Contenidos de Eclesiología

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Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 1 ©2011 Gabaur Introducción Eclesiología es un concepto de origen griego (εκκλησιολογία). Se forma de dos palabras: “ekklesiaque significa casa o iglesia, y logo” que significa estudio. Por tanto, Eclesiología se define como el estudio de la Iglesia. Ahora bien, la currícula del Instituto Kino divide este estudio en dos cursos: Naturaleza y Entendimiento de la Iglesia, y Desarrollo Histórico de la Iglesia. Nosotros estudiaremos ahora el primero de los dos cursos: Naturaleza y Entendimiento. Este curso tiene como propósito estudiar y reflexionar sobre los temas y principios básicos que nacen del pensamiento acerca de la Iglesia desde la realización del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965). Analizaremos los conceptos teológicos y teóricos fundamentales sobre la Iglesia para entender su origen, naturaleza y misión como sociedad visiblemente organizada y como comunidad mística en la fe. Para ellos nos basaremos en los documentos Lumen Gentium y Gaudium et Spes del Vaticano II, así como en el Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica; además, nos apoyaremos en los comentarios de algunos teólogos contemporáneos. Los objetivos serán: comprender y expresar la naturaleza y misión de la Iglesia en el mundo; identificar los distintos modelos y escenarios de la Iglesia e incorporarlos a la propia experiencia eclesiológica (ministerio en nuestra parroquia); reconocer la importancia del ecumenismo y la libertad religiosa; discernir y comunicar la doctrina y enseñanzas acerca de la Iglesia; demostrar un entendimiento general sobre los temas y principios básicos de la eclesiología actual. Para lograr nuestros objetivos haremos un breve repaso de las distintas etapas del desarrollo histórico de esta realidad visible y espiritual llamada Iglesia; estudiaremos su origen y fundación; analizaremos y comprenderemos su naturaleza, entendida como misterio, sacramento universal de salvación, Pueblo de Dios, Cuerpo místico de Cristo y Templo del Espíritu; así como sus notas (una, santa, católica y apostólica), sus estados (militante, purgante y triunfante), su misión, su organización y estructura, y sus miembros; descubriremos el papel fundamental de la Virgen María en su origen, constitución y desarrollo; así como los distintos escenarios sobre los cuales se manifiesta actualmente.

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Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 1

©2011 Gabaur

Introducción

Eclesiología es un concepto de origen griego (εκκλησιολογία). Se forma de dos palabras: “ekklesia”

que significa casa o iglesia, y “logo” que significa estudio. Por tanto, Eclesiología se define como el

estudio de la Iglesia. Ahora bien, la currícula del Instituto Kino divide este estudio en dos cursos:

Naturaleza y Entendimiento de la Iglesia, y Desarrollo Histórico de la Iglesia. Nosotros estudiaremos

ahora el primero de los dos cursos: Naturaleza y Entendimiento.

Este curso tiene como propósito estudiar y reflexionar sobre los temas y principios básicos que

nacen del pensamiento acerca de la Iglesia desde la realización del Concilio Ecuménico Vaticano II

(1962-1965). Analizaremos los conceptos teológicos y teóricos fundamentales sobre la Iglesia para

entender su origen, naturaleza y misión como sociedad visiblemente organizada y como comunidad

mística en la fe. Para ellos nos basaremos en los documentos Lumen Gentium y Gaudium et Spes del

Vaticano II, así como en el Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica; además, nos

apoyaremos en los comentarios de algunos teólogos contemporáneos.

Los objetivos serán: comprender y expresar la naturaleza y misión de la Iglesia en el mundo;

identificar los distintos modelos y escenarios de la Iglesia e incorporarlos a la propia experiencia

eclesiológica (ministerio en nuestra parroquia); reconocer la importancia del ecumenismo y la libertad

religiosa; discernir y comunicar la doctrina y enseñanzas acerca de la Iglesia; demostrar un

entendimiento general sobre los temas y principios básicos de la eclesiología actual.

Para lograr nuestros objetivos haremos un breve repaso de las distintas etapas del desarrollo histórico

de esta realidad visible y espiritual llamada Iglesia; estudiaremos su origen y fundación; analizaremos y

comprenderemos su naturaleza, entendida como misterio, sacramento universal de salvación, Pueblo de

Dios, Cuerpo místico de Cristo y Templo del Espíritu; así como sus notas (una, santa, católica y

apostólica), sus estados (militante, purgante y triunfante), su misión, su organización y estructura, y sus

miembros; descubriremos el papel fundamental de la Virgen María en su origen, constitución y

desarrollo; así como los distintos escenarios sobre los cuales se manifiesta actualmente.

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1. Historia de la Iglesia. Una breve perspectiva a través del tiempo

1.1. Justificación metodológica

La Iglesia es una realidad en el mundo. Tiene historia, sus personajes y sus acciones lo manifiestan.

Según Pérez-Arangüena (1997), la Iglesia aparece ante los hombres, se ofrece a cuantos la buscan, se da

a quienes la miran de corazón sincero. Pero no todos llegan a comprenderla. Hay quienes la miran

superficialmente, como una simple sociedad religiosa, entre otras muchas. Hay quienes reconocen sus

valores y vitalidad, la importancia y profundidad de su doctrina, su promoción y defensa de la dignidad

humana. Y hay quienes la miran con fe, en su realidad mística, como misterio, sacramento de salvación.

La larga historia de la Iglesia no es posible abarcarla en unos cuantos párrafos. Pero para poder

comprender su naturaleza y entender su misión es necesario, aunque sea brevemente, abordar las

grandes etapas en que se divide su historia. Han pasado más de veinte siglos desde su fundación hasta la

fecha; durante este período la Iglesia ha protagonizado multitud de acontecimientos. De hecho, la

Historia de la Iglesia sigue haciéndose en estos momentos. Nosotros la desarrollamos cada día: Todos

los bautizados, junto con nuestros pastores, somos los protagonistas de la misión que Cristo confió a la

Iglesia (Mt 28,20). De manera que, en cuanto herederos actuales de la gran Tradición iniciada en la

tierra por el Dios hecho hombre, hemos de sabernos a la vez transmisores a las generaciones futuras de

esa corriente vital que atraviesa los siglos.

Cuando hablamos de Historia de la Iglesia hacemos alusión a dos elementos interrelacionados:

“Historia” e “Iglesia”. La Historia resalta los hechos públicos ocurridos a lo largo de los siglos

basándose en la actividad de los personajes más significativos (obispos, santos, reyes, teólogos, papas,

etc.), los acontecimientos más relevantes (concilios, fundaciones, conversiones, documentos, herejías,

guerras, etc.), y en las causas y consecuencias de una y de otros. El término Iglesia hace referencia a una

realidad humana y divina; formada por hombres y realizada por sus acciones; fundada y sostenida por

Jesús con la fuerza del Espíritu Santo.

Así, dice Pérez-Arangüena (1997), la Historia de la Iglesia es un entramado de hechos humanos y

divinos, en donde la silenciosa acción del Espíritu Santo se combina eficazmente con la palpable libertad

de los hombres. Al ser fundada y sostenida por Dios, la Iglesia es santa pues su misión es santificar

mediante la evangelización; pero al realizar su misión, a través de los hombres, éstos pueden

equivocarse. De aquí que muchas veces podemos encontrar episodios históricos negativos, hechos

tristes, oscuros, que no ponen en riesgo la esencia y misión de la Iglesia. Por otro lado, a la hora de

interpretar el pasado es preciso tener en cuenta el contexto histórico, que explica muchas decisiones y

modos de obrar. No hacerlo así lleva a errores de juicio, que recibe el nombre técnico de anacronismo.

Es decir, sería anacrónico enjuiciar los hechos históricos exclusivamente con la mentalidad actual. Se

trata, como hemos aprendido en Biblia, de “estudiar el texto en el contexto”; ver y analizar el hecho en

medio de los acontecimientos del momento (etapa de la historia).

La Iglesia ha sido valiente al enjuiciar con libertad y equidad muchas situaciones humanas del

pasado, especialmente: al recordar o exigir el respeto a los derechos humanos; al juzgar éticamente

temas científicos, culturales o políticos; al formular su doctrina social (especialmente en bioética). Juan

Pablo II dijo en México (1990) que esta defensa del hombre le ha acarreado a la Iglesia sufrimientos,

persecuciones y muertes; pero que Ella la ha aceptado en aras de su fidelidad a su misión.

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1.2. Etapas de la Historia de la Iglesia

La Historia no se divide por sí misma en etapas, pues se trata de acontecimientos relacionados entre

sí en perfecta continuidad cronológica. Sin embargo, dividimos la Historia en etapas para facilitar su

comprensión y estudio. La división más común de la Historia de la Iglesia es seguir los acontecimientos

de la Historia general de la humanidad, resaltando sus hechos de esplendor o decadencia más relevantes.

1.2.1. La Iglesia en la Edad Antigua: Desde Jesucristo al año 475

Todo inicia con el cumplimiento de las promesas divinas cuando Dios se hace hombre en la persona

de Jesús (Lc 1,26-38; Jn 1,1-18). Luego Jesús hace su aparición pública y es señalado por Juan como el

Cordero de Dios (Jn 1,29). Enseguida anuncia la llegada del Reino de Dios (Mt 4,17); llama a los

primeros discípulos (Jn 1,35-42; Mt 4,18-22), instituye a doce y les da poder (Mt 10,1-4; Lc 6,12-16);

los envía junto con otros discípulos a anunciar su evangelio (Mc 6,6-12; Lc 10,1-16); muestra signos de

que el Reino de los Cielos es una realidad (milagros). Finalmente, Jesús entrega su vida para cumplir la

voluntad de su Padre (Mt 27; Mc14,32—15,47); resucita de entre los muertos para completar su pascua

salvadora y muestra su gloria a sus discípulos (Mt 28,1-10; Mc 16,9-14); les da su Espíritu y los envía a

ser continuadores de su mensaje de salvación hasta el final de los tiempos (Mt 28,16-20; Mc 16,15-18);

y, para reforzar su presencia, nuevamente los fortalece con su Espíritu en Pentecostés (Hechos 2,1-4).

Desde este momento, la Iglesia inicia su actividad pública en la Historia.

A partir de entonces los apóstoles y discípulos se encargaron de predicar el evangelio de Jesús y,

partiendo de Jerusalén, se fueron extendiendo por todo el mundo (conocido hasta entonces,

principalmente el Imperio Romano). En Antioquia se les llamó por primera vez “cristianos”. Pablo se

encargó de organizar las primeras comunidades cristianas tal y como las conocemos hoy; y este proyecto

de salvación de Jesús recibió el nombre de “cristianismo”.

Los primeros tres siglos estuvieron marcados por la expansión y el rápido crecimiento de las

comunidades cristianas; así como por las persecuciones y los martirios (que rindieron su fruto). En el

año 313, gracias a la conversión del Constantino, emperador romano, se promulga el Edicto de Milán

con el que se reconoce oficialmente a los cristianos y se da punto final a las persecuciones. Esto trae

grandes cambios en la Iglesia, de estar conformada por comunidades vivas y carismáticas se pasa a una

organización institucional donde sus líderes adquieren reconocimiento y poder civil.

Los siglos IV y V fueron la edad de oro de los Padres de la Iglesia (época patrística), donde se luchó

contra las herejías y se formularon los grandes dogmas de fe, incluidos en el Credo. Fue la época de los

grandes Concilios de Nicea (325), Constantinopla I (351), Éfeso (431) y Calcedonia (451). Por su parte,

el Imperio Romano se divide en dos (Oriente y Occidente) a finales del siglo IV, debido a las disputas

por el trono: dos hermanos (Honorio en Roma y Arcadio en Constantinopla) terminan compartiendo el

Imperio. Esta época de la Iglesia termina con la caída del Imperio Romano de Occidente (476).

1.2.2. La Iglesia en la Edad Media: Años 476-1453

La Época Medieval se divide en dos períodos: Alta Edad Media y Baja Edad Media.

La Alta Edad Media (476-1073) se caracterizó por la expansión de la Iglesia hacia el norte de

Europa (pueblos germanos y eslavos). Pero se vio afectada hacia el sur del antiguo Imperio Romano con

la irrupción y rápida propagación del Islamismo en el siglo VII. Por otro lado, desde comienzos del siglo

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X y hasta mediados del siglo XI se le conoce como el “Siglo de Hierro” del Pontificado, debido a fuerza

con que se desarrolla y a los logros alcanzados. El último acontecimiento de esta época fue el Cisma de

Oriente (1054), que llevó a la separación del cristianismo en Iglesia Católica de Occidente, con sede en

Roma, y de rito romano, e Iglesia Católica Ortodoxa de Oriente, con sede en Constantinopla (antigua

Bizancio y actual Estambul), y de rito oriental. Tal y cual había sucedido con el Imperio Romano.

La Baja Edad Media (1073-1453) se caracterizó por el esplendor del Pontificado y el destierro del

Papa a Avignon (Francia). Inicia con la elección de Gregorio VII (1073), se llega al esplendor con

Inocencio III (1198-1216); pero a partir del siglo XIV vino el desorden, el destierro y la confusión. En

este tiempo se da el apogeo de la Teología con pensadores de la talla de San Anselmo, Santo Tomás de

Aquino, San Buenaventura, San Alberto Magno, entre otros. Se celebran Concilios en Letrán I (1123), II

(1139), III (1179) y IV (1215), Lyon I (1245) y II (1274), Viena (1311-12), Constanza (1414-18) y

Florencia (1438-45). Surge la Inquisición (1184) como una manera de contrarrestar la fuerza de las

herejías (cátara y albigense), que más tarde dio origen a la Congregación del Santo Oficio (1542) para

contrarrestar la influencia del protestantismo, y que después del Concilio Vaticano II se llamó

Congregación para la Doctrina en la Fe (1965). En aquellos años de fundan grandes órdenes religiosas:

cistercienses, cartujos, dominicos, franciscanos, etc.; nacen las Universidades en el seno de la Iglesia:

Bolonia (1119), Oxford (1167), Cambridge (1209), Paris (1212) y Nápoles (1224); se convocan las

Cruzadas para recuperar Tierra Santa, arrebatada por el islamismo; y se construyen grandes catedrales.

Sin embargo, desde 1303 y hasta 1377 los Papas viven desterrados en Avignon debido a pugnas de

poder entre los reyes de Francia y las familias acaudaladas de Italia, lo cual provoca el llamado Cisma

de Occidente (1373-1417); porque hubo a la vez dos Papas, uno en Avignon (al que reconocieron

Francia, Escocia, España y después el reino de Nápoles), y otro en Roma (al que reconocieron Italia

central y del norte, Inglaterra, Irlanda, Bohemia, Polonia, Hungría y Alemania). Incluso hubo un

momento en había tres Papas; este último nombrado por el Concilio de Pisa (1409). El Cisma sólo

terminó cuando el Concilio de Constanza (1414-1418) eligió a Martín V (1417-1431), a quien la

cristiandad reconoció como único Papa legítimo.

Este período termina en 1453 con la caída del Imperio Romano de Oriente, con sede en

Constantinopla (Turquía), a manos de los turcos convertidos al islamismo.

1.2.3. La Iglesia en la Edad Moderna: Años 1453-1789

Esta época inicia con la irrupción del Renacimiento (1453), movimiento cultural y científico con una

carga fuertemente humanista; trajo un renacer en las artes (época de los grandes artistas: Leonardo,

Rafael, Miguel Ángel, etc.), la política (caída de los reinos y formación de los estados europeos), la

economía (descomposición del feudalismo y ascenso de la burguesía capitalista), las ciencias (desarrollo

de la astronomía y la medicina, e incluso una nueva manera de ver al hombre y al mundo).

Período marcado por el descubrimiento de América, que abre nuevas tierras a la fe; por la Reforma

Protestante, que comienza en 1517 con el monje agustino Martin Lutero, la cual da lugar a grandes

guerras de religión que culminan con la paz de Westfalia (1648); por la Contrarreforma Católica, cuya

expresión se da en el Concilio de Trento (1545-1563) y que lleva a una profunda renovación espiritual

de la Iglesia, renovándose también las antiguas Órdenes religiosas, creándose otras nuevas como la

Compañía de Jesús (Jesuitas), y surgen grandes Papas y santos.

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Esta época termina con la vuelta del control de la vida eclesiástica por la monarquía y los

nacionalismos a lo largo de los siglos de la Ilustración (XVII y XVIII), caracterizados por el creciente

secularismo (separación de las instituciones de la vida cristiana).

1.2.4. La Iglesia en la Edad Contemporánea: Años 1789-1945

Inicia esta época con la Revolución francesa (1789). De aquí surgen dos grandes corrientes

ideológicas anticristianas que congregan a grandes masas lejos de la vida de la Iglesia: el liberalismo y

el marxismo. La Iglesia busca responder a los nuevos desafíos con el Concilio Vaticano I (1869-1870),

que propone la conjunción y ordenación de todas las normas jurídicas tanto espirituales como

temporales de la Iglesia bajo un código único para evitar confusiones; propone también la formulación

de una Doctrina Social de la Iglesia.

Con la Encíclica “Rerum Novarum” (1891) del Papa León XIII inicia la formulación de esta

doctrina; en ella el Papa dejaba patente su apoyo al derecho laboral de formar uniones o sindicatos

(contra liberalismo), pero también se reafirmaba en su apoyo al derecho de la propiedad privada (contra

marxismo); además discutía sobre las relaciones entre el gobierno, las empresas, los trabajadores y la

Iglesia, proponiendo una organización socioeconómica que más tarde se llamaría “corporativismo”.

Pero no fue sino hasta 1917 que, después de muchos esfuerzos y trabajos, se promulga el nuevo

Código de Derecho Canónico que integraba el cuerpo disperso de leyes que la Iglesia tenía.

El siglo XX, marcado por dos grandes guerras, trajo una crisis psicológica y una confusión espiritual

a la humanidad. Se da el desencanto de la razón, tan defendida en la época moderna. Se recrudeció el

secularismo con fuerte increencia e indiferencia religiosa. El absurdo se da porque el “hombre se

convierte en enemigo del hombre”; la catástrofe en Hiroshima y Nagasaki es el culmen de la tragedia.

La juventud huye de lo institucional y de la misma realidad (rebeldía y liberalismo sexual). Durante este

tiempo tanto la Iglesia como el mundo buscan rehacerse.

1.2.5. La Iglesia en la Era Posmoderna: Años desde 1945 en adelante

Después de la Segunda Guerra Mundial, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y

proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). Este hecho marcó un nuevo rumbo a

la historia, aunque empañado por la famosa Guerra Fría y la lucha por el liderazgo tecnológico gracias al

“Tratado del Atlántico Norte” (1949) firmado por la Organización de los países de Europa Occidental y

Norteamérica (Naciones Unidas) y al “Tratado de Amistad, Colaboración y Asistencia Mutua” (1955) o

“Pacto de Varsovia” por los países del Bloque del Este, liderados por la antigua URSS. Resaca bélica

que termina con la caída del “Muro de Berlín” o “Muro de la Vergüenza” (1989), gracias al trabajo

valiente y tenaz del Papa Juan Pablo II, a quien le tocó vivir los horrores de la guerra. Enseguida inicia

una era de colaboración y apoyo mutuo, que llevó a la creación de la Unión Europea (1992).

