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Nota preliminar1

W. KrollEl autor de este manual es una de las figuras más

destacadas de la filología clásica actual. Su actividad ha sido grande en diversos terrenos, a pesar de su mayor especialización en los estudios latinos. Muestra de su gran prestigio es el hecho de que ha dirigido durante bastantes años la publicación de la Enciclopedia de la ciencia de la antigüedad, que inició Wissowa en 1894, ampliando mucho y poniendo al día la enciclopedia de Pauly; esta publicación es, sin duda alguna, uno de los mayores logros de la filología alemana, obra indispensable en todo centro de trabajo filológico. Concretamente en el terreno del estudio sistemático de las actividades filológicas, destacó Kroll en la dirección de la gran obra La ciencia de la Antigüedad en el último cuarto de siglo (1875-1900), Leipzig, 1905, de necesario manejo para el conocimiento de la filología alemana en la época señalada, así como en los frecuentes trabajos suyos que aparecieron en el anuario de Bursian.

Merece una mención su breve tratado de carácter 1 pedagógico La sintaxis científica en la enseñanza del latín; la 3a edición alemana ha sido traducida al español por A. Pariente, en 1945.

1 Ha sido redactada por D. M a n u e l P a l o m a r L a p e s a .

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Kroll, W. (1953). Historia de la Filología Clásica. Labor, secc. Ill Col. Ciencias literarias No. 149 Biblioteca de iniciación cultural.

I.-La Antigüedad

Capítulo I

Los precedentes

§ 1. Primeros elementos. Hasta la época alejandrina no se puede hablar de una ciencia filológica propiamente dicha. Han de buscarse, empero, en época mucho más lejana los primeros elementos; en la instrucción escolar que muy pronto se desarrolló, ocupándose de la lectura de los poetas, principalmente de Homero: un vaso de Duris (490 a. de J. C.) representa un alumno de pie ante su maestro, que tiene un rollo con el principio de un poema épico cíclico, mientras toma la lección al alumno. Mas para hacer inteligibles a los jóvenes las antiguas poesías, eran precisas explicaciones lingüísticas y reales de varias clases, por lo que muy pronto formóse en la escuela una tradición, más o menos cimentada en el arte de los rapsodas, que se suceden cada vez más decadentes (cfr. el Diálogo de Platón Ion). Así fue fundándose, sobre ensayos exegéticos, una primitiva literatura; existieron muy pronto glosógrafos, entre los que se contó el mismo filósofo Democrito, y Teágenes de Regio, ya en el siglo VI, debió

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dedicarse a la interpretación alegórica. Era costumbre también llevar a la conversación cuestiones sobre Homero, hasta tal punto, que no pocos colocaban toda su gloria en el ingenio de proponerlas y responderlas.

§ 2. La Sofística. Difícilmente de tales elementos se hubiese desarrollado una ciencia, si no hubiese sobrevenido el influjo de la filosofía. Cuando los filósofos comenzaron a estudiar problemas físicos y éticos, encontraron por doquier ciertas ¡deas extendidas ya por la poesía homérica y hubieron de ponerse de acuerdo con ellas; por lo que, cuando intentaron una organización de la enseñanza superior, viéronse obligados a un estudio intensivo de la antigua poesía. Así sucedió a los sofistas (c. 450 a. de J. C.) que, queriendo tratar las materias todas de la cultura contemporánea, se vieron precisados a enseñar tanto la retórica como la filosofía. También ellos, para no pocas cuestiones, se fundaban en Homero, en quien veían el primer sofista, no limitándose ya a las primitivas observaciones lingüísticas, sino justificando en él sus propios criterios éticos y estudiando el carácter de sus héroes; por ejemplo, Hipias insiste en la oposición entre Aquiles y Ulises. Como comenzaron a ocuparse de muchos objetos hasta entonces válidos por su propia evidencia, también estudiaron la lengua; lo que más les preocupaba era la relación existente entre las palabras y las cosas: la unión o relación existente entre las palabras y los objetos por ellas designados ¿son naturales o efecto del convencionalismo humano? Si lo primero, podría concluirse del mismo nombre la esencia de la cosa, así como pasar de ésta a la recta etimología; en esto consisten los principios de la investigación etimológica

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iniciada, sobre todo, por Heráclito y de la que se ocupa Platón en el Cratilo, sin haber pasado a mejores bases; pero, además, la lengua era el medio principal de la oratoria, parte casi la principal de la enseñanza sofística, y así, muchos de los estudios gramaticales de los sofistas se deben al esfuerzo por revestir de una mayor precisión la expresión lingüística: recuérdeseprincipalmente la Sinonímica, de Pródico, ridiculizada en el Protágoras, de Platón. Sobre la naturaleza de las letras y sílabas especuló Hipias, movido, en primer lugar, por la consideración práctica de la sonoridad, criterio preferido siempre por los antiguos, que, propiamente, escribieron siempre para la recitación oral; de esta suerte quedó fundada la fonética, que ya en el pamflet de Arquino, compuesto con motivo de la introducción oficial del alfabeto jónico en Atenas (403 a. de J. C.), había alcanzado un considerable encumbramiento; la distinción de los sonidos en vocales, semivocales y mudos, se efectuó ya por esta época.

Protágoras, especialmente, se interesó por la gramática en sentido propio: distinguió cuatro clases de proposiciones (interrogación, respuesta, deseo, mandato); reflexionó también sobre el género gramatical y su expresión por medio de sufijos, y procuró dominar la lengua con toda clase de reglas (ortopeia, e. e., corrección de la lengua; cfr. sobre la analogía, § 22); entonces fue también cuando se aprendió la distinción de nombre, verbo y partículas.

§ 3. Platón. Una continuación de estas doctrinas se practicó en la escuela de Platón, quien hubo de acomodarse a los adelantos todos de los sofistas. Su principal mérito parece estar en la fundación de la

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poética; poeta él mismo, fue el que en la Antigüedad dijo lo más profundo acerca de la esencia de la poesía (Fedro), y por primera vez la dividió en clases: narración (ditirambo), representación (drama) y mezcla de ambas (epopeya). En él necesitó fundarse Aristóteles, bien que, como siempre, estableció fundamentos mucho más sólidos que su genial maestro.

§ 4. Aristóteles. Los antiguos hacían comenzar en Aristóteles (384-322) la filología: pero ésta no constituía aún para él una ciencia independiente, sino que se encuentra esparcida por diversos lugares de su gran edificio científico. El lenguaje le interesa tan sólo como medio expresivo de la lógica, retórica y poesía; así, solamente hace superficiales intentos de distinguir en las partes de la oración las significativas (nombre y verbo) de las no significativas (artículo y conjunción) y las de cada pareja entre sí, conociendo que el verbo debe contener siempre un elemento temporal. Su Poética, en el final, y el tercer libro de la Retórica contienen observaciones estilísticas: así, la valiosa distinción de estilo prosódico y no prosódico y las observaciones sobre el empleo de medios extraordinarios para la expresión, sobre los que se funda el estilo de la poesía y de la alta prosa: palabras arcaicas y onomatopéyicas, compuestos y metáforas; aforismos muy notables, pero todavía algo irregulares. Más importantes son sus progresos en la investigación histórico literaria: Aristóteles tenía el criterio de que una historia literaria no es posible sino fundada en el material documental, por lo que reunió cronológicamente en sus Didascalias las noticias oficiales sobre representaciones teatrales y musicales en Atenas, mientras que los Triunfos dionisíacos contenían listas de los poetas y

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actores vencedores: todo ello era un insuperable fundamento para la historia del drama. Mas no bastaba esto: estudió toda la literatura prosaica y poética que tenía a la vista a fin de poder señalar, por medio de la abstracción, las leyes valederas para los distintosgéneros literarios; de tales estudios surgieron su Retórica y su Poética, de las cuales la última ha ejercido un influjo terminante en la literatura mundial, siendo para muchos el oráculo decisivo para la tragedia y la epopeya, y esto aun en la época moderna (§ 63). Las Cuestiones homéricas, en seis libros, tenían como finalidad ¡lustrar por medio de razones históricas y poéticas cuantas dificultades reales pudieran suscitar los motivos homéricos; por ejemplo, ¿por qué Telémaco, en su viajea Esparta, no visitó a su abuelo ícaro? Finalmente,dedicó una atención especial a la sabiduría de los proverbios populares, componiendo un libro acerca de ellos.

§ 5. Los peripatéticos. Han de atribuirse a Aristóteles no sólo la suma de todos sus trabajosparticulares, sino, en gran parte, los obtenidos por sus discípulos, pues fue él quien señaló a cada uno, según sus dotes y preparación, campo especial para sus investigaciones. Bien claramente se ve cuán obligados debemos estar a su personalidad si pensamos en las circunstancias de que sus amplios puntos de vista y maneras universales de reflexionar se perdieron muy pronto para dar lugar a una noticiomanía falta de toda crítica. Excepción fue su sucesor Teofrasto (372-287), que continuó desarrollando la teoría de la poesía y de la música, y en su libro Sobre la expresión no sólo distinguió variados recursos estilísticos, sino que procuró

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también señalar los méritos de cada escritor para llegar a la visión del desarrollo histórico del estilo prosístico: primer ensayo de una historia interna de la literatura. Sus puntos de vista coincidieron muchas veces con los de su condiscípulo Aristoxeno de Tarento, cuya principal investigación fue la teoría e historia de la música y de la lírica, ambas inseparables. Más en sus biografías de filósofos se deja llevar ya de la animosidad y decires que entonces se iban propagando poco a poco. Precisamente en la literatura relativa a los filósofos prosperó extraordinariamente la avidez por el chisme: un libro muy malintencionado fue el titulado Sobre el libertinaje de los antiguos, atribuido a Aristipo, según el cual los grandes filósofos habían mantenido con sus alumnos relaciones vitandas, el académico Arcesilao era el más ruin vividor de su tiempo, etc. Con demasiada credulidad aceptó tales leyendas Hermipo, discípulo de Calimaco, siendo culpa sobre todo suya el que luego se propagaran. Todavía un discípulo de Crates, Heródico, atacó en su libro Contra el partidario de Sócrates a Sócrates y su escuela, del modo más odioso y, sobre todo, echando en cara a Platón, insensatamente, los anacronismos de sus diálogos. No poco de esto se repite en la historia de los filósofos de Diógenes Laercio, que conservamos, escrita a fines del siglo II de J. C.

Activo como biógrafo fue también Cameleón, de Heraclea; compuso monografías sobre gran parte de los antiguos poetas, reuniendo en ellas no sólo las noticias recogidas en otros, sino también las conclusiones a que llegó personalmente en el estudio de sus obras, método consagrado más tarde en la biografía histórico-literaria y que ha tenido excelentes resultados; aprovechaba, por

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ejemplo, como realidades atestiguadas las alusiones que se encuentran en las comedias (Vida de Eurípides). Siguióle muy de cerca Dicearco, que escribió, entre otras cosas, sobre los certámenes músico poéticos y sobre los argumentos legendarios de Sófocles y Eurípides. Se dedicó principalmente a cuestiones gramaticales Prasífanes, que dicen que fue el primero en llamarse con el nombre de “gramático”, que vino a ser la designación corriente para los filólogos; antes se les había llamado “críticos”; desde Crates y su escuela, esto ha sido admitido corrientemente, sin perderse ya (§ 25); “filólogo” (como se llamaba Eratóstenes) no fue nunca propiamente la designación de una profesión especial, más bien significaba lo mismo que “anticuario” : Prasífanes trabajó en la alta crítica, censurando, por ejemplo, a Platón por motivos estilísticos y declarando apócrifo el proemio de los Trabajos y días, de Hesíodo. Mereció además, sin embargo, no poco por haber sido maestro de Calimaco e intermediario entre la ciencia peripatética y la alejandrina. Así como aparece claro el nexo interno de ambas, es difícil establecer y señalar los exteriores; sin duda que desempeñó papel no secundario Demetrio de Falero, discípulo de Teofrasto y partidario de sus criterios, que se ocupó ya de la crítica textual y de la exégesis de Homero y coleccionó antiguos proverbios (entre ellos, las fábulas de Esopo y las sentencias de los siete sabios). Después de 297 a. de J. C. llegó a Alejandría, y sin duda influyó en las empresas científicas de los Tolomeos.

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Capítulo II

La filología alejandrina

§ 6. Alejandría. Una serie de circunstancias concurrieron a hacer de Alejandría la verdadera capital del Helenismo. Atenas, que por tradición parecía la destinada a ello, se encontró, sin embargo, sumida en su rancio patriotismo local y descendió poco a poco al papel de pequeña ciudad de las Musas; las otras capitales del reino de los Diádocos no tenían ni la favorable situación ni el tráfico de Alejandría, que, intermediaria entre Oriente y Occidente, creció hasta ser la primera ciudad comercial del mundo; tampoco pudieron los demás príncipes competir en riquezas con los Tolomeos, que supieron sacar grandes rendimientos de Egispo, y los emplearon para poder no reparar en medio alguno de adquirir libros preciosos y poner en su corte ¡lustres sabios.

Momento harto interesante para el desarrollo de la filología es la época del año 300, especial período en la historia literaria misma, que sufre un notorio corte: la epopeya, el drama y la lírica habíanse agotado al igual que la música, con la que estos dos últimos géneros

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tenían una estrecha relación, llevando desde ahora una vida más aparente que real, mientras aparecía una nueva poesía caracterizada por la perfección de su técnica, exquisitez y erudición; en la prosa, la oratoria política, antes de vida tan fuerte, había sido sustituida por la oratoria de circunstancias, rica en frases, pero pobre en vigor. Fue posible, pues, considerar la antigua literatura como algo ya terminado, que podía ser juzgado objetivamente, sin dejarse enturbiar la mirada por la literatura del día; a tal método histórico de estudio respondió la formación de listas de los autores que podían servir de muestra de cada uno de los géneros literarios, en las cuales no figuraban los escritores que aun vivían (cánones de Aristófanes y Aristarco). En la prosa aparece, ya antes del 300, la ¡dea de la imitación, que en la retórica se acreditó pronto, siendo estudiados los autores antiguos para procurar imitarlos, sin que los modernos añadieran nada nuevo a aquéllos.

§ 7. Bibliotecas y Museo. De decisiva influencia fue además la reunión en las bibliotecas de Alejandría de los restos de la antigua literatura, tan completa como nunca se había logrado. Cierto que las escuelas académica y peripatética no habían podido existir sin bibliotecas, pero éstas quedaron eclipsadas por obra de las disposiciones de los Tolomeos. La grande estaba situada en la parte de la ciudad llamada, dentro del palacio real y unida con el Museo; contenía, en tiempos de Calimaco, 400 000 volúmenes con más de un libro y 90 000 sencillos; la pequeña estaba en el Serapeo y tenía en la misma época 42 800 volúmenes. (Nótese, además, que ya antes de la época cristiana se conocían los papiros en forma de libro, además de los volúmenes;

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como más tarde hubo de competir el papiro con el pergamino cada vez más, prevaleció, hacia el siglo V, la forma de libro.) Pero tales tesoros sin un arreglo científico hubiesen sido un capital muerto, por lo cual fue muy importante el que ¡lustres sabios fuesen encargados de tal sistematización y ordenación: Zenódoto, al mismo tiempo que fue el primer bibliotecario, ordenó los épicos, Licofronte los cómicos y Alejandro Étolo los trágicos; Calimaco compuso un catálogo científico con el título de Listas de los varones distinguidos en todos los ramos de la cultura y de sus obras, en 120 libros: estaban clasificados los autores por categorías y, dentro de ellas, dispuestos alfabéticamente, anotándose en pocas palabras diferentes opiniones sobre su paternidad literaria; un suplemento de tan magna obra hizo más tarde Aristófanes, el cuarto bibliotecario; el segundo fue el poeta Apolonio (§ 11), el tercero Eratóstenes, el sexto Aristarco. Según el modelo de esta biblioteca fueron instaladas las de Pérgamo (§ 24) y Antioquía, cuyo director en tiempo de Antíoco el Grande (224-181) fue el poeta Euforión. También las bibliotecas romanas fueron copia de las alejandrinas (§ 29).

íntimamente relacionado con la reunión de libros estaba el Museo, especie de academia, compuesta por una serie de sabios pagados por los reyes; como sus modelos, la Academia de Platón y las otras escuelas filosóficas de Atenas, estaban organizadas religiosamente; fue a su vez modelo de posteriores organizaciones análogas; por ejemplo, el Ateneo fundado por Adriano en Roma. En él se ejercitó la actividad docente en todas las formas, pues sabemos, por ejemplo, que hubo discípulos de Calimaco y de Aristarco;

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el hecho de que el rey Tolomeo Evergetes II perteneciese a los de este último, es la mejor prueba del aprecio en que era tenida la filología. Todavía en tiempo de Augusto, Dídimo se llamaba aristarquista, y su actividad estuvo enteramente dentro de las inclinaciones de Aristarco, hecho que prueba una tradición de escuela. Aristonico escribió, en tiempos de Augusto, una historia del Museo.

§ 8. Los grandes filólogos. Los más notables sabios alejandrinos fueron los siguientes2: Zenódoto de Éfeso, discípulo del poeta y filólogo Filetas de Cos, fue hacia 280 el primer bibliotecario; su obra principal fue la edición de Homero, aparecida hacia 275. Calimaco de Cirene, que había estudiado en Atenas (§ 5), se estableció en Alejandría como gramático y llegó a ser el poeta de la Corte; entre los libros, en número superior a los 800, que compuso, eran filológicos, además del catálogo, especialmente la colección de glosas (§ 10) y una obra sobre Democrito; él, que era también de por sí un acreditado poeta, ejerció notable influjo en el gusto literario de la época. Eratóstenes de Cirene, tan admirado por su variada erudición, sobre todo en Geografía, compuso una gran obra sobre la comedia antigua (al menos doce libros) y defendió una inteligente concepción de la esencia de la poesía contra el estoico moralismo. Aristófanes de Bizancio, que fue bibliotecario a los 62 años (195 a. de J. C.), señala, junto con su ¡lustre discípulo Aristarco de Samotracia (hacia 140), el apogeo de la antigua filología; su actividad estuvo

2 En el siglo I a. de J.C., Asclepiades de Mirlea escribió una extensa obra Sobre los gramáticos.

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consagrada principalmente a las ediciones y comentarios, llegando a componer, según se dice, 800 sólo de éstos últimos. El más ¡lustre discípulo de Aristarco fue Apolodoro de Atenas (140 a. de J. C.), que juntaba felizmente a una gran maestría en el dominio de la lengua amplios puntos de vista; además de los escritos que más adelante citaremos, sus obras fundamentales fueron la Crónica y sus 24 libros sobre los dioses (§ 14); en segunda línea merece citarse Dionisio Tracio, que fue maestro de Tiranión en Rodas (§ 21).

§ 9. Los escolios de Homero. Nuestras noticias sobre la actividad de los alejandrinos las debemos en su mayoría a los escolios de Homero, pues son menos los dedicados a Pindaro, Hesíodo, Aristófanes y, principalmente, a los trágicos3 De especial importancia son los escolios de los manuscritos A y B de la llíada que se encuentran en Venecia. A nos presenta un ejemplar de Homero en el que la principal atención se consagra a la crítica textual; así, no sólo contiene los signos críticos (§ 16) de Aristarco, sino que también los escolios escritos al margen nos dan noticias principalmente sobre el estado del texto. Según las suscripciones, han sido recogidos de cuatro fuentes (“Escolios de los cuatro autores”): 1) Aristonico, sobre los signos críticos de Aristarco: es una disquisición compilada con sumo cuidado, en la época de Augusto, de los escritos del maestro y de sus discípulos, sobre los motivos que

3 Los antiguos filólogos preferían con mucho a los poetas, porque en la escuela del gramático, solamente éstos eran leídos, dejándose los prosistas para el retórico; sin embargo, hubo también un comentario a Heródoto, de Aristarco.

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Aristarco tenía para poner con preferencia un signo determinado; 2) Dídimo, “sobre la estructura del texto de Aristarco”, también un trabajo muy paciente y esmerado (§ 30); Dídimo, con las dos ediciones de Homero hechas por Aristarco, con sus comentarios y monografías, decidía las lecciones autorizadas por éste, teniendo en ello que dejarse llevar frecuentemente a sus polémicas contra eruditos anteriores (principalmente Zenódoto). Una fuente principal era el escrito de Amonio, seguidor de Aristarco, en el que probó que Aristarco nos dió solamente dos ediciones de Homero y ofreció noticias exactas acerca de ellas. 3) Nicanor, acerca de la puntuación en la Miada (época de Adriano). 4) Herodiano, sobre la prosodia de la Miada, esto es, sobre los acentos y espíritus de todas las palabras dudosas (§ 34). Estas mismas cuatro fuentes son utilizadas en los escolios, ciertamente mucho más pobres, de la Odisea.

El manuscrito B contiene más escolios aclaratorios, que, sin embargo, también proceden, en último término, de los grandes alejandrinos; pero este manuscrito no es, en plena justicia, acreedor a la fama que se le ha concedido, pues el material aclaratorio reunido en él es más recargado y ligero de contenido que en los manuscritos afines. Ricos escolios al canto <2>de la Miada encontramos también en un manuscrito de Ginebra y en un papiro del siglo II de J. C.

Otras fuentes para el conocimiento de la filología alejandrina son principalmente la gran obra de Ateneo y los léxicos posteriores (§ 32).

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§ 10. Explicación de palabras. El primer problema suscitado por los textos antiguos era la comprensión de las palabras; principalmente la poesía arcaica contenía palabras que ya no estaban en uso, resultando ininteligibles frecuentemente aun en su etimología. Se llamaban glosas, palabra que en un principio designaba sólo las dialectales, pero que más tarde hubo de emplearse para designar toda clase de palabras necesitadas de aclaración. Lo más cómodo, a la par que lo más peligroso, era tratar de explicarlas por el contexto; con tal método se vieron arrastrados los glosógrafos más antiguos, entre los que estuvo, por ejemplo, el filósofo Democrito, a graves errores. Ya Aristóteles había hecho notar que algunas palabras homéricas habían de explicarse con auxilio de dialectos, mas también se abusó de este método. El primero que escribió una colección de glosas fue Filetas (§ 8), cuya obra Lo desordenado, muestra ya en su título la carencia de todo criterio que revele un plan de unidad. Zenódoto reunió glosas de Homero, como otros después de él. Tales estudios dieron lugar a los primeros léxicos (bien que la palabra léxico no aparezca sino en la época bizantina; antes se decía lexeis = palabras). Los Nombres locales, de Calimaco, esto es, dialectismos ordenados según categorías4, por ejemplo, nombres de los meses, animales y vientos, fueron arrinconados por las lexeis de Aristófanes de Bizancio, que con colecciones antiguas de glosas y autores, reunió un

4 Todos los léxicos antiguos estaban ordenados por categorías reales; ordenación alfabética no podemos encontrar documentada antes de la época de Adriano (§ 32).

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considerable material, ordenado por materias reales (nombres de parentesco, de edades, animales) y también por criterios geográficos (glosas áticas, lacónicas). Fue obra muy utilizada por la posteridad, habiendo llegado a nosotros extractos de ella.

Poco más o menos contemporáneamente comenzaron los diccionarios dialectales, para ¡lustrar las palabras de los dialectos ático, dorio, crético, de la Magna Grecia, rodio, alejandrino, etc.; de esta suerte, por ejemplo, Crates (§ 25) publicó un léxico ático, y Filoxeno una obra sobre el jónico. Una verdadera enciclopedia de muchos trabajos de esta clase formaba una obra dialectal de Trifón (época de Augusto). Mas téngase muy presente que los gramáticos, las más de las veces, no se inspiraban en la lengua popular, sobre todo para los dialectos que entonces habían comenzado ya a desaparecer, y se limitaban a la observación, a lo más, del dialecto de su país natal; los dialectos que todavía aparecían en la literatura contemporánea, como el siciliano de Teócrito y el jónico de Herodas, no son sino un producto artificial; nada digamos de la pálida imitación de Heródoto por Arriano en la descripción de la India. Mucho mejor se podía conocer el dialecto ático por los cómicos, el lacónico por Alemán (tratado en una monografía por el lacedemonio Sosibio, miembro del Museo en tiempo de Tolomeo II), el eólico por Safo y Alceo, el siciliano y el de la Magna Grecia por Epicarmo, Sofrón y Rinton. También en la explicación de las glosas de Hipócrates se ocuparon no sólo médicos, sino también gramáticos; el léxico de Erotiano, de la época de Nerón, que ha llegado hasta nosotros, contiene muchas que se remontan al léxico de Aristófanes; Galeno es un

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sem¡filólogo a causa de sus trabajos para explicar a Hipócrates. Otras palabras difíciles podían aclararse tan sólo con la investigación sistemática de determinados aspectos de la vida humana: así, en la comedia nueva y en la media desempeñaban papel muy importante los gastrónomos, cocineros y parásitos, siendo necesario, para ¡lustrar su jerga, revolver la literatura culinaria, que iba multiplicándose abundantemente desde el siglo IV: a esto se redujo la labor de Artemidoro (80 a. de J. C.) en su léxico culinario.

§ 11. Interpretación. El peligro en esto era atender a los accidentes y olvidar la substancia; se explicaban las glosas, pero se renunciaba a la interpretación del conjunto del texto. Aristarco tuvo el mérito de ser el primero en explicar de un modo completo los textos, sin pasar por alto dificultad alguna; su principio era que el poeta debía ser explicado por sí mismo, sin osar nunca entrar en el laberinto de la significación alegórica (§ 25). No contento con la explicación de las glosas, precisaba también el sentido de las expresiones aparentemente claras por la comparación de todos los lugares paralelos; todavía hoy, la interpretación de Homero trabaja a menudo con los resultados por él obtenidos. Además, prestaba atención a los errores que los poetas modernos cometían en el empleo de palabras homéricas, una clara prueba de que estos gramáticos se sentían también jueces indicados para la poesía moderna (Calimaco, § 8). Y es sorprendente la fidelidad con que Apolonio de Rodas ¡mita en su poema épico de los Argonautas la lengua de Homero con una perfección únicamente posible sobre la base de estas observaciones filológicas. Tiranión compuso después

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una monografía sobre las discordancias entre los poetas modernos y Homero. Con tal cúmulo de observaciones comenzó a ser posible una crítica textual metódica, y así pudo Aristarco, con su superior conocimiento del uso de la lengua, refutar muchos errores de los primitivos investigadores, principalmente de Zenódoto. Conclusión de tales estudios fueron obras como la de Zenodoro, Sobre el lenguaje homérico, y léxicos especiales como el de Homero, por Apolonio (100 a. de J. C.), conservando con retoques, el igualmente conservado léxico de Platón, por Timeo, y el escrito de Paternio sobre las palabras difíciles que se encuentran en los historiadores (sobre los glosarios latinos, véase § 36).

§ 12. Prosodia. Discutíase con mucha frecuencia el modo recto de escribir las palabras antiguas, porque había dudas ya acerca de su flexión, ya acerca de la recta y práctica transcripción de un dialecto (el dialecto lesbio de Alceo y Safo, el beodo de Corina), ya también sobre la prosodia (esto es, según la antigua terminología, acentos y espíritus). A estas cuestiones dedicó también ejemplar cuidado Aristarco, averiguando prudentemente aquello que más recto aparecía según la tradición. En él se fundan todas las observaciones posteriores en este terreno, con la diferencia de que, así como él siempre trató tales cuestiones apoyándose en un texto, los posteriores fueron independizando poco a poco tales estudios y formaron con ellos una parte especial de la gramática en sentido estricto; distinguiéronse especialmente por su actividad en tales trabajos Tiranión y Trifón; finalmente, en Herodiano encontraron conclusión todos estos estudios con sus imponentes colecciones.

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§ 13. Crítica textual. La primera vista del texto, la contemplación de las grandes variantes en los distintos ejemplares de Homero, mostraban que los textos de los antiguos poetas estaban corrompidos; se derivaban de larga tradición oral, pues ciertamente que en tiempo de Homero era aún desconocida la escritura. En los trágicos era fácil señalar interpolaciones debidas a los actores, así en el Orestes, de Eurípides (v. 1366), en que, cambiando el texto, procuró ahorrarse un salto desde un tejado. Facilitóse sobremanera por primera vez la crítica textual metódica con la reunión de tantos tesoros en la biblioteca. Ya antes, por razones reales y lingüísticas se habían corregido los textos, procedimiento que se prestaba mucho a la confusión y arbitrariedad: explícase ello también teniendo en cuenta que en dicha actividad crítica tomaron parte muy importante poetas como Antímaco y Filetas, que ligeramente, por motivos de gusto, cambiaban en el texto o admitían los cambios hechos ya anteriormente por otros. Había también ejemplares como los llamados edición Narthex de Aristóteles, que no eran aptos para la multiplicación de ediciones seguras, pues se trataba de ejemplares corregidos para uso particular o para las bibliotecas escolares. Ahora había en la biblioteca una gran colección de ejemplares de Homero: textos, conocidos tan sólo según su lugar geográfico de procedencia, como los de Massilia, Quíos, Argos, y otros cuyo productor era conocido, como los ya citados; poco a poco se aprendió a distinguir estos variados textos según su valor, fundándose de esta suerte la crítica textual con un método que se ha venido practicando comúnmente hasta en el siglo XIX (§68).

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Zenódoto procedió todavía con cierta violencia; sin sólidas razones, introducía en los textos las conjeturas que se le ocurrían, haciendo también desaparecer, a veces, totalmente del texto los versos que le parecían sospechosos, hasta tal punto que ya le censuraron los antiguos (p. ej.. H 255-257); otras veces añadía él versos de su cosecha (P 456). Mucho más prudente, Aristófanes limitábase a señalar con obelo (§ 16) los versos apócrifos; parte de sus observaciones en este respecto son completamente inmejorables; por ejemplo, la declaración de apócrifa de la conclusión de la Odisea desde (//297 y de los versos H 443-464. Aristarco obraba en esto completamente apoyado en él; pero tenía aún más imbuida una virtud propia de filólogos: un profundo respeto a la tradición. Cuando le era posible se auxiliaba con una de las lecturas tradicionales; si ninguna le parecía indudable, entonces la señalaba como texto apócrifo; sólo en contados casos se arriesgaba a conjeturas, pero nunca las incluía en el texto. Todavía, según nuestro sentido actual, era algo excesivamente ligero en las supresiones (también Crates y sus discípulos le censuraban por esto), si bien él dulcificó algo el duro proceder de Aristófanes contra los versos repetidos; nosotros, que ya no nos sujetamos a un solo Homero y perseguimos una comprensión histórica, cosa que les faltaba a los antiguos, juzgamos sobre muchos lugares de muy distinto modo. No comprendía el público antiguo esta actividad crítica; tales correcciones sugirieron muchos comentarios burlescos (“si se quiere leer un genuino texto de Homero, hay que emplear el tradicional, no el corregido por los filólogos, y otros del

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mismo sentido”). Mas, en general, debemos estar agradecidos a esta actividad de los filólogos, pues les debemos que el texto de Homero no nos haya llegado en un estado caótico de adiciones y omisiones, como se presentan tantos papiros; sin duda, nuestros manuscritos no dan fielmente ni la edición de Zenódoto ni la de Aristarco, ni la de otros cualesquiera filólogos antiguos, sino un texto vulgar parecido al que era corriente ya antes de aquéllos.

§ 14. Explicación real. Las más veces quedó mucho por hacer en lo tocante a la explicación real. En Homero había que descubrir un estadio cultural anterior con los más variados aspectos. En los cómicos y, en parte, también en los líricos debían explicarse muchas alusiones personales y políticas, doquiera aparecían oscuridades mitológicas y geográficas. Las gentes, que querían probar su ingenio en los antiguos poetas, mezclaban con las dificultades verdaderas y reales otras imaginarias, a las que daban suma importancia: eran capaces de cambiar arbitrariamente el texto de Homero por darse el placer de suscitar una cuestión, del corte de éstas: ¿Por qué comienza Homero el catálogo de las naves con las beodas? ¿Por qué de todos los líquidos da el adjetivo de corriente sólo al aceite? ¿En qué mano fue herida Afrodita por Diómedes? ¿Por qué Ulises se alegró en la Dolonia5 con el grito de la garza real que, no obstante, podría traicionarle, y por qué Atenea envió una garza y no una lechuza? Para contestar tales preguntas

5 Denominación que suele darse al canto 10°. De la llíada. -N. de. T. (Las notas con esta indicación han sido redactadas por D. Manuel Palomar Lapesa).

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se reunía también una gran suma de conocimientos zoológicos (sobre las Cuestiones homéricas, de Aristóteles, § 4). En lugar de tan confusosprocedimientos, fue haciéndose urgentemente necesaria una sistemática explicación como la empleada a partir de entonces en los comentarios continuados. Zenódoto no escribió todavía ninguno de esta clase; pero no se olvide que oralmente explicó largas poesías o parte de ellas. Tampoco parece que Aristófanes hiciese comentarios; pero conocemos, sin embargo, sus investigaciones sobre las máscaras y las hetairas atenienses, que servían para explicación de las comedias, y una monografía sobre una expresión incomprensible de Arquíloco.

Sus discípulos, en cambio, comenzaron a escribir detalladas explicaciones; además de Calístrato (a Homero, Píndaro, Sófocles, Eurípides, Aristófanes, Cratino), merece especial mención Aristarco (§ 8), que, aparte muchos comentarios a Homero, escribió otros a Hesíodo, Arquíloco, Anacreonte, Píndaro, Esquilo, Ion, Sófocles, Aristófanes (?). Aquí se encontraban valiosas observaciones reales, por ejemplo, sobre la visión del mundo en Homero, las comidas y vestidos de la edad heroica, la falta de la equitación y de la cuadriga, la genealogía de los dioses y de los héroes, etc. Aristófaneshabía explicado como apócrifo el verso ;r49 porque en ningún otro lugar se colocaba la carne en mesas de madera, pero Aristarco, conocedor de esta costumbre practicada en otros lugares, salvó el texto. En la explicación de lo mítico observaba si Homero conocía ya las fábulas que posteriormente corrían: así dedujo de B106 que nada sabía aún sobre la enemistad entre Atreo

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y Tiestes: borró Ω 614-617 porque la petrificación de Níobe sólo aparece en tiempos posteriores. Se preocupaba especialmente de las homonimias: por haber sido muerto Pilaimenes por Menelao en E 576, a pesar de lo cual volvió a aparecer más tarde luchando en N 658, propone la cuestión de si Homero designó con el mismo nombre distintas personas. Importante era esto para la geografía, pues nombres como Efira, Ecalia, Orcomeno, aparecen muchas veces; Demetrio de Escepsis y Apolodoro continuaron a menudo tal trabajo de Aristarco. De esta suerte fue formándose toda una serie de monografías: ya un discípulo de Aristarco escribió sobre los arcos de Homero, y otros, más tardíos, sobre el arte de la guerra y la visión de las aves en Homero; una compilación sobre el modo de vivir de los héroes homéricos extractada en el primer libro de Ateneo, curioso ejemplo para derivar de Homero las costumbres y reglas de conducta estoicocínicas. El trabajo más notable para la explicación real de Homero fueron los doce libros de Apolodoro sobre el catálogo de las naves, pues, forzando los límites del tema, contenían una casi completa geografía de la antigua Grecia; esta obra, que excedió en gran manera el interés de Aristarco, adherido a la expresión particular, se fundaba ya en Demetrio de Escepsis y estribaba en un asombroso dominio de todo el material. Cuando el geógrafo Estrabón trató la geografía de Grecia (Lib. 8-10), la tomó como base y fundamento de su estudio. Un gran avance fue la obra de Apolodoro, en 24 libros sobre los dioses, único ensayo, en la Antigüedad, de una mitología científica, la cual, sin estar orientada hacia Homero, sin embargo, se refería constantemente a él, y tenía un

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especial interés en la explicación de los epítetos de los dioses de Homero.

