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sión, así que la dejo encendida hasta queme duermo», cuenta. Tiene 75 años, ycuando rememora su vida, llora. Lloradesconsolada. Tras toda una vida traba-jando en el servicio doméstico, sin coti-zar, ahora se encuentra sin dinero parapoder llevar una vida digna.

La vida de Julia es sólo un ejemplo.Doña Tíscar Espigares, responsable de laComunidad de San Egidio en Madrid,lleva años trabajando para los ancianosde la capital, sobre todo con los más po-bres: «Muchas personas, de la multitudtan variopinta a la que damos de comerlos miércoles y viernes, son mujeres ma-yores que han trabajado toda su vida,sin estar dadas de alta en la SeguridadSocial –conquista relativamente recien-te–. Son las sin techo invisibles; pero queno se vean a primera vista no significaque no existan». También son poco lla-mativas porque no suelen pedir ayudafácilmente. El psicólogo don Javier Ló-pez, profesor en la Universidad CEUSan Pablo, de Madrid, sostiene que «laspersonas mayores saben optimizar máslos recursos; además, suelen ser más rea-cias a pedir ayuda. Cuando la piden, esque realmente lo necesitan». Según Eu-rostat, España, después de Chipre, es elpaís europeo con mayor tasa de pobre-za entre los hombres y mujeres mayo-res de 65 años –entre el 30 y el 35%–.

De pensión en pensión

Estos ancianos cobran, al mes, entre300 y 400 euros de pensión no contribu-tiva. Si no tienen casa propia, ¿qué hacencon ese dinero? Muchos malviven en vi-viendas de renta antigua, la única for-ma de poder pagar un alquiler. Si no, ellugar donde pasan las noches son laspensiones del centro de Madrid. DoñaTíscar las conoce bien, porque muchasnoches ha ido en busca de una habita-ción para alguna de sus amigas, comoella llama a las mujeres transeúntes delcentro: «Diez euros la noche es lo máxi-mo que se pueden permitir –multipli-cado por 30 días, son los 300 euros de lapensión que reciben–. Existen habitacio-nes por este precio que necesitan unareforma, no tienen ascensor, tienen hu-medades y frío…; en muchas pensiones,ni siquiera hay enchufes para poner uncalefactor», explica. Viven bajo techo só-lo por la noche. Durante el día, pasanlas horas deambulando por la calle.

Este modo de vida, además de pro-vocar numerosas complicaciones de sa-lud, también acarrea otros problemas,como la ludopatía: «Muchos ancianossolos se gastan lo poquito que tienen enlas máquinas tragaperras. Tienen todo eltiempo del mundo y ningún lugar dón-de ir», señala.

La Comunidad de San Egidio en Ma-drid está a punto de abrir, en la calle Ve-

Julia –o María, o Pilar, o Carmen– ca-mina sola por el centro de Madrid.Lleva puesto un chaquetón sucio y

roto, pero lo lleva orgullosa, digna. Selevanta temprano y sale a la calle, a du-ras penas –la pierna le produce unos do-lores terribles–. No quiere estar en casa:su piso, en una calle aledaña a la Plazade Tirso de Molina, es un piso de rentaantigua que se cae a pedazos, y está lle-no de humedades que afectan grave-mente a su salud. Además, tiene que co-mer. Con los 320 euros de pensión nocontributiva que recibe cada mes, no tie-ne apenas para pagar el alquiler, la luz ylos gastos de la casa: «Los precios su-ben», explica. A veces, se la ve esperar enla puerta del Comedor del Ave María,cerca de su casa, para poder desayunar,o para que una de las voluntarias le pro-porcione algo de ropa. «¿Te gusta?», di-ce, señalando su abrigo: «Me lo han re-galado en el Ave María». De allí, a la otrapunta de Madrid, a otro comedor, losdías que puede llegar. Por la tarde, Juliapasa las horas rebuscando en contenedo-res de basura, o a la puerta de la Comu-nidad de San Egidio para pedir un sobrede sopa y cenar caliente: «Me acuestopronto, en el sofá. Tapadita con mantas,porque no pongo la calefacción para nogastar. Mi única compañía es la televi-

Ancianos solos y pobres, los olvidados en la gran ciudad

Los transeúntes invisiblesUn tercio del total de la población mayor de 65 años en nuestro país es pobre. Muchosdeambulan por la calle, comen gracias a la caridad de instituciones religiosasy duermen en pensiones. La Comunidad de San Egidio en Madrid está a punto de abrirun comedor social sólo para ellos; o mejor dicho, ellas, porque la mayoría son mujeres,viudas o solteras, que cobran una pensión no contributiva de, aproximadamente,300 euros al mes. Y 47 de cada cien ancianos viven solos

Una señora a la esperade entrar en el Comedordel Ave María.En la página anterior,de arriba a abajo:un comedorpara ancianos;y una señora caminandoen una de las callesaledañas al del Ave María

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rónica 11, un comedor social para an-cianos solos: «Queremos ofrecer a estosamigos nuestros comida caliente y unlugar para que se sientan como en sucasa, en su hogar, donde sentarse alrede-dor de una mesa con un amigo que lesquiere». De momento, estará abierto losviernes por la tarde.