Por su parte la Iglesia busca darle nuevos aires a la vida espiritual y comunitaria, tan herida por las

guerras. Convoca y realiza el Concilio Vaticano II (1962-1965), que trae una profunda reforma litúrgica

que cambia la manera de celebrar la fe (produce fuerte crisis en el clero); busca la actualización de las

normas de la Iglesia en un nuevo Código de Derecho Canónico (1983) y la conjunción de sus doctrinas

en un Catecismo Católico Universal (1992); y promueve la participación de los laicos en la vida de la

Iglesia, por lo que surgen decenas de movimientos espirituales y carismáticos (Camino, Cursillos, MFC,

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EMM, Llama de Amor, Renovación, Comunidades de Alianza, etc.) que traen un nuevo Pentecostés a la

Iglesia. Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI han impulsado las propuestas y aspiraciones del

Concilio con numerosas Encíclicas y Cartas Pastorales.

La Iglesia, presente en el mundo, sabe que tiene los resortes divinos para renovar la Humanidad,

cuya profunda crisis de pensamiento y fuerte degradación moral ha llegado a su punto de saturación y

repulsa en muchas personas en particular (ahora con el internet y las redes sociales). Decía Juan Pablo II

que, en este tercer milenio, Dios está preparando una gran primavera cristiana, una profunda renovación

espiritual del hombre. Y nosotros estamos aquí para asumir el reto y trabajar para que así sea.

En este contexto, marcado actualmente por la crisis económica de la Unión Europea y Norteamérica,

se habla también de una “primavera árabe” la cual no consiste en una transformación religiosa de estos

países, sino de una renovación profunda a nivel político y socioeconómico impulsada por Occidente que

tiene sus intereses puestos en esos países.

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2. Origen y fundación de la Iglesia

La Iglesia es a la vez una institución humana y divina, visible e invisible, terrenal y celestial,

temporal y eterna. Se trata, pues, de una realidad compleja; por lo tanto, para poder comprenderla es

necesario proceder con orden. En primer lugar, tenemos que conocer su origen y los elementos de su

fundación (fundador, propósito y misión).

2.1. Prefiguración de la Iglesia, obra de Dios. Antecedentes y terminología

Desde los orígenes del mundo (cf. Génesis), y antes de la venida de Cristo al mundo, los hombres

anhelaban la salvación. Pero no podían conseguirla, como consecuencia del pecado de Adán y Eva.

Durante ese tiempo comienza a desarrollarse la Historia de la Salvación, la historia de la actuación de

Dios que quiere liberar a los hombres de sus pecados, para lo cual prepara un pueblo a recibir al

Salvador. En el Antiguo Testamento, Dios va diseñando algunos elementos prefiguradores de la futura

Iglesia de Jesucristo. Los precedentes más importantes son:

a. Gen 3,15: Recién cometido el pecado original, Dios promete un Redentor descendiente de Eva.

b. Gen 12 y 17: Unos 1900 años antes de Cristo, Dios establece Alianza o pacto con Abraham, a

quien llama de Ur de Caldea (Irak) para formar un gran pueblo (Israel).

c. Ex 19: Seis siglos más tarde, Dios concierta otra Alianza con Moisés en el Sinaí, con la que el

pueblo de Israel es constituido en Pueblo de Dios.

Estas alianzas fueron selladas con sangre (de animales), como la última y definitiva Alianza: la

realizada por Cristo con su sangre derramada en la Cruz, mediante la cual funda la Iglesia, el nuevo

Pueblo de Dios. Por tanto, la convocación del Pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado

destruye la comunión original de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La Iglesia es un

acto de Dios al caos provocado por el pecado (Catecismo 761).

Por otro lado, en esta etapa veterotestamentaria aparecen varias figuras de la Iglesia que anticipan la

realidad por venir. De la vida pastoril del antiguo pueblo de Israel surge la “Grey de Yahvé” (Ez 34; Sal

23). De la vida agrícola, la “Viña de Yahvé” (Is 5). De la vida matrimonial, la “Esposa de Yahvé”

(Oseas 2,4-25). Estas figuras de la Iglesia llegarán a su pleno cumplimiento en el Nuevo Testamento.

Finalmente, aprendimos que la palabra “iglesia” proviene del griego “ekklesía”, y que a su vez

traduce la palabra hebrea “qahal” (asamblea de los convocados). El término es usado en el Antiguo

Testamento para señalar a Israel como “comunidad santa” (Dt 23,3) y como “pueblo de Dios” reunido

para el culto y la alabanza de Yahvé (Dt 4,10). El Nuevo Testamento recoge ese significado y le da un

nuevo y definitivo sentido; Iglesia designa a la nueva comunidad de los santos, al nuevo Pueblo de Dios,

a la asamblea de los convocados por Dios a su reino y a su gloria (1ra

Tes 2,12).

2.2. La Iglesia, fundada por Jesucristo

Corresponde al Hijo realizar el plan de salvación de su Padre: redimir al género humano de la

esclavitud del pecado que lo llevaría a la muerte eterna. Para cumplir la voluntad de su Padre, Cristo

inauguró el Reino de los Cielos en la tierra. Reino de Dios que se hace presente como misterio en la

Iglesia (LG 3 y 8; Puebla 226). Aunque el Reino de Dios trasciende a la Iglesia, que es el Reino de

Cristo en la tierra. La Iglesia es germen, signo e instrumento del Reino de Dios (LG 5); es decir,

procede, está y se mantiene ligada a Él, y está a su servicio (contra cualquier actitud triunfalista).

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Por tanto, el Reino de Dios es la presencia salvadora de Cristo entre los hombre a través de su

Iglesia. Entonces, basándonos en la Sagrada Escritura (Biblia) y en la Tradición de la Iglesia (Doctrina

del Magisterio sintetizada en el Catecismo), que son las fuentes de la Revelación, sostenemos que

Jesucristo fundó verdaderamente una Iglesia de manera inmediata y personal, dándole una Jerarquía y

una estructura visible que permanecerá hasta la plena consumación del Reino.

No se trata sólo de una Iglesia puramente espiritual, no visible, sin Jerarquía ni Leyes canónicas

(contra Protestantismo). Esto lo podemos constatar en las palabras, las obras y la misma presencia

Jesucristo (LG 5), así como en la realidad de las primeras comunidades cristianas que pusieron en

práctica las enseñanzas recibidas de su Maestro y Fundador.

a. Las Palabras de Cristo: En Mateo 16,18-19 encontramos un texto fundamental en el que el

Señor promete expresamente fundar una Iglesia, a la que compara con una construcción o casa,

con una Jerarquía humana a la que otorga plenos poderes en la tierra. Dice “Edificaré mi

Iglesia”, Jesús manifiesta su deseo de fundarla; “Tú eres Pedro y sobre esta piedra…”, Jesús

establece una Jerarquía humana y visible en su Iglesia, cimentada en Pedro; “Te daré las llaves

del Reino”, Jesús propone a su Iglesia gobernada por Pedro como sacramento de salvación;

“Para que ates y desates en la tierra como en el cielo”, Jesús promete los plenos poderes a Simón

Pedro, y el Primado sobre los demás apóstoles; “las puertas del infierno no prevalecerán contra

ella”, Jesús promete que su Iglesia es para siempre. Finalmente, en Mateo 25,34 Jesús anuncia a

sus fieles la posesión del Reino al final de los tiempos, momento en que será su consumación.

b. Los Hechos de Jesús: El Evangelio nos presenta también abundantes textos que manifiestan la

voluntad del Señor de fundar y organizar su Iglesia. Anuncia la llegada del Reino (Mt 4,17).

Elige discípulos de entre quienes le seguían (Mc 1,16-20). Instituye a doce, como representando

a las doce tribus de Israel, y los llama apóstoles (Mt 10,1-4; Lc 6,12-16), les confiere el

Sacramento del Orden (Lc 22,19-20) y les da poderes para expulsar demonios (Mc 6,6-12; Lc

10,1-16), bautizar (Mt 28,19), perdonar los pecados (Mt 18,18), y celebrar la Eucaristía (Lc

22,19). Reafirma a Simón Pedro como Pastor Supremo de toda la Iglesia (Juan 21,15-15). Con

los acontecimientos pascuales de su Pasión, Muerte y Resurrección (Mt 27,1—28,10; Mc

14,32—16,14), Cristo perpetua en el tiempo la Nueva Alianza de salvación entre Dios y los

hombres a través de su Iglesia, que nace de su costado herido (del mismo modo que Eva fue

formada del costado de Adán, representantes del antiguo Pueblo de Dios). Y da el Espíritu Santo

para santificar y fortalecer a sus discípulos, y los envía a ser continuadores de su mensaje de

salvación hasta el final de los tiempos (Mt 28,16-20; Mc 16,15-18; Hechos 2,1-4). Con todos

estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios.

c. La Actitud de los primeros Cristianos: Hechos de los Apóstoles y la Historia de las primeras

comunidades cristianas exponen que los creyentes se sentían unidos en la Iglesia, bajo la guía de

Pedro y de los Apóstoles. Estos pusieron en práctica, sin desvirtuar el deseo de su Maestro, todo

lo que se les enseñó. Los primeros cristianos se convertían a Jesucristo y se bautizan en su

nombre por la predicación y el testimonio de los Apóstoles (Hechos 2,37-41); permanecen

congregados a sus enseñanzas (Hechos 2,42); se reúnen en el Concilio de Jerusalén para aclarar

las primeras dificultades y dudas doctrinales (Hechos 15); y todos acatan la autoridad de Pedro

(Hechos 15,7; 1,15; 2,24).

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Ahora bien, esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como sociedad, subsiste en la

Iglesia Católica Romana, gobernada por el sucesor de Pedro (el Papa) y por los Obispos (sucesores de

los Apóstoles) en comunión con él (LG 8). Así lo sustenta la Historia. Una Iglesia que ha buscado ser

fiel a las enseñanzas de su Fundador en medio de los avatares del tiempo y de los acontecimientos

humanos, aunque se haya equivocado. Una Iglesia que ha sido y seguirá siendo perseguida por su origen

(divino) y misión (salvar almas). Una Iglesia que es Madre, pues no sólo congrega a los hijos (fieles)

sino que sufre, ya que de Ella han surgido infinidad de comunidades cristianas que han roto la comunión

y participación en el Reino de Cristo (Protestantismo y Sectarismo). En esta línea el Concilio Vaticano

II afirma que:

“Una sola es la Iglesia fundada por Cristo el Señor; muchas son, sin embargo, las comunidades cristianas que a sí

mismas se presentan ante los hombres como la verdadera herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del

Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. Esta

división contradice abiertamente la voluntad de Cristo” (UR 1; cf. Juan 17,20-26).

En resumen, nuestro Padre eterno determinó convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia, la

cual es prefigurada ya desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo

de Israel en el Antiguo Testamento, constituida en la plenitud de los tiempos por Jesucristo, manifestada

y santificada por la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, peregrina en la historia para la salvación

de la humanidad, y se perfeccionará gloriosamente al final de los tiempos (Lumen Gentium, Catecismo

de la Iglesia nn. 760-769).

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3. Naturaleza de la Iglesia

Una vez conocida la voluntad que tuvo Cristo de fundar una Iglesia, formada por hombres con una

finalidad divina, es necesario ahora expresar su naturaleza: lo que la Iglesia es.

Pero antes de definirla es bueno decir lo que la Iglesia no es, para que nuestro conocimiento sea más

acertado. Primero, la Iglesia no es una realidad material, no puede confundirse con el templo (lugar

sagrado para la oración y la celebración litúrgica de sus miembros) ni con la residencia del Papa

(edificio vaticano). Segundo, tampoco es algo puramente espiritual, porque no es sólo un ideal o una

doctrina, sino también (como ya dijimos) una sociedad jerárquicamente organizada y visible. Tercero,

no es una sociedad meramente jurídica; esto sólo expresa el vínculo externo de cualquier grupo o

institución humana, y la Iglesia es más que eso. Y cuarto, la Iglesia no es sólo la Jerarquía; el Papa, los

obispos, los sacerdotes, y los diáconos, pertenecen a la Iglesia pero no agotan su realidad visible, ni

siquiera junto con los religiosos y religiosas, ya que la Iglesia está formada por todos los bautizados.

3.1. La Iglesia como misterio. Realidad humana y divina. Sacramento universal de salvación

Cuando decimos que algo es un misterio queremos expresar que no sabemos lo que es con exactitud.

Partiendo de esta idea, misterio es aquello que no podemos definir, porque su realidad o riqueza de

contenido nos supera. Desde el punto de vista etimológico, por su origen grecolatino, la palabra misterio

significa dos cosas: un signo visible y una realidad oculta. Teniendo en cuenta estas dos acepciones, la

Iglesia es un misterio porque su realidad es tan rica y profunda en contenido, y son tan variados sus

matices, que no hay modo humano de comprenderla cabalmente ni palabras para expresar íntegramente

lo que es. Su realidad es compleja, por ser humana y divina. Las personas y sus instituciones son el

signo visible; la obra de Dios en ella es la realidad oculta, espiritual, que solo se descubre por la fe.

Por tanto, es propio de la Iglesia ser a la vez humana y divina (dos dimensiones íntimamente

relacionadas, no separadas). El Concilio Vaticano II nos ayuda a comprender mejor esto cuando dice:

“Así como la naturaleza humana asumida sirve al Verbo divino como instrumento vivo de salvación

unida indisolublemente a Él, de forma semejante la articulación social de la Iglesia sirve al Espíritu de

Cristo, que la vivifica para el incremento de su Cuerpo” (LG 8). Es el Espíritu Santo el que une el

elemento humano y divino en la Iglesia; utiliza sus leyes, organización, jerarquía y medios humanos

para vivificarla, mantenerla, y hacerla crecer. Pero sólo los utiliza, no está unido personalmente a la

estructura social y visible de la Iglesia; por eso puede haber errores de esta estructura humana de la

Iglesia. Ampliaremos esto cuando estudiemos la Iglesia santa y a la vez pecadora (una de sus notas).

La Iglesia entendida como misterio es también un instrumento de unión entre Dios y nosotros los

hombres, cuyo fin es la salvación de todos. Hay quienes dicen: “Yo creo en Cristo pero no creo en la

Iglesia”; estas personas, muchas de ellas bautizadas, separan a Cristo de su Iglesia pues sostienen que el

Señor sólo quería una Iglesia espiritual, no visible (protestantes), o nunca han sentido la presencia de

Dios en nuestra comunidad (quienes van de vez en cuando a Misa), o reducen la Iglesia a la Jerarquía, o

nosotros no les hemos ayudado a descubrir a Cristo en la Iglesia ni les hemos ayudado a tomar

conciencia de que es en la Iglesia donde Cristo se da a conocer, donde se revela. El padre Pérez-Romero

(1998) nos presenta una comparación para comprender mejor esto, y a la vez nos ilumina para asumir

nuestra responsabilidad de hacer comprender a otros que la Iglesia, como instrumento o sacramento, nos

ofrece a Cristo:

Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 11

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Al acercarme a un nogal y recoger sus frutos me encuentro con una cáscara dura como de madera que en

su interior guarda la parte comestible, suave y sabrosa de la nuez. El nogal no produce nueces peladas,

desnudas, si quiero comer una nuez necesito aceptar también la cáscara que la contiene. De la misma

manera a Cristo no lo encontramos en el aire, es voluntad expresa suya que lo encontremos dentro de la

Iglesia. La Iglesia guarda y entrega el misterio de Cristo como la cáscara de la nuez guarda y entrega el

fruto suave y sabroso. No está separada la Iglesia de Cristo, sino que en ella Él se manifiesta, así como si

quiero comer una nuez no puedo prescindir de su cáscara sino que la cáscara la contiene y me la entrega.

La palabra sacramento es la traducción latina de la palabra misterio. En este sentido, sacramento es

un signo o una realidad visible que trasmite una realidad oculta de salvación. Así las cosas, la Iglesia es

sacramento universal de salvación, pues si la humanidad santísima de Cristo obró la santificación de

toda la humanidad por su entrega en la Cruz, así también Cristo sigue santificando a la humanidad a

través del ministerio de su Iglesia, que contiene y comunica su gracia, convirtiéndose así en sacramento

de salvación; ahora bien, si la salvación de Cristo es para todos los hombres, al confiarla a la Iglesia,

Ella está llamada a ser sacramento universal de salvación. El Concilio Vaticano II afirma que “la Iglesia

es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de

todo el género humano” (LG 1). Llevar a la humanidad hacia Dios, santificarla y salvarla es un gran

desafío para la Iglesia, y un gran compromiso para nosotros.

Por tanto, no podemos concentrarnos únicamente en nuestro movimiento o en nuestra parroquia o en

nuestro grupo; estamos invitados a ser, junto con toda la Iglesia, sacramento universal de salvación para

cada persona. Nuestra Iglesia, Católica y Romana, sin escatimar la labor de otras comunidades

cristianas, se presenta como la opción más viable y completa para satisfacer los anhelos de unir a todo el

género humano en Cristo y salvarlo, pues somos depositarios de la gracia que a través de los

sacramentos llegan a todos. Cuando estudiemos la “Iglesia una” ampliaremos más nuestra reflexión

sobre el ser instrumento universal de salvación, aunque no único, pero sí el legítimo y el mejor.

3.2. Imágenes de la Iglesia: Pueblo de Dios, Cuerpo Místico de Cristo, y Templo del Espíritu

Para comprender algo de lo que es la Iglesia, podemos retomar algunas imágenes o comparaciones

que la Palabra de Dios nos da acerca de Ella. El Concilio Vaticano II (1962-65), en LG 6, nos recoge

esas imágenes bíblicas que, con un lenguaje sencillo, nos muestran la naturaleza de la Iglesia. Algunas

imágenes comunes, aunque no las más importantes son:

La Iglesia como redil, cuya puerta es Cristo (Jn 10,1-10)

La Iglesia como rebaño de Dios que Cristo pastorea (Jn 10,11-15)

La Iglesia como un árbol bajo el que se cobijan todos los pájaros (Mt 13,31-32)

La Iglesia como una red que aúna innumerables peces (Mt 13,47-50)

La Iglesia como campo o viña que el Señor cultiva (1ra

Cor 3,9; Mt 21,33-34)

La Iglesia como edificio de Dios cuya piedra angular es Cristo (1ra

Cor 3,9; Mt 21,42)

La Iglesia como esposa a la que Jesús ama y se entrega para santificarla (Ap 22,2.9; Ef 5,25-32)

Cada una de estas imágenes expuestas a auditorios distintos tiene elementos comunes a las otras,

pero también elementos propios con los que completa o añade algo a las demás. Hay en los conceptos

(redil, rebaño, red, campo, edificio, esposa) significado común. Sin embargo, estas no son las imágenes

más importantes de esta realidad humana de origen divino llamada Iglesia. Entonces, ¿cuáles son?

Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 12

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Pues bien, si la Iglesia es un misterio porque es obra de Dios (SC 2, LG 8), como sacramento

responde a la iniciativa y al obrar de la Santísima Trinidad, ya que obedece a los planes salvíficos de

Dios Padre (en este sentido es Pueblo de Dios), fue fundada por Dios Hijo (es Pueblo de Dios convertido

en Cuerpo Místico de Cristo), y es continuamente alentada por el Espíritu Santo (como Pueblo de Dios y

Cuerpo Místico de Cristo es Templo del Espíritu Santo). Veamos estas imágenes bíblicas de la Iglesia:

a. La Iglesia como Pueblo de Dios: Yahvé Dios eligió a Israel para ser pueblo suyo (Gen 12 y 17,

Ex 19). Pero por su rebeldía Israel se convirtió en figura de un nuevo pueblo, bajo una nueva

alianza (Jer 31,31-34), la cual se estableció con Cristo en su sangre (1 Cor 11,25), convocando

un pueblo entre los judíos y los gentiles para que en su unidad espiritual se constituyera el nuevo

Pueblo de Dios: “linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad…”

(1 Pe 2,9-10). Este nuevo Pueblo de Dios es la Iglesia, nacida de la nueva alianza (LG, 9-17).