§ 15. Explicación histórica y mitológica. Otros textos suscitaban otras necesidades; así, por ejemplo, para explicar las alusiones personales de las comedias se llegó a formar toda una literatura sobre las personas ridiculizadas en ellas; así, hubo una monografía sobre los poetas ridiculizados en la comedia media, de Antíoco de Alejandría. Acerca de las hetairas, de interés especialmente en la comedia media y nueva, formóse otra literatura especial que arranca del ensayo de Aristófanes, un resto de la cual tenemos en el Lib. XIII de Ateneo. Sirvió no poco también a la comedia la literatura sobre proverbios, en la que ya trabajara asimismo Aristófanes (sobre Aristóteles, véase § 4). Como fuera necesario explicar no pocas alusiones históricas de Píndaro, en las que aun siendo pequeñas, fracasaba no pocas veces el mismo Aristarco, no obstante su preparación especial, tales dificultades de interpretación fueron fácilmente vencidas más tarde con el empleo de la literatura histórica. Para la explicación de Alemán sirve no poco el comentario de Sosibio (§ 10), porque este autor dedicó sus esfuerzos especialmente a los aspectos reales y, además, escribió, por ejemplo, sobre los sacrificios lacedemonios. Las alusiones mitológicas eran aclaradas por la antigua poesía y por los historiadores locales, muy abundantes en las bibliotecas; para el Ática estaba facilitado este trabajo con la obra de Istro, discípulo de Calimaco, Colección de historias áticas, compilación, muy extensa, de la historia mítica del Ática, que sustituyó e hizo inútiles las anteriores obras de historia sobre esta comarca. Hacia el final del siglo II a.

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de J. C. comenzaron a compilarse manuales de mitología, que habían llegado a ser una necesidad para el público y para los gramáticos que vivían lejos de las grandes bibliotecas; nos queda todavía una muestra de tales obras en la llamada Biblioteca de Apolodoro y en las Fábulas de Higinio; en ellas se manifestó la mitología como ciencia necesaria para la explicación de los escritores y que se encuentra parcialmente utilizada en los escolios que nos han llegado.

§ 16. Ediciones. Los frutos de todos estos estudios fueron depositados en las ediciones, objeto preferente de la actividad de los gramáticos alejandrinos (§ 13). Era necesario ofrecer a las escuelas y al público culto textos corregidos y ordenados de manera clara y práctica. Zenódoto editó a Homero y la Teogonia, de Hesíodo, tal vez a Píndaro y Anacreonte; Aristófanes, además de Homero y Hesíodo, líricos y trágicos; Aristarco a Homero (dos veces), Hesíodo, Alceo, Píndaro, Aristófanes; Apolodoro a Epicarmo y Sofrón. Comenzó entonces la división en libros, introducida en Homero por Zenódoto y por Aristófanes en los líricos; así fueron divididos Píndaro en 17 libros, Alceo en 10 (?), Safo en 9, reuniendo las poesías de materias parecidas. Influyó esto, a su vez, en la práctica de los escritores, y así comenzaron a formarse conceptos fijos de la extensión que debe tener un libro. Aristófanes editó a Platón ordenado en trilogías; más tarde se introdujo la ordenación tetralógica.

Estas ediciones no contenían comentario alguno, pues tal costumbre (texto con escolios) no comenzó sino, tal vez, en el siglo I a. de J. C., pero su disposición ofrecía una cierta compensación, principalmente por los

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signos críticos, cuya finalidad era la crítica textual; los más importantes son los siguientes:> Obelo: designa verso apócrifo; fue usado ya por

Zenódoto.> Diplo: designa en Aristarco versos sobre los que

ponía especial atención (así, pues, en evidente relación con la práctica escolar); Aristonico (§ 9) trató especialmente de los motivos para usar este signo.

> Diplo periestigmeno: usado por Aristarco para señalar todos los versos en que se separaba de la lectura de Zenódoto.

* Asterisco: usado por Aristófanes para señalar loslugares que no tenían sentido; Aristarco lo empleó para los versos repetidos, añadiendo el obelo donde los reputaba apócrifos.

Se han observado restos aislados de estos signos en el Venetus A de Homero. A veces se añaden las variantes críticas del texto.

§ 17. Métrica. Las ediciones de líricos y dramáticos a que se dedicó primero Aristófanes, le ofrecieron también problemas métricos, pues los poetas habían escrito sus obras como en prosa, ya que la verdadera división correspondía a la música; pero, perdido el acompañamiento musical, le era necesario averiguar la división exacta de las composiciones poéticas, y también en esto empleaba signos especiales que indicaran el final de sendas estrofas y cantos y el cambio del metro (introducidos de nuevo recientemente por Wilamowitz); podemos formarnos una ¡dea de sus intentos con el papiro de Baquílides, escrito en tiempos de Cicerón. Después de esto ya era posible una métrica

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científica fundada en principios empíricos, pues las teorías rítmicas generales habían sido fijadas ya por Aristoxeno (§ 5). Aunque los escritos de métrica que nos han llegado pertenecen al siglo I a. de J. C., es indudable que los dos sistemas que después se encontraron en convivencia y a veces se confundieron, pertenecen ya a un tiempo antiguo. El primero, procediendo a partir de cada uno de los pies (de dos a cuatro sílabas), con su combinación, a veces, de un modo completamente arbitrario, da lugar al verso que es designado con el nombre del poeta que fue el primero en usarlo; por ejemplo, la serie antiquísima que secompone de un antipasto u_ _u6 y de un dímetroyámbico cataléctico ___, fue denominado con elnombre del joven poeta Faleco, que fue el primero que compuso poesías enteras con tal metro. Este sistema admite la catalexis y el antipasto como pie especial. Representantes de este sistema son Heliodoro (siglo I de J. C.), cuyas doctrinas se encuentran en los escolios a Aristófanes y en la mayoría de los métricos latinos, y Hefestión (150 de J. C.), cuyo manual breve que se nos ha conservado es el extracto de una gran obra métrica de 48 libros. El otro sistema procede no por pies, sino por las partes del verso que resultan de la división del hexámetro o del trímetro, y por sus varias combinaciones, como en un juego; así se obtiene toda clase de versos (siendo mucho menor la relación con el ritmo que en el otro sistema): conoce pies de sólo dos o tres sílabas, y desconoce la catalexis. Este sistema,

6 Se trata del falecio de base yámbica -N del T.

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adoptado por Varrón, fue el que sirvió a Horacio para aprender a hacer sus versos.

§ 18. Historia de la literatura. Todos los estudios de los alejandrinos hasta aquí considerados por nosotros se fundaban en los textos, y se apartaban de ellos sólo con vacilación y paulatinamente. Lo mismo ha de decirse de las investigaciones histórico-literarias que prolongaban, en parte, su existencia en las introducciones a las ediciones. Aristófanes las compuso con breves biografías de los poetas, para lo cual encontraba dispuesto el material en su mayoría en los trabajos de los peripatéticos. A las tragedias les ponía una breve introducción en que daba los fundamentos para la inteligencia del drama, una noticia de la primera representación y un juicio estético. Tal costumbre halló eco haciendo que nuestros manuscritos de los más variados escritores contengan eruditas introducciones que son para nosotros frecuentemente la mejor reproducción de la antigua investigación (prólogos a la comedia; a los bucólicos, transmitidos después a los manuscritos de las Églogas de Virgilio).

La cuestión sobre la autenticidad del autor, suscitada ya, no pocas veces, en la preparación de los catálogos, llevó con frecuencia a especiales investigaciones. Homero pasó casi siempre por autor del Margites y de la Batracomiomaquia, además de la llíada y la Odisea; Aristarco refutó en una monografía especial, tratando de paradójica su opinión, a los corizontes, quienes con motivo de ciertas contradicciones atribuían la llíada y Odisea a distintos autores. Aristófanes negaba a Hesíodo el Escudo de Hércules, que algunos defendían como auténtico, otros el proemio de Las obras y los días

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y aun la Teogonia. Epígenes quiso ya antes de Calimaco resolver el problema de atribuir a su verdadero autor las poesías de Orfeo, Eratóstenes quiso ordenar la herencia de los cómicos y criticó especialmente la autenticidad de las piezas atribuidas a Ferecrates. Entre los prosistas, ofrecía especial dificultad Pitágoras, de cuya supuesta herencia ni siquiera un renglón era auténtico. Algo semejante ocurría con Diogenes, el cínico. Tales investigaciones sobre los filósofos se deben a menudo a las historias de filósofos, la primera de la cuales fue compuesta hacia el 200 a. de J. C. por Soción el Alejandrino.Ocupábase con gusto la muy voluminosa bibliografía sobre cada autor de los presuntos plagios, tratando de comprobar, con una diligencia algo pueril, toda clase de copias de los grandes autores. Así, se dice que Aristófanes formó ya algún cuadro sistemático con Menandro y sus modelos; otros continuaron esta labor, hasta llegar a la época romana, en que algunos envidiosos de Virgilio hicieron lo mismo (Perelio Fausto, Sobre los plagios de Virgilio). Muy en boga estuvieron tales censuras contra los filósofos: así se decía que Platón dependía de egipcios y pitagóricos, y Epicuro de Homero.

§ 19. Crítica estética. Era la suma perfección del trabajo filológico: ocupábase del juicio del conjunto y también de cada una de las partes de la obra; de aquí la intensa relación con la crítica textual (en Homero, por ejemplo, había versos señalados como indignos del poeta). Aristófanes acostumbraba emitir su juicio acerca de las tragedias en las introducciones de sus ediciones; por el prólogo a Las Fenicias que nos ha llegado,

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podemos juzgar sus trabajos. Los escolios conservan algunos restos de la crítica desfavorable a Eurípides. Con el predominio de la retórica se limitaron a la crítica de cada una de las expresiones, olvidando lo propiamente poético; sobre todo, ninguna importancia concedió a esto el criterio estoico, moralizador (§ 25), que más tarde predominó.

La quintaesencia de estos juicios nos la ofrecen las listas de los mejores representantes de cada uno de los géneros literarios, costumbre que habían iniciado Aristófanes y Aristarco {Canon), en las que se excluían los que aun vivían. A lo más, nos han llegado estas listas en redacción posterior. Sabemos sin embargo, por ejemplo, que en el antiguo canon figuraban tres yambógrafos (Arquíloco, Hiponax, Semónides) y nueve líricos (Píndaro, Alceo, Safo, Anacreonte, Alemán, Estesícoro, Baquílides, Simonides, íbico); también el canon de los diez oradores, cuya influencia práctica comenzó en la época de Augusto, fue dispuesto antes. Posteriormente se utilizaron estas listas alejandrinas para seleccionar las obras para las escuelas: esto ha contribuido al mismo tiempo, contra la ¡dea de los autores del Canon, a que el número de autores leídos y conservados fuese cada vez menor.

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Armauirumque
Armauirumque
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Capítulo III

La filología estoica y postalejandrina

§ 20. Filología no alejandrina. Los puntos de vista establecidos por los grandes alejandrinos no dominaron por completo en lo sucesivo, pues no sólo ejercieron su influencia el estoicismo y la retórica en la evolución posterior, sino que también se opusieron las circunstancias políticas: Alejandría, caídos los Tolomeos y su imperio, no pudo conservar su hegemonía, y cada vez fue más oscurecida por la nueva capital del mundo; el estudio de las cuestiones filológicas se convirtió, a través de las escuelas de los gramáticos, en una parte importante de la cultura general, y en muchas ciudades helenísticas principalmente del Asia Menor, formáronse nuevos centros en los que la filología era tratada las más veces de modo rutinario, o, como especialmente en Rodas en unión de la retórica, surgiendo así otros intereses. Otro rasgo característico es que, por miramiento al gusto del público, se rompe con la preferencia por los antiguos y se tratan poetas modernos que entretanto ya habían venido a ser “antiguos”. Así, hacia el año 70 antes de J. C., Artemidoro de Tarso comentó las Aitia de Calimaco y reunió en una colección los bucólicos que hasta entonces andaban dispersos

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(Teócrito, Bion, Mosco, etc.), compilación que pronto había de influir en la poesía romana (Cornelio Galo, Virgilio, Mésala). Su hijo Teón heredó su afición a la poesía moderna: además de Teócrito comentó a Licofronte, Nicandro (ininteligibles ambos sin una explicación), Calimaco y Apolonio (de igual suerte que muy pronto en Roma se interpretaron las oscuras poesías de Helvio Cinna). Especialmente a Calimaco, durante la primera época del Imperio se escribieron muchos comentarios, y aun más tarde el de Salustio a la Hécale, Cornelio Galo no pudo entender al oscurísimo poeta Euforión, ni Ovidio el Ibis de Calimaco, sino con el auxilio de eruditas explicaciones.

§ 21. Gramática estoica. Dionisio Tracio. El factor más importante para el desarrollo posterior fue el estoicismo, a quien inclinaban hacia la filología, de una parte la lógica y la retórica, y de otra su interés por la educación. Como medio auxiliar del pensamiento lógico, la lengua debía ser reducida a simples categorías, y en el establecimiento de estas categorías gramaticales consistió el mérito del estoicismo en la creación de una terminología que, pasando por la gramática latina, ha llegado a ser patrimonio común de todos los pueblos. Al hablar de neutros y de casos, de nominativo, genitivo, dativo, acusativo, etc., utilizamos términos estoicos traducidos al latín, incluso, a veces, con alguna inexactitud. No era de su competencia la explicación de los escritores; pero era natural que los filólogos adoptasen y aun, en parte, ampliasen esta terminología, formada especialmente por obra de Crisipo (hacia 240 a. de J. C.); así, la teoría de las ocho partes de la oración se remonta a Aristarco, pero corresponde a la lógica

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estoica haber insistido en una más precisa distinción de las partes del discurso. La sistematización estoica ha sido, en resumidas cuentas, la primera que ha inducido a los filólogos a disponer el primer edificio didáctico de la gramática en sentido estricto. Así se nos ofrece en el manual de Dionisio Tracio (hacia 120 a. de J. C.), adaptado a las necesidades de la escuela: se compone de la definición de las ocho partes de la oración, de sus subespecies (nombre patronímico, diminutivo, verbal) y variedades (género, personas, número); pero no se trata en él aún la flexión como tal ni la sintaxis, por más que existían monografías sobre la primera, como la de Demetrio Ixión (discípulo de Aristarco) sobre los verbos en -mi y sobre los pronombres. Esta primera gramática, a causa de su excelente brevedad, ha permanecido hasta tiempos modernos como la única gramática, siendo comentada, traducida y modificada sin cesar; en especial los gramáticos romanos dependen muy estrechamente de ella.

La aparición de la gramática en sentido propio, hizo surgir dentro de su estudio, dos diferenciaciones con especialistas propios: la exegética (Probo) y la didáctica (Tolomeo de Ascalón). Surgen asimismo las varias secciones de la filología; una división, que encontramos por vez primera en Varrón, comprende cuatro partes: lectura (que en la escuela adquiere el carácter de recitación, de gran valor), explicación, corrección del texto y crítica estética. Aquí todavía no se tiene cuenta de la gramática propiamente dicha; por el contrario, el sistema de Asclepiades de Mirlea, que enseñaba en Roma en tiempo de Pompeyo, comprende tres partes: técnica, histórica y la propiamente gramatical; comprende

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la primera la gramática tal como la entendemos ahora; la segunda, la explicación real; la tercera, la explicación lexicológica y toda la crítica (alta, inferior, estética). Son tales sistemas una prueba clara del orgullo de los filólogos, que tendían a construir para su disciplina un soberbio edificio parecido al que ya poseían la filosofía y la retórica.

§ 22. Analogía y anomalía. Los estoicos estimularon con insistencia los estudios de gramática también planteando de nuevo el problema de la relación de las palabras con las cosas (§ 2). Creían que las palabras originariamente (en sus raíces) eran copias de las cosas (de suerte que, por ejemplo, se podía deducir de los nombres de los dioses el conocimiento de su naturaleza); mas la arbitrariedad humana, al formar las palabras de las raíces, había destruido relación tan clara: así se puede explicar en principio la existencia de nombres masculinos con terminación femenina y viceversa, voces medias que expresan acción, plurales de valor singular, etc. Estos principios están desarrollados principalmente en un escrito de Crisipo sobre la anomalía, en que se explican todas las irregularidades como derivadas de una influencia secundaria del hombre en el lenguaje. Estudiaron los alejandrinos los textos de un período lingüístico más antiguo, notando las muchas formas ya no usadas, con frecuencia de fluctuante e indecisa transmisión; y como no quisieran seguir su simple albedrío para determinar en cada caso la verdadera forma, hubieron de buscar un principio fundamental, el de la analogía: “de ¡guales nominativos, se derivan ordinariamente ¡guales genitivos” (éste es el axioma fundamental). Así, ya Aristófanes

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escribió acerca de la analogía señalando cinco normas para los nombres: igualdad de género, caso, desinencia, número de sílabas y acento. Siguióle Aristarco, con el sensato principio de que las reglas, una vezdeterminadas, jamás deben prevalecer contra el uso.

Ninguna dificultad ocurrió mientras se trató sólo de señalar principios prácticos para la crítica textual; pero surgieron aquéllas en gran manera luego que sepretendió elevar la analogía a un principio que seaplicara a la formación lingüística7

Por el contrario, Crates, siguiendo a Crisipo, sostiene que en el lenguaje domina la anomalía, no siendo valederos los paradigmas de la flexión formulados por Aristarco. Sus objeciones y las de sus discípulos obligaron luego a los aristarquistas a llegar a unadeterminación cada vez más sutil de sus reglas, que dió finalmente como consecuencia 71 paradigmas en vez de los 8 primitivos. De hecho, triunfó ya la analogía, porque las escuelas se veían necesitadas de reglas concretas, no pudiendo comenzar nada por la libertad y arbitrariedad que la anomalía supone; de esta suerte, la expresión lingüística, antes múltiple, queda como encadenada en la red del sistema; en Dionisio Tracio aparece como una parte de la gramática.

§ 23. Etimología. Fueron también los estoicos los que hicieron surgir la investigación etimológica, cuyos principios se deducen del ya citado criterio sobre las palabras y las cosas; como fundamento aparecen las palabras onomatopéyicas; pero, en general, se deducían

7La moderna lingüística ha señalado por primera vez en qué grado es esto verdad (§ 70).

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del principio de que las cosas desagradables contenían una raíz de desagradable sonoridad, mientras sucedía lo contrario con las agradables. Los estoicos, a causa de sus aficiones teológicas, atribuían especial valor a la etimología de los nombres de dioses: en Zeus se encuentra la raíz que significa “vivir” , en Hera “aire” , etc. Se contenía un rico material en la obra de Crisipo (11 libros sobre la etimología). También los filólogos hubieron de hacer trabajo etimológico cuando las palabras eran oscuras: así surgieron las obras etimológicas de Apolodoro y de Demetrio Ixión; mas ahora comenzaron a dedicarse al estudio de todo el léxico. Un avance fue el de Filoxeno (época de Cicerón), que intentó un sistema para la derivación de las palabras en el que la arbitrariedad quedaba en parte destruida. Mas, desgraciadamente, sólo en parte, pues no podían encontrarse verdaderos principios etimológicos hasta que se comprendieran bien las leyes de la evolución de las lenguas y de los movimientos o cambios fonéticos, lo cual no ha sucedido hasta el siglo XIX. Después de Filoxeno existió una literatura bastante abundante sobre los cambios de las palabras, su “patología” , como se acostumbraba decir y como todavía lo ha dicho Lobeck (§ 70), que se educó en los mismos principios; entre los representantes de esta literatura se hallan Dídimo y Herodiano. Dionisio Tracio opina ya que la etimología y la analogía forman juntas una parte especial de la gramática; las exigencias de las escuelas obligaron en seguida a la compilación de léxicos etimológicos de la época bizantina que se nos han conservado, que deben su existencia a Focio.

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§ 24. Filología de Pérgamo. El estoicismo fue, no la única, pero, ciertamente sí, una importante causa de la dirección filológica que, opuesta en un principio a la escuela alejandrina, termina fundiéndose más tarde con ella parcialmente: su principal representante fue Crates de Malos. Por haber sido jefe de la escuela de Pérgamo, así en la Antigüedad como en la época moderna se han hecho hipótesis exageradas sobre la rivalidad entre Alejandría y Pérgamo, de tal manera que, si de dos criterios uno era alejandrino, el otro debía ser pergaménico. La verdad es que los Atálidas, principalmente Atalo I (241-197) y Eumenes II (197-159), también quisieron elevar su corte a categoría de centro intelectual, mantuvieron activas relaciones con los académicos y peripatéticos, atrajeron sabios a Pérgamo y fundaron, a imitación de las de Alejandría, una biblioteca, cuyo emplazamiento parece haber sido descubierto en las excavaciones alemanas.

La dirección de Crates es más sana y acertada, por cuanto se apoya menos en el estoicismo que en la literatura arqueológico periegética, cuyo más brillante representante fue el periegeta Polemón de Ilion (hacia 180 a. de J. C.), al que precedieron los historiadores y geógrafos locales. La literatura era según él, sólo un medio y no un fin, pero tenía de común con los filólogos la afición a la antigüedad y la solicitud por los mínimos detalles; dentro de la esfera de ellos se movía por completo ocasionalmente, por ejemplo, al ¡lustrar la historia de la poesía paródica o al escribir una monografía sobre un carro lacedemonio de que habla Jenofronte, o cuando se ocupaba de los variados ritos del culto que principalmente le interesaban, no para

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hablar de ellos, sino porque sus investigaciones, fundadas principalmente en el material epigráfico, eran rica fuente para la explicación de autores (así, su descripción de la acrópolis de Atenas o su periégesis de Ilion). Pero la filología alejandrina, que no sabía apartarse nunca de los textos, no pudo impresionarle, y en su preciosa obra Sobre la permanencia de Eratóstenes en Atenas defendía que Eratóstenes no pudo estar jamás en Atenas, pues serían inexplicables, en ese caso, sus grandes errores. Aun se mostró más mordaz con Istro, a quien intentó ahogar en el Fasis; se trata de una contraposición parecida a la que nos ha ofrecido el siglo XIX. Aun más importante para la filología fue su quizá coetáneo Demetrio de Escepsis, en la Troada, autor de un comentario al catálogo de las naves troyanas, que comprendía 30 libros y encerraba una muy completa periégesis de la Troada con extraordinario material histórico (utilizado directamente por Estrabón en su libro 8). Fue modelo de un parecido trabajo de Apolodoro que fue, entre los alejandrinos, quien más de cerca siguió esta dirección filológica (§ 14).

Merece también mención la literatura “exegética” que, siguiendo la interpretación del derecho sacro practicada por los colegios áticos de exegetas, se ocupaba del ritual: Autoclides, considerado autor de un Exegético, debió pertenecer al siglo III a. de J. C.

§ 25. Crates de Malos. En cambio, en Crates de Malos (hacia 180) influyó notablemente el estoicismo, obligándole a seguir caminos muy distintos de los de los filólogos alejandrinos. En viva oposición al criterio peripatético, inteligente y claramente representado por Eratóstenes, según el cual el poeta escribe para

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entretener a sus lectores, consideró el estoicismo la literatura tan sólo desde el punto de vista de la utilidad. La poesía, en tanto es instructiva en cuanto que comunica directamente la moral, o al menos contiene conocimientos que, utilizados rectamente, llevan a aquélla. Los aparentemente escandalosos mitos de Homero, que obligaron a Platón a desterrar a tal poeta de su Estado ideal, contenían enseñanzas acerca de las fuerzas naturales, que se podían conocer por medio de una explicación alegórica, y enseñanzas autoritativas ciertamente, pues Homero tenía para los estoicos valor de inspirado oráculo, en forma parecida a lo que ya era para Antístenes el cínico, que encontró en Ulises el modelo primitivo de la sabiduría cínica. Esta interpretación alegórica, practicada ya en el siglo VI por Teágenes de Regio y otros muchos después de él, fue supeditada al dogma estoico por Crisipo; así se explica la lucha de los dioses en él Y de la llíada, pues significa el choque de muchos planetas en el mismo signo del Zodíaco, lo cual produjo aquel cataclismo universal frecuentemente repetido según el dogma estoico; la cadena dorada de que habla Zeus Θ 19 es el camino ígneo de las estrellas. Pero ahora, por primera vez, un filólogo señaló en Homero toda la teología estoica y la geografía física: Homero imaginó la tierra como una esfera, conoció todos los círculos del cielo, colocaba el Tártaro en el polo Norte y conocía las largas noches polares; localizaba en el Océano Atlántico los viajes de Ulises, que por lo demás se situaban en el Mediterráneo, localizaba los cimerios y los lestrigones en el alto Norte; el escudo de Aquiles era copia de la esfera terrestre. En

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contraposición a la habituai cautela de los alejandrinos, cambió el texto de muchos lugares para atribuir a Homero dichas ¡deas geográficas o para evitar escollos en la moral; tampoco se hallaban libres de tales libertades sus comentarios a Hesíodo, Eurípides y Aristófanes; se apellidó, sin embargo, a sí mismo de “nuevo crítico” (§ 5) para demostrar que él estaba por encima de todas las minucias de los “gramáticos” en el sentido de Aristarco. Así se produjo una viva lucha entre su escuela y la de Aristarco, que terminó en lo principal con el triunfo de ésta. Continuador del criterio estoico de Crates fue Asclepiades de Mirlea, que se dedicó también a cuestiones geográficas y astrológicas, utilizando sus conocimientos astronómicos para demostrar que lapátera de Néstor en el Λ de la llíada había de explicarse como una copia del mundo. Ideó también un sistema de gramática que, siguiendo completamente la tendencia de Crates, coloca en primer término la actividad personal del crítico (§ 21).

§ 26. Retórica y filología. La retórica influyó también en la filología. En los sofistas y en Aristóteles, así como en sus primeros discípulos, todavía no estaban separadas: la separación comenzó cuando losgramáticos concentraron en los poetas su actividad. Fue de gran importancia para las escuelas el que se comenzara a leer por los poetas con los gramáticos, dejando los prosistas para los retóricos, aunque a veces no fuese tan precisa tal distinción por reunirse en una misma persona el gramático y el retórico (por ejemplo,Dionisio Tracio, en Rodas; Elio Estilón, en Roma). Lapropia función del gramático no era dirigir en la

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producción literaria, bien que quienes quisieran aprender versificación con él podían hacerlo: dicha función, enseñar a los alumnos a componer discursos y oraciones, fue propia del retórico, correspondiendo, por lo tanto, en primer lugar, a éste velar por la pureza de la lengua. Esta pureza se llama “helenismo” (o “latinismo”), en oposición al “barbarismo” (faltas en las palabras) y al “solecismo” (faltas en la construcción, sintaxis; tal palabra no debe su origen a la ciudad de Soloi, sino que significa “lengua rústica”). Tal doctrina, en parte desarrollada por los estoicos, dió sus frutos sazonados cuando los retóricos se dedicaron, como por juego, a señalar toda clase de solecismos en los grandes escritores.

Pero el retórico atiende también a la elegancia de la lengua: por esto, la antigua retórica apuró hasta sus mínimos detalles todo lo relativo a las perfecciones y faltas de la expresión. Comienza con observaciones sobre la impresión de las palabras que, por su sonoridad y por su sentido, nos impresionan agradable o desagradablemente, haciendo a continuación toda clase de consideraciones sobre los cambios lingüísticos (sobre fonética, (véase § 2); también el hiato era aquí tratado. Seguía con la estilística, desarrollando toda la doctrina de las metáforas y de los tropos, para lo cual se creó poco a poco una terminología muy complicada; se hacían aplicaciones de todas estas categorías a los grandes prosistas, que eran leídos como modelos en las escuelas de los retóricos; de esta suerte se desarrolló la retórica junto a la interpretación gramatical. Ésta era tanto más intensiva cuanto más limitada, era la lista de modelos, tomados todos de los oradores áticos de los siglos V y IV (aticismo); no se amplió en esto sino rara vez el canon de

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los diez oradores (§ 19); hacia el 60 a. de J. C. aun se trató de limitarlo más, poniendo en primer lugar algunos especialmente escuetos estilistas como Lisias; finalmente, Demóstenes terminó arrinconando a todos.

§ 27. Interpretación retórica. Durante el período helenístico, la retórica ganó cada vez mayor firmeza en la práctica y en la teoría, influyendo por ello en la gramática, tanto más cuanto que sus límites no eran muy precisos (véase anteriormente, acerca de los peripatéticos, §§ 4 y 5). Muy claramente se nota esto en la Poética, de Horacio, que, en toda su extensión, se funda estrechamente en un sistema de retórica. Al mismo tiempo que la retórica influía cada vez más en la poesía (prólogos de Terencio, Virgilio, Ovidio muy especialmente), se comentan por los retóricos apropiados fragmentos de poetas que les ofrecían buenos ejemplos para la demostración y demás necesidades del género; se justificaban las figuras retóricas por medio de Homero, que también para los estoicos era un retórico de primera línea, y de Virgilio; hacia 140 de J. C. escribió Telefo De la retórica homérica y De las figuras retóricas en Homero; los comentarios y escolios que nos han llegado están llenos de tales observaciones. Quien lea el análisis de los discursos homéricos en un tratado que corre bajo el nombre de Dionisio de Halicarnaso, o el comentario, de por sí no precisamente loable, de ti. Claudio Donato a la Eneida, de Virgilio, escrito en el siglo IV ó V de J. C., habrá de reconocer que el factor estético y la interpretación del conjunto habían subido de valor e interés comparados con la interpretación gramatical.

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§ 28. Comienzos de la gramática latina. Todos estos precedentes influyeron en la gramática latina, que comenzó a desarrollarse hacia el año 130 a. de J. C. No es, en absoluto, sino una reproducción de la griega; sus representantes fueron griegos que enseñaban en Roma, o romanos helenizantes. En primer lugar hay que citar el nombre del estoico Panecio, que influyó notablemente en el círculo de los Escipiones. Estoico fue también el primer gramático romano I Elio Estilón (hacia el año 100 a. de J. C.), maestro de Varrón, que enseñó gramática y retórica y estaba bastante familiarizado con todas las ramas filológicas; escribió sobre analogía, anomalía y sintaxis; declaró como auténticas sólo 25 comedias de Plauto, entre las 130 que llevaban tal nombre, y comentó el canto de los Salios. Influido también por el estoicismo estuvo M. Terencio Varrón (116-27 a. de J. C.), uno de los mayores compiladores que vieron los siglos, caracterizado por una gran actividad en todas las ramas, no sólo de la filología, arqueología y retórica, sino en general de la literatura; su característica predominante, además de su patriotismo romano, fue el estar fuertemente influido por maestros estoicos, según revela su predilección por las divisiones cuatripartitas. No es notable su importancia para el desarrollo de la ciencia, pero la tiene muy grande como transmisor de la erudición antigua para los romanos, pues revisó toda la literatura de griegos y latinos, recogiendo toda clase de noticias que de cualquier manera pudieran interesar la antigüedad romana. De sus casi innumerables escritos merecen citarse sus estudios sobre la historia del drama romano, que llevó a cabo poco felizmente según modelos griegos (como Livio y Horacio, Epist. II, 1); sus

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cuestiones plautinas, en las que declaró auténticas las 21 comedias que nos han llegado; tres libros Sobre bibliotecas; la enciclopedia, que comprendía en nueve libros las que más tarde habían de ser llamadas las siete artes liberales8, la medicina y la arquitectura. Su escrito De lingua latina comprendía en 25 libros la etimología, la flexión (donde se trata, naturalmente, la cuestión de analogía y anomalía) y la sintaxis; sólo nos han llegado los libros V-X, apenas la mitad de los que escribiera sobre etimología y flexión.

Entre los griegos que trabajaron en Roma, el primero importante fue Tiranión de Am ¡so (hacia 66-25 a. de J. C., en Roma). Él fue el primero, según parece, que estudió científicamente la lengua latina, derivándola de la griega (dialecto eólico), siendo esto imitado por los gramáticos romanos, principalmente por Varrón, y en el siglo XVIII, hasta por un Hemsterhuys fue recogido. Con esta hipótesis se obstruía la comprensión del latín y la posibilidad de aprender, por la comparación de ambas lenguas, leyes lingüísticas. También en otros aspectos se intentó de un modo insensato derivar, por todos los procedimientos, todo lo romano de lo griego: baste citar al confusionario Alejandro Polihistor (hacia 60 a. de J. C., autor también de un comentario a la poetisa beoda Corina); también de esto fue fiel seguidor Varrón.

8 No quiere decir “artes libres”, como se acostumbra traducir, sino conocimientos que pertenecen a la educación de un libre -N. del A.

La expresión “freie Künste” es la traducción alemana comente del latín artes liberales. De aquí la nota de Kroll -N. del T.

