando su madre te dio a luz. Si Aquilesno se entera por la voz de los dioses,sentirá temor cuando en el combate lesalga al encuentro alguna deidad; pueslos dioses, en dejándose ver, sonterribles.

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132 Respondióle Poseidón, quesacude la tierra:

133 —¡Hera! No te irrites más de lorazonable, pues no te es preciso. Ni yoquisiera que nosotros, que somos losmás fuertes, promoviéramos lacontienda entre los dioses. Vayámonosde este camino y sentémonos en aquellaaltura, y de la batalla cuidarán loshombres. Y si Ares o Febo Apolo dierenprincipio a la pelea o detuvieren aAquiles y no le dejaren combatir, iremosenseguida a luchar con ellos, y me figuroque pronto tendrán que retirarse y volveral Olimpo, a la reunión de los demásdioses, vencidos por la fuerza de

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nuestros brazos.144 Dichas estas palabras, el dios de

los cerúleos cabellos llevólos al altoterraplén que los troyanos y PalasAtenea habían levantado en otro tiempopara que el divino Heracles se librarade la ballena cuando, perseguido porésta, pasó de la playa a la llanura. AllíPoseidón y los otros dioses se sentaron,extendiendo en derredor de sus hombrosuna impenetrable nube; y al otro lado, enla cima de la Bella Colina, en torno deti, oh Febo, que hieres de lejos, y deAres, que destruye las ciudades,acomodáronse las deidades protectorasde los troyanos.

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153 Así unos y otros, sentados en dosgrupos, deliberaban y no se decidían aempezar el funesto combate. Y Zeusdesde lo alto les incitaba a comenzarlo.

156 Todo el campo, lleno de hombresy caballos, resplandecía con el lucir delbronce; y la tierra retumbaba debajo delos pies de los guerreros que a lucharsalían. Dos varones, señalados entre losmás valientes, deseosos de combatir, seadelantaron a los suyos para encontrarseentre ambos ejércitos: Eneas, hijo deAnquises, y el divino Aquiles.Presentóse primero Eneas, amenazador,tremolando el sólido casco: protegía elpecho con el fuerte escudo y vibraba

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broncínea lanza. Y el Pelida desde elotro lado fue a oponérsele como unvoraz león, para matar al cual se reúnenlos hombres de todo un pueblo; y el leónal principio sigue su caminodespreciándolos; mas, así que uno de losbelicosos jóvenes le hiere con unvenablo, se vuelve hacia él con la bocaabierta, muestra los dientes cubiertos deespuma, siente gemir en su pecho elcorazón valeroso, se azota con la colamuslos y caderas para animarse apelear, y con los ojos centelleantesarremete fiero hasta que mata a alguien oél mismo perece en la primera fila; asíle instigaban a Aquiles su valor y ánimo

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esforzado a salir al encuentro delmagnánimo Eneas. Y tan pronto como sehallaron frente a frente, el divinoAquiles, el de los pies ligeros, hablódiciendo:

178 —¡Eneas! ¿Por qué te adelantastanto a la turba y me aguardas? ¿Acasoel ánimo te incita a combatir conmigopor la esperanza de reinar sobre lostroyanos, domadores de caballos, con ladignidad de Príamo? Si me matases, nopondría Príamo en tu mano talrecompensa; porque tiene hijos,conserva entero el juicio y no esinsensato. ¿O quizás te han prometidolos troyanos acotarte un hermoso campo

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de frutales y sembradío que a los demásaventaje, para que puedas cultivarlo, sime quitas la vida? Me figuro que te serádifícil conseguirlo. Ya otra vez te puseen fuga con mi lanza. ¿No recuerdas que,hallándote solo, te aparté de tus bueyes yte perseguí por el monte Ida corriendocon ligera planta? Entonces huías sinvolver la cabeza. Luego te refugiaste enLirneso y yo tomé la ciudad con la ayudade Atenea y del padre Zeus, y me llevélas mujeres haciéndolas esclavas; mas ati te salvaron Zeus y los demás dioses.No creo que ahora te guarden, comoespera tu corazón; y te aconsejo quevuelvas a tu ejército y no te quedes

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frente a mí, antes que padezcas algúndaño; que el necio sólo conoce el malcuando ha llegado.

199 Y a su vez Eneas le respondiódiciendo:

200 —¡Pelida! No creas que con esaspalabras me asustarás como a un niño,pues también sé proferir injurias ybaldones. Conocemos el linaje de cadauno de nosotros y cuáles fueron nuestrosrespectivos padres, por haberlo oídocontar a los mortales hombres; que ni túviste a los míos, ni yo a los tuyos. Dicenque eres prole del eximio Peleo y tienespor madre a Tetis, ninfa marina dehermosas trenzas; mas yo me glorío de

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ser hijo del magnánimo Anquises y mimadre es Afrodita: aquéllos o éstostendrán que llorar hoy la muerte de suhijo, pues no pienso que nos separemossin combatir, después de dirigirnospueriles insultos. Si deseas saberlo, tediré cuál es mi linaje, de muchosconocido. Primero Zeus, que amontonalas nubes, engendró a Dárdano, y éstefundó la Dardania al pie del Ida, enmanantiales abundoso; pues aún la sacraIlio, ciudad de hombres de vozarticulada, no había sido edificada en lallanura. Dárdano tuvo por hijo al reyErictonio, que fue el más opulento de losmortales hombres: poseía tres mil

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yeguas que, ufanas de sus tiernos potros,pacían junto a un pantano.— El Bóreasenamoróse de algunas de las que viopacer, y, transfigurado en caballo denegras crines, hubo de ellas doce potrosque en la fértil tierra saltaban porencima de las mieses sin romper lasespigas y en el ancho dorso delespumoso mar corrían sobre las mismasolas.— Erictonio fue padre de Tros, quereinó sobre los troyanos; y éste dio elser a tres hijos irreprensibles: Ilo,Asáraco y el deiforme Ganimedes, elmás hermoso de los hombres, a quienarrebataron los dioses a causa de subelleza para que escanciara el néctar a

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Zeus y viviera con los inmortales. Iloengendró al eximio Laomedonte, quetuvo por hijos a Titono, Príamo, Lampo,Clitio a Hicetaón, vástago de Ares.Asáraco engendró a Capis, cuyo hijo fueAnquises. Anquises me engendró a mí, yPríamo al divino Héctor. Tal alcurnia ytal sangre me glorío de tener. Pero Zeusaumenta o disminuye el valor de losguerreros como le place, porque es elmás poderoso. Ea, no nos digamos máspalabras como si fuésemos niños,parados así en medio del campo debatalla. Fácil nos sería inferimos tantasinjurias, que una nave de cien bancos deremeros no podría Ilevarlas. Es voluble

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la lengua de los hombres, y de ella salenrazones de todas clases; hállanse muchaspalabras acá y allá, y cual hablares taloirás la respuesta. Mas ¿qué necesidadtenemos de altercar, disputando einjuriándonos, como mujeres irritadas,las cuales, movidas por roedor encono,salen a la calle y se zahieren diciendomuchas cosas, verdaderas unas y falsasotras, que la cólera les dicta? Nolograrás con tus palabras que yo,estando deseoso de combatir, pierda elvalor antes de que con el bronce y frentea frente peleemos. Ea, acometámonosenseguida con las broncíneas lanzas.

259 Dijo; y, arrojando la fornida

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lanza, clavóla en el terrible y horrendoescudo de Aquiles, que resonógrandemente en torno de ella. El Pelida,temeroso, apartó el escudo con larobusta mano, creyendo que la luengalanza del magnánimo Eneas loatravesaría fácilmente. ¡Insensato! Nopensó en su mente ni en su espíritu quelos eximios presentes de los dioses nopueden ser destruidos con facilidad porlos mortales hombres, ni ceder a susfuerzas. Y así la pesada lanza de Eneasno perforó entonces la rodela porhaberlo impedido la lámina de oro queel dios puso en medio, sino que atravesódos capas y dejó tres intactas, porque

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eran cinco las que el dios cojo habíareunido: las dos de bronce, dosinteriores de estaño, y una de oro, quefue donde se detuvo la lanza de fresno.

273 Aquiles despidió luego la ingentelanza, y acertó a dar en el borde del lisoescudo de Eneas, sitio en que el bronceera más delgado y el boyuno cuero mástenue: el fresno del Pelión atravesólo, ytodo el escudo resonó. Eneas,amedrentado, se encogió y levantó elescudo; la lanza, deseosa de proseguirsu curso, pasóle por cima del hombro,después de romper los dos círculos dela rodela, y se clavó en el suelo; y elhéroe, evitado ya el golpe, quedóse

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inmóvil y con los ojos muy espantadosde ver que aquélla había caído tancerca. Aquiles desnudó la aguda espada;y, profiriendo horribles voces, arremetiócontra Eneas; y éste, a su vez, cogió unagran piedra que dos de los hombresactuales no podrían llevar y que élmanejaba fácilmente. Y Eneas tirara lapiedra a Aquiles y le acertara en elcasco o en el escudo que habríaapartado del héroe la triste muerte, y elPelida privara de la vida a Eneas,hiriéndole de cerca con la espada, si alpunto no lo hubiese advertido Poseidón,que sacude la tierra, el cual dijo entrelos dioses inmortales:

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293 —¡Oh dioses! Me causa pesar elmagnánimo Eneas, que pronto,sucumbiendo a manos del Pelión,descenderá al Hades por haberobedecido las palabras de Apolo, quehiere de lejos. ¡Insensato! El dios no lelibrará de la triste muerte. Mas ¿por quéha de padecer, sin ser culpable, laspenas que otros merecen, habiendoofrecido siempre gratos presentes a losdioses que habitan el anchuroso cielo?Ea, librémosle de la muerte, no sea queel Cronida se enoje si Aquiles lo mata,pues el destino quiere que se salve a finde que no perezca sin descendencia ni seextinga del todo el linaje de Dárdano,

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que fue amado por el Cronida conpreferencia a los demás hijos que tuvode mujeres mortales. Ya el Croniónaborrece a los descendientes de Príamo;pero el fuerte Eneas reinará sobre lostroyanos, y luego los hijos de sus hijosque sucesivamente nazcan.

309 Respondióle Hera veneranda, lade ojos de novilla:

310 —¡Oh tú que sacudes la tierra!Resuelve tú mismo si has de salvar aEneas o permitir que, no obstante suvalor, sea muerto por el Pelida Aquiles.Pues así Palas Atenea como yo hemosjurado repetidas veces a vista de losinmortales todos, que jamás libraríamos

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a los troyanos del día funesto, aunqueTroya entera fuese pasto de las voracesllamas por haberla incendiado losbelicosos aqueos.

318 Cuando Poseidón, que sacude latierra, oyó estas palabras, fuese; yandando por la liza, entre el estruendode las lanzas, llegó adonde estabanEneas y el ilustre Aquiles. Al momentocubrió de niebla los ojos del PelidaAquiles, arrancó del escudo delmagnánimo Eneas la lanza de fresno conpunta de bronce que depositó a los piesde aquél, y arrebató al troyano alzándolode la tierra. Eneas, sostenido por lamano del dios, pasó por cima de muchas

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filas de héroes y caballos hasta llegar alotro extremo del impetuoso combate,donde los caucones se armaban parapelear. Y entonces Poseidón, que sacudela tierra, se le presentó, y le dijo estasaladas palabras:

332 —¡Eneas! ¿Cuál de los dioses teha ordenado que cometieras la locura deluchar cuerpo a cuerpo con el animosoPelión, que es más fuerte que tú y máscaro a los inmortales? Retírate cuantasveces le encuentres, no sea que lo hagadescender a la morada de Hades antesde lo dispuesto por el hado. Mas,cuando Aquiles haya muerto, porhaberse cumplido su destino, pelea

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confiadamente entre los combatientesdelanteros, que no te matará ningún otroaqueo.

340 Así diciendo, dejó a Eneas allí,después que le hubo amonestado yapartó la obscura niebla de los ojos deAquiles. Éste volvió a ver con claridad,y, gimiendo, a su magnánimo espíritu ledecía:

344 —¡Oh dioses! Grande es elprodigio que a mi vista se ofrece: estalanza yace en el suelo y no veo al varóncontra quien la arrojé, con intención dematarle. Ciertamente a Eneas le amanlos inmortales dioses; ¡y yo creía que sejactaba de ello vanamente! Váyase,

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pues; que no tendrá ánimo para medir denuevo sus fuerzas conmigo, quien ahorahuyó gustoso de la muerte. Exhortaré alos belicosos dánaos y probaré el valorde los demás enemigos, saliéndoles alencuentro.

333 Dijo; y, saltando por entre lasfilas, animaba a los guerreros:

334 —¡No permanezcáis alejados delos troyanos, divinos aqueos! Ea, cadahombre embista a otro y sienta anhelopor pelear. Difícil es que yo solo,aunque sea valiente, persiga a tantosguerreros y con todos luche; y ni a Ares,que es un dios inmortal, ni a Atenea, lessería posible recorrer un campo de

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batalla tan vasto y combatir en todaspanes. En lo que puedo hacer con mismanos, mis pies o mi fuerza, no memuestro remiso. Entraré por todos ladosen las hileras de las falanges enemigas,y me figuro que no se alegrarán lostroyanos que a mi lanza se acerquen.

364 Con estas palabras los animaba.También el esclarecido Héctorexhortaba a los troyanos, dando gritos, yaseguraba que saldría al encuentro deAquiles:

366 —¡Animosos troyanos! ¡Notemáis al Pelión! Yo de palabracombatiría hasta con los inmortales;pero es difícil hacerlo con la lanza,

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siendo, como son, mucho más fuertes.Aquiles no llevará al cabo todo cuantodice, sino que en parte lo cumplirá y enparte lo dejará a medio hacer. Iré aencontrarlo, aunque por sus manos separezca a la llama; sí, aunque por susmanos se parezca a la llama, y por sufortaleza al reluciente hierro.

373 Con tales voces los excitaba. Lostroyanos calaron las lanzas; trabóse elcombate y se produjo gritería, yentonces Febo Apolo se acercó a Héctory le dijo:

376 —¡Héctor! No te adelantes paraluchar con Aquiles; espera su acometidamezclado con la muchedumbre,

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confundido con la turba. No sea queconsiga herirte desde lejos con armaarrojadiza, o de cerca con la espada.

379 Así habló. Héctor se fue,amedrentado, por entre la multitud deguerreros apenas acabó de oír laspalabras del dios. Aquiles, con elcorazón revestido de valor y dandohorribles gritos, arremetió a lostroyanos, y empezó por matar alvaleroso Ifitión Otrintida, caudillo demuchos hombres, a quien una ninfanáyade había tenido de Otrinteo,asolador de ciudades, en el opulentopueblo de Hida, al pie del nevadoTmolo: el divino Aquiles acertó a darle

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con la lanza en medio de la cabeza,cuando arremetía contra él, y se ladividió en dos partes. El troyano cayócon estrépito, y el divino Aquiles seglorió diciendo:

389 —¡Yaces en el suelo, Otrintida,el más portentoso de todos los hombres!En este lugar te sorprendió la muerte; ati, que habías nacido a orillas del lagoGigeo, donde tienes la heredad paterna,junto al Hilo, abundante en peces, y elHermo voraginoso.

393 Así dijo jactándose. Las tinieblascubrieron los ojos de Ifitión, y loscarros de los aqueos lo despedazaroncon las llantas de sus ruedas en el

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primer reencuentro. Aquiles hirió,después, en la sien, atravesándole elcasco de broncíneas carrilleras, aDemoleonte, valiente adalid en elcombate, hijo de Anténor; y el casco debronce no detuvo la lanza, pues la puntaentró y rompió el hueso, conmovióseinteriormente el cerebro, y el troyanosucumbió cuando peleaba con ardor.Luego, como Hipodamante saltara delcarro y se diese a la fuga, le envasó lapica en la espalda: aquél exhalaba elaliento y bramaba como el toro que losjóvenes arrastran a los altares delsoberano Heliconio y el dios que sacudela tierra se goza al verlo; así bramaba

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Hipodamante cuando el alma valerosadejó sus huesos. Seguidamente acometiócon la lanza al deiforme PolidoroPriámida, a quien su padre no permitíaque fuera a las batallas porque era elmenor y el predilecto de sus hijos.Nadie vencía a Polidoro en la carrera; yentonces, por pueril petulancia,haciendo gala de la ligereza de sus pies,agitábase el troyano entre loscombatientes delanteros, hasta queperdió la vida: al verlo pasar, el divinoAquiles, ligero de pies, hundióle lalanza en medio de la espalda, donde losanillos de oro sujetaban el cinturón y eradoble la coraza, y la punta salió al otro

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lado cerca del ombligo; el joven cayó derodillas dando lastimeros gritos;obscura nube le envolvió; e,inclinándose, procuraba sujetar con susmanos los intestinos, que le salían por laherida.

419 Tan pronto como Héctor vio a suhermano Polidoro cogiéndose lasentrañas y encorvado hacia el suelo, sele puso una nube ante los ojos y ya nopudo combatir a distancia; sino que,blandiendo la aguda lanza e impetuosocomo una llama, se dirigió al encuentrode Aquiles. Y éste, al advertirlo, saltóhacia él, y dijo muy ufano estaspalabras:

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425 —Cerca está el hombre que hainferido a mi corazón la más graveherida, el que mató a mi compañeroamado. Ya no huiremos asustados, el unodel otro, por los senderos del combate.

428 Dijo; y mirando con torva faz aldivino Héctor, le gritó:

429 —¡Acércate para que más prontollegues de tu perdición al término!

430 Sin turbarse, le respondió Héctor,el de tremolante casco:

431 —¡Pelida! No esperesamedrentarme con palabras como a unniño; también yo sé proferir injurias ybaldones. Reconozco que eres valiente yque te soy muy inferior. Pero en la mano

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de los dioses está si yo, siendo inferior,te quitaré la vida con mi lanza; puestambién tiene afilada punta.

438 En diciendo esto, blandió yarrojó su lanza; pero Atenea con untenue soplo apartóla del gloriosoAquiles, y el arma volvió hacia eldivino Héctor y cayó a sus pies. Aquilesacometió, dando horribles gritos, aHéctor, con intención de matarlo; peroApolo arrebató al troyano, haciéndolocon gran facilidad por ser dios, y locubrió con densa niebla. Tres veces eldivino Aquiles, ligero de pies, atacó conla broncínea lanza, tres veces dio elgolpe en el aire. Y cuando, semejante a

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un dios, arremetía por cuarta vez,increpó el héroe a Héctor con vozterrible, dirigiéndole estas aladaspalabras:

449 —¡Otra vez te has librado de lamuerte, perro! Muy cerca tuviste laperdición, pero te salvó Febo Apolo, aquien debes de rogar cuando sales alcampo antes de oír el estruendo de losdardos. Yo acabaré contigo si más tardete encuentro y un dios me ayuda. Y ahoraperseguiré a los demás que se mepongan al alcance.

453 Así dijo; y con la lanza hirió enmedio del cuello a Dríope, que cayó asus pies. Dejóle, y al momento detuvo a

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Demuco Filetórida, valeroso y alto, aquien pinchó con la lanza en una rodilla,y luego quitóle la vida con la granespada. Después acometió a Laógono ya Dárdano, hijos de Biante: habiéndolosderribado del carro en que iban, a aquélle hizo perecer arrojándole la lanza, y aéste hiriéndole de cerca con la espada.También mató a Tros Alastórida, quevino a abrazarle las rodillas por sicompadeciéndose de él, que era de lamisma edad del héroe, en vez de matarlole hacía prisionero y lo dejaba vivo.¡Insensato! No conoció que no podríapersuadirle, pues Aquiles no era hombrede condición benigna y mansa, sino muy

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violento. Ya aquél le tocaba las rodillascon intención de suplicarle, cuando lehundió la espada en el hígado:derramóse éste, llenando de negrasangre el pecho, y las tinieblascubrieron los ojos del troyano, quequedó exánime. Inmediatamente Aquilesse acercó a Mulio; y, metiéndole la lanzaen una oreja, la broncínea punta saliópor la otra. Más tarde hirió en medio dela cabeza a Equeclo, hijo de Agenor, conla espada provista de empuñadura: lahoja entera se calentó con la sangre, y lapurpúrea muerte y la parca cruel velaronlos ojos del guerrero. Posteriormenteatravesó con la broncínea lanza el brazo

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de Deucalión, en el sitio donde se juntanlos tendones del codo; y el troyanoesperóle, con la mano entorpecida yviendo que la muerte se le acercaba:Aquiles le cercenó de un tajo la cabeza,que con el casco arrojó a lo lejos, lamédula salió de las vértebras y elguerrero quedó tendido en el suelo.Dirigióse acto seguido contra Rigmo,ilustre hijo de Píroo, que había llegadode la fértil Tracia, y le hirió en mediodel cuerpo: clavóle la broncínea lanzaen el pulmón, y le derribó del carro. Y,como viera que su escudero Areítootorcía la rienda a los caballos, envasólela aguda lanza en la espalda, y también

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le derribó en tierra, mientras loscorceles huían espantados.

490 De la suerte que, al estallarabrasador incendio en los hondos vallesde árida montaña, arde la poblada selva,y el viento mueve las llamas que giran atodos lados; de la misma manera,Aquiles se revolvía furioso con la lanza,persiguiendo, cual una deidad, a los queestaban destinados a morir; y la negratierra manaba sangre. Como, uncidos alyugo dos bueyes de ancha frente paraque trillen la blanca cebada en una erabien dispuesta, se desmenuzan presto lasespigas debajo de los pies de losmugientes bueyes; así los solípedos

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corceles, guiados por el magnánimoAquiles, hollaban a un mismo tiempocadáveres y escudos; el eje del carrotenía la parte inferior cubierta de sangrey los barandales estaban salpicados desanguinolentas gotas que los casos delos corceles y las llantas de las ruedasdespedían. Y el Pelida deseaba alcanzargloria y tenía las invictas manosmanchadas de sangre y polvo.

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Canto XXI*

Batalla junto al río

* Este río pide ayuda al río Simoente yquiere sumergir a Aquiles, pero el diosHefesto le obliga a volver a su cauce.Apolo se transfigure en troyano y sehace perseguir por el héroe para que losdemás puedan entrar en la ciudad;conseguido su objeto, el dios se

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descubre.

1 Así que los troyanos llegaron alvado del vortiginoso Janto, río dehermosa corriente a quien el inmortalZeus engendró, Aquiles los dividió endos grupos. A los del primero echólos elhéroe por la llanura hacia la ciudad, pordonde los aqueos huían espantados eldía anterior, cuando el esclarecidoHéctor se mostraba furioso; por allí sederramaron entonces los troyanos en sufuga, y Hera, para detenerlos, losenvolvió en una densa niebla. Los otrosrodaron al caudaloso río de argénteos

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vórtices, y cayeron en él con granestrépito: resonaba la corriente,retumbaban ambas orillas y los troyanosnadaban acá y acullá, gritando, mientraseran arrastrados en torno de losremolinos. Como las langostas acosadaspor la violencia de un fuego que estallade repente vuelan hacia el río y se echanmedrosas en el agua, de la mismamanera la corriente sonora del Janto deprofundos vórtices se llenó, por lapersecución de Aquiles, de hombres ycaballos que en el mismo caíanconfundidos.

17 Aquiles, vástago de Zeus, dejó sulanza arrimada a un tamariz de la orilla,

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saltó al río, cual si fuese una deidad, consólo la espada y meditando en sucorazón acciones crueles, y comenzó aherir a diestro y a siniestro: al puntolevantóse un horrible clamoreo de losque recibían los golpes, y el aguabermejeó con la sangre. Como los peceshuyen del ingente delfín, y, temerosos,llenan los senos del hondo puerto,porque aquél devora a cuantos coge, dela misma manera los troyanos iban porla impetuosa corriente del río y serefugiaban, temblando, debajo de lasrocas. Cuando Aquiles tuvo las manoscansadas de matar, cogió vivos, dentrodel río, a doce mancebos para

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inmolarlos más tarde en expiación de lamuerte de Patroclo Menecíada. Sacólosatónitos como cervatos, les ató lasmanos por detrás con las correas biencortadas que llevaban en las flexiblestúnicas y encargó a los amigos que loscondujeran a las cóncavas naves. Y elhéroe acometió de nuevo a los troyanos,para hacer en ellos gran destrozo.

