Sir Arthur Conan Doyle

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Sir Arthur Conan Doyle – La Colección

Edita: Sherlock-Holmes.es

Redactores y colaboradores: Luis Gasca, Miguel Arrieta, Mª Carmen Torra, José

Mª Casanovas

Ilustración: Luis Gasca Archives

Reservados todos los derechos.

Para cualquier consulta sobre la presente obra, visite la web Sherlock-Holmes.es

(1ª Edición, Mayo 2007)

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ÍNDICE

Capítulo I. Nace un maestro ____________________________________________________ 4

Capítulo II. Años de estudio ____________________________________________________ 7

Capítulo III. Una aventura africana ____________________________________________ 10

Capítulo IV. Encuentro con la madurez _________________________________________ 13

Capítulo V. Las múltiples facetas del doctor Doyle ________________________________ 15

Capítulo VI. El precio del éxito ________________________________________________ 17

Capítulo VII. Cambio de rumbo _______________________________________________ 19

Capítulo VIII. Años difíciles ___________________________________________________ 22

Capítulo IX. Un viajero empedernido ___________________________________________ 25

Capítulo X. Una crisis personal ________________________________________________ 28

Capítulo XI. Un título de nobleza_______________________________________________ 30

Capítulo XII. Un momento crucial______________________________________________ 33

Capítulo XIII. Un fogoso contrincante __________________________________________ 35

Capítulo XIV. Defensor de causas justas_________________________________________ 37

Capítulo XV. La llamada de África _____________________________________________ 41

Capítulo XVI. Una época feliz _________________________________________________ 43

Capítulo XVII. Vientos de guerra ______________________________________________ 46

Capítulo XVIII. La Gran Guerra_______________________________________________ 48

Capítulo XIX. Vida después de la muerte ________________________________________ 51

Capítulo XX. El más allá______________________________________________________ 54

Capítulo XXI. Un importante mensaje __________________________________________ 57

Capítulo XXII. La gran cruzada _______________________________________________ 60

Capítulo XXIII. El polémico espiritismo _________________________________________ 63

Capítulo XXIV. Un tiempo que se acaba_________________________________________ 66

Capítulo XXV. Un viajero infatigable ___________________________________________ 68

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Sir Arthur Conan Doyle, por H.L. Gates.

Capítulo I. Nace un maestro

Resulta curioso que con frecuencia los seguidores y devotos

admiradores de un personaje de ficción ignoren la figura de su autor.

A menudo, el único mérito que le atribuimos a un autor se reduce a

haber creado un mito con el que compartimos aventuras, y limitamos

su vida y sus méritos a la creación de nuestro personaje favorito,

dejando al margen el resto de sus facetas aunque sean tanto o más

importantes y en muchos casos ilustrativas de por qué, cuándo y

cómo nació el personaje. En el caso de Sir Arthur Conan Doyle el

delito es flagrante: cientos de miles de fanáticos admiradores de

Sherlock Holmes, repartidos por todo el mundo, rinden culto a la

criatura, olvidando al creador y sus otras interesantes actividades

como historiador, periodista, gran deportista y uno de los grandes

impulsores del espiritismo como alternativa de la existencia de otra

vida después de la muerte.

Desde su aparición, innumerables sociedades Holmesianas surgen por doquier, aun en nuestros

días, analizando y desbrozando los más insignificantes detalles de la vida y los hábitos del famoso

detective. Muestran un fervor capaz de obligar al autor a resucitarlo cuando, harto de él, lo había

despeñado por las gargantas de Reichenbach (Suiza) en compañía de su antagonista, el malvado profesor

Moriarty, deseoso el pobre Sir Arthur de dedicarse a menesteres más gratificantes aunque indudablemente

de mucho menos eco popular. ¿Quién era él para decidir sobre la muerte del admirado Sherlock Holmes?

¡Sólo su padre y creador! Doyle, al que le entusiasmaba la novela histórica desde que en 1891 publicara

La guardia blanca, tuvo que retomar las aventuras del hábil, sutil, a veces irónico y siempre

condescendiente Sherlock Holmes a mayor gloria de sus legiones de seguidores, ávidos de compartir sus

nuevas aventuras y sus prodigiosas deducciones.

La creación de un gigante.

El 22 de mayo de 1859 nacía en Edimburgo un alegre y bullicioso niño que acabaría siendo uno

de los personajes más famosos nacidos en la capital de Escocia. Al ser bautizado en la Iglesia católica

recibió los nombres de Arthur, Ignatius (por Ignacio de Loyola) y Conan, este último en honor de su

padrino Michael Conan, famoso artista de la época y hermano de su abuela paterna. Su padre, Charles

Altamont Doyle, procedía de una familia de origen normando y era hijo de John Doyle, quien se había

trasladado a Londres desde Dublín en 1815, donde se hizo famoso bajo las iniciales H. B. realizando

caricaturas de políticos, nobles, artistas y demás famosos de la Inglaterra de la primera mitad del siglo

XIX. Casado con Marianna Conan, tuvieron siete hijos, dos niñas y cinco niños. Entre ellos destacaron

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El escritor posando con su padre,

Charles Altamont Doyle, en 1865,

cuando sólo tenía 6 años.

Richard, el mayor, que se convirtió, tras las huellas de su padre, en un reconocido dibujante que militó en

la revista "Punch", desde la que satirizó la vida de la clase alta londinense; James, que fue un discreto

escritor interesado en temas de genealogía y heráldica; y Henry, pintor, crítico de arte y famoso director

de la National Gallery irlandesa, que bajo su dirección alcanzó momentos de gran brillantez.

El más pequeño de los hermanos, Charles, fue enviado a

Edimburgo para trabajar como funcionario en la oficina de Obras

Públicas, donde se ganaba un sobresueldo pintando en sus ratos

libres. El destino hizo que Charles Doyle se alojara en una casa de

huéspedes regentada por la estirada Katherine Pack, viuda de

William Foley, un joven médico del Trinity College cuya temprana

muerte dejó a su familia en una difícil situación económica.

Katherine presumía de descender de los Plantagenet por una rama

colateral y de su parentesco con Sir Denis Pack, que mandaba las

tropas escocesas en la batalla de Waterloo. Como nota curiosa, cabe

añadir que uno de los personajes favoritos de John Doyle, el padre

de Charles, era el duque de Wellington, héroe de Waterloo, con el

que se decía tenía un cierto parecido. Coincidencias aparte, el joven

Charles Doyle se enamoró como un colegial de Mary Foley, la hija

de Katherine Pack, una bella muchacha inocente, soñadora y un

poco esnob, que con sus aires de grandeza intentaba hacer olvidar su

precaria situación. Mary y Charles se casaron en 1855, vencidas las

reticencias de la orgullosa Sra. Foley, nacida Pack, como recordaba insistentemente a todo el mundo.

Entre 1856 y 1877 el matrimonio tuvo diez hijos, de los que sobrevivieron siete: cinco niñas (Annette,

Constance, Lottie, Ida y Bryan Mary) y dos niños (Arthur e Innes). Tan larga prole y la inclinación de

Charles a la autocompasión, que le condujo a la bebida, condicionaron seriamente la economía familiar.

Un fino observador.

Desde su nacimiento, Arthur hizo las delicias de sus padres y se convirtió en el claro favorito de

ambos. Era un niño alegre y despierto que, movido por su gran curiosidad por todo lo que le rodeaba, no

cesaba de hacer preguntas a los mayores. Desde muy niño, Mary inició a su hijo Arthur en el placer de la

lectura, que fue un gran consuelo frente a las espantosas condiciones en las que vivía la familia y a la

dureza de la modesta escuela de Edimburgo, que él mismo, más tarde, definiría como digna de un relato

de Dickens. Sin embargo, su afición a la lectura no fue nunca un impedimento para convertirse en un

hombre de acción. Para él no existía ninguna dicotomía entre pensamiento y acción, y esto, unido a su

fortaleza física y a su facilidad para los deportes, le convirtió en el paladín de los chicos de Picardy Place,

el barrio donde vivía en eterna lucha con los jóvenes de un cercano barrio sede de algunas de las más

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Retrato de Mary Foley,

madre de Sir Arthur

Conan Doyle, en 1891.

lujosas casas de Edimburgo. Su carácter hacía que devorase todo libro que cayese en sus manos, a la vez

que soportaba los golpes y castigos sin fin por su incesante actividad y rebeldía en las aulas del colegio.

Cuando iba a cumplir los diez años, sus padres le enviaron a Hodder, la

escuela preparatoria del muy selecto Stonyhurst College, regentado por los jesuitas

desde su fundación en 1794. Tras dos años en Hodder bajo la protección del

tolerante y humano padre Cassidy, Arthur pasó a las aulas de Stonyhurst, una

antigua mansión medieval que inspiraría a Arthur el escenario de uno de sus relatos

más famosos, El perro de los Baskerville. La educación de los alumnos de

Stonyhurst se basaba más en el miedo y la intimidación que en la lealtad y el

respeto. La disciplina de los jesuitas, basada en los castigos corporales y la

humillación, así como el obsesivo pánico a todo lo relacionado con el sexo,

marcaron la vida de los estudiantes de la época, entre los que Arthur Conan Doyle

no fue una excepción. De hecho, según Anthony Burgess, Doyle realizó varios

guiños maliciosos en sus obras. Así, Sherlock Holmes recibió su nombre de pila de

Patrick Sherlock: el menos inteligente de todos sus condiscípulos en Stonyhurst.

John Francis y Michael Moriarty fueron dos hermanos que recibieron el premio

Stonyhurst en la disciplina que apasionaba al malvado profesor del mismo nombre,

las matemáticas. Y el poeta-jesuita Gerard Manley Hopkins, profesor de griego en

Stonyhurst, dio pie al inspector Stanley Hopkins de la saga de Sherlock Holmes.

Pero no todo fue negativo en el colegio. Arthur Conan Doyle se convirtió en un gran jugador de

cricket y fútbol. Y esto, unido a su pasión por la lectura y los fines de semana que pasaba en Londres en

casa de su tío Richard, quien le inició en el gusto por el teatro, dio un poco de alegría a su austera vida

durante estos años.

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Retrato de juventud de Conan Doyle.

Capítulo II. Años de estudio

Tras acabar sus estudios en el estricto Stonyhurst, siempre de la mano de los jesuitas, el joven

Conan Doyle fue invitado a Austria en 1875 para aprender alemán en Feldkirch, otra de las escuelas de la

compañía. Fue su primer viaje al Continente y le sorprendieron el carácter mucho más humano de los

profesores y la atmósfera de relativa libertad del colegio. La dura experiencia de Stonyhurst había

madurado al joven Doyle, y el ingenuo niño escocés se había convertido, a sus dieciséis años, en un

muchacho robusto, inteligente, sensato y con un fuerte sentido de la

amistad, producto de compartir lo bueno y lo malo con sus

compañeros de internado, sobre todo con James Ryan, con el que le

uniría una fuerte amistad durante toda su vida. En Feldkirch aprendió

algo de alemán, pero sobre todo tomó contacto con los deportes de

invierno, en los que cosechó grandes éxitos debido a su innata

facilidad para los deportes y a su fortaleza física. Sus triunfos

deportivos, su simpatía y sus dotes para la oratoria le convirtieron en

un líder al que adoraban todos sus condiscípulos.

En su regreso a Escocia hizo una escala en París para visitar a su tío abuelo Michael Conan. Esta

visita marcó al joven Arthur, que quedó profundamente impresionado por la personalidad de su tío. Como

él mismo dijo en una ocasión: "Me parezco más a él física y mentalmente que a ningún otro de los

Doyle". Siempre les unió un gran afecto, y las historias de aventuras y viajes de su tío influyeron en la

producción literaria posterior de Conan Doyle. De vuelta a Escocia, el joven Arthur decidió estudiar

Medicina en la Universidad de Edimburgo. No era Oxford ni Cambridge, pero el presupuesto familiar no

daba para más. Charles y Mary Doyle aceptaron encantados la decisión, ya que, aunque admitían su

afición a la literatura, les parecía mucho más seguro y sensato que su hijo se doctorase en Medicina, con

la que podría comer todos los días. A pesar de la ayuda familiar, Doyle tuvo que solicitar diversas becas,

y durante los veranos trabajó como ayudante de varios médicos. En 1878 trabajó con el doctor Richardson

de Sheffield; en 1879, en Shropshire con el doctor Elliot, y más tarde con el doctor Hoan en Birmingham,

con el que repitió porque era el que mejor pagaba y, además, contaba con una clientela de mendigos y

delincuentes que eran para el joven Doyle un filón de personajes que utilizaría en sus aventuras de

Sherlock. De hecho, el Londres que describe Doyle tiene mucho que ver con el Birmingham que conoció

en su juventud.

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El doctor Joseph Bell,

profesor de Doyle.

Aparece el Doctor Joseph Bell.

De todas las personas que conoció en la Universidad de

Edimburgo, dos profesores influyeron decisivamente en el joven

Arthur. Uno de ellos fue John Rutherford, una impresionante figura,

cuya barba y rugiente voz, treinta años más tarde, Conan Doyle

utilizaría para su creación del profesor Challenger. El segundo fue una

figura clave que impresionó tanto al joven estudiante de Medicina, que

le sirvió para dar vida a su personaje más famoso: el detective Sherlock

Holmes. Se trataba de Joseph Bell, catedrático de Edimburgo, quien

distinguió a Conan Doyle entre sus condiscípulos, nombrándole su

ayudante. La agudeza de Bell para diagnosticar las dolencias y adivinar

las circunstancias personales de cada uno de los enfermos impresionó enormemente al futuro escritor,

que, como Watson con Holmes, asistía fascinado a las deducciones de su profesor. Con un llamativo

físico, alto, delgado, fibroso, con largos brazos y piernas, inquisidores ojos grises y una extraña forma de

caminar a saltos, Bell era un hombre brillante en todo lo que emprendía, aparte de un excelente médico a

quien le apasionaban la poesía y la ornitología.

Era un experto en estrategia militar y le fascinaban las historias policíacas. Deportista notable,

destacaba en cricket, boxeo y tenis. No es de extrañar que tan fascinante y carismático personaje cambiase

la vida de Conan Doyle y, a través de los escritos de éste, la vida de muchos de sus lectores, que vivirían

en las brillantes deducciones de Sherlock Holmes la fascinación que sentía el autor por su profesor Joseph

Bell.

Un importante cambio de rumbo.

En 1879, una serie de acontecimientos familiares afectaron profundamente a Conan Doyle,

haciéndole madurar muy por encima de lo que se espera de un joven de su edad. Su padre, Charles Doyle,

fue internado en una residencia psiquiátrica, comenzando un ir y venir que duraría hasta el final de su

existencia. Su inestable carácter, unido al abuso del alcohol, le había sumido permanentemente en una

depresión durante los últimos dos años, como consecuencia de una forma de vida que le hacía infeliz.

Alcohólico y epiléptico, odiaba Escocia, odiaba a la Iglesia católica y odiaba, sobre todo, su fracaso

familiar. Se volvió susceptible y desconfiado, y pensaba que todo el mundo se reía de él a sus espaldas;

empezó a odiar a su esposa, y sus hijos le dejaban totalmente indiferente. Mary, la madre de Arthur,

finalmente arrojó la toalla y aceptó que fuese internado de forma definitiva. La familia se separó, y Mary

se fue a vivir a Masongill Cottage, en Yorkshire. Arthur, con diecinueve años, tuvo que hacerse cargo de

la casa familiar.

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En estas circunstancias, no es de extrañar que Arthur Conan Doyle tomase la arriesgada decisión

de abandonar temporalmente sus estudios y que aceptase la oferta de un amigo suyo para enrolarse como

médico de un barco de pesca. El "Hope" era un barco ballenero que navegaría durante siete meses desde

Peterhead hasta el Ártico. A un joven activo, aventurero y angustiado por la situación familiar, el

ofrecimiento le pareció una ocasión única para vivir maravillosas aventuras con una tripulación de

aguerridos marineros que le permitirían hacer acopio de anécdotas y relatos para sus futuras novelas,

ignorando los peligros reales que implicaba una expedición de esas características a finales del siglo XIX.

Desoyendo el consejo de sus familiares y amigos, que no veían adecuado el trabajo para un joven de su

posición, aceptó encantado y se embarcó en el "Hope" a principios de 1880.

Conan Doyle iniciaba lo que sería para él una fantástica escuela de periodismo. Su carácter y su

agudeza le permitían aprovechar y sacar conclusiones de cualquier situación, y con más razón de unas

circunstancias y unos personajes tan poco habituales. Para entonces ya había hecho sus pinitos como

escritor y, en octubre de 1879, el "Chamber's Journal" le había publicado su cuento The Mystery of Sarasa

Valley (El misterio de Sarasa Valley); poco después, la revista "London Society" le compró los derechos

de The American’s Tale. Pero, hombre sensato, comprendía que, a pesar de sus éxitos, su pluma no daba

lo suficiente para mantenerle.

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El puerto de Londres, a finales del siglo XIX.

Capítulo III. Una aventura africana

De vuelta a Escocia tras su experiencia en el navío "Hope", Arthur Conan Doyle se graduó en

Medicina y, en vista de que la situación familiar no había cambiado, después de una breve estancia en su

hogar, volvió a embarcarse. Esta vez se trataba de un carguero de 4.000 toneladas, el "SS Mayumba", con

treinta pasajeros; como médico de a bordo, Conan Doyle recibía una paga de doce libras mensuales. El

"SS Mayumba" zarpó el 22 de octubre de 1881. Este viaje fue menos gratificante para Conan Doyle, ya

que, por un lado, tenía que atender a los pasajeros, y por otro, la tripulación era mucho menos entretenida

y sus anécdotas no saciaban su curiosidad de escritor.

Afortunadamente, las escalas le

permitían visitar países diferentes y culturas

muy distintas de todo lo que había conocido

hasta ese momento. La primera escala fue

Freetown, capital de Sierra Leona, donde pudo

comprobar las secuelas que dejaban las

enfermedades tropicales en la población

blanca. Doyle describió Sierra Leona como

"un bello lugar de muerte". La siguiente escala

era Liberia, y allí, como gran deportista que era,

se dedicó a fascinantes actividades llenas de peligros: cazó cocodrilos, se bañó en aguas infestadas de

tiburones y penetró en la selva llena de peligrosas alimañas y grandes depredadores. Como consecuencia

de esta incursión, el 18 de noviembre, cuando el barco llegó a Lagos, Conan Doyle sufría un fuerte ataque

de malaria, consecuencia de las picaduras de los mosquitos. Tras varios días de lucha con la muerte, su

fuerte constitución le permitió salir vivo del combate, pero muy debilitado.

Indudablemente, estas experiencias africanas curtieron e hicieron madurar con rapidez al joven

doctor de veintidós años, y supusieron un caudal inagotable para su futura producción literaria. A su

regreso a Inglaterra, en enero de 1882, sus familiares y amigos se encontraron con un Doyle muy

diferente física –debilitado por la enfermedad–, psíquica y espiritualmente. Por de pronto, el joven doctor

decidió que ya había llegado el momento de sentar la cabeza y dedicarse al ejercicio de la profesión que

tantos desvelos le había costado, abriendo una consulta.

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Una crisis espiritual.

En esta época, Doyle comunicó a sus más

allegados, principalmente a su madre, las dudas religiosas

que había vivido durante los últimos años y su decisión de

abandonar la Iglesia católica. Sin embargo, aunque

agnóstico, no se declaró ateo. El universo le parecía

demasiado fascinante y complicado para poder explicarlo

sin la existencia de una fuerza superior, aunque

desconocida. Conan Doyle fue toda su vida defensor de los valores tradicionales: patria, bandera, imperio,

familia, honor y religión. A pesar de su agnosticismo, que le hizo abandonar los fundamentos de la

religión en la que había sido bautizado, había aspectos de la liturgia católica que le gustaban y que

siempre le resultaron gratos. Creía con firmeza en algún tipo de existencia después de la muerte, y que la

vida no era sino un breve tránsito hacia la eternidad. Las experiencias que le contaron sus compañeros de

tripulación en el "Hope" no hicieron más que reforzar sus creencias, y acabaron por orientarle hacia algo

que él definía como "unitarismo". Más tarde, Doyle se interesó por el espiritismo como medio de

demostrar la existencia de una vida después de la muerte.

El doctor Arthur Conan Doyle.

A sus veintidós años, Arthur Conan Doyle mantenía parte de sus ilusiones, pero la vida le había

vuelto terriblemente realista. Su experiencia, muy amplia para un joven de su edad, le había enseñado que

el tiempo perdido no se recupera, que con ilusiones no se come, y que, por lo general, come más

fácilmente un médico que un escritor. Pero la realidad le demostraría que eso último no es cierto en todos

los casos. Mientras buscaba un lugar donde establecerse, ansioso de fama y de dinero –aunque tal vez no

en ese orden–, como les ocurría a sus compatriotas que se aventuraban en América, la llamada le llegó del

"salvaje Oeste", aunque un Oeste más cercano, ya que se trataba de Plymouth. Un tal doctor George

Turnavine Budd, al que había conocido en Edimburgo, le reclamaba como ayudante, en una carta en la

que le describía Plymouth como la tierra de promisión, con miles de enfermos esperando en su puerta;

además, le hacía una oferta de trescientas libras anuales, lo cual, en sus circunstancias, podía considerarse

una pequeña fortuna. Aunque, según recordaba, la fama del doctor Budd dejaba algo que desear, la oferta

le parecía demasiado buena para ser cierta y, desoyendo los consejos de su prudente madre, con la que se

sentía muy unido, aceptó la propuesta del charlatán y jactancioso Budd.

A pesar de sus esfuerzos para creer en lo que Budd le contaba, pronto la realidad le hizo, una vez

más, poner los pies sobre la tierra. Budd no sólo era un charlatán, sino que, además, era un desaprensivo

que se aprovechaba de las clases pobres de Plymouth, curándoles enfermedades que no tenían, con

medicamentos que no curaban nada pero llenaban sus bolsillos. Su comportamiento pronto hizo pensar al

Conan Doyle durante una charla radiofónica.