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Capítulo IV

Los epígonos

§ 29. Escuela y Universidad. En el siglo I a. de J.C. disminuyó de modo notable la investigación independiente, tanto en la gramática como en los demás estudios; el período siguiente se nutre del pasado y sólo con paciencia de coleccionista hace aún algo notable. De aquí la serie de obras de carácter enciclopédico surgidas en este tiempo, que hacen inútil la antigua literatura y que, en parte, son conservadas a lo largo de la Edad Media (también Varrón pertenece propiamente a esta tendencia). Se gana en extensión, por medio del trabajo, lo que se pierde en intensidad, especialmente por obra de la actividad escolar, extendida por todo el Imperio, que, en una época intensamente “¡lustrada”, alcanzaba a muy vastos sectores: los niños, en la edad temprana, acuden a un maestro elemental, con el que aprenden a leer, escribir y contar; escuchan luego al gramático, con el que leen a los poetas romanos y griegos (en la mitad oriental del Imperio, sólo los griegos), adquiriendo en su explicación al mismo tiempo conocimientos mitológicos, históricos, geográficos y astronómicos (Arato). Con el retórico estudian luego los prosistas y se entretienen en hacer composiciones y discursos. Esta formación retórica, que muchas veces tiene en cuenta ya el gramático (§ 26), es el fin propio de la educación, siendo

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pocos los que asisten finalmente a clases filosóficas. El Estado y los Municipios se encargan de la enseñanza pagando bien a los maestros o, al menos, liberándolos de impuestos; en algunas ciudades, especialmente donde enseñan celebrados retóricos, se desarrolla una especie de vida académica, pues los alumnos vienen desde lejanas tierras, siguen a determinados profesores y forman entre sí asociaciones: así sucedióprincipalmente en Atenas, Roma y ciudades del Asia Menor, como Esmirna y Éfeso, más tarde en Constantinopla y Antioquía; alcanzan los honorarios de los grandes maestros sumas considerables; así, Verrio Flaco recibió como preceptor de Augusto 100,000 HS. (20,000 pesetas) anuales, y a Remio Palemón le producía su escuela el cuádruple.

La escuela exigía para sí una gran literatura, efímera, que cambiaba según las necesidades del momento, siendo cada vez más pobre: gran parte de las obras de este período son manuales escolares, no trabajos eruditos. Contribuye a llenar las necesidades de la cultura general el comercio de libros, cuyo centro pasa ahora de Alejandría a Roma; las ediciones romanas de Ático, el amigo de Cicerón, son importantes también para la literatura griega: Tiranión le dedicó su obra sobre la prosodia, y hasta se ha pensado que fuera él el director de la sección griega de la editorial. En el Foro y en Argileto podían adquirirse libros de todas clases, y puede afirmarse que, habida en cuenta la mano de obra, no eran caros (un libro de poesías, 14 páginas impresas de hoy, costaba un peseta). Se comienza poco a poco a ¡lustrar el texto con escolios marginales (papiro de Alemán, de París), y a veces, cuando era necesario, con

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ilustraciones: así, por ejemplo, el libro sobre las hierbas de Crateas, el médico de cabecera de Mitríades, provisto de figuras que se nos han conservado; no mucho más moderno era el comentario ¡lustrado de Apolonio a un escrito anatómico de Hipócrates. Entre los poetas fue ¡lustrado Arato con cuadros del Zodíaco que se han conservado en los manuscritos medievales, y más tarde incluso Terencio y Virgilio. Las Hebdomades de Varrón eran una galería de retratos de 700 celebridades, las más veces literarias, con sendos epigramas al pie. Así es cómo muchos particulares pudieron poseer notables bibliotecas, por ejemplo, la de Cicerón, según muestran sus cartas; entre las más notables bibliotecas públicas de Roma figuraban la del templo de Apolo Palatino y la Ulpia, fundadas, respectivamente, por Augusto y Trajano, divididas ambas en dos secciones, griega y latina, con sendos jefes. Más tarde, como era natural, Constantinopla tuvo varias bibliotecas públicas.

§ 30. Dídimo. El final de la intensa actividad del período alejandrino corresponde con toda propiedad a Dídimo de Alejandría, en la época de Augusto, quien no obstante el largo período que los separa, fue fiel discípulo de Aristófanes y Aristarco, apenas influido por la gramática estoica. Se dice que fueron compuestos por él hasta 3500 ó 4000 libros (de aquí su sobrenombre Chalkenteros “el de las entrañas de bronce”), y, aunque el número sea muy elevado, no fue menor su intensidad; había leído no sólo cuanto se había escrito sobre los autores, sino aun a los autores mismos, aunque quizás en segundo término. Su principal actividad fue sin duda alguna la exégesis, que alcanzó no sólo a las obras ya trilladas (Homero, Hesíodo, Píndaro -los tres trágicos, los

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tres representantes de la comedia antigua-, Menandro, Demóstenes, Hipérides y Esquines), sino también a las de autores más abandonados, como sabemos hizo con Baquílides, Ion y Frínico. Sus comentarios eran universales; de la minuciosa explicación real, que ciertamente llega muchas veces hasta los límites de la propia erudición, dan fe los escolios al Edipo en Colono, de Sófocles, de cuyo comentario se han salvado algunos restos. Conocemos su crítica textual por su obra sobre la recensión de Homero por Aristarco, a la cual debemos casi cuanto sabemos sobre la crítica textual de los alejandrinos. Dídimo es aquí para Aristarco, aproximadamente, lo que éste es para Homero; sus ¡deas propias son pocas, y no siempre felices. Su propio comentario a Homero era muy detallado, pues había revisado y extractado escrupulosamente la numerosa bibliografía sobre Homero, según podemos juzgar por un caso (N 363 sobre Cabeso) en que la explicación de un lugar da ocasión a todo un libro. Para Píndaro también se apoyaba generalmente en Aristarco, hallándose aquí en condiciones -pues tenía por base mejores conocimientos históricos- de corregirlo frecuentemente; así como en esto recurrió a Filisto y Timeo, para la explicación de los cómicos y oradores sirvióse de los historiadores áticos: así se deduce ahora especialmente del papiro de Berlín, que comprende restos de su explicación a las cuatro Filípicas, de Demóstenes: aquí, la explicación de laspalabras queda reducida sorprendentemente a segundo término, no teniendo Dídimo apenas tampoco interés para lo retórico, mientras que se vale de los historiadores Teopompo, Demón y Filocoro y de los poetas cómicos para explicar las relaciones históricas y las alusiones

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personales. Pero sin duda no los conoce sino de segunda mano, y se apoya principalmente en las ricas colecciones de materiales que ofrecían las biografías del crédulo discípulo de Calimaco, Hermipo (§ 5), cuyos juicios, con frecuencia equivocados, admite con demasiada facilidad.

Entre tales estudios exegéticos tienen su lugar, entre otras cosas, una colección mitológica con tendencias racionalistas (por ejemplo, la Gorgona era interpretada como una hetaira de sobrehumana belleza que hechizaba a sus adoradores), y una obra sobre los poetas líricos en la que eran explicados los varios géneros y sus representantes con mucha extensión, muy utilizada en la Crestomatía del neoplatónico Proclo, poética e historia literaria del siglo V, de la que nos han llegado numerosos extractos. En los, por lo menos, diez libros de sus Conversaciones de la mesa, fueron tratados muy diversos temas: era éste un método, de tradición filosófica (recuérdese el Convite, de Platón), que proporcionaba a una época entusiasmada con la noticiomanía oportuna coyuntura para ordenar el más disparado material; las obras semejantes de Plutarco, y aun más de Ateneo, pueden darnos una ¡dea. También escribió, aunque no hayan tenido gran influjo, monografías lingüísticas, por ejemplo, sobre los cambios de los nombres por la derivación y el uso cotidiano (por ejemplo, el nombre de “Cimbrio” debe ser derivado de “Cimerio”). Pero también en otra rama, la lexicográfica, clausuró los trabajos alejandrinos. Su léxico de los trágicos, del que se cita el libro XXVIII, y el de los cómicos, eran colecciones de las explicaciones de palabras dadas por los alejandrinos, no explicaciones

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breves de palabras difíciles, sino largas monografías con detalladas pruebas: así, para precisar la antigua significación de Aqueloo, traía pruebas de Aristófanes, Éforo, Acusilao y Eurípides que había encontrado ya reunidas. También servía para explicar los autores su colección de proverbios, en trece libros, que fue el fundamento de la obra de Zenobio (época de Adriano), que nos ha sido conservada.

§ 31. Trifón, Seleuco, Juba. Por este mismo tiempo escribía Trifón sus numerosas investigaciones sobre las partes del discurso y otras obras gramaticales, por ejemplo, una obra de dialectos; el escrito lexicográfico Sobre los nombres de los instrumentos músicos fue utilizado indirecta o directamente por Ateneo. Bajo Tiberio escribió Seleuco, llamado “Homérico”, nacido en Alejandría, que enseñó en Roma y se ocupó de la explicación y crítica de los poetas más trillados; escribió, además de otras cosas, sobre los proverbios de los alejandrinos, fundamento del libro, que nos ha llegado, atribuido a Plutarco, sobre el mismo asunto. Interesado por la historia estuvo el rey Juba de Mauritania ( f 23-24 de J. C.), en cuyos Paralelos, donde se comparan las costumbres griegas y romanas, hay también mucho material lingüístico; copió no poco de Varrón y fue utilizado por Plutarco en sus Costumbres romanas. Su extensa Historia del teatro saqueó y reemplazó a las numerosas obras helenísticas “sobre ejecuciones musicales” , y proporcionó su conocimiento a Ateneo y Pólux y, probablemente, a Dionisio de Halicarnaso el Joven, que escribió su Historia de la música en 36 libros en la época de Adriano; en ella se trataba minuciosamente de la música y de toda la poesía

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relacionada con ella. Este Dionisio parece ser el mismo que el autor del léxico aticista (§ 33).

§ 32. Pánfilo, Diogeniano, Hesiquio, Ateneo. Entodos los trabajos precedentes y otros semejantes se basa la gran obra del alejandrino Pánfilo (hacia 50 de J. C.), léxico de 95 libros con el gracioso título Leimon (“Prado”); los cuatro primeros pertenecían a Zopirio, un maestro o compañero más viejo, de cuyo trabajo, Pánfilo no fue sino mero continuador. Estaba ordenado por materias y era muy erudito, lleno de citas; se admitían toda clase de glosas, no sólo palabras raras de autores, sino también dialectales; en su aclaración había, naturalmente, mucho de “explicación real” ; mas como Pánfilo no conocía todas las materias, tenía que fundarse en ajena erudición, por ejemplo, mucho en la de Dídimo. Galeno censura acremente una obra sobre las plantas, porque él (Pánfilo) no había visto con sus mismos ojos las plantas explicadas: sin duda se trataba también de una obra de glosas, no de una botánica.

Diogeniano compendió, en la época de Adriano, el gran léxico de Pánfilo en un Léxico para estudiantes pobres: comprendía cinco libros, y, siendo alfabético, era muy cómodo, por lo que también fue muy utilizado y se conservó hasta la Edad Media. Poseemos un epítome del mismo en el léxico de Hesiquio (siglo VI), alfabético, en el que se han suprimido casi todas las citas, quedando sólo lo más necesario. Hesiquio amplió el de Diogeniano con adiciones que él mismo nos explica en una carta; así, agregó el léxico homérico de Apolonio (final del siglo I de J. C.) que, independientemente, se nos ha conservado también, y como, por otra parte, en Pánfilo-Diogeniano hay muchas palabras homéricas,

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forman éstas casi la quinta parte de toda la obra. También amplió el caudal de proverbios por medio de Zenobio. La obra no era un mal auxiliar para la lectura de los antiguos autores: mirada desde el punto de vista escolar, peca por exceso, pues comprendía muchas palabras de autores desaparecidos, a causa de lo defectuoso de la selección.

Aquí corresponde el Banquete de los sofistas, de Ateneo de Náucratis, que en la forma aparece como un diálogo en casa de un rico romano, Livio Larense, cuyos huéspedes son distinguidas y notables personalidades, como Galeno y el sofista Ulpiano. El diálogo está muy mal desarrollado, pues, por ejemplo, a Masurio corresponde íntegro el libro quinto y tenemos que hacernos la ilusión de que Ateneo repite a un amigo toda la obra, o sea, la conversación de 15 libros (primitivamente eran 30). Es obra compuesta entre 193 y 197. Es muy importante para nosotros a causa de sus substanciosas citas de autores antiguos, principalmente de la comedia media y nueva, cuyo conocimiento debemos a él especialmente, por ejemplo, las listas de vinos (Mn. I, II), pescados (VII), ánforas (XI), libertinos (XII), cortesanas (XIII), tratados sobre música, danza, instrumentos y luchas, explicado todo con numerosas citas y pruebas, de suerte que nos da una ¡dea bastante exacta de lo que eran los léxicos eruditos, como los de Dídimo y Pánfilo. Cita a cientos de autores, pero son muy pocos los que ha leído, debiendo su conocimiento a la actividad compiladora de Pánfilo y otros autores parecidos, aunque precisa reconocer que personalmente extractó y juzgó bibliografía antigua y moderna, habiendo leído no menos de 800 dramas de la comedia media.

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§ 33. Los aticistas. No fueron sólo los poetas los estudiados; la atención de los estudiosos concentróse también en la prosa; a ello contribuyó no poco el desarrollo de la retórica, confundida no raras veces con la gramática (§§ 26 y 29). Dionisio de Halicarnaso y Cecilio de Calacta, los representantes del aticismo en Roma en la época de Augusto, estudiaron de un modo plenamente filológico, a los autores áticos y merecieron, como críticos, más que los gramáticos contemporáneos; así, la carta de Dionisio a Ameo contiene una excelente monografía histórico-literaria sobre la retórica del tiempo de Aristóteles y la posibilidad de su influjo en Demóstenes. Intentó Cecilio criticar la autenticidad de la herencia de los diez oradores; no es en modo alguno malo el concepto que nosotros tenemos de su método a la sazón empleado, tal como se deduce del escrito de Dionisio sobre Dinarco; la crítica del estilo fue en verdad, mezquina, y no justa en modo alguno para un autor genial como Platón. El pequeño escrito Sobre lo sublime (hacia 50 de J. C.), que se diferencia de la obra homónima de Cecilio, es, en este respecto, de más amplios horizontes y sorprende por las finas observaciones sobre los méritos del escritor genial frente al meramente correcto. La doctrina de Cecilio sobre las figuras retóricas formó un sistema detallado que dominó durante el tiempo siguiente; pero la mayor importancia le corresponde como autor del léxico de los diez oradores, dispuesto alfabéticamente, que servía no sólo como explicación de los antiguos, sino también como depósito de material lingüístico aticista para los oradores. La lengua literaria habíase separado ya completamente de la vida cotidiana, y debía ser aprendida como un arte;

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quien usaba alguna expresión popular era muy acremente censurado por los gramáticos y retóricos; ahora, helenismo (§ 26) no era ya lo correspondiente a la lengua viva de Atenas o Alejandría, sino lo que se encontraba en los autores de mejor nota o podía justificarse según los procedimientos de la analogía o de la etimología. De esta suerte, todos los gramáticos llegaron a ser finalmente “aticistas” , e. e., que determinaban según una serie de autores antiguos, no todos áticos (piénsese en Homero y Heródoto), lo que estaba permitido o no a un moderno escritor. Minucio Pacato, entre 50 y 100 de J. C., fue el primero que compiló alfabéticamente, para las necesidades prácticas, las palabras que podían usarse. Es conocido también con el nombre de Ireneo. Su obra sobre el dialecto alejandrino separaba de la moderna lengua, la llamada koiné (e. e. lengua común), como utilizable, lo que manaba de fuente ática o se deducía en rigor analógico o etimológico. De esta suerte, por la actividad de los eruditos se hizo cada vez mayor la separación entre la lengua popular y la literaria, y se creó ese estado antinatural que predomina en la literatura bizantina y también es mantenido artificialmente en la griega moderna.

A la época de Adriano corresponde el léxico aticista de Elio Dionisio, que quizá sea el mismo autor que el de la Historia de la música (§ 31), que, con la obra de su contemporáneo Pausanias, fue muy utilizado hasta la época bizantina. También fue ya una fuente de Frínico que, en tiempo de Cómodo, escribió en 37 libros una Escuela preparatoria para los sofistas, de la que no nos ha llegado sino un mísero extracto; reunía los casos

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peores de construcciones falsas y recomendaba en lugar de ellas las buenas, e. e., las que habían sido usadas antiguamente; critica especialmente a aquellos que usan lugares de los autores antiguos para legitimar expresiones incorrectas, pues también éstos lo habrían hecho mejor con una reflexión madura. Los sinónimos y las frases constituyen asimismo el núcleo del gran Onomástico que Julio Pólux (Polydeukes), como profesor en Atenas, dedicó al emperador Cómodo; consta de 10 libros en los que el contenido está dispuesto por materias y sin gran consecuencia lógica; por ejemplo, reunió en el segundo los nombres de los miembros del cuerpo; en el cuarto, los que atañen al teatro; en el quinto, las expresiones de caza; en el octavo, los términos de la vida oficial ática. Censura algunas expresiones y recomienda otras: escribía para uso del orador aticista. Las aberraciones de tal dirección excitaron la crítica, no sólo de Luciano --que, aunque también aticista, ridiculiza en su Lexifanes la exagerada manía de seleccionar expresiones antiguas--, sino también el médico Galeno, muy interesado en cuestiones filológicas y que actuó asimismo en el terreno aticista, que dedicó un escrito especial a atacar a los cazadores de solecismos y que también, en los escritos conservados, censura a quienes para cada sílaba han de suscitar una nueva cuestión. El léxico de Harpocración sobre los diez oradores está, en cambio, dedicado a la lectura y no a la producción literaria; por esto está constituido casi sólo de explicaciones reales; está formado, en parte, con material de Dionisio y de Pausanias. La materia de estos léxicos aticistas (retóricos), que ahora saltan de la tierra como hongos, fluye después junto con la de los otros,

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principalmente los que atienden a los poetas, hacia los léxicos bizantinos de Focio y Suidas.

§ 34. Apolonio Díscolo y Herodiano. El período de los gramáticos propiamente tales termina, en cierto modo, con Apolonio Díscolo de Alejandría (hacia 130 de J. C.) y su hijo Herodiano, que, según un criterio posterior, “evitaron todos los errores de los gramáticos anteriores” . El primero trabajó especialmente en la sintaxis, aunque tampoco olvidó, por ejemplo, la ortografía, prosodia y dialectos, materias sobre las que escribió. Además de sus escritos sobre el pronombre, adverbio y conjunción, nos ha legado su manual de sintaxis en 4 libros, que es la primera construcción de conjunto, claro que muy preparada por estoicos y alejandrinos; Apolonio se separa especialmente de los pareceres de los estoicos (p. ej., Posidonio había escrito sobre las conjunciones) y de Trifón. La sintaxis no le interesaba por sí misma (esto no se logró sino en el siglo XIX, § 67), sino como medio auxiliar para explicar los poetas; la disposición es algo mecánica, pues la sintaxis es tratada análogamente a la morfología; así como allí los sonidos, reuniéndose, forman las palabras, aquí las palabras dan lugar a las proposiciones, y debe establecerse claramente qué construcciones son correctas y cómo se han de explicar las que, sobre todo en Homero, parecen irregulares. Con ello hace algunas observaciones excelentes, pero no llega a formar una verdadera sintaxis, pues Apolonio no conoce más que elementos del lenguaje, pero no de la oración; por lo tanto, nombre y verbo, pero no sujeto, predicado y complemento; tampoco llega a ofrecernos un limpio resultado sobre la esencia de los modos, limitándose a

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muy primitivas observaciones sobre su empleo. En su explicación de los tiempos habla de duración (presente e imperfecto) y de perfección (tiempo perfecto y pluscuamperfecto); por lo tanto, es el precursor de la teoría, por primera vez modernamente profundizada, sobre las clases de acción, siendo así que él aquí ya no sigue la gramática estoica. Fue este libro pura y simplemente la sintaxis para la posteridad, y así, p. ej., en él se apoyó Prisciano cuando quiso añadir una sintaxis a su sistema gramatical.

Herodiano, que vivió en Roma en tiempo de Marco Aurelio, escribió por encargo de éste su Prosodia universal, en 21 libros, donde, manejando un gran material, trata con ejemplar cuidado todas las cuestiones tocantes al acento, espíritu y cantidad. Su intento fue reducir a reglas --de las que ciertamente muchas debieron ser establecidas entonces-- todo el material lingüístico, especialmente también los nombres propios: los nombres en -les tienen el acento en la sílaba penúltima si el genitivo termina en -etos u -ou.; en la última, si en -ous. Las palabras trisílabas en -allos que no designan pueblos tienen el acento en la penúltima; si tienen más de tres sílabas y no comienzan por k, sucede lo propio, etc. Compuso una voluminosa obra especial acerca de la prosodia de Homero, en la cual se ponía de acuerdo con las opiniones de Aristarco, teniendo en cuenta toda la literatura de Homero; conocemos su obra especialmente por los escolios del Venetus A (§ 9). Quedan también fragmentos, en un palimpsesto de Leipzig, de su muy erudita ortografía: su Symposion, que compuso en Pozzuoli, en el que trataba especialmente la ortografía y etimología de los nombres de animales

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comestibles, que fue utilizado por Ateneo. En otro escrito trata de las palabras que adoptan unas formas especiales por no tener otras análogas en la lengua. Aunque no se han conservado las obras de Herodiano en su original, salvo el citado escrito y restos menores, fue tan aprovechado y extractado, que se puede reconstruir su obra principal; así, por ejemplo, su gran prosodia, a causa de la fundamental consideración de los nombres geográficos y numerosas citas, fue el núcleo fundamental en el léxico geográfico de Esteban de Bizancio (siglo V), conservado en compendio.

§ 35. Los gramáticos romanos. También en este período la gramática romana, fundándose sólidamente en la griega, es integrada por los conceptos sistemáticos que dominan en la escuela y también llegan a ser los principales en la práctica escolar de la Edad Media y de la época Moderna. Su importancia consiste en este influjo histórico, no en la originalidad y profundidad de sus teorías, derivadas con frecuencia muy esquemáticamente de la gramática griega; así, por ejemplo, Varrón latinizó sin más ni más la teoría de Tiranión sobre los cuatro acentos griegos, por más que era otra la acentuación latina. También se pretendió, para imitar perfectamente el griego, introducir un dual en la lengua latina.

A Q. Remio Palemón (época de Tiberio y Claudio) debemos el primer tratado -A rs - de gramática latina, adaptación de la de Dionisio Tracio; se ha perdido, pero fue en parte el fundamento de los manuales posteriores, pues todos fueron copiándose unos a otros. Entre los conservados merece citarse la gramática de Carisio (siglo IV); se ve que era obra destinada no a la erudición,

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sino a los escolares. Después de una introducción general, contiene la doctrina sobre los elementos del lenguaje; en el libro cuarto, las reglas, fundamentalmente retóricas, sobre las perfecciones e incorrecciones del estilo (§ 26) y la métrica: en el quinto, toda clase de material estilístico y glosográfico. La gramática, quizá contemporánea, de Diomedes, contiene también una poética, que parece inspirada en lo esencial en Suetonio. Más importante fue, para la Edad Media, el Ars de Elio Donato (hacia 350 de J. C.). Propiamente hubo dos Artes: la menor, dispuesta en preguntas y respuestas, dedicada a principiantes, trata la doctrina de los elementos del lenguaje; la mayor está dispuesta hasta cierto punto como la de Carisio. Fueron comentadas pronto, y durante toda la Edad Media constituyeron la base de la enseñanza del latín, de suerte que las palabras gramática y Donato tenían la misma significación. Junto a ella se conservó la de Prisciano (hacia 500 de J. C.), en 18 libros, de los cuales los dos últimos están dedicados a la sintaxis: depende de Apolonio Díscolo (§ 34); de su gran uso da prueba el hecho de haberse conservado en unos mil manuscritos.

Entre las colecciones de materiales que sirvieron de fundamento necesario a estos manuales, merece citarse en lugar preeminente Dubii sermonis libri VIII, de Plinio, publicado en el año 67 de J. C. Representan el latinismo como paralelo del helenismo (§ 26), e. e., que Plinio procuró señalar criterios firmes en aquellos casos en que la buena expresión estaba en duda; para llegar a esto, Plinio estudió con su peculiar paciencia de coleccionista la literatura erudita y la artística de los romanos.

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§ 36. Glosarios y comentarios escolares latinos. Entre los escritos glosográficos fue el más importante la obra de Verrio Flaco (época de Augusto) De verborum significatu, que, fundándose para ello en Varrón y otros arqueólogos, se refería mucho a las antigüedades romanas; poseemos de esta obra dos compendios diferentes, el de Festo (siglo III), que comprende (M-T), aproximadamente la mitad, y el muy pobre de Paulo Diácono (A-Z), derivado, por otra parte, del de Festo. A igual criterio obedecía otro escrito sobre las Palabras oscuras de Catón.

Una enorme colección de glosas es principalmente también la obra de Nonio Marcelo (siglo IV), que en 20 capítulos ordenó una gran riqueza de material lingüístico desde variados puntos de vista, una compilación muy desatinada, pero que resulta de gran valor, pues conservó numerosos fragmentos de poetas; Nonio extractó en parte él mismo los antiguos autores, y en parte utilizó léxicos y obras eruditas como la de Gelio. Esta erudición glosográfica aparece disminuida y decadente en los glosarios que nos han llegado, los más, de comienzos de la Edad Media; comprenden, naturalmente, en su mayoría explicaciones de las palabras que ocurren en los textos escolares más usados, Virgilio, Cicerón, Terencio y Salustio, junto a los cuales aparecen Lucano, Horacio, Juvenal, Persio, Plauto y, finalmente, se añaden referencias a autores más modernos y cristianos; pero de paso son dejadas en pie también aquí (como en Hesiquio, § 32) glosas eruditas como, p. ej., a Lucilio.

También hay las dedicadas a la explicación de cada uno de los autores, principalmente de Virgilio, que

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era el preferido en las escuelas, y motivó, por lo tanto, una gran bibliografía (cfr., p. ej., sobre plagios, § 18); Asconio escribió ya una obra especial contra sus detractores. Nos dan a conocer la erudición de Higinio, Probo y de los numerosos comentadores posteriores a Virgilio, especialmente los escolios de Servio (siglo V) y, en parte, también las Saturnalia, de Macrobio, obra comparable al Banquete, de Ateneo (§ 31), en la que el interés principal corresponde a Virgilio. Bien se ve ahora cómo pasó sin más ni más a los autores romanos la práctica de los comentaristas griegos: poseemos de Virgilio exactamente las mismas clases de escolios que sobre Homero. Así como Homero hubo de poseer, según los estoicos y después los neoplatónicos, un profundo conocimiento de todas las ciencias, así también Virgilio, en cuyas tan ¡nocentes manifestaciones se encuentran ahora alusiones a todos los posibles dogmas filosóficos y religiosos. Al parecer, ya el teólogo Cornelio Labeón (antes del 300 de J. C.) usó a Virgilio para defensa de proposiciones neoplatónicas, y Mario Victorino (hacia 350) confirma esta sabiduría en un comentario a Virgilio; la consecuencia fue que Virgilio fue convertido en taumaturgo, y la leyenda hizo de él un gran brujo. (Poseemos un comentario neoplatónico de Macrobio al Somnium Scipionis, de Cicerón, que mezcla el misticismo posidoniano del escrito de Cicerón con las abstrusas ideas del neoplatónico Porfirio). Tema importante fue también defender al poeta contra sus detractores; por eso, los escolios aparecen llenos de notas apologéticas, que, con frecuencia, en el aparente error pretenden comprobar una escondida delicadeza. Se ha perdido un comentario, principalmente mitológico, de las

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Metamorfosis, de Ovidio, pero fue utilizado en los escolios de Virgilio. Por lo demás, fueron comentados, naturalmente, también autores escolares, y tales comentarios nos han llegado la mayoría retocados: así, el de Donato a Terencio y el de Porfirio (hacia 300) a Horacio. Sobresale entre todos el comentario histórico de Q. Asconio Pediano a los discursos de Cicerón, compuesto entre 54 y 57, del que nos ha llegado una parte; su modelo fue el comentario de Demóstenes por Dídimo (§ 30), que, en lo que toca al estudio personal de las fuentes, fue superado por Asconio; incluso los Acta (periódicos romanos), que fueron muy escasamente aprovechados en los demás autores, fueron examinados.

§ 37. Probo, Gelio, Higinio. Entre los gramáticos especialmente exegetas ocupa lugar principal M. Valerio Probo, de Beirut (época de Nerón). Reunió manuscritos de poetas y preparó ediciones con signos críticos según el modelo alejandrino (§ 16); nos consta de las de Terencio, Lucrecio, Virgilio, Horacio y Persio. Escribió también comentarios, según lo prueban grandes fragmentos de explicaciones de las églogas y geórgicas de Virgilio, que revelan una gran erudición; pero no es indudable su autenticidad. Por lo demás se tenían de él solamente monografías y observaciones varias sobre la lengua antigua.

Poseemos una rica colección de observaciones de dicho género en los 20 libros de las Noches áticas, de Aulo Gelio (hacia 160 de J. C.), fastidioso modelo de las misceláneas filológicas. Durante una larga permanencia en Atenas extractó un gran número de autores antiguos y modernos, principalmente con un criterio lingüístico; considera mucho la literatura arcaica, pues Gelio cae de

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lleno en la tendencia iniciada en la época de Adriano a preferirla. Pero no es un simple gramático, sino también filólogo en el sentido antiguo, e. e., le interesan toda clase de curiosidades, por lo cual su libro es testimonio de la incapacidad, entonces cada vez mayor, de elaborar grandes colecciones según un punto de vista decisivo; esto aparece también ya en una fuente principal de la obra, la colosal compilación del filósofo Favorino, el cual influyó también personalmente en Gelio.

C. Julio Higinio, el liberto de Augusto, más que filólogo, fue todavía alumno de la escuela confusionista de Alejandro Polihistor, de cuya Polymathía tomó algo (§ 28); fue el primer prefecto de la biblioteca palatina. La mayoría de sus obras tratan de las antigüedades y religión itálicas; compuso también un comentario a una oscura poesía de Helvio Cinna, con el mismo criterio con que Teón hiciera el comentario de Licofronte (§ 20); también escribió un libro sobre Virgilio, cuyos defectos en la Eneida, pretendió explicar por no haber terminado éste por completo su obra, además de hablar de otras cosas.

§ 38. Suetonio. Cultivó con igual interés las cuestiones gramaticales y arqueológicas C. Suetonio Tranquilo, que vivió principalmente en la época de Adriano. Escribió las biografías de los doce primeros Césares y una obra literario biográfica sobre los hombres ¡lustres de Roma, de la que poseemos la parte consagrada a los gramáticos y oradores y las vidas de algunos poetas aislados, por donde vemos cómo sigue las tradiciones de la biografía peripatética (§ 5), admitiendo, por desgracia, hasta sus cuentos de costumbre. A la literatura concierne también su historia de las representaciones escénicas romanas, compañera

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de la historia del teatro de Juba; además, una obra sobre los signos de los alejandrinos y de Probo, cuyos restos son muy de estimar; más él no tiene interés alguno por la crítica textual y la exégesis. Principalmente arqueológica era su gran compilación Pratum. Sentía especial predilección por la glosografía y escribió en griego, por ejemplo, sobre los juegos de los niños y sobre los apodos (imitando en esto, como en su libro sobre las hetairas célebres, a Aristófanes) (§ 10), en latín sobre los nombres de los vestidos y de las enfermedades. Sus trabajos fueron muy aprovechados y constituyeron en parte la obra de Varrón.

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II. La Edad Media

§ 39. Retroceso de la cultura. Cuanto más se perdía la aptitud para la investigación científica, tanto más descendía el interés por los estudios y el estado de la cultura general. Así como en filosofía se admitía a ciegas cuanto llevaba el nombre de Platón y de Orfeo, bastando que estos “hombres divinos” hubiesen enseñado (o se les atribuyese) lo que se quería saber, para otorgarles fe ciega, de igual valor que la merecida por una indudable revelación, así también los oradores creían ciegamente en Demóstenes, Aristides y Hermógenes, los gramáticos en Dionisio Tracio, Herodiano o Donato: en todos los ramos del saber eran veneradas ciertas autoridades, ya consagradas, contra las cuales a nadie se le ocurrió ya levantarse. También influyó la profunda decadencia material del siglo IV, que alcanzó horrendas proporciones: las bibliotecas habían quedado ya entonces muy retrasadas, los hombres cultos de Occidente cada vez conocían menos el griego, sólo florecían las escuelas de los retóricos. Hubo de añadirse a esto el poder del Cristianismo, que fundamentalmente era enemigo de la cultura pagana, y que sólo había querido valerse de ésta para luchar con la filosofía y religión paganas, para ganarse a las personas cultas; cuando llegó el triunfo, comenzaron a suscitarse muchas dudas sobre si el conocimiento de la literatura y retórica paganas serían también agradables a Dios; así,

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un hombre incluso sabio para su tiempo, como San Jerónimo, soñó que era condenado por ser más ciceroniano que cristiano. San Agustín, cuya excelente formación retórica se trasluce en todos sus escritos, era, sin embargo, dado a manifestar el más profundo desprecio por la actividad que anteriormente desplegara como maestro de retórica. Las primitivas versiones latinas de la Biblia denuncian que son debidas, dado su latín tan poco literario, a personas que no habían pasado por las escuelas de los gramáticos; por primera vez eran aquí despreciadas las leyes que hasta entonces habían presidido toda producción literaria y no se tenía en cuenta para nada el cuidado y perfección del estilo. Cuando San Jerónimo estableció en la Vulgata un texto definitivo, solamente se decidió a suprimir de aquellas antiguas versiones los más groseros errores contra la lengua escrita, a pesar de que su torpe estilo le repugnaba hasta lo más profundo. Muchos escritos cristianos, por ejemplo, la célebre relación de una peregrinación a Tierra Santa (siglo V?), de Eteria, parecen ya semirrománicos; aun le supera en descuidos y defectos el latín de los escritos de Gregorio de Tours (siglo VI), que no domina ya ni siquiera la antigua morfología. En el decurso de la Edad Media, cuanto más importancia adquiere el criterio eclesiástico-monástico, tanto más descuidadas y desterradas aparecen las varias manifestaciones de la cultura meramente humana; y quienes admitían las artes, esto es, los conocimientos particulares (cfr. § 28), en cuanto que les pudieran servir para defensa de la fe contra paganos y herejes, sin embargo, se mostraban enemigos de los autores paganos. “¿De qué nos sirven, se decía, las sutilezas de

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los gramáticos ¿Qué nos ayudan con su filosofía Sócrates, Platón, Pitágoras y Aristóteles? ¿Qué obtiene el lector de la obra de poetas impíos, Homero, Virgilio y Menandro? ¿Qué utilidad pueden traer al Cristianismo Salustio, Heródoto y Livio con sus historias paganas? ¿Acaso admite comparación con la inmaculada doctrina de Cristo la retórica de Lisias, Graco, Demóstenes y Tulio? ¿Puede satisfacer de algún modo nuestras necesidades la diligencia de Flaco, Solino, Varrón, Democrito, Plauto y Cicerón?”. Y, sin embargo, el monje que así escribe se precia precisamente, se ve claro, de mostrar el conocimiento de los nombres de autores antiguos. “Los eclesiásticos --se decía una vez en el siglo X— no quieren tener como maestros a Virgilio ni a Terencio ni al resto del rebaño de filósofos, porque también San Pedro, sin saber nada de tales cosas, llegó a ser el portero del Cielo; Dios ha escogido no a los oradores ni a los filósofos, sino a los rústicos e ignorantes”. Quienes, a pesar de esto, estudiaban al maligno Virgilio, a quien Odón de Cluny compara con una hermosa vasija llena de asquerosas serpientes, tenían sueños parecidos a los de San Jerónimo, o caían en malos vicios, a pesar de que este poeta no contiene el más mínimo virus en lo moral; hasta los mismos ejemplos, tomados de Cicerón y de Virgilio, para las gramáticas escolares, eran motivo de escándalo para algunos. Un monje que no quiso despojarse de sus aficiones clasicistas intentó demostrar que Cicerón y Virgilio habían sido sacados por Jesucristo en su descenso a los infiernos y colocados entre los bienaventurados; otros preferían, en vez de Virgilio, al poeta cristiano Prudencio. En Oriente, donde la tradición

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antigua se vio menos interrumpida, sin embargo, también algunas veces se escucharon tales opiniones.