34 Allí se encontró Aquiles conLicaón, hijo de Príamo Dardánida; elcual, huyendo, iba a salir del río. Yaanteriormente le había hecho prisioneroencaminándose de noche a un campo dePríamo: Licaón cortaba con el agudobronce los ramos nuevos de un

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cabrahígo para hacer los barandales deun carro, cuando el divinal Aquiles,presentándose cual imprevistacalamidad, se lo llevó mal de su grado.Transportóle luego en una nave a la bienconstruida Lemnos, y allí lo puso enventa: el hijo de Jasón pagó el precio.Después Eetión de Imbros, que erahuésped del troyano, dio por él uncuantioso rescate y enviólo a la divinaArisbe. Escapóse Licaón, y, volviendo ala casa paterna, estuvo celebrando consus amigos durante once días su regresode Lemnos; mas, al duodécimo, un diosle hizo caer nuevamente en manos deAquiles, que debía mandarle al Hades,

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sin que Licaón lo deseara. Como eldivino Aquiles, el de los pies ligeros, leviera inerme —sin casco, escudo nilanza, porque todo lo había tirado alsuelo— y que salía del río con el cuerpoabatido por el sudor y las rodillasvencidas por el cansancio, sorprendióse,y a su magnánimo espíritu así le habló:

54 —¡Oh dioses! Grande es elprodigio que a mi vista se ofrece. Ya esposible que los troyanos a quienes matéresuciten de las sombrías tinieblas;cuando éste, librándose del día cruel, havuelto de la divina Lemnos, donde fuevendido, y las olas del espumoso marque a tantos detienen no han impedido su

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regreso. Mas, ea, haré que pruebe lapunta de mi lanza para ver y averiguar sivolverá nuevamente o se quedará en elseno de la fértil tierra que hasta a losfuertes retiene.

64 Pensando en tales cosas, Aquilescontinuaba inmóvil. Licaón, asustado, sele acercó a tocarle las rodillas; pues ensu ánimo sentía vivo deseo de librarsede la triste muerte y de la negra Parca.El divino Aquiles levantó enseguida laenorme lanza con intención de herirlo,pero Licaón se encogió y corriendo leabrazó las rodillas; y aquélla, pasándolepor cima del dorso, se clavó en el suelo,codiciosa de cebarse en el cuerpo de un

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hombre. En tanto Licaón suplicaba aAquiles; y, abrazando con una mano susrodillas y sujetándole con la otra laaguda lanza, sin que la soltara, estasaladas palabras le decía:

74 —Te lo ruego abrazado a tusrodillas, Aquiles: respétame y apiádatede mí. Has de tenerme, oh alumno deZeus, por un suplicante digno deconsideración; pues comí en tu tienda elfruto de Deméter el día en que mehiciste prisionero en el campo biencultivado, y, llevándome lejos de mipadre y de mis amigos, me vendiste enLemnos: cien bueyes te valió mipersona. Ahora te daría el triple por

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rescatarme. Doce días ha que, habiendopadecido mucho, volví a Ilio; y otra vezel hado funesto me pone en tus manos.Debo de ser odioso al padre Zeus,cuando nuevamente me entrega a ti. Paradarme una vida corta, me parió Laótoe,hija del anciano Altes, que reina sobrelos belicosos léleges y posee la excelsaPédaso junto al Satnioente. A la hija deaquél la tuvo Príamo por esposa conotras muchas; de la misma nacimos dosvarones y a entrambos nos habrás dadomuerte. Ya hiciste sucumbir entre losinfantes delanteros al deiformePolidoro, hiriéndole con la aguda pica; yahora la desgracia llegó para mí, pues

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no espero escapar de tus manos despuésque un dios me ha echado en ellas. Otracosa te diré que fijarás en la memoria:No me mates; pues no soy del mismovientre que Héctor, el que dio muerte atu dulce y esforzado amigo.

97 Con tales palabras el preclarohijo de Príamo suplicaba a Aquiles,pero fue amarga la respuesta queescuchó:

99 —¡Insensato! No me hables delrescate, ni lo menciones siquiera. Antesque a Patroclo le llegara el día fatal, meera grato abstenerme de matar a lostroyanos y fueron muchos los que cogívivos y vendí luego; mas ahora ninguno

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escapará de la muerte, si un dios lo poneen mis manos delante de Ilio yespecialmente si es hijo de Príamo. PorCanto, amigo, muere tú también. ¿Porqué te lamentas de este modo? MurióPatroclo, que tanto te aventajaba. ¿Noves cuán gallardo y alto de cuerpo soyyo, a quien engendró un padre ilustre ydio a luz una diosa? Pues también meaguardan la muerte y la Parca cruel.Vendrá una mañana, una tarde o unmediodía en que alguien me quitará lavida en el combate, hiriéndome con lalanza o con una flecha despedida por elarco.

114 Así dijo. Desfallecieron las

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rodillas y el corazón del troyano que,soltando la lanza, se sentó y tendióambos brazos. Aquiles puso mano a latajante espada a hirió a Licaón en laclavícula, junto al cuello: metióle dentrotoda la hoja de dos filos, el troyano diode ojos por el suelo y su sangre fluía ymojaba la tierra. El héroe cogió elcadáver por el pie, arrojólo al río paraque la corriente se lo llevara, y profiriócon jactancia estas aladas palabras:

122 —Yaz ahí entre los peces quetranquilos te lamerán la sangre de laherida. No te colocará tu madre en unlecho para llorarte, sino que serásllevado por el voraginoso Escamandro

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al vasto seno del mar. Y algún pez,saliendo de las olas a la negruzca yencrespada superficie, comerá la blancagrasa de Licaón. Así perezcáis losdemás troyanos hasta que lleguemos a lasacra ciudad de Ilio, vosotros huyendo yyo detrás haciendo gran riza. No ossalvará ni siquiera el río de hermosacorriente y argénteos remolinos, a quiendesde antiguo sacrificáis muchos toros yen cuyos vórtices echáis vivos lossolípedos caballos. Así y todo,pereceréis miserablemente unos en posde otros, hasta que hayáis expiado lamuerte de Patrocio y el estrago y lamatanza que hicisteis en los aqueos junto

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a las naves, mientras estuve alejado dela lucha.

136 Así habló, y el río, con elcorazón irritado, revolvía en su mentecómo haría cesar al divinal Aquiles decombatir y libraría de la muerte a lostroyanos. En tanto, el hijo de Peleodirigió su ingente lanza a Asteropeo,hijo de Pelegón, con ánimo de matarlo.A Pelegón le habían engendrado el Axio,de ancha corriente, y Peribea, la hijamayor de Acesámeno; que con ésta seunió aquel río de profundos remolinos.Encaminóse, pues, Aquiles haciaAsteropeo, el cual salió a su encuentrollevando dos lanzas; y el Janto, irritado

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por la muerte de los jóvenes a quienesAquiles había hecho perecer sincompasión en la misma corriente,infundió valor en el pecho del troyano.Cuando ambos guerreros se hallaronfrente a frente, el divino Aquiles, el delos pies ligeros, fue el primero enhablar, y dijo:

150 —¿Quién eres tú y de dónde, queosas salirme al encuentro? Infelices deaquéllos cuyos hijos se oponen a mifuror.

152 Respondióle el preclaro hijo dePelegón:

153 —¡Magnánimo Pelida! ¿Por quésobre el abolengo me interrogas? Soy de

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la fértil Peonia, que está lejos; vinemandando a los peonios, que combatencon largas picas, y hace once días quellegué a Ilio. Mi linaje trae su origen delAxio de ancha corriente, del Axio queesparce su hermosísimo raudal sobre latierra: Axio engendró a Pelegón, famosopor su lanza, y de éste dicen que henacido. Pero peleemos ya, esclarecidoAquiles.

161 Así habló, en son de amenaza. Eldivino Aquiles levantó el fresno delPelión, y el héroe Asteropeo, que eraambidextro, tiróle a un tiempo las doslanzas: la una dio en el escudo, pero nolo atravesó porque la lámina de oro que

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el dios puso en el mismo la detuvo; laotra rasguñó el brazo derecho del héroe,junto al codo, del cual brotó negrasangre; mas el arma pasó por encimá yse clavó en el suelo, codiciosa de lacarne. Aquiles arrojó entonces la lanza,de recto vuelo, a Asteropeo conintención de matarlo, y erró el tiro: lalanza de fresno cayó en la elevada orillay se hundió hasta la mitad del palo. ElPelida, desnudando la aguda espada quellevaba junto al muslo, arremetióenardecido a Asteropeo, quien con lamano robusta intentaba arrancar delescarpado borde la lanza de Aquiles:tres veces la meneó para arrancarla, y

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otras tantas careció de fuerza. Y cuando,a la cuarta vez, quiso doblar y romper lalanza de fresno del Eácida, acercóseleAquiles y con la espada le quitó la vida:hirióle en el vientre, junto al ombligo;derramáronse en el suelo todos losintestinos, y las tinieblas cubrieron losojos del troyano, que cayó anhelante.Aquiles se abalanzó a su pecho, le quitóla armadura; y, blasonando del triunfo,dijo estas palabras:

184 —Yaz ahí. Difícil era que tú,aunque engendrado por un río, pudiesesdisputar la victoria a los hijos delprepotente Cronión. Dijiste que tu linajeprocede de un río de ancha corriente;

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mas yo me jacto de pertenecer al delgran Zeus. Engendróme un varón quereina sobre muchos mirmidones, Peleo,hijo de Éaco; y este último era hijo deZeus. Y como Zeus es más poderoso quelos nos, que corren al mar, así tambiénlos descendientes de Zeus son másfuertes que los de los ríos. A tu ladotienes uno grande, si es que puedeauxiliarte. Mas no es posible combatircon Zeus Cronión. A éste no le igualanni el fuerte Aqueloo, ni el grande ypoderoso Océano de profunda corrientedel que nacen todos los ríos, todo el mary todas las fuentes y grandes pozos; puestambién el Océano teme el rayo del gran

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Zeus y el espantoso trueno, cuandoretumba desde el cielo.

200 Dijo; arrancó del escarpadoborde la broncínea lanza y abandonó aAsteropeo allí, tendido en la arena, tanpronto como le hubo quitado la vida: elagua turbia bañaba el cadáver, yanguilas y peces acudieron a comer lagrasa que cubría los riñones. Aquiles sefue para los peonios que peleaban encarros; los cuales huían por lasmárgenes del voraginoso río, desde quevieron que el más fuerte caía en el durocombate, vencido por las manos y laespada del Pelida. Éste mató entonces aTersíloco, Midón, Astípilo, Mneso,

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Trasio, Enio y Ofelestes. Y a máspeonios diera muerte el veloz Aquiles,si el río de profundos remolinos,irritado y transfigurado en hombre, no lehubiese dicho desde uno de losprofundos vórtices:

214 —¡Oh Aquiles! Superas a losdemás hombres tanto en el valor comoen la comisión de acciones nefandas;porque los propios dioses te prestanconstantemente su auxilio. Si el hijo deCrono te ha concedido que destruyas atodos los troyanos, apártalos de mí yejecuta en el llano tus proezas. Mihermosa corriente está llena decadáveres que obstruyen el cauce y no

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me dejan verter el agua en la mar divina;y tú sigues matando de un modo atroz.Pero, ea, cesa ya; pues me tienesasombrado, oh príncipe de hombres.

222 Respondióle Aquiles, el de lospies ligeros:

223 —Se hará, oh Escamandro,alumno de Zeus, como tú lo ordenas;pero no me abstendré de matar a losaltivos troyanos hasta que los encierreen la ciudad y, peleando con Héctor, élme mate a mí o yo acabe con él.

227 Esto dicho, arremetió a lostroyanos, cual si fuese un dios. Yentonces el río de profundos remolinosdirigióse a Apolo:

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229 —¡Oh dioses! Tú, el del arco deplata, hijo de Zeus, no cumples lasórdenes del Cronión, el cual te encargómuy mucho que socorrieras a lostroyanos y les prestaras tu auxilio hastaque, llegada la tarde, se pusiera el sol yquedara a obscuras el fértil campo.

233 Dijo. Aquiles, famoso por sulanza, saltó desde la escarpada orilla alcentro del río. Pero éste le atacóenfurecido: hinchó sus aguas, revolvióla corriente, y, arrastrando muchoscadáveres de hombres muertos porAquiles, que había en el cauce,arrojólos a la orilla mugiendo como untoro, y en Canto salvaba a los vivos

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dentro de la hermosa corriente,ocultándolos en los profundos y anchosremolinos. Las revueltas olas rodeabana Aquiles, la corriente caía sobre suescudo y le empujaba, y el héroe ya nose podía tener en pie. Asióse entoncescon ambas manos a un olmo corpulento yfrondoso; pero éste, arrancado de raíz,rompió el borde escarpado, oprimió lahermosa corriente con sus muchasramas, cayó entero al río y se convirtióen un puente. Aquiles, amedrentado, dioun salto, salió del abismo y voló con pieligero por la llanura. Mas no por esto elgran dios desistió de perseguirlo, sinoque lanzó tras él olas de sombría cima

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con el propósito de hacer cesar aldivino Aquiles de combatir y librar dela muerte a los troyanos. El Pelida salvócerca de un tiro de lanza, dando unbrinco con la impetuosidad de la rapazáguila negra, que es la más forzuda yveloz de las aves; parecido a ella, elhéroe coma y el bronce resonabahorriblemente sobre su pecho. Aquilesprocuraba huir, desviándose a un lado;pero la corriente se iba tras él y leperseguía con gran ruido. Como elfontanero conduce el agua desde elprofundo manantial por entre las plantasde un huerto y con un azadón en la manoquita de la reguera los estorbos; y la

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corriente sigue su curso, y mueve laspiedrecitas, pero al llegar a un declivemurmura, acelera la marcha y pasadelante del que la guía; de igual modo,la corriente del río alcanzabacontinuamente a Aquiles, porque losdioses son más poderosos que loshombres. Cuantas veces el divinoAquiles, el de los pies ligeros, intentabaesperarla, para ver si le perseguíantodos los inmortales que tienen sumorada en el espacioso cielo, otrastantas, las grandes olas del río, que lascelestiales lluvias alimentan, le azotabanlos hombros. El héroe, afligido en sucorazón, saltaba; pero el río, siguiéndole

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con la rápida y tortuosa corriente, lecansaba las rodillas y le robaba el sueloallí donde ponía los pies. Y el Pelida,levantando los ojos al vasto cielo, gimióy dijo:

273 —¡Zeus padre! ¿Cómo no vieneningún dios a salvarme a mí, miserando,de la persecución del río, y luego sufrirécuanto sea preciso? Ninguna de lasdeidades del cielo tiene tanta culpacomo mi madre, que me halagó confalsas predicciones: dijo que mematarían al pie del muro de los troyanos,armados de coraza, las veloces flechasde Apolo. ¡Ojalá me hubiese muertoHéctor, que es aquí el más bravo!

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Entonces un valiente hubiera muerto ydespojado a otro valiente. Mas ahoraquiere el destino que yo perezca demiserable muerte, cercado por un granrío; como el niño porquerizo a quienarrastran las aguas invernales deltorrente que intentaba atravesar.

284 Así se expresó. EnseguidaPoseidón y Atenea, con figura humana,se le acercaron y le asieron de lasmanos mientras le animaban conpalabras. Poseidón, que sacude la tierra,fue el primero en hablar y dijo:

288 —¡Pelida! No tiembles, ni teasustes. ¡Tal socorro vamos a darte, conla venia de Zeus, nosotros los dioses, yo

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y Palas Atenea! Porque no dispone elhado que seas muerto por el río, y éstedejará pronto de perseguirte, comoverás tú mismo. Te daremos un prudenteconsejo, por si quieres obedecer: nodescanse tu brazo en la batalla funestahasta haber encerrado dentro de losínclitos muros de Ilio a cuantos troyanoslogren escapar. Y cuando hayas privadode la vida a Héctor, vuelve a las naves;que nosotros te concederemos quealcances gloria.

298 Dichas estas palabras, ambasdeidades fueron a reunirse con losdemás inmortales. Aquiles, impelido porel mandato de los dioses, enderezó sus

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pasos a la llanura inundada por el aguadel río, en la cual flotaban cadáveres yhermosas armas de jóvenes muertos enla pelea. El héroe caminabaderechamente, saltando por el agua, sinque el anchuroso río lograse detenerlo;pues Atenea le había dado muchos bríos.Pero el Escamandro no cedía en sufuror; sino que, irritándose aún máscontra el Pelión, hinchaba y levantaba alo alto sus olas, y a gritos llamaba alSimoente:

308 —¡Hermano querido! Juntémonospara contener la fuerza de ese hombre,que pronto tomará la gran ciudad del reyPríamo, pues los troyanos no le

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resistirán en la batalla. Ven al momentoen mi auxilio: aumenta tu caudal con elagua de las fuentes, concita a todos losarroyos, levanta grandes olas y arrastracon estrépito troncos y piedras, para queanonademos a ese feroz guerrero queahora triunfa y piensa en hazañaspropias de los dioses. Creo que no levaldrán ni su fuerza, ni su hermosura, nisus magníficas armas, que han de quedaren el fondo de este lago cubiertas decieno. A él lo envolveré en abundantearena, derramando en torno suyo muchocascajo; y ni siquiera sus huesos podránser recogidos por los aqueos: tanto limoamontonaré encima. Y tendrá su túmulo

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aquí mismo, y no necesitará que losaqueos se lo erijan cuando le hagan lasexequias.

324 Dijo; y, revuelto, arremetiócontra Aquiles, alzándose furioso ymugiendo con la espuma, la sangre y loscadáveres. Las purpúreas ondas del río,que las celestiales lluvias alimentan, semantenían levantadas y arrastraban alPelida. Pero Hera, temiendo que el granrío derribara a Aquiles, gritó, y dijoenseguida a Hefesto, su hijo amado:

331 —¡Levántate, estevado, hijoquerido; pues creemos que el Jantovoraginoso es tu igual en el combate!Socorre pronto a Aquiles, haciendo

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aparecer inmensa llama. Voy a suscitarcon el Céfiro y el veloz Noto una granborrasca, para que viniendo del marextienda el destructor incendio y sequemen las cabezas y las armas de lostroyanos. Tú abrasa los árboles de lasorillas del Janto, métele en el fuego, yno te dejes persuadir ni con palabrasdulces ni con amenazas. No cese tu furiahasta que yo te lo diga gritando; yentonces apaga el fuego infatigable.

342 Así dijo; y Hefesto, arrojandouna abrasadora llama, incendióprimeramente la llanura y quemó muchoscadáveres de guerreros a quienes habíamuerto Aquiles; secóse el campo, y el

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agua cristalina dejó de correr. Como elBóreas seca en el otoño un campo reciéninundado y se alegra el que lo cultiva,de la misma suerte, el fuego secó lallanura entera y quemó los cadáveres.Luego Hefesto dirigió al río laresplandeciente llama y ardieron, así losolmos, los sauces y los tamariscos,como el loto, el junco y la juncia que enabundancia habían crecido junto a lahermosa corriente. Anguilas y pecespadecían y saltaban acá y allá, en losremolinos o en la corriente, oprimidospor el soplo del ingenioso Hefesto. Y elrío, quemándose también, así hablaba:

357 —¡Hefesto! Ninguno de los

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dioses te iguala y no quiero lucharcontigo ni con tu llama ardiente. Cesa deperseguirme y enseguida el divinoAquiles arroje de la ciudad a lostroyanos. ¿Qué interés tengo en lacontienda ni en auxiliar a nadie?

361 Así habló, abrasado por el fuego;y la hermosa corriente hervía. Como enuna caldera puesta sobre un gran fuego,la grasa de un puerco cebado se funde,hierve y rebosa por todas partes,mientras la leña seca arde debajo; así lahermosa corriente se quemaba con elfuego y el agua hervía, y, no pudiendo irhacia adelante, paraba su cursooprimida por el vapor que con su arte

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produjera el ingenioso Hefesto. Y el río,dirigiendo muchas súplicas a Hera, estasaladas palabras le decía:

369 —¡Hera! ¿Por qué tu hijomaltrata mi corriente, atacándome a mísolo entre los dioses? No debo de serpara ti tan culpable como todos losdemás que favorecen a los troyanos. Yodesistiré de ayudarlos, si tú lo mandas;pero que éste cese también. Y juraré nolibrar a los troyanos del día fatal,aunque Troya entera llegue a ser pastode las voraces llamas por haberlaincendiado los belicosos aqueos.

377 Cuando Hera, la diosa de losníveos brazos, oyó estas palabras, dijo

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enseguida a Hefesto, su hijo amado:379 —¡Hefesto hijo ilustre! Cesa ya,

pues no conviene que, a causa de losmortales, a un dios inmortalatormentemos.

381 Así dijo. Hefesto apagó laabrasadora llama, y las olasretrocedieron a la hermosa corriente.

383 Y tan pronto como el ánimo delJanto fue abatido, ellos cesaron deluchar porque Hera, aunque irritada, loscontuvo; pero una reñida y espantosapelea se suscitó entonces entre losdemás dioses: divididos en dos bandos,vinieron a las manos con fuerteestrépito; bramó la vasta tierra, y el gran

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cielo resonó como una trompeta. OyóloZeus, sentado en el Olimpo, y con elcorazón alegre reía al ver que los diosesiban a embestirse. Y ya no estuvieronseparados largo tiempo; pues el primeroAres, que horada los escudos,acometiendo a Atenea con la broncínealanza, estas injuriosas palabras le decía:

394 —¿Por qué nuevamente, ohmosca de perro, promueves la contiendaentre los dioses con insaciable audacia?¿Qué poderoso afecto te mueve? ¿Acasono te acuerdas de cuando incitabas aDiomedes Tidida a que me hiriese, ycogiendo tú misma la reluciente pica laenderezaste contra mí y me desgarraste

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el hermoso cutis? Pues me figuro queahora pagarás cuanto me hiciste.

400 Apenas acabó de hablar, dio unbote en el escudo floqueado, horrendo,que ni el rayo de Zeus rompería, allíacertó a dar Ares, manchado dehomicidios, con la ingente lanza. Pero ladiosa, volviéndose, aferró con surobusta mano una gran piedra negra yerizada de puntas que estaba en lallanura y había sido puesta por losantiguos como linde de un campo; e,hiriendo con ella al furibundo Ares en elcuello, dejóle sin vigor los miembros.Vino a tierra el dios y ocupó sieteyeguadas, el polvo manchó su cabellera

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y las armas resonaron. Rióse PalasAtenea; y, gloriándose de la victoria,profirió estas aladas palabras:

410 —¡Necio! Aún no hascomprendido que me jacto de ser muchomás fuerte, puesto que osas oponer tufuror al mío. Así padecerás,cumpliéndose las imprecaciones de tuairada madre que maquina males contrati porque abandonaste a los aqueos yfavoreces a los orgullosos troyanos.

415 Cuando esto hubo dicho, volvió aotra parte los ojos refulgentes. Afrodita,hija de Zeus, asió por la mano a Ares yle acompañaba, mientras el dios dabamuchos suspiros y apenas podía

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recobrar el aliento. Pero la vio Hera, ladiosa de los níveos brazos, y al puntodijo a Atenea estas aladas palabras:

420 —¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, quelleva la égida! ¡Indómita! Aquella moscade perro vuelve a sacar del dañosocombate, por entre el tumulto, a Ares,funesto a los mortales. ¡Anda tras ella!

423 De tal modo habló. Alegrósele elalma a Atenea, que corrió haciaAfrodita, y alzando la robusta manodescargóle un golpe sobre el pecho.Desfallecieron las rodillas y el corazónde la diosa, y ella y Ares quedarontendidos en la fértil tierra. Y Atenea,vanagloriándose, pronunció estas aladas

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palabras:428 —¡Ojalá fuesen tales cuantos

auxilian a los troyanos en las batallascontra los argivos, armados de coraza;así, tan audaces y atrevidos comoAfrodita que vino a socorrer a Aresdesafiando mi furor; y tiempo ha quehabríamos puesto fin a la guerra con latoma de la bien construida ciudad deIlio!

