Autogestion y Circulacion Mercantil (Fabricas Recuperadas, 20 Σελίδες)

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1 AUTOGESTIÓN Y CIRCULACIÓN MERCANTIL Pablo Ghigliani (CISH – UNLP) Las fábricas recuperadas por los trabajadores, mayoritariamente bajo la figura legal cooperativa, han motivado numerosas investigaciones. 1 Hoy conocemos con un alto grado de detalle la fisonomía productiva de las mismas, los vericuetos legales que debieron sortear para poder operar en el mercado, los inconvenientes técnico-materiales que enfrentaron los obreros para reiniciar la producción, y las formas organizativas que adoptaron para ello (Briner & Cusmano 2003; Fajn 2003; Rebón 2004a, 2004b). Además, existen numerosos estudios de caso enfocados en los procesos de trabajo y la toma de decisiones (Atzeni & Ghigliani 2007; Deledicque et al. 2004; Deledicque & Moser 2005; Fajn & Rebón 2005; Fernández Álvarez 2003, 2005; Ghibaudi 2004). Otros abordaron el fenómeno desde los marcos interpretativos de las teorías sobre la acción colectiva y los movimientos sociales (Dávolos & Perelman 2004; Gracia & Cavaliere 2007; Palomino 2005). No han faltado tampoco los análisis del impacto de las ocupaciones y los procesos de recuperación sobre la subjetividad de los protagonistas (Antón & Rebón 2005; Dávolos & Perelman 2004; Deledicque et al. 2004). Y recientemente, se ha dirigido la atención a las políticas estatales, en particular, a los programas de apoyo implementados por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (Dinerstein 2007). Es indudable que todas estas investigaciones han contribuido a una mejor comprensión del fenómeno. Por otra parte, todas ellas han sido sensibles a una serie de decisiones tomadas por los trabajadores, cuyo fuerte contenido igualitario, diferencia a la mayoría de estas cooperativas de las cooperativas tradicionales. Sin embargo, la premisa de esta ponencia es que estas investigaciones no han prestado suficiente atención a los límites objetivos que constriñen el desarrollo de prácticas igualitarias. Así, tienden a explicar de manera unilateral los procesos de burocratización existentes al interior de las unidades productivas y los limitados cambios operados en los procesos de trabajo, arribando a 1 El fenómeno de la recuperación incluye desde la puesta en producción de instalaciones abandonadas hasta la ocupación de unidades productivas en pleno funcionamiento. En medio existe toda una gama de situaciones particulares, incluyendo arreglos semi-contractuales con los antiguos dueños. Obviamente, el interés aumentó a medida que los casos de recuperación comenzaron a ser precedidos por la ocupación.

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AUTOGESTIÓN Y CIRCULACIÓN MERCANTIL

Pablo Ghigliani (CISH – UNLP)

Las fábricas recuperadas por los trabajadores, mayoritariamente bajo la figura legal

cooperativa, han motivado numerosas investigaciones.1

Hoy conocemos con un alto grado de detalle la fisonomía productiva de las mismas, los

vericuetos legales que debieron sortear para poder operar en el mercado, los

inconvenientes técnico-materiales que enfrentaron los obreros para reiniciar la

producción, y las formas organizativas que adoptaron para ello (Briner & Cusmano

2003; Fajn 2003; Rebón 2004a, 2004b). Además, existen numerosos estudios de caso

enfocados en los procesos de trabajo y la toma de decisiones (Atzeni & Ghigliani 2007;

Deledicque et al. 2004; Deledicque & Moser 2005; Fajn & Rebón 2005; Fernández

Álvarez 2003, 2005; Ghibaudi 2004). Otros abordaron el fenómeno desde los marcos

interpretativos de las teorías sobre la acción colectiva y los movimientos sociales

(Dávolos & Perelman 2004; Gracia & Cavaliere 2007; Palomino 2005). No han faltado

tampoco los análisis del impacto de las ocupaciones y los procesos de recuperación

sobre la subjetividad de los protagonistas (Antón & Rebón 2005; Dávolos & Perelman

2004; Deledicque et al. 2004). Y recientemente, se ha dirigido la atención a las políticas

estatales, en particular, a los programas de apoyo implementados por el Ministerio de

Trabajo y Seguridad Social (Dinerstein 2007).

Es indudable que todas estas investigaciones han contribuido a una mejor comprensión

del fenómeno. Por otra parte, todas ellas han sido sensibles a una serie de decisiones

tomadas por los trabajadores, cuyo fuerte contenido igualitario, diferencia a la mayoría

de estas cooperativas de las cooperativas tradicionales. Sin embargo, la premisa de esta

ponencia es que estas investigaciones no han prestado suficiente atención a los límites

objetivos que constriñen el desarrollo de prácticas igualitarias. Así, tienden a explicar de

manera unilateral los procesos de burocratización existentes al interior de las unidades

productivas y los limitados cambios operados en los procesos de trabajo, arribando a

1 El fenómeno de la recuperación incluye desde la puesta en producción de instalaciones abandonadas hasta la ocupación de unidades productivas en pleno funcionamiento. En medio existe toda una gama de situaciones particulares, incluyendo arreglos semi-contractuales con los antiguos dueños. Obviamente, el interés aumentó a medida que los casos de recuperación comenzaron a ser precedidos por la ocupación.