Sabemos que Dios no pertenece a ningún pueblo, pero Él ha adquirido para sí un pueblo: primero

Israel, ahora la Iglesia. Se llega a ser miembro de este nuevo Pueblo no por nacimiento físico,

sino por la fe en Cristo y por el bautismo (Jn 3,3-5), que los hace hijos de Dios; en este sentido es

un Pueblo sacerdotal, ofrece sacrificios de alabanza a Dios (culto, liturgia) y anuncia sus

maravillas. Es un Pueblo que tiene por Jefe, Cabeza y Guía a Cristo (nación consagrada a Dios).

La identidad de este Pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones

habita el Espíritu Santo. Es un Pueblo, propiedad de Dios, que peregrina en la tierra; su ley es el

mandamiento del amor: servir al necesitado (participa de la realeza de Cristo); su misión es ser

sal de la tierra y luz del mundo (participa de la misión profética de Cristo); su destino es el Reino

de Dios en el que será la consumación de todo al final de los tiempos.

De esta identidad como nuevo Pueblo de Dios nacen las tres funciones fundamentales en la vida

de la Iglesia: Pastoral Profética (ministerio de la Palabra y Educación Religiosa: Kerigma,

Catequesis, y Teología); Pastoral Litúrgica (ministerio de la alabanza y culto: Celebraciones,

especialmente la Eucaristía, Oración, Devoción, y Religiosidad Popular); y Pastoral Social

(ministerio de la caridad y diaconía -servicio-: Promoción humana a través de la Doctrinal Social

de la Iglesia y los Derechos Humanos, y Asistencia a través de la Sociedad San Vicente de Paul

y Caridades Católicas). Además existen destinatarios especiales a quienes hay que llevar la

misión integral de la Iglesia: Familias (Pastoral Familiar), jóvenes y adolescentes (Pastoral

Juvenil), quienes buscan su estado de vida (Pastoral Vocacional), enfermos (Pastoral de la

Salud), presos (Pastoral Penitenciaria), adictos, viciosos y degenerados (Pastoral de Rescate).

Finalmente, cada cristiano deber ser consciente de pertenecer a un pueblo que es profético,

sacerdotal y regio, y debe de traducirlo en la vida mediante su testimonio en el mundo y en los

distintos servicios y ministerios dentro de la parroquia y la diócesis.

b. La Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo: Es san Pablo quien mejor describe esta imagen de la

Iglesia comparándola con el cuerpo humano (Col 1,18; 1 Cor 12,12-27; Rom 12,4-5). En este

sentido la Iglesia es un organismo místico, espiritual (LG 7). Tiene una Cabeza, Cristo. Tiene

miembros que constituyen su cuerpo, los fieles cristianos. Así, Cristo-Cabeza, el esposo, e

Iglesia-Cuerpo místico, la esposa, forman el Cristo total. Sus miembros nacen en el bautismo,

donde se les comunica la gracia; están unidos entre sí por un principio vital, el Espíritu Santo,

alma de la Iglesia; crecen alimentándose de los sacramentos; cada uno tiene su propia función o

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ministerio (laicos, obispos, sacerdotes, diáconos, y religiosos); algunos tienen funciones

esenciales de servicio hacia los demás (Jerarquía). De tal manera que la unidad del cuerpo no

anula la diversidad de los miembros, ni sus funciones y servicios; pues el Espíritu Santo vivifica,

unifica y mueve todo el cuerpo.

De esta identidad como Cuerpo Místico de Cristo brota la consciencia de estar invitados a vivir

una comunión personal con Jesús; el desarrollo de esta común-unión personal con Jesús se llama

proceso de vida espiritual (Jn 15,4-5; Jn 6,56; Catecismo 787-788). Y de esta consciencia ha de

nacer el compromiso de prepararse y capacitarse para estar activos y cumplir nuestra función en

el Cuerpo; esta actividad de los miembros se llama ministerialidad de la Iglesia, pues todos

tenemos un servicio (ministerio) y todos somos servidores (ministros) según el carisma recibido.

El sacramento del Orden habilita a algunos fieles para que dentro de la Iglesia cumplan la misión

de actuar in persona Christi; estos son los obispos, sacerdotes y diáconos, y los ministerios que

derivan de este sacramento no son laicales sino jerárquicos: obispado, presbiterado, y diaconado

(ChL 22). Existen también otros ministerios que derivan del Bautismo, Confirmación, y

Matrimonio, que no son jerárquicos sino laicales; son variados y su importancia depende del

mayor o menor beneficio que producen a toda la Iglesia; requieren un envío oficial por parte de

la Jerarquía, y no ser una iniciativa a título personal, para garantizar la comunión del Cuerpo de

Cristo. Entre los ministerios laicales están los instituidos: acolitado, lectorado, y ministerio

extraordinario de la Comunión; y los no-instituidos: evangelizador, catequista, consejero,

miembros del equipo litúrgico, miembros del consejo, oración, intercesión, etc. (ChL23).

Cumpliendo cada miembro con su función está garantizado que puedan existir agentes de

pastoral que lleven a cabo la misión del Cuerpo de Cristo.

c. La Iglesia como Templo del Espíritu Santo: El Catecismo (nn. 797-798), partiendo del

acontecimiento de Pentecostés (Hechos 2,1-13) y retomando las aportaciones de San Agustín

(Sermón 267), nos muestra cómo el Espíritu Santo habita y mueve a la Iglesia, comparando su

función a la que tiene el alma en el cuerpo humano (dimensión pneumatológica de la Iglesia).

Así como nuestra alma vivifica los miembros de nuestro cuerpo, así el Espíritu Santo vivifica a

los miembros del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia; la vivifica habitando en ella como

en un templo. De hecho, el Espíritu Santo hace de la Iglesia “el Templo vivo de Dios” (2 Cor

6,16); Él es el principio de toda acción vital y verdaderamente saludable en todas las partes del

Cuerpo. De esta manera, El Espíritu hace a la Iglesia: preparar a los hombres con su gracia para

atraerlos hacia Cristo, les recuerda sus Palabras y abre sus corazones para que entiendan su

Muerte y Resurrección, los reconcilia en Cristo y los hace crecer a través de los sacramentos,

crea la comunión de creyentes produciendo un vínculo personal de fe entre cada fiel y Cristo

mismo (cf. Jn 17,21-26; Hech 2,41-45; 4,32-33), y concede gracias (virtudes, dones y carismas)

mediante las cuales los fieles quedan preparados y dispuestos a asumir diversas tareas o

ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más a la Iglesia.

De nuestra consciencia de ser miembros vivos del Templo del Espíritu nace el llamado a

responder personal y comunitariamente, según el propio estado de vida y ejercitando los dones y

carismas recibidos, a la construcción de la Iglesia de Cristo a través de los diversos ministerios y

servicios que en ella se ejercen para el bien común y la salvación de las almas.

Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 14

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Recordemos que todos los bautizados tenemos carismas (no son privativos de algún grupo o

movimiento), los cuales se diferencian de los siete dones del Espíritu Santo: sabiduría, consejo,

entendimiento, ciencia, fortaleza, piedad, y temor de Dios (Is 11,1-2). Mientras que los dones son

el cultivo del ser cristiano (santidad); los carismas son el hacer cristiano (ministerios) y es

indispensable su desarrollo para tener una comunidad viva. Los carismas son innumerables,

plurales, y diversos, pero complementarios (juntos edifican la comunidad, construyen la Iglesia).

Basados en las cartas paulinas (Rom 12 y 1 Cor 12) podemos hacer un elenco de los 24

principales: Apóstoles, Profetas, Doctores, Evangelistas, Pastores, Servicio, Gobierno,

Enseñanza, Exhortación, Generosidad, Presidencia, Misericordia, Asistencia, Virtudes, Poder de

milagros, Diversidad de lenguas, Interpretación de lenguas, Discreción o discernimiento de

espíritu, Profecía, Curación, Fe en el mismo Espíritu, Palabra de ciencia, Palabra de sabiduría, y

Caridad. La mayoría de los carismas son comunes, pues son para el servicio de la Iglesia, aunque

también se dan de forma extraordinaria.

Concluyendo: Por medio de estas imágenes que la Sagrada Escritura nos da de la Iglesia, aunque no

agoten su realidad, podemos dar una definición de Iglesia: es Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios

formado por los bautizados que profesan la misma fe en Jesucristo, participan de los mismos

sacramentos, obedecen al Papa y a los Obispos que están en comunión con él, y ejercitan los dones y

carismas recibidos del Espíritu Santo, de acuerdo a su estado de vida, para la edificación de la misma

Iglesia, el bien de los hombres y las necesidades del mundo.

3.3. Las Notas de la Iglesia: Una, Santa, Católica, y Apostólica

Cada domingo después de la homilía hacemos profesión de fe en Dios uno en esencia y trino en

personas (dogmas de fe definidos en el Concilio de Nicea, año 325), así como en la Iglesia una, santa,

católica y apostólica (dogmas definidos en el Concilio de Constantinopla, año 381). Cf. LG 8. Ahora

estudiaremos el significado de estos cuatro atributos, características o propiedades esenciales e interiores

de la Iglesia, y lo haremos no en un sentido apologético o de defensa ante otras confesiones cristianas

cismáticas o heréticas, como se hacía antes de 1965, sino en un sentido estrictamente eclesiológico.

Estas cuatro notas, inseparablemente unidas entre sí, indican rasgos esenciales de la Iglesia de Cristo y

de su misión; no las tiene por Ella misma, sino que su Fundador se las ha dado. Sólo la fe nos hace

reconocer que la Iglesia posee estas propiedades por su origen divino. Veamos el significado de cada

una, y su perfecta aplicación a la Iglesia Católica Romana.

a. La Iglesia es Una (Catecismo 813-822) debido a su origen Divino; el modelo y principio

supremo de este misterio es la unidad de un sólo Dios en tres Personas distintas: Padre, Hijo y

Espíritu Santo (Santísima Trinidad). También es una debido a su Fundador (Jesucristo) y debido

a su Alma (el Espíritu Santo), como ya lo hemos visto. Asimismo, esta unidad de la Iglesia se

manifiesta en la doctrina de fe que profesa (Credo y dogmas), custodiada y predicada por un

único Magisterio; por los medios de santificación que celebra (los siete Sacramentos instituidos

por Cristo); y por el gobierno y la vida eclesial, todos obedecen a unos mismos preceptos bajo

una misma autoridad suprema, el Papa (Derecho Canónico y Jerarquía). Por otro lado, junto a

esta unidad existe una diversidad dentro de la Iglesia, por la variedad de dones, carismas,

ministerios, servicios y cargos, y por la multiplicidad de personas que los reciben, así como por

los diferentes pueblos y culturas que congrega. Finalmente, podemos afirmar que la única Iglesia

Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 15

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de Cristo subsiste (está entera, plena, viva, operante) en la Iglesia Católica Romana y que

solamente en Ella encontramos la plenitud total de los medios de salvación (UR 3).

La unidad de la Iglesia ha sido herida a lo largo de la historia por las escisiones o rupturas

causadas por las herejías (negar una parte de las verdades aceptadas o dogmas de fe), apostasías

(negar y abjurar de la religión católica antes profesada) o cismas (división al interior de la Iglesia

que lleva a negar la obediencia al romano Pontífice); todo como fruto del pecado del hombre. La

Iglesia nos invita a tener respeto y tolerancia a los hermanos separados y a los que piensan o

celebran la fe distinto a nosotros; ya que en esas comunidades cristianas también se conservan

algunos elementos de santificación (Palabra de Dios escrita, virtudes teologales, dones y

carismas del Espíritu, algo de vida de la gracia). Por eso la Iglesia promueve el ecumenismo

como un medio para volver a la unidad. Reflexionaremos sobre esto más adelante.

b. La Iglesia es Santa (Catecismo 823-829) por su Fundador (Cristo), ya que Él entregó Su vida

para instituirla (en esencia) sin mancha ni defecto, aunque en la tierra esté compuesta por

hombres pecadores. También es santa porque en Ella permanece la Santísima Trinidad; por los

Sacramentos que celebra, ya que son canales de gracia santificante; y por la doctrina que cultiva

y defiende, ya que hace santos a quienes la viven con fidelidad.

Sin embargo, tenemos que reconocer que la Iglesia terrenal abraza en su seno a los pecadores (cf.

Mt 13,24-30). Por tanto, la santidad de la Iglesia que peregrina en el mundo es imperfecta debido

a que sus miembros debemos aspirar a la conversión permanente (vocación universal a la

santidad). De aquí que la Iglesia esté también necesitada de purificación y promueva en su

interior la caridad, que es el alma de la santidad a la que todos los fieles están llamados por su

bautismo, hasta que Cristo se forme en cada uno de sus miembros (cf. Gal 4,19). En la Santísima

Virgen María la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga; en cambio, los

creyentes nos esforzamos todavía en vencer el pecado para crecer en santidad, y la Virgen María

y todos los Santos nos son propuestos como modelos e intercesores en este propósito.

c. La Iglesia es Católica (Catecismo 830-856) porque Cristo está presente en Ella, por el carácter

universal de su misión salvadora (Mt 28,19; Hech 1,8); por conservar la integridad de la doctrina

de Cristo; por ser capaz de dar respuesta a todas las culturas y a todos los problemas de los

hombres; por estar presente en todos los países del mundo. Católica significa universal; y en este

sentido la Iglesia congrega a todos aquellos a quienes dirige sus acciones (LG 13). Esta Iglesia

de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles

(grandes o pequeñas, ricas o pobres, aglomeradas o dispersas, urbanas o rurales), que unidas a

sus pastores (párrocos y obispos) mantienen comunión con el Romano Pontífice; en todas ellas

está presente Cristo (LG 26). En este sentido, la Iglesia no es Católica por ser la suma de todas

las diócesis y comunidades cristianas, donde en cada una de ellas toma aspectos y expresiones

externas diversas, sino por mantener la comunión de todas ellas bajo la presidencia de Roma.

Todos estamos llamados a participar de esta Iglesia Universal, pero no basta con estar inscritos

en los libros que registran los bautismos sino hay que tener actitudes muy concretas: caridad,

profesión de fe y vida sacramental (LG 14). Los que creen en Cristo y han recibido ritualmente el

bautismo, pero fuera de la Iglesia Católica, están en cierta comunión, aunque no perfecta

Eclesiología: Naturaleza y Entendimiento 16

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(especialmente ortodoxos y anglicanos). Pero los que todavía no han recibido el Evangelio

también están ordenados al Pueblo de Dios de diversas maneras (LG 16). Por ejemplo, con los

judíos, Pueblo de Dios en la Antigua Alianza, por la adopción filial, la gloria, las alianzas, la

legislación, el culto, las promesas mesiánicas y los patriarcas (Rom 11,23); con los musulmanes

por el reconocimiento común del Creador (único Dios) y los patriarcas (especialmente

Abraham); con los fieles de otras Iglesias no cristianas compartimos el mismo origen (divino), la

única comunidad humana, y un único fin último (Dios). (Cf. NE 1). Ante ellos se nos pide

dialogo y apertura, pues la Iglesia Católica aprecia todo lo bueno y verdadero que puede

encontrarse en las diversas religiones (LG 1, NE 2, EN 53).

d. La Iglesia es Apostólica (Catecismo 857-865) porque está fundada sobre los Apóstoles (Ef 2,20).

Deriva de ellos por una sucesión histórica, ininterrumpida y verificable. Conserva inalterados y

transmite todos los elementos esenciales que Jesucristo entregó a los Apóstoles: Doctrina (Credo

y dogmas), medios de santificación (Sacramentos) y Jerarquía (es enseñada, santificada y

dirigida por los sucesores de los Apóstoles). (Cf. LG 20; AG 5; 2 Tom 1,13-14; Hechos 2,42;

21,14; 1,8; Gal 1,1; 1Cor 9,1; 15,78).

Toda la Iglesia es apostólica mientras permanezca, a través de los sucesores de Pedro y de los

Apóstoles, en comunión de fe y de vida con su origen. La vocación de sus miembros, por su

misma naturaleza, es también vocación al apostolado (actividad pastoral de la Iglesia). Por tanto,

uno no es apostólico porque participa en muchos grupos y movimientos de la Iglesia, o porque

haga muchas cosas en la Parroquia, sino por permanecer en unión vital con Cristo (santidad de

vida), en comunión con su Iglesia (confesión de fe recta y sincera) y por colaborar en su misión

(ser miembro activo a través de algún ministerio o servicio).

Una vez estudiado lo anterior, podemos concluir nuevamente con las palabras del Concilio Vaticano

II: “Ésta es la única Iglesia de Cristo, que en el Símbolo confesamos como una, santa, católica y

apostólica… Esta Iglesia, establecida y organizada en este mundo como sociedad, subsiste en la Iglesia

Católica (Romana) gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él” (LG 8).

3.4. Los Estados de la Iglesia: Triunfante (Santos), Purgante, y Militante (Pueblo peregrino)

La Iglesia divina y humana, visible e invisible, peregrina en la tierra y a la vez presente en el Cielo,

ha de alcanzar su consumación final cuando Cristo complete definitivamente su Reino. Por tanto, la

Iglesia no va a desaparecer, pues es indefectible, subsistirá hasta el final de los tiempos (Mt 16,18;

28,20); sin embargo, esta promesa y fidelidad divina de Jesucristo exige de la Iglesia el cumplimiento de

la misión encargada (Mt 28,19). Hasta el día de la venida del Señor al final de los tiempos (Parusía):

unos cristianos prosiguen en la tierra su peregrinación (Iglesia militante); otros, concluida su vida en el

mundo, se purifican aún en el Purgatorio para poder entrar en el Cielo (Iglesia purgante); y, otros están

ya en la Gloria (Iglesia triunfante). Estos son los tres estados actuales de realización de la Iglesia; pero

todos ellos constituyen una misma y sola Iglesia.

a. La Iglesia del Cielo está formada por las almas que ya poseen a Dios (los santos). Es el modelo

de la Iglesia en la tierra, porque en Ella la comunión de las almas con Dios y entre sí es perfecta.

Es la Iglesia de la Gloria, de la posesión de Dios y de la semejanza a Él, pues supone el triunfo

de Dios, de su santidad, de la perfección definitiva; esto es ver y poseer a Dios (Amor infinito,

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Bondad sin fin, y Belleza sublime) por toda la eternidad (Cf. 1 Cor 2,9; 13,12; 1 Jn 3,2). Todo

aquel que muere en gracia de Dios llega al Cielo, ya sea directamente o después de una

purificación. En el Cielo son sobradamente recompensadas todas las buenas obras que cada

hombre haya hecho en la tierra (Cf. Mt 25,31-46; Rom 2,6). La esperanza de ver y poseer a Dios

en el Cielo por toda la eternidad da sentido a la vida del hombre.

b. La Iglesia purgante está formada por las almas de quienes habiendo vivido en la tierra no se

hallan todavía en las debidas condiciones para entrar en el Cielo. Es la Iglesia doliente, porque

ahí las almas se duelen de la pena por no poder ver todavía a Dios, de las penas por los pecados

cometidos y que ahora purifican, y por no haber amado del todo a Dios durante su estancia en la

tierra. Ellos necesitan de la intercesión de los santos y de nuestros sufragios (oraciones por los

difuntos) para llegar a la purificación total y así poder entrar definitivamente al Cielo.

c. La Iglesia militante está formada por los que peregrinan en la tierra hacia Cielo, combatiendo –

con la ayuda de la gracia- contra todas sus imperfecciones y las dificultades para alcanzar

gradualmente la perfección o santidad, sin perder de vista la promesa de la futura inmortalidad.