434 Así se expresó. Sonrióse Hera, ladiosa de los níveos brazos. Y elsoberano Poseidón, que sacude la tierra,dijo entonces a Apolo:

436 —¡Febo! ¿Por qué nosotros noluchamos también? No conviene

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abstenerse, una vez que los demás handado principio a la pelea. Vergonzosofuera que volviésemos al Olimpo, a lamorada de Zeus erigida sobre bronce,sin haber combatido. Empieza tú, pueseres el menor en edad y no pareceríadecoroso que comenzara yo que nacíprimero y tengo más experiencia. ¡Ohnecio, y cuán irreflexivo es tu corazón!Ya no te acuerdas de los muchos malesque en torno de Ilio padecimos los dos,solos entre los dioses, cuando enviadospor Zeus trabajamos un año entero parael soberbio Laomedonte; el cual, con lapromesa de darnos el salario convenido,nos mandaba como señor. Yo cerqué la

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ciudad de los troyanos con un muroancho y hermosísimo, para hacerlainexpugnable; y tú, Febo, pastoreabaslos flexípedes bueyes de curvas astas enlos bosques y selvas del Ida, en vallesabundoso. Mas cuando las alegres horastrajeron el término del ajuste, elsoberbio Laomedonte se negó apagarnos el salario y nos despidió conamenazas. A ti te amenazó con venderte,atado de pies y manos, en lejanas islas;aseguraba además que con el bronce noscortaría a entrambos las orejas; ynosotros nos fuimos pesarosos y con elánimo irritado porque no nos dio la pagaque había prometido. ¡Y todavía se lo

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agradeces, favoreciendo a su pueblo, envez de procurar con nosotros que todoslos troyanos perezcan de mala muertecon sus hijos y castas esposas!

461 Contestó el soberano Apolo, quehiere de lejos:

462 —¡Batidor de la tierra! No metendrías por sensato si combatieracontigo por los míseros mortales que,semejantes a las hojas, ya se hallanflorecientes y vigorosos comiendo losfrutos de la tierra, ya se quedanexánimes y mueren. Pero abstengámonosenseguida de combatir y peleen ellosentre sí.

468 Así diciendo, le volvió la

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espalda; pues por respeto no queríallegar a las manos con su tío paterno. Ysu hermana, la campestre Ártemis, quede las fieras es señora, lo increpóduramente con injuriosas voces:

472 —¿Huyes ya, tú que hieres delejos, y das la victoria a Poseidón,concediéndole inmerecida gloria?¡Necio! ¿Por qué llevas ese arco inútil?No oiga yo que te jactes en el palacio demi padre, como hasta aquí lo hiciste antelos inmortales dioses, de luchar cuerpoa cuerpo con Poseidón.

478 Así dijo, y Apolo, que hiere delejos, nada respondió. Pero la venerableesposa de Zeus, irritada, increpó con

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injuriosas voces a la que se complace entirar flechas:

481 —¿Cómo es que pretendes, perraatrevida, oponerte a mí? Difícil te seráresistir mi fortaleza, aunque lleves arcoy Zeus te haya hecho leona entre lasmujeres y te permita matar, a la que teplazca. Mejor es cazar en el montefieras agrestes o ciervos, que luchardenodadamente con quienes son máspoderosos. Y, si quieres probar elcombate, empieza, para que sepas biencuánto más fuerte soy que tú; ya quecontra mí quieres emplear tus fuerzas.

489 Dijo; asióla con la manoizquierda por ambas muñecas, quitóle de

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los hombros, con la derecha, el arco y elcarcaj, y riendo se puso a golpear conéstos las orejas de Ártemis, que volvíala cabeza, ora a un lado, ora a otro,mientras las veloces flechas seesparcían por el suelo. Ártemis huyóllorando, como la paloma queperseguida por el gavilán vuela arefugiarse en el hueco de excavada roca,porque no había dispuesto el hado queaquél la cogiese. De igual manera huyóla diosa, vertiendo lágrimas y dejandoallí arco y aljaba. Y el mensajeroArgicida dijo a Leto:

498 —¡Leto! Yo no pelearé contigo,porque es arriesgado luchar con las

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esposas de Zeus, que amontona lasnubes. Jáctate muy satisfecha, delante delos inmortales dioses, de que mevenciste con tu poderosa fuerza.

502 Así dijo. Leto recogió el corvoarco y las saetas que habían caído acá yacullá, en medio de un torbellino depolvo; y se fue en pos de su hija. Llegóésta al Olimpo, a la morada de Zeuserigida sobre bronce; sentóse llorandoen las rodillas de su padre, y el divinovelo temblaba alrededor de su cuerpo.El padre Cronida cogióla en el regazo;y, sonriendo dulcemente, le preguntó:

509 —¿Cuál de los celestes dioses,hija querida, de tal modo te ha

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maltratado, como si en su presenciahubieses cometido alguna falta?

511 Respondióle Ártemis, que serecrea con el bullicio de la caza y llevahermosa diadema:

512 —Tu esposa Hera, la de losníveos brazos, me ha maltratado, padre;por ella la discordia y la contienda hansurgido entre los inmortales.

514 Así éstos conversaban. En tanto,Febo Apolo entró en la sagrada Ilio,temiendo por el muro de la bienedificada ciudad: no fuera que enaquella ocasión lo destruyesen losdánaos, contra lo ordenado por eldestino. Los demás dioses sempiternos

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volvieron al Olimpo, irritados unos yenvanecidos otros por el triunfo; y sesentaron junto a Zeus, el de las sombríasnubes. Aquiles, persiguiendo a lostroyanos, mataba hombres y solípedoscaballos. De la suerte que cuando unaciudad es presa de las llamas y llega elhumo al anchuroso cielo, porque losdioses se irritaron contra ella, todos loshabitantes trabajan y muchos padecengrandes males, de igual modo Aquilescausaba a los troyanos fatigas y daños.

526 El anciano Príamo estaba en lasagrada torre; y, como viera al ingenteAquiles, y a los troyanos puestos enconfusión, huyendo espantados y sin

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fuerzas para resistirle, empezó a gemir ybajó de aquélla para exhortar a losínclitos varones que custodiaban laspuertas de la muralla:

531 Abrid las puertas y sujetadlascon la mano hasta que lleguen a laciudad los guerreros que huyenespantados. Aquiles es quien losestrecha y pone en desorden, y temo quehan de ocurrir desgracias. Mas, tanpronto como aquéllos respiren,refugiados dentro del muro, entornad lashojas fuertemente unidas; pues estoy conmiedo de que ese hombre funesto entrepor el muro.

537 Así dijo. Abrieron las puertas,

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quitando los cerrojos, y a esto se debióla salvación de las tropas. Apolo saltófuera del muro para librar de la ruina alos troyanos. Éstos, acosados por la sedy llenos de polvo, huían por el campo enderechura a la ciudad y su alta muralla.Y Aquiles los perseguía impetuosamentecon la lanza, teniendo el corazónposeído de violenta rabia y deseandoalcanzar gloria.

544 Entonces los aqueos hubierantomado a Troya, la de altas puertas, siFebo Apolo no hubiese incitado aldivino Agenor, hijo ilustre y valiente deAnténor, a esperar a Aquiles. El diosinfundióle audacia en el corazón, y, para

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apartar de él a las crueles Parcas, sequedó a su lado, recostado en una encinay cubierto de espesa niebla. CuandoAgenor vio llegar a Aquiles, asoladorde ciudades, se detuvo, y en su agitadocorazón vacilaba sobre el partido quedebería tomar. Y gimiendo, a sumagnánimo espíritu le decía:

553 —¡Ay de mí! Si huyo del valienteAquiles por donde los demás correnespantados y en desorden, me cogerátambién y me matará sin que me puedadefender. Si dejando que éstos seanderrotados por el Pelida Aquiles, mefuese por la llanura troyana, lejos delmuro, hasta llegar a los bosques del Ida,

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y me escondiera en los matorrales,podría volver a Ilio por la tarde,después de tomar un baño en el río pararefrescarme y quitarme el sudor. Mas¿por qué en tales cosas me hace pensarel corazón? No sea que aquél adviertaque me alejo de la ciudad por la llanura,y persiguiéndome con ligera planta medé alcance; y ya no podré evitar lamuerte y las Parcas, porque Aquiles esel más fuerte de todos los hombres. Y sidelante de la ciudad le salgo alencuentro… Vulnerable es su cuerpo porel agudo bronce, hay en él una sola almay dicen los hombres que el héroe esmortal; pero Zeus Cronida le da gloria.

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571 Esto, pues, se decía; y,encogiéndose, aguardó a Aquiles,porque su corazón esforzado estabaimpaciente por luchar y combatir. Comola pantera, cuando oye el ladrido de losperros, sale de la poblada selva y va alencuentro del cazador, sin que arrebatensu ánimo ni el miedo ni el espanto, y siaquél se le adelanta y la hiere desdecerca o desde lejos, no deja de luchar,aunque esté atravesada por la jabalina,hasta venir con él a las manos osucumbir, de la misma suerte, el divinoAgenor, hijo del preclaro Anténor, noquería huir antes de entrar en combatecon Aquiles. Y, cubriéndose con el liso

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escudo, le apuntaba la lanza, mientrasdecía con fuertes voces:

583 —Grandes esperanzas concibe tuánimo, esclarecido Aquiles, de tomar enel día de hoy la ciudad de los altivostroyanos. ¡Insensato! Buen número demales habrán de padecerse todavía porcausa de ella. Estamos dentro muchos yfuertes varones que, peleando pornuestros padres, esposas e hijos,salvaremos a Ilio; y tú recibirás aquímismo la muerte, a pesar de ser unterrible y audaz guerrero.

590 Dijo. Con la robusta mano arrojóel agudo dardo, y no erró el tiro; puesacertó a dar en la pierna del héroe,

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debajo de la rodilla. La greba de estañorecién construida resonó horriblemente,y el bronce fue rechazado sin quelograra penetrar, porque lo impidió laarmadura, regalo del dios. El Pelidaarremetió a su vez con Agenor, igual auna deidad; pero Apolo no le dejóalcanzar gloria, pues, arrebatando altroyano, le cubrió de espesa niebla y lemandó a la ciudad para que salieratranquilo de la batalla.

599 Luego el que hiere de lejosapartó del ejército al Pelión, valiéndosede un engaño. Tomó la figura de Agenor,y se puso delante del héroe, que se lanzóa perseguirlo. Mientras Aquiles iba tras

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de Apolo, por un campo paniego, haciael río Escamandro, de profundosvórtices, y corría muy cerca de él, puesel odio le engañaba con esta astucia afin de que tuviera siempre la esperanzade darle alcance en la carrera, losdemás troyanos, huyendo en tropel,llegaron alegres a la ciudad, que sellenó con los que allí se refugiaron. Nisiquiera se atrevieron a esperarse losunos a los otros, fuera de la ciudad y delmuro, para saber quiénes habíanescapado y quiénes habían muerto en labatalla, sino que afluyeron presurosos ala ciudad cuantos, merced a sus pies y asus rodillas, lograron salvarse.

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CantoXXII*

Muerte de Héctor

* Aquiles, después de decirle que sevengaría de él si pudiera, torna al campode batalla y delante de las puertas de laciudad encuentra a Héctor, que leesperaba; huye éste, aquél le persigue ydan tres vueltas a la ciudad de Troya;

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Zeus coge la balanza de oro y ve que eldestino condena a Héctor, el cual,engañado por Atenea se detiene y esvencido y muerto por Aquiles, noobstante saber éste que ha de sucumbirpoco después que muera el caudillotroyano.

1 Los troyanos, refugiados en laciudad como cervatos, se recostaban enlos hermosos baluartes, refrigeraban elsudor y bebían para apagar la sed; y entanto los aqueos se iban acercando a lamuralla, con los escudos levantadosencima de los hombros. La Parca funesta

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sólo detuvo a Héctor para que sequedara fuera de Ilio, en las puertasEsceas. Y Febo Apolo dijo al Pelión:

8 —¿Por qué, oh hijo de Peleo,persigues en veloz carrera, siendo túmortal, a un dios inmortal? Aún noconociste que soy una deidad, y no cesatu deseo de alcanzarme. Ya no te cuidasde pelear con los troyanos, a quienespusiste en fuga; y éstos han entrado en lapoblación, mientras te extraviabasviniendo aquí. Pero no me matarás,porque el hado no me condenó a morir.

14 Muy indignado le respondióAquiles, el de los pies ligeros:

15 —¡Oh tú, que hieres de lejos, el

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más funesto de todos los dioses! Meengañaste, trayéndome acá desde lamuralla, cuando todavía hubieranmordido muchos la tierra antes de llegara Ilio. Me has privado de alcanzar unagloria no pequeña, y has salvado confacilidad a los troyanos, porque notemías que luego me vengara. Yciertamente me vengaría de ti, si misfuerzas lo permitieran.

21 Dijo y, muy alentado, se encaminóapresuradamente a la ciudad; como elcorcel vencedor en la carrera de carrostrota veloz por el campo, tan ligeramentemovía Aquiles pies y rodillas.

25 El anciano Príamo fue el primero

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que con sus propios ojos le vio venirpor la llanura, tan resplandeciente comoel astro que en el otoño se distingue porsus vivos rayos entre muchas estrellasdurante la noche obscura y recibe elnombre de «perro de Orión», el cual conser brillantísimo constituye una señalfunesta porque trae excesivo calor a losmíseros mortales; de igual maneracentelleaba el bronce sobre el pecho delhéroe, mientras éste corría. Gimió elviejo, golpeóse la cabeza con las manoslevantadas y profirió grandes voces ylamentos, dirigiendo súplicas a su hijo.Héctor continuaba inmóvil ante laspuertas y sentía vehemente deseo de

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combatir con Aquiles. Y el anciano,tendiéndole los brazos, le decía en tonolastimero:

38 —¡Héctor, hijo querido! Noaguardes, solo y lejos de los amigos, aese hombre, para que no mueras presto amanos del Pelión, que es mucho másvigoroso. ¡Cruel! Así fuera tan caro alos dioses, como a mí: pronto se locomerían, tendido en el suelo, los perrosy los buitres, y mi corazón se libraríadel terrible pesar. Me ha privado demuchos y valientes hijos, matando aunos y vendiendo a otros en remotasislas. Y ahora que los troyanos se hanencerrado en la ciudad, no acierto a ver

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a mis dos hijos Licaón y Polidoro, queparió Laótoe, ilustre entre las mujeres.Si están vivos en el ejército, losrescataremos con bronce y oro, quetodavía lo hay en el palacio; pues aLaótoe la dotó espléndidamente suanciano padre, el ínclito Altes. Pero, sihan muerto y se hallan en la morada deHades, el mayor dolor será para sumadre y para mí que los engendramos;porque el del pueblo durará menos, si nomueres tú, vencido por Aquiles. Venadentro del muro, hijo querido, para quesalves a los troyanos y a las troyanas; yno quieras procurar inmensa gloria alPelida y perder tú mismo la existencia.

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Compadécete también de mí, de esteinfeliz y desgraciado que aún conservala razón; pues el padre Cronida mequitará la vida en la senectud y conaciaga suerte, después de presenciarmuchas desventuras: muertos mis hijos,esclavizadas mis hijas, destruidos lostálamos, arrojados los niños por el sueloen el terrible combate y las nuerasarrastradas por las funestas manos delos aqueos. Y cuando, por fin, alguienme deje sin vida los miembros,hiriéndome con el agudo bronce o conarma arrojadiza, los voraces perros quecon comida de mi mesa crié en elpalacio para que lo guardasen

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despedazarán mi cuerpo en la puertaexterior, beberán mi sangre, y, saciadoel apetito, se tenderán en el pórtico.Yacer en el suelo, habiendo sidoatravesado en la lid por el agudobronce, es decoroso para un joven, ycuanto de él pueda verse todo es bello, apesar de la muerte; pero que los perrosdestrocen la cabeza y la barbaencanecidas y las panes verendas de unanciano muerto en la guerra es lo mástriste de cuanto les puede ocurrir a losmíseros mortales.

77 Así se expresó el anciano, y conlas manos se arrancaba de la cabezamuchas canas, pero no logró persuadir a

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Héctor. La madre de éste, que en otrositio se lamentaba llorosa, desnudó elseno, mostróle el pecho, y, derramandolágrimas, dijo estas aladas palabras:

82 —¡Héctor! ¡Hijo mío! Respetaeste seno y apiádate de mí. Si en otrotiempo te daba el pecho para acallar tulloro, acuérdate de tu niñez, hijo amado;y penetrando en la muralla, rechazadesde la misma a ese enemigo y nosalgas a su encuentro. ¡Cruel! Si te mata,no podré llorarte en tu lecho, queridopimpollo a quien parí, y tampoco podráhacerlo tu rica esposa, porque losveloces perros te devorarán muy lejosde nosotras, junto a las naves argivas.

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90 De esta manera Príamo y Hécubahablaban a su hijo, llorando ydirigiéndole muchas súplicas, sin quelograsen persuadirle, pues Héctor seguíaaguardando a Aquiles, que ya seacercaba. Como silvestre dragón que,habiendo comido hierbas venenosas,espera ante su guarida a un hombre y conferoz cólera echa terribles miradas y seenrosca en la entrada de la cueva, asíHéctor, con inextinguible valor,permanecía quieto, desde que arrimó elterso escudo a la torre prominente. Ygimiendo, a su magnánimo espíritu ledecía:

99 —¡Ay de mí! Si traspongo las

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puertas y el muro, el primero endirigirme baldones será Polidamante, elcual me aconsejaba que trajera elejército a la ciudad la noche funesta enque el divinal Aquiles decidió volver ala pelea. Pero yo no me dejé persuadir—mucho mejor hubiera sido aceptar suconsejo—, y ahora que he causado laruina del ejército con mi imprudenciatemo a los troyanos y a las troyanas, derozagantes peplos, y que alguien menosvaliente que yo exclame: «Héctor, fiadoen su pujanza, perdió las tropas». Asíhablarán; y preferible fuera volver a lapoblación después de matar a Aquiles, omorir gloriosamente delante de ella. ¿Y

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si ahora, dejando en el suelo elabollonado escudo y el fuerte casco yapoyando la pica contra el muro, salieraal encuentro del irreprensible Aquiles,le dijera que permitía a los Atridasllevarse a Helena y las riquezas queAlejandro trajo a Ilio en las cóncavasnaves, que esto fue lo que originó laguerra, y le ofreciera repartir a losaqueos la mitad de lo que la ciudadcontiene; y más tarde tomara juramento alos troyanos de que, sin ocultar nada,formarían dos lotes con cuantos bienesexisten dentro de esta hermosa ciudad?… Mas ¿por qué en tales cosas me hacepensar el corazón? No, no iré a

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suplicarle; que, sin tenerme compasiónni respeto, me mataría inerme, como auna mujer, tan pronto como dejara lasarmas. Imposible es mantener con él,desde una encina o desde una roca, uncoloquio, como un mancebo y unadoncella; como un mancebo y unadoncella suelen mantener. Mejor seráempezar el combate cuanto antes, paraque veamos pronto a quién el Olímpicoconcede la victoria.

131 Tales pensamientos revolvía ensu mente, sin moverse de aquel sitio,cuando se le acercó Aquiles, igual aEnialio, el impetuoso luchador, con elterrible fresno del Pelión sobre el

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hombro derecho y el cuerpo protegidopor el bronce que brillaba como elresplandor del encendido fuego o del solnaciente. Héctor, al verlo, se puso atemblar y ya no pudo permanecer allí;sino que dejó las puertas y huyóespantado. Y el Pelida, confiando en suspies ligeros, corrió en seguimiento delmismo. Como en el monte el gavilán,que es el ave más ligera, se lanza confácil vuelo tras la tímida paloma, éstahuye con tortuosos giros y aquél la siguede cerca, dando agudos graznidos yacometiéndola repetidas veces, porquesu ánimo le incita a cogerla, así Aquilesvolaba enardecido y Héctor movía las

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ligeras rodillas huyendo azorado entorno de la muralla de Troya. Corríansiempre por la carretera, fuera del muro,dejando a sus espaldas la atalaya y ellugar ventoso donde estaba el cabrahígo;y llegaron a los dos cristalinosmanantiales, que son las fuentes delEscamandro voraginoso. El primerotiene el agua caliente y lo cubre el humocomo si hubiera allí un fuego abrasador;el agua que del segundo brota es en elverano como el granizo, la fría nieve oel hielo. Cerca de ambos hay unoslavaderos de piedra, grandes yhermosos, donde las esposas y las bellashijas de los troyanos solían lavar sus

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magníficos vestidos en tiempo de paz,antes que llegaran los aqueos. Por allípasaron, el uno huyendo y el otropersiguiéndolo: delante, un valientehuía, pero otro más fuerte le perseguíacon ligereza; porque la contienda no erapor una víctima o una piel de buey,premios que suelen darse a losvencedores en la carrera, sino por lavida de Héctor, domador de caballos.Como los solípedos corceles que tomanparte en los juegos en honor de undifunto corren velozmente en torno de lameta donde se ha colocado como premioimportante un trípode o una mujer, desemejante modo aquéllos dieron tres

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veces la vuelta a la ciudad de Príamo,corriendo con ligera planta. Todas lasdeidades los contemplaban. Y Zeus,padre de los hombres y de los dioses,comenzó a decir:

168 —¡Oh dioses! Con mis ojos veoa un caro varón perseguido en torno delmuro. Mi corazón se compadece deHéctor, que tantos muslos de buey haquemado en mi obsequio en las cumbresdel Ida, en valles abundoso, y en laciudadela de Troya; y ahora el divinoAquiles le persigue con sus ligeros piesen derredor de la ciudad de Príamo. Ea,deliberad, oh dioses, y decidid si losalvaremos de la muerte o dejaremos

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que, a pesar de ser esforzado, sucumba amanos del Pelida Aquiles.

177 Respondióle Atenea, la diosa deojos de lechuza:

178 —¡Oh padre, que lanzas elardiente rayo y amontonas las nubes!¿Qué dijiste? ¿De nuevo quieres librarde la muerte horrísona a ese hombremortal, a quien tiempo ha que el hadocondenó a morir? Hazlo, pero no todoslos dioses te lo aprobaremos.

182 Contestó Zeus, que amontona lasnubes:

183 Tranquilízate, Tritogenia, hijaquerida. No hablo con ánimo benigno,pero contigo quiero ser complaciente.

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Obra conforme a tus deseos y nodesistas.

186 Con tales voces instigóle a hacerlo que ella misma deseaba, y Ateneabajó en raudo vuelo de las cumbres delOlimpo.

188 Entre canto; el veloz Aquilesperseguía y estrechaba sin cesar aHéctor. Como el perro va en el montepor valles y cuestas tras el cervatilloque levantó de la cama, y, si éste seesconde, azorado, debajo de losarbustos, corre aquél rastreando hastaque nuevamente lo descubre; de lamisma manera, el Pelión, de piesligeros, no perdía de vista a Héctor.

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Cuantas veces el troyano intentabaencaminarse a las puertas Dardanias, alpie de las tomes bien construidas, por sidesde arriba le socorrían disparandoflechas; otras tantas Aquiles,adelantándosele, lo apartaba hacia lallanura, y aquél volaba sin descansocerca de la ciudad. Como en sueños niel que persigue puede alcanzar alperseguido, ni éste huir de aquél; deigual manera, ni Aquiles con sus piespodía dar alcance a Héctor, ni Héctorescapar de Aquiles. ¿Y cómo Héctor sehubiera librado entonces de las Parcasde la muerte que le estaba destinada, siApolo, acercándosele por la postrera y

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última vez, no le hubiese dado fuerzas yagilizado sus rodillas?