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conclusiones con fuertes sesgos normativos. De este modo, la conciencia política de los

trabajadores, o de manera más imprecisa, la subjetividad, ocupan un lugar clave en la

mayoría de las investigaciones, en detrimento de un análisis más atento a las

determinaciones estructurales, en particular, a las que provienen de la esfera de la

circulación. El problema no radica en que los investigadores nieguen la importancia de

estas determinaciones sino que su reconocimiento no se traduce en una debida

valoración. Por ser evidente que el mercado presenta obstáculos insuperables a la

autogestión cooperativa se termina por desatender cómo media la praxis obrera. Así, se

menoscaban las conexiones entre las determinaciones mercantiles y los

comportamientos sociales.

Por lo tanto, el objetivo de esta ponencia es revisar los argumentos teóricos que

sustentan la prioridad analítica de las determinaciones estructurales y suministrar

evidencia empírica que ilustre cómo operan las mediaciones mercantiles sobre las

prácticas de autogestión de estos colectivos obreros. La meta última es reflexionar sobre

cómo se manifiestan estas conexiones y cómo puede ser abordado el problema. La

perspectiva adoptada en este trabajo enfatiza la necesidad de estudiar los cambios que la

autogestión promueve en los procesos de trabajo y en la toma de decisiones atendiendo

al circuito completo del capital (Kelly 1985; Lebowitz 2003).

La ponencia presenta, primero, los argumentos teóricos, ofreciendo en segundo lugar,

evidencia empírica acerca de las conexiones existentes entre determinaciones

estructurales y comportamientos sociales sobre la base seis estudios de caso.2

1 - Autogestión obrera y circulación mercantil: las cooperativas en la teoría marxista

La autogestión obrera ha sido objeto de diversos análisis y debates: desde los clásicos

artículos de Antonio Gramsci dedicados a las ocupaciones de las fábricas turinesas

(Gramsci 1970) a los debates ingleses sobre la política y el destino de las estrategias de

control obrero a fines de los sesenta y principios de los setenta (Hyman 1974;

2 Ellos son: la Unión Papelera Platense (UPP), la Cooperativa Unidos por el Calzado (CUC), la Unión Solidaria de Trabajadores (construcción y servicios de mantenimiento - UST), la cooperativa gráfica Patricios, el frigorífico Yaguané, y la metalúrgica Constituyentes. Un especial agradecimiento para Maurizio Atzeni, Melina Deledicque, Paula Draghi y Cecilia Costa Álvarez quienes participaron en la producción de los datos y en el debate de las ideas que aborda la ponencia. Una discusión sobre estos mismos temas ha sido publicada junto a Maurizio Atzeni (Atzeni & Ghigliani 2007).

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Tomlinson 1980, Wajcman 1983); o desde los estudios sobre los consejos obreros (van

der Linden 2004) a los debates sobre la autogestión en la antigua Yugoslavia y las

perspectivas del socialismo de mercado (Lebowitz 2006).

Para esta ponencia, sin embargo, parece más fructífero limitarse a los debates marxistas

acerca del potencial emancipador del movimiento cooperativo en el campo de la

producción. Estos debates han estado marcados desde un inicio por la siguiente

disyuntiva: ¿pueden las cooperativas obreras transformarse en vehículos de

democratización y cambio radical o el potencial emancipatorio de las mismas está

destinado a degenerar debido a la lógica mercantil? (Egan 1990).

Aunque Marx jamás estudió en detalle el problema de las cooperativas obreras, los

comentarios dispersos a lo largo de su obra nos permiten conocer sus ideas básicas

sobre la cuestión.

Son dos los contextos en los que Marx se refiere a las cooperativas obreras: por un lado,

cuando discute la naturaleza de la supervisión y la administración de los procesos de

trabajo (Marx 1967); por el otro, en sus intervenciones políticas sobre las luchas de los

Cartistas ingleses, las tareas de la Internacional, la Comuna de París y los debates dentro

de la Socialdemocracia Alemana (Marx 1864, 1866, 1871, 1875).

Para analizar el primer grupo de comentarios, debemos recordar que para Marx el

trabajo de supervisión y administración tiene una doble naturaleza. Está determinado

por la necesidad de coordinar y unificar el proceso de trabajo ya que todo modo de

producción fundado sobre la cooperación social requiere de un ‘comanding will’. Pero

al mismo tiempo, el trabajo de supervisión está determinado por la antítesis entre

productor directo y propietario de los medios de producción, agregando que a mayor

antagonismo, mayor el rol jugado por la supervisión (Marx 1967). Es decir, que el

trabajo de supervisión y administración es un producto de las contradicciones de clase, a

su vez, inseparable de su función productiva y técnicamente necesaria en los procesos

de trabajo que dependen de la cooperación social. Es el reconocimiento de esta doble

naturaleza lo que le permite a Marx sostener que en las cooperativas “the antagonistic

nature of the labour of supervision disappears, because the manager is paid by the

labourers instead of representing capital counterposed to them” (Marx 1967: 387). Es

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este mismo razonamiento el que desarrolla Marx cuando afirma que la misma

“antithesis between capital and labour is overcome within them (…the cooperatives…),

if at first only by way of making the associated labourers into their own capitalist, i.e.,

by enabling them to use the means of production for the employment of their own

labour” (Marx 1981: 571). En consecuencia, para Marx, las cooperativas obreras

constituían una prueba práctica del carácter superfluo del capitalista en la producción

social (Lebowitz 2003: 89) y mostraban que el trabajo de organización y administración

no debía reducirse a su forma capitalista.3 Así, lo que las cooperativas expresaban era la

naturaleza transitoria, esto es, histórica, del trabajo asalariado (Marx 1985). Pero no sólo

demostraban la perennidad del capitalismo, sino que en su opinión, el movimiento

cooperativo era, en sí mismo, una fuerza transformadora que reflejaba las posibilidades

estructurales creadas por el propio capitalismo para organizar la producción social sobre

bases democráticas (Marx 1973).