Es la Iglesia santificada por los Sacramentos y gobernada por el Papa y los Obispos en comunión

con él, bajo la guía del Espíritu Santo. Esta Iglesia vive de la fe, que le hace conocer las verdades

sobrenaturales; de la esperanza, que le mueve a buscar y poseer para siempre a Dios; y de la

caridad, con la que ama a Dios y a los demás, a pesar de los obstáculos, tentaciones y pecados.

Dentro de este contexto espiritual y terrenal, eterno y temporal de la Iglesia, merecen mención dos

asuntos íntimamente ligados a los estados de la Iglesia: el Infierno y la eternidad de sus penas, y la

Comunión de los Santos y Consumación de la Iglesia.

Únicamente están total y definitivamente excluidos de la Iglesia los condenados en el Infierno (Mt

5,29-30; 13,49-50; Lc 13,23-28). El Infierno está formado por aquellos que hicieron mal uso de la

libertad durante su vida terrena, porque ofendieron deliberadamente a Dios en materia grave y murieron

en pecado mortal, sin arrepentirse (Mt 25,41-43). Las penas de este lugar tenebroso, de llanto y

desesperación, son eternas. Nadie puede salir de él, un gran abismo lo separa del Cielo (Lc 16,19-31). Se

sufre por no poder ver ni poseer a Dios y por los grandes castigos a causa de las faltas cometidas. La

existencia del Infierno es algo difícil de aceptar, porque parece contradecir a la misericordia de Dios; sin

embargo, esa misma Misericordia divina no obstruye el mal uso que de su libertad pueda hacer el

hombre; además, la clave de interpretación del Infierno está en el pecado (sólo reconociendo la gravedad

objetiva del pecado es posible comprender la eternidad del Infierno) y en el dogma de la Iglesia (por fe

aceptamos la existencia de este lugar como castigo a quienes negaron a Dios en sus vidas y le ofendieron

ignorando sus mandamientos de amor). Es decir, cada hombre decide aceptar o rechazar la Redención

(remisión de los pecados) realizada por Cristo en la Cruz para la salvación o condenación eterna de su

alma; quien cree se salva, quien no cree se condena (Mc 16,16).

Por otro lado, también profesamos por fe la Comunión de los Santos, con ello aceptamos que en la

Iglesia existe una unión íntima entre todos sus miembros: los de la tierra, los del purgatorio y los del

Cielo (algo que niegan los hermanos separados). Cuando la Iglesia habla de “santos” no sólo se refiere a

las almas del Cielo, los que ya han alcanzado su perfección y descanso en Dios, y que no necesitan

auxilios, sino a todos los miembros de la Iglesia que han recibido la gracia del Espíritu Santo (principio

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vivo y divino de comunión) por medio de los Sacramentos, incluyendo a los que todavía purgan alguna

pena. Sin embargo, el modo de participar en esta Comunión varía en función de la situación y estado de

cada uno. Por ejemplo, los fieles de la tierra necesitamos el auxilio de las almas del Cielo; de hecho, la

Iglesia promueve la veneración de la memoria de esas almas, que son ejemplos claros para nuestra vida

espiritual, y su invocación para recibir de ellos protección y ayuda, y por su intercesión Dios nos

conceda los beneficios que necesitamos (LG 50). A su vez, las almas del purgatorio necesitan de

nuestras oraciones o sufragios para completar su purificación; la Biblia y la Iglesia recomiendan

interceder a favor de los fieles difuntos (2 Mac 12,45). De esta manera, el bien de los unos se comunica

a los otros, y mantenemos la comunión en el amor mutuo y en la misma alabanza a Dios (LG 51).

Finalmente, profesamos que la Iglesia alcanzará su Consumación al final de los tiempos. Ignoramos

cuándo llegará ese momento, pero sí sabemos que previamente resucitarán los cuerpos de todos los

hombres y entonces vendrá el juicio universal de Jesús sobre todos nosotros. Recordemos que cuando

uno muere los cuerpos se desintegran, mientras que las almas permanecen y después del juicio particular

va al Cielo, al Purgatorio o al Infierno; pero al final de los tiempos, los cuerpos de todos los hombres

resucitarán (serán sustancialmente los mismos cuerpos que han vivido y muerto en la tierra) y se unirán

de nuevo a sus almas para nunca más morir. Esto sucederá en la Parusía o segunda venida de Jesucristo

para la consumación final de su Reino: la restauración de todas las cosas y la renovación del hombre en

Cristo (LG 48). Después de estos acontecimientos, Dios creará “un cielo nuevo y una tierra nueva… en

donde ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo anterior habrá pasado” (Ap 21,1.4).

3.5. La Misión de la Iglesia. Servicios y Ministerios

Sabemos que Cristo fundó la Iglesia con un fin o propósito: la salvación de las almas, de todos y

cada uno de los hombres. Este fin es sobrenatural, porque está por encima de nuestras fuerzas humanas

y sólo con la gracia de Dios podemos alcanzarlo; es inalterable, cambiar su propósito sería pervertirla y

desnaturalizarla; es perpetuo, durará hasta el fin de los tiempos en que será la consumación de todo; es

universal, se dirige a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas, sin que nadie quede

de antemano excluido de la salvación, la cual consiste en llegar a gozar de Dios en el Cielo por toda la

eternidad, previa remisión de los pecados.

Ahora bien, para conseguir este fin la Iglesia ha recibido una misión: “anunciar el reino de Cristo y

de Dios, e instaurarlo en todos los pueblos” (LG 5). Esta misión contiene un triple encargo o mandato,

como ya hemos visto, y al que le corresponde una triple potestad, oficio o ministerio:

1º Al encargo de enseñar, la potestad de magisterio o ministerio profético (Catecismo 888-892)

2º Al encargo de santificar, la potestad de orden o ministerio sacerdotal (Catecismo 893)

3º Al encargo de gobernar, la potestad de jurisdicción o ministerio pastoral (Catecismo 894-896)

Cada miembro de la Iglesia participa del triple encargo y del triple poder de Cristo. Aunque a cada

uno se le da a su modo, según la función propia que ha de cumplir en la Iglesia.

a. La Misión de la Jerarquía (Obispos, Sacerdotes y Diáconos: Mt 18,19; 28,20; Lc 10,16; etc.)

En cuanto a Magisterio: Custodiar, profundizar y exponer las verdades contenidas en el Depósito

de la Revelación o de la Fe, especialmente en la Sagrada Escritura y en la Tradición (Doctrina).

Esto es, interpretar y enseñar auténticamente esas verdades, predicar con autoridad la Palabra de

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Dios, proclamar y defender los principios morales (especialmente los de orden social y bioético),

y dar un juicio autorizado sobre cualquier asunto humano.

En cuando a Orden: Santificar la vida de la Iglesia y del mundo al confeccionar los sacramentos

y administrarlos a los fieles. Al Obispo, por tener el Orden a plenitud (tercer grado), le compete

todo, pero principalmente los sacramentos del Orden y la Confirmación, regular la

administración de los sacramentos, y conceder licencias a los presbíteros para administrar

sacramentos. A los Presbíteros (segundo grado del Sacramento del Orden) les compete todo,

excepto lo que es propio del Obispo, pero principalmente consagrar el Cuerpo y la Sangre de

Cristo, administrar los sacramentos del Bautismo, la Penitencia y la Unción de los enfermos,

asistir y bendecir el matrimonio. A los Diáconos (primer grado del Orden) sólo les compete

administrar el Bautismo; reservar y distribuir la Eucaristía; asistir y bendecir el Matrimonio;

proclamar y predicar el Evangelio; presidir el Rito de los funerales y la sepultura; así como las

bendiciones de personas y cosas.

En cuanto a Jurisdicción: Gobernar o pastorear las comunidades. Al Papa le corresponde el

gobierno de la Iglesia universal; nombrar a los Obispos y tiene autoridad sobre ellos; convoca,

confirma y disuelve los Concilios ecuménicos; promulga las leyes generales de la Iglesia; y

dispone del tesoro espiritual de la Iglesia para conceder indulgencias. A los Obispos les

corresponde el gobierno de sus respectivas Diócesis, siempre unidos al papa y bajo su autoridad

jerárquica; designa a los presbíteros y diáconos; convoca los Sínodos y las Asambleas

diocesanas, etc. A los Presbíteros, en su función de Párroco o Pastor y siempre unidos al Obispo

propio y bajo su autoridad, le compete el gobierno de la Parroquia a su cargo; planifica y ejecuta

los proyectos parroquiales; elige, forma y designa a líderes y servidores de la comunidad, etc.

b. La Misión de la Vida Consagrada (Religiosos y Religiosas, LG 44): Testimoniar la vida nueva y

eterna conquistada por la redención de Cristo; prefigurar la futura resurrección y la gloria del

reino celestial; manifestar, ante los fieles, el señorío de Dios sobre todo lo terreno; orar por la

santificación del mundo; apoyar, de acuerdo al carisma y a la propia condición, las funciones de

los obispos, sacerdotes y diáconos.

c. La Misión de los Laicos (El resto de los bautizados o fieles cristianos, LG 31): Impregnar con el

Evangelio las realidades sociales, políticas y económicas; gestionar estos asuntos temporales de

acuerdo a la fe y ordenar a Dios todas las actividades terrenas; testimoniar su fe cumpliendo sus

deberes y ocupaciones lo mejor posible (vida conyugal y familiar, trabajo diario, apostolado y

descanso); santificarse en el mundo, por el mundo y con el mundo (dominio de sí mismo);

dignificar la vida humana con sus palabras y a través de sus obras; apoyar, de acuerdo a su

condición, sus capacidades y formación humano-espiritual y profesional, las funciones de los

obispos, sacerdotes y diáconos. Esto lo pueden realizar individualmente o agrupados en

asociaciones o movimientos eclesiales (GAM); su misión es tan necesaria que, sin ella, el

apostolado de la Jerarquía no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia.

Finalmente, la misión o encargo de Cristo se cumple en el Mundo a través de los diversos servicios y

ministerios inspirados por el Espíritu Santo e instituidos o reconocidos en la Iglesia, y que cada

bautizado ejerce de manera diversa y de acuerdo al carisma, al estado de vida, preparación y encargo.

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En el orden profético están los ministerios de convocar, evangelizar, catequizar, proclamar, predicar,

enseñar, aconsejar, exhortar, corregir, interpretar, etc.

En el orden sacerdotal están los ministerios de administrar, presidir, ordenar, santificar, consolar,

sanar, facilitar, animar, invocar, alabar, orar, etc.

En el orden regio o de jurisdicción los ministerios de planificar, organizar, ejecutar, atender o servir,

apoyar, colaborar, acompañar, pastorear, etc.

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4. Estructura y organización de la Iglesia. Los fieles, vida consagrada, y la jerarquía

Antes de 1965 siempre que se hablaba de “Iglesia” se hacía alusión únicamente al clero, y a veces a

los religiosos. Pero gracias al Concilio Vaticano II ha quedado claro qué es la Iglesia y quiénes la

forman. Como se ha dicho, la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios formado por todos los bautizados que

confiesan su fe en Cristo; tienen una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, pero se

distinguen en la condición y oficio (igualdad en el ser y distinción en el hacer). Ahora estudiaremos

estos aspectos visibles de la Iglesia que la integran y estructuran: todos los bautizados (fieles cristianos,

religiosos y religiosas, los obispos, sacerdotes y diáconos); así como los organismos que la hacen

funcionar y cumplir su misión (vaticano, conferencias, diócesis, decanatos y parroquias).

4.1. Personas que integran la Iglesia (Catecismo 871-945)

a. Los Laicos (del griego λαϊκός, que significa alguien del pueblo): Son los fieles cristianos que,

incorporados a Cristo por el bautismo y por su profesión de fe en su muerte y resurrección, participan de

manera común de la función sacerdotal, profética y real de Cristo. Su dignidad radica en ser hijos de

Dios y formar parte de un pueblo sacerdotal, la Iglesia. Esto les compromete no solo a llevar una vida

espiritual digna (santidad), sino también a participar de lleno en la misión de la Iglesia con algún

servicio o ministerio que lleve a construir el Reino de Cristo, promoviendo el respeto a la dignidad

humana y sirviendo a los más necesitados.

De entre los fieles cristianos hay quienes son llamados a consagrar su vida a Dios a través de los

consejos o valores del Evangelio (religiosos y religiosas) y quienes son llamados a recibir el sacerdocio

ministerial mediante el Sacramento del Orden (Jn 10,36; Lc 22,14; el cual se da en tres grados distintos

y jerárquicamente subordinados: episcopado, presbiterado y diaconado: LG 28). Estos últimos participan

de manera especial de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, lo cual los constituye en

ministros sagrados y les capacita para enseñar, gobernar y santificar a los demás fieles; ellos son los

obispos, sacerdotes y diáconos, quienes juntos forman la Jerarquía de la Iglesia.

b. Los Religiosos y las Religiosas (del latín religio, que significa volver a ligar o unir con Dios): Son

quienes han hecho votos (promesa o juramento) de pobreza, obediencia y castidad para vivir con mayor

radicalidad su fe cristiana en una vida solitaria o comunitaria de oración y apostolado (LG 45). No

pertenecen a la estructura jerárquica de la Iglesia ni a la vida común de los fieles, la Iglesia les ha dado

un lugar especial por su santidad de vida y compromiso. Este tipo de vida ascética, individual o

comunitaria de consagración a Dios, tiene su origen en el budismo y jansenismo (s. VI a.C.) y en las

comunidades judías del Antiguo Testamento (nazareos, profetas, recabitas, asideos, esenios y

terapeutas: Cf. Libros de Números, Levítico, 1 Samuel, 1 y 2 Reyes, Amós, Zacarías…); pero en el

cristianismo surgen cuando terminan las persecuciones y acaba el martirio como estilo de vida y aparece

el monacato (s. IV d.C.), el cual dará origen a la vida religiosa actual.

Entre los religiosos monjes más importantes están: los anacoretas, fundados por San Antonio (s. IV

d.C.); los cenobitistas, fundados por San Pacomio (s. IV); los agustinos, fundados por San Agustín (s.

IV); los benedictinos, fundados por san Benito (s. V); los benedictinos de la reforma cluniacense,

fundados por Bernón (910); los cartujos, fundados por San Bruno (1084); y los benedictinos de la

reforma cisterciense, fundados por Roberto de Molesmes (1098). Inspirándose en la vida monacal

surgen (a partir del s. XIII) las Órdenes mendicantes (del latín mendicare, que significa pedir limosna):

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los franciscanos, fundados por San Francisco de Asis; los dominicos por Santo Domingo de Guzmán;

los carmelitas por San Bartolo del Monte Carmelo; los agustinos reformados por el Papa Inocencio IV;

los servitas (Siervos de María) por siete santos (Buenhijo Monaldi, Bonayunta Manetti, Maneto

dell’Antella, Amadio de los Amidei, Sosteño, Hugo y Alejo Falconieri).

Posteriormente surgen las Órdenes Religiosas y las Congregaciones religiosas clericales: los

mercedarios por San Pedro Nolasco (1218); los jesuitas por San Ignacio de Loyola (1534); los

oratorianos por San Felipe Neri (1575); los escolapios por José de Calasanz (1617); los trapenses –

cistercienses reformados- por Armand Jean le Bouthillier de Rancélos (1664); los redentoristas por San

Alfonso María de Ligorio (1732); los marianistas por el beato Guillermo José Chaminade (1817); etc.

Finalmente, según el Derecho Canónico (573-746), el estado de vida consagrada por la profesión de los

consejos evangélicos en la Iglesia Católica está actualmente formado por los Institutos de vida

consagrada (Institutos religiosos e Institutos seculares) y por las Sociedades de Vida Apostólica (sin

voto religioso pero con vida consagrada al Señor en comunidad a través de una alianza o compromiso).

Todos ellos aprobadas y supervisados por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las

Sociedades de Vida Apostólica. Pertenecen a ellos hombres y mujeres que añaden a los preceptos

comunes para todos los fieles, los tres consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, por

medio de los votos perpetuos o temporales. Además, pueden ser o no clérigos o sacerdotes.

c. La Jerarquía (del griego ἱεραρχία, que significa principio de lo sagrado, o que tiene autoridad o

domino sobre ello en diversos grados): Es el conjunto o colegio de personas que han sido instituidas y

encargadas por Cristo para enseñar, santificar y regir a los fieles cristianos. Fue instituida por Cristo, no

para recibir honores sino para imitarlo en el servicio a los hermanos; los Evangelios expresan su

voluntad por establecerla en su Iglesia cuando le da poderes a sus discípulos (Jn 20,21-22; Mt 18,18ss;

28,18-20); el comportamiento postpascual de los Apóstoles constituye la aplicación fiel y el mejor

comentario de la voluntad de Jesús (Hechos 1,15-26; 2,24-42; 6,1-7; 8,12-16; 10,48; 14,23; 15; 15,7).

Jesucristo dio estructura humana y jerárquica a su Iglesia para garantizar que su doctrina salvadora

se transmitiera con fidelidad y sin tergiversaciones hasta el final de los tiempos, para gobernarla con

unidad de acción y de dirección, y para que fuera siempre un organismo vivo y fraterno que mantiene

pujante su vitalidad a pesar que los hombres cambien. Él quiso también que sus Apóstoles tuvieran

sucesores en su tarea jerárquica, los Obispos (LG 20). Ahora bien, desde los tiempos de Dionisio

Areopagita, discípulo de San Pablo y primer Obispo de Atenas, el término Jerarquía se aplica a la

organización que el Señor dio a la Iglesia. Actualmente integran la Jerarquía o autoridad sagrada de la

Iglesia quienes han recibido el sacramento del Orden: Obispos, Presbíteros y Diáconos.

c.1. Los Obispos (del griego Επίσκοπος, que significa inspector o superintendente): Son sucesores de

los Apóstoles y están al frente de una Iglesia particular o Diócesis que le ha sido confiada. Juntos

forman el Colegio Episcopal (congregación de todos los obispos del mundo) y dirigen el Magisterio de

la Iglesia (la enseñanza de la doctrina cristiana). Tienen como líder o Cabeza al Obispo de Roma,

llamado Sumo Pontífice o Papa, quien es el centro y raíz de la unidad del Colegio Episcopal y de la

Iglesia entera.

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Al Papa se le considera el Sucesor de San Pedro, el Vicario de Cristo en la Tierra, la Cabeza visible

de la Iglesia y del Colegio Episcopal (antes Apostólico); ya que Pedro cumplió estas funciones y, al

ejercer el Primado desde Roma y al morir allí martirizado durante la persecución de Nerón, el Obispo de

esa ciudad italiana le sucede en el Pontificado o Primado sobre la Iglesia universal. San Ireneo, en el

siglo II, ya sostenía el Primado del Obispo de Roma (cf. Adversus haereses 3,3,2) y lo constata la

Tradición histórica de la Iglesia, pues los fieles cristianos desde Pedro a la fecha han prestado verdadera

obediencia al Obispo de Roma. El Papa, por ser Cabeza visible de la Iglesia, ha sido investido de

supremo poder para cumplir la misión que Cristo le ha confiado. “Dar o tener las llaves”, “atar y

desatar” (Mt 16,18-19; 18,18), “apacentar y pastorear” (Jn 21,15-17), “convocar para orar, discernir,

decidir o elegir” (Hech 1,15; 15,1), según el origen judío, son expresiones de autoridad o poder, de

primacía. Por eso, la potestad del Romano Pontífice o Papa es universal, pues se extiende a toda la

Iglesia; es suprema, ya que está por encima de cualquier otra potestad; es plena, comprende la totalidad

de los poderes de Cristo; es ordinaria, nadie la delega en él sino que le compete directamente en función

del oficio que desempeña; es inmediata, la ejerce sin intermediario alguno. Y los principales deberes

para con el Papa son: obedecerle; conocer y dar a conocer sus principales disposiciones y documentos;

amarle, orar por su persona, intenciones y misión. No aceptar esta verdad de fe es lo que separa de la

Iglesia Católica a otras confesiones cristianas, principalmente los Ortodoxos.