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joven Doyle que Budd no estaba del todo en sus cabales, al ver cómo se reía de su clientela, llegando a

veces a echar a patadas a la pobre gente que esperaba en la calle, cuando no podía entrar en las

abarrotadas salas de espera.

Y se trataba de pobres gentes que habían recorrido decenas de kilómetros para ser recibidos.

Aconsejado por su madre y con diez libras por todo capital, más una modesta ayuda materna, Doyle

abandonó Plymouth y se trasladó a Southsea, en Portsmouth, donde alquiló una casa en la que abrió su

propia consulta; en ésta, algunos años más tarde, nacería Sherlock Holmes. Los principios fueron

terribles, y Conan Doyle obtenía con dificultad el dinero justo para comer y pagar el alquiler. Adelgazó

considerablemente, llegando a empeñar su reloj para sobrevivir. Pero, poco a poco, las cosas fueron

mejorando y, al cabo de un tiempo, sus ingresos le permitieron tener una persona que le ayudara en las

labores de la casa, lo que le dejaba más tiempo para su profesión. Pronto pudo satisfacer alguna de sus

grandes aficiones; se hizo socio de algunos clubs de Portsmouth, donde podía jugar al fútbol y al cricket,

con la ventaja añadida de que sus compañeros de deporte acabaron siendo pacientes suyos. De pronto,

todo parecía sonreír al joven doctor Doyle.

Su nueva situación le animó también a escribir, y el "Cornhill Magazine" le publicó un cuento

corto titulado Habakuk Jephson's Statement, por el que le pagaron veintinueve guineas. Pronto le pidieron

nuevos cuentos, y el "All the Year Round" y el "Boy's Own Paper" decidieron también publicar relatos y

ensayos de Arthur Conan Doyle.

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Capítulo IV. Encuentro con la madurez

Al margen de su creciente producción literaria, el joven

Doyle se interesaba por los temas relacionados con su profesión de

médico y publicaba estudios en "Lancet" y "Medical Times".

También le preocupaban los temas de actualidad y escribía cartas a

los periódicos dando su opinión sobre asuntos tales como la

religión y las costumbres de sus compatriotas. Su consulta médica

le permitía mejorar sus ingresos, aunque no a la velocidad que el

impulsivo joven hubiera deseado. Durante el año 1882 había

ingresado trescientas libras, cantidad apreciable para un joven

médico, pero que distaba mucho de las mil libras que le decía a su

madre que ganaba. La realidad es que Conan Doyle nunca alcanzó

esa cantidad anual como médico y sí, en cambio, con gran

facilidad, con las aventuras del detective de Baker Street. La

práctica de la medicina brindaba experiencia al joven escritor.

Cuando visitaba a sus pacientes más humildes, que vivían en

condiciones realmente penosas, algunas de las escenas eran difíciles

de asumir. Pero poco podía hacer por ellos, y esta impotencia le provocaba frecuentes depresiones. Se

rebelaba contra la injusticia de tales situaciones. Pero no todo eran amarguras: en esa época, fue a vivir

con él su hermano pequeño, Innes. Aunque sólo tenía diez años, le ayudaba en lo que podía, haciendo de

botones; realizaba pequeños recados y abría la puerta a los pacientes que venían a la consulta. Para esta

última misión llevaba un gracioso uniforme hecho a medida. Cuando terminaban el trabajo, los Doyle se

divertían juntos; cenaban, paseaban y charlaban sobre Edimburgo y sobre la familia. En realidad, Conan

Doyle era feliz con la compañía de su hermano, al que, primero debido al internado y luego a los viajes y

a la universidad, no había podido tratar. Ahora, el destino le permitía recuperar el tiempo perdido.

Cuando, en 1885, Innes se marchó al colegio en Yorkshire, Conan Doyle tardó en acostumbrarse a su

ausencia.

Campanas de boda.

Por esa época, Arthur Conan Doyle se había convertido en un personaje popular en Southsea. El

joven médico escocés había adquirido cierto reconocimiento en su profesión, era un gran deportista y la

gente empezaba a reconocer su labor como periodista y como escritor. Su vida social fue adquiriendo una

actividad inusitada, y Conan Doyle se veía perseguido por una corte de señoritas casaderas, cuyas madres

miraban el juego con ojos complacidos. Pero Sir Arthur tenía su propia opinión sobre el asunto. En marzo

En su primera sala de consulta médica,

Doyle descubrió el dolor humano y los

problemas de las clases más humildes de

la sociedad.

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La primera esposa de Doyle, Louise,

conocida por el apodo de “Touie”.

de 1885, había tratado a un niño afectado de meningitis, Jack

Hawkins, que falleció a pesar de todos los desvelos del doctor

Doyle. La madre de Jack y su hermana, Louise, estaban muy

agradecidas por todos los esfuerzos del doctor y, poco a poco, nació

una gran amistad entre la agradable, tranquila y dulce Louise y el

joven Doyle. La señorita Hawkins, "Touie", como la llamaban

familiarmente, estaba bien educada, según los cánones de la época:

cantaba, tocaba el piano, leía con discreción y era capaz de llevar

satisfactoriamente una casa. "Touie" encontraba muy inteligente a

Conan Doyle, lo que, sin duda, añadía un encanto más a la joven.

La suerte estaba echada: la pareja contrajo matrimonio en

agosto de 1885, con la fuerte oposición de Mary Doyle. La madre

de Sir Arthur veía precipitado y poco sólido este matrimonio. Con el

tiempo, Conan Doyle tuvo que dar la razón a su madre: el

matrimonio había sido un error. Sin embargo, Doyle nunca traicionó

el compromiso que había adquirido.

The Society for Psychical Research.

Aunque Conan Doyle se había alejado de la Iglesia católica, buscaba una justificación al calvario

del hombre en este mundo. Y la única justificación que encontraba posible era la existencia de otra vida

después de la muerte, que compensase las deficiencias e injusticias que, sobre todo los más humildes,

vivían a diario.

En la búsqueda de una confirmación a esta idea de un paraíso posterior, a la que no era ajena la

educación que le habían dado los jesuitas. Conan Doyle se fue acercando a las prácticas espiritistas, muy

de moda en aquella época. Dentro de la legión de farsantes y mediums de pacotilla que proliferaban,

montando espectáculos en ferias y teatros, Conan Doyle conoció a uno que parecía honrado y que había

logrado cierta fama en Portsmouth. Su nombre era John Wesley y, poco a poco, había logrado reunir a

unos cuarenta seguidores de sus enseñanzas.

Doyle no tardó en integrarse en el grupo, deseoso de profundizar sus conocimientos. En 1882, se

había creado la Society for Psychical Research, lo que permitió a Sir Arthur trabar conocimiento con el

general Alfred W. Drayson, un militar retirado que compartía con Doyle la afición por el espiritismo, la

historia militar y la escritura. Drayson había publicado algunos relatos en las mismas revistas que Doyle

y, debido a los diversos temas que les unían, intimaron rápidamente.

Drayson introdujo a Conan Doyle en las teorías de Friedrich Anton Mesmer, doctor austríaco del

siglo XVIII que había elaborado una teoría sobre los efectos de los planetas en el comportamiento

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La familia Doyle se instaló en la villa Bush,

de la localidad de Southsea.

humano y la posibilidad de controlar y elegir esos efectos. Aunque Mesmer había muerto en 1815,

arruinado y en el exilio, el mesmerismo se había hecho popular en Gran Bretaña a través de "The Zoist",

una publicación dedicada al hipnotismo y a otras prácticas, dirigida por el doctor John Elliotson, del

London's University College Hospital.

En 1880, los doctores Liebault y Bernheim popularizaron la hipnosis; pronto Conan Doyle se

interesó por estos descubrimientos y, en 1884, publicó en el "Cassell's Saturday Journal" John Barrington

Cocales, la historia de un joven médico escocés que cae en las redes de una perversa y bella hipnotizadora

que, como una mantis religiosa, mata a sus amantes. En 1885, justo antes de casarse con Louise, publicó

The Great Keinplatz Experiment, en la que el protagonista, el profesor Von Baumgarten, filosofa sobre

experiencias cercanas a los viajes astrales, en las que el espíritu abandona el cuerpo, viajando con

libertad.

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La famosa espiritista Madame Blavatsky.

Capítulo V. Las múltiples facetas del doctor Doyle

Paulatinamente, Conan Doyle fue entrando en contacto con

grupos espiritistas y participando en las sesiones que organizaban.

Algunas de estas sesiones le provocaban serias dudas sobre la

veracidad de lo que veía, pero su amigo Alfred Drayson, que

merecía toda su confianza y al que admiraba enormemente,

acallaba sus dudas.

Drayson alegaba que no tenían importancia los fraudes que

pudieran realizar algunos desaprensivos, porque ¿dónde no los

hay? ¿Acaso más de uno no presume de cristiano y lleva una vida

absolutamente indigna de las creencias que dice profesar? Bajo la

influencia de Drayson, Conan Doyle se suscribió a "Light", una

publicación espiritista, y continuó asistiendo a numerosas sesiones,

como otros famosos contemporáneos suyos. En su época el

espiritismo estaba de moda. Políticos, nobles, intelectuales y

artistas frecuentaban sesiones donde se materializaban ectoplasmas, las mesas se movían y se escuchaban

voces que no se sabía si venían de los cielos o de detrás de una puerta entreabierta.

También a través de Drayson, Doyle se interesó por el budismo. Le atraía particularmente todo lo

relacionado con la teoría de la reencarnación, sobre la que empezaban a escribir algunos orientalistas,

influidos por las experiencias que habían tenido en sus viajes.

En esta época, Doyle conoció a Madame Blavatsky, una enigmática mujer que gozaba de gran

reconocimiento en los medios espiritistas. Se decía de ella que poseía grandes poderes, y era recibida con

honores en los salones más importantes de Inglaterra. Años después, su reputación se vino abajo cuando

un grupo de expertos demostró los trucos que utilizaba la famosa dama.

A pesar de la oposición de la ciencia oficial y, en particular, de la profesión médica, Conan Doyle

escribió una carta a la revista "Light", en julio de 1887, en la que declaraba ser un espiritista convencido,

aunque confesaba que los experimentos sólo tenían sentido como medio para probar la existencia de otra

vida, y reprobaba la actitud de los que intentaban convertir estas experiencias en un espectáculo más,

como el teatro o la ópera. Doyle terminaba diciendo que cada persona debía buscar su propia realización

para permitir a su espíritu alcanzar la libertad, a salvo ya de las lacras de este mundo.

De cómo nació un tal Sherlock Holmes.

Conan Doyle era un lector infatigable que leía todo lo que caía en sus manos, y devoto de un

género que empezaba a tener muchos adeptos en la época: la novela de detectives. Sin embargo, su

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Edgar Allan Poe en un retrato

de Ismael Gentz.

espíritu crítico le hacía ver los fallos de dichas novelas. Los

argumentos eran endebles y poco creíbles; los protagonistas,

zafios y poco lógicos, y la solución de los crímenes se debía más

a la suerte o a la torpeza de los delincuentes que a las virtudes

que adornaban a los investigadores. Dentro del género, sus

escritos favoritos eran Gaboriau y Edgar Allan Poe. Pero él se

veía capaz de superarlos y, sobre todo, pensaba que podía ser un

buen negocio. Teniendo en cuenta la ambición del joven Doyle y

que debido a su matrimonio sus gastos eran mayores, no resulta

descabellado pensar que las razones económicas influyeron en su

ánimo poderosamente. Su decisión de convertirse en escritor de

novelas policíacas fue fría y meditada. Primero creó sus

personajes: un detective llamado Sherrinford Holmes, y su

ayudante y compañero Ormond Sacker, que haría las veces de

narrador de las proezas del genial detective. La primera novela se tituló inicialmente A Tangled Skein,

pero después cambió el título por A Study in Scarlet (Estudio en escarlata). Ormond Sacker se convirtió

en el doctor John Watson, y Sherrinford Holmes conservó el apellido, pero el nombre de pila se

transformó en otro más corto, más contundente y fácil de recordar. Así nació un detective que, al fin, se

llamó Sherlock Holmes.

Pero aún quedaba un largo recorrido para que A Study in Scarlet llegara a publicarse y para que

Sherlock Holmes se convirtiera en el detective con más seguidores de la historia. James Payn, editor del

"Cornhill Magazine", que ya había publicado relatos de Conan Doyle en el "Chamber's Journal", se

excusó diciendo que el relato era demasiado corto para convertirlo en una serie, y demasiado largo para

publicarlo de una vez. Probablemente, con el paso del tiempo, Payn lamentaría más de una vez su

decisión. En 1886 Conan Doyle envió su novela a Arrowsmith, Warne y otros editores, sin que ninguno

de ellos diese muestra alguna de interés. Finalmente, A Study in Scarlet se publicó en las navidades de

1887 en el "Beeton's Christmas Annual" y le pagaron la ínfima cantidad de 25 libras. Pero Conan Doyle

ya estaba harto, quería publicarlo y necesitaba el dinero. Un año más tarde, Ward, Lock & Co. publicaron

A Study in Scarlet en forma de novela, con ilustraciones de Charles Doyle, el padre de Conan Doyle.

Micah Clarke

En esta época -y también posteriormente- el joven Conan Doyle estaba más interesado en otros

temas literarios, como la novela histórica. En el verano de 1887 escribió Micah Clarke, que se publicaría

dos años más tarde. La acción transcurría a finales del siglo XVII, cuando el rey Jaime II intentaba

instaurar de nuevo el catolicismo en Inglaterra.

El protagonista, Micah Clarke, hijo de un antiguo combatiente a las órdenes de Cromwell, se

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Oliver Cromwell fue uno de los personajes históricos favoritos de Sir Arthur Conan Doyle.

convierte en un héroe romántico. Conan Doyle, que era un aficionado a la historia desde su infancia,

demostró estar influenciado en esta novela por sus dos autores favoritos: el historiador Lord Macaulay y

el novelista Sir Walter Scott, cuyas obras tanto habían acompañado a Doyle en su infancia y juventud.

El novelista, una vez más, y a pesar de la innegable calidad de Micah Clarke, tuvo que luchar con

varios editores y armarse de paciencia, hasta que logró publicarlo. Pero los malos tiempos iban a cambiar

y, como a tantos otros, la fortuna le vendría de América.

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Portada de la segunda edición de

El Signo de los Cuatro.

Capítulo VI. El precio del éxito

Fue en Estados Unidos donde se elevó al Olimpo de la fama

a Sherlock Holmes y con él a su autor, Arthur Conan Doyle. En

1889, la editorial Lippincott de Pennsylvania encargó a Doyle un

nuevo libro sobre Sherlock Holmes, durante una cena en el hotel

Langham. El anfitrión era Joseph Marshall Stoddart, editor de

Lippincott, y había también un tercer comensal: el escritor inglés

Oscar Wilde. Casualmente, Wilde era el primer miembro de la

exigente comunidad literaria británica que reconocía el gran talento

de Conan Doyle. A Wilde le había encantado Micah Clarke, y

dedicó numerosas alabanzas a Doyle durante la cena. Sir Arthur

quedó muy impresionado por la delicadeza, la exquisita educación y

el gran sentido del humor de Oscar Wilde, que contó varias

anécdotas divertidísimas.

Finalizada la cena, Wilde se comprometió a escribir un libro

que se titularía El retrato de Dorian Grey y, por su parte, Conan

Doyle firmó el contrato con "Lippincott's Magazine" de lo que sería The Sign of Four (El signo de los

cuatro), al precio de cien libras esterlinas. El hecho de que el contrato se redactase ese mismo día

demuestra la expectación con la que el público estadounidense esperaba una nueva aventura de Sherlock

Holmes. El signo de los cuatro se publicó en el "Lippincott's Magazine" en febrero de 1890; poco

después, apareció en forma de novela. Al final del libro, la protagonista, Mary Morstan, se convierte en

señora Watson, alterando con ello la idílica y confortable relación del doctor Watson con Sherlock

Holmes. El libro ganó rápidamente el favor del público, y fue un gran éxito de ventas. Pero empezaba

entonces la gran tragedia de Conan Doyle, que veía cómo crecía la popularidad del detective, eclipsando

la de su autor; esto provocaba una ambigua relación de amor y odio de Conan Doyle hacia su famoso

detective.

The White Company.

El éxito condujo a Conan Doyle a una actividad frenética que comenzaba temprano por la mañana

y terminaba muy tarde. Al igual que Sherlock Holmes, cuando iniciaba un proyecto desarrollaba una

actividad prodigiosa, aunque en muchos casos estos proyectos no llegaban a buen término. En 1890

publicó una nueva novela histórica, titulada The White Company, sobre el reinado de Eduardo III, una de

las épocas favoritas, para el escritor, de la historia de Inglaterra.

El libro se vendió muy bien, pero la crítica fue despiadada. Consideraban que, aunque reflejaba

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El doctor Garnault, discípulo de Koch, se

inyecta sangre de una vaca tuberculosa.

perfectamente la vida de Francia e Inglaterra en el siglo XIV, los personajes no estaban suficientemente

definidos, en especial el protagonista, Sir Nigel Loring. Esta tendencia de la crítica a no tomar en serio

sus trabajos históricos crispaba a Conan Doyle, que prefería estas obras y no las aventuras de Holmes y

Watson. Pero lo cierto es que Doyle no consiguió nunca definir ningún otro personaje suyo con la fuerza

y la credibilidad que tenían el detective y el médico. La moralidad y las actuaciones de sus personajes

históricos estaban más acordes con el propio Conan Doyle que con la época en la que los situaba el autor.

En el terreno personal, la vida sonreía a Conan Doyle. La relación con su esposa era magnífica, y en

1890, a los treinta y un años, Doyle fue padre de una niña a la que bautizaron como Mary Louise. Sin

embargo, su espíritu aventurero anhelaba un poco de acción.

Tras las huellas de Robert Koch

En 1890 los titulares de los diarios de todo el mundo se hicieron eco de la proeza de un médico

alemán. El doctor Robert Koch había descubierto el bacilo causante de la tuberculosis y un tratamiento

para combatir dicha enfermedad. Esta noticia provocó una peregrinación a Berlín de miles de enfermos

que intentaban, a cualquier precio, salvar su vida de la fatal dolencia. Muchos de ellos morían en el

camino que les conducía hacia el milagro. No pocos médicos viajaban también a Alemania, interesados

en el descubrimiento que acabaría con el azote que minaba a la población de fines del siglo XIX.

Aunque como médico no estaba especialmente interesado en la tuberculosis, Conan Doyle sintió

renacer su espíritu aventurero. Le subyugaba la idea de presenciar un acontecimiento que marcaría la

historia de la humanidad. Su placentera pero rutinaria vida le resultaba insuficiente, y ardía en deseos de

conocer a Koch, aunque para ello tuviera que abandonar

temporalmente a su esposa y a su hija recién nacida.

Consiguió que "Review of Reviews" le encargase un

artículo sobre el doctor Koch, logrando así la posibilidad de

entrevistarle personalmente, aunque numerosos periodistas

rondaban infructuosamente al médico alemán. A su llegada a

Berlín, Doyle se encontró con un espectáculo dantesco, más

propio de un circo que de un acontecimiento médico. Su

impulsivo carácter hizo que se enfadara con los ayudantes de

Koch, que daban a los enfermos mucho menos de lo que

prometían. Basándose en lo que había visto y escuchado en Berlín,

el 17 de noviembre de 1890 publicó un valiente artículo en el que

reconocía que el descubrimiento de Koch era decisivo, pero que

los resultados no estaban a la altura de las esperanzas que en él

depositaban los enfermos y sus familiares. Durante su viaje a Berlín, Doyle conoció a Malcolm Morris,

que le habló sobre el futuro de la oftalmología y las posibilidades que ofrecía a médicos jóvenes y

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ambiciosos como él. Morris le recomendó especializarse en Viena, lo que le permitiría abrir una consulta

en Londres. A su regreso, Conan Doyle pensó detenidamente en esta sugerencia, sopesando los

inconvenientes y las ventajas de la arriesgada decisión. Dudaba, sobre todo, porque suponía alejarse de

nuevo de su familia. Fue su madre, una vez más, la que aclaró sus dudas al ofrecerse a quedarse con la

pequeña Mary Louise, para que Conan Doyle pudiera viajar a Austria con su esposa. La pareja llegó a

Viena el 5 de enero de 1891.

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A finales del siglo XIX, Viena era un centro

importante de la medicina mundial.

Capítulo VII. Cambio de rumbo

Recién llegado a Viena en 1891 para especializarse en

oftalmología, Conan Doyle comprendió que acababa de

cometer un error. Él hablaba el alemán aprendido en el colegio,

que le bastaba para defenderse en una tienda o para mantener

una conversación más o menos intranscendente. Pero de ahí a

seguir unas clases de medicina con materias en las que

abundaban las palabras técnicas, impartidas con el habitual

ritmo de quienes el alemán era su lengua materna, distaba

bastante. Siguió las clases de Krankenhaus, pero tuvo que

reconocer que hubiese aprendido mucho más en Inglaterra. Por

otro lado, la dedicación que le exigían sus estudios le impidió escribir una sola línea durante los cuatro

meses que duró su aventura austriaca. A su regreso pudo comprobar con agrado el nivel de popularidad

que había alcanzado como escritor. Todo lo que escribía se vendía con éxito, incluido un libro menor

sobre alquimia, The Doings of Raffles Haw, que escribió para cubrir los gastos que le había ocasionado su

poco meditada decisión de ir a estudiar a Viena.

Una consulta en Londres.

Aceptó con filosofía la situación, olvidando rápidamente los sinsabores de la estancia vienesa, ya

que había cumplido parte de sus sueños: especializarse en oftalmología.

Decidido a llevar su sueño hasta el final, trasladó a su familia a Londres, instalándose en el 23 de

Montague Place, cerca del Museo Británico. Abrió su consulta en el 2 de Upper Wimpole Street,

desoyendo los consejos de familiares y amigos, que le reprochaban su tozudez al empeñarse en algo sin

meditarlo, especialmente cuando su carrera literaria iba viento en popa.