205 El divino Aquiles hacía con lacabeza señales negativas a losguerreros, no permitiéndoles dispararamargas flechas contra Héctor: no fueraque alguien alcanzara la gloria de heriral caudillo y él llegase el segundo. Mascuando en la cuarta vuelta llegaron a losmanantiales, el padre Zeus tomó labalanza de oro, puso en la misma dossuertes de la muerte que tiende a lolargo —la de Aquiles y la de Héctor,domador de caballos—, cogió por elmedio la balanza, la desplegó, y tuvomás peso el día fatal de Héctor, que

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descendió hasta el Hades. Al instanteFebo Apolo desamparó al troyano.Atenea, la diosa de ojos de lechuza, seacercó al Pelión, y le dijo estas aladaspalabras:

216 —Espero, oh esclarecidoAquiles, caro a Zeus, que nosotros dosprocuraremos a los aqueos inmensagloria, pues al volver a las naveshabremos muerto a Héctor, aunque seainfatigable en la batalla. Ya no se nospuede escapar, por más cosas que hagaApolo, el que hiere de lejos,postrándose a los pies del padre Zeus,que lleva la égida. Párate y respira; e iréa persuadir a Héctor para que luche

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contigo frente a frente.224 Así habló Atenea. Aquiles

obedeció, con el corazón alegre, y sedetuvo enseguida, apoyándose en elarrimo de la pica de asta de fresno ybroncínea punta. La diosa dejóle y fue aencontrar al divino Héctor. Y tomando lafigura y la voz infatigable de Deífobo,llegóse al héroe y pronunció estasaladas palabras:

229 —¡Mi buen hermano! Mucho teestrecha el veloz Aquiles,persiguiéndote con ligero pie alrededorde la ciudad de Príamo. Ea,detengámonos y rechacemos su ataque.

232 Respondióle el gran Héctor, de

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tremolante casco:233 —¡Deífobo! Siempre has sido

para mí el hermano predilecto entrecuantos somos hijos de Hécuba y dePríamo, pero desde ahora hago cuentade tenerte en mayor aprecio, porque alverme con tus ojos osaste salir del muroy los demás han permanecido dentro.

238 Contestó Atenea, la diosa de ojosde lechuza:

239 —¡Mi buen hermano! El padre, lavenerable madre y los amigosabrazábanme las rodillas y mesuplicaban que me quedara con ellos —¡de tal modo tiemblan todos!—, pero miánimo se sentía atormentado por grave

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pesar. Ahora peleemos con brío y sindar reposo a la pica, para que veamos siAquiles nos mata y se lleva nuestrossangrientos despojos a las cóncavasnaves, o sucumbe vencido por tu lanza.

246 Así diciendo, Atenea, paraengañarlo, empezó a caminar. Cuandoambos guerreros se hallaron frente afrente, dijo el primero el gran Héctor, elde tremolante casco:

250 —No huiré más de ti, oh hijo dePeleo, como hasta ahora. Tres veces dila vuelta, huyendo, en torno de la granciudad de Príamo, sin atreverme nunca aesperar tu acometida. Mas ya mi ánimome impele a afrontarte, ora te mate, ora

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me mates tú. Ea, pongamos a los diosespor testigos, que serán los mejores y losque más cuidarán de que se cumplannuestros pactos: Yo no te insultarécruelmente, si Zeus me concede lavictoria y logro quitarte la vida; pues tanluego como te haya despojado de lasmagníficas armas, oh Aquiles, entregaréel cadáver a los aqueos. Pórtate túconmigo de la misma manera.

260 Mirándole con torva faz,respondió Aquiles, el de los piesligeros:

261 —¡Héctor, a quien no puedoolvidar! No me hables de convenios.Como no es posible que haya fieles

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alianzas entre los leones y los hombres,ni que estén de acuerdo los lobos y loscorderos, sino que piensancontinuamente en causarse daño unos aotros, tampoco puede haber entrenosotros ni amistad ni pactos, hasta quecaiga uno de los dos y sacie de sangre aAres, infatigable combatiente. Revístetede toda clase de valor, porque ahora tees muy preciso obrar como belicoso yesforzado campeón. Ya no te puedesescapar. Palas Atenea te hará sucumbirpronto, herido por mi lanza, y pagarástodos juntos los dolores de mis amigos,a quienes mataste cuando manejabasfuriosamente la pica.

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273 En diciendo esto, blandió yarrojó la fornida lanza. El esclarecidoHéctor, al verla venir, se inclinó paraevitar el golpe: clavóse la broncínealanza en el suelo, y Palas Atenea laarrancó y devolvió a Aquiles, sin queHéctor, pastor de hombres, lo advirtiese.Y Héctor dijo al eximio Pelión:

279 —¡Erraste el golpe, oh Aquiles,semejante a los dioses! Nada te habíarevelado Zeus acerca de mi destino,como afirmabas; has sido un hábilforjador de engañosas palabras, paraque, temiéndote, me olvidara de mivalor y de mi fuerza. Pero no meclavarás la pica en la espalda, huyendo

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de ti: atraviésame el pecho cuandoanimoso y frente a frente te acometa, siun dios te lo permite. Y ahora guárdatede mi broncínea lanza. ¡Ojalá que todaella penetrara en tu cuerpo! La guerrasería más liviana para los troyanos, si túmurieses; porque eres su mayor azote.

289 Así habló; y, blandiendo laingente lanza, despidióla sin errar eltiro, pues dio un bote en medio delescudo del Pelida. Pero la lanza fuerechazada por la rodela, y Héctor seirritó al ver que aquélla había sidoarrojada inútilmente por su brazo;paróse, bajando la cabeza, pues no teníaotra lanza de fresno; y con recia voz

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llamó a Deífobo, el de luciente escudo,y le pidió una larga pica. Deífobo ya noestaba a su lado. Entonces Héctorcomprendiólo todo, y exclamó:

297 —¡Oh! Ya los dioses me llaman ala muerte. Creía que el héroe Deífobo sehallaba conmigo, pero está dentro delmuro, y fue Atenea quien me engañó.Cercana tengo la perniciosa muerte, queni tardará, ni puedo evitarla. Así leshabrá placido que sea, desde hacetiempo, a Zeus y a su hijo, el que hierede lejos; los cuales, benévolos paraconmigo, me salvaban de los peligros.Ya la Parca me ha cogido. Pero noquisiera morir cobardemente y sin

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gloria, sino realizando algo grande quellegara a conocimiento de los venideros.

306 Esto dicho, desenvainó la agudaespada, grande y fuerte, que llevaba enel costado. Y encogiéndose, se arrojócomo el águila de alto vuelo se lanza ala llanura, atravesando las pardas nubes,para arrebatar la tierna corderilla o latímida liebre; de igual manera arremetióHéctor, blandiendo la aguda espada.Aquiles embistióle, a su vez, con elcorazón rebosante de feroz cólera:defendía su pecho con el magníficoescudo labrado, y movía el lucientecasco de cuatro abolladuras, haciendoondear las bellas y abundantes crines de

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oro que Hefesto había colocado en lacimera. Como el Véspero, que es ellucero más hermoso de cuantos hay en elcielo, se presenta rodeado de estrellasen la obscuridad de la noche, de talmodo brillaba la pica de larga punta queen su diestra blandía Aquiles, mientraspensaba en causar daño al divino Héctory miraba cuál parte del hermoso cuerpodel héroe ofrecería menos resistencia.Éste lo tenía protegido por la excelentearmadura de bronce que quitó a Patroclodespués de matarlo, y sólo quedabadescubierto el lugar en que lasclavículas separan el cuello de loshombros, la garganta que es el sitio por

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donde más pronto sale el alma: por allíel divino Aquiles envasóle la pica aHéctor, que ya lo atacaba, y la punta,atravesando el delicado cuello, asomópor la nuca. Pero no le cortó el garguerocon la pica de fresno que el broncehacía ponderosa, para que pudierahablar algo y responderle. Héctor cayóen el polvo, y el divino Aquiles se jactódel triunfo, diciendo:

331 —¡Héctor! Cuando despojabas elcadáver de Patroclo, sin duda te creístesalvado y no me temiste a mí porque mehallaba ausente. ¡Necio! Quedaba yocomo vengador, mucho más fuerte queél, en las cóncavas naves, y te he

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quebrado las rodillas. A ti los perros ylas aves te despedazaránignominiosamente, y a Patroclo losaqueos le harán honras fúnebres.

336 Con lánguida voz respondióleHéctor, el de tremolante casco:

337 —Te lo ruego por tu alma, por tusrodillas y por tus padres: ¡No permitasque los perros me despedacen y devorenjunto a las naves aqueas! Acepta elbronce y el oro que en abundancia tedarán mi padre y mi veneranda madre, yentrega a los míos el cadáver para quelo lleven a mi casa, y los troyanos y susesposas lo entreguen al fuego.

344 Mirándole con torva faz, le

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contestó Aquiles, el de los pies ligeros:345 —No me supliques, ¡perro!, por

mis rodillas ni por mis padres. Ojalá elfuror y el coraje me incitaran a cortar tuscarnes y a comérmelas crudas. ¡Talesagravios me has inferido! Nadie podráapartar de tu cabeza a los perros, aunqueme traigan diez o veinte veces el debidorescate y me prometan más, aunquePríamo Dardánida ordene redimirte apeso de oro; ni, aun así, la venerandamadre que te dio a luz te pondrá en unlecho para llorarte, sino que los perros ylas aves de rapiña destrozarán tu cuerpo.

355 Contestó, ya moribundo, Héctor,el de tremolante casco:

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356 —Bien lo conozco, y no eraposible que te persuadiese, porquetienes en el pecho un corazón de hierro.Guárdate de que atraiga sobre ti lacólera de los dioses, el día en que Parisy Febo Apolo te darán la muerte, noobstante tu valor, en las puertas Esceas.

361 Apenas acabó de hablar, lamuerte le cubrió con su manto: el almavoló de los miembros y descendió alHades, llorando su suerte, porquedejaba un cuerpo vigoroso y joven. Y eldivino Aquiles le dijo, aunque muerto loviera:

365 —¡Muere! Y yo recibiré la Parcacuando Zeus y los demás dioses

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inmortales dispongan que se cumpla midestino.

367 Dijo; arrancó del cadáver labroncínea lanza y, dejándola a un lado,quitóle de los hombros lasensangrentadas armas. Acudieronpresurosos los demás aqueos, admirarontodos el continente y la arrogante figurade Héctor y ninguno dejó de herirlo. Yhubo quien, contemplándole, habló así asu vecino:

373 —¡Oh dioses! Héctor es ahoramucho más blando en dejarse palpar quecuando incendió las naves con elardiente fuego.

375 Así algunos hablaban, y

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acercándose lo herían. El divinoAquiles, ligero de pies, tan pronto comohubo despojado el cadáver, se puso enmedio de los aqueos y pronunció estasaladas palabras:

378 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos! Ya que losdioses nos concedieron vencer a eseguerrero que causó mucho más daño quetodos los otros juntos, ea, sin dejar lasarmas cerquemos la ciudad para conocercuál es el propósito de los troyanos: siabandonarán la ciudadela por habersucumbido Héctor, o se atreverán aquedarse todavía a pesar de que éste yano existe. Mas ¿por qué en tales cosas

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me hace pensar el corazón? En las navesyace Patroclo muerto, insepulto y nollorado; y no lo olvidaré, mientras mehalle entre los vivos y mis rodillas semuevan; y si en el Hades se olvida a losmuertos, aun allí me acordaré delcompañero amado. Ahora, ea, volvamoscantando el peán a las cóncavas naves, yllevémonos este cadáver. Hemos ganadouna gran victoria: matamos al divinoHéctor, a quien dentro de la ciudad lostroyanos dirigían votos cual si fuese undios.

395 Dijo; y, para tratarignominiosamente al divino Héctor, lehoradó los tendones de detrás de ambos

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pies desde el tobillo hasta el talón;introdujo correas de piel de buey, y loató al carro, de modo que la cabezafuese arrastrando; luego, recogiendo lamagnífica armadura, subió y picó a loscaballos para que arrancaran, y éstosvolaron gozosos. Gran polvaredalevantaba el cadáver mientras eraarrastrado; la negra cabellera seesparcía por el suelo, y la cabeza, antestan graciosa, se hundía toda en el polvo;porque Zeus la entregó entonces a losenemigos, para que allí, en su mismapatria, la ultrajaran.

405 Así toda la cabeza de Héctor semanchaba de polvo. La madre, al verlo,

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se arrancaba los cabellos; y, arrojandode sí el blanco velo, prorrumpió entristísimos sollozos. El padre suspirabalastimeramente, y alrededor de él y porla ciudad el pueblo gemía y selamentaba. No parecía sino que toda laexcelsa Ilio fuese desde su cumbredevorada por el fuego. Los guerrerosapenas podían contener al anciano, que,excitado por el pesar, quería salir porlas puertas Dardanias; y, revolcándoseen el estiércol, les suplicaba a todosllamando a cada varón por susrespectivos nombres:

416 —Dejadme, amigos, por másintranquilos que estéis; permitid que,

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saliendo solo de la ciudad, vaya a lasnaves aqueas y ruegue a ese hombrepernicioso y violento: acaso respete miedad y se apiade de mi vejez. Tiene unpadre como yo, Peleo, el cual leengendró y crió para que fuese una plagade los troyanos; pero es a mí a quien hacausado más pesares. ¡A cuántos hijosmíos mató, que se hallaban en la flor dela juventud! Pero no me lamento tantopor ellos, aunque su suerte me hayaafligido, como por uno cuya pérdida mecausa el vivo dolor que me precipitaráen el Hades: por Héctor, que hubieradebido morir en mis brazos, y entoncesnos hubiésemos saciado de llorarle y

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plañirle la infortunada madre que le dioa luz y yo mismo.

429 Así habló llorando, y losciudadanos suspiraron. Y Hécubacomenzó entre las troyanas el funerallamento:

431 —¡Oh hijo! ¡Ay de mí,desgraciada! ¿Por qué, después de haberpadecido terribles penas, seguiréviviendo ahora que has muerto tú? Día ynoche eras en la ciudad motivo deorgullo para mí y el baluarte de todos,de los troyanos y de las troyanas, que tesaludaban como a un dios. Vivo,constituías una excelsa gloria para ellos;pero ya la muerte y la Parca te

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alcanzaron.437 Así dijo llorando. La esposa de

Héctor nada sabía, pues ningún verazmensajero le llevó la noticia de que sumarido se quedara fuera de las puertas;y en lo más hondo del alto palacio tejíauna tela doble y purpúrea, que adornabacon labores de variado color. Habíamandado en su casa a las esclavas dehermosas trenzas que pusieran al fuegoun trípode grande, para que Héctor sebañase en agua caliente al volver de labatalla. ¡Insensata! Ignoraba que Atenea,la de ojos de lechuza, le había hechosucumbir muy lejos del baño a manos deAquiles. Pero oyó gemidos y

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lamentaciones que venían de la torre,estremeciéronse sus miembros, y lalanzadera le cayó al suelo. Y al instantedijo a las esclavas de hermosas trenzas:

450 —Venid, seguidme dos; voy a verqué ocurre. Oí la voz de mi venerablesuegra; el corazón me salta en el pechohacia la boca y mis rodillas seentumecen: algún infortunio amenaza alos hijos de Príamo. ¡Ojalá que talnoticia nunca llegue a mis oídos! Peromucho temo que el divino Aquiles hayaseparado de la ciudad a mi Héctoraudaz, le persiga a él solo por la llanuray acabe con el funesto valor que siempretuvo; porque jamás en la batalla se

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quedó entre la turba de los combatientes,sino que se adelantaba mucho y enbravura a nadie cedía.

460 Dicho esto, salióapresuradamente del palacio como unaloca, palpitándole el corazón, y dosesclavas la acompañaron. Mas, cuandollegó a la torre y a la multitud de genteque allí se encontraba, se detuvo, ydesde el muro registró el campo;enseguida vio a Héctor arrastradodelante de la ciudad, pues los velocescaballos lo arrastraban despiadadamentehacia las cóncavas naves de los aqueos;las tinieblas de la noche velaron susojos, cayó de espaldas y se le desmayó

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el alma. Arrancóse de su cabeza losvistosos lazos, la diadema, la redecilla,la trenzada cinta y el velo que la áureaAfrodita le había dado el día en queHéctor se la llevó del palacio de Eetión,constituyéndole una gran dote. A sualrededor hallábanse muchas cuñadas yconcuñadas suyas, las cuales lasostenían aturdida como si fuera aperecer. Cuando volvió en sí y recobróel aliento, lamentándose condesconsuelo dijo entre las troyanas:

477 —¡Héctor! ¡Ay de mí, infeliz!Ambos nacimos con la misma suerte, túen Troya, en el palacio de Príamo; yo enTeba, al pie del selvoso Placo, en el

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alcázar de Eetión, el cual me criócuando niña para que fuese desventuradacomo él. ¡Ojalá no me hubieraengendrado! Ahora tú desciendes a lamansión de Hades, en el seno de latierra, y me dejas en el palacio viuda ysumida en triste duelo. Y el hijo, aúninfante, que engendramos tú y yo,infortunados… Ni tú serás su amparo,oh Héctor, pues has fallecido; ni él eltuyo. Si escapa con vida de la luctuosaguerra de los aqueos, tendrá siemprefatigas y pesares; y los demás seapoderarán de sus campos, cambiandode sitio los mojones. El mismo día enque un niño queda huérfano, pierde

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todos los amigos; y en adelante vacabizbajo y con las mejillas bañadas enlágrimas. Obligado por la necesidad,dirígese a los amigos de su padre,tirándoles ya del manto, ya de la túnica;y alguno, compadecido, le alarga unvaso pequeño con el cual mojará loslabios, pero no llegará a humedecer lagarganta. El niño que tiene los padresvivos le echa del festín, dándolepuñadas e increpándole con injuriosasvoces: «¡Vete, enhoramala!, le dice, quetu padre no come a escote connosotros». Y volverá a su madre viuda,llorando, el huérfano Astianacte, que enotro tiempo, sentado en las rodillas de

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su padre, sólo comía médula y grasapingüe de ovejas, y, cuando se cansabade jugar y se entregaba al sueño, dormíaen blanda cama, en brazos de la nodriza,con el corazón lleno de gozo; mas ahoraque ha muerto su padre, mucho tendráque padecer Astianacte, a quien lostroyanos llamaban así porque sólo tú, ohHéctor, defendías las puertas y los altosmuros. Y a ti, cuando los perros sehayan saciado con tu carne, losmovedizos gusanos te comerán desnudo,junto a las corvas naves, lejos de tuspadres; habiendo en el palaciovestiduras finas y hermosas, que lasesclavas hicieron con sus manos.

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Arrojaré todas estas vestiduras alardiente fuego; y ya que no teaprovechen, pues no yacerás en ellas,constituirán para ti un motivo de gloria alos ojos de los troyanos y de lastroyanas.

515 Así dijo llorando, y las mujeresgimieron.

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CantoXXIII*

Juegos en honor dePatroclo

* Luego Aquiles celebra unosespléndidos funerales en honor dePatroclo, mientras ata el cadáver deHédor por los pies a su carro y se lo

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lleva arrastrándolo por el polvo; ydesde entonces todos los días, alaparecer la aurora, lo vuelve a arrastrarhasta dar tres vueltas alrededor deltúmulo de Patroclo.

1 Así gemían los troyanos en laciudad. Los aqueos, una vez llegados alas naves y al Helesponto, se fueron asus respectivos bajeles. Pero a losmirmidones no les permitió Aquiles quese dispersaran; y, puesto en medio de losbelicosos compañeros, les dijo:

6 —¡Mirmidones, de rápidoscorceles, mis compañeros amados! No

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desatemos del yugo los solípedoscorceles; acerquémonos con ellos y loscarros a Patroclo, y llorémoslo, que éstees el honor que a los muertos se lesdebe. Y cuando nos hayamos saciado detriste llanto, desunciremos los caballos yaquí mismo cenaremos todos.

12 Así habló. Ellos seguían a Aquilesen compacto grupo y gemían confrecuencia. Y sollozando dieron tresvueltas alrededor del cadáver con loscaballos de hermoso pelo: Tetis sehallaba entre los guerreros y lesexcitaba el deseo de llorar. Regadas delágrimas quedaron las arenas, regadasde lágrimas se veían las armaduras de

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los hombres. ¡Tal era el héroe, causa defuga para los enemigos, de quienentonces padecían soledad! Y el Pelidacomenzó entre ellos el funeral lamentocolocando sus manos homicidas sobre elpecho de su amigo:

19 —¡Alégrate, oh Patroclo, aunqueestés en el Hades! Ya voy a cumplirtecuanto te prometiera: he traídoarrastrando el cadáver de Héctor, queentregaré a los perros para que lodespedacen cruelmente; y degollaré antetu pira a doce hijos de troyanos ilustres,por la cólera que me causó tu muerte.

24 Dijo; y, para tratarignominiosamente al divino Héctor, lo

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tendió boca abajo en el polvo, cabe allecho del Menecíada. Quitáronse todosla luciente armadura de bronce,desuncieron los corceles de sonorosrelinchos, y sentáronse en gran númerocerca de la nave del Eácida, el de lospies ligeros, que les dio un banquetefuneral espléndido. Muchos bueyesblancos, ovejas y balantes cabraspalpitaban al ser degollados con elhierro; gran copia de grasos puercos, dealbos dientes, se asaban, extendidossobre la llama de Hefesto; y en tomo delcadáver la sangre corría en abundanciapor todas partes.

33 Los reyes aqueos llevaron al

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Pelida, el de los pies ligeros, que teníael corazón afligido por la muerte delcompañero, a la tienda de AgamenónAtrida, después de persuadirlo conmucho trabajo; ya en ella, mandaron alos heraldos, de voz sonora, quepusieron al fuego un gran trípode por silograban que aquél se lavase lasmanchas de sangre y polvo. PeroAquiles se negó obstinadamente, a hizo,además, un juramento:

43 —¡No, por Zeus, que es elsupremo y más poderoso de los dioses!No es justo que el baño moje mi cabezahasta que ponga a Patroclo en la pira, leerija un túmulo y me corte la cabellera;

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porque un pesar tan grande no volverálamas a sentirlo mi corazón mientras mecuente entre los vivos. Ahoracelebremos el triste banquete; y, cuandose descubra la aurora, manda, oh rey dehombres, Agamenón, que traigan leña yla coloquen como conviene a un muertoque baja a la región sombría, para quepronto el fuego infatigable consuma yhaga desaparecer de nuestra vista elcadáver de Patroclo, y los guerrerosvuelvan a sus ocupaciones.

34 Así dijo; y ellos le escucharon yobedecieron. Dispuesta con prontitud lacena, comieron todos, y nadie careció desu respectiva porción. Mas, después que

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hubieron satisfecho de comida y debebida al apetito, se fueron a dormir asus tiendas. Quedóse el Pelida conmuchos mirmidones, dando profundossuspiros, a orillas del estruendoso mar,en un lugar limpio donde las olasbañaban la playa; pero no tardó envencerlo el sueño, que disipa loscuidados del ánimo, esparciéndosesuave en torno suyo; pues el héroe habíafatigado mucho sus fornidos miembrospersiguiendo a Héctor alrededor de laventosa Ilio. Entonces vino a encontrarleel alma del mísero Patroclo, semejanteen un todo a éste cuando vivía, tanto porsu estatura y hermosos ojos, como por

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las vestiduras que llevaba; y,poniéndose sobre la cabeza de Aquiles,le dijo estas palabras:

69 —¿Duermes, Aquiles, y me tienesolvidado? Te cuidabas de mí mientrasvivía, y ahora que he muerto meabandonas. Entiérrame cuanto antes,para que pueda pasar las puertas delHades; pues las almas, que son imágenesde los difuntos, me rechazan y no mepermiten que atraviese el río y me juntecon ellas; y de este modo voy errantepor los alrededores del palacio, deanchas puertas, de Hades. Dame lamano, te lo pido llorando; pues ya novolveré del Hades cuando hayáis

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entregado mi cadáver al fuego. Ni ya,gozando de vida, conversaremosseparadamente de los amigos; pues medevoró la odiosa muerte que el hado,cuando nací, me deparara. Y tu destinoes también, oh Aquiles semejante a losdioses, morir al pie de los muros de losnobles troyanos. Otra cosa te diré yencargaré, por si quieres complacerme.No dejes mandado, oh Aquiles, quepongan tus huesos separados de losmíos: ya que juntos nos hemos criado entu palacio, desde que Menecio me llevóde Opunte a vuestra casa por undeplorable homicidio —cuandoencolerizándome en el juego de la taba

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maté involuntariamente al hijo deAnfidamante—, y el caballero Peleo meacogió en su morada, me crió con regaloy me nombró tu escudero; así también,una misma urna, la ánfora de oro que tedio tu veneranda madre, guarde nuestroshuesos.