Por otro lado, el origen y la estructuración del episcopado ha sido muy discutido, especialmente

desde que los protestantes quisieron negar el origen apostólico del mismo en el s. XVI. Sin embargo, sus

funciones, tal y como la conocemos hoy día, datan según los documentos históricos desde el s. II; lo cual

no significa que no hayan existido antes.

Las primeras comunidades cristianas, como las judías, se organizaban y dirigían por un colegio de

ancianos (presbíteros) de entre los cuales había un encargado de finanzas llamado episcopo, quien

pronto se convirtió en el anciano gobernante porque también adquirió la administración de la doctrina

(como lo hacían los apóstoles), a fin de lograr la unidad en medio de la diversidad, especialmente

cuando surgieron las primeras herejías. Esto lo podemos constatar en las cartas pastorales del Nuevo

Testamento, especialmente las paulinas. San Pablo explica que después de evangelizar y organizar una

comunidad cristiana elegía a un encargado (anciano o presbítero) para que la pastoreara, y luego se iba a

formar otras comunidades; por último, encargaba a uno de sus discípulos de confianza, con quien

mantenía comunicación, la inspección de varias comunidades, quien junto con los demás presbíteros

buscaban el bien pastoral de las distintas comunidades cristianas. Por último, esta figura del episcopo u

obispo cobró relevancia monárquica a partir del s. IV con el reconocimiento del cristianismo por el

emperador romano Constantino, quien en algunos casos los convirtió en gobernadores de sus provincias;

y a la caída del Imperio Romano de Occidente los Obispos integraron en su persona los poderes

temporales (políticos y económicos) y espirituales (pastorales).

Finalmente, la potestad del Colegio Episcopal sólo se considera y da en comunión con el Romano

Pontífice y bajo su autoridad; y se ejerce de modo solemne en el Concilio Ecuménico. Por su parte, cada

uno de los Obispos es el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares; y su

potestad o autoridad es propia, ordinaria, absoluta e inmediata; no es un simple delegado del Papa, sino

que en comunión con él gobierna la Iglesia en su Diócesis, asistido por los presbíteros y los diáconos.

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En cuanto al ejercicio del Magisterio de los Obispos, puede ser solemne o extraordinario (cuando

enseñan ex cathedra o en Colegio de los Obispos reunidos en Concilio); ordinario y universal (cuando

enseñan de modo auténtico las materias de fe y costumbre en Colegio de los Obispos reunidos en

Sínodos); y, ordinaria (cuando enseñan en el ejercicio de su potestad de manera individual –encíclica,

alocución papal, homilías y documentos episcopales- o en Colegio reunidos en Conferencias

Episcopales o Concilios particulares). El ejercicio del magisterio de los Obispos se llama infalible

cuando, manteniendo el vínculo de comunión entre sí y bajo la autoridad del Romano Pontífice,

interpretan con autoridad la Sagrada Escritura y la ley moral natural, definen y enseñan auténticamente

las verdades de la fe (como doctrina definitiva o dogmas) y las costumbres (derechos humanos, justicia

social, defensa de la vida, etc.), y condenan los errores que atenten contra la fe y la salvación de las

almas. Infalibilidad significa imposibilidad de que la Iglesia se engañe o caiga en un error al tomar

decisiones definitivas sobre la fe y las costumbres.

c.2. Los Presbíteros (del griego Πρεσβύτερος, que significa anciano): Son colaboradores de los

Obispos en el sacerdocio ministerial. Se les conoce comúnmente como “sacerdotes” o “padres”, pero

dentro del Sacramento del Orden Sacerdotal o Ministerial participan del segundo grado: el de los

presbíteros. Lucas 10 nos presenta el deseo expreso de Jesús por este grado en el Sacramento: Aunque la

función ministerial se la haya encomendado a los Doce (representados hoy por los Obispos), al elegir a

otros setenta y dos discípulos, a quienes envía con la misma misión y poderes que a los Apóstoles, les

concede esos mismos poderes pero en grado subordinado y en colaboración con los Doce.

c.3. Los Diáconos (del griego Διάκονος, que significa servidor): Cooperan con los Obispos y los

Presbíteros en algunas funciones sagradas y en la atención de las necesidades materiales de los fieles.

Participan del primer grado en el Sacramento del Orden. Los Hechos de los Apóstoles (6,1-6) nos dan la

información sobre la elección y ordenación de los primeros diáconos en la vida de la Iglesia por parte de

los Apóstoles, pero sin duda inspirados por el Espíritu Santo. Existen dos tipos de diaconado: el

transitorio y el permanente. El diaconado transitorio es otorgado como introducción al Sacramento del

Orden a aquellos que se han preparado para ser presbíteros; implica votos de obediencia al Obispo

propio y de castidad en su vida afectivo-sexual; puede durar desde días hasta meses o años. El diaconado

permanente es otorgado como consagración a la vida apostólica y participación en la Jerarquía del

Sacramento del Orden, generalmente, a hombres casados con estabilidad de vida económica-laboral y

emocional-sicológica, y de gran testimonio apostólico, pero puede ser recibido también por hombres que

ya hayan adoptado vida célibe (solteros) o por viudos célibes.

4.2. Organismos que estructuran la Iglesia (Derecho Canónico 330-572)

Para cumplir bien y lo mejor posible con el mandato de Jesús de enseñar, santificar y gobernar, la

Iglesia dispone de órganos jurisdiccionales que la estructuran y ayudan en la variedad de terrenos

culturales, sociales, humanos: La Curia y sus Congregaciones Romanas, las Conferencias Episcopales,

las Provincias o Regiones Eclesiásticas, los Arzobispados y Obispados, los Vicariatos y Prelaturas

Apostólicas, las Curias Diocesanas y sus Instancias, las Parroquias, las Rectorías y Capellanías, los

Decanatos, las Misiones y demás Comunidades cristianas. Cada uno de estos organismos tiene sus

atribuciones y competencias.

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Al frente de estos organismos, según los casos, hay Obispos o presbíteros, en algunos casos

diáconos, religiosos o laicos, que reciben diversos títulos: Cardenales, Monseñores, Presidente de

Conferencia, Coordinador o Moderador Regional, Arzobispos, Obispos (residente o titular, auxiliar,

coadjutor, emérito, etc.), Vicarios Diocesanos, Vicarios Apostólicos, Prelados, Párrocos, Vicarios

Parroquiales, Decanos, Rectores, Capellanes, Administradores o simples Responsables de áreas o

instancias administrativas y pastorales.

Ahora trataremos de explicar esta estructuración orgánica y territorial con las que la Iglesia, como

institución religiosa que está presente en todos los países del mundo, gobierna o pastorea a sus fieles, se

administra mejor, y cumple el mandato de Cristo.

El Derecho Canónico (1983) nos dice que cada una de estas porciones territoriales limitadas y

perfectamente estructuradas, frente a la cual está la guía pastoral de un Obispo, se llama Diócesis,

Eparquía o Iglesia Particular (c.372). La Diócesis de Phoenix fue erigida el 2 de Diciembre de 1969 por

el Papa Paulo VI, bajo la protección de Santa María de Guadalupe, con una extensión territorial de

43,967 millas cuadradas, comprendiendo los Condados arizonenses de Maricopa, Mohave, Yavapai,

Coconino (excepto la Reservación Navajo –que pertenece a la Diócesis de Gallup), y la Reservación de

Gila River en el Condado del Pinal.

En Estados Unidos existen 194 Diócesis, además de la Arquidiócesis de los Servicios Militares.

Varias Diócesis se agrupan y organizan bajo una Provincia o Región Eclesiástica, la cual es presidida

por el Obispo de una de ellas con el nombre de Arzobispo o Metropolitano (cc.431 y 435). La sede del

Arzobispo se llama Arquidiócesis, que generalmente es la Diócesis más antigua o de mayor población

en la región. En Estados Unidos encontramos 32 Provincias Eclesiásticas; la Diócesis de Phoenix está

ubicada en la Provincia de Santa Fe, que comprende los Estados de Arizona y Nuevo México, en las que

se encuentran además las Diócesis de Santa Fe (Arquidiócesis), Gallup, Las Cruces y Tucson.

Según el Derecho Canónico (1983), los Obispos también se organizan por países, regiones o

continentes, formando las llamadas Conferencias Episcopales (c. 447); así tenemos, por ejemplo: La

Conferencia Episcopal de los Estados Unidos (USCCB por sus siglas en inglés) y la Conferencia

Episcopal de Norteamérica (E.U. y Canadá). Esto se hace con el fin de compartir el trabajo

evangelizador de los pueblos y la guía pastoral de toda la Iglesia. Por otro lado, todos los Obispos del

mundo, junto con el Papa, forman un cuerpo o Colegio llamado Magisterio (c.47). Por lo que la

dirección de la Iglesia también está a cargo de los Obispos, a los cuales representa el Papa en el

Vaticano. Papa, Obispos, Sacerdotes y Diáconos forman la Jerarquía de la Iglesia Católica.

La organización administrativa de la Iglesia Católica a nivel mundial está a cargo de lo que se

conoce como Curia Romana y está formada por diversos Dicasterios o Agencias de Gobierno Pastoral

(c.360): Las Congregaciones, los Consejos Pontificios, los Tribunales Colegiales, los Oficios, los

Organismos, las Comisiones y las Instituciones. Además de la Curia están las oficinas del Estado

Vaticano: El Sínodo de los Obispos, el Colegio de los Cardenales, el Vicariato para la Diócesis de Roma

y la Comisión para el Estado Pontificio Vaticano. A la cabeza de estos Órganos que forman la Santa

Sede está el Papa, que actualmente es S.S. Benedicto XVI (Karl Ratzinger).

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La organización administrativa de la Iglesia Católica a nivel local o particular está a cargo de la

Curia Diocesana u Obispado (Centro Diocesano de Pastoral), la cual está integrada por distintos

Departamentos (c.372): La Cancillería, la Vicaria General, la Vicaría de Sacerdotes, el Tribunal

Eclesiástico, el Consejo Presbiteral, diversas Oficinas: Ministerios Hispanos, Ministerios Étnicos,

Finanzas, CDA, Medios de Comunicación, Diáconos, Desarrollo Humano, Matrimonio y Respeto a la

Vida, Protección de Menores, Archivo, Ecumenismo y Diálogo Interreligioso, Culto y Liturgia, Kino,

etc. que se encargan de programar, coordinar y animar la pastoral diocesana. A la cabeza de estos

Órganos que administran una Diócesis está el Obispo (c.391); el actual Obispo de la Diócesis de

Phoenix es Mons. Thomas J. Olmsted, y tiene un Obispo Auxiliar, Mons. Eduardo A. Nevares.

El Derecho Canónico (1983) establece también que el territorio de cada Diócesis debe dividirse en

Parroquias (c.374), que son porciones territoriales más pequeñas, en la que hay una comunidad

cristiana determinada y de la que cuida un sacerdote como pastor propio, llamado Pastor o Párroco

(cc.515 y 519). En la Diócesis de Phoenix existen actualmente 92 parroquias y 23 misiones. Una Misión,

a diferencia de la Parroquia, es una comunidad cristiana pequeña y no autosuficiente, ya que depende

administrativamente de una Parroquia o de la Diócesis.

Finalmente, dentro del territorio o jurisdicción de cada Diócesis existen también varios distritos,

conformados por un variable número de Parroquias, llamados Arciprestazgos o Decanatos (Deaneries

en inglés), el cual está presidido por un sacerdote, que recibe el nombre de Decano o Dean (c.374 & 2).

En la Diócesis de Phoenix existen siete Decanatos: Central (Phoenix), East (Mesa, Tempe, Gilbert,

Queen Creek, Lehi, y Scottsdale), North (Grand Canyon, Cottonwood, Lake, Prescott, Chino Valley,

Flagstaff, Wickenburg, Congress, Aguila, Seligman, Camp Verde, Mayer, Williams, Sedona, Bullhead,

Kingman, Littlefield, Dolan Springs, etc.), Northeast (Fountain Hills, Rio Verde, Scottsdale, Cave

Creek, Phoenix, Anthem, New River, y Black Canyon), Northwest (Phoenix, Sun City, Surprise,

Glendale, y El Mirage), South (Tempe, Phoenix, Guadalupe, Chandler, Bapchule, Blackwater, Sacaton,

etc.) y Southwest (Tolleson, Phoenix, Buckeye, Laveen, Gila Bend, Goodyear, Avondale, Cashion, etc.)

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5. Ecumenismo y la relación con los no cristianos

Por lo trascendente del proyecto de salvación es lógico que Jesús haya querido fundar una sola

Iglesia, y de hecho ese fue su deseo (Juan 17,21). Sin embargo, constatamos la realidad de la existencia

de muchas iglesias y comunidades cristianas. Por eso es importante reflexionar sobre el papel primordial

de la Iglesia en el proyecto universal de salvación divina, la pertenencia a Ella y su relación con todas

las denominaciones religiosas, cristianas y no cristianas.

5.1. La Iglesia como único y universal medio de salvación

Sabemos que Jesucristo ha traído a la humanidad la redención de los pecados y la salvación (Hechos

4,12), y el medio que Él escogió para comunicar su Verdad y su Gracia es la Iglesia; pero eso, basado en

la Sagrada Escritura y la Tradición, el Vaticano II enseña que la Iglesia peregrina es necesaria para la

salvación. Cristo, al inculcar con palabras bien explícitas la necesidad de la fe y del bautismo, confirmó

al mismo tiempo la necesidad de la Iglesia. Por eso, no podrían salvarse aquellos que, sabiendo que Dios

fundó la Iglesia por medio de Jesucristo, no hubiesen querido entrar o perseverar en Ella (LG 14). Pero

esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia; aquellos que

buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de

Dios, concedida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna (LG 16).

5.2. Grados de pertenencia a la Iglesia

Reconociendo que la salvación es para todos y que para alcanzarla es necesario pertenecer a la

Iglesia de Cristo y recibir el bautismo (Jn 3,5), podemos sostener que hay diversos grados de pertenencia

a Ella, pues no todos participan de forma igual. Hay quienes pertenece de forma plena por la fe en Cristo

y por el bautismo, y quien pertenece de manera incompleta: aquellos que creen en Cristo, pero que

recibieron el bautismo fuera de la comunión, y aquellos que sin creer en Cristo viven rectamente por su

fe en el Dios único. Ahora es necesario estudiar los diversos modos de pertenencia a la Iglesia de Cristo.

a. Pertenencia incompleta: Aquí se encuentran los no cristianos y los cristianos no católicos.

Los no cristianos (budistas, judíos, musulmanes, etc.) pueden salvarse siempre y cuando

ignoren sin culpa el Evangelio de Cristo y su Iglesia; y se esfuercen, con la ayuda de la

gracia, en llevar una vida recta, justa de cara a Dios (LG 16). Por su parte, los cristianos no

católicos (protestantes y sectas), aquellos que estando bautizados con el nombre de cristianos

no profesan la fe en su totalidad o no guardan la unidad de comunión bajo el sucesor de

Pedro, también pueden salvarse siempre y cuando lleven una vida recta conforme a su fe.

b. Pertenencia plena: Aquí se encuentran los que están plenamente incorporados a la Iglesia,

pues han recibido el Bautismo dentro de la Iglesia Católica Romana y no han apostatado de

su fe; o han sido bautizados válidamente en una Iglesia cristiana separada (ortodoxa o

episcopal) y han hecho expresa profesión de fe católica en la Iglesia; o fueron bautizados y

pertenecen a una Iglesia en comunión (Iglesias católicas orientales de rito diverso). Pero no

basta el sólo bautismo, es necesario además (LG 14): perseverar en la gracia de Dios

(santidad de vida), utilizar los medios de santificación (sacramentos), profesar la fe de la

Iglesia (Credo y dogmas), y obedecer a la Jerarquía de la Iglesia (comunión).

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5.3. Necesidad de la fe para la salvación

Como sabemos, la fe es una virtud sobrenatural por la que creemos firmemente lo que Dios ha

revelado y que la Iglesia nos enseña. Esta virtud es un don gratuito de Dios (nadie cree simplemente

porque quiere creer), superior a nuestra naturaleza humana, que nos da conocimiento verdadero y firme

de verdades sobrenaturales, y que se basa en la autoridad de Dios, que revela, y de la Iglesia, que guarda

y enseña esas verdades. En este sentido, la fe es necesaria para la salvación (Mc 16,15-16); y las

principales verdades que hemos de creer están contenidas en el Credo. Pero el Magisterio de la Iglesia

ha ido exponiendo otras verdades del Depósito de la fe, a las que se denomina dogmas de fe si han sido

expresamente definidas en su contenido. Por eso, la fe que hemos de creer debe ser:

a. Viva: Traducida en obras y animada por la caridad y la gracia de Dios (Stgo 2,26; 1 Cor 13,2)

b. Constante: Con la voluntad firme de mantenerla y acrecentarla.

c. Universal: Acepta todas y cada una de las verdades enseñadas por la Iglesia.

5.4. Orígenes de la separación y división en la Iglesia de Jesucristo

Ya sabemos que Cristo quiso y fundó una sola Iglesia, pero, como hemos visto, esta unidad ha sido

afectada por diferencias de carácter humano: divergencia de pensamiento que han llevado al desacuerdo

y a faltas disciplinarias (acusaciones entre unos y otros) que han provocado la división en la Iglesia. Esto

produjo, en un primer momento, la separación en la Iglesia Católica y Apostólica de las primeras

comunidades después del Concilio de Calcedonia (año 451) por cuestiones teológicas o doctrinales; pero

algunas poco a poco han vuelto a la comunión (más adelante citaremos cuáles).

Por otro lado, durante los primeros mil años del Cristianismo hubo siete grandes Concilios

Ecuménicos en los que participaron todas las iglesias cristianas, tanto las orientales (exceptuando las

separadas en el año 451) como la occidental, el último de ellos en el año 787 en Constantinopla. De tal

manera que las enseñanzas de estos Siete Concilios Ecuménicos, sin agregados, ni omisiones o reformas

fueron la doctrina común de la Iglesia Cristiana Católica; tanto los romanos como los orientales

teníamos entonces un misma y sola doctrina, y casi los mismos ritos y el mismo derecho canónico; de

hecho las iglesias ortodoxas no han efectuado desde aquel entonces, en absoluto, ninguna reforma de

estos dogmas ni del derecho canónico y casi ningún cambio en los ritos).

Asimismo, en los inicios del Cristianismo existían tres grandes centros supradiocesanos (regionales

o metropolitanos), que eran cabeza de todas las iglesias episcopales de las ciudades de su zona de

influencia: la Iglesia de Roma, fundada por los apóstoles San Pedro y San Pablo; la Iglesia de Antioquía,

fundada también por el apóstol San Pedro; y la Iglesia de Alejandría, fundada por el apóstol San Marcos.