El segundo grupo de observaciones corresponden a un nivel analítico diferente. En ellas,

Marx enumera una serie de mecanismos institucionales que consideraba que podrían

ayudar a las cooperativas a enfrentar las presiones del mercado y a mantenerse activas

dentro del movimiento por la emancipación del trabajo4: la prohibición de emplear

trabajo asalariado, la creación de organizaciones de tipo nacional que las cobijen, la

necesidad de destinar parte del ingreso de las cooperativas a un fondo para la ayuda

mutua y la creación de nuevas cooperativas.

Pero sea en los comentarios teóricos sobre la supervisión en las cooperativas

industriales o en las intervenciones políticas, Marx siempre subrayó expresamente los

límites de estas asociaciones obreras dentro del capitalismo, límites que conducían a

que las cooperativas “naturally reproduce, and must reproduce everywhere in their

actual organization all the shortcomings of the prevailing system” (Marx 1967: 440).

3 “Inasmuch as the capitalist's work does not originate in the purely capitalistic process of production, and hence does not cease on its own when capital ceases; inasmuch as it does not confine itself solely to the function of exploiting the labour of others; inasmuch as it therefore originates from the social form of the labour-process, from combination and co-operation of many in pursuance of a common result, it is just as independent of capital as that form itself as soon as it has burst its capitalistic shell” (Marx 1967: 387). 4 En una entrevista cedida a R. Landor, Marx incluye a las cooperativas industriales entre las organizaciones de la clase obrera que tiene como fin la transformación de la sociedad, el fomento de la solidaridad de clase y que, por ello, forman parte del movimiento por la emancipación económica de la clase obrera, Interview with Karl Marx, Head of L'Internationale, www.marxists.org.

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Aún más, señalaba que las cooperativas industriales no podían disputar mediante su

actividad económica la posesión burguesa de los recursos políticos, legales, financieros

y militares con los que los capitalistas aseguran su hegemonía. Consecuentemente, para

Marx las cooperativas se ven obligadas a subordinarse a la lógica capitalista y operar de

manera acorde: producir para la venta en el mercado, contribuir a la mercantilización de

los valores de uso y resignarse a la competencia, incluso contra otras cooperativas.

Además, el éxito comercial acarrea el riesgo de que las cooperativas se asimilen a las

firmas capitalistas.

Desafortunadamente, las bases teóricas del debate marxista posterior no fueron estos

ecuánimes comentarios de Marx sobre el movimiento cooperativo, sino la polémica a

todo o nada entre Eduard Bernstein y Rosa Luxemburgo.

Bernstein era un crítico de las cooperativas obreras industriales. Por un lado, veía en

estas asociaciones para la venta y el intercambio fuertes tendencias corporativas

difíciles de ser compatibilizadas con intereses comunitarios más amplios. Por el otro,

consideraba que la competencia mercantil, o bien conduciría a una distorsión de las

estructuras democráticas de estas cooperativas, o bien al fracaso comercial de las

mismas. Para Bernstein, era en las cooperativas de consumidores dónde residía el

potencial emancipador, ya que estas asociaciones, al luchar por reducir los precios y las

tasas de ganancia, perseguían, en la práctica, los intereses de toda la comunidad. Aún

más, afirmaba que estas cooperativas de consumo podían salvaguardar a las

cooperativas industriales de la competencia mercantil y así contrarrestar sus tendencias

oligárquicas. En síntesis, para Bernstein la combinación de ambos tipos de cooperativas

podía transformarse en un instrumento adecuado para promover el cambio social por

medio de una estrategia gradualista (Bernstein 1899).

Rosa Luxemburgo reaccionaría violentamente contra este programa reformista

subrayando el carácter híbrido de las cooperativas obreras, a las que ella definía “as

small units of socialised production within capitalist exchange” (Luxemburgo 1900).

Destacaba, además, que las cooperativas de consumidores jamás podrían alentar el

desarrollo de cooperativas obreras de producción en la industria de bienes de capital, lo

que en sí mismo, demostraba la debilidad del planteo de Eduard Bernstein. Para

Luxemburgo, dado que las cooperativas obreras eran totalmente incapaces de

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transformar el modo de producción capitalista, sólo podían sobrevivir y mantener un

contenido democrático aislándose artificialmente de la influencia de las leyes de la libre

competencia (Luxemburgo 1900). (Esta era precisamente la función reservada a las

cooperativas de consumidores por Bernstein). De lo contrario, según Luxemburgo, para

competir en el mercado las cooperativas debían mantener niveles acordes de

productividad sólo alcanzables mediante el aumento de la auto-explotación o la

explotación de trabajo ajeno. En definitiva, esta contradicción era la causa del fracaso

de la producción cooperativa “which either become pure capitalist enterprises or, if the

workers’ interests continue to predominate, end by dissolving” (Luxemburg 1900).

Desde entonces y durante casi un siglo, la mayoría de los autores marxistas se alinearon

junto a Luxemburgo en el rechazo del potencial emancipador de las cooperativas

obreras. Tal vez, sean los escritos de Ernest Mandel los que mejor ilustran esta posición.