§ 40. La conservación de los textos antiguos.Si, a pesar de todo esto, fue un hecho la costumbre de copiar unos cuantos autores paganos, era porque, de una parte, de la belleza del estilo clásico se había conservado un oculto sentimiento a pesar de todo, y se buscaba en los clásicos el modelo para los propios escritos; de otra parte, se quería traer su arte al servicio de la Iglesia; por ejemplo, Rosvita compuso comedias cristianas imitando el estilo de Terencio. También lo relativamente poco que se recibió de Platón y Aristóteles debía servir para apoyar la fe y aclarar por medio de la lógica cuestiones dogmáticas puestas en tela de juicio; pero aun estos nombres preclaros no quedaron exentos de ataques violentos, ya que hubo algunas épocas en que llegó hasta ser prohibido el estudio de la física y metafísica aristotélicas en Occidente. Todo esto explica las razones que influyeron en la selección de lo conservado y la forma en que nos ha llegado; depende casi exclusivamente de las aficiones de la Edad Media, que no siempre coincidieron con las nuestras. Así se explica que, entre los escritos de Cicerón, el De inventione sea relativamente el más fielmente transcrito, porque se juzgaba necesario su uso, junto con la Retórica a Herenio, para la instrucción de la oratoria; así se explica también por qué poseemos a Valerio Máximo, pero, en cambio, carecemos de las Historias, de Salustio; por qué existen tan sólo insignificantes fragmentos de la literatura alejandrina, mientras subsistieron muy completos Libanio y los comentarios a Platón y Aristóteles, y no hablemos de la óptima conservación en

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que se hallan casi siempre las composiciones eclesiásticas, sin exceptuar las más hueras homilías y refutaciones de herejías.

§ 41. El griego y el latín. El antagonismo secular entre el Oriente griego y el Occidente latino, que no obtuvo sino su expresión política cuando se llevó a efecto la división del Imperio en 395, iba en continuo aumento durante esta época. El latín nunca fue muy comprendido en Oriente, y se olvidó del todo desde que en 535 los decretos imperiales se publicaron en idioma griego; la traducción latina de las Novellae justinianeas (redactada en Bizancio dentro del siglo VI con el nombre de Authenticum) demuestra lamentable ignorancia. Un erudito como Máximo Planudes (hacia 1300), que tradujo al griego toda una serie de clásicos latinos (por ejemplo, Somnium, de Cicerón; Bellum Gallicum, de César; las Metamorfosis y Heroidas, de Ovidio), nos resulta un mirlo blanco. Tampoco era mucho mayor la afición por el estudio del griego en Occidente; su cuidado quedó como patrimonio casi exclusivo de los monjes irlandeses, cuyos monasterios (especialmente Bobbio, en la Italia septentrional, y St. Gall) fueron generalmente refugios de una ilustración relativa aun durante los siglos de mayor incultura; en Canterbury había entre 668 y 690 un arzobispo griego, Teodoro de Tarso, y las escuelas griegas por él fundadas florecieron, según parece, hasta principios del siglo X. A consecuencia de los disturbios iconoclastas durante los siglos VIII y IX, algunos monjes griegos viéronse precisados a huir a Italia, y en Alemania las relaciones diplomáticas y dinásticas con la corte de Bizancio despertaron, siquiera efímeramente, interés por la cultura griega. Pero, en líneas generales, se considera

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como cosa excepcional, en Occidente, que una persona comprenda palabras sueltas en griego y sepa trazar las letras del alfabeto griego, casi únicas cosas que era posible aprender en los muy deficientes manuales de aquella época. William de Moerbeke, arzobispo de Corinto (1277-1281), que vertió textualmente, no sin errores, gran número de escritos de materia filosófica y médica al latín, puede considerarse ya completamente como precursor del Renacimiento; sin embargo, la Escolástica conoció a Aristóteles exclusivamente por traducciones latinas, en parte tomadas de las árabes, y Platón sólo era conocido por la traducción que Calcidio hizo del Tímeo.

§ 42. Los bizantinos. Es costumbre, en la historia del Oriente, empezar a contar la época bizantina desde el año 529, fecha de la clausura de la academia neoplatónica en Atenas, ordenada por Justiniano. Y no sin una cierta razón, pues ésta había sido un centro de la última resistencia contra el Cristianismo, y desde este punto de vista también había cultivado la literatura pagana, con todos los medios a su alcance; recuérdese que la Crestomatía del neoplatónico Proclo (410-485) representa un tratado de poética e historia literaria muy apreciable para su tiempo (§ 30). Sin embargo, esta época no encierra, ni con mucho, una decadencia de los estudios tan grande como la que supone el período de las luchas iconoclastas durante el siglo VIII; por eso, el período de mayor decaimiento de la cultura bizantina corresponde poco más o menos al siglo y medio que hay desde la coronación de León el Isáurico (717) hasta la fundación de la Universidad de Constantinopla (863), hecho que inicia el llamado renacimiento bizantino. Su

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principal representante es Focio, patriarca de Constantinopla desde 857 y muerto en 891; mientras los léxicos (§§ 23 y 33), en parte compuestos y en parte sugeridos por él, no hacen sino continuar las tradiciones de los tiempos imperiales, en su Biblioteca se ve el deseo de salvar de la literatura clásica cuanto aun podía salvarse; son 280 “códices” en los que da extractos de variada literatura en prosa y críticas especialmente de índole estilística, a los cuales debemos, además de otras cosas, en primer término, nuestro conocimiento de Hecateo, de Ctesias y Teopompo. Participaba de sus mismas ¡deas Aretas, y murió alrededor de 939 como arzobispo de Cesárea; a sus esfuerzos debemos la conservación entera o parcial de Platón, Euclides, Dion de Prusa, Luciano, Aristides, Pausanias, Filóstrato y de los apologetas griegos. Pronto empiezan las formidables obras de extractos hechos por Constantino Porfirogeneta (emperador de 912 a 959), siendo la más importante la gran enciclopedia histórica en 53 libros, seis de los cuales se conservan con fragmentos de inestimable valor, principalmente de Polibio, Diodoro, Dionisio de Halicarnaso y Dion Casio. Otra enciclopedia agrícola (la llamada Geopónica) se debe a Casiano Baso (?), estimulado por el mismo emperador, quien probablemente animó también a Constantino Cefalas a compilar su antología de epigramas griegos, que continúa siendo una importante fuente para el conocimiento de la poesía helenística. Corresponde también a este siglo el gran léxico de Suidas, que, a más de escolios sobre voces, contiene artículos biográficos; mientras aquéllos seguramente están integrados por un material idéntico al de los demás léxicos conservados

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(por ejemplo, escolios, el léxico de Harpocración, etc.), para éstos se valió de la lista de hombres célebres en la literatura, reunida por Hesiquio de Mileto (siglo VI), y así, junto con muchas noticias faltas de valor --pues Hesiquio utilizó sin crítica autores que ya no habían hecho uso de ella--, conservó también muy interesantes notas. En el siglo XI floreció Miguel Pselos, que especialmente manifiesta un vivo interés por la filosofía neoplatónica, colocando a Platón más alto que a Aristóteles; en el siglo XII tenemos a Eustaquio, que emplea para sus voluminosos comentarios a Homero y Píndaro también algunas fuentes actualmente desconocidas, y a Juan Tzetzes, charlatán, pero diligente trabajador. Todos ellos son gentes que pasarían inadvertidas totalmente en una época más fecunda de ingenios, pero que hemos creído oportuno mencionar sólo brevemente porque el filólogo los encontrará citados con frecuencia.

De estos siglos datan también los manuscritos más importantes que nos han llegado de antiguos autores; todos están hechos con cuidado, es decir, son ejemplares que, después de copiados, han sido colacionados con el original.

Estos estudios van ganando en intensidad a medida que queda mermado el poder político del Imperio bizantino y terminan por desembocar en el humanismo italiano. No obstante, no le dieron los griegos un impulso definitivo; como no tenían necesidad de descubrir la Antigüedad de nuevo, tampoco tuvieron entusiasmo, por lo que con razón censuran los italianos el carácter tibio e insensible de los bizantinos; éstos, en verdad, copiaron manuscritos en Italia y dieron instrucción primaria, pero

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no estaban preparados para dar a los estudios griegos la importancia que ellos merecían.

§ 43. Los estudios en Occidente. También en Occidente los últimos defensores del paganismo se afanaron en salvar los autores clásicos; por ejemplo, los senadores más linajudos y opulentos, los Símacos y Nicómacos, muestran interés por la corrección del texto de Livio. Cuando estas figuras se convertían al Cristianismo, al menos por conveniencia, continuaban, lo creían precepto de honor, mostrando interés por la literatura pagana; así, incluso el emperador Teodosio II actuó de copista. Pero cuando las escuelas galas, por entonces las de mayor florecimiento, yacían desiertas después de las invasiones bárbaras, empieza también en Occidente el crepúsculo de varios siglos sombríos, a los que pertenece el gramático Virgilio Marón, ignorante excepcionalmente atrevido; es la época en que el conocimiento de los antiguos modelos de estilo queda reducido a su mínima expresión. Un resurgimiento desde este estado de decadencia de produjo gracias a los intentos de Carlomagno de introducir una enseñanza clásica, siendo secundado especialmente por Alcuino de York y Paulo Diácono, que escribió el epítome de Festo (§ 36); en realidad, esta reforma tenía también por objeto casi exclusivo difundir mayor cultura entre los eclesiásticos, y su interés por la literatura pagana debió ser puramente formal. Por eso, el monasterio de York sólo guardaba a Virgilio, Estado y Lucano como únicos poetas paganos, y el monasterio de Reichenau, en el año 822, sólo a Virgilio en un inventario de 450 libros. La meta y finalidad de la enseñanza era la interpretación alegórica de la Sagrada Escritura; no obstante, muchos

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discípulos lograron versificar hexámetros correctos, y las poesías de la época carolingia muestran familiaridad no sólo con Virgilio, Horacio y Lucano, sino aun con Juvenal, Lucrecio, Marcial, Ovidio, Persio y Estado. Eginhardo llegó a relatar la vida de Carlomagno siguiendo la disposición de Suetonio y empleando el estilo de Cicerón. Los monasterios estimaron en mucho poseer una biblioteca; monjes especializados en copiar manuscritos llenan sus armarios, reproduciendo aún los autores paganos más en boga. Como centros principales de estudios de la Antigüedad durante la Edad Media merecen citarse Fulda, Hersfeld, Corvery (donde floreció en el siglo XII un buen humanista, el abad Wibaldo), Reichenau y Freising en Alemania; Chartres, Orleans y Tours en Francia; pero, naturalmente, no hay que pensar en un progreso de la ciencia filológica, y humanistas entusiastas, como Servato Lupo, abad de Ferriéres (842 a 862), son excepciones. Termina esta época con el predominio de la Escolástica, que maneja oscuros recuerdos de la sabiduría platónica y aristotélica con un método de sutilezas lógicas cuyo exclusivo provecho queda reservado a la defensa del dogma. Su producción todavía más interesante, desde el punto de vista filológico, es el Doctrinal, de Alejandro de Villa Dei, publicado en 1209, gramática latina en hexámetros que trata sobre todo de la morfología y sintaxis, y que con frecuencia suplantó a Donato; esta obra rompe por completo toda relación con los autores de la Antigüedad y apenas sigue la gramática clásica, estando, en cambio, saturada de agudezas dialécticas y estériles sofisterías. El fruto de esta enseñanza es el latín escolástico, parodiado de una manera tan exquisita en las Epistulae

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virorum obscurorum (§ 51); las poesías graciosas, imitando el latín de Virgilio y otros autores, que abundaron desde la época carolingia (por ejemplo, merece citarse Walafrido de Reichenau, entre 808 y 849), escasean cada vez más durante los siglos XII y XIII, lo que no tiene nada de particular en vista de la opinión de que un buen gramático había de ser un mal teólogo.

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Armauirumque
Armauirumque
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III. Los tiempos modernos

C a p ítu lo I

El Humanismo

§ 44. El origen del Humanismo. En el magno movimiento intelectual que caracteriza el tránsito de la Edad Media a los tiempos modernos y que acostumbramos llamar “Renacimiento” , la Antigüedad no es el único móvil, pero sí el más importante, sin el cual la emancipación de ¡deas de los conceptos imperantes en los tiempos medios, se hubiera efectuado más despacio y de modo especialmente distinto. Así, también la palabra Humanismo no significa una fase de la ciencia filológica, sino un ideal de la cultura del hombre, en sentido parecido a como Cicerón había empleado la voz humanitas; mas, puesto que este ideal fue alcanzado en la Antigüedad y sólo podía reanudarse por el detenido estudio del pasado, el Humanismo de entusiastas condujo pronto al de los estudiosos, y de éste nació la renovación de la ciencia filológica. El Humanismo no aspiró a un conocimiento científico de la Antigüedad, sino que se conformó con la restauración, especialmente de la elocuencia clásica, que se tenía casi por la única, en todo caso por la mayor realización de la Antigüedad; el

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Humanismo se colocó frente al mundo antiguo no con un interés objetivo, sino más bien con un entusiasmo sin reserva, cuyo reverso fue la oposición a la Escolástica. Mientras ésta se había petrificado tanto en su forma externa como en su tenor doctrinal, los autores clásicos, a más de ser maestros de estilo acabado, ofrecían un rico mundo de ¡deas profundas y, como representantes de una moral libre e independiente, resultaroncompletamente distintos de los pesados preceptos escolásticos; mientras la intelectualidad medieval estaba encadenada sin que se le permitiera un libredesenvolvimiento de la individualidad, los antiguos autores presentaban a los hombres y héroes con una personalidad imponente y conscientes de su valor propio, dándose sin miramientos a su ambición y ansia de gloria, es decir, a las pasiones predominantes durante elRenacimiento. Y como en Italia hasta las condicionespolíticas y sociales tendían necesariamente a la emancipación del individuo, no es de extrañar que fuera aquí donde la Antigüedad encontró el terreno abonado para cumplir su alta misión de cooperar en un primer plano a la génesis del espíritu moderno.

En efecto, el Humanismo es un fenómeno particularmente italiano, sustentado, en primer término, por el orgulloso convencimiento de los italianos de ser los descendientes en línea recta de los antiguos romanos y herederos legítimos de su grandeza; sólo después que el Humanismo se había desarrollado independientemente durante bastante tiempo, traspasó las fronteras de Italia, pero sin que, emigrado de los países limítrofes, lograra jamás conservarse allí con la misma pureza que en su país de origen. El Humanismo tiene su explicación en el

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carácter del pueblo italiano y en las circunstancias de Italia, con su cultura muy descentralizada: una serie de pequeños Estados y Municipios intentaron obtener equilibrio y riquezas en continuas guerras exteriores y luchas intestinas, y solían lograr su verdadero bienestar, sobre todo, cuando un especulador avispado o un condottiero brutal se encargaba de su gobierno. Estas luchas despertaron los espíritus; los ciudadanos ya no se conformaban con desempeñar el papel de pueblo sumiso, sino que se encontraron dispuestos a participar en la cultura espiritual una vez que las clases directoras centralizaron y remuneraron el trabajo intelectual. Así es cómo el Humanismo halló en los príncipes mecenas y protectores natos, destacándose los Médicis en Florencia, en primer lugar Cosme (1389-1469) y Lorenzo el Magnífico (1449-1492); pero también los Papas, los Visconti y Sforza en Milán, los Malatesta en Rímini, los Este en Ferrara, los Montefeltro en Urbino y los reyes de Nápoles ofrecieron al Humanismo un asilo, buscando entre sus representantes a los poetas de Corte, a los secretarios y preceptores; la competencia entre las diversas cortes proporcionó a estos hombres modernos una libertad de movimientos muchas veces rayana en la internacionalidad. Todo el Humanismo está saturado de espíritu animoso contra la Iglesia y la Escolástica, de cuyas preocupaciones, sin embargo, aun no sabía librarse del todo; en 1493 Savonarola predicó: “Ve a Roma y pasa revista a toda la cristiandad: en la casa de los altos prelados y señorones sólo se preocupan de poesía y retórica. Mira y verás: los hallarás con libros humanistas entre las manos, como si fuera posible alimentar las almas con Virgilio, Horacio y Cicerón”.

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Algunos humanistas pagaron con su vida la oposición a la Iglesia, como el francés Dolet, que fue quemado en 1546 en París. Muchos notables humanistas franceses fueron hugonotes (§ 55), y también en Alemania la influencia del Humanismo ganó mucho terreno con la aparición de la Reforma (§ 53).

Desde luego, en estas luchas no faltaron rasgos innobles, y los humanistas individualmente incurrieron con frecuencia en faltas y debilidades; pero el movimiento, considerado en su conjunto, resultó de la mayor importancia para la cultura mundial, a pesar de las exageraciones y aberraciones, efecto siempre de todas las grandes revoluciones.

§ 45. Petrarca. Como todas las orientaciones intelectuales, el Humanismo no fue creado ex profeso, sino que es efecto de las corrientes enemigas de la Escolástica; de un modo parecido, el renacimiento artístico tiene sus precedentes en los edificios toscanos de los siglos XII y XIII, en las esculturas de la escuela de Pisa y en los frescos de Giotto. Mas si se desea señalar una figura que pueda encabezar el Humanismo, nadie tiene tanto derecho a ello como Francesco Petrarca (1304-1374), que vivió en el sur de Francia y en la Italia septentrional, y cuyos grandes viajes lo llevaron hasta París, Flandes y Colonia. Petrarca no es erudito, sino poeta; no es investigador, sino aficionado; es el primer hombre moderno, penetrado por el menosprecio de la ciencia medieval, que atacó muy francamente en todas sus manifestaciones; él vituperó al mismo Aristóteles, porque sus obras formaron la base de la lógica escolástica, para elogiar a Platón, de cuya grandeza él apenas si había percibido una exhalación. Es

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especialmente característico en él su fácil estilo epistolar, que por primera vez desde Cicerón volvió a reflejar los pensamientos y sentimientos de un hombre extraordinario, de acuerdo con el requerimiento de carácter completamente moderno, establecido por él, de que cada uno debe escribir en su propio estilo. Se extasía con la armonía de los períodos de Cicerón y los versos de Virgilio, es decir, adopta de nuevo la actitud habitual del oyente o lector antiguo para con los autores clásicos, olvidada casi por completo durante la Edad Media; él llamó a Cicerón “mi padre”, a Virgilio “mi hermano”, y les dirigió cartas para entrar en una verdadera intimidad con ellos. En sus viajes anduvo en busca de manuscritos y halló en Lieja otros dos discursos de Cicerón, uno de ellos el Pro Archia; más tarde descubrió las cartas a Ático, a Quinto y a Bruto. Cada uno de estos hallazgos excitó el entusiasmo, faltando tiempo a sus contemporáneos para procurarse copias de los nuevos textos; cuando, posteriormente, fue encontrada completa la obra de Quintiliano (§ 46), un célebre humanista exclamó: “ ¡Oh ganancia enorme, oh alegría no soñada: por fin mis ojos te contemplarán, oh Marco Fabio, entero e intacto!” . Tan profundamente había arraigado el convencimiento de que cada autor resucitado significaba no sólo un aumento de los conocimientos, sino hasta un enriquecimiento de la vida. Petrarca leyó también a Catulo y Propecio, conociendo 29 libros de Livio, mientras que Dante sólo había leído 4; su biblioteca fue la primera que mereció la calificación de humanística. En cambio, su relación con los autores griegos no pasó de una ficción; como Cicerón y otros hablaban tanto de los griegos y de su superioridad, nació

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el deseo de adquirirlos y comprenderlos; pero el conocimiento del griego se había extinguido en el Occidente (§ 41): tan sólo era hablado en Italia por los monjes basilianos de Sicilia y Calabria, y en determinados distritos de estas provincias también por la población. Como Petrarca apenas tuvo ocasión de aprender el griego, la posesión de Homero y de algunos diálogos de Platón fue para él un tesoro enterrado; por eso mandó hacer, pagándola él, la primera traducción latina de Homero. En general, durante los primeros siglos del Humanismo predominó el estudio del latín, sobre todo de los poetas, sencillamente porque los italianos se sentían herederos de las glorias romanas. También Petrarca demostró gran entusiasmo por los monumentos antiguos, pero no pasó de ahí; la despoblación de Roma, entonces abandonada por los Papas, le llenó de melancolía, y simpatizó vivamente con los proyectos fantásticos de Cola di Rienzi para la restauración de la Roma antigua; asimismo coleccionó monedas romanas, y al regalarlas al emperador Carlos IV se figuró proporcionarle una especial satisfacción.

§ 46. El hallazgo de manuscritos. Valla. Los estímulos de Petrarca dieron fruto especialmente en Florencia, que se constituyó entonces en centro del movimiento humanista. Aquí floreció su discípulo Bocaccio (m. en 1375), que inició los estudios eruditos y reunió noticias de los autores antiguos en obras históricas, geográficas y mitológicas. Las colecciones de manuscritos prosiguieron como en Petrarca, y Coluccio Salutato, canciller de Florencia (m. en 1406), fue el primero que leyó las cartas de Cicerón a sus amigos, constituyéndose, al igual que la colección anterior, en

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modelo predilecto para los ensayos de correspondencia literaria, cada vez más cultivada No tardaron en prosperar profesores humanistas que, en general, llevaban una vida errante, enseñando retórica y elocuencia, unas veces en las Universidades, otras particularmente y haciendo prosélitos contra el sistema escolástico. Para estos estudios fue de importancia que en 1422 se hallara un viejo manuscrito que por primera vez dió a conocer el Brutus, de Cicerón, y llenó las lagunas en el texto del Oratory del diálogo De oratore. El humanista generalmente era poeta, escritor y maestro de elocuencia en primer término; una estela de este concepto perduró hasta en nuestros tiempos; era el humanista el predestinado para embajador, el orador indicado para la recepción de monarcas, investidura de magistrados, en ocasión de fechas conmemorativas, discursos fúnebres, etc., al igual que su prototipo, el antiguo sofista; por estos motivos se introdujo una retórica hueca y grandilocuente, que coincidió con la de la época imperial romana en muchos puntos, incluso en las declamaciones. De esta suerte, el Humanismo fue padrino en el desarrollo de las literaturas modernas; no hay que perder de vista cuán grande era el influjo de las muy numerosas traducciones del griego o latín durante la formación del estilo moderno; epístolas y epigramas, églogas y elegías eran formas predilectas de la poesía en el Renacimiento.

Se descubrieron otros textos antiguos, en especial a raíz del Concilio de Constanza (1414-1418), gracias a la actividad y la habilidad de Poggio Bracciolini (1380 a 1459), florentino de nacimiento y secretario del Papa Nicolás V, que era también un ferviente humanista.

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Desde Constanza emprendió viajes a Inglaterra y los monasterios alemanes, aportando muy interesantes originales: llevó a Italia a Quintiliano completo, Valerio Flaco, Asconio, las Silvas de Estado, Manilio, Silio y discursos desconocidos de Cicerón. Por sus epístolas de animado estilo, sus picantes donaires, la violencia y vanidad con que se distinguió en sus litigios con Valla y otros, nos da un buen ejemplo del nuevo espíritu que iba extendiéndose con el Humanismo La busca de manuscritos continuó con éxito: el Mediceus I, que contenía los Anales l-VI de Tácito y cartas de Plinio, fue hallado en Corvery; el Mediceus II, con el resto de los Anales de Tácito y sus Historias, probablemente fue sustraído de Montecasino; de Alemania vinieron un manuscrito con los escritos menores de Tácito (Diálogo y Germania) y De viris illustribus, de Suetonio, y el Ursiniano, con 16 comedias de Plauto; apareció el De Aquis Urbis Romae, de Frontino, en Montecasino. Se hicieron copias en gran cantidad, e inmediatamente se intentó corregir los textos por medio de colaciones, cuando era posible, con un segundo manuscrito; la pretensión era las más veces sin ningún concepto de la fidelidad a la tradición, construir un texto fácilmente legible, y, como sabían escribir y versificar en latín con soltura, las correcciones, en general, están muy bien hechas. Estos manuscritos de los Itali han sido un lazo para muchos filólogos posteriores, como lo demuestra el ejemplo de lo sucedido con Propercio.

Se comenzó a buscar las tumbas y estatuas de los hombres ¡lustres de la Antigüedad y no dudaban en haberlas encontrado. En Nápoles encontraron el sepulcro de Virgilio, y cuando en 1413 se descubrió un sarcófago

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de plomo con restos humanos, se tuvo el convencimiento de haber dado con la sepultura de Livio; naturalmente, un busto se interpretó como retrato auténtico del historiador, y una inscripción con el nombre de T. Livio se relacionó con este personaje.

Un evidente progreso representa en el terreno científico Lorenzo Valla (1407-1457), cuya pretensión ya no era ser poeta, sino erudito; sabía griego y atacó la Escolástica, no sólo con gran tesón, sino también metódicamente. Sus Elegantiarum latinae linguae, impresas hasta en tiempos muy posteriores, tienen cuidado de apuntar a los escritores y gramáticos clásicos como ejemplos del bien decir, en contra del latín de los escolásticos; sin darse cuenta de ello, Valla empezó así el camino que debía conducir al ciceronismo extremado. Con temerario valor comprobó que la donación constantiniana era una falsificación, y este trabajo es el primer ensayo de crítica histórica; asimismo se puso enfrente de la credulidad autoritativa con la que la Escolástica admiró a Aristóteles. Es más: Valla intentó incluso poner mano a la Vulgata, la traducción de la Biblia hecha por San Jerónimo y considerada como inviolable, pues cayó en la tentación de corregirla en vista del original griego, procedimiento que motivó extraordinaria irritación entre los teólogos. Su escrito Sobre el placer es el primer intento de escribir sobre filosofía, no siguiendo a los prohombres de la Escolástica, sino guiado por el método que Cicerón empleara; la posibilidad de mirar fuera del horizonte de este clásico no se le ocurrió apenas a ningún humanista de aquella época; por esta razón, los fundamentos de la

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filosofía moderna no pueden buscarse cimentados en estos círculos, sino fuera de ellos.

§ 47. Los estudios griegos. En lo que toca al idioma griego, el anhelo de su posesión fue, por ahora, mayor que los medios de satisfacerlo. El primer encargado de la enseñanza del griego fue Manuel Crisoloras, de Constantinopla, que en 1397 empezó a dar clases en Florencia. Pronto le siguieron otros, entre los cuales mencionamos a Teodoro Gaza (m. hacia 1475), autor de una gramática escolar bastante vulgarizada. Ellos vertieron los autores griegos al latín, en primer lugar Platón y Aristóteles; el público estaba ávido por conocer el verdadero texto original de estos autores. Comenzaron los italianos a trasladarse a Oriente, regresando con buenos conocimientos del griego y, no pocas veces, también con manuscritos. Merecen citarse en este aspecto Francisco Filelfo, que vivió desde 1420 a 1427 en Constantinopla, uno de los humanistas más engreídos y polémicos; luego Juan Aurispa, que en 1423 trajo 238 códices a Italia, entre ellos el célebre manuscrito florentino de Esquilo, Sófocles y Apolonio. Estas adquisiciones dieron origen a la fundación de las grandes bibliotecas humanistas; Cosme de Médicis empezó la Marciana y Laurentiana, en Florencia; Nicolás V, la Vaticana, en Roma, que tenía ya entonces 5000 tomos; el cardenal Besarión, griego y discípulo de Pletón, legó en su testamento sus 900 manuscritos a la república de Venecia, fundando de esta forma la biblioteca de San Marcos; Federico Montefeltro gastó más de 30 000 ducados para la biblioteca de Urbino (actualmente en la Vaticana). En Francia, Francisco I empezó a reunir una biblioteca humanista

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hacia 1529 en Fontainebleau. Pero pocos supieron leer el griego de corrido, por lo que las traducciones continuaban siendo una necesidad aun para sabios; algunos las prefirieron al original, porque éste no les parecía bastante elegante, es decir “ciceroniano”; tan poca comprensión se tenía de las peculiaridades del estilo griego. Valla a Tucídides, Filelfo a Jenofonte, Leonardo Bruni (Aretino) a Demóstenes, Platón y Aristóteles, según un dicho en que se ve representado el sentir de la época, “obsequiaron con la latinidad”.

§ 48. La academia platónica. Los fugitivos. Importancia singular adquirió Jorge Gemisto Pletón, que hacia el fin de su vida llegó a Italia para asistir al Concilio unionista celebrado en Ferrara en 1438; personaje algo monacal, era el representante del platonismo místico, que no se remonta al mismo Platón, sino a la fase más reciente del neoplatonismo, caracterizada por el nombre de Proclo. Cosme de Médicis, al fundar la academia platónica en Florencia, siguió las ¡deas de Pletón; jefe de la academia fue Marsilio Ficino (1433-1499), que tradujo excelentemente a Platón y a los neoplatónicos más importantes; estaba convencido, lo mismo que Pletón, de que la verdadera filosofía platónica se comprendió tan sólo a partir de Plotino, sosteniendo que en los escritos de Hermes Trismegisto se contenía una revelación excepcionalmente valiosa que corresponde a Platón a través de Aglaofamo, Pitágoras y Filolao. Esta teoría tomó un matiz aun más místico desde que el simpático y muy admirado conde Pico de la Mirándola (m. en 1494) comenzó a mezclarla con la Cábala judía. Casi parecía que de estos principios iba a surgir la filosofía moderna; pero, de una parte, el platonismo resucitado y las

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tendencias emparentadas con él, se mostraron demasiado afines a la Escolástica y, además, las ¡deas que en él pudieran tener vitalidad se ahogaron en la Contrarreforma (Giordano Bruno, quemado en 1600). El movimiento de renovación filosófica, que arrancó de Inglaterra, tiene mucha mayor independencia y naturalidad frente a la filosofía antigua y sus grandes representantes.

La conquista de Constantinopla por los turcos en el año 1453 no alcanzó importancia decisiva para los estudios. Porque el hecho de que muchos manuscritos se vendieran por los turcos a negociantes que los mandaron a Occidente, sólo aumentaba las existencias ya acumuladas; y los griegos, que buscaron su refugio en Italia como profesores y copistas y llevaron aquí una existencia precaria, como Juan Roso y Miguel Apostolio, no significan ninguna innovación. Unos cuantos quedaron bien empleados para el establecimiento de las grandes imprentas (§ 50). Copistas griegos siguen trabajando hasta el principio del siglo XVII, y algunos gozan de mala fama por sus falsificaciones; por ejemplo, Constantino Paleócapa falsificó la llamada Eudokia hacia 1543. Muy activa campaña ejercieron los dos Lascaris en la enseñanza; la gramática griega, tan popular, de Constantino Lascaris fue el primer libro que se imprimió con letras griegas (1476).

§ 49. Las ciencias arqueológicas. Poliziano. Los monumentos artísticos y epigráficos de la Antigüedad despertaron interés secundario. Principalmente la antigua Roma apareció circundada de una aureola, ya que sus ruinas daban testimonio de su pasada magnificencia; Flavio Biondo, con infatigable aplicación, recopiló en su

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Roma instaurata (1446) cuanto pudo encontrar en los autores antiguos referente a la Ciudad o sus construcciones; y esta obra, por desgracia también mediante sus errores, imperó durante mucho tiempo en las investigaciones topográficas. Otro tratado parecido es su Italia illustrata, mientras con su Roma triumphans creó un manual para antigüedades. Más tarde, Rafael propuso al Papa León X el grandioso proyecto de reconstituir la Roma antigua, ¡dea que sólo durante el siglo XIX fue realizada en parte por excavaciones metódica. El personaje más notable en este ramo fue Ciríaco de Ancona, un mercader que durante sus largos viajes por Oriente (entre 1425 y 1447) coleccionó antigüedades, especialmente inscripciones; sus nutridas colectáneas, aun hoy no carecen de valor. Los hallazgos fueron acogidos con entusiasmo, como lo prueba el descubrimiento de un cadáver de mujer en un sarcófago antiguo de la vía Apia, en 1485; creyendo que se trataba de una hermosura sin par, fue trasladado en triunfo al Capitolio.

Al final de este período Ángel Poliziano (1454- 1494), amigo de Lorenzo el Magnífico, el último que fue a la vez poeta y filólogo, maestro en versificación latina, italiana y aun griega (tradujo la iliada en hexámetros incomparables); siendo un maestro consumado de la literatura latina, formó discípulos aun de Alemania, Inglaterra y Portugal. De su cátedra tomaron origen sus Misceláneas, observaciones heterogéneas de un centenar de capítulos, bello documento de su talento crítico aplicado a los textos; pero éste sirvió de modelo para una serie larga de variae lectiones, adversaria, etc., en las que la erudición de cartoteca floreció con

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exuberancia, según el modelo de Gelio (§ 37), y provocaron el sarcasmo del gran Escalígero. Poliziano fue el primero que enmendó el texto de las Pandectas a base del códice florentino, que en su tiempo pasó por el manuscrito original de Treboniano.