En sus territorios se reunían, desde el Siglo II, concilios de todos sus obispos. Luego se agregaron

Constantinopla y Jerusalén, llegándose, de tal manera, a la famosa pentarquía, o sea, el gobierno de los

cinco. La Iglesia de Constantinopla fue fundada por el apóstol San Andrés, cuando el lugar donde luego

San Constantino el Magno habría de construir en el año 330 la nueva Roma, se llamaba Bizantino o

Bizancio. Estas cinco grandes iglesias se llamaban, en un principio, Arzobispados, y luego Patriarcados.

Estaban, desde sus orígenes en el territorio del Imperio Romano, hasta el siglo VII, que con su división

oriental y occidental -a cargo del emperador Teodosio el Grande, en el año 395- la Iglesia Romana

quedó en la parte occidental y los restantes cuatro Patriarcados en la oriental. Estos últimos suelen ser

llamados también Iglesias Orientales, ortodoxas por su doctrina y bizantinas por su rito. Luego, se

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fueron sumando nuevas iglesias ortodoxas independientes o autocéfalas: la búlgara, la serbia, la rusa, la

griega, la rumana, entre otras. Actualmente existe casi una veintena de este tipo.

Fue en el año 1054 que se dio la segunda separación, conocida como el Gran Cisma Cristiano entre

la Iglesia de Occidente (de rito romano y con sede en Roma) y las Iglesias de Oriente (de rito ortodoxo o

bizantino y con sede en Bizancio, hoy Estambul, Turquía; incluidos los Patriarcados de Alejandría,

Egipto, y Antioquia, antiguamente Siria y hoy Turquía) por razones doctrinales y disciplinarias; algunas

de las Iglesias ortodoxas, anexadas posteriormente, también han vuelto a la comunión con Roma.

Como las Iglesias Ortodoxas no han hecho cambios, -la Iglesia Romana sí ha hecho reformas

(Trento y Vaticano) pero a su vez han conservado muchos dogmas intactos, así como cánones y ritos-,

podemos mencionar algunas diferencias prácticas con ellas: En cuanto al Credo, los cristianos ortodoxos

tienen el mismo credo de Nicea, original, sin añadidura de las palabras “y del Hijo”, al referirse a la

procedencia del Espíritu Santo. En cuanto a los Sacramentos, poseen los mismos Siete, pero la

Confirmación y la Primera Comunión es otorgada a los bebés inmediatamente después del Bautismo; sin

embargo, la primera Confesión se hace al cumplir los siete años de edad; la Iglesia Ortodoxa considera

que el matrimonio debe durar toda la vida, pero en algunos casos concede el divorcio y permite

segundas nupcias; los monjes del clero regular (monacal) deben ser célibes, pero los sacerdotes del clero

secular (que sirven en las parroquias) tienen que estar casados antes de la Ordenación (como antes del

siglo XV en Occidente); para Obispos son ordenados solo los sacerdotes del clero regular (monjes). En

cuanto a doctrina, los cristianos ortodoxos también adoran a Dios en Trinidad y honran a la Virgen

María, Madre de Dios, y a los Santos, pidiendo su intercesión ante Dios. Asimismo, de acuerdo con lo

confirmado por el Séptimo Concilio Ecuménico, celebrado en el año 787 en Constantinopla, honran y

veneran las imágenes sagradas (en griego íconos) de Cristo, de la Virgen María y de los Santos.

Finalmente, en 1517 se produjo el Cisma de la Iglesia de Occidente mediante la Reforma Protestante

promovida por Martín Lutero y sus seguidores. Y en 1536 se dio la separación de la Iglesia Anglicana

promovida por la indisciplina de Enrique VIII, rey de Inglaterra y Señor de Irlanda, que había pedido al

Papa la anulación de su matrimonio para contraer nuevas nupcias; ante la negación de Roma se

autonombra jefe de la Iglesia de Inglaterra llegándose a casar seis veces. El sector más ortodoxo de la

Iglesia Anglicana está actualmente en diálogo para volver a la comunión. En el caso de la Iglesia

Cristiana Protestante, todavía en vida de Lutero se había fracturado en un sinfín de comunidades

evangélicas que fueron asumiendo distintos nombres: Luteranos, Calvinistas, Bautistas, Metodistas,

Presbiteranos, Adventistas, Pentecostales, etc.; son las llamadas Iglesias Protestantes Históricas, que más

tarde (siglo XIX) en Norteamérica dieron origen a cientos de sectas cristianas, entre ellas: Mormones y

Testigos de Jehová. El siguiente recuadro sobre el desarrollo histórico de los grupos cristianos, desde los

orígenes de la Iglesia a la fecha, puede darnos una visión sobre este fenómeno de escisión:

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5.5. Iglesias Católicas Orientales que están en comunión con la Iglesia Católica Romana

Veamos ahora cuáles son las comunidades católicas orientales, de rito diverso y con organización

propia o autónoma, que están en comunión con Roma; aquellas que siendo fundadas por los apóstoles

rompieron la comunión en el año 451, después del Concilio de Calcedonia, y otras añadidas a la Iglesia

Ortodoxa, y que poco a poco han vuelto a la comunión. Entre ellas podemos contar:

a. Iglesias Católicas Patriarcales

+ Iglesia Católica Maronita de rito siriaco o antioqueno con sede en Bkerke, Líbano.

Siempre ha mantenido la comunión con Roma.

+ Iglesia Católica Copta de rito alejandrino con sede en El Cairo, Egipto. Volvió a la

comunión en el año 1741.

+ Iglesia Católica Armena de rito armenio con sede en Beirut, Líbano. Volvió a la

comunión en el año 1742.

+ Iglesia Católica Siriana de rito antioqueno o siriaco con sede en Beirut, Líbano. Volvió a

la comunión en el año 1895.

+ Iglesia Católica Caldeana de rito caldeano con sede en Bagdad, Irak. Volvió a la

comunión en el año 1551.

+ Iglesia Católica Melquita de rito bizantino u ortodoxo con sede en Damasco, Siria.

Volvió a la comunión en el año 1724.

b. Iglesias Católicas Archiepiscopales Mayores

+ Iglesia Católica Ucraniana de rito bizantino y con sede en Kiev, Ucrania. Volvió a la

comunión en el año 1595-1596.

+ Iglesia Católica Rumana de rito bizantino con sede en Transilvania, Rumania. Volvió a la

comunión en el año 1697.

+ Iglesia Católica Siro-Malabar de rito siriaco-oriental con sede en Ernakulam, India.

Volvió a la comunión en el año 1599.

+ Iglesia Católica Siro-Malankara de rito siriaco-occidental con sede en Trivandrum,

India. Volvió a la comunión en el año 1930.

c. Iglesias Católicas Metropolitanas Orientales (ortodoxos griegos en comunión con Roma)

+ Iglesia Católica Etíope de rito etíope y latino (romano) con sede en Adis Abeba, Etiopía.

Volvió a la comunión en el año 1839.

+ Iglesia Católica Rutena de rito bizantino con sede en Presov, República Checa. Volvió a

la comunión en el año 1646.

+ Iglesia Católica Italo-Albanesa de rito bizantino con sede en Calabria, Italia. Volvió a la

comunión en el año 1595.

+ Iglesia Católica Eslovaca de rito bizantino con sede en Kosice, Eslovaquia. Volvió a la

comunión en el año 1646.

d. Otras denominaciones de rito bizantino en comunión con Roma

+ Iglesias Católicas Ortodoxas que han aceptado la comunión con la Santa Sede en Roma:

Búlgara, Húngara, Griega, Croata, Macedonia, Albanesa, Rusa y Bielorrusa.

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5.6. El Ecumenismo

De acuerdo al Concilio Vaticano II, por Ecumenismo “se entiende las actividades e iniciativas que,

según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y ordenan a

favorecer la unidad entre los cristianos” (UR 4).

Para lograr la unidad entre las diversas Iglesias Cristianas y sus miembros, los padres conciliares se

han esforzado por vencer los hondos recelos históricos y dar importantes pasos en la lucha por la

comunión. Sin embargo, la anhelada unidad no es fácil de conseguirla, pues una división de siglos no se

arregla en pocos años, aún con la mejor voluntad.

Por eso, el ecumenismo supone un largo y laborioso proceso de diálogo y comprensión con cada

comunidad separada. Y estos esfuerzos ecuménicos de católicos, ortodoxos y protestantes obedecen a

tres sentimientos básicos y comunes:

- La conciencia dolorosa de la división entre los cristianos y el escándalo ante los no creyentes.

- La firme y ardiente voluntad de remediar esta situación.

- La certeza de que, con la ayuda de Dios, los esfuerzos humanos lograrán algún día la comunión.

Por otro lado, los principios que inspiran el Ecumenismo de la Iglesia vienen señalados en Unitatis

Redintegratio o Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II:

1o. Existe una sola Iglesia de Cristo que es la Iglesia Católica Romana. Esto significa que no hay

una pluralidad de Iglesias salvadoras igualmente válidas y que la Iglesia de Cristo no es la

suma de todas las Iglesias cristianas dispersas.

2o. Las Iglesias y comunidades separadas no están desprovistas de algún valor de salvación. Esto

significa, como ya hemos visto, que conservan parte más o menos importante de la riqueza y

de los medios de salvación de Cristo, pero desconocen en parte a Cristo e incluso tienen una

visión deformada de Él (Cristo + Iglesia = Iglesia completa).

La Iglesia siente el grave deber, como consecuencia ineludible de la fidelidad a su misión, de atraer a

los cristianos separados a la plenitud de la verdad y de la salvación de Cristo. Por ello, como expresiones

de este ecumenismo, debemos respetar y apreciar a los hermanos separados, orar por la unidad de todos

los que creemos en Cristo (Octavario de Oración por la Unidad de los Cristianos, del 18 al 25 de enero

de cada año), conocer mejor y tener mayor fidelidad a la fe en la doctrina de la Iglesia (formación

personal y comunitaria), y promover la santidad de vida (uso de sacramentos).

5.7. Relación con los no cristianos (Catecismo 839-844)

La Iglesia se siente unida además, por muchas razones, con todos los que creen en Dios, aunque no

sean cristianos. Por esta razón, la Iglesia mantiene también comunicación y una relación cercana con

todas las Iglesias no cristianas. Desde el Concilio Vaticano II (LG 16) nos invita a dialogar, en una

sociedad moderna y pluralista, con las demás comunidades religiosas: judíos, musulmanes, bahais y

fieles de otras Iglesias no cristianas, pues ellos también están ordenados a la Iglesia, Pueblo de Dios, de

diversas maneras (ver catolicidad de la iglesia, pág. 15 de estos apuntes para completar el comentario).

a. Relación de la Iglesia con el pueblo judío: La Iglesia, Pueblo de Dios en la Nueva Alianza, al

escrutar el propio misterio, descubre su vinculación con el pueblo judío a quien Dios habló

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primero. A diferencia de otras religiones no cristianas, la fe judía es una respuesta a la

revelación de Dios en la Antigua Alianza (cf. Rom 11,23). La Iglesia y el Judaísmo coinciden

en su origen y tienden hacia fines análogos: la espera de la venida (o retorno) del Mesías.

b. Relación de la Iglesia con los musulmanes: El designio salvífico comprende también a los

que reconocen al Creador; entre ellos están los musulmanes, que profesan tener la fe de

Abraham y adoran con nosotros al Dios único y misericordioso que juzgará a los hombres al

final de los tiempos. La Iglesia y el Islam coinciden en su origen patriarcal y en la adoración

de un sólo Dios.

c. El vínculo de la Iglesia con otras religiones no cristianas: Todos los pueblos forman una

única comunidad y tienen un mismo origen, puesto que Dios hizo habitar a todo el género

humano sobre la entera faz de la tierra; tienen también un único fin último, Dios, cuya

providencia, testimonio de bondad y designios de salvación se extienden a todos. Así, la

Iglesia y las Religiones no cristianas, como los bahais, coinciden en el origen y destino final

de la vida humana: Dios.

Además de todo esto, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que puede encontrarse en las

diversas religiones, cristianas y no cristianas, como expresión (Semina Verbi, “semillas del Verbo”) del

Evangelio de Cristo y como un don de Aquel que ilumina a todos los hombres para que tengan vida (NA

2, EN 53). Aunque, en su comportamiento religioso, los hombres muestran también límites y errores que

desfiguran en ellos la imagen de Dios, pues con demasiada frecuencia los hombres, engañados por el

Maligno, han razonado como personas vacías y han cambiado el Dios verdadero por un ídolo falso,

sirviendo a las criaturas en vez de al Creador. El mismo efecto produce el fanatismo religioso que, al

exagerar por lo sagrado, pervierte la fe y afecta la dignidad humana.

5.8. La libertad religiosa

Para finalizar el apartado sobre Ecumenismo, es importante decir también unas palabras acerca de

este derecho fundamental humano, que no se opone a lo que la Iglesia expone y define en su Doctrina.

De hecho, ha sido la Iglesia de Cristo la gran promotora y defensora de los derechos humanos a lo largo

de la Historia; aún cuando en el pasado se haya equivocado.

La libertad religiosa es reconocida por el derecho internacional en varios documentos como el

artículo 18 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) y el artículo 18 del Pacto

Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas (1966) –el artículo 27 de este

mismo Pacto garantiza a las minorías religiosas el derecho a confesar y practicar su religión. De la

misma forma lo hace la Convención Europea de los Derechos del Niño, en sus artículos 14 y 9. Esto

quiere decir que la libertad de culto o libertad religiosa es un derecho fundamental que se refiere a la

opción de cada ser humano de elegir libremente su religión, de no elegir ninguna (irreligión o vivir sin

religión), o de no creer o validar la existencia de un Dios (ateísmo y agnosticismo) y poder ejercer dicha

creencia públicamente, sin ser víctima de opresión, discriminación o intento de cambiarla. Este concepto

va más allá de la simple tolerancia religiosa que permite el ejercicio de religiones distintas. Y el

Magisterio de la Iglesia vela y lucha porque estas expresiones no atenten contra la dignidad humana.

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Por otra parte, en las democracias modernas generalmente el Estado garantiza la libertad religiosa a

todos sus ciudadanos, pero en la práctica la elección del credo se da generalmente por costumbres

familiares y sociales, asociándose frecuentemente ciertas sociedades a ciertas religiones. Además, las

situaciones de discriminación religiosa o intolerancia religiosa siguen siendo muy frecuentes en distintas

partes del mundo, registrándose casos de intolerancia, preferencia de una religión por sobre otras y

persecución a ciertos credos. Tanto en el pasado como en el presente, la Iglesia de Cristo ha sido

perseguida y sus miembros martirizados por su fe.

Basándose en estos derechos fundamentales del hombre, la Iglesia, comprometida con su Fundador,

no deja de iluminar las diversas culturas con el Evangelio de Cristo, y de acuerdo a los avances en los

derechos humanos, busca inculturizar, respetando lo vernáculo o propio y promoviendo la dignidad y

justicia humana, el proyecto de salvación contenido en la Revelación y sostenido en la Sagrada Escritura

y la Tradición (Doctrina del Magisterio). Busca que cada ser humano conozca a Cristo y se decida,

libremente, por la oferta de salvación que El le ofrece.

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6. La Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia

Como coronación de nuestro estudio sobre la Iglesia abordaremos ahora la fe y la doctrina sobre

“aquella que, después de Cristo, ocupa en la Santa Iglesia el lugar más alto y a la vez más próximo a

nosotros” (LG 54): la Santísima Virgen María, la criatura mas privilegiada con gracias y virtudes

extraordinarias por ser escogida para ser Madre de Dios, el Verbo encarnado, Dios hecho hombre, Cristo

salvador (Lc 1,26-38). Dios la eligió para que cooperara como nadie en la salvación de todos los

hombres en unión con su Hijo. Los padres conciliares dedicaron el último capítulo de la constitución

Lumen Gentium a la Virgen María y a su papel en la Historia de nuestra Salvación (LG 52-69 y

Catecismo 484-507). En Ella el Señor nos ofrece un ejemplo vivo de cómo ser discípulo de Cristo: su

total adhesión a la voluntad del Padre, a toda moción del Espíritu Santo, que la lleva a colaborar en Su

Plan salvífico y ser Madre del Redentor del mundo.

6.1. Vida de la Virgen María

La Tradición nos cuanta que la Virgen María nació de los ancianos Joaquín y Ana, y que cuando

niña fue llevada a Jerusalén. Los Evangelios empiezan hablarnos de Ella como Madre del Mesías

esperado; que vivió en Nazaret, donde estuvo desposada José; que después del anuncio del Ángel visitó

a su prima Isabel (Lc 1,39-56); que para cumplir con el censo oficial del Imperio Romano fue con José a

Belén, donde nació Jesús (Lc 2,1-20); que regreso a Jerusalén para su purificación (Lc 2,22-39) y para la

presentación de su Hijo a la edad de 12 años, donde el Joven Jesús enseñó en el Templo a los maestros

de la ley (Lc 2,40-52). Durante la vida oculta de Jesús, María cumplió su oficio de madre acompañando

a Jesús en su niñez, juventud y vida adulta, y a su esposo José, quien debió morir poco antes del

bautismo de Jesús. Durante la vida pública de su Hijo, María aparece en las bodas de Cana moviendo a

Cristo a realizar su primer milagro (Jn 2,1-11); en uno de los discursos de Jesús cuando preocupada por

El va a buscarlo junto con sus parientes porque decían que se había vuelto loco (Mc 3,21-35); y en el

Calvario, acompañando a Jesús en su crucifixión y muerte (Jn 19,25-27). Después de la Ascensión,

María ora junto a los Apóstoles en el Cenáculo, esperando la venida del Espíritu Santo en Pentecostés

(Hech 1,14). De su vida posterior la Tradición nos dice que vivió con San Juan Apóstol y probablemente

con San Lucas Evangelista, hasta el día en que fue asunta al Cielo en cuerpo y alma. María vivió en la

tierra sólo para Jesús y para ayudarle en su redención de los hombres, del mismo modo que ahora vive

en el Cielo sólo para Él y para ayudar a los hombres a conocer y amar a Cristo y su redención.

6.2. Dogmas de fe Marianos

Cuatro son las verdades de fe que profesamos sobre la Virgen María:

a. Maternidad Divina: Este dogma expresa que María es verdaderamente Madre de Dios, porque es

Madre de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Cristo, en virtud de la “unión hipostática”, poseía

una naturaleza divina y otra humana unidas en su Persona. Así, María es Madre de Dios porque

dio a luz carnalmente al Verbo de Dios. Este dogma fue definido en el Concilio de Éfeso (año

431) y es el mayor privilegio otorgado por Dios a la Santísima Virgen, del cual derivan todos los

demás. La fiesta la celebramos el 1º de Enero.

b. Perpetua Virginidad: Este dogma expresa que Santa María fue virgen antes, durante y después

de dar a luz a Jesús. Es decir, que concibió en su vientre a Jesús sin intervención de varón, por

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obra del Espíritu Santo (Lc 1,26-38). El profeta Isaías anunció que el Mesías nacería de una

Virgen (Is 7,14). San Mateo recoge en su Evangelio esta profecía al hablar de la concepción de

Jesús (Mt 1,20-23). Y en el Credo confesamos que Cristo “fue concebido por obra del Espíritu

Santo y nació de María Virgen”; por lo que el dogma se definió en el Concilio de Nicea (año

325). No afecta esta verdad expresiones evangélicas como “hermanos de Jesús” (Mc 6,3), pues

hermano entre los judíos era un término amplio que incluía primos o parientes; ni “padre de

Jesús” (Lc 2,33) cuando se habla de José, o “hijo de José” (Lc 2,23) cuando se habla de Jesús,

pues de esa manera se daba legitimidad a la descendencia davídica de Cristo, se salvaguardaba el

honor de María, y se cobijaba a Jesús en el seno de una familia. La fiesta la celebramos el 25 de

Marzo como la Anunciación.

c. Inmaculada Concepción: Este dogma expresa que María fue preservada de todo pecado desde el

momento mismo de su concepción. Es decir, que María fue concebida sin pecado en el vientre de

Santa Ana, su madre. Este privilegio le fue dado a María en previsión de los méritos de su Hijo

en la Cruz; en este sentido, María es la primer redimida por Cristo, de forma anticipada (para

Dios no hay imposibles). Convenía, pues, que María fuera concebida sin pecado pues iba a ser

Madre de Dios. Aunque este dogma es una verdad poseída y confesada desde siempre por la

Iglesia, fue definido en 1854 por el Papa Pío IX. La fiesta la celebramos el 8 de Diciembre.

d. Asunción a los Cielos: Este dogma expresa que la Virgen Inmaculada, transcurrido el tiempo de

su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma al Cielo. Si su cuerpo fue preservado del pecado

original, por la misma razón no debía sufrir corrupción, siguiendo así el ejemplo de su Hijo.