Para Mandel no puede hablarse significativamente de autogestión mientras esta última

se confine al nivel de fábricas aisladas que operan dentro del mercado capitalista. En su

opinión, las cooperativas representan un esfuerzo descabellado en pos de lo que define

irónicamente como socialismo en una sola fábrica (Mandel 1975). Por ello, la

conclusión a la que arriba es que toda estrategia revolucionaria basada en las

ocupaciones de fábricas y la autogestión constituye un sueño utópico que niega el rol

que juega el estado para asegurar la dominación bajo el capitalismo (Mandel 1974,

1975).

Recientemente, sin embargo, algunos marxistas han rehabilitado el potencial

democrático y emancipador de las cooperativas obreras. Pero estos análisis supeditan

siempre esta potencialidad al cumplimiento de ciertas condiciones que las resguarden de

los efectos negativos del mercado.

Egan, por ejemplo, argumenta que la relación entre cooperativas obreras y mercado

capitalista es mediada por las relaciones de fuerza existente entre las clases; en tanto y

en cuanto “the cooperative sector is grounded in a context of radical working-class

self-organization, it acquires the material strength and cooperative consciousness

necessary for survival in a hostile environment” (Egan 1990: 82). Por su parte,

aplicando la noción Gramsciana de guerra de posiciones, Baldacchino (1990: 475) ha

defendido la necesidad de una estrategia activa dirigida a diluir, o al menos morigerar,

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las fuentes que llevan a que degenere el contenido democrático de la autogestión que

practican las cooperativas obreras comprometidas con agendas de tipo radical. Para

Baldacchino, es la construcción de instituciones paralelas, que brinden apoyo activo a

estas cooperativas, lo que podría resguardarlas de los efectos nocivos de la circulación

mercantil. Pero ambos autores, aún dentro de una perspectiva optimista, reconocen las

limitaciones que incluso las más radicales experiencias de autogestión deben enfrentar

dentro del mercado capitalista.

En conjunto, entonces, y a pesar de argumentos muchas veces antagónicos, todas las

posiciones descriptas coinciden en que no pueden aislarse, ni teórica, ni empíricamente,

a las relaciones que entablan entre sí los obreros en la esfera de la producción, de las

relaciones que los trabajadores de estas cooperativas establecen en la esfera de la

circulación para comprar insumos, vender lo producido y comprar los artículos de

consumo necesarios para reproducirse materialmente junto a sus familias. Hemos visto

que quienes descubren un potencial transformador en las cooperativas obreras,

Bernstein incluido, lo hacen especificando siempre los mecanismos que consideran

ineludibles para anular o disminuir los efectos degenerativos del mercado.

Por el contrario, si bien los estudios sobre las fábricas recuperadas reconocen las

limitaciones de tipo estructural, puestos a explicar la magnitud de los cambios ocurridos

durante la recuperación se concentran casi exclusivamente en variables subjetivas. O en

su defecto, en factores estructurales que no apuntan a la relación producción-

distribución-consumo sino a deficiencias particulares y contingentes: falta de capital de

trabajo y de crédito, tamaño de las empresas, retraso tecnológico, etc.

Por el contrario, el análisis aquí propuesto parte del supuesto de que “just as capital is

the mediator for wage-labour, separating the worker from her labour-power as

property, from her labour as activity and from the product of her labour – so also is

capital the mediator between wage-labourers in each moment of the circuit of capital”

(Lebowitz 2003: 88). En este sentido, puede argumentarse que el lado positivo de la

experiencia radica en que las cooperativas eliminan al capitalista como mediador de la

puesta en actividad de la capacidad de trabajar de los obreros, de la dirección y

supervisión del proceso productivo, y que por lo tanto, los productores directos

devienen propietarios de lo producido (aunque la existencia generalizada de façón

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relativizaría esta última afirmación).5 Pero debe reconocerse que los obreros

cooperativistas, aún cuando persigan agendas radicales, no pueden liberarse de la

mediación del capital en la esfera de la circulación, como propietario de medios de

producción y artículos de consumo, y ello confronta a las fábricas con una serie de

determinaciones que limitan la libertad de los obreros al momento de organizarse

colectivamente y poner en funcionamiento la producción. Estas determinaciones deben

formar parte integral del análisis teórico y empírico del ejercicio de la autogestión en los

procesos de recuperación.

Quiero subrayar aquí dos aspectos.

Por un lado, sabemos que para Marx, producción, distribución y consumo forman una

totalidad orgánica, que es posible separar analíticamente, pero que mantienen entre sí

una relación ontológica. Para el caso que nos ocupa, las manifestaciones más evidentes

de esta formulación abstracta son las estructuras administrativas y de comercialización

que estas cooperativas deben organizar para competir en el mercado. Nuevamente lo

evidente del fenómeno se transforma en un obstáculo para su reconocimiento. Ahora

bien, no es un dato menor que los procesos incipientes de burocratización opongan al

interior de las fábricas a quienes desempeñan funciones comerciales y administrativas y

a quienes desempeñan funciones productivas; tampoco es un dato menor, que esta

oposición se exprese en la tendencia a la concentración de poder en el consejo directivo.