La verdad es que Doyle estaba de acuerdo con sus amigos, pero su tozudez y el deseo de no dejar

las cosas a medias le obligaron, una vez más, a tomar una decisión equivocada y, sobre todo, precipitada.

La consulta de Upper Wimpole Street funcionaba mal, pues apenas daba para cubrir los gastos. Conan

Doyle tuvo que reconocer que era una pérdida de tiempo y, sobre todo, de dinero, teniendo en cuenta que

las ventas de sus libros iban subiendo como la espuma. Finalmente, tuvo que rendirse ante la evidencia; la

medicina no le producía ninguna satisfacción y económicamente era un desastre.

Pero si el Doyle médico estaba decepcionado, el escritor producía sin parar, trabajaba con

facilidad y obtenía espléndidos resultados. Nada más instalarse en su consulta de Upper Wimpole Street,

aprovechando que tenía tiempo libre, Conan Doyle inició un relato corto de Sherlock Holmes. Empezó

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Con Escándalo en Bohemia

se iniciaban Las Aventuras

de Sherlock Holmes.

Retrato de Herbert Greenhough Smith, director literario del

“Strand Magazine”.

titulándose A Scandal of Bohemia y acabó como A Scandal in Bohemia

(Escándalo en Bohemia). Su agente, Alexander Pallock Watt, le animó a

continuar, y en los cuatro meses siguientes vieron la luz cinco aventuras más

del inquilino de Baker Street: A Case of Identity (Un caso de identidad), The

Red-Headed League (La liga de los pelirrojos), The Boscombe Valley Mystery

(El misterio del valle de Boscombe), The Five Orange Pips (Las cinco

semillas de naranjas) y The Man with the Twisted Lip (El hombre del labio

retorcido). El filón estaba abierto, y Conan Doyle se divertía escribiendo. La

suerte estaba echada, y los Doyle volvieron a trasladarse, esta vez a una

preciosa casa de South Norwood, un barrio del sur de Londres. Conan Doyle

decidió abandonar definitivamente el ejercicio de la medicina, e intentar vivir con los ingresos de la

pluma. El agente de Doyle presentó los seis relatos cortos al "Strand Magazine", que estaba empezando a

editar novelas por entregas. A la vista del material de Doyle, uno de los editores, Herbert Greenhough

Smith, tuvo una idea genial. En lugar de publicar, como hasta entonces, una novela larga por capítulos,

publicaría los seis relatos, puesto que, aunque eran independientes entre sí, tenían un hilo conductor:

Sherlock Holmes y el doctor Watson. Los personajes hacían de nexo de unión entre los diferentes relatos,

y todas las historias se publicarían bajo un título común: The Adventures of Sherlock Holmes (Las

aventuras de Sherlock Holmes).

Nace una serie.

La suerte sonreía a Arthur Conan Doyle. En vista del éxito de los primeros relatos, los editores

querían más historias, para calmar la demanda de los innumerables admiradores de Holmes. El éxito de

ventas permitió subir los precios y, si por Escándalo en Bohemia le habían pagado 25 libras, y por los

siguientes, 35 por cada uno, el "Strand" estaba dispuesto a pagar 50 libras por cada nueva historia. A

partir de entonces, aparte del título genérico de The Adventures of Sherlock Holmes, el de cada relato

empezaría por The Aventure of... Los dos primeros nuevos relatos, The Adventure of the Blue Canbuncle

(El carbunclo azul) y The Adventure of the Speckled Band (La banda de lunares), Doyle los escribió con

rapidez, pero con la tranquilidad de tenerlos ya vendidos, lo cual le permitió mejorar su estilo. Según los

críticos, si las primeras historias ya habían gustado,

éstas se podían considerar obras maestras del género.

A continuación vieron la luz The Adventure of the

Engineer's Thumb (El dedo pulgar del ingeniero),

The Adventure of the Noble Bachelor (El solterón

aristocrático) y The Adventure of the Beryl Coronet

(La diadema de berilo). Cuando inició la última de la

serie, The Adventure of the Copper Beeches (La

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El doctor Joseph Bell,

antiguo profesor de Conan Doyle.

finca de Copper Beeches), era tal la fama de Sherlock Holmes, y ensombrecía hasta tal punto la de su

autor, que Conan Doyle estaba dispuesto a acabar con el detective al final de la aventura. Algunos

lectores estaban convencidos de la existencia real de Holmes, e incluso enviaban cartas dirigidas a

Sherlock Holmes al 221-B de Baker Street; esto relegaba a Conan Doyle al papel de mero biógrafo de un

héroe, convirtiéndolo en un doctor Watson cualquiera. Una vez más, la sensatez de Mary, la madre de

Doyle, logró que su hijo no acabara con quien se estaba convirtiendo en el héroe favorito de los lectores.

Las críticas de los relatos eran excelentes. Cuando aparecieron publicados en forma de libro, que

dedicó a su antiguo profesor, el doctor John Bell, todos estuvieron de acuerdo con G. K. Chesterton en

que las historias tenían un ritmo perfecto, desde la primera hasta la última línea.

El éxito de Sherlock Holmes permitió a la familia Doyle llevar una

plácida existencia en su bonita casa de South Norwood, al margen de los

inconvenientes propios de la popularidad del cabeza de familia. En 1892

Arthur Conan y Louise Doyle tuvieron su primer hijo varón, Alleyne

Kingsley, que colmó las expectativas de su padre, deseoso de tener un chico al

que educar a su estilo en el deporte, las lecturas y las aventuras. A sus treinta

y cuatro años, Conan Doyle era un hombre feliz y satisfecho con los logros

conseguidos. La suerte le mostraba su mejor cara.

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Trineo que hacía el trayecto Chamonix-Fayet, en los Alpes

suizos, en la época en que la familia Doyle visitó Suiza.

Capítulo VIII. Años difíciles

Arthur Conan Doyle se estaba convirtiendo en un autor famoso. Lo mismo viajaba a Noruega con

Jerome K. Jerome -el creador del mayordomo Jeeves- para esquiar, que cenaba con la flor y nata de los

escritores, no sólo ingleses sino de toda Europa. Los editores se disputaban el honor de publicar unas

obras que les resultaban muy rentables. La sociedad londinense reclamaba su presencia en todos los actos

y fiestas importantes. Conan Doyle se había convertido, a pesar suyo, en un personaje popular y estaba de

moda.

A medida que se acercaba a los cuarenta años, Conan Doyle empezaba a sentirse mayor. Por

primera vez en su vida, le preocupaban la edad y sus estragos: ya no era el mismo jugando al fútbol, y su

ritmo de acostarse tarde y levantarse temprano le parecía menos llevadero que antes. Veía que los difíciles

tiempos que se avecinaban, en los que se insinuaba ya la sombra de una gran guerra, eran para los jóvenes

sanos y fuertes. Pensaba que él ya no podría protagonizar los acontecimientos venideros y, lo que le

resultaba más duro, veía que su querido hijo sí se vería obligado a vivir esos tiempos, y eso también le

disgustaba. Para un patriota como él, estos pensamientos no eran motivo de orgullo, pero no podía evitar

sus dudas y su miedo. La producción literaria de Conan Doyle era cada vez más fecunda. El "Strand

Magazine" no tenía capacidad para publicar todo lo que Doyle le ofrecía, y otras revistas, como "The

Idler" de Jerome K. Jerome, empezaron a publicar relatos y artículos del prolífico escocés. Los editores se

asustaban ante esta avalancha de relatos pero, como siempre, Doyle continuaba produciendo, sin

importarle la opinión de los demás. Henry Irving le pagó cien libras por una obra de teatro sobre

Waterloo, y por otro lado preparaba el libreto de una opereta, Jane Annie, con su amigo J. M. Barrie.

La llegada del año 1893 marcó el comienzo

de una época dura para la familia Doyle. Murió

Charles, el padre del escritor, un hombre débil al

que la vida había marcado durante muchos años,

quebrantando su salud y su carácter. Conan Doyle

que, al estar tan unido a su madre, había mantenido

una relación poco fluida con él, se sintió muy

afectado, ya que a pesar de la inestabilidad de

carácter de Charles Doyle, se había roto un vínculo

importante.

Viaje a Suiza.

Ese mismo año, su esposa empezó a dormir mal, progresivamente aquejada de una tos que no

presagiaba nada bueno. Conan Doyle decidió consultar a los mejores médicos, y el diagnóstico de éstos

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Enfermos de tuberculosis en un

sanatorio de los Alpes.

Ilustración de Sidney Paget en

la que se representa la lucha

final de Holmes y Moriarty.

fue unánime: los pulmones de la señora Doyle estaban seriamente afectados y la enfermedad había

minado profundamente su salud.

Una consulta con el gran especialista Sir Douglas Powell

confirmó el diagnóstico, añadiendo la conveniencia de apartar

cuanto antes a Louise del frío y húmedo invierno inglés. Conan

Doyle, tremendamente afectado por la noticia, tomó una rápida

decisión y se la llevó a Suiza. Los Alpes parecían ser unos buenos

aliados para luchar contra la tuberculosis que estaba acabando con

la vida de su querida "Touie". Louise y Conan Doyle se instalaron

con sus hijos en el hotel Kurhaus, en Davos, y para el escritor

empezó una época en la que sólo estaba interesado en una cosa:

"Touie" debía curarse, y él haría todo lo necesario para hacerle la

vida lo más grata y alegre posible durante la lenta recuperación.

Doyle procuraba que su mujer y sus hijos se distrajesen, confiando

en que el sol y el aire puro alejarían el fantasma de la muerte y

todos podrían recordar aquella etapa no como algo triste, sino

como una divertida época de vacaciones.

La cura alpina dio resultado, pero la salud de la señora Doyle ya nunca fue buena y acabó

convirtiéndose en una inválida. No obstante, Doyle se sentía feliz, pues habían logrado vencer a la

enfermedad. Las aventuras de Sherlock Holmes estaban terminadas, y aunque el autor había decidido no

darles continuación, la demanda del público, que pedía más y más aventuras, obligó al escritor a ceder

ante las súplicas de su editor. Así nació otra serie de doce relatos más bajo el título genérico de The

Memoirs of Sherlock Holmes (Las memorias de Sherlock Holmes). Doyle había claudicado para dar gusto

a sus innumerables seguidores y para embolsarse las mil libras esterlinas que había logrado que su editor

le pagase por la serie.

La muerte de Sherlock Holmes.

Las memorias de Sherlock Holmes comenzaban con Silver Blaze,

(Estrella de plata), y en The Greek Interpreter (El intérprete griego) hacía su

aparición Mycroft Holmes, un hermano de Sherlock, siete años mayor que él,

y el único ser sobre la Tierra por quien Holmes siente un auténtico respeto.

Misterioso colaborador del gobierno, mueve los hilos desde el muy exclusivo

club Diógenes en Pall Mall, y mira a Sherlock con la condescendencia con

que se atiende a un niño. Pero la gran sorpresa para los lectores y para la

sociedad londinense en general fue la aparición, en diciembre de 1893, de

The Final Problem (El problema final) donde Sherlock Holmes fallecía.

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Carta de Doyle a su madre

comunicándole su decisión de “matar” a

Holmes.

Conan Doyle ya no podía más.

Había querido "matarlo" al final de Las aventuras de Sherlock Holmes, aunque había cedido a las

presiones de su editor. Durante su estancia en Suiza, al visitar las cataratas de Reichenbach imaginó a su

odiado personaje cayendo por ellas. Dicho y hecho, en El problema final Sherlock Holmes se despeña

mientras lucha con su peor enemigo, el profesor Moriarty, arrastrándolo en su caída. Cuando Watson

llega al lugar no hay ni rastro de Holmes ni de Moriarty: sólo encuentra una carta dirigida a él, firmada

por Sherlock Holmes. El detective ha muerto para salvar a la humanidad. El relato termina con un epitafio

de Watson, que es una loa al que considera el mejor de los hombres. La reacción no se hizo esperar. Miles

y miles de cartas empezaron a llegar a las editoriales, a los periódicos y al 221-B de Baker Street. Desde

el pueblo llano hasta el príncipe de Gales, todos lamentaban el final del héroe, y nadie comprendía la

decisión de su autor. Aquellos que pensaban en Sherlock Holmes

como en un ser de carne y hueso consideraban a Conan Doyle un

asesino. Aparecieron esquelas en los periódicos, y se sucedían

interminables muestras de duelo, primero en Londres, luego en toda

Inglaterra, hasta alcanzar a Europa y Estados Unidos de América.

Es famosa una carta que recibió Doyle, que empezaba con un

"¡Grandísimo burro!". Su propia madre estaba indignada. Pero

Conan Doyle no se conmovió; tenía aún muy reciente la muerte de

su padre y la grave enfermedad de su esposa: seguir con Sherlock

Holmes era demasiado. Tendrían que transcurrir casi diez años para

que Conan Doyle cambiase de decisión.

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Una foto para el álbum. Caravana de turistas ante la esfinge de

Capítulo IX. Un viajero empedernido

En 1894, Arthur Conan Doyle recibió una oferta para dar una serie de conferencias en Estados

Unidos y Canadá. La invitación procedía del Mayor J. B. Pond, un excombatiente de la guerra civil, que

había hecho fortuna como empresario y como promotor.

Doyle, que era un viajero impenitente y seguía apasionado por la aventura, se decidió

rápidamente. Debido a que su esposa no podía acompañarlo por su delicado estado de salud, para no ir

solo invitó a su hermano menor.

Conan Doyle quería mucho a su hermano Innes, pero además, a pesar de que le encantaba

conocer nuevas gentes, necesitaba alguien con quien charlar. Y ese alguien debía ser capaz de

comprender el sentido del humor de los británicos y, especialmente, el de los escoceses. Su hermano

cumplía todos los requisitos exigidos al mejor de los acompañantes. A su llegada a Nueva York, Conan

Doyle se encontró con una lista interminable de conferencias que debía pronunciar ante un público que

sólo estaba interesado en ver y escuchar al autor de Sherlock Holmes. La verdad es que Doyle creía

haberse librado del famoso personaje creado por él, pero el cadáver de éste volvía a adquirir vida.

La popularidad de Doyle era tremenda, y a pesar de algunas críticas aparecidas en la prensa, en

las que le definían como un incompetente hombre gris, su éxito fue enorme. Durante la gira estuvo

rodeado todo el tiempo de amigos y de seguidores del detective de Baker Street. Tras su paso por Estados

Unidos se dirigió a Toronto, donde dio una multitudinaria conferencia. Las cataratas del Niágara

impresionaron sobremanera a Conan Doyle. El novelista reconoció tiempo después que hubiese sido el

lugar ideal para terminar con Holmes y Moriarty, pero ya era tarde: sus cuerpos reposaban en Suiza. A su

regreso a Inglaterra hizo realidad una idea a la que llevaba dando vueltas desde hacía tiempo. Doyle se

dirigió a Surrey y compró un terreno en Hindhead para construirse una casa, encargando el proyecto a un

viejo amigo suyo, el arquitecto Ball.

Un invierno en Egipto.

El invierno inglés, frío y húmedo, no era

el ideal para la delicada salud de su esposa, ni

tampoco para el estado de ánimo que dominaba a

Conan Doyle. Una vez puso en marcha el

proyecto de la casa, cogió a su familia y se la

llevó a un país que no conocía, pero sobre el que

había leído mucho: Egipto. En esa época, muchos

británicos viajaban a países con mejor clima y donde todo era más económico. Una renta que en

Inglaterra les llegaba para subsistir con estrecheces, en España, Italia o Egipto les permitía vivir con

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holgura y hasta con cierto lujo. Por supuesto, en sus nuevos destinos no alteraban ni un ápice sus

costumbres, y sólo se trataban de igual a igual con sus compatriotas.

Cuando se instalaron en el Hotel Mena de El Cairo, aunque los motivos de Doyle no eran

económicos, su actitud fue exactamente la misma que la del resto de sus compatriotas. Pronto pudo

comprobar en sus propias carnes que una cosa es la literatura y otra muy diferente la realidad. Lo que en

los libros era un marco ideal para exóticas aventuras, debido a la belleza de las pirámides y a los peligros

del desierto, en el devenir diario se convertía en calor, moscas y una desorganización absoluta. Por dicha

razón, fue un alivio para él abandonar un país que le había decepcionado y al que no tenía ninguna

intención de volver.

De vuelta en Inglaterra, Conan Doyle se vio sumido de nuevo en la angustia de su vida hogareña,

de la que inconscientemente pretendía huir con sus viajes. Louise se encontraba muy debilitada y

permanecía largas temporadas en la cama. Doyle le daba de comer, le leía en voz alta, le contaba

divertidas anécdotas y permanecía atento a sus mínimos deseos. Pero Conan Doyle, aunque le costase

reconocerlo, se sentía solo. Era un hombre todavía joven y tenía una esposa enferma, y por mucho que

intentase ignorarlo, su naturaleza se rebelaba. Sus grandes aliados eran el deporte, ya que su fuerte

naturaleza le permitía practicarlo, y su trabajo, al que se dedicaba con pasión creciente.

Militares y boxeadores.

En 1896 publicó dos libros, The Exploits of Brigadier Gerard y Rodney Stone. En el primero de

ellos narraba las aventuras de Gerard, un divertido personaje sobre el que ya había publicado una serie de

cuentos cortos, basados en las memorias del barón de Marbot, un valiente y altanero militar de las guerras

napoleónicas.

Para muchos críticos y seguidores de Doyle, Gerard, que volvería a aparecer en The Adventures of

Brigadier Gerard, en 1903, es el personaje mejor definido y más convincente de toda la producción no

sherlockiana de Arthur Conan Doyle.

El segundo libro de Doyle publicado en 1896, Rodney Stone, le produjo grandes satisfacciones

incluso por adelantado. Smith y Elder le pagaron la pequeña fortuna de cuatro mil libras esterlinas como

adelanto de la novela, a las que el "Strand" añadió otras mil quinientas libras más en concepto de los

derechos para publicarlo en entregas. El libro trataba sobre una de las aficiones más importantes de Conan

Doyle desde su época de colegial: el boxeo. El valor, la entereza y el coraje del boxeador, solo en el ring

frente a su rival, obsesionaban profundamente al escritor escocés, que había sido un notable boxeador

aficionado en su no muy lejana juventud. Rodney Stone era un homenaje a grandes figuras del boxeo,

vistas a través de los ojos de un niño. Algunos amigos de Doyle no comprendían cómo había elegido

semejante tema, pero el público compraba el libro y los lectores del «Strand» esperaban con ansiedad

cada nueva entrega. El éxito de sus libros producía una gran satisfacción a Doyle, preocupado por la

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Dos campeones de 1892:

a la izquierda, John L. Sullivan, y a la derecha, Jim Corbett.

enfermedad de su esposa, víctima del bacilo de Koch.

Con una vida sexual inexistente, a pesar de su dedicación al deporte, el carácter de Conan Doyle

se iba agriando progresivamente. Sus amigos y allegados sentían una enorme preocupación por él;

intentaban animarle y procuraban que participase algo más en la vida social. Pero Conan Doyle estaba

dedicado por completo a su esposa y a su profesión, y durante años no se le conoció ninguna aventura

hasta que, en 1897, en uno de los escasos actos sociales a los que acudía, conoció a una bella joven

escocesa llamada Jean Leckie.

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Conan Doyle con la unidad del doctor

Langham, antes de partir hacia Sudáfrica.

Sir Arthur Conan Doyle durante

su participación en la guerra.

Capítulo X. Una crisis personal

E1 encuentro de Conan Doyle con Jean Leckie fue un

auténtico flechazo. Doyle, deprimido y entristecido por su

situación familiar, encontró en la brillante Jean no sólo lo que le

faltaba, sino lo que no había tenido nunca. La relación con Louise

había sido confortable pero sin pasión, más cercana a la amistad

que al amor. Pero con Jean fue distinto, y se enamoró como un

colegial. Jean era culta y refinada, y brillaba en sociedad. Su

juventud le daba una frescura especial y una ingenuidad que le

hacía admirar abiertamente a Doyle, alimentando su notable ego.

Conan Doyle estaba enamorado, y así lo comunicó a sus más

íntimos y a su familia, pero como hizo saber a Jean, sería fiel a

Louise hasta la muerte, aunque esto supusiera esperar treinta años.

Su trabajo se resintió de la situación. Se mostraba hosco e irritable

y ello afectaba a su capacidad creadora. Trabajaba en relatos cortos

y en sus novelas históricas, pero sin entusiasmo, y aunque seguía interesado en el espiritismo, nada

parecía devolverle la energía que le caracterizaba. Fue realmente una época bastante estéril.

Era un defensor a ultranza del Imperio británico, y justificaba el colonialismo como medio de que

la superioridad británica ordenara el mundo, lo quisieran o no los demás. Pensaba que las demás naciones

deberían agradecer lo que Inglaterra hacía. Le preocupaba el problema de Sudáfrica, admiraba a los bóers

por su estoicismo y valentía, pero comprendía que sus deterioradas relaciones con Inglaterra hacían

inevitable la guerra.

La Guerra de los Bóers.

Cuando, finalmente, estalló el conflicto en 1899, Conan Doyle tenía cuarenta

años. Y aunque se conservaba bien para su edad, había engordado bastante y su oferta de

alistamiento fue denegada, aclarándole que la guerra duraría poco y que bastaba con las

tropas profesionales. La verdad es que, como decían irónicamente sus amigos, debido a

su corpulencia, hubiese sido un blanco fácil para un tirador bóer que buscase como diana

a un escritor famoso.

La negativa a su solicitud hirió profundamente su amor propio, y el 18 de

diciembre publicó una furibunda carta en el "Times" en la que se quejaba de que se

recurriese a tropas de las colonias mientras los ingleses se dedicaban a la caza del zorro y

Page 32: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 32

En esta época, las mujeres luchaban por

lograr el derecho al voto.