93 Respondióle Aquiles, el de lospies ligeros:

94 —¿Por qué, cabeza querida,vienes a encargarme estas cosas? Teobedeceré y lo cumpliré todo como lomandas. Pero acércate y abracémonos,aunque sea por breves instantes, parasaciarnos de triste llanto.

99 En diciendo esto, le tendió los

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brazos, pero no consiguió asirlo:disipóse el alma cual si fuese humo ypenetró en la tierra dando chillidos.Aquiles se levantó atónito, dio unapalmada y exclamó con voz lúgubre:

103 —¡Oh dioses! Cierto es que en lamorada de Hades quedan el alma y laimagen de los que mueren, pero la fuerzavital desaparece por entero. Toda lanoche ha estado cerca de mí el alma delmísero Patroclo, derramando lágrimas ydespidiendo suspiros, para encargarmelo que debo hacer; y era muy semejantea él cuando vivía.

108 Así dijo, y a todos les excitó eldeseo de llorar. Todavía se hallaban

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alrededor del cadáver, sollozandolastimeramente, cuando despuntó laAurora de rosáceos dedos. Entonces elrey Agamenón mandó que de todas lastiendas saliesen hombres con mulos parair por leña; y a su frente se puso unvarón excelente, Meriones, escudero delvaleroso Idomeneo. Los mulos ibandelante; tras ellos caminaban loshombres, llevando en sus manos hachasde cortar madera y sogas bien torcidas;y así subieron y bajaron cuestas, yrecorrieron atajos y veredas. Mas,cuando llegaron a los bosques del Ida,abundante en manantiales, seapresuraron a cortar con el afilado

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bronce encinas de alta copa que caíancon estrépito. Los aqueos las partieronen rajas y las cargaron sobre los mulos.Enseguida éstos, midiendo con sus pasosla tierra, volvieron atrás por los espesosmatorrales, deseosos de regresar a lallanura. Todos los leñadores llevabantroncos, porque así lo había ordenadoMeriones, escudero del valerosoIdomeneo. Y los fueron dejandosucesivamente en un sitio de la orilla delmar, que Aquiles indicó para que allí seerigiera el gran túmulo de Patroclo y desí mismo.

127 Después que hubierondescargado la inmensa cantidad de leña,

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se sentaron todos juntos y aguardaron.Aquiles mandó enseguida a losbelicosos mirmidones que tomaran lasarmas y uncieran los caballos; y ellos selevantaron, vistieron la armadura, y loscaudillos y sus aurigas montaron en loscarros. Iban éstos al frente, seguíales lanube de la copiosa infantería, y enmedio los amigos llevaban a Patroclo,cubierto de cabello que en su honor sehabían cortado. El divino Aquilessosteníale la cabeza, y estaba tristeporque despedía para el Hades aleximio compañero.

138 Cuando llegaron al lugar queAquiles les señaló, dejaron el cadáver

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en el suelo, y enseguida amontonaronabundante leña. Entonces el divinoAquiles, el de los pies ligeros, tuvo otraidea: separándose de la pira, se cortó larubia cabellera, que conservabaespléndida para ofrecerla al ríoEsperqueo; y exclamó apenado, fijandolos ojos en el vinoso ponto:

144 —¡Esperqueo! En vano mi padrePeleo te hizo el voto de que yo, alvolver a la tierra patria, me cortaría lacabellera en tu honor y te inmolaría unasacra hecatombe de cincuenta carneroscerca de tus fuentes, donde están elbosque y el perfumado altar a ticonsagrados. Tal voto hizo el anciano,

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pero tú no has cumplido su deseo. Yahora, como no he de volver a la tierrapatria, daré mi cabellera al héroePatroclo para que se la lleve consigo.

152 Habiendo hablado así, puso lacabellera en las manos del compañeroquerido, y a todos les excitó el deseo dellorar. Y entregados al llanto los dejarael sol al ponerse, si Aquiles no sehubiese acercado a Agamenón paradecirle:

156 —¡Atrida! Puesto que la genteaquea te obedecerá más que a nadie, ytiempo habrá para saciarse de llanto,aparta de la pira a los guerreros ymándales que preparen la cena; y de lo

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que resta nos cuidaremos nosotros, aquienes corresponde de un modoespecial honrar al muerto. Quédense tansólo los caudillos.

161 Al oírlo, el rey de hombres,Agamenón, despidió la gente para quevolviera a las naves bienproporcionadas; y los que cuidaban delfuneral amontonaran leña, levantaronuna pira de cien pies por lado, y, con elcorazón afligido, pusieron en lo alto deella el cuerpo de Patroclo. Delante de lapira mataron y desollaron muchaspingües ovejas y flexípedes bueyes decurvas astas; y el magnánimo Aquilestomó la grasa de aquéllas y de éstos,

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cubrió con la misma el cadáver de piesa cabeza, y hacinó alrededor los cuerposdesollados. Llevó también a la pira dosánforas, llenas respectivamente de miely de aceite, y las abocó al lecho; y,exhalando profundos suspiros, arrojó ala hoguera cuatro corceles de erguidocuello. Nueve perros tenía el rey que sealimentaban de su mesa, y, degollando ados, echólos igualmente en la pira.Siguiéronles doce hijos valientes detroyanos ilustres, a quienes mató con elbronce, pues el héroe meditaba en sucorazón acciones crueles. Y entregandola pira a la violencia indomable delfuego para que la devorara, gimió y

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nombró al compañero amado:179 —¡Alégrate, oh Patroclo, aunque

estés en el Hades! Ya te cumplo cuantote prometí. El fuego devora contigo adoce hijos valientes de troyanos ilustres;y a Héctor Priámida no le entregaré a lahoguera para que lo consuma, sino a losperros.

184 Así dijo en son de amenaza. Perolos canes no se acercaron a Héctor. Ladiosa Afrodita, hija de Zeus, los apartódía y noche, y ungió el cadáver con undivino aceite rosado para que Aquilesno lo lacerase al arrastrarlo. Y FeboApolo cubrió el espacio ocupado por elmuerto con una sombría nube que hizo

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pasar del cielo a la llanura, a fin de queel ardor del sol no secara el cuerpo, consus nervios y miembros.

192 En tanto, la pira en que se hallabael cadáver de Patroclo no ardía.Entonces el divino Aquiles, el de lospies ligeros, tuvo otra idea: apartóse dela pira, oró a los vientos Bóreas yCéfiro y votó ofrecerles solemnessacrificios; y, haciéndoles repetidaslibaciones con una copa de oro, les rogóque acudieran para que la leña ardiesebien y los cadáveres fueran consumidosprestamente por el fuego. La veloz Irisoyó las súplicas, y fue a avisar a losvientos, que estaban reunidos

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celebrando un banquete en la morada delimpetuoso Céfiro. Iris llegó corriendo yse detuvo en el umbral de piedra. Asíque la vieron, levantáronse todos, y cadauno la llamaba a su lado. Pero ella noquiso sentarse, y pronunció estaspalabras:

205 —No puedo sentarme; porquevoy, por cima de la corriente delOcéano, a la tierra de los etíopes, queahora ofrecen hecatombes a losinmortales, para entrar a la parte en lossacrificios. Aquiles ruega al Bóreas y alestruendoso Céfiro, prometiéndolessolemnes sacrificios, que vayan y haganarder la pira en que yace Patroclo, por

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el cual gimen los aqueos todos.212 Habló así y fuese. Los vientos se

levantaron con inmenso ruido,esparciendo las nubes; pasaron por cimadel ponto, y las olas crecían al impulsodel sonoro soplo, llegaron, por fin, a lafértil Troya, cayeron en la pira y elfuego abrasador bramó grandemente.Durante toda la noche, los dos vientos,soplando con agudos silbidos, agitaronla llama de la pira, durante toda lanoche, el veloz Aquiles, sacando vinode una crátera de oro, con una copa dedoble asa, lo vertió y regó la tierra, einvocó el alma del mísero Patroclo.Como solloza un padre, quemando los

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huesos del hijo recién casado, cuyamuerte ha sumido en el dolor a susprogenitores, de igual modo sollozabaAquiles al quemar los huesos del amigo;y, arrastrándose en torno de la hoguera,gemía sin cesar.

226 Cuando el lucero de la mañanaapareció sobre la tierra anunciando eldía, y poco después la aurora, deazafranado velo, se esparció por el mar,apagábase la hoguera y moría la llama.Los vientos regresaron a su morada porel ponto de Tracia, que gemía a causa dela hinchazón de las olas alborotadas, yel Pelida, habiéndose separado un pocode la pira, acostóse, rendido de

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cansancio, y el dulce sueño le venció.Pronto los caudillos se reunieron en grannúmero alrededor del Atrida; y elalboroto y ruido que hacían al llegardespertaron a Aquiles. Incorporóse elhéroe; y, sentándose, les dijo estaspalabras:

236 —¡Atrida y demás príncipes delos aqueos todos! Primeramente apagadcon negro vino cuanto de la pira alcanzóla violencia del fuego; recojamosdespués los huesos de PatrocloMenecíada, distinguiéndolos bien —fácil será reconocerlos, porque elcadáver estaba en medio de la pira y enlos extremos se quemaron confundidos

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hombres y caballos—, y pongámoslos enuna urna de oro, cubiertos por doblecapa de grasa donde se guarden hastaque yo descienda al Hades. Quiero quele erijáis un túmulo no muy grande, sinocual corresponde al muerto; y másadelante, aqueos, los que estéis vivos enlas naves de muchos bancos cuando yomuera, hacedlo anchuroso y alto.

249 Así dijo, y ellos obedecieron alPelión, de pies ligeros. Primeramenteapagaron con negro vino la parte de lapira a que alcanzó la llama, y la cenizacayó en abundancia; después recogieron,llorando, los blancos huesos del dulceamigo y los encerraron en una urna de

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oro, cubiertos por doble capa de grasa;dejaron la urna en la tienda, tendiendosobre la misma un sutil velo; trazaron elámbito del túmulo en torno de la pira,echaron los cimientos, e inmediatamenteamontonaron la tierra que antes habíanexcavado. Y, erigido el túmulo,volvieron a su sitio. Aquiles detuvo alpueblo y le hizo sentar, formando ungran circo; y al momento sacó de lasnaves, para premio de los que vencierenen los juegos, calderas, trípodes,caballos, mulos, bueyes de robustacabeza, mujeres de hermosa cintura yluciente hierro.

262 Empezó exponiendo los premios

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destinados a los veloces aurigas: el queprimero llegara se llevaría una mujerdiestra en primorosas labores y untrípode con asas, de veintidós medidas;para el segundo ofreció una yegua deseis años, indómita, que llevaba en suvientre un feto de mulo; para el tercero,una hermosa caldera no puesta al fuego yluciente aún, cuya capacidad era decuatro medidas; para el cuarto, dostalentos de oro; y para el quinto, un vasocon dos asas no puesto al fuego todavía.Y, estando en pie, dijo a los argivos:

272 —¡Atrida y demás aqueos dehermosas grebas! Estos premios que enmedio he colocado son para los aurigas.

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Si los juegos se celebraran en honor deotro difunto, me llevaría a mi tienda losmejores. Ya sabéis cuánto mis caballosaventajan en ligereza a los demás,porque son inmortales: Poseidón se losregaló a mi padre Peleo, y éste me losha dado a mí. Pero yo me quedaré, ytambién los solípedos corceles, porqueperdieron al ilustre y benigno auriga quetantas veces derramó aceite sobre suscrines, después de lavarlos con aguapura. Ambos, habiéndose quedadoquietos, sienten soledad de él; y con lascrines colgando hasta tocar la tierrapermanecen en pie y afligidos en sucorazón. ¡Adelantaos, pues, los aqueos

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que confiéis en vuestros corceles ysólidos carros!

287 Así hablo el Pelida, y los velocesaurigas se reunieron. Levantóse muchoantes que nadie el rey de hombresEumelo, hijo amado de Admeto, quedescollaba en el arte de guiar el carro.Presentóse después el fuerte DiomedesTidida, el cual puso el yugo a loscorceles de Tros, que había quitado aEneas cuando Apolo salvó a este héroe.Alzóse luego el rubio Menelao Atrida,del linaje de Zeus, y unció al carro unayegua y un caballo veloces: Eta, propiade Agamenón, y Podargo, que era suyo.Había dado la yegua a Agamenón, como

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presente, Equepolo, hijo de Anquises,por no seguirle a la ventosa Ilio y gozartranquilo en la vasta Sición, dondemoraba, de la abundante riqueza queZeus le había concedido; ésta fue layegua que Menelao unció al yugo, lacual estaba deseosa de correr. Fue elcuarto en aparejar los corceles dehermoso pelo Antíloco, hijo ilustre delmagnánimo rey Néstor Nelida: de sucarro tiraban caballos de Pilos, de piesligeros. Y su padre se le acercó yempezó a darle buenos consejos, aunqueno le faltaba inteligencia:

306 —¡Antíloco! Si bien eres joven,Zeus y Poseidón te quieren y te han

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enseñado todo el arte del auriga. No espreciso, por tanto, que yo lo instruya.Sabes perfectamente cómo los caballosdeben dar la vuelta en torno de la meta,pero tus corceles son los más lentos encorrer, y temo que algún sucesodesagradable ha de ocurrirte. Empero, siotros caballos son más veloces, susconductores no te aventajan en obrarsagazmente. Ea, pues, querido, piensa enemplear toda clase de habilidades paraque los premios no se te escapen. Elleñador más hace con la habilidad quecon la fuerza; con su habilidad el pilotogobierna en el vinoso ponto la veloznave combatida por los vientos; y con su

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habilidad puede un auriga vencer a otro.El que confía en sus caballos y en sucarro les hace dar vueltasimprudentemente acá y acullá, y luegolos corceles divagan en la carrera y nolos puede sujetar, mas el que conoce losarbitrios del arte y guía caballosinferiores clava los ojos continuamenteen la meta, da la vuelta cerca de lamisma, y no le pasa inadvertido cuándodebe aguijar a aquéllos con el látigo depiel de buey: así los domina siempre, ala vez que observa a quien le precede.La meta de ahora es muy fácil deconocer, y voy a indicártela para que nodejes de verla. Un tronco seco de encina

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o de pino, que la lluvia no ha podridoaún, sobresale un codo de la tierra;encuéntranse a uno y otro lado delmismo, cuando el camino acaba, sendaspiedras blancas; y luego el terreno esllano por todas partes y propio para lascarreras de carros: el tronco debe dehaber pertenecido a la tumba de unhombre que ha tiempo murió, o fuepuesto como mojón por los antiguos; yahora el divino Aquiles, el de los piesligeros, lo ha elegido por meta. Acércatea ésta y den la vuelta casi tocándolacarro y caballos; y tú inclínate en elfuerte asiento hacia la izquierda y animacon imperiosas voces al corcel del otro

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lado afojándole las riendas. El caballoizquierdo se aproxime tanto a la meta,que parezca que el cubo de la bienconstruida rueda haya de llegar altronco, pero guárdate de chocar con lapiedra: no sea que hieras a los corceles,rompas el carro y causes el regocijo delos demás y la confusión de ti mismo.Procura, oh querido, ser cauto yprudente. Pero, si aguijando loscaballos, logras dar la vuelta a la meta,ya nadie se te podrá anticipar nialcanzarte siquiera, aunque guíe aldivino Arión —el veloz caballo deAdrasto, que descendía de un dios— osea arrastrado por los corceles de

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Laomedonte, que se criaron aquí tanexcelentes.

349 Así dijo Néstor Nelida, y volvióa sentarse cuando hubo enterado a suhijo de lo más importante de cada cosa.

351 Meriones fue el quinto enaparejar los caballos de hermoso pelo.Subieron los aurigas a los carros yecharon suertes en un casco que agitabaAquiles. Salió primero la de AntílocoNestórida; después, la del rey Eumelo;luego, la de Menelao Atrida, famoso porsu lanza; enseguida, la de Meriones; ypor último, la del Tidida, que era el máshábil. Pusiéronse en fila, y Aquiles lesindicó la meta a lo lejos, en el terreno

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llano; y encargó a Fénix, escudero de supadre, que se sentara cerca de aquéllacomo observador de la carrera, a fin deque, reteniendo en la memoria cuantoocurriese, les dijese luego la verdad.

362 Todos a un tiempo levantaron ellátigo, dejáronlo caer sobre los caballosy los animaron con ardientes voces. Yéstos, alejándose de las naves, corríanpor la llanura con suma rapidez; lapolvareda que levantaban envolvíales elpecho como una nube o un torbellino, ylas crines ondeaban al soplo del viento.Los carros unas veces tocaban al fértilsuelo, y otras daban saltos en el aire; losaurigas permanecían en los asientos con

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el corazón palpitante por el deseo de lavictoria; cada cual animaba a suscorceles, y éstos volaban, levantandopolvo, por la llanura.

373 Mas, cuando los veloces caballosllegaron a la segunda mitad de la carreray ya volvían hacia el espumoso mar,entonces se mostró la pericia de cadaconductor, pues todos aquéllosempezaron a galopar. Venían delante lasyeguas, de pies ligeros, de EumeloFeretíada. Seguíanlas los caballos deDiomedes, procedentes de los de Tros; yestaban tan cerca del primer carro, queparecía que iban a subir en él: con sualiento calentaban la espalda y anchos

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hombros de Eumelo, y volaban poniendola cabeza sobre el mismo. Diomedes lehubiera pasado delante, o por lo menoshubiera conseguido que la victoriaquedase indecisa si Febo Apolo, queestaba irritado con el hijo de Tideo, nole hubiese hecho caer de las manos ellustroso látigo. Afligióse el héroe, y laslágrimas humedecieron sus ojos al verque las yeguas corrían más que antes, yen cambio sus caballos aflojaban,porque ya no sentían el azote. No lepasó inadvertido a Atenea que Apolojugara esta treta al Tidida; y, corriendohacia el pastor de hombres, devolvióleel látigo, a la vez que daba nuevos bríos

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a sus caballos. Y la diosa, irritada, seencaminó al momento hacia el hijo deAdmeto y le rompió el yugo: cada yeguase fue por su lado, fuera de camino; eltimón cayó a tierra, y el héroe vino alsuelo, junto a una rueda, hirióse en loscodos, boca y narices, se rompió lafrente por encima de las cejas, se learrasaron los ojos de lágrimas, y la voz,vigorosa y sonora, se le cortó. El Tididaguió los solípedos caballos,desviándolos un poco, y se adelantó ungran espacio a todos los demás; porqueAtenea dio vigor a sus corceles y leconcedió a él la gloria del triunfo.Seguíale el rubio Menelao Atrida. E

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inmediato a él iba Antíloco, queanimaba a los caballos de su padre:

403 —Corred y alargad el pasocuanto podáis. No os mando quecompitáis con aquéllos, con los caballosdel aguerrido Tidida, a los cualesAtenea dio ligereza, concediéndole a élla gloria del triunfo. Mas alcanzadpronto a los corceles del Atrida y no osquedéis rezagados para que no osavergüence Eta con ser hembra. ¿Porqué os atrasáis, excelentes caballos? Loque os voy a decir se cumplirá: seacabarán para vosotros los cuidados enel palacio de Néstor, pastor de hombres,y éste os matará enseguida con el agudo

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bronce si por vuestra desidia nosllevamos el peor premio. Seguid yapresuraos cuanto podáis. Y yo pensarécómo, valiéndome de la astucia, meadelanto en el lugar donde se estrecha elcamino; no se me escapará la ocasión.

417 Así dijo. Los corceles, temiendola amenaza de su señor, corrieron másdiligentemente un breve rato. Pronto elbelicoso Antíloco alcanzó a descubrir elpunto más estrecho del camino —habíaallí una hendedura de la tierra,producida por el agua estancada duranteel invierno, la cual robó parte de lasenda y cavó el suelo—, y por aquelsitio guiaba Menelao sus corceles,

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procurando evitar el choque con losdemás carros. Pero Antíloco, torciendola rienda a sus caballos, sacó el carrofuera del camino, y por un lado y decerca seguía a Menelao. El Atrida temióun choque, y le dijo gritando:

426 —¡Antíloco! De temerario modoguías el carro. Detén los corceles; queahora el camino es angosto, y enseguida,cuando sea más ancho, podrás ganarmela delantera. No sea que choquen loscarros y seas causa de que recibamosdaño.

429 Así dijo. Pero Antíloco, como sino le oyese, hacía correr más a suscaballos picándolos con el aguijón.

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Cuanto espacio recorre el disco que tiraun joven desde lo alto de su hombropara probar la fuerza, tanto aquéllos seadelantaron. Las yeguas del Atridacejaron, y él mismo, voluntariamente,dejó de avivarlas; no fuera que lossolípedos caballos, tropezando los unoscon los otros, volcaran los fuertescarros, y ellos cayeran en el polvo porel anhelo de alcanzar la victoria. Y elrubio Menelao, reprendiendo aAntíloco, exclamó:

439 —¡Antíloco! Ningún mortal esmás funesto que tú. Ve enhoramala; quelos aqueos no estábamos en lo ciertocuando te teníamos por sensato. Pero no

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te llevarás el premio sin que antes jures.442 Después de hablar así, animó a

sus caballos con estas palabras:443 —No aflojéis el paso, ni tengáis

el corazón afligido. A aquéllos se lescansarán los pies y las rodillas antes quea vosotros, pues ya ambos pasaron de laedad juvenil.

446 Así dijo. Los corceles, temiendola amenaza de su señor, corrieron másdiligentemente, y pronto se hallaroncerca de los otros.

448 Los argivos, sentados en el circo,no quitaban los ojos de los caballos; yéstos volaban, levantando polvo por lallanura. Idomeneo, caudillo de los

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cretenses, fue quien distinguió antes quenadie los primeros corceles quellegaban; pues era el que estaba en elsitio más alto por haberse sentado en unaltozano, fuera del circo. Oyendo desdelejos la voz del auriga que animaba a loscorceles, la reconoció; y al momento vioque corría, adelantándose a los demás,un caballo magnífico, todo bermejo, conuna mancha en la frente, blanca yredonda como la luna. Y poniéndose enpie, dijo estas palabras a los argivos:

457 —¡Oh amigos, capitanes ypríncipes de los argivos! ¿Veo loscaballos yo solo o también vosotros?Paréceme que no son los mismos de

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antes los que vienen delanteros, ni elmismo el auriga: deben de haberselastimado en la llanura las yeguas quepoco ha eran vencedoras. Las vi cuandodoblaban la meta; pero ahora no puedodistinguirlas, aunque registro con misojos todo el campo troyano. Quizá lasriendas se le fueron al auriga, y,siéndole imposible gobernar las yeguasal llegar a la meta, no dio felizmente lavuelta: me figuro que habrá caído, elcarro estará roto, y las yeguas,dejándose llevar por su ánimoenardecido, se habrán echado fuera delcamino. Pero levantaos y mirad, pues yono lo distingo bien: paréceme que el que

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viene delante es un varón etolio, elfuerte Diomedes, hijo de Tideo,domador de caballos, que reina sobrelos argivos.

473 Y el veloz Ayante de Oileoincrepóle con injuriosas voces:

474 —¡Idomeneo! ¿Por qué charlasantes de lo debido? Las voladorasyeguas vienen corriendo a lo lejos por lallanura espaciosa. Tú no eres el másjoven de los argivos, ni tu vista es lamejor, pero siempre hablas mucho y sinsubstancia. Preciso es que no seas tangárrulo, estando presentes otros que teson superiores. Esas yeguas queaparecen las primeras son las de antes,

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las de Eumelo, y él mismo viene en elcarro y tiene las riendas.

482 El caudillo de los cretenses lerespondió enojado:

483 —Ayante, valiente en la injuria,detractor; pues en todo lo restante estáspor debajo de los argivos a causa de tuespíritu perverso. Apostemos un trípodeo una caldera y nombremos árbitro alAtrida Agamenón para que manifiestecuáles son las yeguas que vienen delantey tú lo aprendas perdiendo la apuesta.

488 Así habló. Enseguida el velozAyante de Oileo se alzó colérico paracontestarle con palabras duras. Y lacontienda habría pasado más adelante

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entre ambos, si el propio Aquiles,levantándose, no les hubiese dicho:

492 —¡Ayante a Idomeneo! Noalterquéis con palabras duras y pesadas,porque no es decoroso; y vosotrosmismos os irritaríais contra el que así lohiciera. Sentaos en el circo y fijad lavista en los caballos, que prontovendrán aquí por el anhelo de alcanzarla victoria, y sabréis cuáles corcelesargivos son los delanteros y cuáles losrezagados.