Pero el problema no se limita a estas estructuras, las relaciones capitalistas de

distribución y consumo operan también como determinantes de la organización técnica

del proceso de trabajo. A primera vista esta formulación parecería estar invirtiendo la

primacía que Marx otorga a la esfera de la producción. Pero no es este el caso. Es la

estructura global de la producción lo que determina en el capitalismo que el carácter

social del trabajo se manifieste mediante el intercambio mercantil. Que los individuos

que trabajan en una unidad productiva, sean a su vez propietarios colectivos de la

5 Tres de los seis casos estudiados son paradigmáticos en este sentido: la UPP produce para Higienol y Campanita quienes compran el cartón, lo seleccionan y se los suministran para su elaboración; Yaguané se disputa con otros frigoríficos de la zona la venta de sus servicios de faenado a los matarifes; y Constituyentes trabaja fundamentalmente para la empresa con la que competía el antiguo propietario. Este último caso es sumamente ilustrativo: los antiguos clientes fueron capturados por la competencia que elabora los productos con el trabajo de los obreros que formaron la cooperativa. En este caso, además, el lugar de cuasi monopolio que ocupa Siderar, el principal proveedor de materias primas, restringe aún más la libertad de movimientos de la cooperativa.

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misma, obviamente altera las condiciones al interior de la fábrica. Pero esto no altera

que el carácter social del trabajo que llevan a cabo sólo se exprese mediante la

realización del valor de cambio potencial de lo producido. Por ello, la estructura global

de la producción constriñe la libertad de los propietarios cooperativos para modificar la

organización del proceso de trabajo mediante las fuerzas del mercado.

En este punto, es oportuno introducir el segundo aspecto, que permite entender mejor

cómo operan estas determinaciones. Sintéticamente, que el valor de cambio es una

expresión de la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario objetivado en una

mercancía; no una expresión del tiempo de trabajo inmediatamente objetivado en la

misma (Carchedi 1991; Marx 1967; Tomba 2007). La consecuencia más obvia de este

modo de entender la relación entre trabajo social y valor de cambio es que la viabilidad

económica de una fábrica recuperada depende de su capacidad para alcanzar el umbral

socio-productivo mínimo que exige actualmente su esfera de actividad (Marx 1967).

Pero además, que el tiempo de trabajo efectivamente empleado en la producción de una

mercancía dada puede ser mayor o menor que la cantidad de tiempo de trabajo

socialmente necesario objetivado como sustancia de su valor (Marx 1967). Por ello,

toda innovación tecnológica conduce a la prolongación del tiempo de trabajo en las

unidades productivas más atrasadas; o lo que es lo mismo, a un incremento de la

explotación absoluta. Se trata de una relación por la cual las esferas o unidades

productivas cuya productividad laboral es menor a la media social transfieren valor

hacia las esferas o unidades productivas en las que la productividad laboral es mayor.

Desde esta perspectiva, el atraso tecnológico cobra un sentido social que supera su

contenido técnico-material.

Sintéticamente, este es el plafón teórico de la investigación realizada en seis fábricas

recuperadas, sobre los factores estructurales que limitan la práctica de la democracia

obrera y los cambio en los procesos de trabajo.

2 – Evidencia empírica

2.1. Democracia obrera

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Mientras que la existencia o no de la democracia obrera en las cooperativas suele ser

analizada en la literatura como una expresión, y a su vez un producto del grado de

conciencia política o de clase de los trabajadores, otro tipo de determinaciones,

vinculadas a las características del proceso de trabajo y a las presiones del mercado,

emergieron durante la investigación como igualmente relevantes.

Según los trabajadores de la UPP, las extenuantes jornadas de trabajo que son

necesarias para compensar las desventajas competitivas de la cooperativa conspiran

contra la organización de asambleas más frecuentes. Y en este sentido, el retraso

tecnológico de la planta (sobre el que volveremos), deviene un factor clave para

entender la existencia de jornadas de doce horas de duración, que se expresa en los

precios más bajos ofrecidos por sus competidores.

En Patricios, los ritmos y los horarios de la producción dependen de manera directa de

los tiempos fijados por las demandas intermitentes y cambiantes de los clientes, quienes

tienen el poder de fijar las fechas de entrega mediante la amenaza de darle el trabajo a

otras imprentas. A su vez, Patricios suele operar como subcontratista de los diarios

nacionales para las ediciones de los fines de semana. En esos casos, el trabajo nocturno

y un ritmo de producción vertiginoso para satisfacer las demandas de las contratistas

son impedimentos, según los trabajadores, para coordinar asambleas masivas.

En Yaguané, interrumpir el proceso productivo conspira contra la calidad, o peor aún,

lisa y llanamente significa que se echa a perder el ganado. Así, aún cuando se subraye la

importancia de la asamblea, prevalece en la práctica la idea de que debe ser una

instancia primordialmente informativa y que su uso recurrente encierra un riesgo

potencial para la producción. Una concepción similar prevalece en Constituyentes: debe

controlarse la asamblea porque su proliferación entorpece el trabajo.

Por el contrario, en el caso de CUC, un único turno de trabajo, jornadas laborales más

cortas, la proximidad física de los obreros, una línea de producción que puede ser

detenida en cualquier momento (no sucede lo mismo en la papelera, la imprenta, el

frigorífico y la metalúrgica) y fechas de entrega más flexibles coinciden con una mayor

frecuencia de encuentros formales e informales entre los trabajadores. Sería aventurado

explicar esta mayor frecuencia y participación apelando a diferencias ideológicas. Tanto

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los integrantes de los consejos de administración como los trabajadores manuales de las

plantas estudiadas expresaron durante las entrevistas ideas y proyectos similares y el

compromiso, al menos formal, con la toma de decisión colectiva por medio de las

asambleas.