La Reina Victoria en el castillo de

Balmoral, en el año 1900.

a abatir faisanes. Su temperamento aventurero y su curioso sentido del deber no se resignaban, y se enroló

como médico en la unidad de su amigo John Langham. Doyle, a pesar de su patriotismo, defendía

ardorosamente a Paul Kruger, el cabecilla de los bóers, que intentaba ordenar la situación caótica que

dominaba el país, tras el descubrimiento de importantes yacimientos de oro en el Transvaal. Cecil Rhodes

había cometido el error de atacar a los bóers, y ahora éstos habían sitiado Ladysmitte, Kimberley y

Mafeking. Las cosas no marchaban bien para las tropas inglesas, ya que utilizaban tácticas trasnochadas

que les conducían al desastre en África. El general Gatacre perdió la batalla de Stormberg, Lord Methnem

fue derrotado en Magersfontein y el general Buller, en Colenso.

Los problemas del Imperio.

Inglaterra se enfrentaba también a otros problemas. En

primer lugar, estaba Irlanda. Además, la sociedad civil estaba

dividida por la campaña de las sufragistas para lograr el derecho

al voto para la mujer, y la sombra de Alemania campaba sobre

Inglaterra. Se podía presentir lo que en unos años se convertiría

en la Gran Guerra, como se ha dado en llamar a la Primera Guerra

Mundial. La situación de las tropas británicas en Sudáfrica era

lamentable, los soldados estaban mal equipados, mal organizados

y debían luchar contra gente rápida, eficaz, acostumbrada a vivir

al aire libre y que conocía el país como la palma de su mano. En

cuanto a los servicios médicos, estaban mal avituallados, muchos

médicos eran bastante ineptos y otros eran brillantes en

especialidades como la

ginecología, por lo que no eran los más adecuados para un hospital

de campaña. Las cosas se complicaron cuando en abril de 1900, a la

llegada de Conan Doyle, se declaró una epidemia de tifus, al cortar

los bóers el suministro de agua. La situación era dramática, ya que

la unidad sólo podía atender a cincuenta pacientes y había más de

cien; carecían de medios para atender aquel caos.

Aquella no era la guerra que Doyle había estudiado en los

libros. Los soldados estaban aterrorizados, enfermos, y Doyle no

comprendía cómo eran capaces de sacar fuerzas para la batalla.

Odiaba a los burócratas que dirigían el conflicto desde sus cómodos

despachos de Londres y que parecían no entender nada de lo que

estaba sucediendo. Por otra parte, la información llegaba a los periódicos notablemente censurada, y los

ciudadanos no podían sospechar lo que realmente estaba sucediendo en el campo de batalla.

Page 33: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 33

Caricatura por “Spy” del alto mando inglés

durante la guerra de los bóers.

El Imperio contraataca.

Poco a poco, las cosas fueron mejorando para los ingleses en el verano de 1900, y aunque la

guerra iba a durar dos años más, se adivinaba que el Imperio iba a ganar finalmente aquella cruenta

guerra, gracias al potencial económico y humano de que disponía. La venganza no se hizo esperar. Los

ingleses construyeron campos de concentración para los prisioneros bóers, y todos los periódicos

europeos se hacían eco de las atrocidades que allí se cometían y de las vejaciones a que eran sometidos

los prisioneros. Esto hizo mella en Doyle, y su estricto sentido del honor le hizo condenar enérgicamente

el comportamiento de las tropas inglesas. Decidido a contribuir de alguna manera, escribió The War in

South África: Its Cause and Conduct. (La guerra en Sudáfrica: su causa y comportamiento).

El libro se convirtió rápidamente en un

best-seller en toda Europa, y sólo en Inglaterra se

vendieron 300.000 ejemplares en los dos primeros

meses. Conan Doyle destinó casi todo el dinero

que ganó con ello a restañar las heridas que la

guerra producía en ambos bandos, creando, entre

otras cosas, un fondo en la universidad de

Edimburgo para estudiantes sudafricanos.

Page 34: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 34

Coronación del rey Eduardo VII en

la catedral de Westminster.

Ilustración de Sidney Paget para

El perro de los Baskerville.

Capítulo XI. Un título de nobleza

A principios de 1902, el rey Eduardo VII, recién coronado tras

el fallecimiento de su madre, la reina Victoria, ofreció a Conan Doyle

nombrarle Sir. El motivo no era honrar al autor de Sherlock Holmes,

sino premiar la labor realizada por Doyle en pro de la causa británica en

la guerra de los bóers. La primera reacción de Conan Doyle fue de

incredulidad y, tras reflexionar detenidamente, decidió rechazar un

honor del que no se consideraba merecedor. Una vez más, May Doyle

convenció a su hijo para que hiciera lo correcto. Finalmente, el escritor

aceptó la distinción, pero no por su defensa de la causa británica en la

guerra, sino por lo que había hecho en favor del soldado británico, tan

vilipendiado por la prensa extranjera. Ya durante la guerra de los bóers,

y también en los años siguientes, Arthur Conan Doyle se había convertido en una figura pública. Su fama

alcanzaba a personas que jamás habían leído nada de Sherlock Holmes.

Los políticos habían empezado a mirar con cierto interés al famoso

escritor que, además, se interesaba vivamente por los asuntos públicos y

por la política.

Los dos principales partidos habían intentado contar con su apoyo

para las elecciones de 1900, y aparecieron artículos en la prensa que

apuntaban la posibilidad de que Conan Doyle iniciara una carrera

política. Sabía vivir, tenía facilidad de palabra, se sentía cómodo rodeado

de la multitud y se sentía obligado con su país. Conan Doyle no era,

evidentemente, un radical. Defensor a ultranza de la grandeza del

Imperio británico, desconfiaba de la naciente Alemania y creía en la

necesidad de contar con un ejército y una armada fuertes. No le gustaba el líder liberal Henry Campbell-

Bannerman y, en un principio, pensó enfrentarse a él como independiente, pero al final tomó la decisión

de alinearse con los unionistas. Las elecciones generales de 1900 habían ido bien para el partido de

Doyle, pero no para él. Edimburgo era un hueso duro de roer para un unionista. Aunque Doyle lo hizo

bien, mucho mejor de lo que esperaban sus enemigos, no ganó el escaño.

En su afán de popularidad para llegar al Parlamento, Doyle revisó en 1901 la idea de escribir un

nuevo relato de Sherlock Holmes. No deseaba resucitar al detective, pero estudiaba la posibilidad de

situar la acción en los primeros tiempos de Holmes, mucho antes de su desaparición en las cataratas de

Reichenbach.

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Sherlock-Holmes.es 35

En un momento de la narración de El perro de los

Baskerville, Watson observa cómo alguien se acerca al

escondite que ha descubierto.

La casa deshabitada fue el primer

relato de la nueva serie

La reaparición de Sherlock Holmes.

El perro de los Baskerville.

Bertram Fletcher Robinson, un amigo y

compañero de golf de Doyle, fue el encargado de disipar

las últimas dudas del novelista.

Un día, mientras jugaban juntos, Robinson

mencionó una extraña leyenda que se contaba en

Dartmoor, sobre un demoníaco perro que había

atemorizado a los habitantes de la región. La historia

interesó sobremanera al escritor, que convenció a

Robinson para que le acompañase a los páramos de

Dartmoor para investigar más sobre la leyenda. Así, tras

el viaje, nació El perro de los Baskerville, probablemente

la novela más famosa de Sherlock Holmes, a medio

camino entre la novela de detectives y la novela gótica.

Se ha derramado mucha tinta sobre la participación de Robinson en el relato. La actitud de Conan

Doyle, que pasó de citar a Robinson como colaborador, a terminar asegurando que simplemente había

mencionado la leyenda, dio pie a sus detractores para especular sobre el asunto.

Hay opiniones para todos los gustos, pero la realidad es que el original estaba manuscrito por

Doyle, y los personajes y la historia tienen el sabor propio de sus relatos. La novela se publicó por

entregas en el "Strand", en 1901, con un éxito que superó las previsiones más optimistas. Sólo de la

primera entrega se imprimieron siete ediciones. Al año siguiente, se publicó en forma de novela, con un

éxito aún mayor.

Conan Doyle insistía en que no tenía ninguna intención de resucitar a Holmes, pero el éxito que

supuso El perro de los Baskerville desencadenó una verdadera lluvia de

ofertas de editores de Londres y Nueva York. Todos ardían en deseos de

publicar nuevas historias del detective de Baker Street.

Ante la negativa de Doyle, las sumas ofrecidas empezaron a crecer

hasta llegar a cifras a las que resultaba difícil resistirse. La revista "Collier's"

de Nueva York llegó a ofrecer 4.000 dólares por cada relato, con

independencia de la extensión que tuviese. Estaban interesados en un mínimo

de seis relatos, pero se comprometían a publicar todos los que escribiese.

Doyle, absolutamente perplejo ante las increíbles cifras que se manejaban,

pensó que tal vez había llegado el momento de devolver la vida a Holmes.

Poco después, vencida del todo su reticencia, firmó un contrato con

Page 36: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 36

Portada de la revista “Collier’s” del 26 de

septiembre de 1903, en la que se

anunciaba la “resurrección” de Sherlock

Holmes con la publicación de La casa

deshabitada.

Ilustración de Frederic Dorr Steele.

"Collier's" para ocho relatos, prorrogable a doce.

La reaparición de Sherlock Holmes.

Tras tomar la decisión de resucitar a Sherlock Holmes, el problema para Conan Doyle era cómo

hacerlo de forma que resultara creíble. Holmes había muerto en Reichenbach, Watson era testigo y existía

la carta de despedida que Holmes había dejado para el doctor. De pronto, Doyle encontró la solución: si

Sherlock Holmes podía descifrar el pasado, también sería capaz de prever el futuro.

Muerto Moriarty en la caída, Holmes ve la posibilidad de

librarse del acoso de sus seguidores, fingiendo su propia muerte. Si

sus enemigos creen en su desaparición, le resultará más fácil acabar

con ellos. Sólo su hermano Mycroft conocía la verdad durante todos

estos años. Esta es la explicación que da Holmes cuando se

encuentra con Watson en La casa deshabitada, el primer relato de la

nueva serie.

Holmes cuenta a Watson cómo escribió la carta dirigida a él,

mientras, desde abajo, le veía investigar las circunstancias de su

muerte. La explicación incluye un sardónico comentario sobre el

patetismo y la ineficacia de los métodos de Watson. El relato nos

muestra a un Holmes fértil, con más recursos que nunca, y a un

Watson cariñoso y leal amigo. Ningún otro relato describe con tanta

precisión la amistad que une a Holmes y Watson. El 19 de

septiembre de 1903, "Collier's" anunciaba en portada la publicación,

en el siguiente número, "de la más notable serie de relatos cortos del

año, The Return of Sherlock Holmes (La reaparición de Sherlock

Holmes) por Sir Arthur Conan Doyle".

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Sherlock-Holmes.es 37

Retrato de Louise Hawkins, primera esposa

de Conan Doyle, en la que probablemente

se inspiró el escritor para crear a la dulce y

comprensiva señora Watson.

Capítulo XII. Un momento crucial

Tras el "Collier's", en Estados Unidos, fue el "Strand" el encargado

de dar la buena nueva en Inglaterra. Holmes vivía, había logrado sobrevivir al

accidente de Reichenbach y volvía dispuesto a embelesar a sus seguidores

con nuevas y emocionantes aventuras. Los ingleses recibían con alborozo el

anuncio de la nueva serie, que se titularía The Return of Sherlock Holmes. El

primer relato que se publicó, The Adventure of the Empty House (La casa

deshabitada), conoció un éxito sin precedentes. La explicación que daba

Holmes de su desaparición satisfizo completamente a los fieles seguidores del

detective, que celebraban la singular inteligencia y agudeza de Holmes para

esquivar de esta manera a sus enemigos y poder así acabar con ellos.

Una complicada situación familiar.

Los nuevos relatos de Sherlock Holmes y las enormes

sumas que recibía por ellos llenaban de satisfacción a Conan

Doyle, que saboreaba las mieles del éxito. Su carrera literaria

estaba en su mejor momento, todo lo contrario que su vida

familiar, que era un completo desastre. Louise, su esposa, se encontraba tan débil que casi no hablaba, y

algunos días incluso abrir los ojos le costaba un descomunal esfuerzo. Conan Doyle la cuidaba con

profundo afecto, pero se rebelaba ante el avance de una enfermedad que ganaba terreno día a día. Nada se

podía hacer sino esperar, y el hombre de acción se negaba a aceptar lo que para todos los demás resultaba

evidente. Por otro lado, el escritor mantenía su relación con la joven Jean Leckie, de la que se sentía

profundamente enamorado. En su madurez, Conan Doyle se había enamorado con la pasión de un

colegial. Pero la imposibilidad de consumar esta relación en vida de su esposa, de acuerdo con la promesa

que se había hecho a sí mismo, le volvía irascible y a veces incluso desagradable. Había momentos en los

que él, que con tanto desvelo y cariño había cuidado a su esposa durante los últimos años, llegaba a

desear un plácido final para Louise, que le librara de sus obligaciones y le permitiera ser feliz junto a

Jean. Ni sus éxitos literarios y deportivos -se había convertido en un gran jugador de cricket- podían

paliar el remordimiento que le producía su deseo de que la muerte de Louise le abriera las puertas de la

felicidad. Jean, por su parte, conocedora de los sentimientos que atormentaban a Doyle, era paciente y de

una discreción exquisita. Jamás mencionaba a Louise, salvo cuando la angustia hacía que el escritor

introdujera su nombre en la conversación. Día tras día, Jean calmaba sus miedos y le consolaba diciéndole

que jamás le abandonaría, pasase lo que pasase. Las palabras de Jean actuaban como un bálsamo sobre el

Page 38: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 38

La señorita Jean Leckie.

inquieto Doyle, que recobraba, por lo menos momentáneamente, la paz.

Louise Doyle, más o menos al corriente de la relación que su marido

mantenía con Jean Leckie, le disculpaba. Le amaba y le conocía demasiado bien

como para ignorar lo que suponía, para un hombre tan vital como Doyle, vivir

tanto tiempo velando a una esposa enferma. Sabía lo cercana que estaba su

muerte, y estaba más preocupada en la preparación del desgraciadamente próximo

viaje que en las posibles infidelidades de Conan Doyle.

Los familiares y amigos del matrimonio Doyle conocían perfectamente la

relación de Doyle con Jean, aunque fingieran ignorarlo. Pero la pareja tenía ya

demasiados problemas como para preocuparse de lo que pensaran los de

alrededor. Por otra parte, al no dar ningún motivo evidente de escándalo, la

sociedad, que se regía por el respeto a las apariencias, se negaba a ver lo que era

evidente.

Un final esperado.

A principios del verano de 1906, el estado de Louise empeoró y, tras una corta agonía, falleció a

las tres de la madrugada del 4 de julio. Lady Conan Doyle tenía cuarenta y nueve años. Su marido, el gran

escritor, se derrumbó y lloró como un niño. Toda la armadura de la que le había equipado su educación

británica, inflexible en la prohibición de mostrar los sentimientos, le sirvió de poco. Conan Doyle parecía

un niño desamparado. Su llanto era una extraña mezcla de dolor y remordimiento.

Conan Doyle comprendía que hacía años que no amaba a su esposa, y era consciente de que

nunca la había amado con la pasión que ahora sentía por Jean. Sin embargo, Louise había sido una gran

compañera, probablemente la mejor amiga que tendría nunca, y ella sí le había amado. El único consuelo

para Doyle era pensar en el afecto que había profesado siempre a su esposa, y en el respeto que había

presidido su relación hasta el último momento. Tras el entierro de Louise en Hindhead, familiares y

amigos demostraron su condolencia a Conan Doyle con continuas muestras de afecto. Pero el escritor se

sentía culpable, y éste era un sentimiento difícil de borrar con cariñosas muestras de respeto y amistad.

Recibía cientos de cartas de amigos y admiradores de todo el mundo, pero él se sentía enfermo. Los

médicos certificaban un excelente estado de salud y añadían que todos sus males eran producto del dolor.

Finalmente, al cabo de unos meses, Jean, que se había mantenido en la sombra, tomó las riendas y decidió

que había llegado el momento de olvidar el pasado y pensar en el futuro. Vencida la indecisión de Doyle,

la pareja contrajo matrimonio el 18 de septiembre de 1907. Conan Doyle tenía cuarenta y ocho años,

cerraba un importante capítulo de su vida e iniciaba una nueva etapa junto a Jean. Después de años de

esperar el momento, éste había llegado. Conan Doyle no podía cerrar las puertas a la felicidad.

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Sherlock-Holmes.es 39

Sir Arthur Conan Doyle en 1912,

en su casa de Windlesham.

Capítulo XIII. Un fogoso contrincante

En no pocas ocasiones, el sentido de la justicia que poseía

hizo que Conan Doyle se embarcara en causas perdidas, ya sea

porque eran metas imposibles de alcanzar o porque no disponía de

los medios necesarios para lograr los objetivos propuestos. Esto

hizo que algunos le considerasen abogado de causas perdidas, una

especie de Don Quijote luchando contra gigantes que resultaban ser

molinos de viento. Pero no era cierto; Doyle podía ser un poco

excéntrico, pero su sentido del deber y su fortaleza le convertían en

un enemigo temible que no conocía el desaliento.

La ley del divorcio.

Una de las campañas en las que Doyle luchó con mayor

bravura fue en la reforma de la ley inglesa sobre el divorcio.

Durante el final de su matrimonio con Louise se interesó por la

legislación sobre este tema y se enfrentó con una ley injusta y

pasada de moda. Contrariamente a lo que decían sus enemigos, no lo hizo porque pensase divorciarse de

su mujer, sino porque estaba convencido de que la ley existente era a todas luces injusta con una de las

partes: las mujeres. Para un hombre, resultaba relativamente fácil obtener el divorcio. Le bastaba con

demostrar la infidelidad de su mujer. En cambio, para las mujeres era casi imposible lograrlo. Además, el

proceso resultaba muy caro y, debido al régimen que ordenaba el uso de las propiedades del matrimonio,

incluidas las herencias, pocas mujeres, por ricas que fuesen, contaban con los medios necesarios para

enfrentarse a un proceso de separación.

En 1906, Thomas Hardy organizó un grupo para intentar la reforma de tan injusta ley. Hardy

invitó a unirse a él a políticos, abogados y otras figuras públicas como artistas y escritores.

Conan Doyle, que era muy amigo suyo, abrazó rápidamente la causa con tal entusiasmo que, al

poco tiempo, le nombraron presidente. Inmerso en la lucha, Doyle no escatimaba medios; usaba sus

influencias como autor de prestigio e incluso volvió a recordar favores que le debían políticos y militares

desde la guerra de los bóers. A pesar de su talante conservador -tal como reconoció en sus memorias-,

estaba dispuesto a dar su apoyo a los laboristas. Doyle comulgaba con sus ideas más progresistas en el

tema del divorcio, aunque no estuviese de acuerdo en absoluto con sus planteamientos sociales y

económicos. Tampoco comulgaba con los argumentos pacifistas que esgrimieron durante la guerra de los

bóers y en los que mantendrían en 1914 ante la Gran Guerra. No obstante, esto lo transmitía Doyle en sus

memorias, cuando sus tiempos de político ya quedaban muy lejos.

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El derecho al voto de la mujer dividió durante mucho tiempo a la

sociedad inglesa. Ilustración publicada en el “London News” en 1870.

George Bernard Shaw en

una ilustración de

Bernard Partridge.

Pero Conan Doyle contaba con

feroces detractores. Por un lado, las

feministas le recriminaban su oposición a que

la mujer accediese al derecho al voto.

Alegaban que su batalla en favor de una ley

justa del divorcio no era sino una cortina de

humo para ocultar sus verdaderas

intenciones: mantener la supremacía de los

hombres, relegando a las mujeres al papel de

servidoras. Por otro lado, la Iglesia de

Inglaterra se enfrentaba a Conan Doyle por el

ataque a las creencias cristianas que suponía la ley del divorcio: un claro atentado contra la institución del

matrimonio. Conan Doyle sonreía sin hacer caso ni de unos ni de otros y continuaba con su cruzada, ajeno

a lo que de él pensaran los demás.

El Titanic.

En el mes de abril de 1912 iniciaba su primer y último viaje el orgullo

del Imperio británico, un lujoso barco de pasajeros, el mayor nunca construido:

el "Titanic". Pero el "insumergible" transatlántico se hundía la noche del 12 de

abril, tras colisionar con un iceberg, arrastrando con él 1.500 vidas. La mayor

parte de los medios de comunicación alabaron el coraje y la entereza de los

miembros de la tripulación, con su capitán al frente, que habían hecho todo lo

posible para salvar al pasaje, arriesgando su vida para salvar la de los otros.

Algunos periódicos llegaron a calificarlo de triunfo nacional. Aquello

colmó la paciencia de George Bernard Shaw, que escribió un artículo furibundo

en el "Daily News". Según Bernard Shaw, el capitán Smith era un

incompetente, y el accidente se debía a la falta de eficacia de los vigías, que

descuidaron sus funciones en un mar plagado de icebergs. Además, el "Titanic"

llevaba un número insuficiente de lanchas de salvamento. Contra los que

alababan el valor de la orquesta, que siguió tocando para calmar el pánico,

Shaw denunciaba el encierro al que fueron sometidos los pasajeros de tercera clase, que supuso la muerte

de casi todos. Su artículo levantó una auténtica polvareda.

Conan Doyle estaba indignado y consideraba bochornoso el artículo de Bernard Shaw. ¿Cómo

podía permitirse aquel advenedizo irlandés atacar a personas que no podían defenderse y arremeter contra

su amado país? Escribió una carta al "Daily News", que fue publicada el 20 de mayo de 1912,

Page 41: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 41

Los salones del “Titanic” competían en elegancia y riqueza con los de los

grandes hoteles de la época. Salón de té “Five O’Clock”.

arremetiendo contra Bernard Shaw. Fue el comienzo de una polémica que dividió al país. Los liberales y

los intelectuales militaban en las filas de Shaw, pero el prestigio de Conan Doyle entre las clases media y

trabajadora hizo que mucha gente se inclinara por compartir la opinión del creador de Sherlock Holmes.