§ 50. El arte de imprimir. La transición al Humanismo erudito coincide, en parte, con la invención de la imprenta; el presentimiento de que sus trabajos se esparcirían y serían conservados para la posteridad, tuvo que inducir a los eruditos a trabajar de un modo más doctrinario, y, además, sólo desde este momento existieron las condiciones necesarias para investigaciones propiamente eruditas, pues era posible adquirir los textos de autores antiguos y los mejores elementos auxiliares con mucho mayor facilidad y baratura; cuanto mayor fue el número de textos fijados por los tipos de imprenta, tanto más disminuyó la molesta necesidad de copiar, aunque en un principio muchos sintieron aversión contra los libros impresos, quedando abolida del todo la costumbre de copiar en el siglo XVII. Sin embargo, era corriente todavía que los humanistas dictaran en clase cada vez los párrafos sobre los cuales habrían de discurrir, porque no era de suponer que sus oyentes estudiasen provistos de textos impresos. Los primeros impresores llegaron a Italia en 1464, y en seguida se establecieron muchas imprentas: en el año 1480 ya se contaban 40 de ellas en Italia, y veinte años después había 37 tan sólo en la ciudad de Roma. De importancia excepcional fue la imprenta de Aldo Manucio, en Venecia, abierta en 1489; su hijo y su nieto continuaron sosteniéndola. Su fundador había estudiado filología y reunió alrededor de su persona a la llamada

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Neoacademia, donde se consultaba la corrección de los textos; para los originales griegos le ayudó el entendido cretense Musuro. Entre estos impresos, conocidos con el nombre de Aldinos, figuraban en esmerada ejecución 28 tomos en folio de editio princeps con autores griegos; puede afirmarse que hasta 1500 se habían editado los escritores romanos más importantes, y en 1520 los autores griegos de más renombre. Además de Venecia, también Florencia, Lión, Estrasburgo y Basilea adquirieron fama por los establecimientos que editaron las obras clásicas.

§ 51. La recepción del Humanismo. Terminada la época del Renacimiento, Italia perdió su papel preeminente, y otros países, que acogieron el Humanismo introducido desde allí, se pusieron a la cabeza del movimiento. Los italianos, en la soberbia de su supremacía sobre las otras naciones, especialmente sobre los alemanes, difamados como tragones y bebedores, nunca mostraron, a decir verdad, interés en propagar a los demás pueblos su progreso intelectual; pero los numerosos estudiantes extranjeros que hasta muy entrado el siglo XVI frecuentaron los centros del Humanismo, las Universidades italianas (los alemanes, sobre todo Padua), prepararon a sus patrias respectivas para recibir la nueva semilla; pero estos emisarios del espíritu moderno no eran suficientes por sí solos para forzar la tenaz resistencia de la Escolástica, que aun durante bastante tiempo siguió rigiendo plenamente en las universidades del Norte y dominó en la enseñanza del latín. No dejó de ejercer cierta influencia la estancia de trece años de Eneas Silvio Piccolomini (Pío II), que en 1442 entró en la cancillería imperial de Federico III,

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trabando allí muchas relaciones. Por el año 1450 comenzaron en las lecciones universitarias a ser estudiados los textos antiguos, por ejemplo, en Viena, donde entre 1454 y 1482 leyeron a Virgilio, Juvenal, Horacio, Cicerón, Terencio, Lucano, Séneca y Salustio; unos decenios más tarde, la lectura de los autores clásicos y humanistas se introdujo también en los colegios de enseñanza preparatoria y, hacia 1537, el célebre pedagogo Juan Sturm, en Estrasburgo, logró el uso exclusivo del latín ciceroniano. Profesores de griego se emplearon en las Universidades quizá ya desde 1520.

El propugnador más valioso de las nuevas ¡deas en Alemania, en esta época, es probablemente Conrado Celtes, que halló la tabla de Peutinger y las poesías de Rosvita; adiestrado poeta latino, llevó primeramente una vida vagante, y desde 1497 hasta su muerte, acaecida en 1508, enseñó en Viena. Imitando el ejemplo de las academias de Florencia y Roma, se formaron sociedades de eruditos en Viena y Heidelberg; la propaganda a través de estos centros, de los viajes de los humanistas y su correspondencia solía cundir más que el magisterio, que nunca logró contrarrestar mucho el Escolasticismo dominante.

El estudio del griego quedó relegado al último término, como se verá en una observación que Jacobo Sturm hizo sobre su vida estudiantil (1504): “En aquellos tiempos se leían las obras de Aristóteles en una traducción hecha por uno que no entendía ni latín ni griego, de suerte que ni el maestro ni el discípulo comprendían nada y se perdía mucho dinero y tiempo inútilmente; la única finalidad del curso consistía en recibir un certificado del profesor diciendo haber

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estudiado con él, o, como se expresaban entonces, haber despachado tal obra de Aristóteles” . Esto cambió en Francia gracias a Budé (m. en 1540), que hasta sabía escribir cartas en griego; la misma reforma llevó a cabo Juan Reuchlin en Alemania (1455-1522).

Este último, que había aprendido a fondo el griego en París, y en Basilea con profesor griego, y desplegó su viva actividad en varias ciudades de la Alemania meridional, compuso una gramática griega hacia 1478 y editó obras de Jenofonte, Esquines y Demóstenes para fines didácticos. Para la lectura de los autores latinos redactó el Vocabularius breviloquus, impreso veinticinco veces entre los años 1478 y 1504, un léxico con las voces tomadas directamente de los clásicos, pero en sus etimologías se notaba todavía mucho la influencia de la Escolástica. De trascendental importancia para los círculos de tendencias humanistas fue su conducta varonil en la disputa con Pfefferkorn (desde 1509) sobre la conservación o destrucción de los libros hebreos, que se trocó en una lucha entre humanistas y “oscurantistas” ; después de que Reuchlin, perfecto conocedor del hebreo, publicara cartas dirigidas a él en pro de esta causa, como Epistulae clarorum vivorum (1514), aparecieron dos colecciones de Epistulae obscurorum vivorum (en 1515 y 1517), faltas de toda autenticidad y llenas de malicia e ingenio, en cuya redacción tomó parte muy importante Ulrico de Hutten; dichas cartas son retrato duramente exagerado y grotesco, lleno de efecto, de los conocimientos deficientes de latín y de la estupidez y perversidad de los enemigos de Reuchlin.

§ 52. Desiderio Erasmo. El nombre más ¡lustre entre los humanistas en el Norte fue Desiderio Erasmo,

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de Rotterdam (1465-1536). Fue también enemigo de la Escolástica y de la Iglesia de su tiempo, principalmente de las instituciones monásticas, que ridiculizó de un modo especial en su Elogio de la locura; pero cuando la Reforma tomó un rumbo adverso a su modo de sentir, se volvió contra Lutero y se acercó de nuevo a la Iglesia. La importancia de su figura está más bien en la gran influencia por él ejercida para fomentar el Humanismo; así, fue muy estimado también en Francia y en Inglaterra, y efectuó la reforma de la Universidad de París, en sentido humanista. A una soberana sagacidad y una sátira muchas veces mordaz, unió el don de exponer sus pareceres en un estilo latino lleno de espontaneidad y gracia, y podía estar seguro de que el mundo culto lo escuchaba; hasta a sus Pláticas escolares, todavía hoy impresas, sabía dar un peculiar encanto9; pero, enemigo acérrimo del extremado ciceronianísimo, lo satirizó en su Ciceronianus, en la caricatura de Nosopono, dedicado durante siete años a leer sólo a Cicerón, llenando tres gruesos tomos con voces, frases y ritmos entresacados de este autor. Dice un contemporáneo, refiriéndose a Erasmo, que “su nombre se convirtió en un proverbio; toda la erudición prudente e ingeniosa sabiduría se llama erásmica, es decir, infalible y perfecta”. De las ediciones que estuvieron a su cuidado, la más notable es la de Aristóteles, porque fue la primera completa y por haber intentado con éxito aplicar en ella la crítica superior; la de

De índole semejante eran los Coloquios, de M. CORDIER (ï‘ 1564), quien en 1530 escribió un certero libelo contra el latín monástico; estas obras fueron también impresas aúnen 1830. -N. del A.

Recuérdense asimismo aquí los Diálogos escolares de nuestro Luis Vives, reeditados hasta en nuestros días. -N. del T.

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Livio, porque contuvo por primera vez los libros XLI-XLV, y las dos ediciones de Séneca, siendo la segunda notablemente corregida respecto a la primera. Otro éxito muy grande logró con sus Adagia, colección de más de 4000 proverbios y sentencias de los clásicos, acompañados de ingeniosas notas, siempre explicativas, por las cuales la filosofía práctica de la Antigüedad quedó aprovechada para la vida moderna; extractos y traducciones de esta obra se publicaron aun durante el siglo XIX. Continuó la obra de Valla editando el Nuevo Testamento, que trató por primera vez con método filológico, haciendo lo mismo con San Cipriano, San Jerónimo, San Agustín y otros Padres de la Iglesia. Exigía de los teólogos un conocimiento profundo del griego y del hebreo, y dió impulso a la creación de institutos de enseñanza en los tres idiomas clásicos, en Lovaina (1518) y Oxford (Corpus Christi College, 1516)10; también en el Colegio de Francia, de París, colocó profesores de griego y hebreo en 1530; la Biblia había de ser interpretada según los mismos principios que los autores profanos. Finalmente, su tratado De recta latini graecique sermonis pronuntiatione dialogus condenó la pronunciación del griego moderno, propagada por Reuchlin11.

§ 53. Melanchton y Camerario. Aunque Felipe Melanchton (1497-1560) no pueda compararse con Erasmo en cuanto a ingenio y gracia, su influencia, en

10 Hacia el año 1530, o algo después, fundó Carlos I, sobre la misma base, el Colegio Trilingüe en Salamanca. -N. del T.

11 Lo que defiende Erasmo denominase etacismo, porque propone que la eta griega se pronuncie como e larga, y no como pronunciación adoptada por los neogriegos, iotacismo. -N. del A.

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cambio, por lo menos sobre la cultura alemana, no es inferior. Para apreciar su eficacia es preciso tener presente que fue uno de los portaestandartes de la Reforma, cuya importancia para los estudios filológicos es sumamente grande, pues fomentó la continuidad de esfuerzos humanísticos, mientras que el Catolicismo aunó todas las fuerzas, para suprimir con la Contrarreforma las tendencias anticlericales del movimiento moderno (§ 57). Melanchton, de carácter pacífico, se vio enredado en la lucha casi contra su voluntad; pero hacía falta un hombre de hábil pluma, capaz de influir sistemáticamente en la opinión pública e instituciones de enseñanza. Quiso ser en realidad aquello que designaba el nombre con que lo saludaban: Magister Germaniae; y aunque sus trabajos, juzgados desde el punto de vista puramente científico, no tienen gran mérito, ejercieron, sin embargo, enorme influencia por su carácter pedagógico, o sea, por su adaptación a los problemas y porque fueron completados con una actividad docente llena de éxito (desde 1518, en Wittenberg). Como la Reforma pretendía derivar todos los dogmas de la Biblia, se vio obligada a formar un personal capaz de interpretarla debidamente; podía, pues, e incluso debía renunciar a toda la Escolástica, cuya finalidad fue la tradición dogmática, no la Biblia. Por eso, la obra de Melanchton contribuyó sobre todo a arrinconar la Escolástica en las Universidades y Colegios. Entre los manuales para la juventud, su Gramática griega vio 44 ediciones entre 1518 y 1622, mientras su Gramática latina alcanzó 84 ediciones desde 1525 a 1757; además redactó buen número de manuales, ediciones y comentarios para uso de

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escolares. Mayor importancia como erudito tenía su amigo Joaquín Carnerario, que durante 30 años actuó en la Universidad de Leipzig, y murió en 1574. Entre todos los alemanes de su tiempo fue quien supo mejor el griego, y editó, entre otros, a Teofrasto, el Tetrabiblo de Tolomeo, el Almagesto con el comentario de Teón, y, entre los escritores latinos, a Plauto, utilizando los manuscritos palatinos.

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C a p ít u l o II

El renacimiento de la filología

§ 54. La filología francesa. Las producciones del Humanismo, en tanto que eran después de todo de carácter científico, quedaron reducidas principalmente a los autores. Con celo laudable se buscaban manuscritos inéditos para publicarlos a la mayor brevedad, de suerte que, hacia 1570, casi todos los clásicos conservados se habían dado a la prensa. Eran algo preferidos los romanos a los griegos, y se anteponían los poetas a los prosistas; las erratas de más bulto quedaron generalmente enmendadas, y en el mejor de los casos siguieron casualmente, al menos con aproximación, latradición competente, con cuya ayuda enmendaronalgunas faltas. Los textos reproducidos con tal criterio continuaron las más veces imperando hasta los siglosXVIII y XIX, en que se empezó a indagarsistemáticamente las tradiciones mejores y óptimas. En los comentarios solían explicarse con ingeniosidad y erudición las dificultades evidentes, o sea, que lo principal recaía en los nombres y “antigüedades”. En cambio, se pasaron casi por alto problemas másintrincados en el terreno de la historia política o literaria y,

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para este último ramo del saber, se conformaron mucho tiempo con los diálogos de Lilio Giraldo sobre poetas griegos y latinos (1545). Apenas se había llegado, por lo tanto, al mismo nivel que alcanzó la filología antigua, aunque los libros impresos suministraran elementos mucho más cómodos para el trabajo que los conocidos por los antiguos en sus rollos.

Fueron nuevos los progresos alcanzados por la filología francesa, muy floreciente durante el siglo XVI. También los franceses se podían sentir descendientes de los romanos y herederos legítimos de la literatura latina, pero las luchas políticas y religiosas contribuyeron a dar a este movimiento un sello muy distinto. Es verdad que Antonio Mureto (1526-1585; desde 1563, en Roma) fue todavía por entero un humanista, y con condiciones excepcionales de estilista, es tal vez el imitador más feliz de Cicerón; también en sus escolios de poetas latinos (Catulo, Tibulo y Propercio) demuestra buen gusto y sentir poético. De horizontes más amplios es Dionisio Lambino (1520-1572), en cuyos comentarios sobre autores latinos, particularmente sobre Plauto, Lucrecio, Cicerón y Horacio, se acumuló un riquísimo material que después fue aprovechado por muchas generaciones. Grandes son también los méritos de la dinastía editorial Étienne (Stephanus), que floreció durante cinco generaciones; Roberto Stephanus nos regaló el Thesaurus linguae latinae (1531; la segunda edición, en 1543), cuyo material proviene casi exclusivamente de las fuentes y demuestra mucha diligencia en el estudio de la semántica; aun fue objeto de tres revisiones durante el siglo XVIII, y no fue reemplazado sino en 1771 por el léxico de Forcellini. Su hijo Enrique le sigue en 1572, y

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redacta, guiado por las mismas normas, el Thesaurus graecae linguae creado casi de la nada, porque los Comentarii linguae graecae, de Budé (§ 51), eran sólo un deficiente trabajo preliminar; este léxico aun no ha sido superado desde entonces, y en la forma actual, reformado en 1831-1865 por encargo de la casa editorial Didot, sigue siendo el diccionario griego más copiado.

El aparecer de los estudios griegos en Francia resultó de la mayor importancia para la poesía; poco más o menos desde 1550 iban publicándose los poemas clasicistas de Ronsard y sus compañeros, saturados de imitaciones de poetas no sólo latinos, sino también griegos (hasta de Píndaro); Ronsard incluso hizo representar el Plutón, de Aristófanes, traducido por él. Este clasicismo desenfrenado fue sustituido luego por el moderado de Corneille y Racine, que, sin embargo, se inspiró menos en los griegos que en los romanos; la primera tragedia clásica notable de los franceses es la Medea, de Corneille (1635), que imita a Séneca, pudiéndose decir lo mismo de Racine. Precisamente con estos dramas, que se parecían a las tragedias griegas tan sólo en su forma exterior, creyeron haber superado a los antiguos, y esto explica por qué, cerca de 1690, Perrault, que ni siquiera sabía griego, inició la disputa de si eran los clásicos antiguos o los modernos los que merecían la preferencia, problema que decidió principalmente la autoridad de Boileau a favor de la Antigüedad. Pero la comprensión íntima de la tragedia griega sólo quedó lograda por el clasicismo alemán (§ 63 y sigs.); los franceses de esta época no la conocían todavía, o sólo tenían de ella nociones muy superficiales.

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§ 55. Escalígero. A todos los eruditos franceses de la primera época aventajó con mucho José Justo Escalígero (1540-1609)12. Apenas desempeñó un cargo relacionado con la enseñanza, y aun en Leiden, donde pasó los dieciséis años últimos de su vida, no hizo sino mantener relación con unos pocos filólogos jóvenes, como D. Heinsio. En cambio, merced a su correspondencia y a la participación en las empresas eruditas más importantes de aquellos tiempos, ejerció influencia comparable a la de Erasmo, y, sin duda, fue el mayor sabio de la época, celebrado ya en vida por los contemporáneos como “águila entre las nubes, única antorcha del siglo”. Escalígero cultivó también grandemente las disciplinas desarrolladas hasta entonces; por ejemplo, poseyó el griego hasta el punto de traducir al mismo textos latinos (Siro, Disticha Catonis), y comprendía el latín arcaico con una perfección tal que a la edad de 20 años pudo ensayarse en la obra de Varrón sobre el idioma latino. Pero en su edición de Festo (1576), conservado en un manuscrito incompleto y en parte quemado dió un paso más en la crítica de textos, supliendo las lagunas por genial intuición. Con atrevimiento no menos grande abordó los elegiacos romanos, no contento con subsanar los textos mutilados, sino deseoso de comprender estas poesías como obras de arte; ello lo arrastró, especialmente en Propercio, a arriesgadas supresiones y cambios que

12 Su padre, Julio César Escalígero, tiene importancia por su Poética, en la que coloca a Virgilio y Museo por encima de Homero, y que, junto con el A rt Poétique (1672), de Boileau, guió la opinión en estas materias hasta entrado el siglo XVIII.

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hicieron cavilar incluso durante siglos, hasta que en elXIX se efectuó la emancipación de este método crítico. Él es también el descubridor científico de los glosarios (§36). Pero su acto de mayor trascendencia fue la fundación de la cronología, con la cual nació la ciencia histórica moderna. Su trabajo Sobre la reforma cronológica (1583) versa sobre los sistemas cronológicos de todos los pueblos que podía alcanzar (porque a Escalígero le eran familiares también los idiomas orientales); en un apéndice refuta la reforma gregoriana del calendario que acababa de introducirse (1582). Para agotar el tema editó en 1606 el Thesaurus temporum, conteniendo todos los antiguos cronógrafos para él accesibles, revisados críticamente, empezando por la crónica de Eusebio, a la cual dedicó su brillante ingenio, reconstruyéndola con ayuda de los textos derivados. Tan sólo en estos trabajos suyos fue sobrepujada la filología más allá de los límites alcanzados en la Antigüedad, dando persistentes estímulos a todos los sucesores. En sus investigaciones cronológicas, Escalígero dijo algunas palabras acerca de la época de los escritos de Dionisio Aeropagita, estimado por la Iglesia católica como autoridad coetánea de la época apostólica, pero que él reconoció pertenecer al siglo V, cosa desde entonces generalmente admitida; por este motivo y por su animadversión en general al Catolicismo --siendo buen calvinista como muchos otros filólogos, por ejemplo, el antes mencionado Enrique Stephanus--, hubo de sostener reñidas disputas con eruditos católicos, una de ellas con el sabio P. Petavio, S. J., quien, merced a su mejor preparación astronómica, pudo corregirle mucho en su Doctrina temporum (1607). Una obra de labor

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preparativa para estas investigaciones cronológicas se halla en su edición del poeta astrológico Manilio, primer caso de un escritor técnico que haya sido enmendado y explicado con plenos “conocimientos reales” .

Debe también considerarse como fundador de la epigrafía como ciencia. Durante sus viajes iba coleccionando muchas inscripciones, entre ellas también griegas; las entregó a Gruter, profesor de Heidelberg, a quien ayudó en muchas ocasiones en el decurso de la edición del conjunto. Pero, al terminar la obra, Gruter falló en la redacción de los índices --su consulta es la clave para el rendimiento útil de tales compilaciones--, y entonces Escalígero compuso en diez meses 24 índices que abarcan toda materia y que han servido posteriormente como norma para los índices del Corpus inscriptionum lati narum. El Thesaurus de Gruter ha subsistido como la colección epigráfica más consultada hasta entrado el siglo XIX.

§ 56. Los contemporáneos de Escalígero. Donde tal vez se refleja más el espíritu de Escalígero es en el célebre jurisconsulto Cujacius (1522-1590), que abrió el camino para la comprensión de las fuentes del derecho romano, y en Gothofredo (Godefroy), cuyo comentario sobre el Codex Theodosianus nos describe toda la cultura del Imperio romano decadente. Entre los filólogos es su amigo Isaac Casaubono (1559-1614) quien más se le parece, en particular por sus anotaciones a Teofrasto, Ateneo y Persio, cuya estupenda erudición apenas ha vuelto a ser igualada; sobre esa reunión de noticias se levanta su tratado sobre la poesía satírica y su introducción a Polibio, donde aclaró la evolución de la historiografía griega. A más de

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estos investigadores, Francia contaba en esta época con un gran número de eminentes eruditos, mientras en Alemania apenas alguno se destacaba sobre una aceptable medianía; merece siquiera nombrarse entre éstos F. Sylburg (1536-1596) a causa de sus buenas ediciones de autores griegos (entre ellas, la de Aristóteles, 1584 a 1587). Italia se señala al mismo tiempo por un último vástago del Humanismo Pedro Victorio (1499-1584), que en calidad de profesor de idiomas clásicos en Florencia (desde 1538) instruyó a escolares de todos los países de Europa, y por sus conocimientos extraordinarios del griego no retrocedió ni aun ante edición tan difícil como la de Clemente de Alejandría.

§57. La Contrarreforma. Los holandeses. Para el desenvolvimiento ulterior de la filología fueron de importancia la Contrarreforma y los jesuítas, reprimiendo las tendencias hostiles a la Iglesia que pululaban en el seno del Humanismo y repeliendo los estudios del griego, al punto de ganar terreno en favor del latín, que, como antigua lengua de la Iglesia, era preferido en los colegios jesuítas, limitando la enseñanza del griego a los conocimientos que parecían indispensables para la lectura del Nuevo Testamento; un fanático teólogo calificó en cierta ocasión el griego como lenguaje de herejes. A esto se añadió el que la poesía francesa, considerada como ejemplar, se basaba en la imitación de modelos latinos (§ 54). Pero también los estudios de la latinidad se ejercieron a causa de sus enseñanzas estilísticas y formales, descuidando el contenido de las obras clásicas; aun corriendo el siglo XIX, estos colegios solían arrinconar las explicaciones positivas en la

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trastería de la “erudición”. Pero también la ilustración, nacida, indiscutiblemente, del espíritu moderno, mostró un antagonismo a los estudios clásicos, pues ella generalmente no tiene ningún interés histórico y quiere siempre tomar por punto de partida a la “naturaleza”. La decadencia de los estudios clásicos durante el siglo XVIII corre a cuenta, en gran parte, de ella: el filósofo Condillac, por ejemplo, en un esbozo de plan de estudios (1775), charla de la Antigüedad con increíble ignorancia. Pero precisamente al libertar la ilustración de las imitaciones artificiosas y enfermizas de los clásicos, allanó el camino para su recta interpretación y contribuyó, a pesar suyo, a un segundo florecimiento del clasicismo (§ 61).

No sólo ya Escalígero vivió los últimos años de su vida en Holanda, sino que este país dominó durante el siglo XVII en la filología, sin duda casi más por la cantidad que por la calidad de sus producciones. Como eje de los estudios holandeses puede considerarse la Universidad de Leiden, fundada en 1575, donde, en primer lugar, actuó Justo Lipsio (1547-1605). Ya encarna la índole de los trabajos holandeses posteriores: crítica de textos latinos con preferencia sobre los griegos, que conceptuó menos importantes, y compilaciones de “antigüedades”. Contribuyó más que nadie a la rehabilitación de Tácito, y también hizo méritos grandes en cuanto al texto de Séneca; en correspondencia con estas ediciones aparecieron sus disertaciones sobre el ejército romano, el anfiteatro, etc. También intentó restaurar la filosofía estoica, todavía visiblemente alucinado por entero por la creencia humanista de que no cabe desarrollar las ciencias más allá de lo alcanzado

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por los antiguos, debiéndose contentar los modernos con recuperar un concepto depurado sobre ellos. Sus sucesores se ocuparon especialmente de los poetas, por ejemplo, Nicolás Heinsio (1620-1681), apodado “el restaurador de los poetas latinos”, que sabía enmendar con una facilidad asombrosa, si bien, por desgracia, como la mayoría de sus compatriotas, tenía la mano demasiado ligera para hacer correcciones con el fin de obtener mayor elegancia de estilo; ejerció especial influencia sobre el texto de Ovidio. Se ha de considerar con ello que casi todos estos holandeses supieron escribir fluidos versos latinos, por ejemplo, también el distinguido jurista Hugo Grocio, que en sus ratos de ocio se dedicó a la edición de poetas latinos. Por mucho que estos sabios signifiquen para el texto de cada uno de los autores, en el sentido evolutivo de la filología no tienen apenas importancia; sus trabajos críticos de textos van englobados en las ediciones posteriores cum notis variorum, cultivadas especialmente por P. Burmann, padre (1668-1741) (por ejemplo, Petronio y Ovidio), y que por la reunión falta de crítica de opiniones contradictorias demuestran palpablemente el bajo nivel de la filología durante esta época. Idéntica crítica se puede emitir sobre las compilaciones de “antigüedades” en los monstruosos Thesaurus: el Tesoro deantigüedades romanas (1699, 12 tomos) y el Tesoro de antigüedades itálicas (1704, 15 tomos), ambos de Juan G revi o, y el Tesoro de antigüedades griegas (1702, 13 tomos) por Jacobo Gronovio. Por encima de estos trabajos hay que colocar los de Jacobo Perizonio, muerto en 1715 siendo profesor en Leiden: en sus Animadversiones historicae (1684) aplica por primera vez

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la crítica a la historia romana más antigua; duda de la autenticidad de las noticias sobre los tiempos primitivos basándose en que no podían existir sino pocos escritos de tan remoto tiempo, y aun éstos hubieran perecido en el incendio de la ciudad por los galos, señalando, en cambio, un origen épico a los episodios de Tito Livio; por lo tanto, es un precursor de Niebuhr.

§ 58. Bentley. De nuevo, la filología corría peligro de estancarse cuando, afortunadamente, otra corriente procedente del Norte vino a animarla. En los Colegios, espléndidamente dotados, de Oxford y Cambridge, había tomado carta de naturaleza desde hacía tiempo: ahora Inglaterra, pacificada después de largas luchas, recibió su constitución mucho antes que ningún otro Estado, que le garantizaría un desenvolvimiento nunca más perturbado. Allí surgió el investigador Ricardo Bentley, que dió nuevos impulsos a la filología y reanimó los estudios griegos. Bentley nació en 1662, y desde 1700 hasta su muerte (1742) ocupó el cargo de Presidente en el Trinity College de Cambridge. Intratable como persona, por ser avaro, desconsiderado, embustero y vanidoso; como erudito, en cambio, demostraba tener una extraordinaria elasticidad y rapidez en las concepciones, que en todos los ramos del saber, aun los que apenas abordó, le permitía acertar con genial perspicacia. También se dedicó de manera principal a la crítica de textos y cayó en ciertas exageraciones; pero en lugar de perseguir un estilo limado y poético, su crítica introdujo un método estrictamente lógico; tenía por lema que la objetividad y el sentido común valen más que un centenar de códices. Con plena conciencia de su talento dialéctico criticaba los textos; así, en su famosa edición

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de Horacio (1711) alteró el texto tradicional en más de 700 lugares; su elección no fue feliz, pues su carácter prosaico tropezó con un poeta como Horacio, convertido en objeto de su crítica conjetural; su método, sin embargo, no perdió por eso en trascendencia; al menos en principio estaba vencida la crítica arbitraria y caprichosa. Para la investigación de la historia literaria, su proyecto de reunir los fragmentos de los poetas griegos abrió nuevos horizontes, aunque sus propias aportaciones se limitaron a estudiar brillantemente los de Calimaco y a enmendar los de Menandro y Filemón. Su edición de Terencio se hizo notable por una breve reseña sobre la métrica de este poeta, que aclaró por primera vez la versificación del latín arcaico y dirigió de nuevo la atención sobre la literatura más antigua, completamente desatendida; allí quedó señalada con nitidez la diferencia entre las primitivas métricas latina y griega y claramente reconocida la consideración del acento, de tal manera que G. Hermann y Ritschl pudieron, en sus indagaciones métricas, apoyarse en Bentley. La prueba más fehaciente de su genialidad la dió con el descubrimiento del digamma en Homero, la cual fue inducido por la consideración de los hiatos, y que, a pesar de haber sido rechazado por F. A. Wolf, obtuvo absoluta comprobación por la lingüística del siglo XIX; I. Bekker hizo un ensayo de introducir esta letra en el texto. Bentley también fue el primero que ejerció metódicamente la crítica superior, probando en su disertación sobre las cartas de Falaris (1697, y dos años después en edición aumentada), que estas y otras cartas son falsificaciones posteriores, rompiéndose con la credulidad autoritativa que sin vacilar admite por buenas todas las tradiciones, defecto que el

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Humanismo había heredado de la Escolástica, tan despreciada por sus adeptos. Conviene recordar aquí que, entretanto, había surgido una filosofía moderna junto con las ciencias naturales, que sobrepujaron con mucho al mundo de las ¡deas de los antiguos, y ya no consideraron la Antigüedad y sus concepciones como el alfa y omega de toda sabiduría. Bentley probó que las cartas de Falaris (y análogamente las de Temístocles, Eurípides y los socráticos) presuponen circunstancias históricas que denotan una época posterior por contener ya citas de Democrito y Demades, estando además redactadas en el dialecto ático en lugar del dórico, y aun en una fase tardía del ático, semejante al empleado por los sofistas del tiempo imperial romano; todas estas deducciones estaban documentadas por profundos trabajos de historia e historia literaria (por ejemplo, sobre la antigüedad de la tragedia). Sólo desde este momento en adelante era posible hacer en realidad una historia literaria; siguen luego las huellas de Bentley Valckenaer y Wolf. La audacia de su espíritu queda puesta de relieve por su intención de hacer una edición del Nuevo Testamento a base de manuscritos, para cuya tarea reunió mucho material en poco tiempo; generalmente vio con mayor claridad que sus precursores cuán necesario era trabajar sobre la mejor tradición --comprendiendo también la gran valía del Blandinio, perdido para Horacio- ideas que prepararon el terreno para Lachmann. A pesar de esto, menospreció la tradición en los casos en que le convenía, por ejemplo, en Manilio; y trató El Paraíso perdido, de Milton, con una libertad nunca vista; emitió la hipótesis de que un amigo había interpolado esta poesía;

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no es probable que lo creyera así, pero lo consideró para su procedimiento crítico.

§ 59. Hemsterhuys y Valckenaer. El ejemplo de Bentley dió origen a un florecimiento de los estudios griegos, sobre todo en Holanda; había sostenido relaciones íntimas con los sabios de este país e influido en el joven Tiberio Hemsterhuys (1685-1766); éste fue el primer grecista así llamado; no sólo era versado en lo griego clásico, sino también en lo de las épocas posteriores, como puede verse especialmente en su Luciano; en su edición del Plutón, de Aristófanes, trató de estudiar y seleccionar críticamente los escolios, primer trabajo de esta clase que no tuvo continuadores sino cien años más tarde. Su severa crítica, por el estilo de la de Bentley, preparó al siglo siguiente para los grandes progresos (§ 68). Entre los capaces grecistas instruidos por Hemsterhuys sobresale como el más original Gaspar Valckenaer (1715-1785). Mientras su edición de Las fenicias da testimonio de su perfecto dominio del idioma, su tratado sobre los dramas perdidos de Eurípides (1768) resultó sumamente feliz en el terreno señalado por Bentley; por fin, su estudio sobre Aristóbulo es una investigación de historia literaria de gran importancia, que por primera vez ofreció una ¡dea sobre la literatura judío helenística y sobre las falsificaciones de sus textos; es decir, llegó a demostrar que los versos de Eurípides, Calimaco y otros, citados posteriormente como ejemplos de creencias monoteístas en la Antigüedad, fueron falsificados por el judío Aristóbulo (hacia 150 antes de J. C.), que pretendía derivar del Pentateuco toda la sabiduría griega y que encontró un fiel aprovechador en Clemente de Alejandría. Por lo demás, Escalígero había

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ya descubierto que la carta atribuida a Aristeas, de una tendencia parecida, de donde toma su origen la fábula de la redacción de los Septuaginta en tiempos de Tolomeo II, había sido también posteriormente falsificada. Comparados con los trabajos de Valckenaer y de sus excelentes compañeros Ruhnken, nacido en Pomerania y Wyttenbach (edición de los Moralia, de Plutarco), los estudios holandeses de tiempos más modernos no resultan apenas un adelanto; pues no puede llamarse así la hipercrítica que aplicó Hofman-Peerlkamp (m. en 1865) a Horacio y otros poetas latinos. También Cobet (1813-1889), a pesar de sus conocimientos de griego poco comunes, más bien perjudicó a causa de una crítica de los textos exagerando la nota del aticismo, su tema predilecto, aplicando este patrón común a todos los autores, áticos y no áticos. Sólo recientemente la filología holandesa empieza a ponerse en contacto con la ciencia de la Antigüedad históricamente orientada.

§ 60. Porson, Reiske. En Inglaterra sigue a Bentley una nutrida legión de helenistas muy instruidos, destacando entre ellos Ricardo Porson (1759-1808) por sus producciones sobre los trágicos, en las cuales empleó una crítica metódica e hizo observaciones acertadas sobre la construcción del trímetro. Sólo ahora, después de purificado su texto, pudieron los dramas griegos ejercer una influencia más intensa y extensa, que hasta la fecha sólo habían alcanzado las tragedias de Séneca; sin embargo, Porson no pensó en ello; antes bien estaba convencido de la excelencia de la crítica de textos sobre la literaria. De modo parecido, Elmsley (m. en 1825) trabajó en especial los trágicos, y Dobree (muerto en el mismo año), a Aristófanes; no obstante, al

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morir estos eruditos, los textos de los grandes poetas griegos apenas estaban enmendados en la forma y proporción que estuvieron los de los latinos dos siglos antes: hasta tal punto los estudios griegos habían quedado retrasados, aunque fuera de la órbita de los profesionales existía un entusiasmo sincero por las antigüedades griegas, como lo enseña, por ejemplo, el glorioso Fénélon (Télémaque, 1699).