Aunque este dogma también es una verdad poseída y confesada desde siempre por la Iglesia, fue

definido en 1950 por el Papa Pío XII. La fiesta la celebramos el 15 de Agosto.

6.3. Otros Títulos de la Virgen María

Aunque no se hayan definido dogmáticamente, la Iglesia y la piedad del pueblo cristiano descubren

otros muchos motivos de honor de la Santísima Virgen, por los que se hace acreedora de los siguientes

títulos, a través de los cuales también es venerada:

a. María, Madre de la Iglesia: Por ser Madre de Cristo es también Madre de los fieles y de los

pastores; es decir, de la Iglesia (así la proclamó el papa Pablo VI en 1964). Ella está íntimamente

unida a la Iglesia; participa plenamente de su vida a lo largo de toda su Historia. De hecho, Ella

estuvo activamente presente en la fundación de la Iglesia. La fiesta la celebramos el 31 de Oct.

b. María, Corredentora: Porque se unió perfectamente a Jesús, su Hijo, el único Redentor, desde su

concepción hasta su muerte en la Cruz.

c. María, Medianera de todas las gracias: Aunque subordinada a Cristo, su Hijo, María es el canal

obligado de paso de todas las gracias que Dios concede a las criaturas.

d. María, nueva Eva, Madre de los hombres: Ya que Cristo, su Hijo, el nuevo Adán, redimió del

pecado a los hombres dándoles nueva Vida.

e. María, Reina de cielos y tierra: Ya que Cristo, su Hijo, es el Rey de reyes y Señor del universo.

La fiesta la celebramos el 22 de Agosto.

f. Abogada, Maestra, Auxiliadora (de los cristianos) o Perpetuo Socorro, Refugio (de pecadores),

Trono de Sabiduría, Causa de Alegría, etc. (cf. Letanías del Santo Rosario).

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6.4. El Culto a María Santísima

El culto (del latín cultus, que significa cultivar o adorar) es el homenaje de sumisión y alabanza que

se debe a Dios, a la Virgen y a los santos. Estrictamente, el culto solo se tributa a Dios; pero, en un

sentido amplio, se rinde también culto u honor a lo estrechamente unido con Dios.

a. Tipos de Culto

a.1. Latría o adoración: Culto dado exclusivamente a Dios.

a.2. Dulía o veneración: Culto dado a todos los santos.

a.3. Hiperdulía o especial veneración: Culto a la Santísima Virgen María (LG 66).

La historia narra la larga y profunda devoción que el pueblo cristiano le tiene a la Virgen María. Esto

significa que Dios lo acepta y quiere, pues en caso contrario la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, no

lo hubiera permitido y alentado. Además, la Virgen misma expresa a su prima Isabel que “todas las

generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48); en Ella, el creyente ha encontrado la protección y

los auxilios espirituales en todos sus peligros y necesidades, y por eso la honra o venera.

b. Modos de honrar a la Santísima Virgen

b.1. Oraciones: Son alabanzas y súplicas dirigidas a la Virgen. Las más conocidas son: el

Avemaría, la Salve, el Magníficat, Bendita sea tu pureza, Oh Señora mía!, etc.

b.2. Devociones: Son expresiones del amor a la Virgen, y suelen incluir una o varias oraciones.

Las más comunes: el Santo Rosario, el Ángelus, los tres Avemarías de la pureza, la Sabatina (el

sábado es el día especial para honrar a la Virgen María), los meses de Mayo y Octubre

(dedicados a la Virgen María y el Santo Rosario, respectivamente), etc.

b.3. Imágenes y Templos: Son expresiones materiales del amor a Santa María, que al mismo

tiempo lo fomentan. Por ejemplo: el Escapulario del Carmen, la Medalla Milagrosa, Cuadros y

Esculturas que reproducen la imagen de María, las Ermitas y Santuarios que ofrecen un espacio

digno y vivo para honrar a la Virgen María (El Pilar en España, Tepeyac en México, Lourdes en

Francia, Fátima en Portugal, el Rocío, Covadonga, Torreciudad, etc.)

b.4. Fiestas: Son los días de especial celebración litúrgica en honor a la Virgen. Además de las ya

mencionadas están: la Natividad de María el 8 de Septiembre, y cada advocación o nombre con

que celebramos a la Virgen María tiene su día de celebración: así Guadalupe el 12 de Diciembre

como El Pilar el 12 de Octubre.

La devoción personal a la Santísima Virgen es señal de predestinación, de que un día llegaremos al

Cielo como Ella. San Bernardo nos anima a venerar a la Virgen y a implorar su intercesión con estas

palabras: “En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María. No se aparte María de tu

boca, no se aparte de tu corazón. Y para conseguir su ayuda intercesora, no te apartes tú de los ejemplos

de su virtud. No te descaminarás, si la sigues. No desesperarás, si la ruegas. No te perderás, si en Ella

piensas. Si Ella te sostiene, no caerás. Si te protege, nada tendrás que temer. No te fatigarás, si es tu

guía. Si Ella te ampara, llegarás felizmente al puerto de salvación.” No dejemos, pues, de amarla y

honrarla, alabando su nombre e invocando su protección y ayuda.

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7. Escenarios de la Iglesia actual (Modelos). Viabilidad histórica y congruencia evangélica

Después de nuestro estudio sobre la naturaleza de la Iglesia, su misión, estructura y organización, así

como su relación con otras comunidades religiosas, cristianas y no cristianas, y el papel fundamental de

la Virgen María en su origen, fundación y misión en la procuración de la salvación de las almas, vamos

a enfocarnos, en este último punto, en los diversos escenarios de la vida eclesial al momento actual.

Hemos recurrido brevemente a la Historia y a la Tradición doctrinal para explicarnos someramente

la situación presente de la Iglesia y su perspectiva a futuro, ahora analizamos las principales fuerzas que

actúan en su entorno para descubrir esos escenarios que plantean modelos de Iglesia. Cada escenario o

realidad nos descubre una fuerza dominante (tema, asunto, situación, realidad, etc.), se elige como eje

central y en torno a él se organizan los elementos principales del cuerpo socio-eclesial; esto permite

organizar datos múltiples y estructurarlos para interpretar y comprender mejor el modelo de Iglesia para

delinear su trabajo a futuro: por dónde camina o debe caminar la Iglesia. De acuerdo a este

planteamiento socio eclesial, podemos descubrir y plantear cuatro escenarios básicos en la Iglesia actual:

El de una Iglesia institucional, el de una Iglesia carismática, el de una Iglesia profética o de la Palabra, y

el de una Iglesia liberadora. Hablemos prospectivamente de la Iglesia desde estos cuatro escenarios y

analicemos la viabilidad histórica y la congruencia evangélica de cada uno de ellos.

7.1. Modelo de una Iglesia de la Institución

Dentro de este marco prevalece el aspecto estrictamente institucional: Se refuerzan sus

principales centros: la Curia romana, la Diócesis y la Parroquia. Se da más relevancia al Derecho

Canónico, a la ley, a las normas, a las reglas, a los ritos, a las rúbricas. Predomina la Tradición

garantizada por la autoridad de la Jerarquía.

La producción teológica, que reinterpreta los temas fundamentales de la fe, recibe fuerte control

oficial, reafirmando el valor de la argumentación del Magisterio (los campos que se perfilan para el

futuro son el de la teología de las religiones y el de la bioética); un control similar se ejerce sobre la

exégesis bíblica, manteniéndose apegada a lo científico más que en lo pastoral; la unidad doctrinal, a

través del catecismo único y universal, mantiene la unidad institucional. En el campo litúrgico se trata

de lograr el difícil equilibrio entre el celo por la exactitud del rito y la inspiración carismática (se busca

un punto medio entre la rigidez y los impulsos emocionales). Se dificulta el trabajo de la inculturación y

del sincretismo.

Por su parte los movimientos laicales, con toda su fuerza y organización internacionales, están al

servicio de la Iglesia institución; mantienen la unidad y el dinamismo eclesial, la identidad y vitalidad

del clero; responden mejor al proceso de globalización social y centralización urbana; insertan

prudentemente la experiencia subjetiva, emocional, individual, dentro del marco institucional;

mantienen la vitalidad eclesial y eficientan el trabajo pastoral; etc. Estos movimientos religiosos

desempeñan una función de consuelo, de alivio psíquico, de ayuda espiritual para tanta gente angustiada,

desesperada, tanto por razones materiales como psíquico-espirituales; se manifiestan como un nuevo

Pentecostés en la Iglesia, y responden al proyecto global de Iglesia.

En cuanto a la jerarquía, la elección de los obispos responde a criterios de fidelidad y obediencia

disciplinaria, más que al bien pastoral de la comunidad; el ejercicio episcopal es más conservador. La

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preparación del clero en los Seminarios y el ejercicio de su ministerio en las comunidades están

dirigidos por el Derecho Canónico, más que por la necesidad y la realidad pastoral. Todo esto fortalece

la Iglesia institución; incluso las vocaciones son pensadas con vistas a reforzar y prolongar las

respectivas instituciones. El Magisterio promueve la elaboración objetiva de una enseñanza moral,

especialmente en el campo familiar y sexual; pero en el campo social se ajusta a los límites de tolerancia

del sistema político-económico vigente.

En este escenario, las fuerzas presentes en la Iglesia que se aparten de la línea central institucional,

quedarán marginadas; tendrán futuro en la medida en que no atenten abiertamente contra el sistema o

prefieran la estrategia del silencio, del no hacerse notar. Se prevé el crecimiento y salida de la Iglesia

institucional de personas más críticas e impregnadas de mentalidad moderna, abierta, de conciencia

autónoma; pero, como contraparte, podrá producirse un retorno a la práctica religiosa de muchos

católicos alejados. En el campo ecuménico y el diálogo interreligioso, se busca el reconocimiento del

Primado en un diálogo fraterno y paciente, aunque no libre de autoritarismos y proselitismos entre las

partes. En el campo misionero será difícil mantener la comprensión y el entusiasmo misionero.

A nivel social y político, el fenómeno de la secularización apagará la voz de la Iglesia, cada vez

menos autorizada para influir verdaderamente en la sociedad y el Estado (cada vez más laico, neutro; no

se opondrá a las religiones, pero tampoco permitirá que éstas interfieran en su campo de acción). Por

esta razón la Iglesia institucional evita entrar en conflicto con los sistemas políticos y económicos

dominantes; por el contrario, procura convivir con ellos y colabora con obras asistencialistas y de

suplencia, como signo de su presencial social; y el Estado recurre a la Iglesia para pedirle apoyo en las

solución de las diversas crisis. La batalla más difícil se da en el campo cultural, donde sus principios

institucionales son cuestionados. Sin embargo, busca domesticar, o apartarse si no puede, cualquier

expresión humana.

En cuanto a las posibilidades de este escenario se puede decir que: Sintoniza con la mentalidad

objetivista y pragmática de la tecnociencia; en momentos de enorme inseguridad, ofrece contornos

objetivos, precisos y claros, proporciona estabilidad y seguridad a las personas; ofrece una firme

reacción frente a la post-modernidad desestructurante y disgregadora; opera en continuidad con el

movimiento neoconservador; y, la experiencia milenaria respalda esta prospectiva.

Pero, por otro lado, pesan muchas razones negativas que la señalan como inviable: Se sitúa a

contracorriente de otra vertiente de la modernidad que valora la autonomía, la subjetividad y la

experiencia; puede perder credibilidad si no se abre al crecimiento general de la conciencia democrática.

Por estas razones, la cultura post-moderna y las aspiraciones religiosas de las personas pedirán

estructuras de Iglesia más flexibles y adaptadas a las experiencias subjetivas, personales.

7.2. Modelo de una Iglesia Carismática

Dentro de este marco prevalece el aspecto carismático: la subjetividad y la exuberancia de la

emoción. Por tanto, se busca la identidad individual en un proceso de interiorización subjetiva. Se da

más relevancia a las experiencias que traigan consuelo, tranquilidad y paz en medio de este mundo tan

agitado y estresante. Se presenta con mucha fuerza en el escenario político y cultural por medio de

movimientos sociales. Se expresa a través de una dispersión de creencias místicas. Se descubren y

frecuentan las grandes corrientes espirituales dentro y fuera de la tradición cristiana. Se multiplica, al

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interior de la Iglesia, la experiencia en el Espíritu en sus diversas formas; lo sagrado se impone por su

capacidad de seducción. Se trata de un intento de regresar a los orígenes del cristianismo, pues a lo largo

de los años la tradición eclesial ha perdido su carácter iniciático y mistérico. Aquí se desarrolla mucho

más la dimensión del amor, de la compasión, de la presencia personalizadora; en ella el pobre tiene un

espacio importante como alguien que merece cariño, asistencia y atención por parte de la comunidad.

En este escenario, ¿cómo se redimensionan los elementos fundamentales de la Iglesia? La lectura de

la Sagrada Escritura cumple una función más esotérica y mántrica que como Palabra de Dios que

cuestiona y convierte (lo esotérico es algo secreto o incomprensible que se transmite sólo a unos pocos,

llamados iniciados; y lo mántrico es orar o meditar repitiendo una palabra o pequeñas frases como

“Señor mío, Tú estás aquí”). La metodología consiste en abrir la Biblia al azar esperando que el texto

encontrado sea la solución dada por Dios a una situación específica de alguien.

La teología es más ignorada e indeseada que controlada. El lado racional de la fe cede su lugar a las

vivencias emocionales. Abunda una literatura teológica de divulgación sobre milagros, sanación interior,

bautismo y descanso en el Espíritu, dones del Espíritu, carismas y temas semejantes. Los videos

pastorales y religiosos substituyen a los libros. La catequesis asume una forma experiencial y sensitiva

(visual), sin importar tanto el contenido dogmático. La liturgia se desborda en expresiones festivas y

emocionales; la sobriedad de la liturgia romana es substituida por la creatividad carismática; los espacios

se amplían para acoger más gente; y, el tiempo de las celebraciones es más largo.

En este clima, se valoran los movimientos de espiritualidad. Las comunidades carismáticas católicas

encarnan más claramente el espíritu del momento; renuevan la Iglesia a través de la realización de un

permanente Pentecostés. Por tanto, la gran celebración litúrgica es la Pascua; algo que la Iglesia

histórica y dogmática relegó, pues la conciencia occidental desarrolló un espíritu de conquista que

encontraba en una Iglesia institucional: organizada, estructurada, polarizada en torno a la autoridad, un

instrumento más apto para su tarea colonizadora y evangelizadora. Pero el nuevo escenario redescubrirá

la experiencia del Espíritu Santo, lo carismático en franca oposición a lo institucional, como una manera

de superar la crisis presente.

Los laicos asumen una gran relevancia en el campo de la espiritualidad; de ser simples consumidores

de espiritualidades clericales o de las grandes tradiciones religiosas, pasan a desarrollar una

espiritualidad tan expresiva que llega a alimentar al clero y a formarlo en los seminarios; incluso, los

movimientos laicales forjan y forman su propio clero. Por otro lado, se multiplican los centros de

espiritualidad: casas de retiro, de encuentro y de oración. Pero se vive más una experiencia religiosa (de

lo sagrado) que una experiencia de Dios como tal (del Sentido o del Misterio).

El escenario espiritualista o carismático implica una relativización de la disciplina canónica,

especialmente cuando limita las expresiones espirituales. Por este motivo hay choques inevitables entre

esta dinámica carismática y las exigencias eclesiales de una Iglesia institucional.

En este escenario la moral también se vuelve más hacia la subjetividad. Tiene muchas dificultades

con la rigidez de la moral institucional, aunque en muchos puntos conserva aspectos tradicionales.

Maneja un doble discurso: uno oficial, de respeto hacia el fuero externo pues escucha con atención las

prescripciones y normas institucionales; y otro tolerante, abierto hacia el fuero interno, hacia sus

experiencias, y de acuerdo con ella toma libremente sus decisiones, aunque no sin rechazos externos.

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Por otro lado, la preocupación por la transformación interna de la Iglesia en una línea carismática

dificulta la sensibilidad ecuménica, que se había venido desarrollando en un clima más teológico que

carismático, y en un diálogo de liderazgos que buscan consensos más que convencimientos (diálogo

contra competencia, comunión contra proselitismo).

En el campo cultural se le concede una gran importancia a los medios. En este espacio tiene un

enorme poder de sugestión para crear climas espirituales. Los líderes carismáticos arrastran multitudes

ayudados por la tecnología y simplificando el mensaje evangélico; se buscan expresiones que causen

impacto (incluida la curación física).

En cuanto a las posibilidades de este escenario se puede decir que: Sintoniza con el clima cambiante

del tercer milenio, lo cual llevaría a que tal escenario se imponga. Pero, por otro lado, pesan muchas

razones negativas que la señalan como inviable: Se contrapone críticamente al imperio de la razón

instrumental. Entra en conflicto con la tecnociencia, pues la modernidad parece crecer en sus dos

expresiones de punta: ingeniería genética y ciencias de la comunicación. Además, tarde que temprano

enfrentará las consecuencias de su misma naturaleza: la inestabilidad propia de lo emocional y

carismático, que perece o se institucionaliza.

Finalmente, este escenario se anuncia como más religioso que cristiano; hasta se puede decir que

tiene rasgos paganos. Sin embargo, no se niega lo positivo de la experiencia humano-religiosa, de sus

efectos espirituales y psicosociales que llevan a una nueva consciencia religiosa; pero ésta no incrementa

necesariamente la especificidad cristiana que consiste en el seguimiento de Jesús, en la celebración

comunitaria de la memoria de Cristo en la liturgia y en el amor al prójimo, especialmente al pobre.

Mientras que la Iglesia carismática se desarrolla en un ambiente evangélico-pentecostal, con fuerte

atracción de espiritualidad oriental que busca la maximización del potencial humano, frecuentemente

centrado en la persona del líder, dotado de considerable poder sobre sus adeptos.

7.3. Modelo de una Iglesia de la Predicación

Este nuevo escenario gira en torno a la Palabra de Dios. Dentro de este marco prevalece el

aspecto doctrinal, el acontecimiento, la predicación y la enseñanza de la Palabra. Por tanto, la catequesis,

la teología, la evangelización y el anuncio misionero ocupan el papel central. Se busca la profundización

de la fe para los fieles. Se anuncia la revelación de Dios a los alejados. Se piensa en una nueva manera

de evangelizar a los que han abandonado la Iglesia.