Ambos escritores alegaban que el otro no entendía nada, y la disputa logró finalmente que ambos

contendientes, a pesar de no estar de acuerdo en absoluto, acabasen respetándose mutuamente. La verdad

es que, a pesar de su indignación, Holmes y Bernard Shaw disfrutaron con una pelea que les enfrentaba a

un digno rival. El tiempo ha demostrado que las acusaciones de Shaw eran ciertas, e incluso los

historiadores ingleses han acabado dándole la razón.

Page 42: Sir Arthur Conan Doyle

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En 1906 Conan Doyle volvió

a presentarse a las elecciones.

Conan Doyle conduciendo una motocicleta.

Capítulo XIV. Defensor de causas justas

Sin lugar a dudas, una persona tan fogosa como Conan

Doyle fue numerosas veces víctima de gente ansiosa de utilizar su

nombre y su reputación en beneficio propio. Conan Doyle era

consciente de ello, pero en beneficio de lo que consideraba justo no

le importaba cruzar el umbral de la ingenuidad. La realidad es que

jamás nadie consideró que no fuese correcto su comportamiento.

Para el creador de Sherlock Holmes no había batallas grandes o

pequeñas. Cuando se involucraba en una causa, lo hacía con el

mismo entusiasmo y determinación, bien se tratara de la ley del

divorcio o simplemente de la ampliación del zoo de Londres o de la

localización del monstruo del lago Ness. Hay un suceso, que él

mismo recoge en sus memorias, que define perfectamente su

actitud ante los demás. Un día, mientras paseaba a orillas del Támesis, le llamó la atención un individuo

muy alterado, que caminaba enloquecido. Al cabo de un rato el pobre hombre se encaramó a la

balaustrada con intención de arrojarse a las aguas del río. Tras un violento forcejeo, Doyle logró que el

hombre desistiese de su propósito. Luego consiguió que le contase el motivo que le había movido a tomar

tan desesperada decisión. Tenía problemas en su hogar, pero sobre todo le preocupaba su negocio de

panadería. Dice Conan Doyle: "Aparentaba ser un hombre respetable y lo que decía parecía cierto. Le

calmé y le di todo lo que llevaba, pero arrancándole la promesa de que regresaría a su casa y se pondría en

contacto conmigo más tarde." Lo primero que pensaría cualquiera es que el novelista había sido víctima

de un timo callejero. El mismo Conan Doyle añade: "Cuando me

calmé tuve grandes dudas sobre si no habría sido víctima de un

inteligente timador. Me reconfortó recibir días después una nota en

la que me daba su nombre y dirección. Después de eso le perdí la

pista." El incidente describe el carácter del escritor, que se esfuerza

por ayudar a alguien a riesgo de ser engañado, pero que cuando

comprueba que las aguas han vuelto a su cauce, da por zanjado el

asunto. En 1906 Conan Doyle volvió a presentarse a las elecciones

generales en defensa de los unionistas. Esta vez en las

demarcaciones de Hawick, Selkirk y Galashiels. Una vez más no

consiguió su propósito de ser elegido, pero el fracaso apenas afectó a

su carácter decidido. Ese mismo año publicó una nueva novela

histórica, Sir Nigel, que en opinión del propio escritor era lo mejor

que había escrito nunca, pero ni la crítica ni los lectores estuvieron

Page 43: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 43

George Edalji, que fue injustamente

condenado.

de acuerdo con él. Otro escritor se hubiese derrumbado al comprobar que había vuelto a fracasar en lo que

más le interesaba. Conan Doyle, aunque ligeramente contrariado, atribuyó la falta de éxito al carácter de

los ingleses, tendente a encasillar a la gente y que no concibe que un famoso escritor de novelas

detectivescas, pueda triunfar en un género diferente como la novela histórica.

Un hombre llamado George Edalji.

Conan Doyle recibía miles de cartas de personas que

requerían su ayuda para los asuntos más variados, desde crímenes

sin resolver hasta conflictos matrimoniales. En la mayoría de los

casos se sentía incapaz de opinar sobre los problemas que le

exponían, pero jamás dudaba en involucrarse cuando consideraba

que se había cometido una injusticia.

En 1906 "The Umpire" publicó una noticia que llamó

poderosamente la atención del escritor: se trataba del caso de un

hombre llamado George Edalji, que había sido encarcelado tres

años antes como presunto autor de un sangriento ritual en el que se

habían descuartizado varias cabezas de ganado.

George Edalji era hijo del reverendo Shapurji Edalji,

ministro de la iglesia de Inglaterra en Great Wyrley, Staffordshire. Al ser de raza india y haber contraído

matrimonio con una joven inglesa, su padre era objeto de numerosas invectivas, y estuvo recibiendo

durante años cartas de corte racista insultándole y cuestionando su labor como vicario. Al principio nadie

dio importancia al asunto, ni siquiera el propio reverendo, pero entre 1892 y 1895 los ataques se

recrudecieron; varios miembros de la comunidad y vicarios de otros pueblos de los alrededores

empezaron a recibir escandalosos mensajes que acusaban al reverendo Edalji de numerosos delitos, entre

ellos la violación y el adulterio. Aunque los ataques iban dirigidos contra su propia familia, el carácter

introvertido y solitario de George hizo que las sospechas recayesen sobre él. Cuando los anónimos

cesaron, todos parecieron olvidar el incidente, pero no fue así. Cuando en 1903 tuvo lugar un salvaje

ataque a caballos y reses, con tintes de un macabro ritual, empezaron a llegar cartas que señalaban a

George Edalji como autor del sangriento suceso. Aunque en esa época George trabajaba como abogado en

Birmingham y tenía una coartada, la policía registró el domicilio familiar y, amparándose en pruebas algo

dudosas, George Edalji fue condenado a siete años de prisión.

Poco a poco, un grupo de ciudadanos empezó a reaccionar ante lo que consideraban una injusticia

más basada en prejuicios racistas y pueblerinos, que en pruebas sólidas. Algunas publicaciones como

"The Truth" y "The Umpire" se hicieron eco de las protestas y lograron que personas con prestigio, como

era el caso de Conan Doyle, tomaran cartas en el asunto. Los artículos de Doyle en la prensa levantaron

olas de indignación en todo el condado, y la gente exigía justicia para el pobre George Edalji.

Page 44: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 44

Oscar Slater, otra de las “causas”

defendidas por el escritor.

El gobierno nombró un comité para que investigara el caso, y aunque le exculparon, amparándose

en que le consideraban autor de luz anónimos, le negaron cualquier tipo de apoyo o indemnización por los

tres años que había permanecido injustamente en la cárcel. Otros opinaban de forma muy diferente, y el

"Daily Telegraph" abrió una suscripción popular y recolectó trescientas libras. El colegio de abogados,

que habla inhabilitado a Edalji, le readmitió inmediatamente para que pudiera volver a su trabajo. Conan

Doyle quedó encantando de que al fin se hubiera hecho justicia y, cuando en 1907 contrajo matrimonio

con Jean Leckie, no sólo invitó a George Edalji a la boda sino que comentó: "No había ningún invitado

que me hiciera sentir más orgulloso con su presencia."

El caso de Oscar Slater.

La intervención de Conan Doyle en el caso

de George Edalji, unida a su fama como autor de

Sherlock Holmes, le convirtieron en un fenómeno

nacional. Recibía tal número de cartas de personas

que denunciaban injusticias solicitando su ayuda, que

tuvo que contratar a un secretario para que se

dedicara exclusivamente a contestar a todos los que

escribían.

Entre las miles de cartas que recibía llamó la

atención del escritor una que atrajo su curiosidad. Se

trataba de un caso en el que estaba involucrado un

hombre muy relacionado con los bajos fondos, un

individuo llamado Oscar Slater. De origen judío

alemán, Slater, jugador, aventurero y de dudosa

moralidad, vivía amparado en un alias.

En la Navidad de 1908, un suceso había conmocionado la opinión pública británica. Una

indefensa anciana, Miss Gilchrist, había sido violentamente golpeada hasta morir. El asesino se había

llevado algunos documentos y un valioso broche de brillantes. Por desgracia, no había testigos, ya que

Helen Lambie, la criada, había salido a comprar el periódico, y su vecina, la señora Adams, alertada por

el ruido, no pudo ver más que a un hombre bien vestido que salía del edificio, ya que no llevaba puestas

sus gafas. La policía local descubrió que Oscar Slater había llegado recientemente a Glasgow, donde

convivía con una mujer francesa cerca del domicilio de la pobre Miss Gilchrist. Scotland Yard confirmó

las sospechas de la policía de Glasgow definiéndole como una persona muy relacionada con el hampa, si

bien, añadía el informe, no existían pruebas concretas en su contra. Unos días más tarde la policía

descubrió que Slater había vendido un broche de brillantes y que iba camino de Estados Unidos en

compañía de su amiga francesa. Ignoraban que Slater había vendido el broche un mes antes del asesinato,

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Sherlock-Holmes.es 45

y al conocer que había embarcado el 26 de diciembre en el "Lusitania" en compañía de su novia, enviaron

un cable a la policía de Nueva York para que les detuviesen a su llegada. No necesitaban una orden de

extradición, ya que tres testigos, después de haber visto fotos de Slater, viajaron a Nueva York y

declararon que, sin ningún género de dudas, él era el asesino. La policía deseaba inculpar a Slater, y lo

conseguirían del modo que fuera. Además, habían encontrado en su equipaje un pequeño martillo, y de

nada sirvió que Slater alegara que lo utilizaba para su trabajo de tallador de diamantes, profesión que

figuraba en su pasaporte.

A su regreso a Inglaterra fue sometido a una ronda de reconocimiento, y él, que había regresado

voluntariamente como único medio de demostrar su inocencia, empezó a temer seriamente por su vida.

Condenado a muerte, tras un juicio en el que el abogado defensor parecía convencido de la culpabilidad

de su defendido, consiguió, con la intervención del abogado general de Escocia, que le conmutasen la

pena por cadena perpetua, gracias a las veinte mil firmas conseguidas. Cuando Conan Doyle se enteró del

asunto, gracias a un compañero de Slater, éste ya llevaba dieciséis años en prisión, a pesar de que varios

testigos y policías habían reconocido la falsedad de los testimonios que habían conducido a Slater a la

cárcel. La intervención de Sir Arthur Conan Doyle fue decisiva; orquestó una monumental campaña de

prensa que revolucionó al país y, finalmente, Slater fue liberado tras dieciocho años de injusta condena.

Una vez conseguido su objetivo, Doyle escribió un ácido artículo sobre las personas que no

juzgan a los demás por sus actos, sino por su apariencia.

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Sherlock-Holmes.es 46

Ilustración de Steele para la

portada de la edición de l 26 de

diciembre de 1903 del “Collier’s”.

Capítulo XV. La llamada de África

En 1907, tras haber logrado limpiar el nombre de George Edalji,

Conan Doyle celebró su matrimonio en el mes de noviembre con la

señorita Jean Leckie. Ese mismo año Conan Doyle publicó Throug the

Magic Door, que recogía una serie de ensayos y artículos de prensa en los

que el autor de Sherlock Holmes rendía homenaje a los escritores que

habían hecho nacer en él la pasión por la literatura. Por sus páginas

desfilan Sir Walter Scott, Edgar Allan Poe, Gaboriau, Macaulay y Carlyle,

entre otros, descubriendo la influencia que han tenido en sus escritos. El

mayor interés del libro radica en los comentarios que Doyle hace de cada

uno de sus mentores literarios. Un año más tarde, en 1908, se trasladó a la

que sería su residencia definitiva: Windlesham, en Crowborough, en el

condado de Sussex. Una vez instalados en su nueva casa, Arthur y Jean se

plantearon formar una familia. En septiembre de ese mismo año fallecía el

gran ilustrador Sidney Paget, autor de las más famosas ilustraciones de los relatos de Sherlock Holmes.

Fue un gran golpe para Doyle, que perdía así a un gran amigo, además de un brillante y asiduo

colaborador.

Conan Doyle estaba a punto de cumplir los cincuenta años. Aunque todavía era un hombre

vigoroso, el trabajo le cansaba cada vez más, sobre todo ahora que se había convertido en una persona

famosa, que recibía centenares de cartas de admiradores y de personas que solicitaban su ayuda y apoyo

para las más variadas causas.

El balance entre el Doyle escritor y el Doyle público era cada vez más favorable al segundo.

Había mucha gente, sobre todo entre los más jóvenes, que conocía a Conan Doyle por sus apariciones

públicas como orador y político, pero que no le relacionaban para nada con el autor de las famosas

aventuras de Sherlock Holmes.

El nacimiento del Congo belga.

Dicen que "la llamada de África" se infiltra bajo la piel y que cuando uno conoce el extenso y

fascinante continente siente para siempre, por lejos que esté, el deseo de volver. Sir Arthur Conan Doyle

siempre se distinguió por su espíritu aventurero, y África le cautivó desde el primer día que en su

juventud pisó su suelo. Pero sobre todo su estancia durante la guerra de los bóers hizo nacer en Doyle un

sentimiento hacia el continente negro que perduraría el resto de su vida. Años más tarde, en 1909, Conan

Doyle volvió a oír "el canto de sirenas" que le volvía a hablar de su amada África. Colocó un mapa sobre

la pared de su estudio y seguía en él con detalle el imparable avance de las potencias europeas en dicho

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El rey Leopoldo II de Bélgica, cuya

política sobre el Congo fue duramente

criticada por Conan Doyle.

Joseph Chamberlaine, alma del partido unionista secundó

las críticas de Doyle por el duro trato que recibían los

nativos afroamericanos en el Congo y en Sierra Leona.

continente. Le interesaba particularmente la evolución de los diferentes países y las

sanguinarias guerras tribales que asolaban muchas de las etnias africanas. Los

europeos que tenían intereses en África consideraban que no sólo tenían el derecho,

sino también el deber de colonizar sin ningún miramiento aquellas tierras. Sólo

estaba bien aquello que favorecía a sus intereses, y para nada contaban los deseos ni

los intereses de las diferentes etnias que poblaban el continente. El hombre blanco

ejercía con deleite la labor de depredador. El rey Leopoldo II de Bélgica estaba

empeñado en fundar un imperio en el Congo desde mediados de la década de 1880,

y los belgas llevaban a cabo su tarea enfrentándose con sus rivales portugueses y

franceses. Tras muchas discusiones y acuerdos, se creó un estado que no pertenecía

a Bélgica, pero cuyo jefe de estado era el rey de Bélgica. Los habitantes del Congo

no rendían pleitesía a Bélgica como nación, pero sí a su rey, que era

monarca del Congo. Leopoldo II se había adueñado de un país que poseía

dos productos que interesaban sobremanera a Bruselas: el caucho y el marfil.

Los nativos empleados en las plantaciones vivían en condiciones

infrahumanas, cercanas a la esclavitud. Pronto empezaron las críticas internacionales a los métodos

empleados por los colonos y funcionarios belgas. Especialmente duras fueron las críticas de sus vecinos

ingleses, que aunque explotaban igualmente a los nativos, lo hacían de forma más inteligente. Las noticias

que llegaban a Londres eran preocupantes, y Joseph Chamberlain se quejaba particularmente del trato que

recibían los nativos de Sierra Leona, empleados en la construcción del trazado del ferrocarril del Congo,

donde mujeres y niños trabajaban hasta la extenuación y la muerte.

En defensa del oprimido.

Desoyendo los consejos de su esposa, así como los de su

agente y editores, Conan Doyle emprendió su particular cruzada

en pro de los indefensos habitantes del Congo. Colaboró

estrechamente con Roger Casement, cónsul británico en Boma, y

con E. D. Morel, un responsable consignatario de buques, con los

que trabajaba en una asociación que abogaba por la reforma del

Congo y el fin de las atrocidades que allí se cometían. La

asociación logró el apoyo del Parlamento inglés, que lanzó un

mensaje pidiendo el apoyo de las demás naciones. Todo el mundo

hablaba incansablemente, pero nadie tomaba medidas concretas.

Conan Doyle estaba indignado. Mientras los políticos se

entretenían con inútiles discusiones que no llevaban a

ninguna parte, los nativos seguían muriendo en el Congo,

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tratados como animales.

En ocho días, durmiendo menos de cuatro horas por noche y con café y galletas casi como único

alimento, escribió The Crime of the Congo (El crimen del Congo). Desde el momento de su publicación,

provocó una gran expectación en todo el mundo. El texto de Conan Doyle, acompañado de expresivas

ilustraciones del trato que daban los belgas a sus empleados, creó un unánime movimiento de repulsa.

Doyle recibía cientos de cartas, algunas de personajes famosos como el presidente Theodore Roosevelt,

aplaudiendo su iniciativa. Pero la realidad era que las altas esferas miraban con escepticismo la labor de

Conan Doyle y muchos le consideraban un ingenuo. Los alegatos sobre la moral y la justicia resultaban

molestos a los prohombres del momento, más preocupados por la posibilidad de un conflicto mundial, en

el que Bélgica sería un interesante aliado contra la peligrosa Alemania.

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Conan Doyle en un anuncio

de cigarrillos Player’s.

Portada del dominical del “New York Tribune” con

el anuncio de la publicación de The Lost World.

Capítulo XVI. Una época feliz

Conan Doyle era un hombre de costumbres familiares, por lo

que volver a ser padre a sus cincuenta años le llenó de alegría. Aquel

niño, hijo de su adorada Jean, le llenaba de satisfacción. Le pusieron

los nombres de Denis Percy Stewart Conan Doyle. El nacimiento de

su hijo en 1909 le compensaba de los sinsabores que le producían la

reforma de la ley del divorcio y su batalla contra los belgas por sus

actuaciones en el Congo. Un año más tarde vio la luz su segundo

hijo, al que llamaron Adrian Malcolm, en una época de febril

actividad literaria. En septiembre, "The Strand" publicó The

Marriage of the Brigadier (La boda del brigadier), última de las

aventuras de uno de sus personajes favoritos, el brigadier Gerard.

Como en anteriores ocasiones, la crítica no estuvo de acuerdo con el

entusiasmo que sentía Conan Doyle por sus novelas históricas,

pero esta actitud, que siempre había molestado al escritor, en este

caso le dejó indiferente. Conan Doyle era feliz y ninguna crítica

podía hacer mella en él.

El éxito del montaje teatral de The Speckled Band (La banda de lunares) hizo que se olvidara

rápidamente de las críticas negativas a La boda del brigadier. La obra se

representaba en el teatro Adelphi y fue el gran éxito de la temporada,

alcanzando las 346 representaciones. El inquieto Doyle estaba encantado con

este nuevo experimento que le liberaba de la monotonía de sus habituales

trabajos literarios.

En el mes de diciembre de 1910 logró un éxito más al publicar en "The

Strand" su nuevo relato de Sherlock Holmes, The Devil's Foot (El pie del

diablo), que formaría parte de la colección His Last Bow (Su último saludo en

el escenario), publicada en 1917.

La popularidad de Conan Doyle era cada vez mayor, y no había evento

ni inauguración para los que no se solicitase su presencia. Muchas campañas

de publicidad deseaban contar con su nombre para el lanzamiento de los

productos más diversos, desde jabón a tabaco y automóviles. Aunque, en el

fondo, le divertían las propuestas que recibía y algunas de ellas le ofrecían

respetables sumas de dinero, las rechazaba casi todas. Sin embargo, sus

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Publicidad del montaje teatral de The Speckled Band, en el

teatro Adelphi. Las fotografías del actor H.A.Saintsbury son

de Ellis and Walery.

Sir Arthur fotografiado por E.O. Hoppe en Windlesham, en 1912.

declaraciones sobre temas tan candentes como el separatismo irlandés, el derecho al voto de las mujeres,

la culpabilidad de algunos delincuentes famosos, Alemania y el naciente movimiento comunista, le

crearon no pocos enemigos. De hecho, la policía le destinó un guardaespaldas para que cuidase de su

propia seguridad y, lo que le importaba mucho más, de la de su

familia.

En 1911 su abundante producción literaria hizo que se

olvidara un poco de lo que acontecía a su alrededor. En abril

publicó The Last Galley, una serie de relatos cortos, algunos

de ellos con trasfondo histórico, que pasó sin pena ni gloria;

pero Conan Doyle, de la misma forma que no comprendía el

éxito de sus relatos de Sherlock Holmes como The Red Circle

(El círculo rojo), aparecido ese mismo mes, tampoco entendía

la escasa aceptación de sus trabajos no sherlockianos.

The Disappearence of Lady Frances Carfax (La

desaparición de Lady Frances Carfax), publicado en

"The Strand" en diciembre, supuso un nuevo éxito, tanto

en Inglaterra como en Estados Unidos.

El mundo perdido.

En 1912 Conan Doyle publicó The Lost World (El mundo perdido) y con él vio la luz el profesor

Challenger, otro héroe sorprendente. Junto con Sherlock Holmes, es el personaje mejor construido y más

creíble de toda la producción literaria de Doyle. El protagonista de El mundo perdido tiene mucho de

autobiográfico; Challenger defiende las creencias y actitudes de su creador, pero también se parece

mucho a un antiguo catedrático de Doyle en la Facultad de Edimburgo, el doctor Rutherford. Muy

diferente al doctor Bell, que le había inspirado el personaje de

Holmes, Rutherford, con su voz tronante, barba oscura y

comportamiento excéntrico, había impresionado profundamente al

entonces joven estudiante de Medicina, que se basó en él para crear

el personaje de Challenger. Como le sucedía a Holmes con Watson,

Challenger también tenía su propio biógrafo, el periodista Edward

Malone, encargado de plasmar las aventuras del héroe.

Ambos organizan una expedición a Sudamérica en

compañía de Lord John Roxton y del anciano profesor Summerlee,

donde descubren un valle poblado por dinosaurios, milagrosos

supervivientes de la extinción de su especie.

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Anuncio en “The Strand” de una nueva

aventura de Sherlock Holmes.

La formación científica de Doyle le permitió dar notable verismo a la historia, con arriesgadas

teorías y detalles científicos que daban a la narración un tono superior al de otras novelas de Sir Arthur

Conan Doyle.