En síntesis, debido a los tiempos de entrega que les impone el mercado, situación que se

ve agravada por las características del façón, la democracia se topa con los requisitos

del negocio; o si se prefiere, el tiempo que demanda el ejercicio de la democracia entra

en contradicción con el tiempo de la producción.

Para una justa evaluación del grado de democratización alcanzado en estas cooperativas

obreras, la dinámica de la relación entre el consejo de administración, los encargados de

las tareas de administración y comercialización, y los trabajadores de planta, constituye

una dimensión crucial. Y en este sentido, es posible identificar una tensión constante

entre la voluntad (y la necesidad) de compartir colectivamente información y las

ventajas operativas provenientes de la centralización de las decisiones en manos de un

número restringido de obreros.

En este sentido, siempre aparecen razones prácticas para acotar el poder de decisión al

consejo directivo: mantener constante el flujo de producción, cumplir con las fechas

acordadas con los clientes, responder con rapidez para aprovechar una oportunidad de

mercado, etc. Razones prácticas cuya racionalidad está dictada por la forma mercancía.

En efecto, CUC perdió en un par de ocasiones la chance de cerrar determinados

negocios por demorar una respuesta afirmativa, siendo la causa de la demora el método

asambleario: en una oportunidad, porque la asamblea se reunió recién varios días

después de la oferta; en otra, porque en la asamblea surgieron cuestionamientos que

demoraron la decisión hasta que el potencial cliente declinó el ofrecimiento. En otras

ocasiones, el rechazo (Yaguané, Constituyentes) o la resistencia (UPP) a las propuestas

comerciales de los miembros del consejo directivo ha conducido a que crezca en éstos

últimos la convicción de que la asamblea puede entorpecer los negocios.

Como resultado, se observa que los consejos directivos buscan reforzar los canales

informales de comunicación para agilizar el proceso decisorio y suplantar la necesidad

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del llamado a asamblea. Estos canales efectivamente existen pero es la informalidad de

los mismos lo que pone en duda que garanticen la discusión democrática y la

participación activa.

Una cuestión tan simple y evidente, como que las decisiones deban ser tomadas sin

violar groseramente criterios de tipo comercial, conlleva prioridades que interfieren el

proceso democrático. La experiencia de autogestión en una economía de mercado fuerza

a los trabajadores a asumir responsabilidades comerciales: tienen que vender lo

producido, encontrar nuevos mercados, hacer propaganda de sus productos, negociar

con bancos, mantener los libros contables de la cooperativa, etc. Y como los

administrativos no han prácticamente participado de las ocupaciones, son los obreros de

planta quienes deben asumirlas. En todos los casos que hemos estudiado, estas tareas

son llevadas a adelante por dos o tres obreros junto a los miembros del consejo

directivo. Y en los hechos, esta división entre aquellos a cargo de tareas

comerciales/administrativas y aquellos dedicados exclusivamente a la producción tiende

a preservarse y reforzarse debido a los obstáculos que enfrentan estas cooperativas para

la rotación de los puestos de trabajo y la especialización. Así, estas condiciones

materiales promueven el desarrollo de una capa de trabajadores que debido a su

inmersión en tareas administrativas y comerciales terminan mostrando una mayor

disposición al pragmatismo fundado en criterios comerciales. En este sentido, la

cuestión de la reorganización de las funciones administrativas y comerciales refuerza el

principal argumento de la ponencia. Un factor objetivo, la necesidad de operar en el

mercado, les impone a estas cooperativas la creación de una función específica y

presiones materiales hacia la delegación y la especialización de las calificaciones. Así,

para aquellos a cargo de estas funciones, la necesidad de responder al mercado deviene

la preocupación primaria. Todo el destino de la experiencia aparece ante sus ojos como

producto del éxito en esta función. De este modo, la situación objetiva promueve el

desarrollo de una actitud subjetiva, básicamente el pragmatismo orientado a acomodarse

a las exigencias del mercado, que es reproducida en el discurso dominante en la planta,

reforzando las condiciones que llevan a la supremacía de la lógica mercantil. A su vez,

dada la vulnerabilidad de estas cooperativas, los trabajadores administrativos tienden a

incrementar su poder vis a vis los que trabajan en la producción. La distancia entre

aquellos que realizan tareas manuales y aquellos comprometidos con la organización, la

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planificación y el marketing se manifiesta culturalmente a través de la apatía y la falta

de participación de los primeros.

2.2. Proceso de trabajo

Para un mejor análisis de la relación entre procesos de trabajo y mercado, esta sección

será dividida en dos. En la primera, el foco estará en la tecnología y la división del

trabajo; en la segunda, en la cuestión de la supervisión y la disciplina dentro de la

planta.

2.2.1. Tecnología y división del trabajo

La división técnica del trabajo dentro de las unidades productivas estudiadas no ha

sufrido alteraciones sustanciales, lo que coincide con los resultados de otras

investigaciones (Fajn & Rebón 2005; Fernández Álvarez 2003; Deledicque & Moser

2005; Deledicque et al. 2004). Es más, la reestructuración del proceso de trabajo ni

siquiera aparece como una meta para estas cooperativas. Algunas investigaciones han

visto en esta situación, un indicador y una consecuencia, de las limitaciones de la

conciencia política de los trabajadores (Antón & Rebón 2005; Fajn 2003; Fajn & Rebón

2005; Fernández Álvarez 2003, 2005; Rebón 2004a, 2004b). De este modo, relacionan

la ausencia de cambios significativos en el proceso de trabajo con factores subjetivos.