Palabra de Dios. Se organiza la vida interna de la Iglesia en torno a la Palabra; es llamada Iglesia de

la evangelización. Se multiplican los cursos bíblicos. La Biblia se convierte realmente en el libro del

cristiano. El mes de la Biblia adquiere cada vez mayor relevancia.

Teología. Para una profundización sistemática de la fe se organizan cursos de teología para los laicos

en diferentes niveles. Se le da importancia a la actualización del clero y a la mejor formación teológica

de los seminaristas. La jerarquía pasa de la desconfianza a una colaboración más íntima con los fieles

como una manera de responder a la cultura post-moderna, caracterizada por las masas, los medios

virtuales, la indiferencia, la violencia, el consumo, la irresponsabilidad ética y la falta de compromiso

con la historia. Es una llamada valiente al diálogo religioso entre la fe y la razón, pues la realidad

expresa un rompimiento entre estas dos entidades humanas; el lugar privilegiado para el encuentro entre

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ellas es la cultura y la historia. Se busca, así, pasar de los acontecimientos a las causas y a volver a

descubrir su significado.

Evangelización. En este contexto cultural la evangelización trabaja y promueve la esperanza; en

términos políticos se llama utopía. Es la respuesta positiva a la cultura liberal y post-moderna. A la

Iglesia de la evangelización le corresponde la doble tarea de llamar la atención hacia lo que aún no

existe y hacia lo nuevo imaginario.

Catequesis. Se perfecciona la catequesis mediante la adopción de recursos didácticos actualizados.

Liturgia. En las celebraciones se incrementa la Liturgia de la Palabra y los actos de culto sin ministro

ordenado. Aparece con mayor fuerza la diversidad de ministerios laicales en la Iglesia, especialmente

aquellos que se relacionan con la Palabra. En el ámbito de la misa dominical la Palabra es más cultivada,

con aplicaciones a la vida diaria para santificación de los fieles.

Movimientos laicales. Aquí se procura superar la resistencia a la dimensión doctrinal de la Palabra,

promoviendo la lectio divina en la oración y los cursos de profundización de la fe. Se rehabilita la

relevancia de las escuelas y universidades católicas, con la finalidad de formar laicos preparados

intelectualmente para enfrentar el clima hostil a la fe en los diversos ámbitos sociales y para una

convivencia pacífica con las diversas religiones e ideologías.

Ecumenismo. En este escenario se anuncia la relevancia del tema teológico del diálogo interreligioso

tan afectado por el peso de la institución. Se habla de un “inclusivismo abierto”, de manera que no se

pierda en un pluralismo sin identidad.

Espiritualidad. En sus inicios la Iglesia identificaba teología, espiritualidad y ministerio; pero con el

paso del tiempo, la mundanización y la creciente organización de la Iglesia se comenzó a separar la

administración ministerial de la teología y la santidad de vida. En el escenario de la evangelización hay

una búsqueda seria del reencuentro de aquella unidad perdida, la formación espiritual está

profundamente unida con la doctrinal y la pastoral. No hay teología ni ministerio sin oración.

Vida religiosa. Se redefinen los carismas y las espiritualidades religiosas por el fortalecimiento de

las obras evangelizadoras. Esto ha exigido más preparación de los religiosos y religiosas; las mismas

congregaciones religiosas han promovido cursos continuos de actualización acordes a los avances

teológicos y culturales. Por tanto, el problema de las vocaciones se complica, pues las exigencias

intelectuales de los candidatos y candidatas son mayores.

En este escenario la teología moral es fuertemente cuestionada, especialmente en el campo de la

vida (bioética) y de la comunicación (mass media). En esta línea se procura articular el amor con la

verdad. Por otra parte, se busca articular el derecho canónico de la Iglesia con la Palabra de Dios, de

modo que refleje más el proyecto revelador de Dios que la preocupación por la legalidad de las acciones.

En relación con el mundo político y económico, la Iglesia se enfrenta con la problemática de la

globalización, del neoliberalismo. Esta confrontación se da en dos niveles, a nivel técnico-político y a

nivel ideológico. El desafío de la Iglesia de la evangelización es profundizar la reflexión teórica sobre el

neoliberalismo para dejar al descubierto sus perversidades y pensar en una alternativa viable; la cultura

de la privatización (individualismo) criticada a la luz del evangelio nos concientiza de la absoluta

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independencia de la libre iniciativa frente a las normas y los deberes sociales, y nos compromete a

luchar por la justicia social (igualdad de oportunidades y responsabilidades).

Retos pastorales. En este escenario la Iglesia necesita orientar sus recursos económicos e

institucionales hacia la formación de los agentes. La sociedad post-moderna exige un buen nivel de

preparación intelectual de los principales agentes.

En cuanto a las posibilidades de este escenario se puede decir que: Hay un acercamiento con la

sociedad del saber, el conocimiento se convertirá en un medio de producción; pero la pura transmisión

del saber o la simple actualización periódica ya no es suficiente debido a los avances tecnológicos, por

lo que la fe cristiana deberá asumir ese mismo ritmo. Hay cada vez mayor pluralidad en las ofertas

religiosas; en este escenario, una Iglesia de la evangelización parece ofrecer un buen camino.

No obstante, la Iglesia de la Palabra de Dios se sitúa a contracorriente de la tendencia carismática.

Además, el hedonismo hace que las personas sean más inmediatistas. Por otro lado, la post-modernidad

tiende a acentuar su rasgo anti-intelectualista, que favorece el mundo de la experiencia, del gozo

presente y de la imagen, y no tanto de la idea; los medios de comunicación transforman a las personas en

espectadores en vez de hacerlos participantes reales y creativos. Asimismo, la Iglesia institucional

paradójicamente se convierte en un obstáculo para esta Iglesia de la Palabra.

Pero la Iglesia de la Palabra tiene la oportunidad de reafirmar su núcleo evangelizador, pues la

Palabra de Dios es la palabra generadora de salvación, que lleva en sí lo que expresa; es acontecimiento

de salvación que anuncia lo que acontece en él y bajo él, y hace acontecer lo que anuncia. Es la

actualización de la gracia de Dios.

7.4. Modelo de una Iglesia de la Praxis Liberadora

Dentro de este marco prevalece la opción por los pobres. La introducción del pobre en la Iglesia

produce cambios profundos en su organización; las pesadas estructuras parroquiales son substituidas por

las ágiles comunidades de base. Se influye en las expresiones dogmáticas de la fe, a las que se da nueva

comprensión. Es la Iglesia de la praxis, de los pobres y de la liberación.

En este escenario también se da una especial relevancia a la Escritura. Se hace llegar la Biblia a

manos del pueblo. Se intensifican los cursos bíblicos. Se articula fe y vida, palabra y praxis en la

interpretación de la Escritura. Se busca conocer el proyecto salvador de Dios en la realidad histórica

concreta de la comunidad que se trate, estudiando el texto en el contexto; es decir, se lee la Palabra de

Dios (texto) en el interior de la comunidad de fe (contexto), buscando su significado teológico o de fe, y

se inserta en una realidad socio-política y económica determinada (pretexto), para evitar cualquier

reduccionismo, ya sea espiritual o sociopolítico. Esta lectura de la Escritura es la mayor riqueza de la

Iglesia liberadora; aquí la interpretación deja de ser espiritualista y “alienada” y pasa a iluminar las

situaciones más concretas de la vida del pueblo, ¡vuelve a ser Buena Noticia para los pobres!

La teología sigue repensándose en su totalidad con un método propio y original, cuya última

inspiración es el “ver, juzgar y actuar”, metodología propuesta por la Acción Católica y retomada por el

Concilio Vaticano II en Gaudium et Spes; aunque se añaden las dimensiones de celebrar (lo espiritual) y

evaluar (la revisión continua). El resultado es la teología de la liberación; la cual está llamada a ser una

utopía de carácter mesiánico. Se anuncia que el futuro ya no es lo que era, pues ha sido vencido por los

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desafíos presentes; por tanto, el futuro necesita ser reinventado, para lo cual se requiere abrir nuevos

horizontes de posibilidades: aquí la utopía se presenta como única salida. El mundo neoliberal presente

esconde el virus de la exclusión, pues se rige por las leyes del mercado donde participan quienes pueden

producir y ganar, comprar o vender, gastar o consumir; y los pobres sólo consumen lo que la sociedad

deshecha. Entonces, esta utopía, que es la teología de la liberación, debe preocuparse especialmente de

ellos, que son los excluidos de ese mundo neoliberal de calidad total, de la alta tecnología, de la

globalización, como signo profético y de esperanza. Frente a las dominaciones religiosas, étnicas, socio-

económicas, de género, sobre la naturaleza, están en curso movimientos liberadores. Por tanto, la tarea

principal de la teología es pensar en esa dialéctica de opresión y liberación.

Por otro lado, la Iglesia estructurada en parroquias comienza a convivir con comunidades eclesiales

de base (CEB). En este escenario la Iglesia se entiende a sí misma toda organizada en CEBs; esta Iglesia

busca una nueva configuración del núcleo matriz-párroco en relación con las comunidades y sus

actividades. Cada comunidad, en las que se realizan las actividades básicas de la Iglesia, se relaciona de

manera autónoma con la matriz. La comunidad es un grupo cuya identidad reside en la semejanza entre

sus miembros y cuya cohesión se funda en la relación de alianza (ideal comunitario de Hechos de los

Apóstoles). Es una Iglesia de CEBs donde las instancias intermediarias (parroquia, decanato, diócesis,

concejos, asambleas, etc.) funcionan como potenciadoras de la acción evangelizadora de aquellas; se

constituye como una red de comunidades, donde cada una se organiza con cierta autonomía, libertad y

creatividad; se construye a base de consensos y en libre adhesión.

La catequesis y la evangelización asumen una línea liberadora y se sitúan bajo el signo de la

renovación, conservando su carácter dinámico y evolutivo, y donde se valora la religiosidad popular,

sobre todo como expresión de inculturación. En este escenario, la inculturación es considerada como

expresión radical y crítica entre Evangelio y culturas. Se cuestiona la manera según la cual el Occidente

inculturó el Evangelio, especialmente en Latinoamérica y África donde las expresiones religiosas han

mantenido sus significados ancestrales con ropaje o significantes católicos, y se buscan nuevas formas

de hacerlo, desde dentro no desde fuera. Esto es lo que ha impulsado la nueva evangelización. La

inculturación se da en el seno del pueblo, del sujeto evangelizado, y no a partir del evangelizador.

El resultado de este proceso de transformación catequética, evangelizadora e inculturada es

necesariamente el pluralismo, ya que se multiplican las formas de expresión, pero sin caer en un

sincretismo negativo que contamine de otras expresiones religiosas, sino en uno que articule y sintetice

las expresiones en una sola, la cual exprese la identidad del pueblo o comunidad.

En la liturgia también se suscita la cuestión de la inculturación. La creatividad de los pueblos

expresa la riqueza cultural de las expresiones litúrgicas. El desafío está en vincular, sin instrumentar,

liturgia y compromiso. Esta nueva perspectiva litúrgica liberadora sale al encuentro de formas religiosas

existentes en sectores populares para recuperarlos e integrarlos. La celebración sirve para unir, defender

y enfrentar desde la fe las adversidades e imposiciones de los dominadores; también sirve para animar

espiritualmente a las personas en medio de estas situaciones sociales difíciles o enajenantes; promueve

un espíritu de libertad, de gratuidad, de comunidad en una Iglesia de ritualismos e instituciones, y en una

sociedad de manipulación, de propaganda, de lucro y de individualismo. Aquí el rito cobra vida, sentido,

y se exige una mayor presencia del laico en su elaboración y expresión, pues la organización de las

celebraciones ya no depende tanto del ministro ordenado sino de la comunidad.

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En este escenario los movimientos espirituales pierden relevancia, ya que las CEBs son el criterio

decisivo para su orientación. La proximidad de las CEBs a las luchas y necesidades de la vida del pueblo

hace a los laicos más comprometidos, se convierten en animadores y desarrolladores de una pastoral de

liberación, más que de asistencia, crean iniciativas de economía solidaria, de auto-ayuda, de promoción

y transformación social. Por su parte el clero redimensiona su presencia y acción pastoral, cambia sus

funciones en la Iglesia y vuelve a su dinamismo original carismático para presidir la celebración y

coordinar a los laicos en el trabajo apostólico, pero sin tomar decisiones (esto le toca a la comunidad).

Por su parte la vida religiosa prosigue con más vigor la forma de inserción en el medio popular; se

acercan al pueblo, a la gente, allí vuelven a encontrar el significado solidario de la pobreza. Finalmente,

las vocaciones se vinculan con las experiencias populares y los candidatos son más comprometidos.

La Doctrina Social de la Iglesia se afianza aún más, ampliando su alcance y prosiguiendo el diálogo

ya iniciado con la teología de la liberación. Se defienden con ahínco los derechos humanos, en especial

los derechos a la vida y a los medios de vida: comida, salud, casa, trabajo, escuela, educación, seguro

social, etc. Aquí la moral social ocupa un espacio importante, por eso la Iglesia de la liberación enfrenta

las incomprensiones y oposiciones del sistema dominante del mundo sociopolítico y económico

neoliberal que lacera o lastima al pueblo; lucha contra las injusticias sociales y promueve un socialismo

democrático, plural, incluyente y participativo a partir de las mayorías populares, cuyo fruto sea una

democracia basada en los principios de igualdad, participación, libertad, diversidad y solidaridad (donde

todos participen en las decisiones económicas, políticas, sociales y culturales, que se relacionen con toda

la sociedad). En este escenario la Iglesia mantiene su ideario de fraternidad, de solidaridad y de justicia

social; y está llamada a mantener esta esperanza comunitaria en el pueblo, aún en medio de un mundo

cultural lleno de intereses individualistas donde el compromiso social queda excluido; para ello forma la

conciencia crítica de los sectores populares y enfrenta también a los medios de comunicación, ya que en

ellos reinan los grandes capitales y se crean las ideologías masificantes.

Finalmente, la Iglesia de la liberación enfrenta una tensión con el mundo religioso, tanto institucio-

nal como diversificado en denominaciones religiosas con expresiones individualistas (sectas), que sólo

buscan tranquilizar a las personas sin provocar un compromiso social. Busca articular compromiso y fe.

En cuanto a las posibilidades de este escenario se puede decir que: Ha logrado una significativa

presencia en América Latina. Ha convencido a muchos, incluso a jerarcas de la Iglesia. La mayoría de

sus líderes o promotores han sufrido la hostilidad religiosa por parte de la Iglesia institucional, han sido

perseguidos por los regímenes políticos y sociales dominantes, y hasta han dado su vida por su ideario

(acusados de ateísmo y comunismo, cuando lo único que buscaban era justicia social).

Sin embargo, hay muchas señales que contradicen estas esperanzas y frustran el caminar de una

Iglesia liberadora: El desánimo generalizado por los totalitarismos de las izquierdas y por las crisis de

las militancias (su fundamento sociológico); el estancamiento de su pastoral liberadora y de su

influencia social (su finalidad); la pobreza socioeconómica y cultural de sus comunidades y la

explotación laboral de sus miembros; la falta de compromisos sociales de las personas motivada por la

creciente valorización del placer, del hedonismo, y del consumismo; la complacencia de la institución

eclesiástica con el carismatismo y el neoconservadurismo. Son factores de peso que hacen difícilmente

viable este escenario para el futuro.

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A manera de colofón podemos decir que todos estos escenarios no hacen sino hablarnos de los

espacios de realización pastoral que la Iglesia ofrece, de los caminos que se pueden seguir o que se han

recorrido en la manera que la Iglesia ha buscado cumplir su misión. Los hemos abordado separadamente

como si se tratara de situaciones o realidades ajenas unas de otras, pero en realidad todo se da a la vez,

juntos, en la Iglesia, unos elementos están relacionados a los otros y viceversa; los escenarios se

interrelacionan. Así, pues, esta forma de abordarlos sólo está expresando un recurso metodológico de

estudio. De los elementos y de las expresiones de estos escenarios podemos elegir lo que mejor

convenga a la realidad pastoral que nuestras comunidades están viviendo para conducirlas hacia el

cumplimiento de su misión por caminos más viables, permanentes y seguros, y con los medios y

recursos más acordes a los tiempos.

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Conclusión

Después de estudiar la naturaleza de la Iglesia y entender el significado de esta realidad humano-

divina querida y fundada por nuestro señor Jesucristo en la tierra para la salvación de todas las almas,

podemos concluir que en la Iglesia está el camino y la esperanza de salvación en Cristo para todos los

hombres de todos los tiempos. Por otro lado, y basados en esta afirmación, como cristianos tenemos que

reconocer que de nuestra pertenencia y permanencia a la Iglesia se derivan unos cuantos deberes para

cada bautizado, incluyendo a los religiosos y a la Jerarquía que por su consagración deben cumplirlos:

1. Creer en la Iglesia: No se puede creer en Cristo sin creer en su Iglesia.

2. Conocer su Doctrina: El Depósito de la Fe que interpreta adecuadamente y conserva íntegro el

Mensaje de Salvación revelado por Dios desde los orígenes del mundo, actualizado en los

acontecimientos pascuales de Jesucristo, animado e iluminado por el Espíritu Santo hasta el final

de los tiempos, y mantenido con fidelidad por el Magisterio de la Iglesia.

3. Amar a la Iglesia: La Iglesia es Madre, y una madre debe ser amada. Este amor ha de

manifestarse en ser agradecido con Dios por pertenecer a Ella, en orar por Ella para que se

mantenga unida, en promover los medios y los espacios que Ella ofrece para bien de todos, etc.

4. Extender la Iglesia: Si Ella es depositaria de la salvación de Dios a través de Jesucristo, sin

poseer exclusividad aunque sí plenitud, hemos de sentir la necesidad de que todos la conozcan;

además de continuar con el mandato de Cristo a su Iglesia de predicar su Evangelio a todos,

especialmente a los bautizados que no practican su fe, porque se han secularizado o dejado

influenciar por los criterios del mundo, y a los que todavía no conocen a Cristo ni a su Evangelio.

5. Defender a la Iglesia: Cristo espera de nosotros que protejamos a su Iglesia contra quienes la

combaten. Muchos cristianos han llegado al martirio por defenderla. Sin embargo, hoy día la

mejor defensa no se da con la violencia sino con el testimonio de la propia vida, con la

predicación y con los escritos empapados de fe y de conocimiento de su doctrina.

Finalmente, espero que este curso te haya ayudado a conocer más tu Iglesia —pues no se puede amar

lo que no se conoce; a confiar en Ella por encima de los errores y anti testimonios de quienes la

formamos —la Iglesia es santa y permanecerá hasta el final de los tiempos a pesar de nuestros pecados;

a amarla —por ser medio e instrumento divino por el cual se nos concede la gracia, se alimenta nuestra

fe, y se nos alcanza la salvación; a defenderla y a promoverla en todos nuestros ambientes.

Que el Señor Jesús, que tanto ama a su Iglesia y la sustenta con Su presencia, siga renovando tu vida

y que en su Iglesia puedas encontrar los espacios humanos y espirituales para seguir creciendo y

alcanzar la felicidad deseada. Que Él sea la Respuesta a tus dudas, la Luz que ilumine tus oscuridades, la

Fuerza que fortalezca tus debilidades, y la Paz que sosiegue tu alma. Dios te bendiga a ti y a los tuyos, y

María Santísima los acompañe y proteja siempre. En Cristo,

Fr. José G. Ballesteros.

Phoenix, AZ, a 24 de Mayo del Año del Señor 2011.

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