El mundo perdido contaba, además, con una importante presencia femenina, la de Gladys, una

heroína moderna, independiente, valiente y muy bella. No era el tipo de mujer que a Doyle le hubiera

gustado tener a su lado, pero no obstante definía con bastante exactitud a una atractiva mujer que hubiera

podido pertenecer a la época actual.

The Poison Belt.

El éxito del libro fue fulminante y pronto surgieron ávidos lectores de las hazañas de Challenger y

sus amigos.

La popularidad de esta obra se ha mantenido hasta nuestros días, y se rodaron dos películas

basadas en ella. Harry Hoyt hizo una versión muda en 1925, con Bessie Love y Wallace Beery; pero la

más famosa fue la de Irwin Allen, en 1960, con Michael Rennie, Jill St. John, Claude Rains y Fernando

Lamas. La buena acogida de El mundo perdido animó a Conan Doyle a escribir una nueva aventura de

Challenger un año más tarde. Se titulaba The Poison Belt y narraba la aparición de un extraño y letal gas

venenoso. Challenger y sus amigos creaban un refugio para librarse

de los efectos del gas. El público convirtió esta segunda entrega de

las aventuras del profesor Challenger en un auténtico bestséller, y

muchos vieron en su trama una metáfora de los tiempos que se

avecinaban.

Preocupado por la crítica situación internacional, le supuso

un alivio y una gran alegría el nacimiento de su hija Jean, su favorita.

Con el tiempo, aquel bebé se convertiría en una heroína como

comandante de la RAF, lo que le valdría el título de Dame. Casada

con Lord Bromet, Jean fue una gran admiradora de su padre. En una

entrevista que concedió a Christopher Roden a principios de la

década de 1990, hablando de su progenitor, dijo: "Cuando murió,

comprendí que la vida nunca volvería a ser igual."

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La familia real inglesa regresa de una revista militar en 1914.

Capítulo XVII. Vientos de guerra

En 1914 Inglaterra estaba convulsionada por la situación interna y por las amenazas, que se

adivinaban en el horizonte, de un conflicto internacional de grandes dimensiones. Hasta los más

optimistas temían el comienzo de lo que acabaría denominándose la Gran Guerra, encaminada a detener

el avance de una peligrosísima Alemania empeñada en asir el cetro de Europa. Conan Doyle, temeroso de

la vulnerabilidad de Inglaterra, escribía al ministerio de la guerra y al primer ministro para intentar evitar

que su país se implicase en el inevitable conflicto para el que no estaba preparado. Pero la Historia seguía

su camino ajena a las inquietudes del famoso

autor de Sherlock Holmes. Ese mismo año

Conan Doyle aceptó una invitación del

"Cornhill Magazine" para viajar a Canadá,

con escala en Estados Unidos, para ofrecer a

sus lectores un relato de su viaje a un país

que, a pesar de formar parte del Imperio,

resultaba prácticamente desconocido para la

mayoría de los ciudadanos de Gran Bretaña.

Los ingleses miraban con simpatía no exenta

de condescendencia, pero con total

ignorancia, a los habitantes de la próspera y floreciente Canadá. El gobierno canadiense invitó a Conan

Doyle a visitar la reserva de Jasper Park, como una muestra de agradecimiento a la gentileza del famoso

escritor. El matrimonio Doyle embarcó el 20 de mayo en el "SS Olympic" de la legendaria compañía

White Star, en un placentero viaje de siete días.

Durante la travesía, los Doyle fueron objeto de grandes muestras de consideración por parte de los

miembros de la tripulación y de los propios pasajeros, orgullosos de viajar en compañía del famosísimo

escritor. Conan Doyle era más famoso, si cabe, en América que en su país de origen, y los ricos pasajeros

de primera clase intentaban contar con la presencia del matrimonio en sus fiestas y reuniones, con motivo

de su estancia en Estados Unidos.

A su llegada al puerto de Nueva York, Sir Arthur se vio asaltado por una nube de periodistas

ansiosos de conseguir una entrevista con el autor de Sherlock Holmes. Pero no eran sus proezas literarias

lo que interesaba a los sabuesos de la prensa. Los reporteros ansiaban escuchar los comentarios de Doyle

sobre temas como la situación política en la, para ellos, lejana Europa y, sobre todo, su opinión en un

tema tan candente como el derecho al voto de las mujeres. La opinión de Conan Doyle fue tergiversada

por los periodistas quienes, donde él había dicho que temía por el linchamiento de las sufragistas,

pusieron que Conan Doyle temía ser linchado por las sufragistas. Nadie que conociese mínimamente al

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Los terroristas del Sinn Fein, según una ilustración de W. R. Scott,

publicada en 1921 en el “Illustrated London News”.

escritor podía hacerse eco de las opiniones vertidas por la prensa, pero los lectores disfrutaron con la

polémica. Para anular el efecto de las informaciones de los periódicos, Doyle concedió una entrevista a

Louis Sherwin del "New York Globe", en la que se quejaba del trato recibido por la prensa americana,

que calificó de "perfectamente monstruoso".

"Cómo podría decir semejantes

cosas -añadía Doyle- cuando algunas de mis

mejores amigas son sufragistas." Lo que más

molestaba a Conan Doyle del desagradable

asunto era que daba la sensación de que

aprovechara su viaje para decir cosas que

jamás se atrevería a decir en su país.

Pero los periodistas estaban también

interesados en otras afirmaciones de Conan

Doyle, como el empeño del escritor en que

debía construirse un túnel por debajo del

Canal de la Mancha, para comunicar Inglaterra con el continente. La Historia le daría la razón con setenta

y cinco años de retraso.

Cuando el "New York Times" interrogó al escritor sobre el conflicto que se vislumbraba en

Irlanda, la respuesta de Doyle fue clara y contundente: "En mi opinión, o bien acabará en una especie de

guerra civil o no pasará nada." Los posteriores acontecimientos sucedidos en el Ulster dieron

desgraciadamente la razón a la parte más pesimista de su aseveración. Pero entonces prácticamente nadie

podía prever el devenir de los futuros acontecimientos en Irlanda. La estancia de los Doyle en Estados

Unidos fue una auténtica carrera contra reloj, con una agenda apretadísima, sin un solo momento de

respiro. Todos, artistas, autoridades y miembros de la alta sociedad, querían disponer de cada segundo del

artista. Cuando partieron hacia Canadá el matrimonio debió experimentar un auténtico alivio tras aquel

agobio tan alejado de su tranquila forma de vida en Inglaterra. Sir Arthur y Lady Jean Conan Doyle

llegaron a Montreal el 3 de junio, en la que sería la segunda visita a Canadá del escritor y la primera de su

esposa. Una vez más le sedujo la belleza del país y el carácter afable de sus habitantes. Doyle, desde su

primera visita, era un decidido defensor de Canadá, a la que prefería, al contrario que los escritores

ingleses de su época, a Estados Unidos. Además de Montreal, su visita incluyó Ottawa, las cataratas de

Niágara, Winnipeg, Demonton y Algonquin Park. Dejando aparte un desafortunado comentario sobre los

indios canadienses, muy alejado del talante habitual del escritor, su visita discurrió plácidamente por un

país al que admiraba sobremanera y para el que no escatimaba elogios. Doyle consideraba que Canadá era

un país lleno de posibilidades y estaba habitado por gente valiente y emprendedora que lo llevaría a uno

de los primeros lugares en el mundo.

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Soldados escoceses se entrenan en la lucha cuerpo a cuerpo, en 1914.

Una vez finalizado su viaje, Doyle se encontró en Inglaterra con un país dominado por negros

nubarrones que auguraban la cercanía de la guerra. Durante mucho tiempo se había negado a aceptar que

la guerra era imparable; aunque radicalmente contrario a permitir los desmanes de Alemania, siempre

había confiado en la posibilidad de frenar su avance con métodos pacíficos. Pero a su regreso, muy a su

pesar, comprobó que la guerra era inevitable, y puso toda su pasión y su empeño a disposición de su país,

en lo que consideraba una causa justa.

Aparte de sugerencias como dotar a los

marinos de chalecos salvavidas y a los

soldados de chalecos antibalas, dedicó su

tiempo y su dinero a ayudar a prepararse a su

país para el ya inevitable conflicto. Aunque

consideraba que era demasiado mayor para

combatir, Sir Arthur Conan Doyle se incorporó

rápidamente al voluntariado civil, alistándose

en el Sexto Regimiento Real de voluntarios de

Sussex, donde fue asignado a la compañía

Crowborough. Para completar su servicio al

país editó un panfleto de treinta y dos páginas

titulado To Arms!, con un prefacio del conde

de Birkenhead, en el que instaba a sus

compatriotas a que se alistasen en defensa de

su país.

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En 1917 fallecía Kingsley Doyle víctima de una

neumonía tras ser herido en la batalla de Somme.

Doyle con sus hijos Denis y Adrian.

Capítulo XVIII. La Gran Guerra

En septiembre de 1914 aparecía en el "Strand" la primera

entrega de una narración de Sherlock Holmes titulada The Valley of

Fear (El valle del terror). Su publicación por entregas duraría hasta

mayo de 1915, y ese mismo año aparecería en forma de novela

completa. Según el experto sherlockiano Michael Hardwick, en esta

novela es donde mejor describe Doyle la profunda relación de

amistad entre Watson y Holmes, tan importante para la

comprensión de los relatos. A pesar de la guerra, El valle del terror

obtuvo un notable éxito. El conflicto no hacía ceder un ápice el

interés que provocaban los relatos y novelas del detective del 221-B

de Baker Street. En 1916, en Estados Unidos, Alexander Butler

rodó una versión cinematográfica muda del libro, con H. A.

Saintbury como Sherlock Holmes, y Arthur Cullin, como el

doctor Watson. Las historias de Watson y Holmes hacían

olvidar el estallido de las bombas. En 1915 y dentro de su

imparable producción literaria, Doyle inició un tratado histórico en seis volúmenes titulado The British

Campaign in France and Flanders, que tardaría cinco años en completar. Una vez más, el autor de

Sherlock Holmes se enfrascaba en un proyecto destinado a exaltar la grandeza del Imperio, glosando las

indiscutibles virtudes y los grandes logros de su amado ejército. Indudablemente, el ambiente bélico que

reinaba debió inspirar de forma significativa la pluma del escritor.

Doyle viaja al frente.

En busca de documentación para el tratado

que estaba escribiendo y, además, porque lo creía un

deber, en 1916 Conan Doyle partió como

corresponsal de guerra hacia los frentes británico,

francés e italiano. Aunque, debido a su participación

en la guerra de los bóers, conocía de cerca los

horrores del campo de batalla, la magnitud del

horror y el sufrimiento que provocaba el conflicto impresionó vivamente al escritor. Mientras firmaba

autógrafos en las trincheras, Doyle tomaba nota de las carencias que sufrían los soldados debido a la falta

de planificación y la incompetencia del alto mando. Los soldados agradecían la presencia y el interés que

se tomaba Conan Doyle. A la vista de lo que sucedía en el campo de batalla, su personal sentido de la

justicia le hacía arremeter contra los pacifistas y objetores de conciencia, a los que consideraba

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Soldados del Sutherland Highlanders desfilando en 1915.

Ilustración de G. Scott.

irresponsables y medio locos. La edad iba convirtiendo a Conan Doyle en un personaje bastante

reaccionario, y cada vez menos tolerante con los que no pensaban como él.

Un juicio por traición.

Sir Roger Casement era un nacionalista irlandés que

se había hecho famoso en Gran Bretaña por sus ataques a los

belgas, debido a las atrocidades que cometían en el Congo.

Conan Doyle había tratado mucho con Casement en aquellos

años y sentía un gran respeto por él. Cuando, en 1916, Sir

Roger fue detenido en Irlanda acusado de traición y espionaje

en favor de Alemania, Conan Doyle no podía dar crédito a las

noticias que inundaban la prensa del Reino Unido.

La historia se remontaba a 1914. Sir Roger Casement

se encontraba en Nueva York cuando estalló la guerra.

Partidario de acabar con el dominio inglés sobre Irlanda,

pensó que los alemanes podían ayudarle en su empeño si

colaboraba con ellos. Viajó hasta Berlín y colaboró con las

autoridades alemanas visitando los campos de concentración para intentar convencer a los prisioneros

irlandeses de que luchasen contra el imperialismo inglés, como medio de obtener, con la ayuda de

Alemania, la independencia de su país. Los resultados obtenidos por Casement no fueron los previstos, y

crearon un problema añadido al tener que defender a los seguidores de Casement de las iras de sus

compañeros de campo irlandeses e ingleses.

El descontento de las autoridades alemanas con la actuación de Casement se incrementaba con la

notoriedad que estaban adquiriendo los rumores sobre la homosexualidad del irlandés. Todo el mundo

hablaba sobre "los gustos" de Sir Roger, y esto colocaba al alto mando y a los políticos alemanes en una

situación muy incómoda.

Para quitarse el problema de encima, en 1916 enviaron a Casement clandestinamente a Irlanda

con la misión de provocar una insurrección contra los ingleses. Descubierto y detenido a su llegada, fue

acusado de traición, lo que suponía, en tiempo de guerra, la pena de muerte.

Conan Doyle, que admiraba a Casement, estaba sorprendido de las acusaciones que se vertían

contra una persona que él consideraba muy honorable. La opción sexual de Casement era un atenuante

para Doyle, que consideraba la homosexualidad como una enfermedad mental. Para él Casement era un

enfermo mental y no consideraba moralmente correcto ejecutar a un demente. Una vez más, Doyle se

enfrentó a la opinión pública, que pedía la cabeza de Sir Roger Casement, aportando grandes sumas de

dinero para su defensa legal. Encabezó una petición de indulto para Sir Roger y logró que la firmaran G.

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Retaguardia anglofrancesa. Llegada de un tren con heridos.

K. Chesterton, John Galsworthy, Jerome K. Jerome y muchos amigos más. Además, escribía cartas a los

periódicos en las que defendía la honorabilidad de Casement que, según él, debía ser tratado como un

enfermo y no como un traidor. Justificaba todas las acciones de su amigo irlandés como fruto de su

debilidad mental y de las penalidades de su trabajo en las colonias durante tantos años. El día que Sir

Roger Casement fue ejecutado, hubo al menos un hombre que no se alegró: su nombre era Sir Arthur

Conan Doyle.

Su último saludo en el escenario.

En 1917 apareció la penúltima colección

de relatos de Sherlock Holmes. Su título era His

Last Bow (Su último saludo en el escenario) y

comprendía ocho relatos, tomando el título del

último de ellos. Conan Doyle aprovechaba las

nuevas aventuras de su escasamente querido

personaje para arremeter contra todo lo que no le

gustaba, incluidos los alemanes y los separatistas

irlandeses. Coincidiendo con la aparición de la

nueva colección, Conan Doyle, que estaba dedicado a sus prácticas y escritos sobre espiritismo, recibió un

nuevo golpe. Aunque la guerra caminaba hacia su fin, ésta había alcanzado a su hijo. Herido durante la

batalla de Somme, Kingsley Doyle se estaba muriendo de neumonía. La noticia de su fallecimiento

convenció a Conan Doyle de la importancia que podía tener el espiritismo en aquellos tiempos en los que

tantas personas habían perdido a sus seres queridos. A partir de ese momento, y hasta su fallecimiento, el

escritor dedicaría todos sus esfuerzos a investigar sobre la comunicación con las almas de los muertos y a

publicar una vasta información sobre sus descubrimientos en ese campo.

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Fotografía obtenida durante una sesión de

espiritismo. La médium inglesa Mrs. Guppy aparece

en compañía de dos amigas y una extraña presencia,

definida por los asistentes como un espíritu.

Capítulo XIX. Vida después de la muerte

La guerra llegaba a su final, pero algunas cosas nunca

volverían a ser iguales. Ciudades enteras y centenares de miles de

personas habían desaparecido. El mundo estaba lleno de padres,

madres, hijos, hermanos y esposas que, unidos en el dolor, sólo

pensaban en sus seres queridos desaparecidos. Conan Doyle había

perdido a su hijo Kingsley en 1917 y en febrero de 1919 fallecía su

querido hermano pequeño Innes. Doyle siempre se había

considerado responsable de su hermano menor, al que había

cuidado y dirigido durante toda su vida. A pesar de la diferencia de

edad, la temporada en que habían vivido juntos, cuando Conan

Doyle comenzaba a ejercer la medicina, había afianzado la relación

entre ambos hermanos, que finalizaba con la muerte del benjamín.

El trabajo y la creencia en una vida después de la

muerte ayudaron a Conan Doyle a sobrellevar el

fallecimiento de dos seres tan queridos que, por ley de

vida, deberían haberle sobrevivido. El amor y el apoyo de su esposa fueron fundamentales en tan

delicados momentos.

Una pérdida irreparable.

En 1920 la vida asestó un nuevo golpe a Conan Doyle. Ese año, y tras una larga enfermedad que

había ido minando su salud, fallecía la madre del famoso escritor. Mary Doyle había sido para su hijo,

madre, consejera, amiga y sobre todo un puerto que le permitía ponerse a salvo de cualquier tempestad.

La debilidad de carácter de su padre había sido la causa de que Doyle se compenetrase con su madre, por

la que sentía gran admiración y a la que quería profundamente.

La desaparición de su madre, a pesar de la avanzada edad de Mary Doyle y de la enfermedad que

la consumía, fue un duro golpe para Conan Doyle. Como todos los hijos, ante el fallecimiento de la madre

sentía que la vida ya nunca sería la misma y que había pasado a primera línea, perdiendo para siempre su

amparo. Sabía que ya no disfrutaría de los sabios consejos que tantos errores le habían evitado y que le

habían advertido de las consecuencias de otros que cometió al no hacer caso de sus palabras. El cordón

umbilical entre madre e hijo se había roto definitivamente.

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La guerra trajo desolación y escasez. Cartel inglés de 1917 para una

campaña de ahorro en el hogar.

The new revelation.

Al finalizar la guerra, Conan Doyle había

publicado su primer libro enteramente dedicado al

espiritismo. Su título, The New Revelation (La

nueva revelación), indicaba claramente el espíritu

del libro, destinado a infundir esperanza a tantas y

tantas familias destrozadas por los avatares de la

Gran Guerra. Conan Doyle, muy afectado en su

propia carne, intentaba ofrecer consuelo a las

personas que buscaban una respuesta a la

desaparición de sus seres queridos. A partir de ese

momento y hasta el final de su vida, Doyle se

dedicó a investigar sobre el espiritismo como

vehículo de esperanza para poder contactar con los

que se habían ido.

The New Revelation era una declaración

pública de Conan Doyle a favor del espiritismo,

y causó sensación entre el público lector. Por un

lado, era un tema candente que interesaba a mucha gente, pero además no era un cualquiera el que lo

escribía, pues se trataba del famoso "padre" de Sherlock Holmes y del profesor Challenger, autor de

novelas históricas y defensor de causas muy conocidas que le habían convertido en un personaje público,

tremendamente popular. Que se confesase públicamente espiritista una persona de tanta envergadura

conmocionó a la sociedad inglesa. Doyle trataba además un tema siempre candente, pero mucho más

después de una guerra: ¿Qué les sucede a las personas después de la muerte?

El caso de los hermanos Thomas.

En sus estudios sobre los fenómenos espiritistas, Conan Doyle pretendía ser lo más objetivo

posible, pero sin cerrarse a la posibilidad de lo fantástico, como hacían muchos científicos de la época.

Culpaba a muchos de ellos de estar llenos de prejuicios que les impedían estudiar con imparcialidad los

fenómenos paranormales. Otros criticaban a médiums y estudiosos a los que no conocían y se permitían

juzgar la veracidad de los fenómenos que sucedían durante las sesiones, sin haber asistido nunca a ellas.

A principios del año 1919, el matrimonio Doyle viajó a un pueblecito de Gales llamado Penylan, donde

vivían los hermanos Tom y Will Thomas. Su padre era el presidente de la Merthyr Spiritualist Society, y

su madre y sus hermanas eran famosas médiums. Toda la familia era muy conocida en el país de Gales y

en los ambientes espiritistas de medio mundo. Su espíritu guía era un indio llamado Aguila Blanca, y la

fama que estaban alcanzando los hermanos Thomas atraía a celebridades de todo el mundo, como era el

Page 60: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 60

Montaje fotográfico que muestra a un conocido detractor del

espiritismo con dos presencias: de un lado, Conan Doyle, y del otro,

un “espíritu húmedo”.

caso de Sir Arthur y Lady Jean Conan Doyle.

Durante una sesión celebrada en casa de otro famoso espiritista, los asistentes comprobaron cómo

Tom hacía volar por la habitación diferentes objetos, entre ellos una pandereta que sonaba como si

alguien la estuviera tocando. En un momento determinado, Tom, que se encontraba en trance y atado a un

pesado sillón, preguntó a la señora Doyle si tenía frío; al contestar Jean afirmativamente, una chaqueta de

Will Thomas voló hasta su regazo. Luego todos los objetos que Jean intentaba colocar sobre la chaqueta

salían volando. El efecto combinado del miedo que producían los objetos, los gritos de temor de los

asistentes y los susurros de Thomas era

abrumador. La evidencia que ésta y otras

sesiones brindaban a Doyle, le volvía irascible

contra científicos e intelectuales que se

permitían ironizar y ridiculizar al espiritismo y

a sus adeptos, sin haberse tomado la molestia de

hacer la mínima comprobación, hablando sólo

de oídas. El escritor atacaba a personas como H.

G. Wells, que presumían de progresistas y

avanzados y que, según Doyle, vivían

atenazados por sus prejuicios. Comparaba a

estos detractores con una persona que

describiera Francia como un país donde todo el

mundo habla alemán, sin haber pisado el país, sin haber hablado jamás con ningún francés, y ni tan

siquiera haber leído un libro sobre Francia. Este tipo de actitud le parecía intolerable y arrogante. Conan

Doyle no era un estúpido pero sí un tanto ingenuo, y cuando creía en algo, luchaba vehementemente por

ello hasta el final. La realidad es que en el mundo del espiritismo, junto con personas de probada

honestidad, circulaban numerosos parásitos dispuestos a hacer negocio con la credibilidad de la gente

necesitada de experiencias que hiciesen sus tristes vidas más llevaderas.