La Filología alemana recuerda gran número de gente aplicada y trabajadora durante toda esta época, por ejemplo, Gesner (muerto en 1761), siendo catedrático en Göttingen, y Ernesti (muerto en 1781, en Leipzig), ambos importantes más bien por sus esfuerzos en pro de la enseñanza, guiados ya por la ¡dea de que los autores antiguos no deben cultivarse para aprender elocuencia, sino a causa de su cultura intelectual y espiritual. Pero merece recuerdo meritorio Juan Jacobo Reiske (1716-1774), que pertenece a los primeros helenistas de su tiempo y que alcanzó mayor renombre como arabista13; el reconocimiento de su persona, negado por los contemporáneos, ha sido recompensado largamente por la posteridad. En sus enmiendas de los poetas griegos, y más todavía de los prosistas, demuestra sorprendente tino; a más de los oradores atenienses, enmendó casi todos los historiadores y sofistas, editando también parte de ellos. Su comentario sobre el escrito relativo a las instituciones de la corte de Bizancio por Constantino Porfirogeneta, muestra su

13 Es significativo que mientras fue estudiante en Leipzig (1733- 1738) nunca pudo asistir a lección alguna de griego; la primera ocasión que tuvo para ello fue con Hemsterhuys en Leiden.

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talento y aptitudes para una interpretación real de los textos. En cambio, nos deja perplejos su desconocimiento de la métrica: siendo joven creía en serio que los poetas habían metido las mismas sílabas unas veces como largas y otras veces como breves. Espíritu emprendedor, fue amigo íntimo de Lessing, que durante algún tiempo abrigó el propósito de escribir su biografía.

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Capítulo III

El Neohumanismo y la “ciencia de la Antigüedad”

§ 61. Corrientes innovadoras. El tránsito de la filología a la ciencia histórica de los tiempos antiguos es obra del genio alemán; pero no ha sido producto de la filología misma, sino obra de los grandes movimientos espirituales del siglo XVIII, la Ilustración, el Neohumanismo y el Romanticismo. La Ilustración, que tiene sus cimientos en la filología inglesa, fue transmitida a los alemanes especialmente por franceses, como Voltaire, Rousseau y Diderot, y logró hacer lo que el Humanismo había empezado: la separación definitiva de Filosofía y Teología, así como poner de relieve la diferencia entre la poesía “ingenua” y la “sentimental” ; perecía, pues, llegado el momento de apreciar debidamente a Homero y los dramaturgos áticos, que hasta entonces se vieron por el prisma de Virgilio, de Séneca y de Corneille. A base de esta nueva concepción, el Neohumanismo enarboló un ideal distinto para la formación cultural y creación artística, y se imaginó poder hermosear y mejorar el mundo por medio de una regeneración del clasicismo griego; el estudio de la Antigüedad debía servir, según F. A. Wolf, para

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“operar una formación genuinamente humana y una elevación de todas las fuerzas del espíritu y del temperamento hacia una bella armonía entre el interior y el exterior del hombre”; por ende, ya nunca más sólo para adquirir habilidad de estilo, para servir a la elocuencia.

El Romanticismo intentó comprender el arte y la literatura nacionales juzgando las peculiares características de cada país y de cada pueblo, acechando las conmociones inconscientes del alma popular; la comprensión recta del lenguaje y de la religión y toda concepción histórica así ya fue posible por primera vez14. Por estos motivos, la nueva época de nuestra ciencia no empieza con F. A. Wolf, que suele citarse en primer lugar, sino con Winckelmann, Lessing y Herder.

§ 62. Winckelmann. El arte plástico antiguo, como tal, apenas había sido considerado digno de estudio; en el mejor caso servían sus obras para explicar los textos (como en la gran obra ¡lustrada con planchas de calcografía, del benedictino Montfaucon, L ’antiquité expliquée, año 1719; ¡creía que sólo nos habían llegado esculturas de los tiempos romanos!). Opulentos dilettanti, principalmente soberanos, papas y cardenales, amigos del arte escultórico en sus hermosas representaciones, habían formado colecciones de obras artísticas sin una recta norma: cada obra, con frecuencia bárbaramente completada, había sido casi siempre colocada, no por ella misma, sino para efectos decorativos; tan sólo hacia

14 Merece notarse que Guillermo Müller, el poeta de los cantos griegos (§ 73), hizo atinadas observaciones acerca de la formación de la poesía homérica en su obra Homerischen Vorschule (1824).

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1770 comenzaron a ser reunidas poco a poco en un museo las numerosas antigüedades del Vaticano. Para fines pedagógicos, J. F. Christ, de 1739 a 1756 catedrático en Leipzig, empleó por primera vez estampas y obras de las artes menores coleccionadas durante sus La revelación verdadera del arte antiguo nos fue hecha por Juan Winckelmann (1717-1768), que al principio en Dresde, luego durante su prolongada estancia en Italia, había estudiado el arte antiguo en sus originales; estos conocimientos le permitieron ayudar a su mecenas, el cardenal Albani, en la formación de su magnífica colección arqueológica. Reunía muchas cualidades que lo predestinaban para primer historiador del arte antiguo: no sólo conocía a fondo la literatura antigua, sino que, en trato con los artistas, también había aprendido a juzgar la parte técnica respectiva; poseía, además del entusiasmo, sentido histórico; por eso, su Historia del arte en la Antigüedad (1763) obedecía de antemano al criterio de ser una historia interna del arte y no una serie de biografías de artistas. En ella se deriva la esencia del arte griego del clima de Grecia, de la mentalidad griega y de la democracia; reconoció el arte antiguo como arte griego y procedió a la ordenación de la enorme cantidad de material que conocía, siendo muchas veces el primero que facilitó su recta interpretación, en los cuatro períodos del estilo arcaico, del clásico, del bello y de imitación, que en algunos respectos todavía hoy subsisten. Pero la causa de la extraordinaria impresión que su obra hizo sobre los contemporáneos consiste en el noble entusiasmo con que habló de las obras maestras del arte antiguo, del Laocoonte, del Apolo del Belvedere, iniciando la reacción contra el arte barroco y fundando el

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concepto de la significación única del arte antiguo. Poseyó asimismo grandes conocimientos de detalle, como se puede apreciar por su descripción, ordenada desde el punto de vista históricoartístico, de la colección glíptica (3400 ejemplares) de Stosch.

§ 63. Lessing. Desde otro lado abordó Lessing (1729-1781) la Antigüedad. Aunque no se había dedicado a la crítica técnica de textos, predominante en su época, puede considerárselo como perfecto filólogo, pues disponía del necesario aparato filológico para ostentar erudición, cuando así le convenía. Pero, felizmente, su importancia no consiste en eso; porque le estaba reservada la elevada misión de apreciar la literatura antigua según su valor artístico y encauzar otra vez seriamente la crítica estética por los senderos abandonados desde el tiempo de los peripatéticos y alejandrinos. Las exigencias del momento, los apuros que atravesó el teatro alemán, le dieron ocasión de meditar sobre la naturaleza del drama y de comparar los autores antiguos grandes o que pasaban por grandes, Sófocles, Plauto, Terencio y Séneca, con los dramaturgos franceses que eran considerados como ejemplares: en eso echó de ver que éstos habían entendido mal los preceptos dados por Aristóteles, a quien todavía veneró como legislador de creaciones artísticas, resultando que el drama tenía que seguir reglas muy distintas. Esta labor preparatoria hizo posible por primera vez una obra como la Ifigenia, de Goethe, que no siguió ya la pauta dada por Corneille y Racine, sino que representó el anhelado renacimiento del helenismo en el genio alemán. El mérito de Lessing consiste en haber vuelto a descubrir la literatura griega

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como factor artístico y no como fuente de conocimientos históricos o palestra para ejercitar las propias fuerzas intelectuales: así, en su Dramaturgia, el drama, como en su Laocoonte, la epopeya; naturalmente, no podía sospechar que el desarrollo de la literatura alemana en el terreno poético, por él iniciado y fomentado, había de crear muy nuevos valores, había de destronar a Aristóteles, venerado por él como autoridad, y, junto con los nuevos modos de considerar, históricos, había de producir un juicio esencialmente distinto sobre la poesía antigua. También fue él quien llamó la atención sobre la fábula antigua y el epigrama; reconoció la importancia de Marcial.

§ 64. Herder. Es ya Herder (1744-1803) continuador de la obra de Lessing, estando, sin embargo, también sujeto a influencias que aun no había conocido aquél. Éstas eran principalmente la filosofía ¡lustrada de Rousseau y la poesía popular inglesa (Ossian, 1760-65), que le abrió los ojos para las bellezas de la poesía espontánea, le hizo descubrir la canción popular y lo convirtió en uno de los padres del movimiento romántico. Sobre él ya obró, en el juicio sobre la poesía antigua, el interés, de nuevo despertado, por Homero, principalmente el libro Homero como ingenio original, debido a la pluma del inglés Wood15 (1769); éste, aun siendo un mero aficionado, había logrado una visión más viva de la poesía homérica que nadie anterior a él, a

15 Dado a conocer por H e y n e , fue traducido al alemán en 1773. La obra similar de B l a c k w e l l , aparecida ya en 1735, Disquisición sobre la vida y escritos de Homero, había sido poco conocida y no fue traducida, por Voss, hasta el año 1776.

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base de sus viajes a Grecia y Oriente: pudo mostrar el nexo que la epopeya homérica tiene con los países donde apareció y las costumbres del Oriente: “El poeta copia la naturaleza y la vida: quiere hacerse una ¡dea clara de todo lo que describe, mientras lo permitan sus conocimientos; sin embargo, ningún comentarista, desde los tiempos de Estrabón, ha intentado darse cuenta claramente de la geografía de Homero”. La solución del gran problema planteado con estas palabras quedó reservada a los descubrimientos del siglo siguiente. Por el momento, hundió la corteza de los originales griegos y levantó la de la poesía latina, basada en la imitación; colocaron ahora a Homero junto con Ossian y los Edda, y con todos los cantos populares, cuyas bellezas se había comenzado a apreciar poco más o menos desde 1770; pasó aún bastante tiempo hasta que se percataron cuán artificiosamente está ya construido el epos de los antiguos griegos, y se llegó, por fin, a un concepto menos entusiasta, pero más claro, de la poesía popular. Herder escribió: “¿Dónde hay un ángel tutelar de la literatura griega en Alemania, que al frente de todos enseñe cómo los alemanes han de estudiar a los griegos?”. “Aunque estudiar quiere decir, en primer lugar, averiguar el sentido literal del texto..., no es menos preciso abarcar su sentido trascendental con ojo filosófico, ponderar las bellezas sutiles, que, en otro caso, sólo se aparecen al crítico en su colmo, con el criterio estético, y luego inténtese comparar, con el criterio histórico, un tiempo con otro, un país con otro y un genio con otro” . Según él, los romanos habían falsificado el espíritu de los griegos, transmitiéndolo a los alemanes así adulterado; el fantasma del clasicismo estilístico, la abultada estimación

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de la elocuencia, “nos convirtió a Cicerón en el orador escolar clásico, a Horacio y Virgilio en los poetas pedagógicos clásicos, a César en un pedante y a Livio en un tendero de palabras”. No podemos detallar aquí (cfr. § 65) el efecto de estos pensamientos, pronunciados por él con ditirámbico acento, sobre la reforma de la enseñanza superior; Herder, en pro de la ciencia, volvió a descubrir no sólo a Homero, sino también a los grandes líricos y epigramáticos, ejerciendo tenaz influencia en toda interpretación. Fr. Schlegel fue estimulado por él a tratar por primera vez la literatura griega desde un punto de vista evolutivo.

La gran estima de Herder por los griegos no le cegó para reconocer los méritos de los poetas latinos que le parecían demostrar un verdadero talento: habló con entusiasmo de Horacio, y siente como básica la comprensión de cada una de sus odas a partir de su situación espiritual, oyendo sonar la música de sus versos; ridiculizó los intentos de explicación por medio de la acumulación de citas eruditas, que embarazan el conjunto y son antídoto contra la concentración a que el lector ha de entregarse para que la lectura pueda causarle un placer; en una palabra, él lee otra vez a los poetas antiguos, recreándose en sus producciones, y fija con ello para la interpretación filológica una nueva meta por alcanzar, la cual, ésta sigue hoy esforzándose.

También sobre el lenguaje había emitido ya en 1766 ¡deas más profundas que todos sus predecesores, reconociendo su íntima relación con la nacionalidad y con la literatura, criterios que más tarde fueron acogidos y desarrollados por Guillermo de Humboldt. En su obra sobre el idioma vasco (1812) — intercalada en su estudio

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sobre la lengua kawi— encontramos por primera vez la definición exacta de que el lenguaje no es un invento consciente de individuos aislados, sino la obra de una nación, que no es tampoco algo muerto, sino una actividad que se repite continuamente; distinguió las tres clases de idiomas: de radicales aislados, de flexión y de aglutinación; reflexionó sobre el origen de la flexión, y sus resultados influyeron tenazmente tanto en Bopp como en Steinthal (§ 70 y sig.). En fin, Herder contribuyó, con sus Ideas sobre la historia de la humanidad (1784-87), a poner los cimientos del concepto moderno de la historia, intentando demostrar la continuidad en el desarrollo de la cultura y del hombre en la historia de todos los pueblos. Mientras para él y sus secuaces todavía la historia política y la participación de personajes aislados en la vida pública ocupó el primer término, la opinión posterior, influida principalmente por Comte, vio los principales factores de la evolución histórica en el ambiente y las masas, poniendo sus esfuerzos en la historia cultural y económica; pero este último método de investigación no se aplicó a la historia antigua, en general, hasta fines del siglo XIX, poco más o menos, sobre todo cuando el hallazgo de muchos papiros egipcios permitió apreciar de un modo inesperado la vida económica de Egipto durante un período de mil años.

Fr. Schlegel, al hablar de Herder en 1796, con razón pudo decir de él que, “gracias a un don especial de adivinación histórica; a una característica capaz de sentir profundamente y de concebir con arte, de traducirlo todo; a una fantasía capaz de sentirse en cualquier estilo y forma, ha fundado y trazado en rasgos la crítica

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moderna, que como fruto más peculiar de la cultura y ciencia alemana ha nacido juntamente de ambas”.

§ 65. Heyne. Wolf. Los resultados de este gran movimiento intelectual han sido aplicados a la ciencia y enseñanza por Heyne y Wolf. Christian Gottlob Heyne (1729-1812) recibió ya sus estímulos decisivos antes que Herder y Winckelmann, y merece un puesto más bien a su lado que detrás de ellos. Desde 1763 fue catedrático en Göttingen, donde desenvolvió una fecundísima actividad persiguiendo con claro conocimiento de causa su finalidad: relacionar la cultura antigua con la moderna; sus ¡deas impresionaron bastante a muchos, como Voss, Wolf, los Schlegel, Zoega, Guillermo de Humboldt, siendo éste quizás el representante más típico del nuevo ideal cultural. La traducción de Homero, hecha por Voss (1781-93), logró popularizar esta producción literaria, después de haber fracasado lastimosamente intentos anteriores. La crítica de textos es, en la actividad de Heyne, postergada por el interés real, que pasa al primer término: fue un hombre de talento y buen gusto, que sólo por circunstancias desfavorables carecía de intensidad y profundidad. Él fue el primero en tener un concepto exacto de la mitología, que no consideró ya como una ficción reconocida, sino como expresión cuya explicación debe buscarse en las etapas culturales precedentes; hace notar la importancia de cada una de las tribus y de los cultos locales para la religión, y aconseja ya aprovechar los relatos sobre pueblos en estado de naturaleza para la investigación de épocas culturales pasadas, expresando en ello ¡deas que debían desarrollarse aún durante mucho tiempo; en su comentario a Apolodoro creó un elemento muy eficaz

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para el estudio de la mitología. En la arqueología introdujo una interpretación histórica de los monumentos (terminada luego por O. Jahn), y supo proponer un gran número de problemas históricos que no pudo solucionar; sus estudios sobre las fuentes empleadas por Diodoro han inspirado a los muchos otros investigadores posteriores, no siempre afortunados, en materia de fuentes.

Mientras la actividad científica de Heyne fue en su mayoría más ampulosa que profunda, no puede decirse lo primero al menos, de su célebre discípulo Federico Augusto Wolf (1759-1824); en conjunto, fue más hombre de acción que de estudio; trabajó mucho por mejorar la situación material de la filología; y, además, como catedrático en Halle (1783-1806), y en menor grado, más tarde en Berlín, ejerció gran actividad, llevando a la realidad el ideal de una personalidad intensamente activa, de un modo extraordinario, pero prefiriendo el ejercicio de la cátedra al de escritor (así, había abolido el molesto dictar y disertó sobre más de cincuenta temas). Empleó su ascendiente en el Gobierno prusiano para intensificar los estudios del griego en la enseñanza, con arreglo a las opiniones de la época, y consiguió la separación de la profesión del teólogo de la del filólogo; tal tendencia fue apoyada no poco por la creación de un seminario (1787) para la instrucción de los futuros profesores de Segunda enseñanza. Fue el primero que explicó sobre la enciclopedia de la “ciencia de la Antigüedad” (Enzyklopädie derAltertumswissenschaft, designación introducida por él), describiéndola en una disertación elogiada por Goethe; sin embargo, el círculo de sus conocimientos era mucho

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más limitado que el de Heyne; no se ocupó de los problemas históricos ni le interesaba tampoco el arte antiguo. Su fuerza expansiva apenas le permitió desarrollar estudios maduros, y por esta causa solamente dejó una obra maestra. En el año 1788, Villoison había editado la llíada con los signos y escolios del manuscrito A (§ 9); lo que este autor comunicó sobre la intervención de los críticos antiguos, le inspiró sus Prolegomena ad Homerum (1795). La idea fundamental, que Wolf mismo atribuye a Wood (§ 64), y que era universalmente conocida por entonces, es que Homero no conocía aún la escritura, que sólo se empleó para la literatura desde el siglo VI; en el espacio intermedio, la poesía homérica se propagó verbalmente por la tradición rapsódica. Por este motivo es imposible que, vista la gran extensión, pueda atribuirse la llíada a un solo poeta, y este hecho viene corroborado por la historia de su recensión en la época de Pisistrato. Wolf no apoyó lo dicho con un análisis de la obra, sino que se limitó a hacer unas cuantas observaciones generales sobre el carácter heterogéneo y entrecortado de la acción, sobre contradicciones en su mayoría descubiertas ya por los críticos antiguos, sobre “restos del cemento con que se unieron los núcleos principales del cuento, y esto ya desde el libro octavo de la llíada en adelante” . Por el contrario, siguió la historia del texto hasta Crates, porque, en el fondo, su intención era hacer deducciones sobre la formación del mismo. La impresión que produjo esta obra fue extraordinaria; algunos, como Goethe y Schiller, no querían que se les deshiciera su lectura predilecta; otros pretendieron haber encontrado ya este resultado independientemente, y, en efecto, al agudo danés Zoega,

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que también ha fomentado de modo especial la arqueología con sagaces conclusiones, le faltó muy poco para alcanzarlo; sin embargo, pasaron todavía decenios hasta que las ¡deas de Wolf se continuaron con nuevos trabajos fructíferos, es decir, con un análisis de las internas diferencias y contradicciones de los poemas épicos (§ 68). Guillermo de Humboldt, así que recibió los Prolegomena, vio con claridad que esto sería propiamente la principal tarea. Pero Wolf ni hizo semejante trabajo ni dedujo las conclusiones para la historia y la crítica del texto, lo que era el porqué de su empresa, y en su lugar empezó una polémica odiosa contra Herder y Heyne, que dió a conocer su carácter en un aspecto poco recomendable, quedando, por fin, amargado y en una disposición de ánimo que le imposibilitó para emprender investigaciones científicas.

§ 66. El siglo XIX. El verdadero progreso de la Filología en el siglo XIX se verifica gracias a estos vigorosos impulsos en Alemania, aunque tampoco en otros países civilizados falten filólogos aptos y, en parte, de no escasos méritos; hay que señalar al inglés Grote, a quien sus experiencias en la vida política indujeron a formar un concepto más real de la historia griega, si bien también a una exagerada estimación de la democracia ateniense; señalaremos, además, el desenvolvimiento de la etnología y el folklore en Inglaterra, cuyo resultado de mayor trascendencia fueron Los orígenes de la civilización, por E. Tylor (1871), y que estimuló bastante al estudio de la mitología, embarazándolo también ocasionalmente; por último, merece señalarse el florecimiento de los estudios sobre los papiros en Inglaterra, a consecuencia de afortunadas adquisiciones.

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Francia ha formado especialmente arqueólogos y epigrafistas muy prácticos, gracias a sus excavaciones (§79) y ricas colecciones; por ejemplo, el excelente Le Bas, cuyo viaje a Grecia y Asia Menor durante los años1843-44 resultó excepcionalmente provechoso; Thannéry (m. en 1904), también un gran conocedor de las matemáticas y de la astronomía en la Antigüedad; H. Weil (de Francfort del Mein, m. en 1909), un crítico eminente de la poesía griega. Italia tenía epigrafistas célebres en Borghesi (m. en 1860) y de Rossi (m. en 1894), el investigador de las catatumbas, ambos cordiales colaboradores de Mommsen en sus tareas. El danés Madvig (m. en 1886) ha sido uno de los mejores observadores en el estudio de los usos en la lengua latina.

El movimiento filológico de la época queda determinado, de una parte, por el Neohumanismo, que conduce a un estudio intensivo de los llamados clásicos, y, de otra parte, por la ciencia histórica, que adquiere su punto de partida en la corriente romántica; pero también la filosofía y pronto la lingüística reclaman sus derechos, y así, se nota una gran variedad de intereses. Como quiera que la orientación anterior intente mantenerse con tenaz resistencia por obra de la tradición multisecular, se entablan luchas, siendo con razón la más famosa la de Hermann con Boeckh y Müller.

§ 67. G. Hermann. M. Bekker. Godofredo Hermann (1772-1848), que en su cátedra de Leipzig, desde 1797, ejerció una importante actividad docente por la influencia de su personalidad, representa la vieja escuela que parte de los autores y sus textos. No se limitó a ser simple intérprete y crítico de textos; pero su

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labor principal fue propiamente ésta y, concretamente, el estudio de los trágicos, entonces en boga a causa de las creaciones de Schiller y Goethe; superó a Porson por su intento de definir los metros en las recitaciones del coro, con lo cual echó los cimientos de la métrica científica que, siguiendo a Hefestión (§ 17), desarrolladesatendiendo por completo el ritmo. También comprendió que la explicación de los autores no sería posible sin un sistema gramatical, y fue el primero en defender la gramática como ciencia independiente, no reducida al papel de interpretar a los autores; aun no sabía nada de la consideración psicológica, e intentó organizaría según la lógica kantiana. Quiso resolver el problema homérico, admitiendo una parte originaria en la llíada y la Odisea, cuyo autor sería realmente Homero, que paulatinamente fue aumentando; en su edición de los himnos homéricos (1806) se hallan ya indicaciones muy importantes, por ejemplo, sobre la muralla construida por los griegos, de la que nada se sabe en algunas partes de la llíada. Condensó después sus opiniones en un trabajo, cuyo título indica la solución: Sobre las interpolaciones de Homero (1832). Extendió esta observación a Hesíodo, sobre el cual Heyne ya había hecho acertadas consideraciones; sobre todo en los Trabajos y días quedaron reservados magníficos resultados a la crítica analítica. Su ensayo sobre los poemas órficos (1805) se extendía sobre un problema histórico: fundado en consideraciones métricas ylingüísticas demostró que eran más tardíos; en pocas páginas vemos aquí el diseño de una historia de la poesía épica, el claro establecimiento de la diferencia entre la técnica de versificación y lenguaje homérica y la

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alejandrina, separando ésta, a su vez, de la escuela de Nono; toda vez que los Argonautica órficos no comparten las particularidades de la última, es lógico admitir pertenezcan al período anterior a Nono.

Aprovechamos esta ocasión para apuntar que Hermann, lo mismo que la mayoría de los filólogos de su orientación, escribía un latín maravillosamente animado y modelado, hasta tal punto que Lachmann, en una determinada ocasión, se escandalizó al no saber cómo se expresaba leña en latín. Tal aptitud ha disminuido filólogos sólo escriben un latín de inteligencia profesional, y hasta grandes lumbreras de la ciencia cometen groseras faltas, síntoma evidente de cómo se ha desviado el centro de gravedad de la filología.

Entre los muchos que practicaron exclusivamente la crítica de textos se distinguió Manuel Bekker (1785 a 1871), que en dilatados viajes comparó centenares de manuscritos, y con un instinto extraordinario escogió los mejores. Emprendió estos viajes por encargo de la Academia de Berlín, que, poco más o menos desde 1815, se propuso como misión especial fomentar las grandes empresas que exceden la fuerza de una sola persona; ya entonces puso atención en Platón y Aristóteles, por los que Schleiermacher16 había

16 Como tantos otros eruditos de la época, conocía bien varias ciencias. Su labor para la filología fue muy importante, no sólo por su traducción de Platón, que abrió por primera vez la inteligencia de este filósofo, sino también por sus lecciones de hermenéutica y crítica, publicadas en 1838; en ellas se exigía por primera vez la interpretación de una obra, en su conjunto y en sus partes, según la idea directiva, las tendencias y pensamiento de su autor. Tal interpretación es, aún hoy, el ideal de todos los comentaristas serios.

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despertado interés, y proyectó un corpus de todas las inscripciones antiguas (§ 72); cómo pueden resolverse tamañas empresas lo enseñó el primero Mommsen, que supo rodearse de toda una nube de colaboradores. Para muchos textos griegos, Bekker formó un sólido fundamento (pues hasta entonces todo el mundo se conformaba con reunir un aparato de ediciones y algunos manuscritos fáciles de lograr), de suerte que, en muchos casos, la rebusca posterior no resultó demasiado grande, por ejemplo, para Homero (en cuyo texto introdujo por primera vez el digamma y, por ende, mejoró las ediciones alejandrinas), Aristófanes, Tucídides, Platón, los oradores áticos, Aristóteles, Josefo, Pólux, Pausanias, Sexto, Apiano, Herodiano y Suidas. Durante los últimos tiempos, el gran desarrollo del comercio y, recientemente, la fotografía han hecho posible un aprovechamiento todavía más íntegro de todas las fuentes de textos disponibles; esto salta a la vista, principalmente en las grandes empresas a cargo de las academias, índice también de la filología moderna: la edición vienesa de los Padres latinos de la Iglesia, las berlinesas de los comentarios sobre Aristóteles y de la literatura cristiana arcaica en idioma griego. En sus Anécdota, Bekker divulgó una gran parte de la erudición gramatical de los antiguos.

§ 68. Lachmann. También Carlos Lachmann (1793 a 1851) era, en primer lugar, un crítico de textos, pero su labor representó un progreso metódico, o, por lo menos, lo recalcó más visiblemente que, por ejemplo, el siempre lacónico Bekker, distinguiendo la recensio y la emendatio; a saber, empezó por reconstruir la tradición después de examinar prudentemente los manuscritos y

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otros testimonios, y tan sólo después corrigió las deficiencias por conjeturas. Según estos principios editó a Catulo, Tibulo, Propercio, Lucrecio y el Nuevo Testamento; en lo que se refiere a este último, abandonó, sin embargo, el intento de reconstruir los textos apostólicos mismos, limitándose a recuperar la tradición oriental y occidental, como había sido alrededor de fines del siglo IV. Con esta obra mermó por primera vez la autoridad de la Vulgata (e. d., del texto tradicional) y excluyó una crítica arbitraria, abriendo paso a la creciente opinión de que toda buena crítica debiera ser conservativa; la crítica caprichosa del Humanismo, lo mismo que la radical de Bentley, quedaban, en principio, vencidas. Como nueva flor se empezó a desarrollar la historia de los textos, que estudia la obra de un autor, en lo posible, desde su primera publicación hasta la forma en que nos la transmiten los manuscritos; en los casos en que un texto estuvo entregado a la corrupción antes de su primer estudio filológico, aconseja cautela, por ejemplo, con Homero y Plauto, pero nos enseña también que, en tal caso, en vez de pararnos frente al manuscrito, es lícito y obligatorio reconstruir el texto original, por ejemplo, a base de nuestros conocimientos de los dialectos (estrato eólico y jónico en Homero). Las primeras indicaciones de este carácter se encuentran en el comentario que Lachmann escribió sobre Lucrecio, el cual también posee importancia por observaciones sobre prosodia latina, que con igual certeza no se encuentran en ninguna parte hasta entonces. Sobre el sistema epicúreo, que Lucrecio celebra en su poema, Lachmann no creyó deber ocuparse; tal abandono de la parte real era cosa frecuente en aquel tiempo. Al igual que la

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mayoría de los grandes filólogos del siglo XIX, Lachmann también fue arrastrado por otra corriente, la germanística, que vigorosamente se iba desarrollando desde Jacobo Grimm, y a la que prestó grandes servicios por su método crítico. Ya en 1816 disertó acerca de la forma original de los Nibelungos, en los cuales se acostumbraba, desde hacía algunos decenios, ver la llíada alemana, y confirmó la teoría, indicada por W. Schlegel, de que estaban compuestos de 20 cantos primitivos independientes, llegando a separarlos con perspicacia analítica; en sus Consideraciones sobre la llíada (1837 y 1841, impresas juntas en 1847) aplicó este nuevo método a la llíada, continuando los estudios empezados por los Prolegomena, de Wolf, y dividió el poema en 18 cantos. Con ello quedó en el fondo contradicha la creencia, procedente del movimiento romántico, de que la epopeya de Homero perteneciera a las canciones épicas populares que “se van formando por sí solas” , habiéndola hecho remontar, por el contrario, a las antiguas escuelas de poetas y rapsodas, sin perjuicio de que estos conceptos místicos siguieran creyéndose por muchos durante decenios. Este trabajo forma el propio punto de partida para la crítica superior de Homero, cuya historia, con la paulatina ampliación, profundización y cambio de los puntos de vista, ofrece un cuadro muy atractivo: la lingüística, la historia política y de la cultura, la arqueología, sucesivamente se preocuparon con éxito por la solución de este gran problema.

§ 69.Lehrs y Ritschl. F. Bücheler. Carlos Lehrs,nacido en Königsberg (1802-1878), es una individualidad específica que, con propios métodos, en su libro Sobre

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los estudios homéricos de Aristarco (1833) rompió el sello que cerraba la inteligencia de los escolios homéricos, y suministró también valiosas contribuciones para la historia de la gramática. Como sucede también con Ritschl, su importancia, en una parte considerable, consistió en la actividad de cátedra. El hombre cuya influencia en la filología fue superior a la de todos los demás durante el siglo XIX fue Federico Ritschl (1806- 1876, desde 1839 hasta 1865 en la Universidad de Bonn, y después en Leipzig). Su influencia la debe, en primer lugar, a sus dotes de profesor y de organizador; lo mismo que el seminario de Bonn se convirtió bajo su dirección en el primer instituto para jóvenes filólogos, así también educó a los primeros bibliotecarios de orientación científica en la biblioteca de Bonn; al intentar exponer la obra por él realizada, no es suficiente limitarse a enumerar las publicaciones que ostentan su nombre; ha de referirse esta lista a todos los trabajos de sus discípulos a quienes apoyó en su labor, y que siempre lo veneraron como maestro, aun los que luego llegaron más allá que él, que se limitó en lo principal a la crítica de textos. Su importancia para la ciencia consiste preferentemente en el estudio del latín arcaico, por él iniciado; creó una recensión de Plauto, abandonado durante tanto tiempo, e intentó resolver todas las cuestiones métricas, prosódicas, lingüísticas y de historia literaria contenidas en este texto, siempre con un método prudente respecto a la tradición. El estudio de Plauto le obligó a interesarse por las inscripciones en latín arcaico, que por primera vez trató de aprovechar para la historia de la lengua; con tales estudios fundó la lingüística moderna, de la que él propiamente estaba alejado. Su

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discípulo más importante fue, junto con Usener (§ 79), F. Bücheler (1837-1908), distinguido por un gran sentido de la percepción estilística y por una intuición genial en el terreno lingüístico, que lo dotó para extraordinarios descubrimientos en el latín arcaico y los dialectos itálicos (Umbrica, 1883).

§ 70. La lingüística. La lingüística comparativa, fundada por F. Bopp en 1816, fue en un principio mirada de reojo por la filología, ensoberbecida por su método antiguo y perfeccionado, sobre todo mientras aquélla puso en lugar preferente el sánscrito. Es tanto más de extrañar tal actitud cuanto que J. Grimm, en su Gramática alemana (1819), había obtenido buenos resultados con este nuevo método de investigación aplicado a un idioma determinado, y había enseñado el ideal de una gramática histórica (la historia del lenguaje), y, principalmente gracias a Pott y Schleicher, el método iba afianzándose grandemente por las investigaciones de los cambios fonéticos fijados en leyes. Un obstáculo era que la gramática escolar del griego y del latín, para poder cumplir con su misión, creía necesario poner reglas y dominar el estudio del lenguaje, mientras la moderna lingüística quería comprender los diversos fenómenos por una solícita observación. J. Grimm escribía en 1812: “También en la lengua debe respetarse toda individualidad: sería de desear que aun el dialecto menos estimado pudiera desarrollarse libremente sin sufrir violencia alguna, porque, sin género de duda, en algo será superior a otra forma de lenguaje, por muy difundida y perfecta que aparezca ésta” .

El primero que con éxito intentó derribar el muro de separación fue Jorge Curtius, profesor en Leipzig

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desde 1861 hasta 1885, que utilizó los resultados de la lingüística comparativa para el griego y creó en sus Fundamentos de la etimología griega (5a. edición en 1879) un manual muy valioso, aunque hoy anticuado; en los Estudios por él publicados, no pocos filólogos colaboraron con trabajos importantes para la lingüística. Aunque Lobeck, el insigne filólogo de Königsberg (m. en 1860), se había empeñado en sus trabajos lingüísticos, -- -el último de los cuales apareció en 1862—, en no salir en modo alguno de los criterios de los antiguos gramáticos, y por más que uno de los representantes más exclusivistas de la crítica textual había prevenido, todavía quince años más tarde, que había de evitarse el menor contacto con la lingüística comparativa, cada vez se reconoció con mayor apremio la necesidad del método lingüístico comparativo, especialmente desde que la llamada “escuela de los jóvenes gramáticos”, hacia 1880, introdujo en la lingüística un método más exacto y comenzó a explicar con mayor claridad los fenómenos lingüísticos delimitando las influencias de los cambios fonéticos y de la analogía.