Para superar la unilateralidad de estos enfoques es necesario incorporar las

determinaciones que emanan de la forma mercancía.

La tecnología es el primer factor que condiciona la capacidad de los trabajadores de

introducir cambios en el proceso de trabajo. Este es el caso, principalmente, cuando los

trabajadores son apéndices de un proceso automático y continuo de producción

comandado por un sistema integrado de maquinas (UPP). Cuando en la línea de

producción el trabajo es el producto del uso de máquinas herramienta que dependen de

la calificación de obreros individuales y de máquinas semi-automáticas (Patricios y

CUC), los trabajadores han sido capaces de introducir cambios menores. En general,

estos cambios han sido el fruto de iniciativas individuales de operarios calificados en el

manejo de máquinas herramienta simples. En el caso de la UST, por el contrario, la

actividad comprende una variedad de tareas autónomas, que dependen de la habilidad

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de los trabajadores para manejar herramientas simples de manera independiente, y allí el

proceso de trabajo es el resultado difuso de una multiplicidad de acciones aisladas. En

cualquier caso, lo importante es notar que la división técnica del trabajo de estas

cooperativas no muestra sustanciales diferencias con el modo en que estaba organizada

la producción previamente a la ocupación.

En las cooperativas bajo estudio, la antigüedad de la tecnología es siempre mayor al

promedio para la industria en cuestión (siendo excepciones parciales, la industria gráfica

Patricios, la metalúrgica Constituyentes y el frigorífico Yaguané). La falta de capital

inicial, la dificultad para acceder al crédito, las exiguas ganancias iniciales, la necesidad

de pagar las deudas heredadas, dificultan la actualización tecnológica. Los trabajadores

han compensado en la práctica esta desventaja por diferentes medios: para empezar, la

eliminación de los supervisores, gerentes y administrativos, y de las estructuras

organizacionales a ellos asociadas. Pero también mediante la intensificación del trabajo,

en especial en el momento de la recuperación, intensificación que continúa en muchos

casos más allá del momento fundacional (Patricios y UPP). Así la competencia

constriñe las opciones de estos colectivos obreros para introducir cambios que podrían

afectar la producción, aunque más no sea temporalmente, en una situación ya de por sí

desventajosa.

Mientras que la división técnica del trabajo aparece como un área improbable para la

innovación, la rotación de puestos de trabajo podría compensar esta ausencia y aliviar

las rutinas y la repetición. Sin embargo, una vez más, ninguna de estas unidades

productivas ha adoptado la rotación de puestos de trabajo como política, tal como lo han

mostrado otras investigaciones – con las notables excepciones de Zanón, y en menor

medida, Brukman (Aiziczon 2006; Fernández Alvarez 2005).

Sin embargo, los trabajadores han manifestado durante las entrevistas que aprender

nuevas tareas sería útil para aumentar las calificaciones y permitir el reemplazo de los

compañeros en caso de necesidad. En nuestras recorridas hemos observado muchos

trabajadores realizando tareas múltiples y señalando que ello no era posible antes de la

toma. Abundan las anécdotas sobre trabajadores que han aprendido nuevas tareas y han

adquirido una comprensión global del proceso de trabajo en gran medida ausente

previamente, e incluso de trabajadores manuales que asumen tareas administrativas a

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través de un duro aprendizaje. Pero estas iniciativas son siempre un producto de

emprendimientos individuales.

En el caso de la UPP, por ejemplo, muchos trabajadores señalaron la existencia de

barreras muy concretas para la rotación, debido al volumen de trabajo que impone la

competencia mercantil. Según ellos, ello restringe las oportunidades de dedicar tiempo

de trabajo al aprendizaje de nuevas tareas. Oportunidades que se reducen aún más,

debido a que una tecnología obsoleta y en mal estado demanda no solo conocimientos

técnicos específicos sino también experiencia práctica para lidiar con los innumerables

inconvenientes diarios que se presentan por falta de mantenimiento o por la

improvisación de adaptaciones productivas.

Interesante también ha sido encontrar indicios de resistencia a la rotación que provienen

de los obreros más calificados (aunque en este sentido la evidencia no es concluyente).

Estos trabajadores ocupan habitualmente un lugar prominente en las cooperativas

estudiadas. En la industria del calzado por ejemplo, son escasos los trabajadores

calificados, y por lo tanto gozan en CUC de un status particular. Este status está

determinado en parte por las posibilidades que les ofrece el mercado de trabajo. El

salario promedio de estos trabajadores es mayor que lo que pueden ganar en estas

unidades recuperadas, al menos al principio. Por ello, las cooperativas deben pagar por

trabajo calificado en el mercado o asegurarles beneficios no monetarios que compensen

salarios más bajos cuando existe una demanda efectiva para sus calificaciones (CUC y

los maquinistas en Patricios). A estos trabajadores la rotación no los seduce y tienen el

poder de imponer sus posiciones debido a la situación de privilegio que disfrutan en el

mercado de trabajo de la rama.

2.2.2. Supervisión, coordinación y disciplina.

Una de las características salientes de estas experiencias es la completa eliminación

junto a los puestos gerenciales, de todo el antiguo sistema de control y vigilancia de la

empresa capitalista. Como consecuencia, el relajamiento de la disciplina es notorio y los

trabajadores no se cansan de subrayar este logro. Pero en todos los casos bajo estudio,

se ha conservado, por lo general, lo esencial de las antiguas estructuras de supervisión.