Page 61: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 61

Retrato de Sir Oliver Lodge,

científico y espiritista convencido,

autor de Raymond, uno de los libros

preferidos de Sir Arthur Conan

Doyle.

El conocido antropólogo Alfred Russel

Wallace, gran rival de Darwin.

Capítulo XX. El más allá

En el prólogo de The New Revelation, Conan Doyle justifica el

libro como un intento de clarificar o de conjugar las implicaciones

espirituales con el estudio científico de los fenómenos espiritistas. Añadía

que si lograba aportar un poco de luz, habría ayudado en lo que consideraba

la más importante incógnita del género humano.

Al terminar sus estudios de medicina en 1882, Arthur Conan Doyle

era, al igual que la mayor parte de sus compañeros, un materialista

convencido. Sin embargo, los posos de su férrea educación católica y la

compleja perfección de las leyes del universo le hacían creer en una fuerza

superior que había creado esas leyes y las hacía cumplir. No obstante, en

lo referente a la vida después de la muerte, su educación le decía que

como la luz desaparece al apagar la vela, todo acababa con la muerte del

ser humano. Cuando la materia se descomponía, nada quedaba. La

primera vez que oyó hablar del espiritismo le pareció sin sentido, una fuente de ingresos para unos

cuantos pícaros que se beneficiaban de la incultura y de la ingenuidad de las pobres gentes.

Algunos de sus amigos estaban interesados en el espiritismo, pero Doyle desconfiaba e ironizaba

con frecuencia sobre los fenómenos que le contaban. Hasta que, un día, cayó en sus manos The

Reminiscences of Judge Edmunds (Memorias del juez Edmunds). El autor era un miembro del tribunal

supremo de Estados Unidos, un hombre rico y respetable, que contaba en su libro, con todo detalle, cómo

mantuvo contacto durante años con su esposa muerta. Aunque las experiencias que contaba el juez

Edmunds no convencieron del todo al escéptico Conan Doyle, sí le

animaron a interesarse por el tema y a continuar leyendo todos los libros que

sobre esta materia caían en sus manos. Le maravillaba el número de gente

notable, muy alejada de los crédulos patanes, que creía que el espíritu es

independiente de la materia y puede sobrevivir al cuerpo. El respaldo que

daban a estas teorías científicos como el químico Crookes, Wallace, el gran

rival de Darwin, y Camine Flammarion, una eminencia en astronomía y

física, hacía dudar seriamente al joven Doyle sobre la validez de sus propios

temores. Por otro lado, pronto comprobó que los detractores, entre los que

también había nombres tan famosos como Darwin y el escritor Aldous

Huxley, mantenían una actitud dogmática y poco científica. Habían decidido

Page 62: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 62

El famoso químico

Sir William Crookes.

Portada de Gill para la revista “Les hommes d’aujourd’hui”, en la que

aparece el astrónomo Camille Flammarion.

a priori que se trataba de trucos fáciles, y se mofaban de algo que desconocían y que no se molestaban en

examinar.

A Conan Doyle, que pese a su desconfianza inicial llevaba años estudiando

y analizando los fenómenos espiritistas, esta actitud le parecía indignante y poco

seria. Su cabezonería escocesa le movió una vez más a denunciar el banal

comportamiento de los detractores y a estudiar con mayor seriedad estos

fenómenos.

La búsqueda.

Lentamente, una larga serie de acontecimientos y experiencias fue

derribando el mundo de objeciones que Conan Doyle oponía a la veracidad del

espiritismo.

Una noche sucedió algo durante una sesión, en derredor de una mesa, que

marcó profundamente a Conan Doyle. Cuando los asistentes efectuaban una serie de

preguntas a un espíritu supuestamente presente, al escritor se le ocurrió preguntarle si sabía cuántas

monedas llevaba en el bolsillo. La mesa contestó: "Estamos aquí para educar e inspirar; no para resolver

acertijos." Nadie podía tachar de pueril el mensaje recibido.

Aunque sus experiencias personales no le convencían del todo, su afán de llegar hasta el fondo

del asunto le llevaba a leer incansablemente sobre el tema, en busca de la verdad. Los testimonios ajenos

tampoco le probaban que estuvieran en poder de la verdad, pero sí que su opinión merecía respeto y que

sus teorías no podían desecharse sin motivo. Le impresionó sobremanera el relato del gran antropólogo

Wallace, que aseguraba que el gran médium Daniel Douglas Home había volado por una habitación de

techos altos ante un grupo de testigos. El que Douglas Home no fuera un charlatán cualquiera, sino

sobrino del conde de Home, y que personalidades de tanto peso como Lord Dunraven, Lord Lindsey y el

capitán Wynne jurasen haberlo visto con sus propios ojos, obligaban a Conan Doyle, si no a creer a pies

puntillas, sí a tomarlo con precaución y respeto.

El precio de la fama.

Desde entonces y hasta la primera guerra mundial, Conan Doyle

dedicó muchas horas de su precioso tiempo al estudio de estos fenómenos que

tanto le interesaban. A pesar de que en muchos casos se demostraba que

incluso algunos de los médiums más famosos hacían trampas, Conan Doyle

defendía que éstos, como era el caso de la célebre Eusapia Palladino, sólo

recurrían a los trucos cuando les fallaban los poderes. Era tal la fama que

Page 63: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 63

Grabado que muestra al médium Daniel Douglas

Home levitando durante una sesión de espiritismo.

tenían estos médiums y el acoso al que se veían sometidos por científicos e investigadores, que no podían

permitirse fracasar, ya que un solo fracaso oscurecía todos los éxitos que hubiesen podido obtener. El más

famoso de todos los médiums, Daniel Douglas Home, efectuaba sesiones a la luz del día e invitaba a sus

grandes detractores a que intentasen encontrar indicios de truco o falsedad. Nunca ninguno de los

asistentes a sus sesiones pudo demostrar la menor evidencia de engaño. Había otros como él que debían

soportar la persecución de periodistas, detectives y científicos, empeñados en acorralarles y asediarles

hasta poder demostrar la irregularidad y la falsedad de sus métodos.

Aparte de sus experiencias personales, Conan Doyle seguía

siendo un lector impenitente, y en los años anteriores a la guerra unos

cuantos libros habían llamado su atención, especialmente Raymond, de

sir Oliver Lodge, Psychical Investigations, del profesor Crawford,

Thresholds of the Unseen, del profesor Barret y Ear of Dionysias, de

Gerald Balfour. El fogoso temperamento del escritor le empujaba a

aceptar retos y a defender con vehemencia sus creencias. Conan Doyle

hubiese resultado un magnífico vendedor de cualquier artículo de cuyas

propiedades estuviese convencido. La certeza de la bondad del producto

le hubiese impelido a intentar convencer a todos los posibles

clientes más por el beneficio que ellos obtendrían que por la

ganancia que hubiese supuesto su venta.

De la misma forma, llevado por su carácter, se implicó en la tarea de ganar las quinientas libras

que, en 1919, el editor del "Sunday Express", James Douglas, ofreció a cualquier persona que pudiese

probar, sin rastro de duda, haberse puesto en contacto con alguien fallecido recientemente. Tanto para

Douglas como para Doyle, lo menos importante era el dinero. El editor sabía que el interés despertado en

el público le haría vender una gran cantidad de periódicos mientras durase el desafío. Por su parte, Conan

Doyle, que acababa de participar en la famosa sesión de los hermanos Tom y Will Thomas, consideraba

que era el medio ideal para convencer a un gran número de personas. Para ello estaba dispuesto a

colaborar con los intereses de Douglas, escribiendo un editorial para su periódico. Los primeros en

aceptar el reto fueron los hermanos Thomas, y aunque los asistentes quedaron convencidos, no así los

miembros del jurado elegido por Douglas, que se evitó el pago de las quinientas libras mientras su

periódico incrementaba notablemente las ventas. Tras un nuevo intento fallido, Doyle formó un comité

con miembros del "Sunday Express", del "Evening Standard", del "Daily Mail" y de otros periódicos. La

médium era una especialista en contactar con hijos muertos durante la guerra, y su actuación convenció

completamente al escritor, al ponerle en contacto con su hijo recientemente fallecido. Los miembros del

jurado fueron más escépticos, y las quinientas libras de recompensa no salieron jamás de las arcas del

"Sunday Espress". Pero este aparente fracaso no amilanó al tozudo escritor, que continuaba defendiendo

los resultados obtenidos, convenciesen o no al resto de los mortales.

Page 64: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 64

La médium Kathleen Goligher moviendo una

mesa durante una sesión de espiritismo.

Retrato del reconocido médium y estudioso de

fenómenos espiritistas William Stainton Moses.

Capítulo XXI. Un importante mensaje

En The New Revelation Conan Doyle auguraba un futuro

cambio en la mentalidad de la gente y especulaba con dos planos de

la existencia de modo que con la muerte el espíritu quedaba librado

de su carga material para gozar, al fin, plenamente. La posibilidad

de contactar con estos espíritus ofrecería al hombre ingentes

posibilidades de conocimiento y, sobre todo, le dotarían de una

esperanza que le animase en el camino hacia la perfección que debía

realizar en este mundo. The Vital Message iba más allá y defendía

que no era el plano espiritual el que tenía que descender a nosotros

sino que había que elevar el plano material al espiritual. Esta visión

cambiaría totalmente nuestros puntos de vista sobre la ciencia, la

religión y la vida. Los editores, conscientes del interés que

despertaba este nuevo libro de Conan Doyle, le organizaron una

gira de charlas y firmas de ejemplares por las principales ciudades

del Reino Unido. A pesar de lo fatigoso del viaje y del limitado

beneficio económico que le reportaba tanto esfuerzo, Doyle no se desanimaba, e intentaba insuflar su

esperanza a los numerosos espectadores que acudían a los actos, animados por la enorme fama del autor.

Unos acudían por convicción o interés en los temas tratados, pero también muchos asistentes iban

interesados en la controversia y la polémica que provocaban las apariciones. Muchos eran los detractores

que consideraban un lunático a Conan Doyle y que sólo acudían para rebatir sus argumentos o para

recopilar nueva información sobre "los fantasmas" del señor Doyle.

La comparación que hacía Conan Doyle de los

espiritistas con los antiguos cristianos irritaba profundamente a

muchos. Comparaba a Cristo con un gran médium que había

elegido a sus discípulos por el potencial psíquico y las facultades

que poseían.

Comparaba sus planteamientos de dos planos

interrelacionados con "la comunión de los santos" de que hablaba

la Iglesia católica. Los actos de cada persona afectan a todos los

demás: todos estamos íntimamente interrelacionados.

Page 65: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 65

Eusapia Palladino había levitar una mandolina.

En el transcurso de una sesión, Eusapia

Palladino lograba que la mesa levitase.

Dos científicos controlan a la médium

durante una sesión de espiritismo.

La familia Goligher.

Conan Doyle estaba muy interesado en las

investigaciones sobre espiritismo que estaba

realizando un ingeniero irlandés, el doctor W. J.

Crawford, profesor en la Queen's University de

Belfast. Crawford había localizado a los Goligher,

una familia en la que todos estaban dotados de

grandes poderes, pero principalmente Kathleen, el

miembro más joven del clan. El doctor Crawford era

un pionero en la utilización de la fotografía durante las sesiones, para dejar constancia gráfica de los

fenómenos acaecidos. El poso de censura y desconfianza que existía en los observadores que acudían a

las sesiones hacía siempre empequeñecer los resultados obtenidos. Incluso entre los mismos partidarios

del espiritismo existía siempre algo de incredulidad y escepticismo, y el caso de Crawford no fue una

excepción.

La comprobación de que algunos médiums eran capaces de producir

un extraño plasma que fluía desde ellos, moviéndose y adoptando diferentes

formas, algunas de ellas humanas, revolucionó a los medios espiritistas. Los

investigadores tomaban todo tipo de precauciones antes y durante las

sesiones para evitar posibles fraudes. Crawford, en el caso de Kathleen

Goligher, hacía que una enfermera observase cada uno de los orificios de la

joven, hasta los más íntimos, ya que en algunos casos el ectoplasma parecía

proceder de la vagina. La médium debía desnudarse y utilizar sólo prendas de

vestir previamente analizadas, que no permitieran ocultar ningún truco; y

finalmente, las sesiones eran fotografiadas. Conan Doyle había visto

algunas fotos que Crawford había hecho a Kathleen Goligher en las

que se podía ver la creación de ectoplasma, y el escritor estaba fascinado.

Viajó a Irlanda del Norte para entrevistarse con Crawford y poder

comprobar por sí mismo los descubrimientos que convertían aquello en una ,

mezcla de ciencia y teología. En 1920 Crawford hizo un resumen de sus

investigaciones en un libro titulado The Psychic Structures at the Goligher

Circle, que se publicó después de su muerte.

Conclusiones.

Kathleen Goligher era capaz de mover una mesa con el

ectoplasma que producía durante las sesiones, y Crawford había

Page 66: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 66

La médium Stanislawa y un imán “volador”.

logrado plasmarlo en una foto que daría la vuelta al mundo. Después de numerosos experimentos,

Crawford llegó a una serie de conclusiones sobre la naturaleza de los fenómenos observados:

1. Los ruidos obtenidos mediante grabaciones efectuadas en las sesiones eran sonidos, no

alucinaciones.

2. El gran problema de las levitaciones y de casi todos los fenómenos importantes era el de la luz.

Al no poder ser fotografiados a plena luz, se utilizaba una luz roja que pretendía distinguir las formas,

pero que permitía que muchas zonas quedasen en penumbra. Los observadores no podían comprobar así

la existencia o no de fraude.

3. En el caso de Kathleen Goligher, ésta sufría durante las sesiones un aumento de peso igual al

del objeto que hacía levitar. Así, si levantaba una mesa, su peso aumentaba exactamente en el peso de la

mesa. Los músculos de la médium adquirían un peso y dureza extraordinarios.

4. El ectoplasma o materia psíquica era reabsorbido por el cuerpo de la médium tras producir el

fenómeno, y el peso de Kathleen se volvía a normalizar, siendo el mismo antes y después de las sesiones.

El hecho de que Crawford encontrara restos de yeso en las piernas de la médium no

descorazonaba ni a él ni a otros especialistas como Conan Doyle. Realmente, los experimentos del doctor

W. J. Crawford fueron valiosos y de enorme interés, pero aún

lo hubiesen sido mucho más si se hubiera eliminado cualquier

posibilidad de fraude. A la muerte de Crawford, continuó sus

experimentos con la familia Goligher el doctor E. E. Fournier

d'Albe, que llegó a la conclusión de que, aunque no se había

podido demostrar, había numerosos indicios de la existencia

de fraude, si bien aclaraba que su opinión no invalidaba en

absoluto los experimentos realizados anteriormente por

Crawford. Tan pronto aparecieron las conclusiones del doctor

Fournier, Kathleen Goligher desapareció del panorama

espiritista. Años más tarde, en 1933, Kathleen, que se

apellidaba Donaldson tras su matrimonio, volvió a realizar

algunas sesiones con resultados similares a los obtenidos por

Crawford, desgraciadamente sin la presencia de observadores

imparciales que pudieran constatar la veracidad de los mismos.

Page 67: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 67

En la fotografía se puede observar el ectoplasma

de una médium, que ha adoptado la forma de una

figura humana.

Capítulo XXII. La gran cruzada

El interés de Conan Doyle por los ectoplasmas producidos

por las médiums iba en aumento. Durante las sesiones, estas

extrañas secreciones eran capaces de mover objetos e incluso de

adoptar apariencia humana, con notable parecido a personas

fallecidas. Su amigo el doctor Gustave Geley estaba

experimentando en Francia con dos médiums muy conocidas: la

señora Bisson y Eva C. Y Conan Doyle se puso en contacto con él.

La gran novedad era que las sesiones se realizaban a plena luz, con

lo cual todos los asistentes podían ver con toda claridad lo que

sucedía.

El plasma surgía de sus dedos, pezones, vagina y, en

algunas ocasiones, del interior de la boca. El ectoplasma crecía y se

reducía a voluntad, llegando en algunos casos a adoptar forma de

rostro e incluso figuras humanas. Es justo lo que Conan Doyle

esperaba. En este caso, todos los asistentes podían ver con toda

claridad los fenómenos producidos durante las sesiones. Este

convencimiento le animó a emprender la gran cruzada que llevó a cabo pertinazmente durante lo que le

quedaba de vida.

Los fantasmas de Sir Arthur Conan Doyle.

En enero de 1920, Joseph McCabe dio una conferencia en Glasgow sobre las investigaciones de

Conan Doyle. El título, que pretendía poner en ridículo al escritor, era "Los fantasmas de Sir Arthur

Conan Doyle". Al final del acto ofreció a Doyle la posibilidad de un enfrentamiento público. Conan

Doyle se enteró de ello por la prensa de la mañana siguiente y de inmediato recogió el guante. Si McCabe

quería una confrontación, la tendría. El acto tuvo lugar el 11 de marzo en el Queen's Hall de Londres. El

público provenía en su mayor parte del Reino Unido, pero también había representantes de otros países

europeos. Ambos adversarios tenían una cosa en común: la confianza en el triunfo.

McCabe fue el primero en tomar la palabra y, tras una breve introducción, habló de un asunto

delicado. Arremetió contra uno de los padres del espiritismo, D. D. Howe, al que acusó de haberse

apropiado con artimañas y trucos de la voluntad de una tal señora Lyon, a la que convenció de que su

difunto esposo le había comunicado desde el más allá que debía entregar su cuantiosa fortuna a él mismo.

D. D. Howe había recibido la nada despreciable suma de 36.000 libras procedentes de la incauta señora.

Page 68: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 68

La médium Stanislawa con un ectoplasma en forma de pañuelo.

En una sesión organizada por Pierre Lebiedzinski en Varsovia, la médium Stanislawa, semioculta

tras unas cortinas, produce diversos extoplasmas.

McCabe acusó a continuación a Conan

Doyle de ser un iluso y de vivir en las nubes. Según

él, los espiritistas estaban creando falsas ilusiones a

muchos padres y parientes que habían perdido a sus

seres queridos en la guerra, y eso resultaba

tremendamente cruel porque la decepción posterior

hacía la pérdida aún más dolorosa.

Conan Doyle bebió un sorbo de agua,

inspiró profundamente y comenzó su parlamento

lentamente. Sacó con toda parsimonia una agenda y

enseñándola al público con un gesto un tanto teatral

dijo: "En este libro están los nombres de 160 personas -políticos, diplomáticos, literatos, científicos,

generales, almirantes, hombres de negocios y artistas- que creen sin ningún género de dudas en la verdad

del espiritismo." Añadió que estos personajes no habían estado en dos o tres sesiones como el señor

McCabe. Muchos de ellos llevaban veinte o treinta años estudiando el fenómeno y habían asistido a

cientos de sesiones. El público prorrumpió en aplausos. En defensa de su amigo D. D. Howe, Doyle alegó

que todos, incluido el arzobispo de Canterbury, recibían compensaciones económicas, y que el señor

Howe había recibido 24.000, no 36.000 libras, sin ningún tipo de coacción. De hecho, cuando la señora

Lyon se echó atrás y le llevó a los tribunales para que le devolviese su dinero, Howe fue exonerado. A

continuación, Conan Doyle emprendió una exhaustiva explicación de las investigaciones de los

científicos franceses y alemanes del momento. Ya en la parte técnica del asunto, la audiencia fue

perdiendo interés y al final ambos contendientes fueron despedidos con grandes aplausos, aunque la

prensa comentó que tal vez los dedicados a Conan Doyle fueron más largos y numerosos.

Page 69: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 69

Fotografía de un médium junto a un pariente fallecido de

uno de los asistentes a la sesión.

Camino de Australia.

Al poco tiempo recibió una oferta para viajar a Australia con el fin de dar una serie de

conferencias. En agosto de 1920 el matrimonio Doyle y sus tres hijos embarcaron para una travesía que

duraría cinco semanas.

En Melbourne, Conan Doyle contactó con Charles Bailey, un médium con fama internacional

pero que en el pasado había sufrido algunas acusaciones de fraude. Los amigos de Bailey convencieron a

Doyle de su inocencia, y éste aceptó participar en una sesión preparada en su honor. Aunque los

resultados no fueron tan brillantes como esperaba, la sesión le sirvió por lo menos para convencerse de la

autenticidad de los poderes del médium. En su visita a Sydney, Conan Doyle cometió un error que le sería

recordado por sus adversarios durante mucho tiempo. En una importante recepción en honor del escritor,

el presidente de la Christian Evidence Society de Sydney le retó, durante la conferencia que daba Conan

Doyle, a enfrentarse en un debate público. Pero, en esta ocasión, Conan Doyle se excusó diciendo que no

era el momento y que, además, se encontraba muy cansado.

Durante su estancia en Australia Conan Doyle se

interesó por una serie de fotografías que atestiguaban

"presencias" durante las sesiones. Doyle envió las fotos a

Sir Oliver Lodge, a Inglaterra, y tomó la decisión de

investigar seriamente sobre el tema a su regreso.

Aquellas fotos, llenas de hadas y elfos, abrían una nueva

e interesante perspectiva. Más tarde sería muy criticada

la ingenuidad del escritor por aceptar unas fotos que no

admitían el más elemental análisis. Desde Australia, los

Doyle se dirigieron a Nueva Zelanda, donde Sir Arthur

tuvo una cálida acogida. Tras visitar Sri Lanka

navegando, a través del canal de Suez se dirigieron a Francia. Esta visita al país vecino le dio la

posibilidad de conocer a la famosa médium Eva C. a través del doctor Geley. Doyle escribió un artículo

relatando los sorprendentes fenómenos producidos por la médium durante una sesión a la que asistió. De

regreso en Inglaterra, Conan Doyle se dedicó en cuerpo y alma a investigar y escribir sobre los fenómenos

observados en su viaje. Todo el año siguiente Doyle abandonó sus novelas históricas y se negó en rotundo

a escribir más lucrativas aventuras de Sherlock Holmes. El resultado fue la publicación de un importante

libro titulado The Wanderings of a Spiritualist. El éxito fue inmediato, pues el polémico carácter del

escritor hacía que se precipitasen sobre sus libros no sólo sus correligionarios sino también la gente que

combatía claramente contra él.