Los más afectados por la crisis

Doña Mercedes Villegas, directora dela Fundación Amigos de los Mayores –or-ganización en activo, en Madrid, desde2003, y en Barcelona hace más de 20años, para prestar apoyo a los ancianossolos, a través de acciones de volunta-riado–, señala que, en el último año, seha observado una reducción de los re-cursos sociales ofrecidos para las perso-nas con dependencia –en enero de 2007,entró en vigor en España la Ley de De-pendencia, que tenía previsto una in-versión de más de 13.000 millones deeuros, entre 2007 y 2015, para prestarservicio a más de un millón de perso-nas mayores y discapacitados a travésde la ayuda a domicilio, la teleasistencia,los centros de día y de noche o las plazasresidenciales–: «Se han reducido, porejemplo, las horas de servicio de ayuda

a domicilio, lo que significa que estaspersonas tienen ahora más dificultadespara seguir con su día a día.

Antes, una persona sola con proble-mas de dependencia tenía una asistentesocial que iba a su casa tres días a la se-mana; ahora, van un día. ¿Qué significa?Que comen mal, porque sólo van a hacerla compra una vez a la semana y no co-men productos frescos, la higiene per-sonal y la limpieza de la casa se resien-ten..., y un largo etcétera».

La Fundación Amigos de los Mayores,que acompaña, en Madrid, a 200 perso-nas, se encarga de cubrir las necesida-des afectivas de los mayores solos, aun-que ahora, con el recorte de la asistenciaa domicilio, se tienen que encargar decubrir otras necesidades básicas: «Hayveces que, en una semana, sólo hablancon el voluntario, que ahora también lesayuda con la compra o con la limpiezade la casa», cuenta Mercedes, que propo-ne aprender a ver esta realidad invisi-ble: «No digo que todo el mundo tengaque ser voluntario, pero lo que sí pode-mos hacer es pensar qué necesita ese ve-cino mayor, de la puerta de al lado».

Cristina Sánchez

Doña Tíscar Espigares señalaque, pese al problema de po-breza que existe, el gran drama

para los mayores hoy es, sobre todo,la soledad: «Y ésta afecta a ricos y po-bres, porque la soledad no se resuelvecon dinero. En Occidente, hemos lo-grado conquistar más años de vida,que son una bendición, y a la vez unamaldición, porque los mayores son unestorbo en una sociedad en la que, sihaces y consumes, vales. Y si no, no».

Según un informe realizado por elIMSERSO, el 47% de los mayores de65 años en nuestro país viven solos. Elpsicólogo don Javier López afirma queesta realidad va en aumento: «Cadavez tenemos una familia menos exten-sa; se tienen menos hijos, todos losmiembros de la familia trabajan..., ape-nas hay tiempo para cuidar a los pe-queños, como para acercarse a los ma-yores. Cada vez, habrá más ancianosviviendo solos».

Julia lo repite una y otra vez: «Estoymuy solica». No deja ni un minuto dellorar durante el tiempo que charlamoscon ella: «Siento mucho si no dejo dehablar, es que cuando encuentro a al-guien que me escucha, suelto todo loque llevo dentro», reconoce. Y, de re-pente, se pone a cantar una copla, ale-gre y animosa, que hasta acompaña conpalmas. Doña Mónica, una de las vo-luntarias de San Egidio, nos cuenta que,hace poco, celebraron con Julia su cum-

pleaños: «Se pasó toda la tarde bailan-do y cantando –recuerda–. Estaba con-tenta, se sentía querida». Hace décadasque sus hijos la abandonaron y que loslazos familiares y consanguíneos desa-parecieron por completo.

Superar la soledad no es exclusiva-mente una responsabilidad de la perso-na mayor o la familia. Según el docu-mento del Consejo Pontificio para losLaicos, publicado en 1999, con ocasióndel Año Internacional de las PersonasMayores, es una responsabilidad de lasociedad en su conjunto, que debe re-conocer la importancia decisiva de susvalores y capacidades: «La experien-cia que los ancianos pueden aportar alproceso de humanización de nuestrasociedad y de nuestra cultura es másprecisa que nunca, y les ha de ser soli-citada, valorando aquellos que podrí-amos definir como los carismas pro-pios de la vejez». Y citan la gratuidad,la memoria y la sabiduría, entre otros.

Esta fuerza la descubrió hace mu-cho la Comunidad de San Egidio.Cuenta doña Tíscar que los ancianosson los que más ayudan a los demás. Yrecuerda, por ejemplo, cómo adoptanen la oración a los vagabundos, o cómoaquellos que tienen un mayor poderadquisitivo, hacen comida caliente ensus casas para que después los volun-tarios la lleven a la ruta que San Egi-dio hace en Madrid para dar comidaa los más necesitados.

La familia, a veces un problema

Se puede estar solo aunque se estérodeado de gente. El maltrato a ancia-nos es uno de los últimos descubri-mientos dentro de la violencia fami-liar. Doña Isabel Iborra, profesora dePsicología, de la Universidad Interna-cional Valenciana, y representante deINPEA –Red Internacional para la Pre-vención de Abusos a Ancianos– en Es-paña, en un estudio realizado para elCentro Reina Sofía, señala que el abu-so económico es el más frecuente: «Elagresor utiliza el dinero de la víctimasin su consentimiento, le obliga a mo-dificar el testamento, a cambiar denombre la vivienda…» El perfil delagresor es el de una persona que de-pende de la pensión del anciano –hi-jos, pareja y nietos–, y su número haincrementado a causa de la crisis. Conabuso, o sin él, en la actualidad, se es-tá dando una situación impensable ha-ce años: muchos jubilados, que han pa-sado toda su vida trabajando son aho-ra quienes continúan cuidando de sushijos, y los hijos de sus hijos, porqueson los únicos que tienen ingresos almes. Aunque con una pensión de650/750 euros al mes, difícilmente sepueden mantener dos familias. O tres.

C. S.

Tras toda una vida trabajandoen el servicio doméstico,sin cotizar, ahorase encuentra sin dineropara poder llevaruna vida digna

Estoy muy solica...