499 Así dijo; el Tidida, que ya sehabía acercado un buen trecho, aguijabaa los corceles, y constantemente lesazotaba la espalda con el látigo, y ellos,

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levantando en alto los pies, recorríanvelozmente el camino y rociaban depolvo al auriga. El carro, guarnecido deoro y estaño, corría arrastrado por losveloces caballos y las llantas casi nodejaban huella en el tenue polvo. ¡Contal ligereza volaban los corceles!Cuando Diomedes llegó al circo, detuvoel luciente carro; copioso sudor corríade la cerviz y del pecho de los corceleshasta el suelo, y el héroe, saltando atierra, dejó el látigo colgado del yugo.Entonces no anduvo remiso el esforzadoEsténelo, sino que al instante tomó elpremio y lo entregó a los magnánimoscompañeros; y mientras éstos conducían

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la cautiva a la tienda y se llevaban eltrípode con asas, desunció del carro alos corceles.

514 Después de Diomedes llegóAntíloco, descendiente de Neleo, el cualse había anticipado a Menelao por haberusado de fraude y no por la mayorligereza de su carro; pero, así y todo,Menelao guiaba muy cerca de él losveloces caballos. Cuando el corcel distade las ruedas del carro en que lleva a suseñor por la llanura (las últimas cerdasde la cola tocan la llanta y un cortoespacio los separa mientras aquél correpor el campo inmenso): tan rezagadoestaba Menelao del eximio Antíloco;

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pues, si bien al principio se quedó a ladistancia de un tiro de disco, prontovolvió a alcanzarle porque el fuertevigor de la yegua de Agamenón, de Etá,de hermoso pelo, iba aumentando. Y sila carrera hubiese sido más larga, elAtrida se le habría adelantado, sin dejardudosa la victoria. Meriones, el buenescudero de Idomeneo, seguía al ínclitoMenelao, como a un tiro de lanza; puessus corceles, de hermoso pelo, eran mástardos y él muy poco diestro en guiar elcarro en un certamen. Presentóse, porúltimo, el hijo de Admeto tirando de suhermoso carro y conduciendo pordelante los caballos. Al verlo, el divino

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Aquiles, el de los pies ligeros, secompadeció de él, y dirigió a losargivos estas aladas palabras:

536 —Viene el último con lossolípedos caballos el varón que másdescuella en guiarlos. Ea, démosle,como es justo, el segundo premio, yllévese el primero el hijo de Tideo.

539 Así habló y todos aplaudieron loque proponía. Y le hubiese entregado layegua —pues los aqueos lo aprobaban—, si Antíloco, hijo del magnánimoNéstor, no se hubiera levantado paradecir con razón al Pelida Aquiles:

544 —¡Oh Aquiles! Mucho meirritaré contigo si llevas a cabo lo que

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dices. Vas a quitarme el premio,atendiendo a que recibieron daño sucarro y los veloces corceles y él esesforzado, pero tenía que rogar a losinmortales y no habría llegado el últimode todos. Si le compadeces y es grato atu corazón, como hay en tu tiendaabundante oro y posees bronce, rebaños,esclavas y solípedos caballos, entrégale,tomándolo de estas cosas, un premio aúnmejor que éste, para que los aqueos tealaben. Pero la yegua no la daré, ypruebe de quitármela quien desee llegara las manos conmigo.

555 Así habló. Sonrióse el divinoAquiles, el de los pies ligeros,

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holgándose de que Antíloco seexpresara en tales términos, porque eraamigo suyo; y en respuesta, díjole estasaladas palabras:

558 —¡Antíloco! Me ordenas que déa Eumelo otro premio, sacándolo de mitienda, y así lo haré. Voy a entregarle lacoraza de bronce que quité a Asteropeo,la cual tiene en sus orillas una franja deluciente estaño, y constituirá para él unpresente de valor.

563 Dijo, y mandó a Automedonte, elcompañero querido, que la sacara de latienda; fue éste y llevósela; y Aquiles lapuso en las manos de Eumelo, que larecibió alegremente.

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566 Pero levantóse Menelao, afligidoen su corazón y muy irritado contraAntíloco. El heraldo le dio el cetro, yordenó a los argivos que callaran. Y elvarón igual a un dios habló diciendo:

570 —¡Antíloco! Tú, que antes erassensato, ¿qué has hecho? Desluciste mihabilidad y atropellaste mis corceles,haciendo pasar delante a los tuyos, queson mucho peores. ¡Ea, capitanes ypríncipes de los argivos! Juzgadnosimparcialmente a entrambos: no sea quealguno de los aqueos, de broncíneascorazas, exclame: «Menelao,violentando con mentiras a Antíloco, haconseguido llevarse la yegua, a pesar de

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la inferioridad de sus corceles, por sermás valiente y poderoso». Y si queréis,yo mismo lo decidiré; y creo que ningúndánao me podrá reprender, porque elfallo será justo. Ea, Antíloco, alumno deZeus, ven aquí y, puesto, como escostumbre, delante de los caballos y elcarro, teniendo en la mano el flexiblelátigo con que los guiabas y tocando loscorceles, jura, por el que ciñe y sacudela tierra, que si detuviste mi carro fueinvoluntariamente y sin dolo.

586 Respondióle el prudenteAntíloco:

587 —Perdóname, oh rey Menelao,pues soy más joven y tú eres mayor y

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más valiente. No te son desconocidaslas faltas que comete un mozo, porque supensamiento es rápido y su juicioescaso. Apacígüese, pues, tu corazón: yomismo te cedo la yegua que he recibido;y, si de cuanto tengo me pidieras algo demás valor que este premio, preferiríadártelo enseguida, oh alumno de Zeus, aperder para siempre tu afecto y serculpable delante de los dioses.

596 Así habló el hijo del magnánimoNéstor, y, conduciendo la yegua adondeestaba el Atrida, se la puso en la mano.A éste se le alegró el alma: como elrocío cae en torno de las espigas cuandolas mieses crecen y los campos se

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erizan, del mismo modo, oh Menelao, tuespíritu se bañó en gozo. Y,respondiéndole, pronunció estas aladaspalabras:

602 —¡Antíloco! Aunque estabairritado, seré yo quien ceda; porquehasta aquí no has sido imprudente niligero y ahora la juventud venció a larazón. Absténte en lo sucesivo de quererengañar a los que te son superiores.Ningún otro aqueo me ablandaría tanpronto, pero has padecido y trabajadomucho por mi causa, y tu padre y tuhermano también; accederé, pues, a tussúplicas y te daré la yegua, que es mía,para que éstos sepan que mi corazón no

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fue nunca ni soberbio ni cruel.612 Dijo; entregó a Noemón,

compañero de Antíloco, la yegua paraque se la llevara, y tomó la relucientecaldera. Meriones, que había llegado elcuarto, recogió los dos talentos de oro.Quedaba el quinto premio, el vaso condos asas; y Aquiles levantólo, atravesóel circo y lo ofreció a Néstor con estaspalabras:

618 —Toma, anciano; sea tuyo estepresente como recuerdo de los funeralesde Patroclo, a quien no volverás a verentre los argivos. Te doy el premioporque no podrás ser parte ni en elpugilato, ni en la lucha, ni en el certamen

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de los dardos, ni en la carrera, que ya teabruma la vejez penosa.

624 Así diciendo, se lo puso en lasmanos. Néstor recibiólo con alegría, yrespondió con estas aladas palabras:

626 —Sí, hijo, oportuno es cuantoacabas de decir. Ya mis miembros notienen el vigor de antes, ni mis pies, nimis brazos se mueven ágiles a partir delos hombros. Ojalá fuese tan joven y misfuerzas tan robustas como cuando losepeos enterraron en Buprasio alpoderoso Amarinceo, y los hijos de éstesacaron premios para los juegos quedebían celebrarse en honor del rey. Allíninguno de los epeos, ni de los pilios, ni

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de los magnánimos etolios, pudoigualarse conmigo. Vencí en el pugilatoa Clitomedes, hijo de Énope, y en lalucha a Anceo Pleuronio, que osóafrontarme; en la carrera pasé delante deIficlo, que era robusto; y en arrojar lalanza superé a Fileo y a Polidoro. Sólolos hijos de Áctor me dejaron atrás consu carro porque eran dos; y medisputaron la victoria a causa de habersereservado los mejores premios para estejuego. Eran aquéllos hermanos gemelos,y el uno gobernaba con firmeza loscaballos, sí, gobernaba con firmeza loscaballos, mientras el otro con el látigolos aguijaba. Así era yo en aquel tiempo.

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Ahora los más jóvenes entren en lasluchas; que ya debo ceder a la tristesenectud, aunque entonces sobresalieraentre los héroes. Ve y continúacelebrando los juegos fúnebres de tuamigo. Acepto gustoso el presente, y seme alegra el corazón al ver que teacuerdas siempre del buen Néstor y nodejas de advertir con qué honores he deser honrado entre los aqueos. Lasdeidades te concedan por elloabundantes gracias.

651 Así habló; y el Pelida, oído todoel elogio que de él hizo el Nelida, fuesepor entre la muchedumbre de los aqueos.Enseguida sacó los premios del duro

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pugilato: condujo al circo y ató enmedio de él una mula de seis años,cerril, difícil de domar, que había de sersufridora del trabajo; y puso para elvencido una copa de doble asa. Y,estando en pie, dijo a los argivos:

658 —¡Atrida y demás aqueos dehermosas grebas! Invitemos a los dosvarones que sean más diestros, a quelevanten los brazos y combatan apuñadas por estos premios. Aquél aquien Apolo conceda la victoria,reconociéndolo así todos los aqueos,conduzca a su tienda la mula sufridoradel trabajo; el vencido se llevará lacopa de doble asa.

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664 Así habló. Levantóse al instanteun varón fuerte, alto y experto en elpugilato: Epeo, hijo de Panopeo. Y,poniendo la mano sobre la mula pacienteen el trabajo, dijo:

667 —Acérquese el que haya dellevarse la copa de doble asa, pues nocreo que ningún aqueo consiga la mula,si ha de vencerme en el pugilato. Meglorío de mantenerlo mejor que nadie.¿No basta acaso que sea inferior a otrosen la batalla? No es posible que unhombre sea diestro en todo. Lo que voya decir se cumplirá: al campeón que seme oponga le rasgaré la piel y leaplastaré los huesos; los que de él hayan

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de cuidar quédense aquí reunidos, parallevárselo cuando sucumba a mis manos.

676 Así se expresó. Todosenmudecieron y quedaron silenciosos. Ytan sólo se levantó para luchar con élEuríalo, varón igual a un dios, hijo delrey Mecisteo Talayónida, el cual fue aTeba cuando murió Edipo y en losjuegos fúnebres venció a todos loscadmeos. El Tidida, famoso por sulanza, animaba a Euríalo con razones,pues tenía un gran deseo de quealcanzara la victoria, y le ayudaba adisponerse para la lucha: atóle elcinturón y le dio unas bien cortadascorreas de piel de buey salvaje. Ceñidos

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ambos contendientes, comparecieron enmedio del circo, levantaron las robustasmanos, acometiéronse y los fornidosbrazos se entrelazaron. Crujían de unmodo horrible las mandíbulas y el sudorbrotaba de todos los miembros. Eldivino Epeo, arremetiendo, dio un golpeen la mejilla de su rival que le espiaba;y Euríalo no siguió en pie largo tiempo,porque sus hermosos miembrosdesfallecieron. Como, encrespándose lamar al soplo del Bóreas, salta un pez enla orilla poblada de algas y las negrasolas lo cubren enseguida, así Euríalo, alrecibir el golpe, dio un salto hacia atrás.Pero el magnánimo Epeo, cogiéndole

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por las manos, lo levantó; rodeáronlelos compañeros y se lo llevaron delcirco; arrastraba los pies, escupíaespesa sangre y la cabeza se le inclinabaa un lado; sentáronle entre ellos,desvanecido, y fueron a recoger la copadoble.

700 El Pelida sacó después otrospremios para el tercer juego, la penosalucha, y se los mostró a los dánaos: parael vencedor un gran trípode, apto paraponerlo al fuego, que los aqueosapreciaban en doce bueyes; para elvencido, una mujer diestra en muchaslabores y valorada en cuatro bueyes, quesacó en medio de ellos. Y, estando en

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pie, dijo a los argivos:707 —Levantaos, los que hayáis de

entrar en esta lucha.708 Así habló. Alzóse enseguida el

gran Ayante Telamonio y luego elingenioso Ulises, fecundo en ardides.Puesto el ceñidor, fueron a encontrarseen medio del circo y se cogieron con losrobustos brazos como se enlazan lasvigas que un ilustre artífice une, alconstruir alto palacio, para que resistanel embate de los vientos. Sus espaldascrujían, estrechadas fuertemente por losvigorosos brazos; copioso sudor lesbrotaba de todo el cuerpo; muchoscruentos cardenales iban apareciendo en

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los costados y en las espaldas; y amboscontendientes anhelaban siemprealcanzar la victoria y con ella el bienconstruido trípode. Pero ni Uliseslograba hacer caer y derribar por elsuelo a Ayante, ni éste a aquél, porque lagran fuerza de Ulises se lo impedía. Ycuando los aqueos mosas grebas yaempezaban a cansarse de la lucha, dijoel gran Ayante Telamonio:

723 —¡Laertíada, del linaje de Zeus,Ulises, fecundo en ardides! Levántame,o te levantaré yo; y Zeus se cuidará delresto.

725 Habiendo hablado así, lolevantaba; mas Ulises no se olvidó de

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sus ardides, pues, dándole por detrás ungolpe en la corva, dejóle sin vigor losmiembros, le hizo venir al suelo, deespaldas, y cayó sobre su pecho: lamuchedumbre quedó admirada y atónitaal contemplarlo. Luego, el divino ypaciente Ulises alzó un poco a Ayante,pero no consiguió sostenerlo en vilo;porque se le doblaron las rodillas yambos cayeron al suelo, el uno cerca delotro, y se mancharon de polvo.Levantáronse, y hubieran luchado portercera vez, si Aquiles, poniéndose enpie, no los hubiese detenido:

735 —No luchéis ya, ni os hagáis másdaño. La victoria quedó por ambos.

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Recibid igual premio y retiraos para queentren en los juegos otros aqueos.

738 Así dijo. Ellos le escucharon yobedecieron; pues enseguida, despuésde haberse limpiado el polvo, vistieronla túnica.

740 El Pelida sacó otros premiospara la velocidad en la carrera. Expusoprimero una crátera de plata labrada,que tenía seis medidas de capacidad ysuperaba en hermosura a todas las de latierra. Los sidonios, eximios artífices, lafabricaron primorosa; los fenicios,después de llevarla por el sombríoponto de puerto en puerto, se laregalaron a Toante; más tarde, Euneo

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Jasónida la dio al héroe Patroclo pararescatar a Licaón, hijo de Príamo; yentonces Aquiles la ofreció comopremio, en honor del difunto amigo, alque fuese más veloz en correr con lospies ligeros. Para el que llegase elsegundo señaló un buey corpulento ypingüe, y para el último, medio talentode oro. Y estando en pie, dijo a losargivos:

753 —Levantaos, los que hayáis deentrar en esta lucha.

754 Así habló. Levantóse al instanteel veloz Ayante de Oileo, después elingenioso Ulises, y por fin Antíloco, hijode Néstor, que en la carrera vencía a

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todos los jóvenes. Pusiéronse en fila yAquiles les indicó la meta. Empezaron acorrer desde el sitio señalado, y elOilíada se adelantó a los demás, aunqueel divino Ulises le seguía de cerca.Cuanto dista del pecho el huso que unamujer de hermosa cintura revuelve en sumano, mientras devana el hilo de latrama, y tiene constantemente junto alseno, tan inmediato a Ayante corría eldivinal Ulises: pisaba las huellas deaquél antes de que el polvo cayera entorno de las mismas y le echaba elaliento a la cabeza, corriendo siemprecon suma rapidez. Todos los aqueosaplaudían los esfuerzos que realizaba

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Ulises por el deseo de alcanzar lavictoria, y le animaban con sus voces.Mas cuando les faltaba poco paraterminar la carrera, Ulises oró en sucorazón a Atenea, la de ojos de lechuza:

770 —Óyeme, diosa, y ven asocorrerme propicia, dando a mis piesmás ligereza.

771 Así dijo rogando. Palas Atenea leoyó, y agilitóle los miembros todos yespecialmente los pies y las manos. Yaiban a coger el premio, cuando Ayante,corriendo, dio un resbalón —puesAtenea quiso perjudicarle— en el lugarque habían llenado de estiércol losbueyes mugidores sacrificados por

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Aquiles, el de los pies ligeros, en honorde Patroclo; y el héroe llenóse deboñiga la boca y las narices. El divino ypaciente Ulises le pasó delante y sellevó la crátera; y el preclaro Ayante sedetuvo, tomó el buey silvestre, y,asiéndolo por el asta, mientras escupíael estiércol, habló así a los argivos:

782 —¡Oh dioses! Una diosa me dañólos pies; aquélla que desde antiguoacorre y favorece a Ulises cual unamadre.

784 Así dijo, y todos rieron congusto. Antíloco recibió, sonriente, elúltimo premio; y dirigió estas palabras alos argivos:

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787 —Os diré, argivos, aunque todoslo sabéis, que los dioses honran a loshombres de más edad, hasta en losjuegos. Ayante es un poco mayor que yo;Ulises pertenece a la generaciónprecedente, a los hombres antiguos,dicen que es ya de edad provecta, perovigoroso, y contender con él en lacarrera es muy difícil para cualquieraqueo que no sea Aquiles.

793 Así dijo, ensalzando al Pelida, depies ligeros. Aquiles respondióle conestas palabras:

795 —¡Antíloco! No en balde mehabrás elogiado, pues añado a tu premiomedio talento de oro.

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797 Así diciendo, se lo puso en lamano, y Antíloco lo recibió con alegría.Acto continuo el Pelida sacó y colocó enel circo una larga pica, un escudo y uncasco, que eran las armas que Patroclohabía quitado a Sarpedón. Y puesto enpie, dijo a los argivos:

802 Invitemos a los dos varones quesean más esforzados, a que, vistiendolas armas y asiendo el tajante bronce,pongan a prueba su valor ante elconcurso. Al primero que logre tocar elgallardo cuerpo de su adversario, lerasguñe el vientre atrevesándole laarmadura y le haga brotar la negrasangre, daréle esta magnífica espada

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tracia, tachonada con clavos de plata,que quité a Asteropeo. Amboscampeones se llevarán las restantesarmas y les daremos un espléndidobanquete en nuestra tienda.

811 Así dijo. Levantóse enseguida elgran Ayante Telamonio y luego el fuerteDiomedes Tidida. Tan pronto como sehubieron armado, separadamente de lamuchedumbre, fueron a encontrarse enmedio del circo, deseosos de combatir ymirándose con torva faz; y todos losaqueos se quedaron atónitos. Cuando sehallaron frente a frente, tres veces seacometieron y tres veces procuraronherirse de cerca. Ayante dio un bote en

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el escudo liso del adversario, peor nopudo llegar a su cuerpo, porque lacoraza lo impidió. El Tidida intentabaalcanzar con la punta de la luciente lanzael cuello de aquél, por cima del granescudo. Y los aqueos, temiendo porAyante, mandaron que cesara la lucha yambos contendientes se llevaran igualpremio; pero el héroe dio al Tidida lagran espada, ofreciéndosela con la vainay el bien cortado ceñidor.

826 Luego el Pelida sacó la bola dehierro sin bruñir que en otro tiempolanzaba el forzudo Eetión: el divinoAquiles, el de los pies ligeros, mató aeste príncipe y se llevó en las naves la

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bola con otras riquezas. Y, puesto en pie,dijo a los argivos:

831 —¡Levantaos los que hayáis deentrar en esta lucha! La presente bolaprocurará al que venciere cuanto hierronecesite durante cinco años, aunque seanmuy extensos sus fértiles campos; y suspastores y labradores no tendrán que irpor hierro a la ciudad.

836 Así habló. Levantóse enseguidael intrépido Polipetes; después, elvigoroso Leonteo, igual a un dios; luego,Ayante Telamoníada, y, por fin, el divinoEpeo. Pusiéronse en fila, y el divinoEpeo cogió la bola y la arrojó, despuésde voltearla, y todos los aqueos se

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rieron. La tiró el segundo, Leonteo,vástago de Ares. El gran AyanteTelamonio la despidió también, con surobusta mano, y logró pasar las señalesde los anteriores tiros. Tomóla entoncesel intrépido Polipetes y cuanta es ladistancia a que llega el cayado cuandolo lanza el pastor y voltea por cima de lavacada, tanto pasó la bola el espacio delcirco; aplaudieron los aqueos, y losamigos del esforzado Polipetes,levantándose, llevaron a las cóncavasnaves el premio que su rey habíaganado.

850 Luego sacó Aquiles azuladohierro para los arqueros, colocando en

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el circo diez hachas grandes y otras diezpequeñas. Clavó en la arena, a lo lejos,un mástil de navío después de atar en supunta, por el pie y con delgado cordel,una tímida paloma; e invitóles a tirarlesaetas, diciendo:

855 —El que hiera a la tímidapaloma llévese a su casa todas lashachas grandes; el que acierte a dar enla cuerda sin tocar al ave, como másinferior, tomará las hachas pequeñas.

859 Así dijo. Levantóse enseguida elrobusto caudillo Teucro y luegoMeriones, esforzado escudero deIdomeneo. Echaron dos suertes en uncasco de bronce, y, agitándolas, salió

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primero la de Teucro. Éste arrojó almomento y con vigor una flecha, sinofrecer a Apolo una hecatombe perfectade corderos primogénitos; y, si bien notocó al ave —negóselo Apolo—, laamarga saeta rompió el cordel muycerca de la pata por la cual se habíaatado a la paloma: ésta voló al cielo, elcordel quedó colgando y los aqueosaplaudieron. Meriones arrebatóapresuradamente el arco de las manosde Teucro, acercó a la cuerda la flechaque de antemano tenía preparada, votó aApolo sacrificarle una hecatombe decorderos primogénitos; y, viendo a latímida paloma que daba vueltas allá en

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lo alto del aire, cerca de las nubes,disparó y le atravesó una de las alas. Laflecha vino al suelo, a los pies deMeriones; y el ave, posándose en elmástil del navío de negra proa, inclinóel cuello y abatió las tupidas alas, lavida huyó veloz de sus miembros yaquélla cayó del mástil a lo lejos. Lagente lo contemplaba con admiración yasombro. Meriones tomó, por tanto,todas las diez hachas grandes, y Teucrose llevó a las cóncavas naves laspequeñas.

884 Luego el Pelida sacó y colocó enel circo una larga pica y una caldera nopuesta aún al fuego, que era del valor de

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un buey y estaba decorada con flores.Dos hombres diestros en arrojar la lanzase levantaron: el poderoso AgamenónAtrida y Meriones, escudero esforzadode Idomeneo. Y el divino Aquiles, el delos pies ligeros, les dijo:

890 —¡Atrida! Pues sabemos cuántoaventajas a todos y que así en la fuerzacomo en arrojar la lanza eres el másseñalado, toma este premio y vuelve alas cóncavas naves. Y entregaremos lapica al héroe Meriones, si te place loque te propongo.

895 Así habló. Agamenón, rey dehombres, no dejó de obedecerle.Aquiles dio a Meriones la pica de

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bronce, y el héroe Atrida tomó elmagnífico premio y se lo entregó alheraldo Taltibio.

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CantoXXIV*

Rescate de Héctor

* Los dioses se apiadan de Héctor, yZeus encarga a Tetis que amoneste a suhijo para que devuelva el cadáver, a lavez que manda a Príamo, por medio deIris, que con un solo heraldo vaya conmagníficos presentes a la tienda de

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Aquileo para rescatar el cuerpo deHéctor. Príamo obedece y parte con elheraldo ideo y dos carros; antes dellegar al campamento se les apareceHermes, que los guía hasta la tienda delhéroe; entra Príamo y, echándose a lospies de Aquiles, le dirige la súplica másconmovedora; Aquiles entrega elcadáver, los dos ancianos lo conducen aTroya y se celebran con toda solemnidadlas honras fúnebres de Héctor, que era elprincipal sostén de la ciudad asediada.