En algunos casos, estas estructuras mantienen fuertemente concentradas las decisiones

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más importantes de la unidad productiva, y en ocasiones, las han incrementado ya que

se fusionan en ellas las tareas de supervisión y tareas que correspondían anteriormente a

los niveles gerenciales.6 Este último proceso, aparece siempre ligado al crecimiento de

las responsabilidades comerciales, y en cierto sentido, al éxito de la empresa. Como en

Marx, expresa las necesidades técnicas de coordinación del proceso de trabajo pero

estas necesidades no flotan en el aire, sino que su contenido concreto depende de las

fuerzas de mercado que enfrenta la cooperativa. Así, la supervisión se ve obligada a

evaluar la organización del proceso productivo con el rasero de la productividad y la

competitividad. Cuando se limita a cuestiones técnicas no hay, en general, conflicto,

pero cuando debe presionar para satisfacer los estándares del mercado aparecen las

tensiones: resistencia a los ritmos y la extensión de la jornada.

En realidad, como consecuencia de la desaparición del aparato disciplinario tienden a

decrecer los ritmos de producción. Pero como contrapartida, para alcanzar el volumen

de trabajo necesario para competir en el mercado, a esta reducción de los ritmos la ha

acompañado un aumento de las horas de trabajo. Ya señalamos que en UPP la jornada

es de 12 horas. Si el ritmo de trabajo es relajado, los más jóvenes han empezado a

mostrar que están disconformes con la longitud de las jornadas. En Patricios, los fines

de semana son siempre laborables y las horas extras son prácticamente compulsivas

porque los diarios y sus revistas dominicales así lo demandan. En Yaguané y en

Constituyentes las jornadas se alargan para satisfacer la demanda y no perder a los

clientes que constituyen el pulmón de estas cooperativas, generalmente, los que le

entregan trabajo diario bajo la forma de façón, a los que se trata con la mayor de las

prudencias. A su vez, en CUC, la negativa de un importante número de trabajadores a

prolongar la jornada laboral por encima de las 8 horas ha suscitado un importante debate

entre aquellos que sostienen que se deben adoptar los horarios a las demandas del

mercado y quienes se oponen.

Ante la ausencia de un aparato disciplinario vertical, la responsabilidad individual es la

base, según los entrevistados, de la coordinación productiva y la calidad. La

supervisión siempre intenta evitar las sanciones o al menos, que éstas sean el producto

6 Es paradigmático el caso del frigorífico Yaguané dónde el jefe de planta tiene poder de decisión sobre aspectos fundamentales del proceso de trabajo: cuánto se faena, el ritmo de la producción, la rotación de puestos de trabajo, la selección de los encargados de sección, e incluso evaluar si se debe contratar nuevos obreros.

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de un largo proceso de charlas y apercibimientos. Sin embargo, el ideal de la

responsabilidad compartida entra en conflicto con las conductas individuales reacias a

adaptarse a las normas colectivas pactadas para sobrevivir (o triunfar) en el mercado.

Ello ha empujado aún a las experiencias más radicales a definir estatutariamente los

aspectos disciplinarios. Estos códigos de conducta han sido siempre discutidos y

aprobados por asamblea, y abordan problemas como ausentismo, llegadas tarde,

negativas a acomodarse a las tareas acostumbradas y los ritmos acordados de trabajo, y

también para casos severos (desde el robo hasta la agresión física entre compañeros de

trabajo). Paradigmáticamente, los incentivos monetarios han sido mantenidos o

reintroducidos cuando el ausentismo se transformó en amenaza para la producción

(UST - Yaguané).

Es importante resaltar que no importa cuántas horas los obreros se vean obligados a

trabajar para mantener la competitividad, todos señalan que la atmósfera de trabajo ha

cambiado de manera radical por la eliminación de la antigua estructura de control que

emanaba del antagonismo de clase de la producción. Moverse libremente en la planta,

disfrutar de mayor tiempo de descanso, no verse obligados a comer al lado de la

máquina, la libre comunicación con los compañeros de trabajo, son todas conquistas

que son repetidamente destacadas en las entrevistas.

En síntesis, la sustitución del sistema de control capitalista por la auto-disciplina

colectiva es un proceso complejo y en desarrollo, no una ecuación automática que

acompaña a la propiedad colectiva de la fábrica. La desaparición del antagonismo de

clase al interior de la unidad productiva se expresa en forma cristalina en la

minimización del aparato de control y vigilancia. En cierto sentido, puede argumentarse

que quienes están al frente de las estructuras de supervisión aspiran a que sea el

mercado el que dicte a los trabajadores los niveles necesarios de auto-disciplina para

alcanzar las fechas de entrega, la calidad del producto, el ritmo adecuado de producción,

etc., sin la necesidad de que intervenga la compulsión. Así, el mercado puede ser

considerado, idealmente, como la fundamental fuerza reguladora de la disciplina obrera

en estas fábricas. Las estructuras de supervisión refuerzan este mecanismo por medio de

la cultura de la responsabilidad individual que asegure el compromiso y el esfuerzo

necesarios para el funcionamiento de la cooperativa. Y para lidiar con las resistencias

materializan la noción de responsabilidad individual y colectiva mediante los códigos de

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conducta siempre aprobados en asamblea, los que comprenden un conjunto de premios

y/o castigos individuales para promover el presentismo, los ritmos, la realización de las

tareas asignadas, el cuidado de la maquinaria, etc.

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