Page 70: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 70

Conan Doyle conversando con el actor

Ellie Norwood, genial intérprete de

Sherlock Holmes, en 1921.

Mesa a prueba de fraudes, creada por

Harry Price para sus experimentos con la

médium Stella Cranshaw.

Harry Price utilizas diferentes

instrumentos durante las sesiones de

espiritsmo, como este telekinotoscopio de

su invención.

Capítulo XXIII. El polémico espiritismo

Con el transcurrir de los años, Conan Doyle estaba cada vez

más convencido de la verdad de sus creencias. La construcción de la

biblioteca y el museo, que dirigía personalmente, le habían

convertido en una autoridad. Su compromiso y moderación hacían

que muchas personas de todo el mundo contactasen con él para

contarle experiencias propias y ajenas. Los más importantes médiums

y espiritistas ansiaban conocer a Conan Doyle, en parte por su

dedicación al espiritismo, y en parte porque era muy rico y además, lo

que es más raro, generoso. Sin embargo, sus comentarios y escritos

resultaban casi siempre polémicos. Sus detractores entendían que sus

ideas iban en contra de la religión, y que para creer en la otra vida

hacía falta fe, en vez de estrambóticas sesiones con duendes y

espíritus. Pero en las propias filas del espiritismo había personas que,

por miedo a lo desconocido o para evitar que las cosas perdiesen su

proporción, se convertían a veces en auténticos y terribles fiscales.

Harry Price.

En 1921, la Society for Psychical Research fue víctima de un

escándalo que tuvo un gran eco en los medios espiritistas. En aquel

entonces gozaban de gran renombre las sesiones de William Hope,

un médium muy prestigioso cuyas fotografías, obtenidas durante las

sesiones, habían dado la vuelta al mundo. Pero Harry Price, un

hombre duro de convencer e importante miembro de la Society for

Psychical Research, desconfiaba de los métodos de Hope. En aquella

época las fotografías se hacían sobre placas de cristal especialmente

tratadas. Price encargó unas cuantas placas y las hizo tratar con rayos

X, antes de entregárselas a Hope para que fotografiase lo que sucedía

en una determinada sesión. La polémica surgió porque las fotografías

obtenidas mostraban diversos fenómenos y apariciones, pero ninguna

de ellas estaba tratada con rayos X. Se trataba de placas diferentes a

las que Price le había entregado a Hope.

Page 71: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 71

Fotografía de la gran médium Stella

Cranshaw, más conocida como Stella C.,

hacia 1920.

Price y sus amigos alegaban que se trataba de un fraude, mientras que otros, entre los que estaba

Conan Doyle, defendían al médium. Decían que, por una parte, los rayos X podían "desaparecer" por

sobreexposición de la placa, o bien que alguien interesado en el fracaso de William Hope podía haberlas

robado. La verdad es que las placas originales no fueron localizadas, y la teoría de la "mano negra"

pareció ser la aceptada por casi todo el mundo. Las placas habían estado más de tres semanas guardadas

en un cajón de la Society for Psychical Research, desde que Price las entregó hasta la sesión de William

Hope. Cualquiera podía haberlas cambiado. Los celos profesionales en un medio que suscitaba tanta

publicidad y dinero eran lógicamente frecuentes. Sin embargo, Harry Price, que era el causante de tanto

alboroto, no era un escéptico. Simplemente, era un investigador escrupuloso que creía que se debía luchar

contra el fraude con todas las armas a su alcance, porque éste era la causa de la desconfianza de la gente

hacia el espiritismo. De hecho, la reputación de Conan Doyle había decaído en el mundo espiritista por su

ingenuidad al publicar en The Coming of the Fairies las fotos que había enviado a Sir Oliver Lodge desde

Australia. Dichas fotografías no admitían el mínimo análisis, y causaron un grave daño a la credibilidad

de Conan Doyle.

El caso de Stella C.

Si alguna cualidad tenía el autor de Sherlock Holmes era la

falta de rencor. En un determinado momento, podía ser tozudo y

vehemente, pero jamás guardaba rencor al adversario. De hecho, a

pesar de las críticas recibidas por parte de Harry Price y sus amigos,

no dudó en alinearse. a su lado en un caso que apasionó al país

durante años. En 1923, en un viaje en tren, Harry Price ofreció una

revista a una encantadora pasajera que viajaba frente a él. Se trataba

de un ejemplar de "Light", la revista de los espiritistas británicos.

La joven viajera, cuyo nombre era Stella Cranshaw, confesó a Price

que ella misma había provocado sucesos paranormales en algunas

ocasiones. Podía mover objetos y provocar sonidos y luces

extrañas.

Price quedó enormemente sorprendido por la naturalidad y sencillez con la que la joven, que sólo

contaba veintitrés años, relataba sus experiencias. Al poco tiempo, la joven, que sería conocida desde

entonces como Stella C., se sometía de buen grado a las pruebas de Price y de otros investigadores. En

pocos meses Price había acumulado un dossier que convertía a Stella en una médium de la categoría de

Eusapia Palladino o de Daniel Douglas Home. Durante las sesiones, Stella lograba tocar instrumentos

musicales colocados en un lugar inaccesible o llegar a objetos protegidos.

Una de las cosas más sorprendentes de Stella era la placidez que mantenía durante las sesiones.

Page 72: Sir Arthur Conan Doyle

Sherlock-Holmes.es 72

A raíz de su matrimonio, Stella C.

dejó de colaborar con Price en el

estudio de los fenómenos espiritistas.

Al contrario de otras médiums, como Kate Goligher o la propia Eusapia Palladino, Stella permanecía

confortablemente sentada en su silla, controlando con gran facilidad sus movimientos. Los resultados

obtenidos por Price y su equipo con Stella C., hasta el matrimonio de la joven, fueron los mejores

obtenidos jamás en la historia de los fenómenos paranormales. Conan Doyle, en su incesante búsqueda de

la verdad, apoyó incondicionalmente el trabajo de Price durante todos esos años.

Un huérfano llamado Erich Weiss.

Durante los años veinte, el mundo del espectáculo asistió con asombro a la aparición de un

hombre, Harry Houdini, que con sus representaciones que mezclaban el circo y la magia, llenó durante

años los teatros del mundo entero.

Su verdadero nombre era Erich Weiss, y había nacido en Budapest en 1874. Más tarde se trasladó

a Estados Unidos, donde adquirió la nacionalidad del país y cambió su nombre por el de Harry Houdini,

que le haría famoso en el mundo entero. Aunque escéptico con los fenómenos espiritistas, a Houdini le

interesaba estudiar, por motivos profesionales, las artimañas que utilizaban algunos médiums. Todo ello,

unido a que era hombre de sólidas ideas religiosas que le hacían creer en una vida después de la muerte,

despertó su interés por el mundo espiritista.

Conan Doyle conoció a Harry Houdini en 1920, y pronto se

hicieron grandes amigos. Durante un viaje de Houdini a Inglaterra, el

mago visitó al matrimonio Doyle, y fueron días de alegría y diversión

gracias a las demostraciones y trucos de Houdini y a la magnífica

hospitalidad de Arthur y Jean Doyle. Cuando poco más tarde los Doyle

hicieron un viaje por Estados Unidos, con escala obligada en

Hollywood, donde se fotografiaron con las más famosas estrellas del

momento, visitaron a su vez a Houdini. Doyle quedó gratamente

sorprendido por la biblioteca que poseía el artista sobre temas

relacionados con el ocultismo, ya que tenía libros que Doyle nunca había

visto y otros de los que ni siquiera había oído hablar. Esto convenció a

Doyle de que Houdini tenía verdaderos poderes y de que, con toda

seguridad, era, sin saberlo, un gran médium.

Animada por su anfitrión, Jean Doyle, que había descubierto

recientemente sus poderes como médium, organizó una sesión en casa

de Houdini. El famoso mago, aparentemente impresionado, se permitió, sin embargo, escribir un artículo

mofándose del espiritismo y en concreto de la señora Doyle. A partir de ese momento la relación entre los

dos hombres se deterioró rápidamente, convirtiéndose en una enemistad declarada. Sir Arthur Conan

Doyle podía aceptar cualquier ataque contra su persona, pero no contra su amada Jean.

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Sir Arthur Conan Doyle, en 1929, en su

residencia de Windlesham. La salud del

escritor estaba ya seriamente quebrantada.

Capítulo XXIV. Un tiempo que se acaba

Pasaban los años y Conan Doyle aceptaba apaciblemente su

paso. Tenía una esposa a la que amaba profundamente, le

encantaban sus hijos, y su profesión iba viento en popa. En 1921

había estrenado con gran éxito la obra en un acto The Crown

Diamond: An Evening with Sherlock Holmes, con Dennis Neilson-

Terry en el papel del detective, y la compañía partió para una gira de

larga duración. Ese mismo año publicó el relato titulado La piedra

preciosa de Mazarino -basado en la obra de teatro The Crowen

Diamond-, que alcanzó el éxito acostumbrado. Al año siguiente, en

1922, John Murray publicó una colección en seis volúmenes con los

relatos no holmesianos de Sir Arthur: Tales of the Ring and Camp,

Tales of Pirates and Blue Water, Tales of Terror and Mystery, Tales

of Twilight and the Unseen, Tales of Adventure and Medical Life y

Tales of Long Ago. Aunque no era un jovencito, Conan Doyle

poseía una salud y energía envidiables, que le permitían dedicarse

en cuerpo y alma a sus actividades favoritas. Viajaba, trabajaba en

sus novelas y tenía tiempo y ganas de embarcarse en defensa de toda causa que le pareciese justa y digna.

El béisbol.

En 1923 publicó en el "Strand" El hombre que reptaba, una nueva aventura de Sherlock Holmes

sobre un anciano profesor que quiere recuperar su juventud para conquistar a su amada. Poco después

emprendió un nuevo viaje a un país que le encantaba, Canadá, que no le iba a defraudar una vez más, ya

que esta nueva visita le permitió conocer un deporte poco practicado en Inglaterra, el béisbol. En

Winnipeg pudo asistir a un enfrentamiento entre el equipo local y el de Indianápolis. Su fogoso

temperamento le llevó a pensar que el béisbol era el mejor deporte, y decidió luchar para su implantación

en Inglaterra. Su patriotismo le llevaba siempre a desear que todo lo bueno debía estar en su país. A su

regreso en Inglaterra se dedicó a escribir prolijas cartas a los periódicos, contando las alabanzas del

béisbol y vaticinando que sin ningún género de dudas era el deporte del futuro. Conan Doyle se había

convertido en un habitual colaborador de todos los periódicos, desde los locales hasta los nacionales de

gran tirada. Escribía sobre cualquier tema que le interesase, grande o pequeño, trivial o de importancia

nacional. Su problema era que su fogosidad le llevaba algunas veces a adelantarse a los acontecimientos y

caminar por terrenos resbaladizos, con el agravante de que, en su caso, todas sus cartas eran publicadas.

Los directores tenían olfato, y sabían que cualquier tema que tocara Conan Doyle, fuese éste

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Ilustración de Steel para la publicación, en 1923, del relato El Hombre que reptaba.

espiritismo, buenas maneras, deportes o la defensa nacional, creaba polémica y, lógicamente, se vendían

muchos periódicos. Muchos famosos que hubieran permanecido indiferentes ante las críticas de un

ciudadano común, se sentían en la obligación de responder con presteza a cualquier comentario del

popular autor de Sherlock Holmes.

El adiós de Sherlock Holmes.

En 1927, John Murray, en Gran Bretaña, y George H. Dorar, en Estados Unidos, publicaron The

Casebook of Sherlock Holmes (El archivo de Sherlock Holmes), que reunía las últimas aventuras que

Conan Doyle había escrito sobre el detective de Baker Street. Además de los ya citados, La piedra

preciosa de Mazarino y El hombre que reptaba, incluía: El cliente ilustre, El soldado de la piel

decolorada, Los tres gabletes, El vampiro de Sussex, Los tres Garrideb, El problema del puente de Thor,

La melena de león, La inquilina del velo, La aventura de Shoscombe Old Place y El fabricante de colores

retirado. En el prefacio, Conan Doyle explicaba que había llegado la hora de que el señor Holmes

desapareciese. Tres generaciones habían disfrutado de sus aventuras pero -comparándolo con los grandes

tenores- le había llegado la hora de dar su último saludo en el escenario.

Conan Doyle había mantenido siempre una relación de amor-odio con su personaje. Ya al final de

Las aventuras de Sherlock Holmes, había pensado en hacer que desapareciera, pero el sabio consejo de

Mary, su madre, había conseguido mantener vivo al detective. Odiaba a Holmes y, probablemente, estaba

celoso de su enorme popularidad, pero no podía dejar de amar las enormes ganancias que le producían sus

aventuras.

Escribir Las memorias de Sherlock Holmes fue superior a sus fuerzas y, al final de las mismas, le

precipitó por las cataratas de Reichenbach, en Suiza, junto con el profesor Moriarty. Había recurrido más

tarde a él para hacerlo protagonista de su novela El perro de los Baskerville, sin duda la más brillante

producción de Sir Arthur, a medias entre la novela gótica y la de detectives. Aunque en El perro de los

Baskerville, y en toda la publicidad que rodeó el lanzamiento, Conan Doyle había dejado bien claro que

Sherlock Holmes continuaba muerto y que la nueva aventura era anterior al accidente de Suiza. Las

irresistibles ofertas económicas le habían obligado a resucitarle, con gran alegría de los seguidores del

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Arthur Conan Doyle con sus hijos Malcolm, Billie y Denis,

y su secretario A. H. Wood en la playa de Wittering, en 1922.

detective en todo el mundo. La propia Agatha Christie relata en su Autobiografía cómo leía con deleite las

aventuras de Sherlock Holmes en su infancia. El doctor Watson, un personaje mucho más en la línea de

Conan Doyle, refleja en cada momento los sentimientos que el autor mantiene hacia el detective. A veces

lo tacha de cruel, egoísta, anárquico, y otras lo convierte en un ser reflexivo, compasivo y hasta con algún

viso de ternura. Pero todo tiene un final, y para Sherlock Holmes, aunque está para siempre en el corazón

y la biblioteca de los lectores, había llegado el momento del adiós. La verdad es que El archivo de

Sherlock Holmes refleja de forma notable el cansancio del autor. Algunas historias son de una simpleza

alarmante, otras recuerdan demasiado a anteriores aventuras del detective; con la excepción de El cliente

ilustre, ninguna merecería incluirse en el cuadro de honor de las aventuras de Sherlock Holmes.

Finalmente, Conan Doyle comprendió que ya no podía salir de su pluma ninguna otra aventura del genial

detective. Una gran época del escritor tocaba a su fin y, aunque probablemente embargado por la

nostalgia, cerró con una sonrisa un libro que comprendía casi toda su vida, agradeciendo la fama y el

dinero que había obtenido.

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Sir Arthur Conan Doyle, al final de su vida.

A pesar de su delicada salud, mantuvo hasta

el último momento su espíritu aventurero.

Capítulo XXV. Un viajero infatigable

Cuando en otoño de 1928 la familia Conan Doyle inició un

largo viaje a Sudáfrica, Kenia y Rodesia, los médicos le

advirtieron de los peligros de aquella locura, pero nada

amedrentaba al siempre inquieto aventurero. Denis, Adrian y Jean,

los tres hijos del matrimonio, acompañaron a sus padres en este

viaje. Aunque los chicos habían crecido, sentían un gran respeto

por su progenitor. De hecho Jean, que estaba a punto de cumplir

diecisiete años, no tenía intención de ir, pero temeroso de que su

decisión pudiese disgustar a su padre, cambió de idea. Los tres

jóvenes, aunque educados en gran libertad, tenían en gran

consideración las opiniones de su padre. Conan Doyle era

inflexible con ellos en temas de moral y buenas costumbres, y una

sola mirada suya bastaba para indicarles que habían rebasado el

límite. Al final de la vida de su anciano padre, el cariño, más que

otras consideraciones, era el responsable de que los chicos acatasen

las órdenes paternas. A su llegada, la familia Doyle fue recibida

por las autoridades sudafricanas con todos los honores destinados a las celebridades. El país había

cambiado mucho desde la ya lejana guerra de los bóers y, salvo en Capetown, donde el ambiente inglés

era frío y bastante hostil para el gran defensor del imperialismo inglés, en el resto de las poblaciones

Conan Doyle fue recibido, como ya estaba acostumbrado, con entusiasmo y grandes muestras de afecto.

En Sudáfrica se sentía un gran interés por el espiritismo, y Conan Doyle dio numerosas conferencias en

diversos centros del país. La prensa local, en cambio, estaba más interesada por conocer si Sherlock

Holmes estaba acabado o no. Desgraciadamente, las últimas aventuras publicadas no incluían ningún

relato nuevo. En octubre de 1928 Murray había publicado un compendio de todas las historias cortas, con

el título The Complete Sherlock Holmes Short Stories.

Las sombras de Alemania.

Conan Doyle, gran aficionado a la Historia, sabía que en muchos casos la derrota no sirve más

que para exacerbar los sentimientos de la gente. El orgullo y la sed de venganza les impide aprender de

los errores del pasado, y esperan agazapados una nueva ocasión para volver a intentarlo. Su conocimiento

bastante exacto de la situación interior alemana, a través de sus amigos espiritistas, le hacía barruntar

nubes de tormenta. Algo terrible se estaba gestando en Alemania, y el extremismo de algunas posturas

inquietaba profundamente a Conan Doyle. Algunos de sus amigos alemanes judíos le transmitían sus

temores. Varios de ellos estaban pensando en abandonar el país, conscientes de que se acercaban malos

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La familia Doyle en Hollywood,

con Mary Pickford y Douglas Fairbanks.

tiempos para los de su raza.

A pesar de que no era joven, su gran sentido de la justicia hizo que se movilizara, enviando cartas

a sus amigos del Parlamento y publicando artículos que anticipaban al público el inminente peligro que

suponía para los judíos la situación de Alemania. Inglaterra debía modernizar su ejército y prepararse para

detener de nuevo las megalomanías de su vecina Alemania. El futuro de Europa no le parecía nada

esperanzador al padre de Sherlock Holmes.

El principio del fin.

En 1929, desoyendo una vez más el

consejo de los médicos, Conan Doyle inició un

nuevo viaje a Holanda y a los países nórdicos.

Tal como se temía, fue demasiado

cansancio y demasiadas emociones y, a su

regreso, sufrió un ataque al corazón. A pesar

de que todo el mundo intentó que el viaje

fuese lo más tranquilo posible, su espíritu aún

joven no cuadraba con el cansado corazón de

un hombre de setenta años. En julio de 1929,

Conan Doyle publicó la que sería su última

obra de ficción: The Maracot Deep and Other

Stories. El libro reunía una serie de relatos de

aventuras. Había uno, When the World Screamed, con el profesor Challenger de nuevo, que era el

preferido de Conan Doyle y le hacía sentirse particularmente orgulloso. Una carta de Conan Doyle al

"Morning Post" creó una nueva polémica en todo el país. En ella Doyle explicaba cómo en una noche que

estaba despierto había oído pasos en el pasillo y una tos. Doyle se había levantado y comprobó que no

había nadie en el pasillo. A los pocos días la prestigiosa médium Gladys Leonard, que había alcanzado

una gran fama por ponerse en contacto con Raymond, el hijo de Sir Oliver Lodge, muerto en la primera

guerra mundial, escribió a la señora Doyle. Le contaba que durante uno de sus trances había visitado

astralmente su casa. El día y la hora coincidían con el incidente de los pasos y la tos narrados por Doyle.

Aunque la historia era muy reconfortante para un anciano en puertas ya de la muerte, los lectores del

periódico no opinaron lo mismo y una innumerable cantidad de cartas llegaron al buzón de la redacción.

La mayor parte opinaba, con mejor o peor gusto, sobre la salud mental de Sir Arthur. De todas las formas,

la que menos le gustó al escritor fue la de un lector que opinaba que había recibido la visita de un ángel,

anunciando su muerte. Como es lógico, Conan Doyle encontró la carta de un gusto más que dudoso.

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La tumba de Conan Doyle en Windlesham.

La muerte de un personaje.

La salud de Conan Doyle, a partir del ataque al corazón que había sufrido, iba empeorando. A

pesar de los cuidados y de su férrea constitución, los dolores de espalda aumentaban día a día, y estaba

cada vez más débil e irritable. Cada mañana le costaba más esfuerzo levantarse de la cama, y regresaba a

ella con más agrado. Conan Doyle sabía que el final estaba cercano, y lo aceptaba serenamente. Sabía que

iba a reunirse con sus familiares y amigos que le habían precedido, y que allí esperaría plácidamente hasta

que Jean fuera a reunirse con él.

El día 7 de julio de 1930, Sir Arthur Conan Doyle entregó su alma mientras contemplaba los

pájaros del jardín desde la ventana de su dormitorio, sentado en su sillón favorito. Para su familia fue

como si se hubiese dormido. Él seguía allí con ellos. De acuerdo con los expresos deseos del escritor, el

funeral se celebró en Windlesham, la casa familiar de Crowborough, en la mayor intimidad. La familia

recibió miles de mensajes de condolencia de todo el mundo. Desde jefes de Estado e ilustres artistas hasta

los más modestos lectores de las aventuras de Sherlock Holmes, todos querían dar su testimonio de

aflicción por la muerte de un hombre bueno. Aunque sus numerosos detractores le habían tildado de

tozudo, ingenuo y otros epítetos, jamás nadie puso en duda su mayor virtud: la bondad. Como un

personaje de una de sus novelas, Sir Arthur Conan Doyle había dado su último saludo en el escenario.