1 Disolvióse la junta y los guerrerosse dispersaron por las veloces naves,

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tomaron la cena y se regalaron con eldulce sueño. Aquiles lloraba,acordándose del compañero querido, sinque el sueño, que todo lo rinde, pudieravencerlo: daba vueltas acá y allá, y conamargura traía a la memoria el vigor ygran ánimo de Patroclo, lo que demancomún con él había llevado al caboy las penalidades que ambos habíanpadecido, ora combatiendo con loshombres, ora surcando las temiblesondas. Al recordarlo, prorrumpía enabundantes lágrimas; ya se echaba delado, ya de espaldas, ya de pechos; y alfin, levantándose, vagaba inquieto por laorilla del mar. Nunca le pasaba

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inadvertido el despuntar de la aurorasobre el mar y sus riberas: entoncesuncía al carro los ligeros corceles y,atando al mismo el cadáver de Héctor,arrastrábalo hasta dar tres vueltas altúmulo del difunto Menecíada; actocontinuo volvía a reposar en la tienda, ydejaba el cadáver tendido de cara alpolvo. Mas Apolo, apiadándose delvarón aun después de muerto, le librabade toda injuria y lo protegía con la égidade oro para que Aquiles no lacerase elcuerpo mientras lo llevaba por el suelo.

22 De tal manera Aquiles, enojado,insultaba al divino Héctor. Alcontemplarlo, compadecíanse los

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bienaventurados dioses e instigaban alvigilante Argicida a que hurtase elcadáver. A todos les gustaba talpropósito, menos a Hera, a Poseidón y ala virgen de ojos de lechuza, queodiaban como antes a la sagrada Ilio, aPríamo y a su pueblo por la injuria queAlejandro había inferido a las diosascuando fueron a su cabaña y declaróvencedora a la que le había ofrecidofunesta liviandad. Cuando, después de lamuerte de Héctor, llegó la duodécimaaurora, Febo Apolo dijo a losinmortales:

33 —Sois, oh dioses, crueles ymaléficos. ¿Acaso Héctor no quemaba

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en vuestro honor muslos de bueyes y decabras escogidas? Ahora, que haperecido, no os atrevéis a salvar elcadáver y ponerlo a la vista de suesposa, de su madre, de su hijo, de supadre Príamo y del pueblo, que almomento lo entregarían a las llamas y leharían honras fúnebres; por el contrario,oh dioses, queréis favorecer alpernicioso Aquiles, el cual concibepensamientos no razonables, tiene en supecho un ánimo inflexible y meditacosas feroces, como un león que,dejándose llevar por su gran fuerza yespíritu soberbio, se encamina a losrebaños de los hombres para aderezarse

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un festín, de igual modo perdió Aquilesla piedad y ni siquiera conserva elpudor que tanto favorece o daña a losvarones. Aquél a quien se le muere unser amado, como el hermano carnal o elhijo, al fin cesa de llorar y lamentarse,porque las Parcas dieron al hombre uncorazón paciente. Mas Aquiles, despuésque quitó al divino Héctor la dulce vida,ata el cadáver al carro y lo arrastraalrededor del túmulo de su compañeroquerido; y esto ni a aquél le aprovecha,ni es decoroso. Tema que nos irritemoscontra él, aunque sea valiente, porqueenfureciéndose insulta a lo que tan sóloes ya insensible tierra.

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55 Respondióle irritada Hera, la delos níveos brazos:

56 —Sería como dices, oh tú quellevas arco de plata, si a Aquiles y aHéctor los tuvierais en igual estima.Pero Héctor fue mortal y diole el pechouna mujer; mientras que Aquiles es hijode una diosa a quien yo misma alimentéy crié y casé luego con Peleo, varóncordialmente amado por los inmortales.Todos los dioses presenciasteis la boda;y tú pulsaste la cítara y con los demástuviste parte en el festín; ¡oh amigo delos malos, siempre pérfido!

64 Replicó Zeus, el que amontona lasnubes:

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63 —¡Hera! No te irrites tanto contralas deidades. No será el mismo elaprecio en que los tengamos; peroHéctor era para los dioses, y tambiénpara mí, el más querido de cuantosmortales viven en Ilio, porque nunca seolvidó de dedicamos agradablesofrendas, jamás mi altar careció ni delibaciones ni de víctimas, que tales sonlos honores que se nos deben.Desechemos la idea de robar el cuerpodel audaz Héctor: es imposible que sehaga a hurto de Aquiles, porquesiempre, de noche y de día, le acompañasu madre. Mas, si alguno de los diosesllamase a Tetis para que se me acercara,

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yo le diría a ésta lo que fuere oportunopara que Aquiles, recibiendo los donesde Príamo, restituyera el cadáver.

77 Así se expresó. Levantóse Iris, depies rápidos como el huracán, parallevar el mensaje; saltó al negro pontoentre Samos y la escarpada Imbros, yresonó el estrecho. La diosa se lanzó alo prófundo, como desciende el plomoasido al cuerno de un buey montaraz quelleva la muerte a los voraces peces. Enla profunda gruta halló a Tetis y a otrasmuchas diosas marinas que la rodeaban:la ninfa lloraba, en medio de ellas, lasuerte de su hijo irreprensible, que habíade perecer en la fértil Troya, lejos de la

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patria. Y, acercándosele Iris, la de lospies ligeros, así le dijo:

88 —Ven, Tetis, pues te llama Zeus,el conocedor de los eternales decretos.

89 Respondióle la diosa Tetis, deargénteos pies:

90 —¿Por qué aquel gran dios meordena que vaya? Me da vergüenzajuntarme con los inmortales, pues sonmuchas las penas que conturban micorazón. Esto no obstante, iré para quesus palabras no resulten vanas y sinefecto.

93 En diciendo esto, la divina entrelas diosas tomó un velo tan obscuro queno había otro que fuese más negro.

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Púsose en camino, precedida por laveloz Iris, de pies rápidos como elviento, y las olas del mar se abrían alpaso de ambas deidades. Salieron éstasa la playa, ascendieron al cielo yhallaron al largovidente Cronida con losdemás felices sempiternos diosescongregados en torno suyo. Sentóse Tetisal lado de Zeus, porque Atenea le cedióel sitio, y Hera púsole en la mano unacopa de oro y la consoló con palabras.Tetis devolvió la copa después de haberbebido. Y el padre de los hombres y delos dioses comenzó a hablar de estamanera:

104 —Vienes al Olimpo, oh diosa

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Tetis, afligida y con el ánimo agobiadopor vehemente pesar. Lo sé. Pero, aunasí y todo, voy a decirte por qué te hellamado. Hace nueve días que se suscitóentre los inmortales una contiendaacerca del cadáver de Héctor, y deAquiles, asolador de ciudades, einstigaban al vigilante Argicida a quehurtase el muerto, pero yo prefiero dar aAquiles la gloria de devolverlo, yconservar así tu respeto y amistad. Veenseguida al ejército y amonesta a tuhijo. Dile que los dioses están muyirritados contra él y yo más indignadoque ninguno de los inmortales, porqueenfureciéndose retiene a Héctor en las

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corvas naves y no permite que lorediman; por si, temiéndome, consienteque el cadáver sea rescatado. Y enviaréla diosa Iris al magnánimo Príamo paraque vaya a las naves de los aqueos yredima a su hijo, llevando a Aquilesdones que aplaquen su enojo.

120 Así se expresó; y Tetis, la diosade argénteos pies no fue desobediente.Bajando en raudo vuelo de las cumbresdel Olimpo, llegó a la tienda de su hijo:éste gemía sin cesar, y sus compañerosse ocupaban diligentemente en prepararla comida, habiendo inmolado dentro dela tienda una grande y lanuda oveja. Laveneranda madre se sentó muy cerca del

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héroe, le acarició con la mano y hablóleen estos términos.

128 —¡Hijo mío! ¿Hasta cuándodejarás que el llanto y la tristeza roan tucorazón, sin acordarte ni de la comida nide la cama? Bueno es que goces delamor con una mujer, pues ya no has devivir mucho tiempo; la muerte y el hadocruel se te avecinan. Y ahora préstameatención, pues vengo como mensajera deZeus. Dice que los dioses están muyirritados contra ti, y él más indignadoque ninguno de los inmortales, porqueenfureciéndote retienes a Héctor en lascorvas naves y no permites que lorediman. Ea, entrega el cadáver y acepta

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su rescate.138 Respondióle Aquiles, el de los

pies ligeros:139 —Sea así. Quien traiga el rescate

se lleve el muerto, ya que con ánimobenévolo el mismo Olímpico lo hadispuesto.

141 De este modo, dentro del recintode las naves, pasaban de madre a hijomuchas aladas palabras. Y en tanto, elCronida envió a Iris a la sagrada Ilio:

144 —¡Anda, ve, rápida Iris! Deja tuasiento del Olimpo, entra en Ilio y di almagnánimo Príamo que se encamine alas naves de los aqueos y rescate al hijo,llevando a Aquiles dones que aplaquen

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su enojo. Vaya solo, sin que ningúntroyano se le junte, y acompáñele unheraldo más viejo que él, para que guíelos mulos y el carro de hermosas ruedasy conduzca luego a la población elcadáver de aquél a quien mató el divinoAquiles. Ni la idea de la muerte ni otrotemor alguno conturbe su ánimo, pues ledaremos por guía el Argicida, el cual lellevará hasta muy cerca de Aquiles. Ycuando haya entrado en la tienda delhéroe, éste no te matará, e impedirá quelos demás lo hagan. Pues Aquiles no esinsensato, ni temerario ni perverso, ytendrá buen cuidado de respetar a unsuplicante.

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159 Así dijo. Levantóse Iris, la depies rápidos como el huracán, parallevar el mensaje; y, en llegando alpalacio de Príamo, oyó llantos yalaridos. Los hijos, sentados en el patioalrededor del padre, bañaban susvestidos con lágrimas, y el ancianoaparecía en medio, envuelto en un mantomuy ceñido, y tenía en la cabeza y en elcuello abundante estiércol que alrevolcarse por el suelo había recogidocon sus manos. Las hijas y nueras selamentaban en el palacio, recordandolos muchos varones esforzados queyacían en la llanura por haber dejado lavida en manos de los argivos. Detúvose

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la mensajera de Zeus cerca de Príamo, yhablándole quedo, mientras al ancianoun temblor le ocupaba los miembros, asíle dijo:

171 —Cobra ánimo, PríamoDardánida, y no te espantes; que novengo a presagiarte males, sino aparticiparte cosas buenas: soy mensajerade Zeus, que, aun estando lejos, seinteresa mucho por ti y te compadece. ElOlímpico te manda rescatar al divinoHéctor, llevando a Aquiles dones queaplaquen su enojo. Ve solo, sin queningún troyano se te junte, acompañadode un heraldo más viejo que tú, para queguíe los mulos y el carro de hermosas

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ruedas, y conduzca luego a la poblaciónel cadáver de aquél a quien mató eldivino Aquiles. Ni la idea de la muerteni otro temor alguno conturbe tu ánimo,pues tendrás por guía el Argicida, elcual te llevará hasta muy cerca deAquiles. Y cuando hayas entrado en latienda del héroe, éste no te matará eimpedirá que los demás lo hagan. PuesAquiles no es insensato, ni temerario, niperverso, y tendrá buen cuidado derespetar a un suplicante.

188 Cuando esto hubo dicho, fueseIris, la de los pies ligeros. Príamomandó a sus hijos que prepararan uncarro de mulas, de hermosas ruedas,

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pusieran encima un arca y la sujetarancon sogas. Bajó después al perfumadotálamo, que era de cedro, tenía elevadotecho y guardaba muchas preciosidades;y, llamando a su esposa Hécuba, hablóleen estos términos:

194 —¡Oh infeliz! La mensajera delOlimpo ha venido, por orden de Zeus, aencargarme que vaya a las naves de losaqueos y rescate al hijo, llevando aAquiles dones que aplaquen su enojo.Ea, dime: ¿qué piensas acerca de esto?Pues mi mente y mi corazón me instiganvivamente a ir allá, a las naves, alcampamento vasto de los aqueos.

200 Así dijo. La mujer prorrumpió en

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sollozos y respondió diciendo:201 —¡Ay de mí! ¿Qué es de la

prudencia que antes te hizo célebre entrelos extranjeros y entre aquéllos sobrelos cuales reinas? ¿Cómo quieres ir soloa las naves de los aqueos y presentarteante los ojos del hombre que te matótantos y tan valientes hijos? De hierrotienes el corazón. Si ese guerrero cruel ypérfido llega a verte con sus propiosojos y te coge, ni se apiadará de ti, ni terespetará en lo más mínimo. Lloremos aHéctor desde lejos, sentados en elpalacio; ya que, cuando le di a luz, elhado poderoso hiló de esta suerte elestambre de su vida: que habría de

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saciar con su carne a los veloces perros,lejos de sus padres y junto al hombreviolento cuyo hígado ojalá pudiera yocomer hincándole los dientes. Entoncesquedarían vengados los insultos que hahecho a mi hijo; que éste, cuando aquéllo mató, no se portaba cobardemente,sino que a pie firme defendía a lostroyanos y a las troyanas de profundoseno, no pensando ni en huir ni en evitarel combate.

217 Contestó el anciano Príamo,semejante a un dios:

218 —No te opongas a mi resolución,ni me seas ave de mal agüero en elpalacio. No me persuadirás. Si me diese

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la orden uno de los que viven en latierra, aunque fuera adivino, arúspice osacerdote, la creeríamos falsa ydesconfiaríamos aún más; pero ahora,como yo mismo he oído a la diosa y lahe visto delante de mí, iré y no seránineficaces sus palabras. Y si mi destinoes morir en las naves de los aqueos, debroncíneas corazas, lo acepto: mátemeAquiles tan luego como abrace a mi hijoy satisfaga el deseo de llorarle.

228 Dijo, y, levantando las hermosastapas de las arcas, cogió docemagníficos peplos, doce mantossencillos, doce tapetes, doce paliosblancos, y otras tantas túnicas. Pesó

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luego diez talentos de oro. Y, por fin,sacó dos trípodes relucientes, cuatrocalderas y una magnífica copa que lostracios le dieron cuando fue, comoembajador, a su país, y era un soberbioregalo; pues el anciano no quiso dejarlaen el palacio a causa del vehementedeseo que tenía de rescatar a su hijo. Yvolviendo al pórtico, echó afuera a lostroyanos, increpándolos con injuriosaspalabras:

239 —¡Idos ya, hombres infames yvituperables! ¿Por ventura no hay llantoen vuestra casa, que venías a afligirme?¿O creéis que son pocos los pesares queZeus Cronida me envía, con hacerme

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perder un hijo valiente? También losprobaréis vosotros. Muerto él, serámucho más fácil que los argivos osmaten. Pero antes que con estos ojos veala ciudad tomada y destruida, desciendayo a la mansión de Hades.

247 Dijo, y con el cetro echó a loshombres. Éstos salieron apremiados porel anciano. Y enseguida Príamoreprendió a sus hijos Héleno, Paris,Agatón divino, Pamón, Antífono, Politesvaliente en la pelea, Deífobo, Hipótoo yel conspicuo Dío; a los nueve losincrepó y les dio órdenes, diciendo:

253 —¡Daos prisa, malos hijos,ruines! Ojalá que en lugar de Héctor

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hubieseis muerto todos en las velerasnaves. ¡Ay de mí, desventurado, queengendré hijos valentísimos en la vastaTroya, y ya puedo decir que ninguno mequeda! Al divino Méstor, a Troilo, quecombatía en carro, y a Héctor, que eraun dios entre los hombres y no parecíahijo de un mortal, sino de una divinidad,Ares les dio muerte; y restan los que sonindignos, embusteros, danzarines,señalados únicamente en los coros yhábiles en robar al pueblo corderos ycabritos. Pero ¿no me prepararéis alinstante el carro, poniendo en él todasestas cosas, para que emprendamos elcamino?

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263 Así dijo. Ellos, temiendo lareconvención del padre, sacaron uncarro de mulas, de hermosas ruedas,magnífico, recién construido; pusieronencima el arca, que ataron bien;descolgaron del clavo el corvo yugo demadera de boj, provisto de anillos, ytomaron una correa de nueve codos queservía para atarlo. Colgaron después elyugo sobre la parte anterior de la lanza,metieron el anillo en su clavija, ysujetaron a aquél, atándolo con lacorrea, a la cual hicieron dar tresvueltas a cada lado y cuyos extremosreunieron en un nudo. Luego fueronsacando de la cámara y acomodando en

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el pulimentado carro los innumerablesdones para el rescate de Héctor;uncieron las mulas de tiro, de fuertescascos, que en otro tiempo habíanregalado los misios a Príamo comoespléndido presente, y acercaron al yugodos corceles, a los cuales el anciano enpersona daba de comer en pulimentadopesebre.

281 Mientras el heraldo y Príamo,prudentes ambos, uncían los caballos enel alto palacio, acercóseles Hécuba, conánimo abatido, llevando en su diestrauna copa de oro, llena de dulce vino,para que hicieran la libación antes departir; y, deteniéndose delante del carro,

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dijo a Príamo:287 Toma, haz la libación al padre

Zeus y suplícale que puedas volver delcampamento de los enemigos a tu casa;ya que tu ánimo lo incita a ir a las navescontra mi deseo. Ruega, pues, alCronión Ideo, el dios de las sombríasnubes que desde lo alto contempla aTroya entera, y pídele que haga aparecera tu derecha su veloz mensajera, el aveque le es más querida y cuya fuerza esinmensa, para que, en viéndola con tuspropios ojos, vayas, alentado por elagüero, a las naves de los dánaos, derápidos corceles. Y si el largovidenteZeus no te enviase su mensajera, yo no

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te aconsejaría que fueras a las naves delos argivos por mucho que lo desees.

299 Respondióle Príamo, semejante aun dios:

300 —¡Oh mujer! No dejaré de hacerlo que me recomiendas. Bueno eslevantar las manos a Zeus, para que denosotros se apiade.

302 Dijo así el anciano, y mandó a laesclava despensera que le diese agualimpia a las manos. Presentóse lacautiva con una fuente y un jarro. YPríamo, así que se hubo lavado, recibióla copa de manos de su esposa; oró, depie, en medio del patio; libó el vino,alzando los ojos al cielo, y pronunció

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estas palabras:308 —¡Padre Zeus, que reinas desde

el Ida, gloriosísimo, máximo!Concédeme que al llegar a la tienda deAquiles le sea yo grato y de mí seapiade; y haz que aparezca a mi derechatu veloz mensajera, el ave que te es másquerida y cuya fuerza es inmensa, paraque después de verla con mis propiosojos vaya, alentado por el agüero, a lasnaves de los dánaos, de rápidoscorceles.

314 Así dijo rogando. Oyóle elpróvido Zeus, y al momento envió lamejor de las aves agoreras, un águilarapaz de color obscuro, conocida con el

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nombre de percnón. Cuanta anchurasuele tener en la casa de un rico lapuerta de la cámara de alto techo, bienadaptada al marco y asegurada por uncerrojo, tanto espacio ocupaba con susalas, desde el uno al otro extremo, eláguila que apareció volando a laderecha por cima de la ciudad. Al verla,todos se alegraron y la confianza renacióen sus pechos.

322 El anciano subió presuroso alcarro y lo guió a la calle, pasando por elvestíbulo y el pórtico sonoro. Ibandelante las mulas que tiraban del carrode cuatro ruedas, y eran gobernadas porel prudente Ideo; seguían los caballos

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que el viejo aguijaba con el látigo paraque atravesaran prestamente la ciudad; ytodos los amigos acompañaban al rey,derramando abundantes lágrimas, comosi a la muerte caminara. Cuandohubieron bajado de la ciudad al campo,hijos y yernos regresaron a Ilio. Mas, alatravesar Príamo y el heraldo la llanura,no dejó de advertirlo el largovidenteZeus, que vio al anciano y secompadeció de él. Y, llamandoenseguida a su hijo Hermes, le hablódiciendo:

334 —¡Hermes! Puesto que te esgrato acompañar a los hombres y oyeslas súplicas del que quieres, anda, ve y

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conduce a Príamo a las cóncavas navesaqueas, de suerte que ningún dánao levea ni le descubra hasta que hayallegado a la tienda del Pelida.

339 Así habló. El mensajero Argicidano fue desobediente: calzóse al instantelos áureos divinos talares que lellevaban sobre el mar y la tierra inmensacon la rapidez del viento, y tomó la varacon la cual adormece los ojos decuantos quiere o despierta a los queduermen. Llevándola en la mano, elpoderoso Argicida emprendió el vuelo,llegó muy pronto a Troya y alHelesponto, y echó a andar,transfigurado en un joven príncipe a

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quien comienza a salir el bozo y estágraciosísimo en la flor de la juventud.

349 Cuando Príamo y el heraldollegaron más allá del gran túmulo de Ilo,detuvieron las mulas y los caballos paraque bebiesen en el río. Ya se ibahaciendo noche sobre la tierra. Advirtióel heraldo la presencia de Hermes, queestaba junto a él, y hablando a Príamodijo:

354 —Atiende, Dardánida, pues ellance que se presenta requiereprudencia. Veo a un hombre y me figuroque al punto nos ha de matar. Ea,huyamos en el carro, o supliquémosle,abrazando sus rodillas, para ver si se

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compadece de nosotros.358 Así dijo. Turbósele al anciano la

razón, sintió un gran terror, se le erizó elpelo en los flexibles miembros y quedóestupefacto. Entonces el benéficoHermes se llegó al viejo, tomóle por lamano y le interrogó diciendo:

362 —¿Adónde, padre mío, dirigesestos caballos y mulas durante la nochedivina, mientras duermen los demásmortales? ¿No temes a los aqueos, querespiran valor, los cuales te sonmalévolos y enemigos y se hallan cercade nosotros? Si alguno de ellos te vieraconducir tantas riquezas en esta obscuray rápida noche, ¿qué resolución

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tomarías? Tú no eres joven, éste que teacompaña es también anciano, y nopodríais rechazar a quien os ultrajara.Pero yo no te causaré ningún daño y,además, te defendería de cualquierhombre, porque te encuentro semejante ami querido padre.

372 Respondióle el anciano Príamo,semejante a un dios:

373 —Así es, como dices, hijoquerido. Pero alguna deidad extiende lamano sobre mí, cuando me hace salir alencuentro un caminante de tan favorableaugurio como tú, que tienes cuerpo yaspecto dignos de admiración y espírituprudente, y naciste de padres felices.

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378 Díjole a su vez el mensajeroArgicida:

379 —Sí, anciano, oportuno es cuantoacabas de decir. Pero, ea, habla y dimecon sinceridad: ¿mandas a gente extrañatantas y tan preciosas riquezas a fin deponerlas en cobro; o ya todosabandonáis, amedrentados, la sagradaIlio, por haber muerto el varón másfuerte, tu hijo, que a ninguno de losaqueos cedía en el combate?

386 Contestóle el anciano Príamo,semejante a un dios:

387 —¿Quién eres, hombre excelente,y cuáles los padres de que naciste, quecon tanta oportunidad has mencionado la

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muerte de mi hijo infeliz?389 Replicó el mensajero Argicida:390 —Me quieres probar, oh anciano,

y por eso me hablas del divino Héctor.Muchas veces le vieron estos ojos en labatalla, donde los varones se hacenilustres, y también cuando llegó a lasnaves matando argivos, a quienes heríacon el agudo bronce. Nosotros leadmirábamos sin movernos, porqueAquiles estaba irritado contra el Atriday no nos dejaba pelear. Pues yo soyservidor de Aquiles, con quien vine enla misma nave bien construida;desciendo de mirmidones y tengo porpadre a Políctor, que es rico y anciano

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como tú. Soy el más joven de sus sietehijos y, como lo decidiéramos porsuerte, tocóme a mí acompañar al héroe.Y ahora he venido de las naves a lallanura, porque mañana los aqueos, deojos vivos, presentarán batalla en loscontornos de la ciudad: se aburren deestar ociosos, y los reyes aqueos nopueden contener su impaciencia porentrar en combate.