Así fue posible ya el estudio científico de los dialectos, para el cual, por el hallazgo de inscripciones, trase ofrecía mucho material nuevo, y en el que había bajado Ahrens, con excelente criterio, en los años 1839- 1843. Después, pronto comenzó también a prestarse atención a los dialectos itálicos, y se llegó, aunque a pasos muy contados, a poder formar un recto punto de partida para la ordenación de la lengua latina (Bücheler: § 69); como consecuencia de esto quedaronsuficientemente aclaradas numerosas cuestiones de la historia literaria y de la de los pueblos. Así fue ya posible

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plantear el problema de una historia de la lengua, introduciendo de esta suerte los métodos históricos también en terreno, al parecer, tan poco histórico como la filología. Comienza también ahora, con una comprensión verdadera, el estudio de la formación y descomposición de la lengua en los períodos anterior y posterior a la época “clásica”; Diez, el fundador de la filología románica, ya había podido hacer lo principal con las lenguas hijas del latín, y ahora se estableció que éstas habían surgido por evolución, no de la lengua literaria, sino de la vulgar; se comenzó a estudiar el latín vulgar, señalando cuidadosamente las diferencias que lo separan del literario. Tardóse, en cambio, más en comenzar el estudio relativo del griego antiguo y del moderno, y se llegó a la misma conclusión: que el idioma actual se ha formado por evolución lenta y espontánea de la lengua popular usada en la época helenística; por otra parte, también aquí el descubrimiento de inscripciones y papiros aumentó el material; se desarrolló un estudio especial de la koiné que se esforzó principalmente por establecer las fuentes de la lengua helenística (ático y jónico) y delimitar las fronteras entre ambas. Se comienza entonces a comprender la lengua del Nuevo Testamento y se llega a la conclusión de que el aticismo de los escritores posteriores era una lengua artificial que nada tenía que ver con el dialecto ático indígena; en resumidas cuentas, se puso en claro que la lengua literaria raras veces reproduce con fidelidad un dialecto, ya que ordinariamente nos ofrece sus formas afinadas o mezcladas con otros estados lingüísticos extraños; de aquí que el esfuerzo de Cobet y otros para

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presentar áticamente a los escritores griegos, hubo de desaparecer (§ 59).

§ 71.Sintaxis moderna. También se comenzó sobre esta base el estudio científico de la sintaxis. Se había aprendido poco a poco, principalmente a causa de los numerosos trabajos de Steinthal, que la lengua ha de ser concebida no lógica (§ 67), sino psicológicamente, y que obedece también a la ley de la evolución, ley que hacía entrar bajo su jurisdicción cada vez más a todas las ciencias: la comparación abrió perspectivas en el tiempo anterior a las más antiguas obras literarias e introdujo el criterio de estudiar los fenómenos sintácticos según los principios que dominan en todas las lenguas humanas. El estudio comparado, inaugurado hacia 1870, proyectó luz sobre estos principios generales y muchos fenómenos particulares, pero llegó, por fin, exactamente como había sucedido con la mitología (§ 74), a la concepción de que la comparación es, en efecto, buena mientras se trata de formular las leyes de la formación lingüística, pero que para la sintaxis de cada lengua se ha de lograr la finalidad con el conocimiento de dichas leyes aplicándolo a cada lengua, y en primer lugar intentando explicar sus fenómenos según un método psicológico e histórico. Las metas eran aquí también claras, pero se llegó muy despacio a alcanzarlas: así, por ejemplo, el principio formulado ya en 1852 por Curtius y L. Lange, de que la subordinación procede siempre de una coordinación y, por lo tanto, de que todas las proposiciones secundarias se derivan de principales, ha sido muy lentamente utilizado para la explicación de cada caso.

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§ 72. Boeckh. El método histórico fue entrando y predominando no sólo en este terreno, sino en todas las nuevas manifestaciones de la ciencia, y tuvo como propio cometido la gran empresa de explicar históricamente la cultura de la Antigüedad en todas sus manifestaciones, mientras que hasta aquí toda la atención la habían merecido sólo los escritores, y de un modo especial los llamados clásicos. Debe considerarse como un portaestandarte de esta nueva dirección a Augusto Boeckh (1785-1867; desde 1811, en Berlín). Se ocupó también mucho de los escritores; por ejemplo, en su edición de Píndaro acrecentó las explicaciones de carácter real e hizo valer de nuevo en la métrica el elemento rítmico (§ 67), después de lo cual, Rossbach y Westphal intentaron construir un sistema de métrica; pero trabajó mucho, sobre todo, en la explicación de Platón, al que por primera vez Schleiermacher había abierto de nuevo a la comprensión. Pero su interés fue siempre ciertamente el real; así presentó las doctrinas de los pitagóricos en correspondencia con los estudios de Platón, y aclaró la cronología y metrología de los antiguos. Señaló una dirección completamente nueva con su obra Administración pública de los atenienses (1817), que significaba un gran paso en el nuevo terreno de la historia de la economía y aportó un pensamiento director al comercio de noticias de las “antigüedades”, todavía florecientes. Formó esta obra principalmente con inscripciones, siendo el primero en mostrar los resultados históricos que de éstas se pueden sacar; de aquí su estimación sobre la necesidad de una colección científica de las inscripciones, ¡dea que logró que hiciera suya la academia de Berlín; en 1828 aparecía el primero, y en

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1843 el segundo volumen del Corpus inscriptionum graecarum, los dos con preciosos comentarios17. Así quedó fundada la epigrafía, nueva disciplina que, a causa de la intensificación de relaciones, viajes y excavaciones en los países clásicos y merced a las enérgicas iniciativas de Mommsen (§ 77), había de reunir pronto un rico material inesperado, dando lugar a la presentación de problemas peculiares.

§ 73. El arte griego. Mientras tanto era activada también considerablemente la historia del arte a medida que Grecia se abría cada vez más a exploradores e investigadores y comenzaban a ser conocidas las obras originales del arte griego en vez de las copias romanas conocidas casi siempre hasta entonces; de esta suerte pudo adquirirse una ¡dea inmediata de la plástica antigua. En 1806 llegaron a Londres las esculturas del Partenón, produciendo extraordinaria impresión: “Están modeladas según la naturaleza, y, sin embargo, yo no he tenido la suerte de ver nunca tales naturalezas”, decía el escultor Dannecker; igual efecto lograron las de Egina, llevadas poco después a Munich; unas y otras robustecieron extraordinariamente la admiración por todo lo griego (§ 64), que pronto halló una nueva ocasión de exaltarse más aún con motivo de la lucha de Grecia por su independencia (1821-1829; sobre G. Müller, cfr. § 61). En Roma, el año 1828 fundó Ed. Gerhard el Instituto

17 Contra la crítica del primer fascículo, hecha por H e rm a n n , pudo con razón hacer notar B o e c k h que H e r m a n n trataba las inscripciones como textos literarios, porque no se había hecho ninguna idea de su verdadero aspecto; que no conocía suficientemente las instituciones oficiales de los antiguos, y que fallaban también en este terreno sus conocimientos gramaticales.

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arqueológico, que más tarde llegó a ser el Instituto oficial prusiano y el imperial alemán y fue durante mucho tiempo el centro de todos los estudios arqueológicos en Italia, hasta que ésta, una vez unificada, se ocupó oficialmente de la investigación arqueológica18; los franceses fundaron en Atenas en 1846 un Instituto análogo, ejemplo que han seguido sucesivamente las otras naciones. Se llegó al convencimiento de que los filólogos también necesitaban conocer los lugares clásicos para formarse una idea real de la cultura antigua; ésta fue la razón de las expediciones anuales de viejos y, principalmente, de jóvenes eruditos, al Mediodía, y hasta muchos se avecindaban por completo en alguno de los lugares de la Antigüedad clásica; tal fue el caso del epigrafista W. Henzen en Roma.

§ 74. C. O. Müller. La mitología. El primero que se aplicó a Grecia con claro criterio para los grandes problemas históricos fue Carlos Otfrido Müller (n. en 1797; desde 1819, en Gotinga; murió en Atenas en 1840). Reconoció la importancia de cada uno de los pueblos griegos para la historia, ocupándose por ello sintéticamente de los eginetas, minios y dorios (también los etruscos); fue también el primero en procurar — cumpliendo en sentido científico con una exigencia planteada por Herder— hacer una historia de la literatura griega según el método de Winckelmann. Por primera vez, con Welcker, dió lecciones regulares sobre arqueología, creando, además, con su Manual de arqueología (1830) un extraordinario instrumento auxiliar

18 El Instituto alemán de Arqueología en Roma ha llegado a ser hoy de una gran antigüedad.

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para tal estudio, que todavía no ha encontrado digna sustitución.

Aunque ni Boeckh ni O. Müller dejaron de tener cuidado en los detalles, vio, sin embargo, G. Hermann, un peligro para la ciencia en sus grandes proyectos, por lo cual se revolvió (§ 66. 72) así contra el Tratado de Boeckh sobre las inscripciones (1826) como contra la edición de Müller (1834) de Las euménides; esta lucha, que suscitó grandes tempestades, fue sintomática para la concepción de la filología en sus aspectos estricto y lato, y aun hoy tiene importancia, porque en un principio predominó incluso el criterio exclusivamente crítico- textual y gramatical, pero todavía sobrevive en restos aislados.

Müller influyó mucho también en una disciplina hasta entonces, en parte, menospreciada y, en parte, tratada mal: la mitología. Heyne había hecho buenos progresos; detrás de él, Hermann, que supo encontrar en los mitos un eco de la ciencia y filosofía de los tiempos antiguos, intentó llegar más lejos con ayuda de la etimología. Pero la verdadera esencia del mito sólo pudo ser comprendida a partir de J. Grimm; su recopilación de los cuentos alemanes para niños, emprendida en colaboración con su hermano Guillermo (1812), significó un jalón importante para toda la investigación folklórica; ahora, por primera vez, era posible vencer el prejuicio, que había afectado a los antiguos, de que con respecto a un pueblo sólo existía lo que había sido fijado en la literatura, y reconocer la importancia de tradiciones no escritas. Pero habían de pasar decenios hasta que pudieran ser tratadas con provecho las fábulas, leyendas y mitos de los antiguos y sus supersticiones, si bien

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principalmente para las últimas, en la Mitología alemana (1835), de Grimm, había indicaciones llenas de valor (cfr. § 75). Todavía Lobeck, en su, en muchos aspectos, magnífico Aglaofamo (1829), había seguido por completo las tendencias racionalistas, e indudablemente eran siempre aun mejores que la simbólica y la mística del extravagante heidelbergense Creuzer (1771-1858), por él combatidas. Müller trató sobre todos estos falsos métodos, en sus Prolegómenos a una mitología científica (1825), con una crítica destructiva, fundando una más recta concepción del mito, reclamando la atención hacia las leyendas de cada pueblo y lugar, procurando con afán sacar de ellas datos históricos. Fue él el primero en señalar claramente que todo mito debe estar localizado en determinado sitio, y que la apariencia de que ciertos mitos hayan podido tener un valor general es cosa motivada sólo por los poetas; afirmaba, por lo tanto, que la historia de los cultos locales es el más poderoso auxiliar de la mitología, habiendo de ponerse sumo cuidado en seguir la emigración de los mitos y cultos de una ciudad a otra. Llegó más tarde al apogeo la mitología comparada fundada por Grimm, acerca de la cual ya Müller, con razón, se había mostrado escéptico; ella volvió a tomar en consideración las antiguas significaciones físicas de los dioses (§ 23) (Ad. Kuhn, Preller); cuando fue perdiendo terreno se volvió, en parte, aunque algo modificados, a los principios de Müller, y, en parte, se investigaron determinadas representaciones primitivas que se repiten en todas partes (§ 66, 79), y los cultos, que, en oposición a los mudables mitos y a las difícilmente comprensibles creencias en los dioses,

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mostraban una tenaz consistencia, por lo que oponían una resistencia menor a la investigación científica.

§ 75. Welcker. Jahn. E. Curtius. Parecida dirección siguió F. G. Welcker (1784-1868; desde 1819, en Bonn), amigo de Humboldt, cuyas investigaciones arqueológicas, mitológicas e histórico literarias iban acompañadas de una profunda intuición del espíritu griego; señaló principios fundamentales para la inteligencia de la poesía griega, enseñando, en sus libros sobre el ciclo épico, la tragedia griega y la trilogía de Esquilo, cómo se ha de trabajar siempre en tales campos. Por de pronto, ni siquiera fue una desgracia que considerase la epopeya con un criterio romántico, y como enemigo declarado de Wolf, acerca de la unidad interna y orgánica de las epopeyas antiguas y del retoño cíclico dependiente de ellas, quiso hablar con palabras casi místicas. Así decía él que Wolf “no había reconocido este principio de la unión, la gran metamorfosis de la poesía, el vivo acuerdo mutuo entre poesías que vagaban de un modo salvaje para dar lugar a un conjunto ordenado y más o menos penetrado por la ¡dea y organización artísticas”. Y también: “La llíada y la Tebaida eran, dentro de la unión de las obras principales, dominada por la ¡dea o el instinto poético, los dos grandes templos nacionales de la poesía épica”. Junto con Müller, fue el primero en reconocer la relación entre el poeta y la fábula: “En el organismo natural de la leyenda ha intervenido poco más o menos cada poeta tanto como un avisado jardinero en la regulación y modificación estudiadas del desarrollo natural de las plantas”

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Su sucesor (desde 1855) Otto Jahn (1813-1869) unió, como él, criterios arqueológicos y filológicos, siendo por ello capaz de corregir el método arqueológico, que todavía abundaba en puerilidades, y de señalar el recto camino para la inteligencia de los monumentos con ayuda de la tradición escrita. Como filólogo, a pesar de su completo dominio del tan encomiado método crítico, supo distinguir lo esencial de lo accidental como ningún otro antes, y mejor que muchos después de él; tuvo intuiciones cuyas consecuencias sólo pudo conocer plenamente la posteridad; sus ediciones y comentarios son en este aspecto tan ejemplares como monografías, frecuentemente de poca apariencia, y, sin embargo, ventanas de amplias perspectivas19. Su artículo sobre la superstición del aojamiento (1854) representa el prime avance de un filólogo sobre el terreno del folklore, descubierto por Grimm (§ 74): así, apenas se le escapó nada en el campo de su profesión. Es lástima que no le fuera permitido demostrar con hechos esta universalidad por medio de grandes trabajos de conjunto, en parte porque en los pequeños puso muchísima erudición.

Ernesto Curtius (1814-1896) fue dirigido por Müller y Boeckh; permaneció cuatro años en Grecia (1836 a 1840) en una época en que todo lo helénico brillaba con gran esplendor. Su entusiasmo le llevó a tratar la historia griega bajo una iluminación de bengalas, pero también a la investigación del suelo griego {Peloponeso, 1852; Mapas de Atenas, 1886; Historia de la ciudad de Atenas, 1891); enseñó prácticamente que

19 Es digno de notarse, al menos de paso, que fue él, con su magistral biografía de Mozart, el fundador de la musicología.

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sólo por intuición cabe juzgar los problemas de la historia y mitología griegas; concibió, finalmente, el gran proyecto (primera disertación en 1852), que realizó, de excavar sistemáticamente una célebre ciudad histórica, Olimpia (1876 a 1881); en cuanto a otras excavaciones, merecen citarse las de Halicarnaso por Newton en 1857, Samotracia y Pérgamo por Conze en 1873, 1878 y siguientes, Délos y Delfos por Homolle desde 1877 y 1893, Creta desde 1894; en 1806 se comenzaron por los Borbones las excavaciones de Pompeya, que tuvieron gran avance a partir de 1860. Él, que vivía continuamente en el sueño del clasicismo, no podía entonces imaginarse que precisamente las excavaciones habían de contribuir a combatirlo, llevando la atención a otros tiempos y desviando el centro de gravedad de la investigación.

§ 76. Schliemann. Brunn. Tal fue en gran parte el mérito de un aficionado, Enrique Schliemann (1822- 1890). Habiendo sentido de niño el entusiasmo por el mundo homérico, lo había conservado en una vida que a intervalos se consumía completamente en la especulación mercantil; a los 36 años aprendió griego, y luego, por primera vez, latín, y a los 46 vio los lugares de la geografía homérica. En 1871 comenzó sus creyendo encontrar siempre las huellas de Homero y de los grandes héroes y llegando a descubrir —según él creía— el tesoro de Príamo y el edificio del de Atreo. Cierto que parte de lo descubierto pertenece a la cultura homérica, pero en realidad son más antiguos dichos lugares; así le sucedió en Troya, donde están sobrepuestas de siete a nueve capas, de las que él creyó que la segunda inferior era la ciudad homérica, cuando, en verdad, no era tal

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sino la segunda superior. Entonces fue cuando los filólogos de oficio, a los que en un principio había desalentado el diletantismo de Schliemann, se dieron cuenta poco a poco del valor de tal descubrimiento; quedaba deshecha la leyenda homérica, pero, en cambio, avanzaba al segundo milenio el conocimiento del arte y de la historia de Grecia. Siguieron otras excavaciones, de cuales las de más éxito fueron las de Creta, que otra vez nos descubrieron una poderosa cultura de época prehelénica, a la vez que nos planteaban el problema de la relación de los habitantes de la antigua Creta con las poblaciones primitivas de la Hélada y del Asia Menor, así como con los filisteos e hititas. Fue entonces cuando se comprendió que había graves problemas que resolver, no concernientes al clasicismo, pero que Homero y el mundo homérico son incomprensibles sin el conocimiento de esta cultura especial. Como en el arte “micénico” hay importantes elementos orientales, se suscitó de nuevo la cuestión antigua de qué es lo que debe la cultura griega al Oriente, cuestión que aun continúa muy lejos de ser resuelta. También en Italia y en Sicilia se descubrieron restos de primitivos períodos de cultura, y una serie de activos prehistoriadores italianos cuidóse de sacar el fruto de tales excavaciones; comenzóse ahora a conocer también en su aspecto prehistórico la ciudad de Roma, luego que ya estaban aclaradas las fases de su historia posterior (por ejemplo, por H. Jordan, m. en 1886).

Cambiada la concepción del arte antiguo por el conocimiento de obras originales, como ya hemos visto, a medida que se multiplicaban las exploraciones del suelo helénico, tanto más se aprendía a interpretar

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originales griegos, y pudo llegarse a la persuasión de que el apogeo del arte griego está representado por Fidias y Praxiteles, no por el Apolo del Belvedere y el Laocoonte (§ 62); pero además se deseaba descubrir ahora cómo se había llegado a ese apogeo, para lo cual se estudiaba el arte arcaico y la tradición sobre su historia. Enrique Brunn, que después de larga permanencia en Italia (1865-1894) trabajó en Munich, no sólo escribió la historia de los artistas con excelente método filológico, fundado en los testimonios, sino que también señalaba a cada obra artística su correspondiente lugar, con un fino sentido crítico estético y por medio de un análisis más exacto que el que se acostumbraba hacer de sus formas. Eran especialmente interesantes para la filología tomada en sentido estricto los numerosos descubrimientos de objetos de arte menor y de instrumentos; las múltiples representaciones mitológicas de los vasos, pinturas murales, sarcófagos, etc., exigían imperiosamente la solución del problema de su relación con la poesía; así se llegó a conocer mucho sobre la antigua épica, pero principalmente la gran influencia del drama de Eurípides, y pudieron reconstruirse cosas perdidas por medio de los monumentos; las pinturas de Pompeya y los restos del arte helenístico permitían una sorprendente ojeada al espíritu de la cultura helenística, precisamente más fácil de entender por su aspecto artístico que por las demás manifestaciones.

§ 77. Niebuhr y Mommsen. El criterio histórico se introdujo también, de modo especial, como era natural, en la historia antigua Corresponde en ello el paso decisivo, que a la vez representa un jalón para toda la investigación histórica, a Bartoldo Jorge Niebuhr (1776-

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1831), a quien sus experiencias políticas y diplomáticas le permitieron ver muchas cosas cerradas para los exclusivamente estudiosos. En su Historia de Roma, cuya edición comenzó en 1811, estudió críticamente con agudeza hasta entonces desconocida la tradición sobre la más antigua historia de Roma, tal como la cuenta Livio (§ 57), y llevó a las canciones heroicas el origen de la narración de Livio. Esta hipótesis, y la construcción de la historia romana hecha por Niebuhr, no se podían mantener, pero se había ganado mucho: se había acabado con el principio, dominante desde los tiempos antiguos, de que todo lo tradicional podía ser considerado verdad y usado por necesidad para la construcción de una narración artística. Pero si no merecían seguridad las narraciones de los antiguos historiadores, precisaba buscarles una sustitución. Ésta se encontró, en parte, en el desarrollo de la historia del Derecho, que, partiendo del conocimiento de los Estados posteriores, se elevó al conocimiento de la organización y circunstancias políticas de los tiempos antiguos, en parte, en las inscripciones, que ofrecían noticias sobre la organización, administración, culto y cultura que las más veces en vano se buscarían en los autores. Encarnó los dos factores Teodoro Mommsen (1817-1903; desde 1858, en Berlín), el más brillante representante de la ciencia de la Antigüedad en la época moderna; partiendo del derecho romano, dominó de tal suerte toda la tradición sobre la Antigüedad romana hasta en sus menores detalles, como nadie había dominado una materia amplia. Señaló los fundamentos críticos para los textos de los juristas romanos, y no retrocedió ante el minucioso trabajo filológico, siempre tan pesado, si el

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autor ofrecía algún interés histórico aunque fuese pequeño (Solino, Jordanes, Crónicas menores, Casiodoro, Eugipio, Crónica de Papas, Rufino); formóse con el estudio de los dialectos itálicos, de las monedas, de la cronología, de las inscripciones, fundamentos sobre los cuales levantó su Historia de Roma (tomos l-lll, 1854- 1856; V, 1885), insuperable ejemplo de un libro que une penetrante conocimiento de los detalles y profundo criterio histórico con artísticamente acabada y genial exposición; el V, la historia de las provincias en la época imperial, es el volumen especialmente digno de admiración por el dominio y agrupación de los dispersos materiales. Mommsen fue el primero que tuvo en cuenta, al exponer la historia antigua, el conjunto de circunstancias no sólo políticas, sino también histórico culturales en la mayor proporción, presentando el desarrollo de los romanos hasta ser un pueblo culto y literato, en cuadros esplendentes e ingeniosos en los que muchas veces también establecía por primera vez los fundamentos de la comprensión. Más tarde apareció la obra que propiamente también había sido una preparación de su Historia, el Derecho Público Romano (1871-1888), que también rompía por primera vez con el título de antigüedades y mostraba el solo hilo que conduce por el laberinto de las antiquitates (§ 72). Sus monografías, contenidas en parte en las Römische Forschungen (1864-1879), con excelentes contribuciones para la crítica de la tradición y para la investigación de fuentes, no pueden ser explanadas aquí; pero no se puede menos de señalar su importancia en la epigrafía: fue él quien organizó y realizó el plan de la Academia de Berlín de reunir las inscripciones latinas en un Corpus; de

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los quince tomos de esta colección preparó él cuatro, suministró valiosas contribuciones a todos ellos y perfeccionó el método epigráfico más aún que Boeckh (§ 72).

§ 78. Ed. Zeller. El Helenismo. El ejemplo de Mommsen contribuyó grandemente a aclarar la necesidad del método histórico y realizar la transformación de la filología en ciencia histórica. En lo romano fue él mismo quien hizo la labor principal, y, por ejemplo, también en la historia de la literatura dió magníficas pinceladas; para que se lograra algo parecido en lo griego, que apenas tocó él, fue precisa la actividad de muchos. Para la, a fin de cuentas, pretendida comprensión de la vida espiritual griega, se imponía imprescindiblemente un trabajo: había que poner en claro el desarrollo de la filosofía, que profundamente influyó en todas las ramas de la vida del espíritu. A Ed. Zeller (1814-1908) pertenece tan imperecedero mérito; su Filosofía de los griegos, aparecida por primera vez en1844-1852, se funda no sólo en una propia colección y crítica ponderación de todo el cuantioso material, sino también en la sobria y clara exposición de la interna conexión de los sistemas y su dependencia mutua; la obra, en muchos aspectos, puede compararse con el Derecho, de Mommsen. Aunque Zeller, precisamente en la descripción de la filosofía postaristotélica, renunció a la evolución histórica, presentando sólo como sistemas el estoicismo y el epicureismo, claramente, sin embargo, manifestaba su libro la importancia del Helenismo, cuya historia ya había escrito J. G. Droysen en 1833 con magnífica intuición. Añadióse a esto la ¡dea de que la ciencia había llegado a su mayor esplendor en los siglos

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Ill y II a. de J. C., de que la cultura helenística era casi el único fundamento de la romana y sirvió también de terreno para el Cristianismo, con el que se había visto forzada a un compromiso, como también ha sido reconocido por inteligentes teólogos (naturalmente, no por la ortodoxia no científica)20; a esto han venido a añadirse, a partir de los años del 1880, los papiros descubiertos, que ponen de relieve, sobre todo, la cultura de la época de los Tolomeos. Y así como hubo de sufrir una crisis el dogma del clasicismo (§ 75), así también en este respecto se desvió el centro de gravedad del trabajo científico; hubo que dedicarse ahora con suma actividad a la reconstrucción de escritores perdidos, que por su influencia posterior son dignos de ser tenidos en buena cuenta, pero que, naturalmente, ya no podían proporcionar ningún goce estético: por ejemplo, los estoicos [Epicuro (§ 79), Posidonio] y los historiadores (Varrón Suetonio).

§ 79. H. Usener. En muchos aspectos representa Hermann Usener (1834-1905; desde 1866, en Bonn) la personificación de esta tendencia moderna. Discípulo de Ritschl, poseía soberanamente los instrumentos lingüístico críticos para el griego y el latín; pero los textos le condujeron cada vez más a cuestiones de historia de la literatura, y principalmente de historia de la filosofía. Muchas de sus ¡deas fueron recogidas y desarrolladas por sus discípulos; él mismo mostró, principalmente en sus Epicurea (1887), cómo se debe trabajar siempre en

20 Excelentes trabajos de P. Wendland (1864-1915), un discípulo de Usener, compendiados en La cultura helenístico romana en sus relaciones con el judaismo y cristianismo (1907).

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este terreno. Pero su vista se extendía más allá, tan allá como, en resumidas cuentas, se podían establecer los límites de la ciencia de la Antigüedad; en su Métrica griega antigua (1887) intentó por vez primera señalar un método comparativo para la métrica, y expuso ¡deas que tal vez algún día ejerzan su fuerza de atracción. Pero especialmente le atraían los grandes problemas de historia de la religión: en su artículo sobre Mitos itálicos (1875) fue el primero que aplicó el método comparativo a los cultos antiguos, labor continuada con éxito por Mannhardt y Rohde, y dedicó profundas investigaciones a la génesis de las religiones pagana y cristiana; así, en sus Götternamen (1896) señaló los dioses especiales y ocasionales como fuente importante de ¡deas religiosas, y en su Dreiheit (1903) señaló un principio importante en la religión, culto y supersticiones. Mostró cómo de las leyendas piadosas pueden sacarse ¡deas histórico- religiosas, y en la Weihnachtsfest (1889) escribió un admirable capítulo de la historia de la religión cristiana; así, él contribuyó principalmente a aclarar la formación de la religión cristiana a partir de la pagana, y su progresiva adaptación en el mundo antiguo. Pero apenas hubo una rama filológica en la que no se ocupara, al menos con pequeños trabajos; precisamente porque nunca perdía de vista el gran conjunto, podían también interesarle la astrologia y glosografía. Y así, junto con Mommsen, cooperó especialmente a que desde los años del 1870 comenzase a orear una tendencia vivificadora en la filología, que siempre se había dedicado preferentemente a los más pequeños problemas, y a que la generación moderna se fuera apartando poco a poco de la crítica conjetural, practicada como finalidad en sí

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misma, que ha perjudicado en extremo al crédito de la filología. Su discípulo más apto para la historia de la religión fue A. Dieterich (1866-1908), que puso de relieve la importancia de los textos mágicos egipcios recientemente hallados y que mostró una delicada comprensión para el primitivo sentimiento religioso, principalmente en Una liturgia de Mithra (1903) y Madre Tierra (1904).

§ 80. E. Rohde. Así como las aficiones de Usener se pueden explicar solamente por la confluencia de muchas y diversas direcciones, así también Erwin Rohde (1845-1898) es dirigido por variados caminos por la multiforme cultura moderna, y una naturaleza artísticamente fina y capaz de sentir profundamente; en él han influido Schopenhauer y Wagner, mucho también su íntimo Nietzsche, pero con gran personalidad ha especulación”, a pesar de que el máximo problema de su admirable Psyché (1891-94), la formación de misticismo griego, se le apareció en conversaciones con Nietzsche. Nunca un problema de la historia de las religiones había sido desarrollado con tanta consecuencia, tratado con tal dominio del material ni expuesto en forma tan perfecta como en esta obra. Su Novela griega (1876) es un intento muy ingenioso de resolver un problema de historia de la literatura griega, con amplias referencias a la historia comparativa de la literatura y a la investigación de los cuentos; pero él no retrocedía tampoco en las enojosas buscas de fuentes e investigaciones cronológicas, siempre que fueran necesarias para conseguir un alto fin. Su fuerza está tal vez en la mezcla de las dos consideraciones con las que nuestro tiempo ha entrado en el estudio de la Antigüedad. “Experimento

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en mí mismo --escribía en 1882--, y exactamente igual en los demás, la sucesiva transformación de la estimación estética y absoluta de la Antigüedad en la histórica y relativa, que ha trazado ciertamente hace ya tiempo, antes de que yo comenzara mis trabajos, el derrotero de nuestra disciplina; apenas me pesa haber personalmente comenzado con la anticuada apreciación estética, pero ahora debo despojarme poco a poco radicalmente de mi formación antigua; esto se logrará con trabajo y cansancio”.

En estas palabras se contiene una gran verdad que debe servir de lección aun a la actual generación. Está ya claramente definido el carácter histórico de la ciencia de la Antigüedad, que a nadie se le ocurre poner en duda; pero no se ha de olvidar que el punto de partida y núcleo de la filología y del trabajo filológico es la literatura, que ha de ser examinada con una sana consideración estética si se quiere que sea equitativa21.

§ 81. Para que el estudio de la historia de la filología en el siglo XIX quede completo, es necesario añadir algunos nombres de sabios alemanes, y también algunos franceses que en la pasada centuria ya preludiaron lo que había de ser en la nuestra un formidable florecimiento de los estudios clásicos en su Patria.

En Alemania, sin pretender —sería imposible en los límites de este pequeño manual— abarcar todos los nombres ¡lustres de filólogos del siglo pasado que por razones cronológicas no han sido mencionados por Kroll,

21 Aquí termina el texto de W. Kroll. El resto del manual está redactado por Manuel Palomar Lapesa.

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llamaremos la atención sobre aquellos autores y obras cuya gran trascendencia les confiere plena actualidad para nosotros.

Consideramos consubstancial con la filología de Alemania la desarrollada por los suizos de lengua alemana, nada despreciable.

Es indispensable hablar de una figura, J. J. Bachofen (1815-1887), de Basilea, que si pudo ser silenciada cuando Kroll escribió este manual, hoy ya no puede serlo. Sus ¡deas parecieron a muchos en su época discutibles y nada trascendentales, y esta postura general frente a ellas ha prevalecido hasta hace algunos años. Hoy, cuando ya se tienen tan en cuenta en el estudio de las culturas clásicas los fenómenos de substrato como los aportados por las invasiones indoeuropeas, tienen pleno sentido los descubrimientos de Bachofen, que nos hacen verlo como un precursor no sólo de nuestros métodos, sino también de nuestros hallazgos. Así, en 1943 se inició la publicación de sus Obras completas, interviniendo en ella figuras del máximo prestigio. Sus obras estudian principalmente aspectos sociales y religiosos de las culturas clásicas, estando su mayor originalidad en el hecho de ponerlos en relación con un fondo cultural mediterráneo anterior a las invasiones indoeuropeas, cuyo foco más importante después de ellas fue el Asia Menor; así queda explicado el fundamento de su obra El pueblo Iicio, que ha sido traducida al italiano en 1944. En El matriarcado (1861) expone Bachofen el descubrimiento suyo que resultó más espectacular en su época, y que hoy es ya una ¡dea de dominio general. Otras de sus obras son Ensayo sobre el simbolismo sepulcral de los antiguos (1859); La

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doctrina de la inmortalidad de la teología órfica (1867); Sobre la vida política del pueblo romano; Contribuciones a la historia de los romanos.

El mayor helenista de su época fue U. Wilamowitz (1848-1932), amigo de Burckhardt y, hasta cierto momento, también de Nietzsche; ocupó la cátedra en Berlín. Hizo profundos y geniales estudios sobre textos literarios griegos: Homero, los trágicos y los líricos principalmente. Así, pudo redactar obras tan importantes como su Introducción a la tragedia griega y escribir, con un íntimo conocimiento de los originales, la Literatura griega de la colección “La cultura de hoy”, libro de escasa extensión pero que ha tenido gran trascendencia, pues se sale de los caminos trillados, para proporcionar ¡deas tan nuevas como geniales. Su Métrica griega es también un magnífico resultado de su asiduo y fecundo trabajo sobre los textos poéticos. Se dedicó a estudiar la religión griega, legándonos una gran obra, Las creencias de los griegos, análisis profundo de las raíces religiosas de la cultura helénica. Profundo conocedor también del desarrollo histórico de la filología, muy especialmente de la alemana de su siglo, redactó la Historia de la filología en la Introducción a la ciencia de la Antigüedad, de Gercke-Norden.

El afán de reconstrucción de las fuentes para el conocimiento de la Antigüedad, consecuencia del sentido histórico que invadió la ciencia filológica en el siglo pasado, nos ha proporcionado una obra perfecta, de manejo indispensable para el estudio de la filosofía griega primitiva: Fragmentos de los presocráticos, de Hermann Diels, verdadero modelo de trabajo filológico.

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Una obra de tipo semejante, también excelente, fue la recopilación de los fragmentos de los historiadores griegos, que llevaron a cabo C. y Th. Müller en 1862.

Helenista también fue Th. Bergk, quien, aparte la gran edición de líricos griegos, excelente, pero ya superada, publicó una Historia de la literatura griega que sigue siendo libro clásico.

En la epigrafía griega destacó mucho Hiller von Gärtringen, autor de publicaciones verdaderamente magistrales en este terreno.

También el campo de lo romano tuvo grandes cultivadores. Merece una mención L. Friedländer, autor de la mejor edición de Marcial y de la obra —traducida al español en 1947, hecho que demuestra la pervivenda de su actualidad— Historia de las costumbres romanas desde Augusto a los Antoninos.