405 Respondióle el anciano Príamo,semejante a un dios:

406 —Si eres servidor del PelidaAquiles, ea, dime toda la verdad: ¿mihijo yace aún cerca de las naves, oAquiles lo ha desmembrado y entregado

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a sus perros?410 Contestóle el mensajero

Argicida:411 —¡Oh anciano! Ni los perros ni

las aves lo han devorado, y todavía yacejunto a la nave de Aquiles, dentro de latienda. Doce días lleva de estar tendido,y ni el cuerpo se pudre, ni lo comen losgusanos que devoran a los hombresmuertos en la guerra. Cuando apunta ladivinal aurora, Aquiles lo arrastra sinpiedad alrededor del túmulo de sucompañero querido; pero ni aun así lodesfigura, y tú mismo, si a él teacercaras, lo admirarías de ver cuánfresco está: la sangre le ha sido lavada,

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no presenta mancha alguna, y cuantasheridas recibió —pues fueron muchoslos que le envasaron el bronce— todasse han cerrado. De tal modo losbienaventurados dioses cuidan de tubuen hijo, aun después de muerto,porque era muy caro a su corazón.

424 Así habló. Alegróse el anciano, yrespondió diciendo:

425 —¡Oh hijo! Bueno es ofrecer alos inmortales los debidos dones. Jamásmi hijo, si no ha sido un sueño que hayaexistido, olvidó en el palacio a losdioses que moran en el Olimpo, y poresto se acordaron de él en el fatal trancede la muerte. Mas, ea, recibe de mis

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manos esta linda copa, para que laguardes, y guíame con el favor de losdioses hasta que llegue a la tienda delPelida.

432 Díjole a su vez el mensajeroArgicida:

433 —Quieres tentarme, anciano,porque soy más joven; pero no mepersuadirás con tus ruegos a que acepteel regalo sin saberlo Aquiles. Le temo yme da mucho miedo defraudarle: nofuera que después se me siguiese algúndaño. Pero te acompañaríacuidadosamente en una velera nave o apie, aunque fuera hasta la famosa Argos,y nadie osaría acometerte, despreciando

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al guía.440 Dijo; y, subiendo el benéfico

Hermes al carro, recogió al instante ellátigo y las riendas e infundió gran vigora los corceles y mulas. Cuando llegaronal foso y a las torres que protegían lasnaves, los centinelas comenzaban apreparar la cena, y el mensajeroArgicida los adormeció a todos;enseguida abrió la puerta, descorriendolos cerrojos, e introdujo a Príamo y elcarro que llevaba los espléndidosregalos. Llegaron, por fin, a la elevadatienda que los mirmidones habíanconstruido para el rey con troncos deabeto, cubriéndola con un techo

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inclinado de frondosas cañas quecortaron en la pradera; rodeábala unagran cerca de muchas estacas y tenía lapuerta asegurada por una barra de abetoque quitaban o ponían tres aqueosjuntos, y sólo Aquiles la descorna sinayuda. Entonces el benéfico Hermesabrió la puerta e introdujo al anciano ylos presentes para el Pelida, el de lospies ligeros. Y apeándose del carro, dijoa Príamo:

460 —¡Oh anciano! Yo soy un diosinmortal, soy Hermes; y mi padre meenvió para que fuese tu guía. Me vuelvoantes de llegar a la presencia deAquiles, pues sería indecoroso que un

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dios inmortal se tomara públicamentetanto interés por los mortales. Entra tú,abraza las rodillas del Pelida ysuplícale por su padre, por su madre dehermosa cabellera y por su hijo, paraque conmuevas su corazón.

468 Cuando esto hubo dicho, Hermesse encaminó al vasto Olimpo. Príamosaltó del carro a tierra, dejó a Ideo conel fin de que cuidase de los caballos ymulas, y fue derecho a la tienda en quemoraba Aquiles, caro a Zeus. Hallóledentro y sus amigos estaban sentadosaparte; sólo dos de ellos, el héroeAutomedonte y Álcimo, vástago deAres, le servían, pues acababa de cenar;

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y, si bien ya no comía ni bebía, aun lamesa continuaba puesta. El gran Príamoentró sin ser visto, acercóse a Aquiles,abrazóle las rodillas y besó aquellasmanos terribles, homicidas, que habíandado muerte a tantos hijos suyos. Comoquedan atónitos los que, hallándose en lacasa de un rico, ven llegar a un hombreque, poseído de la cruel Ofuscación,mató en su patria a otro varón y haemigrado a país extraño, de igualmanera asombróse Aquiles de ver aldeiforme Príamo; y los demás sesorprendieron también y se miraron unosa otros. Y Príamo suplicó a Aquiles,dirigiéndole estas palabras:

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486 Acuérdate de tu padre, Aquiles,semejante a los dioses, que tiene lamisma edad que yo y ha llegado alfunesto umbral de la vejez. Quizá losvecinos circunstantes le oprimen y nohay quien te salve del infortunio y de laruina; pero al menos aquél, sabiendo quetú vives, se alegra en su corazón yespera de día en día que ha de ver a suhijo, llegado de Troya. Mas yo,desdichadísimo, después que engendréhijos excelentes en la espaciosa Troya,puedo decir que de ellos ninguno mequeda. Cincuenta tenía cuando vinieronlos aqueos: diez y nueve procedían deun solo vientre; a los restantes diferentes

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mujeres los dieron a luz en el palacio. Alos más el furibundo Ares les quebró lasrodillas; y el que era único para mí,pues defendía la ciudad y sus habitantes,a ése tú lo mataste poco ha, mientrascombatía por la patria, a Héctor, porquien vengo ahora a las naves de losaqueos, a fin de redimirlo de ti, y traigoun inmenso rescate. Pero, respeta a losdioses, Aquiles, y apiádate de mí,acordándote de tu padre; que yo soytodavía más digno de piedad, puesto queme atreví a lo que ningún otro mortal dela tierra: a llevar a mi boca la mano delhombre matador de mis hijos.

507 Así habló. A Aquiles le vino

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deseo de llorar por su padre; y, asiendode la mano a Príamo, apartólesuavemente. Entregados uno y otro a losrecuerdos, Príamo, caído a los pies deAquiles, lloraba copiosamente porHéctor, matador de hombres; y Aquileslloraba unas veces a su padre y otras aPatroclo; y el gemir de entrambos sealzaba en la tienda. Mas así que eldivino Aquiles se hartó de llanto y eldeseo de sollozar cesó en su alma y ensus miembros, alzóse de la silla, tomópor la mano al viejo para que selevantara, y, mirando compasivo sublanca cabeza y su blanca barba, díjoleestas aladas palabras:

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518 —¡Ah, infeliz! Muchos son losinfortunios que tu ánimo ha soportado.¿Cómo osaste venir solo a las naves delos aqueos, a los ojos del hombre que temató tantos y tan valientes hijos? Dehierro tienes el corazón. Mas, ea, tomaasiento en esta silla; y, aunque los dosestamos afligidos, dejemos reposar en elalma las penas, pues el triste llanto paranada aprovecha. Los dioses destinaron alos míseros mortales a vivir en latristeza, y sólo ellos están descuitados.En los umbrales del palacio de Zeus haydos toneles de dones que el dios reparte:en el uno están los males y en el otro losbienes. Aquél a quien Zeus, que se

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complace en lanzar rayos, se los damezclados, unas veces topa con ladesdicha y otras con la buena ventura;pero el que tan sólo recibe penas vivecon afrenta, una gran hambre le persiguesobre la divina tierra y va de un ladopara otro sin ser honrado ni por losdioses ni por los hombres. Así lasdeidades hicieron a Peleo claros donesdesde su nacimiento: aventajaba a losdemás hombres en felicidad y riqueza,reinaba sobre los mirmidones, y, siendomortal, le dieron por mujer una diosa.Pero también la divinidad le impuso unmal: que no tuviese hijos que reinaranluego en el palacio. Tan sólo engendró

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uno, a mí, cuya vida ha de ser breve; yno le cuido en su vejez, porquepermanezco en Troya, muy lejos de lapatria, para contristarte a ti y a tus hijos.Y dicen que también tú, oh anciano,fuiste dichoso en otro tiempo; y que enel espacio que comprende Lesbos,donde reinó Mácar, y más arriba laFrigia hasta el Helesponto inmenso,descollabas entre todos por tu riqueza ypor tu prole. Mas, desde que los diosescelestiales te trajeron esta plaga,sucédense alrededor de la ciudad lasbatallas y las matanzas de hombres.Súfrelo resignado y no dejes que de tucorazón se apodere incesante pesar,

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pues nada conseguirás afligiéndote portu hijo, ni lograrás que se levante, antestendrás que padecer un nuevo mal.

552 Respondió enseguida el ancianoPríamo, semejante a un dios:

553 —No me hagas sentar en estasilla, alumno de Zeus, mientras Héctoryace insepulto en la tienda. Entrégamelocuanto antes para que lo contemple conmis ojos, y tú recibe el cuantioso rescateque te traemos. Ojalá puedas disfrutarde él y volver al patrio suelo, ya queahora me has dejado vivir y ver la luzdel sol.

559 Mirándole con torva faz, le dijoAquiles, el de los pies ligeros:

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560 —¡No me irrites más, ohanciano! Tengo acordado entregarte aHéctor, pues para ello Zeus me enviócomo mensajera la madre que me dio aluz, la hija del anciano del mar.Comprendo también, oh Príamo, y no seme oculta, que un dios te trajo a lasveleras naves de los aqueos; porqueningún mortal, aunque estuviese en laflor de la juventud, se atrevería a veniral ejército, ni entraría sin ser visto porlos centinelas, ni desatrancaría confacilidad nuestras puertas. Absténte,pues, de exacerbar los dolores de micorazón; no sea que a ti, oh anciano, note respete en mi tienda, aunque siendo

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mi suplicante, y viole las órdenes deZeus.

571 Así dijo. El anciano sintió temory obedeció el mandato. El Pelida,saltando como un león, salió de latienda, y no se fue solo, pues lesiguieron dos de sus servidores: elhéroe Automedonte y Álcimo, que eranlos compañeros a quienes más apreciabadesde que había muerto Patroclo.Enseguida desengancharon caballos ymulas, introdujeron el heraldo, vocerodel anciano, haciéndole sentar en unasilla, y quitaron del lustroso carro losinmensos rescates de la cabeza deHéctor. Tan sólo dejaron dos mantos y

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una túnica bien tejida, para envolver elcadáver antes que lo entregara para quelo llevasen a casa. Aquiles llamóentonces a las esclavas y les mandó quelo lavaran y ungieran, trasladándolo aotra parte para que Príamo no viese a suhijo; no fuera que, afligiéndose al verlo,no pudiese reprimir la cólera en supecho e irritase el corazón de Aquiles, yéste lo matara, quebrantando las órdenesde Zeus. Lavado ya y ungido con aceite,las esclavas lo cubrieron con la túnica yel hermoso palio, después el mismoAquiles lo levantó y colocó en un lecho,y por fin los compañeros lo subieron allustroso carro. Y el héroe suspiró y dijo,

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nombrando a su amigo:592 —No te enojes conmigo, oh

Patroclo, si en el Hades te enteras deque he entregado el divino Héctor a supadre; pues me ha traído un rescatedigno, y de él te dedicaré la debidaparte.

596 Habló así el divino Aquiles yvolvió a la tienda. Sentóse en la silla,labrada con mucho arte, de que antes sehabía levantado y que se hallabaadosada al muro, y enseguida dirigió aPríamo estas palabras:

599 —Tu hijo, oh anciano, rescatadoestá, como pedías: yace en un lecho, y aldespuntar la aurora podrás verlo y

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llevártelo. Ahora pensemos en cenar,pues hasta Níobe, la de hermosastrenzas, se acordó de tomar alimentocuando en el palacio murieron sus dosvástagos: seis hijas y seis hijosflorecientes. A éstos Apolo, airadocontra Níobe, los mató disparando elarco de plata; a aquéllas dioles muerteÁrtemis, que se complace en tirarflechas; porque la madre osabacompararse con Leto, la de hermosasmejillas, y decía que ésta sólo habíadado a luz dos hijos, y ella había tenidomuchos; y los de la diosa, no siendo másque dos, acabaron con todos los deNíobe. Nueve días permanecieron

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tendidos en su sangre, y no hubo quienlos enterrara porque el Cronión a lagente la había vuelto de piedra; pero, alllegar el décimo, los dioses celestialeslos sepultaron. Y Níobe, cuando se hubocansado de llorar, pensó en el alimento.Hállase actualmente en las rocas de losmontes yermos de Sípilo, donde, segúndice, están las grutas de las ninfas quebailan junto al Aqueloo, y aunqueconvertida en piedra, devora aún losdolores que las deidades le causaron.Mas, ea, divino anciano, cuidemostambién nosotros de comer, y más tarde,cuando hayas transportado el hijo a Ilio,podrás hacer llanto sobre el mismo, y

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será por ti muy llorado.626 En diciendo esto, el veloz

Aquiles levantóse y degolló una blancaoveja; sus compañeros la desollaron yprepararon bien como era debido; ladescuartizaron con arte, y, cogiendo conpinchos los pedazos, los asaroncuidadosamente y los retiraron delfuego. Automedonte repartió pan enhermosas cestas, y Aquiles distribuyó lacarne. Ellos alargaron la diestra a losmanjares que tenían delante; y, cuandohubieron satisfecho el deseo de comer yde beber, Príamo Dardánida admiró laestatura y el aspecto de Aquiles, pues elhéroe parecía un dios; y, a su vez,

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Aquiles admiró a Príamo Dardánida,contemplando su noble rostro yescuchando sus palabras. Y, cuando sehubieron deleitado, mirándose el uno alotro, el anciano Príamo, semejante a undios, dijo el primero:

635 —Mándame ahora, sin tardanza,a la cama, oh alumno de Zeus, para que,acostándonos, gocemos del dulce sueño.Mis ojos no se han cerrado desde que mihijo murió a tus manos, puescontinuamente gimo y devoroinnumerables congojas, revolcándomepor el estiércol en el recinto del patio.Ahora he probado la comida y rociadocon el negro vino la garganta, pues

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desde entonces nada había probado.643 Dijo. Aquiles mandó a sus

compañeros y a las esclavas quepusieran camas debajo del pórtico, lasproveyesen de hermosos cobertores depúrpura, extendiesen sobre ellos tapetesy dejasen encima afelpadas túnicas paraabrigarse. Las esclavas salieron de latienda llevando antorchas en sus manos,y aderezaron diligentemente dos lechos.Y Aquiles, el de los pies ligeros,chanceándose, dijo a Príamo:

650 —Acuéstate fuera de la tienda,anciano querido; no sea que alguno delos caudillos aqueos venga, comosuelen, a consultarme sobre sus

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proyectos; si alguno de ellos lo vieradurante la veloz y obscura noche, podríadecirlo enseguida a Agamenón, pastorde pueblos, y quizás se diferina laentrega del cadáver. Mas, ea, habla ydime con sinceridad durante cuántosdías quieres hacer honras al divinoHéctor, para, mientras tanto, permaneceryo mismo quieto y contener el ejército.

659 Respondióle enseguida elanciano Príamo, semejante a un dios:

660 —Si quieres que yo puedacelebrar los funerales del divino Héctor,haciendo lo que voy a decirte, ohAquiles, me dejarías complacido. Yasabes que vivimos encerrados en la

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ciudad; y la leña hay que traerla delejos, del monte, y los troyanos tienenmucho miedo. Durante nueve días lolloraremos en el palacio, el décimo losepultaremos y el pueblo celebrará elbanquete fúnebre, el undécimo leerigiremos un túmulo y el duodécimovolveremos a pelear, si necesario fuere.

668 Contestóle el divino Aquiles, elde los pies ligeros:

669 —Se hará como dispones,anciano Príamo, y suspenderé la guerratanto tiempo como me pides.

671 Así, pues, diciendo, estrechó porel puño la diestra del anciano para queno sintiera en su alma temor alguno. El

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heraldo y Príamo, prudentes ambos, seacostaron, allí en el vestíbulo de lamansión. Aquiles durmió en el interiorde la tienda, sólidamente construida, y asu lado descansó Briseide, la dehermosas mejillas.

677 Las demás deidades y loshombres que combaten en carrosdurmieron toda la noche, vencidos deldulce sueño; pero éste no se apoderó delbenéfico Hermes, que meditaba cómosacaría del recinto de las naves al reyPríamo sin que lo advirtiesen lossagrados guardianes de las puertas. E,inclinándose sobre la cabeza del rey, asíle dijo:

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683 —¡Oh anciano! No te inquieta elpeligro cuando duermes así, en medio delos enemigos, después que Aquiles te harespetado. Acabas de rescatar a tu hijo,dando muchos presentes; pero los otroshijos que allá se quedaron tendrían quedar tres veces más para redimirte vivo,si llegaran a descubrirte AgamenónAtrida y los aqueos todos.

689 Así dijo. El anciano sintió temory despertó al heraldo. Hermes unciócaballos y mulas, y acto continuo losguió por entre el ejército sin que nadielo advirtiera.

692 Mas, al llegar al vado delvoraginoso Janto, río de hermosa

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corriente que el inmortal Zeus habíaengendrado, Hermes se fue al vastoOlimpo. La Aurora de azafranado velose esparcía por toda la tierra, cuandoellos, gimiendo y lamentándose, guiabanlos corceles hacia la ciudad, y lesseguían las mulas con el cadáver.Ningún hombre ni mujer de hermosacintura los vio llegar antes queCasandra, semejante a la áurea Afrodita;pues, subiendo a Pérgamo, distinguió elcarro y en él a su padre y al heraldo,pregonero de la ciudad, y vio detrás aHéctor, tendido en un lecho que lasmulas conducían. Enseguida prorrumpióen sollozos y fue clamando por toda la

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ciudad:704 —Venid a ver a Héctor, troyanos

y troyanas, si otras veces os alegrasteisde que volviese vivo del combate; puesera el regocijo de la ciudad y de todo elpueblo.

707 Así dijo, y ningún hombre nimujer se quedó allí, en la ciudad. Todossintieron intolerable congoja y fueron ajuntarse cerca de las puertas con el queles traía el cadáver. La esposa querida yla veneranda madre, echándose lasprimeras sobre el carro de hermosasruedas y tocando con sus manos lacabeza de Héctor, se arrancaban loscabellos; y la turba las rodeaba

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llorando. Y hubieran permanecidodelante de las puertas todo el día, hastala puesta del sol, derramando lágrimaspor Héctor, si el anciano no les hubiesedicho desde el carro:

716 —Haceos a un lado para que yopase con las mulas; y, una vez lo hayaconducido al palacio, os hartaréis dellanto.

718 Así habló; y ellos, apartándose,dejaron que pasara el carro. Dentro yadel magnífico palacio, pusieron elcadáver en torneado lecho a hicieronsentar a su alrededor cantores quepreludiaban el treno: éstos cantabandolientes querellas, y las mujeres

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respondían con gemidos. Y en medio deellas Andrómaca, la de níveos brazos,que sostenía con las manos la cabeza deHéctor, matador de hombres, diocomienzo a las lamentacionesexclamando:

725 —¡Marido! Saliste de la vidacuando aún eras joven, y me dejas viudaen el palacio. El hijo que nosotros¡infelices! hemos engendrado es todavíainfante y no creo que llegue a lamocedad; antes será la ciudad arruinadadesde su cumbre, porque has muerto túque eras su defensor, el que la salvaba,el que protegía a las venerablesmatronas y a los tiernos infantes. Pronto

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se las llevarán en las cóncavas naves y amí con ellas. Y tú, hijo mío, o meseguirás y tendrás que ocuparte enoficios viles, trabajando en provecho deun amo cruel; o algún aqueo te cogerá dela mano y te arrojará de lo alto de unatorre, ¡muerte horrenda!, irritado porqueHéctor le matara el hermano, el padre oel hijo; pues muchos aqueos mordieronla vasta tierra a manos de Héctor. Noera blando tu padre en la funesta batalla,y por esto le lloran todos en la ciudad.¡Oh Héctor! Has causado a tus padresllanto y dolor indecibles, pero a mí meaguardan las penas más graves. Nisiquiera pudiste, antes de morir,

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tenderme los brazos desde el lecho, nihacerme saludables advertencias quehubiera recordado siempre, de noche yde día, con lágrimas en los ojos.

746 Así dijo llorando, y las mujeresgimieron. Y entre ellas, Hécuba empezóa su vez el funeral lamento:

748 —¡Héctor, el hijo más amado demi corazón! No puede dudarse de que envida fueras caro a los dioses, pues no seolvidaron de ti en el fatal trance de lamuerte. Aquiles, el de los pies ligeros, alos demás hijos míos que logró cogervendiólos al otro lado del mar estéril, enSamos, Imbros o Lemnos, de escarpadacosta; a ti, después de arrancarte el alma

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con el bronce de larga punta, loarrastraba muchas veces en torno delsepulcro de su compañero Patroclo, aquien mataste, mas no por esto resucitó asu amigo. Y ahora yaces en el palacio,tan fresco como si acabaras de morir ysemejante al que Apolo, el del argénteoarco, mata con sus suaves flechas.

760 Así habló, derramando lágrimas,y excitó en todos vehemente llanto. YHelena fue la tercera en dar principio alfuneral lamento:

762 —¡Héctor, el cuñado másquerido de mi corazón! Mi marido, eldeiforme Alejandro, me trajo a Troya,¡ojalá me hubiera muerto antes!; y en los

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veinte años que van transcurridos desdeque vine y abandoné la patria, jamás heoído de tu boca una palabra ofensiva ogrosera; y si en el palacio me increpabaalguno de los cuñados, de las cuñadas ode las esposas de aquéllos, o la suegra—pues el suegro fue siempre cariñosocomo un padre—, contenías su enojoaquietándolos con tu afabilidad y tussuaves palabras. Con el corazón afligidolloro a la vez por ti y por mí,desgraciada; que ya no habrá en la vastaTroya quien me sea benévolo ni amigo,pues todos me detestan.

776 Así dijo llorando, y la inmensamuchedumbre prorrumpió en gemidos. Y

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el anciano Príamo dijo al pueblo:778 —Ahora, troyanos, traed leña a

la ciudad y no temáis ningunaemboscada por parte de los argivos;pues Aquiles, al despedirme en lasnegras naves, me prometió no causarnosdaño hasta que llegue la duodécimaaurora.

782 Así dijo. Pronto la gente delpueblo, unciendo a los carros bueyes ymulas, se reunió fuera de la ciudad. Porespacio de nueve días acarrearonabundante leña; y, cuando por décimavez apuntó la aurora, que trae la luz alos mortales, sacaron llorando elcadáver del audaz Héctor, lo pusieron en

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lo alto de la pira y le prendieron fuego.788 Mas, así que se descubrió la hija

de la mañana, la Aurora de rosáceosdedos, congregóse el pueblo en torno dela pira del ilustre Héctor. Y cuandotodos acudieron y se hubieron reunido,apagaron con negro vino la parte de lapira a que la violencia del fuego habíaalcanzado; y seguidamente los hermanosy los amigos, gimiendo y corriéndoleslas lágrimas por las mejillas, recogieronlos blancos huesos y los colocaron enuna urna de oro, envueltos en fino velode púrpura. Depositaron la urna en elhoyo, que cubrieron con muchas ygrandes piedras, y erigieron el túmulo.

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Habían puesto centinelas por todoslados, para no ser sorprendidos si losaqueos, de hermosas grebas, losacometían. Levantado el túmulo,volviéronse; y, reunidos después en elpalacio del rey Príamo, alumno de Zeus,celebraron un espléndido banquetefúnebre.

804 Así hicieron las honras deHéctor, domador de caballos.

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HOMERO (en griego antiguo ὍμηροςHómēros; siglo VIII a. C.) es el nombredado al aedo griego antiguo al quetradicionalmente se le atribuye la autoríade las principales poesías épicasgriegas —la Ilíada y la Odisea—.Desde el periodo helenístico se ha

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cuestionado si el autor de ambas obrasépicas fue la misma persona; sinembargo, anteriormente no sólo noexistían estas dudas sino que la Ilíada yla Odisea eran considerados relatoshistóricos reales.

No cabe duda que es el pilar sobreel que se apoya la épica grecolatina y,por ende, la literatura occidental.