Historiador también fue O. Seeck, quien estudió magistralmente los últimos siglos de la Antigüedad en su libro El ocaso del mundo antiguo.

En el campo de las lenguas, no debemos pasar por alto la Gramática griega de G. Meyer, indoeuropeísta que destacó también en otros terrenos; la obra que nos ocupa es muy estimable, habiendo aplicado a ella su autor los profundos conocimientos que poseía de lingüística comparativa; tales conocimientos siempre han estado más atrasados y menos sistematizados en la sintaxis que en las otras partes de la gramática (§ 83, Wackernagel), y esto puede explicar el hecho de que la publicación que nos ocupa carezca de sintaxis.

§ 82. La filología francesa en el siglo XIX (§ 66). La filología estrictamente considerada tiene un buen

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representante en Chatelain, cuya obra Paleografía de los clásicos latinos es indispensable.

L. Havet es lingüista especializado en el latín. No obstante, su trabajo de mayor trascendencia y utilidad es un Manual de crítica verbal aplicado a los textos latinos, que sienta bases firmes en un terreno tan movedizo y arbitrario como es la crítica textual, fundamento, sin embargo, de todo trabajo filológico.

No debemos pasar por alto, aunque es menos estrictamente filólogo que los anteriores, a G. Boissier, autor de varias obras históricas e histórico culturales de gran interés; de entre ellas es necesario mencionar El fin del paganismo, síntesis de la historia de todos los acontecimientos que constituyen el advenimiento de la nueva Doctrina: Cicerón y sus amigos ha merecido la traducción al español en 1944, en Buenos Aires.

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Armauirumque
Armauirumque
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Capítulo IV

La actualidad

§ 83. Alemania. La filología alemana sigue dentro de la tendencia iniciada por ella misma en el siglo XIX, o sea, sacando todas las consecuencias posibles de la aplicación del historicismo a los trabajos filológicos, sin que exista la menor oposición a este proceder; oposición reaccionaria que tampoco se da ya en la filología de ningún otro país, según ¡remos viendo. En tal aspecto, lo que en este libro de Kroll aparecía como afirmación sólo esbozada en la interesantísima cita final de E. Rohde (§80), no sólo se ha convertido en el más riguroso dogma para el movimiento filológico alemán, sino que es una de las conquistas de alcance más universal que haya logrado la ciencia. Consecuencia de este proceder y una de las principales manifestaciones de él, es la consolidación de la colaboración de lingüística y filología. Esto supone la obra de muchos lingüistas, que han cooperado felizmente al desarrollo de la filología clásica.

De ellos, una de las principales figuras ha sido J. Wackernagel (1853-1938), profesor en Basilea, autor de Conferencias sobre sintaxis (1920-1921), que ha dado la pauta para la investigación en el terreno de la sintaxis, poco asequible al método comparativo de la lingüística indoeuropea, y, por ello, menos cultivado hasta entonces que las otras partes de la gramática. De gran interés

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también es su obra Investigaciones lingüísticas en Homero (1916).

W. Schulze (1863-1935), indoeuropeísta, profesor en Berlín, publicó Para la historia de los nombres propios latinos (1904), que es una sistematización magistral de la onomástica itálica, a la que el autor no sólo ha tenido que aplicar su íntimo conocimiento del indoeuropeo, sino que también ha visto la enorme importancia que para tal estudio tiene la consideración de los substratos mediterráneos, siendo así uno de los iniciadores de la que hoy podríamos llamar lingüística pre-indoeuropea mediterránea, doctrina que llega a explicar numerosos aspectos de las lenguas clásicas.

También indoeuropeísta ha sido A. Walde (1869- 1924), especialista consumado en el estudio del léxico. Nos ha dejado un Diccionario etimológico del latín, cuyo manejo es indispensable; la 3a edición, revisada por J. B. Hofmann, apareció en 1938. Walde redactó también la historia de los estudios lingüísticos sobre el latín incluida en la Historia de la lingüística indogermánica, colección de monografías que fundaron Brugmann y Bartholomae.

Lexicógrafo es también el suizo E. Wölfflin, que planeó el Thesaurus linguae latinae, obra en que se recogen metódica y exhaustivamente todos los casos en que aparece cada vocablo en los textos latinos, constituyendo un instrumento útilísimo. Wölfflin fundó en 1884 la revista Archivo de la lexicografía latina, sin duda una de las de mayor prestigio y de las que han proporcionado resultados más útiles.

Otro gran lingüista, indoeuropeísta, ha sido E. Kieckers (1882-1938), autor de una Gramática griega (1925-1926) y otra latina (1930-1931) muy estimables.

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P. Kretschmer entra en los estudios clásicos también partiendo de la lingüística indoeuropea. Podría decirse que su obra de mayor trascendencia fue la fundación, juntamente con F. Skutsch, de la revista Glotta, en 1909, revista que pretende la colaboración de la lingüística con la filología. De sus libros son dignos de mención Introducción a la historia de la lengua griega (1896); Introducción a la lingüística griega y latina, muy interesante en el estudio de los métodos sobre todo, ha sido traducido al español por S. F. Ramírez y M. F. Galiano (Madrid, 1946). Kretschmer ha dirigido también la composición de un gran Diccionario de la lengua griega, aparecido en 1944.

El suizo E. Schwyzer ha sido la mayor autoridad en gramática griega. Una muestra de ello es el hecho de haber sido incluida su gran obra, que por desgracia ha quedado incompleta, en el Manual de la ciencia de la Antigüedad, de I. Müller, en 1939, cuatro años antes de flexión, que aparecieron por primera vez en 1934-1937. Schwyzer ha trabajado también en lingüística indoeuropea.

Otro suizo, gran lingüista que ha cultivado la gramática griega, es A. Debruner. Una importante tarea que ha llevado a cabo ha sido el arreglo de la Gramática griega del Nuevo Testamento, de F. Blass, cuya 7a edición apareció en 1943.

Fuera ya de la lingüística, H. von Arnim se ha dedicado al estudio de la filosofía de Platón y Aristóteles y otros temas del helenismo tardío. Así, en sus obras El compendio de la ética peripatética de Ario Dídimo (Viena, 1926); Lo ético en los Tópicos de Aristóteles; Estudios sobre las fuentes de Filón de Alejandría (Berlín, 1888):

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Para la historia de la génesis de la Política aristotélica (Viena, 1924), etc.

E. Meyer es uno de los más ¡lustres cultivadores de la historia de los tiempos antiguos. Ha compuesto una Historia de la Antigüedad en plan exhaustivo, cuya 3a edición ya ha visto la luz. Otras de sus obras son Investigaciones para la historia antigua (1892-1896); La monarquía de César y el principado de Pompeyo, ya con tres ediciones: Suiza en la Antigüedad (1946).

Sin duda alguna, la actividad más trascendental deG. Wissowa ha sido la iniciación, en 1894, de la reedición de la enciclopedia de Pauly (véase nota preliminar de este manual). Se ha dedicado a la historia religiosa, siendo su obra más destacada Religión y culto de los romanos, cuya 2a edición es de 1912. La concepción actual de la historia de la religión hace que esta obra haya quedado anticuada en cuanto a su composición, si bien sigue siendo útilísima como catálogo de materiales.

R. Heinze ha estudiado magistralmente algunos aspectos de la cultura romana, lengua, literatura, historia. En 1938, E. Burck publicó una selección de sus artículos con el título, muy expresivo, Del espíritu de la Romanidad.

Latinista ha sido J. B. Hofmann, de quien ya hemos hecho mención al hablar del Diccionario de A. Walde. Su obra más importante es, sin duda, la Gramática latina (1927) del Manual de la ciencia de la Antigüedad, de I. Müller, escrita en colaboración con M. Leumann, que redactó la Fonética y la Morfología. Un modelo de trabajo lingüístico y filológico es su breve obra Lengua conversacional latina (1926).

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O. Kern se ha dedicado a la religión griega, produciendo una gran obra, La religión de los griegos, que se empezó a publicar en 1926 y cuyo volumen tercero (De Platón al emperador Juliano) y último apareció en 1938.

Especializado en cuestiones de literatura latina, pero siempre trascendiendo a fenómenos culturales más amplios, E. Norden nos ofrece obras de gran interés y actualidad. Redactó una Historia de la literatura latina, breve, pero muy interesante. Sus monografías han tenido gran eco; son importantes De los libros sacerdotales de la Antigüedad romana (1939); las interpretaciones de la Égloga IV {El nacimiento del niño) y del libro VI de la Eneida, de Virgilio, etc.

H. Berve, catedrático en Leipzig, es un buen historiador de la Antigüedad. Sus obras de carácter más general son una Historia de Grecia (1930) y La nueva imagen de los antiguos (1942), en dos partes, dedicadas, respectivamente, a Grecia y Roma.

Una obra que ha venido a reemplazar a la edición de líricos griegos de Th. Bergk, a la que ya hemos aludido (§ 81), es la Anthologia lyrica graeca, de E. Diehl, excelente en todos los conceptos; la 2a edición ha visto la luz en 1936-1942.

Merece una mención un especialista en el estudio del Cristianismo primitivo, K. Prümm, que recientemente ha publicado dos obras de interés: El Cristianismo como novedad, Ojeada al encuentro de Cristianismo y Antigüedad (1939) y Manual de historia religiosa para la extensión del mundo cristiano antiguo (1943); de esta última obra hay una reseña en Emérita (1946, páginas 366-371).

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En el mismo terreno trabaja K. L. Schmidt: Del Apocalipsis de San Juan, el último libro de la Biblia(1946); El problema del Cristianismo primitivo (1938); La Polis en la Iglesia y el mundo. Un estudio lexicográfico y exegético (1940).

Especial interés para los españoles tiene el investigador A. Schulten, que se ha dedicado al estudio de las antigüedades de nuestra Patria, donde reside muy frecuentemente. Su actividad incansable ha producido obras que son de lo más trascendental que se ha hecho en antigüedades hispánicas, más atrasadas que las de otros países. Schulten escribió la Historia de Numancia, obra monumental y exhaustiva para la que puso a contribución en lugar primerísimo grandes trabajos arqueológicos. Un interesante y ameno resumen de esta obra ha sido publicado recientemente por el autor mismo en la Colección “Laye”, de Barcelona. Otro trabajo importantísimo que lleva a cabo es la publicación sistemática de las Fontes Hispaniae antiquae, ya casi completas; los textos clásicos referentes a España aparecen aquí por primera vez, constituyendo un instrumento de trabajo útilísimo. Tartessos recoge los resultados de las investigaciones de Schulten en lo referente a esta fabulosa ciudad e imperio del valle del Guadalquivir; su 2a edición ha aparecido en 1950. Los cántabros y astures y su guerra con Roma (1943) constituye un estudio muy completo de las poblaciones del norte de España en la época de la conquista romana; de esta obra hay una reseña en Emerita (1946, págs. 385-387).

W. Jaeger se ha dedicado a estudiar diversos aspectos de la cultura helénica, consiguiendo obras

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excelentes. Sus libros más importantes son Demóstenes (1938-1939); hay una traducción al italiano de 1942; Diocles de Caristo La medicina griega y la escuela de Aristóteles (1938); Paideia; Los ideales de la cultura griega ha sido la obra de Jaeger más comentada y discutida; consta de tres volúmenes, el primero de los cuales se publicó en 1934; ha sido traducida al inglés (I, 1939; II, 1944; III, 1944-1945), y la última versión al español se ha hecho en Méjico (1945). Gran trascendencia ha tenido su Aristóteles (1923), cuya traducción al inglés ha alcanzado ya dos ediciones. Otras obras son La teología de los primitivos filósofos griegos(1947), con reseña en Emerita (1950, págs. 514-574); Humanismo y Teología (1943), etc.

La Historia de la literatura griega, del Manual de la ciencia de la Antigüedad, de I. Müller, es obra de W. Schmid y O. Stählin; viene publicándose desde 1929.

M. Polhenz ha estudiado magistralmente diversos temas de las culturas clásicas. Sus obras más notables son: Heródoto, el primer historiador de Occidente (1937); Hipócrates (1937); La tragedia griega (1930); El hombre helénico (1947). Es editor de Cicerón.

La misma diversidad de temas se observa en E. Bethe, como indican los títulos de sus obras: Descripción genealógica e historia de las familias entre romanos y griegos (Munich, 1935), y El libro en la Antigüedad, publicación postuma, de 1945. Ha trabajado también sobre Homero.

W. Otto, profesor de Historia antigua en la Universidad de Munich, dirige la edición, en publicación, del Manual de la ciencia de la Antigüedad, ya aludido varias veces, que fundó I. Müller. Tiene una obra

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importante sobre religión griega, Los dioses de Grecia, y además ha estudiado con profundidad sobre todo los reinados de los Tolomeos; en este terreno podemos señalar dos libros: Ptolemaica (1939) y Para la historia del ocaso del imperio de los Tolomeos, Contribución a la época del reinado de los Tolomeos VIII y IX (1938), en colaboración con H. Bengtson. A este último autor se debe la Historia de Grecia (1950), del Manual de I. Müller. En 1949 publicó una introducción a la historia antigua, manual de gran utilidad; está reseñado en Emerita (1950, págs. 511-512).

E. Burck ha trabajado en el terreno del latín, editando los libros l-X de Tito Livio en 1947. Es digno de citarse su escrito Los valores de la Roma antigua en la literatura augústea, incluido en la publicación Problemas de la renovación augústea (1938) reseñada en Emerita (XII, 1944, págs. 387-389).

F. Altheim es figura de primerísimo orden. Sus actividades son variadas, y en todas ellas ofrece fecundas novedades. Obras históricas son Los emperadores soldados (1939); Italia y Roma (1942); La crisis del mundo antiguo en el siglo III y sus causas; los tomos primero y tercero aparecieron en 1943; ya en 1952 ha visto la luz una redacción ampliada de esta obra, en dos tomos, bajo el título Decadencia del mundo antiguo; en 1951 han aparecido el tomo primero de su Historia de Roma y una Historia de la lengua latina desde los orígenes hasta el comienzo de la literatura. Está en publicación Historia general del Asia en la época helénica; la primera parte apareció en 1947; Épocas de la historia romana, I. Desde los comienzos hasta el principio de la dominación mundial (1934); II. Dominio del

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mundo y crisis (1935). Su Historia de la religion romana ha dado a ésta una independencia histórica respecto de la griega, que hasta entonces no había sido reconocida; ha sido traducida al inglés en Nueva York, en 1938. Terra Mater es otra de sus obras del mayor interés. Los trabajos de Altheim en varias revistas son también de gran trascendencia, y hay que mencionar los más importantes: Las pinturas rupestres de Val Camonica (1939); De las causas de la grandeza de Roma, en Neue Rundschau, XLVIII (1937, págs. 236-258); Nuevas investigaciones para la historia romana Calimaco y la historia de Roma (1938), contribución al estudio del sigloIV, la época más oscura de la historia de Roma, mostrando que en las Aitia, de Calimaco, se tratan algunos elementos de ese período; La lucha en torno a la religión antigua, en Europ. Revue, XIII (1937, págs. 481- 484); Sol inuictus (1939), donde se trata de la influencia de las religiones orientales en los medios imperiales de Roma, y especialmente de la creación del Sol inuictus, por Aureliano; en español tenemos El sacrificio de losdecios, en Investigación y Progreso (1942, nos. 1 y 2, páginas 9-14).

E. Buschor ha trabajado sobre todo en arqueología griega. La plástica de los griegos (1947, 3a. edición) es su obra de carácter más general en este terreno; además ha redactado numerosas monografías y memorias. También se ha ocupado de cuestiones de literatura griega: Las danzas de los sátiros y el drama primitivo (1943), y ha publicado una traducción comentada de la Ifigenia en Táuride, de Eurípides, en 1946.

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La tarea de presentar ordenados los fragmentos de los historiadores griegos, realizada ya por C. y Th. Müller en el siglo pasado (§ 81), ha sido reemprendida por F. Jacoby. La última parte de este trabajo es de 1950.

M. Gelzer se ha dedicado a la historia y literatura de Roma: César, político y hombre de Estado (1941); Del Estado romano. Para la historia política y social de la República romana (1944). En 1946 publicó una selección de las obras de César, y en el mismo año una edición de la Conjuración de Catilina y la Guerra de Yugurta, de Salustio.

L. Deubner, profesor en Berlín, ha publicado un excelente libro sobre un aspecto monográfico de la religión griega, Las fiestas áticas. Más recientemente ha ampliado un punto del mismo tema en La fiesta ática de la vendimia (1947).

§ 84. Francia. La filología francesa ha llegado en nuestro siglo a competir con la alemana, moviéndose, no obstante, como la de todos los países, en las direcciones marcadas por ésta en el siglo pasado principalmente.

Una publicación que por su perfección en todos los sentidos demuestra hasta qué grado llegan los estudios clásicos en Francia, es la monumental Colección de clásicos Guillaume Budé. También merece una especial mención, por su inapreciable utilidad, la Colección de Bibliografía clásica, publicada por la Sociedad de Bibliografía Clásica bajo la dirección de su fundador J. Marouzeau. Esta publicación ha resuelto prácticamente el grave problema de la documentación en medio de la progresiva acumulación desmesurada de obras de filología clásica. En ella se hallan recogidas,

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ordenadas sistemáticamente y, en parte, brevemente extractadas, las publicaciones de los años 1896 a 1948; enlaza así con la Bibliotheca scriptorum classicorum, de Klussmann, cuya fecha más avanzada es 1896.

J. Marouzeau es latinista, de la escuela de París, formada principalmente alrededor de A. Meillet. De sus obras mencionaremos el Tratado de estilística latina, cuya 2a edición es de 1946; introducción al latín (1941); Recreaciones latinas (1940). En la Colección Guillaume Budé edita y traduce las comedias de Terencio: La andriana y El eunuco aparecieron en un primer tomo en 1942; de este volumen hay reseña en Emerita, XIII (1945, págs. 348-351); en 1946 apareció el tomo segundo con el Heautontimoroumenos y el Formión. Marouzeau fundó la Sociedad de Estudios Latinos, que en 1943 le ofreció un Memorial de los estudios latinos.

En fechas más antiguas trabajó A. Puech, helenista, cuya Literatura griega cristiana (1928-1930) es muy digna de estima.

Helenista también, a V. Coulon se debe una edición de Aristófanes, que es sin duda la más perfecta que se ha hecho hasta la fecha.

J. Carcopino ha destacado principalmente como historiador de Roma: en la Historia general publicada bajo la dirección de G. Glotz ha redactado, en colaboración con G. Bloch, la parte correspondiente a La República romana de 133 a. de J. C. a la muerte de César (1940): de este tomo hay una reseña en Emerita (1946. página 338). Su obra más difundida es La vida cotidiana en Roma en el apogeo del imperio (1939); fue traducida al inglés en 1940. Pero, sin duda, donde está la mayor trascendencia de Carcopino es en el estudio de la

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religión romana: Aspectos místicos de la Roma Pagana(1941). Otras obras, Los secretos de la correspondencia de Cicerón (1947); Marruecos antiguo, etc.

Más variada es la actividad de J. Bidez. En 1930 publicó una obra definitiva sobre Juliano el Apóstata. En 1938, en colaboración con F. Cumont, Los magos helenizados. Zoroastro, Osianés e Histaspo según la tradición griega. De 1939 es Eos o Platón y el Oriente. Otros estudios de literatura griega. Un singular naufragio literario en la Antigüedad. En busca de las cenizas del Aristóteles perdido (Bruselas, 1943) y Una anatomía antigua del corazón humano. Filistión de Locres y el Tímeo de Platón, en colaboración con G. Leboucq, en la Revue des Études Grecques (1944, págs. 7-40). Bidez ha trabajado también en arqueología griega, colaborando en la importante publicación de la Gran Escuela de Altos Estudios, Estudios de arqueología griega (1938).

F. Cumont, belga, se ha especializado en cuestiones de historia religiosa. Es muy importante su obra Religiones orientales en el Imperio romano (1906); también son notables sus Investigaciones sobre el simbolismo funerario de los romanos (1942).

A. Dain es más filólogo en el sentido estricto. Se ha dedicado principalmente a la paleografía. También ha cultivado la historia textual: Historia del texto de Eliano Táctico desde los orígenes hasta el fin de la Edad Media (1946), y ha hecho valiosas ediciones: Naumachica, textos en parte inéditos (1943); Sylloge Tacticorum (1938); Leonis Sapientis Problemata (1935), etc. Otros estudios, El extracto táctico sacado de León el Sabio(1942); La táctica de Nicéforo Urano (1937). Más reciente es su libro Los manuscritos (1949), donde expone ¡deas

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generales sobre la tradición manuscrita e historia de los textos y principios de crítica textual; está reseñado en Emerita (1950, págs. 512-514).

La Escuela francesa de Atenas ha llevado a cabo importantes tareas arqueológicas que han hecho progresar notablemente nuestros conocimientos. Son dignas de mención las investigaciones en Creta, en las que se ha distinguido, entre otros, un notable arqueólogo,F. Chapouthier.

A. J. Festugiére ha hecho numerosos estudios en el campo de la cultura griega. Citaremos La revelación de Hermes Trismegistos, I: La astrologia y las ciencias ocultas (1944); El griego y la Naturaleza (1946); El infante de Agrigento (194|); Epicuro y sus dioses (1946); Contemplación y vida contemplativa según Platón (1936); Libertad y civilización entre los griegos (1947); su libro sobre Sócrates ha sido traducido al español en Buenos Aires en 1943. En la Colección Guillaume Budé se le debe la traducción del Corpus Hermeticum, en la edición del mismo hecha por A. D. Nock (1945). Ha redactado la parte correspondiente a la religión griega en la Historia general de las religiones, dirigida por M. Gorce (tomo II, 1944).

También es helenista R. Flaceliére. Sus ediciones de Plutarco son notables (cfr. A. Tovar, Emérita, XII, 1944, página 158): Sobre la desaparición de los oráculos, con traducción y notas (1947). Es digno de mención su estudio Los etolios en Delfos. Contribución a la historia de la Grecia central en el siglo III a. de J. C. (1937).

P. Jouguet se ha dedicado también a la cultura helénica. Ha colaborado en publicaciones de papiros. Entre sus estudios, son notables La Atenas de Pericles y

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los destinos de Grecia (1941); Tres estudios sobre el helenismo: El imperio de Alejandro El Estado egipcio tolemaico. El destino de Alejandría (1944); Historia del Derecho público del Egipto antiguo (1943).

P. Th. Camelot es especialista en literatura patrística. Ha hecho la edición, con traducción y notas, de Atanasio, Contra los paganos y Sobre la Encarnación del Verbo, en la Colección Sources chrétiennes (XVIII, 1947). De 1945 es su estudio Fe y Gnosis, introducción al estudio del conocimiento místico en Clemente de Alejandría.

Gran figura dentro de la escuela de París es el latinista A. Ernout. Son abundantes sus ediciones de clásicos latinos; en la Colección Guillaume Budé ha editado y traducido a Plauto, a Salustio (completo; 1946) y a Plinio el Viejo, Historia Natural, Libro XI, en colaboración con R. Pépin (1947); ha hecho una Reunión de textos latinos arcaicos (París, 1947 la última edición), de utilización necesaria para el estudio de la lengua latina arcaica. Ha traducido a Lucrecio, De la Naturaleza (París, 1947). Sobre Lucrecio ha publicado además un estudio (Bruselas, 1947); otro de sus estudios sobre literatura latina es Poesía latina (Montreal, 1945). En gramática, su Morfología histórica del latín (París, 1945, la última edición) es un compendio indispensable para la introducción al estudio histórico de la lengua latina. De una recopilación de trabajos suyos, con el título Philologica, ha aparecido la primera parte (París, 1947). En 1940 se publicaron Estudios de Filología, Literatura e Historia antiguas, ofrecidos a él.

V. Berard ha destacado en literatura griega, y especialmente en cuestiones homéricas. Su introducción

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a la Odisea es una gran obra, muy conocida y con razón estimada. En 1942 se publicó en París su traducción de la Odisea.

También en autores griegos ha trabajado P. Mazón. Ha publicado ediciones de Esquilo (completo; 1947); Sófocles, Antigona (1947), y ha colaborado con P. Chantraine y otros helenistas en una excelente publicación, Introducción a la llíada (1942); de ella hay reseña en Emérita, XIII (1945, págs. 351-355).

P. Chantraine, de la escuela de París, es principalmente lingüista dentro de los estudios griegos. Su Gramática homérica (fonética y morfología) (1942) es publicación muy meritoria; está reseñada en Emerita, XIII (1945, págs. 335-337). En 1945 se publicó su Morfología histórica del griego, manual paralelo al de Ernout para la morfología latina.

Latinista es M. Niedermann. Ha editado a Plauto en Editiones Helveticae, serie latina: Aulularia,Menaechmi, Mostellaria aparecieron en 1946. También es autor de un manual de introducción a las lenguas clásicas, Compendio de fonética histórica del latín (1945, la última edición). En 1944 se le ofrecieron unos Estudios con ocasión de su 70 aniversario.

Los hermanos A. y M. Croiset han escrito una Historia de la literatura griega, muy conocida y difundida, y cuyos puntos de vista han alcanzado una gran popularidad: muestra de ello es el hecho de haber sido traducida recientemente, en 1946, al griego moderno. M. Croiset es, además, autor de otras obras interesantes: La civilización de la Grecia antigua (1943); La República de Platón. Estudio y análisis (1946), y de ediciones de

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Platón: Apología de Sócrates (1947), Eutifrón (1946) y Critón (1946).

J. Charbonneaux es autor de una obra importante en el terreno de la historia del arte: La escultura griega clásica; la primera parte se publicó en 1944, la segunda en 1946. En la ya mencionada Historia general de las religiones, publicada por M. Gorce y R. Mortier, ha colaborado en la parte correspondiente a Grecia y Roma (1944) con M. P. Nilsson (§ 85), A. J. Festugière y P. Fabre, elaborando él La religión egea prehelénica.

§ 85. Otros países. En Italia también haalcanzado un elevado nivel la nueva filología. Lacolaboración de la lingüística en ella, en el sentido representado en Alemania por Curtius, y después por Kretschmer y la revista Glotta (§ 83), una de lastendencias que mejor definen la actualidad filológica, tiene un buen representante en Italia, F. Ribezzo;también ha fundado una revista de gran prestigio, Rivista indo-greco-italica, que inició su publicación en 1917.

En E. Pais tenemos un notable historiador de Roma. En la ya mencionada Historia general, dirigida porG. Glotz (§ 81, J. Carcopino), ha redactado, en colaboración con J. Bayet, la parte correspondiente a Historia romana desde los orígenes a la terminación de la conquista (133 a. de J. C.), 1940; en Emerita (1946, pág. 338) hay una reseña de este trabajo. Pero la obra que más ha absorbido la actividad de Pais, de carácter monumental, es una Historia de Roma que inició su publicación en 1926; de ella hay una serie de cinco volúmenes, que comprenden Desde los orígenes hasta el comienzo de las guerras púnicas, y dos volúmenes;

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Durante las guerras púnicas. En 1933 publicó una Historia de Italia antigua.

En cambio, R. Sabbadini no se salió de la filología estricta. Ha cultivado con gran acierto la historia textual. Editó a Virgilio en 1930, y esta obra suya sigue siendo un modelo, como lo prueban posteriores reediciones.

G. Devoto es un gran lingüista que se ha dedicado al latín, redactando un libro fundamental, Historia de la lengua de Roma (1940).

También es lingüista G. Pasquali, pero sus actividades que más nos interesan están dentro de la filología estricta: Historia de la tradición y crítica del texto (1934); ha reeditado en 1941 la gran obra de D. Comparetti Virgilio en la Edad Media.

E. Bignone se ha dedicado a las literaturas clásicas: Historia de la literatura latina I: Originalidad y formación del espíritu romano. La épica y el teatro de la época de la República. II: La prosa romana hasta la época de César Lucilio. Lucrecio. Catulo (1946, la 2a. edición). Un tratado completo de la misma materia es El libro de la Literatura latina I: La Literatura de la época de la República (4a. edición, 1947) II. La literatura de la época imperial hasta toda la época de Trajano.Ill: La Literatura de la época imperial desde Adriano hasta el final de la edad clásica (2a. edición, 1947); contiene además la obra una excelente selección de textos latinos traducidos. Un intento semejante para la literatura griega es El libro de la Literatura griega (1940). Un libro fundamental es Aristóteles perdido y los orígenes del pensamiento de Epicuro (1937). Son magistrales sus traducciones de los trágicos griegos en verso italiano: Sófocles, en 1939; Esquilo, en 1938.

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También E. Buonaiuti ha hecho estudios literarios y de historia religiosa: Gnosis cristiana (1946); Amor y muerte en los trágicos griegos (1944, 3a. edición). En su obra Los maestros de la tradición mediterránea (1945) hay buenos estudios sobre Pitágoras, Heráclito, Sócrates, Platón, Aristóteles, Cicerón y San Agustín.

A. Rostagni es especialista en literatura latina. Es fundamental su obra La Literatura de Roma republicana y augústea (1939). Ha editado y traducido la Apocoloquintosis del divino Claudio, de Séneca (1944), y en la misma fecha ha hecho una edición comentada de Suetonio, De poetis, y los biógrafos menores (Probo y Vacca).

También son dignas de notar las ediciones de N. Terzaghi: Saturarum reliquiae, de Lucilio (1944, 2a. edición); Hymni et opuscula. I: Hymni, de Sinesio (1939); Liber memorialis, de Lucio Ampelio (1947).

Perrotta inició en 1940 la publicación de una Historia de la literatura griega con la primera parte: La época jónica, muy valiosa.

En Inglaterra se ha distinguido un gran latinista, W. M. Lindsay (1853-1937). Sus trabajos más conocidos y valiosos son sin duda los referentes al latín arcaico: Primitivos versos latinos (1921); Sintaxis de Plauto (1907); de carácter más general, pero no menos importante, es su Lengua latina (1894). Ha cultivado también la crítica textual, Introducción a la crítica de los textos latinos.

W. Fowler ha hecho estudios sobre la cultura romana: Fiestas romanas (1933); Roma, cuya 2a. edición ha aparecido en 1947.

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En los Estados Unidos, la filología ha adquirido en nuestro siglo plena vitalidad. Ya en 1901 se publicó allí un libro importante, Principios y métodos en la Sintaxis latina, de Morris.

Bennet publicó en 1910-1914 una obra de conjunto fundamental, Sintaxis del latín arcaico.

También en el terreno del latín ha trabajado W. A. Oldfather. Ha colaborado en la elaboración de un Index verborum Ciceronis epistularum, publicado en 1938, y en unos Estudios sobre la tradición del texto de las Vitae Patrum, de San Jerónimo (1943).

En cambio, C. D. Buck ha trabajado de preferencia en el griego; es uno de los principales investigadores en el terreno de la dialectología griega. Muy útil es un índice de nombres y adjetivos griegos, ordenado por terminaciones (1945), que compuso en colaboración con W. Petersen.

La arqueología, sobre todo la griega, es muy cultivada en los Estados Unidos. Baste citar, como muestra, las excavaciones organizadas por la Universidad de Nueva York en Samotracia. En esta rama ha destacado, entre otros, G. M. A. Richter, autor de numerosas publicaciones: las de carácter más general son Kouroi. Estudio del desarrollo del kouros griego desde el siglo VII hasta comienzos del V (1943); Pintura griega. El desarrollo de la representación pictórica desde la época arcaica hasta la grecorromana (1944); Retratos romanos (I y II, 1941), además de monografías y otras obras.

En Suecia también se ha desarrollado mucho la nueva filología. La revista Eranos, fundada por W. Lundstróm, es de las más prestigiosas. Lundstróm (1870-

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1940) es autor de una excelente edición de Columela que quedó incompleta.

E. Löfstedt es latinista. Su obra de mayor trascendencia son las Syntactica. Estudios y contribuciones a la Sintaxis histórica del latín (1928- 1933); de la primera parte, Sobre algunas cuestiones fundamentales de la Sintaxis nominal latina, salió la 2a edición en 1942; es también importante su Comentario a la Peregrinatio Aetheriae, uno de los mejores estudios que se han hecho sobre latín vulgar. En 1945 le han sido dedicados unos estudios filológicos.

Muy distinto es por sus actividades M. P. Nilsson, autorizado especialista en religión griega; su principal aportación al estudio de ésta es la gran importancia que concede a los substratos de Grecia en su formación. Es autor de la Historia de la religión griega, incluida en el Manual de la ciencia de la Antigüedad de I. Müller, cuya primera parte apareció en 1941, y la segunda en 1950. En la Historia general de las religiones, dirigida por M. Gorce, ha redactado la parte correspondiente a la mitología griega en el tomo II, aparecido en 1944. De carácter más limitado es su obra La religión popular griega (1946); la que representa lo más característico de sus tendencias es El origen micénico de la religión griega.

M. I. Rostovtzev, ruso, es un gran historiador. Su obra más difundida y meritoria es la Historia social y económica del imperio romano. Un paralelo de ella es la Historia social y económica del mundo helenístico (1941 ), reseñada en Emerita, XIII (1945, págs. 360-363). Otro ambicioso y logrado intento supone su Historia del

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mundo antiguo: I. Oriente y Grecia. II. Roma (publicada en alemán en 1946-1947).

El polaco Th. Zielinski ha publicado varias obras interesantes; de las más notables es Horacio y la sociedad romana del tiempo de Augusto, editada en lengua francesa en París (1938); fue reseñada en Emerita, XII (1944, págs. 182-184).

K. Kerényi, húngaro, es autor de muy numerosos y valiosos libros en el campo del helenismo; ha dedicado su actividad sobre todo a estudios de religión y literatura griegas. Citaremos El gran daimon del Simposio (1942); Pitágoras y Orfeo (1940, 2a. edición, que lleva un apéndice sobre La doctrina de la metempsicosis en Ennio)] Mitología y gnosis (1941); Introducción a la esencia de la mitología (1942), en colaboración con C. G. Jung; Los misterios de Eleusis (1941); La religión antigua(1942); Apolo. Estudios sobre la religión y humanidad antiguas (1937); Hermes, el guía de las almas (1944); Hijas del sol. Consideraciones sobre divinidades griegas (1944); Prometeo, el mitologema de la existencia humana (1946); El nacimiento de Helena, reunión de estudios humanísticos de los años 1943-1945 (1945). Ha llamado la atención sobre Bachofen (§ 81) en su libro Bachofen y el porvenir del Humanismo (1945).*

* Kroll, Wilhelm (1953). Historia de la Filología clásica. Barcelona. Editorial Labor. Col. Labor. Sección III. Ciencias Literarias No. 149. 3a ed.

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