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UNIVERSIDAD PANAMERICANA
FACULTAD DE FILOSOFÍA
Εὐδαιμονία:
EL CAMINO DE DEIFICACIÓN SEGÚN EL SISTEMA ÉTICO DE PLOTINO.
T E S I S P R O F E S I O N A L Q U E P R E S E N T A
GUSTAVO GONZÁLEZ PACHECO SERRATO
P A R A O B T E N E R E L T Í T U L O D E :
L I C E N C I A D O E N F I L O S O F Í A
DIRECTOR DE LA TESIS:
DR. JOSÉ ALBERTO ROSS HERNÁNDEZ
CIUDAD DE MÉXICO. 2018
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A mis padres,
por el ejemplo y la oportunidad.
D.O.G.
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7
Agradecimientos
Quiero agradecer a la Facultad de Filosofía de la Universidad
Panamericana, tanto al cuerpo docente como al personal administrativo
por hacer posible −en sentido literal− este proyecto de investigación y mi
formación filosófica. Agradezco encarecidamente al Dr. José Alberto
Ross Hernández, por su prudente guía y aliento a lo largo de mi trabajo
de investigación. Doy gracias también a la Dra. María Elena García
Peláez Cruz, por su apoyo y su consejo. A su vez, presento mis respetos
al Dr. Eduardo Óscar Charpenel Elorduy, por su disponibilidad; al Dr.
Luis Xavier López Farjeat, por su ejemplo; y al Mtro. Roberto Alfonso
Rivadeneyra Quinones, por invitarme a la segunda navegación.
Agradezco a mis profesores −el Dr. Héctor Zagal, el Dr. José Luis Rivera,
la Dra. Virginia Aspe, el Dr. Vicente de Haro, el Dr. Mauricio Lecón, el
Dr. Leonardo Ruíz la Mtra. Karen González, la Mtra. María José García,
el Dr. Fernando Galindo, el Mtro. Fernando Cano y la Dra. Cecilia
Coronado−, con quienes estoy en deuda perpetua y a Salvador
Escalante, por su paciencia.
Agradezco también a mis padres y hermanas, por apoyarme en
esta etapa; a mis compañeros y amigos −a Jacobo, Ceci, Rafa, Liliana,
Lore, Fer, Diego, Joaquín, al Tigre, a Mike, Manuel, Chema, Adriana,
Ricardo, Franz, Ramón, Lalito, Miguel, Montse, Ana, Robin, Victoria,
Sofía, Inés y a Beto− por prestarme su tiempo y por tolerarme; a Caly y
la gente de la RUP, por alimentarme en más de una forma. Doy gracias
también a mi abuelo, por su consejo, y a mi abuela y mis tías, por
enseñarme a leer.
Principalmente, doy gracias por Mariana.
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9
Quien todo mueve de su gloria llenos
deja los orbes, y esa gloria esplende
en unas partes más y en otras menos.
Pisé el cielo que más que otros se enciende
con su luz, y vi cosas que en su celo
mal contar puede quien de allí desciende;
porque, al aproximarse al que es su anhelo,
vuela el entendimiento y sube tanto,
que no le sigue la memoria al vuelo.
Cuanto empero logré del reino santo
en mi mente guardar como un tesoro,
va a ser ahora materia de mi canto.
Dante, Paradiso, Canto I, 1-15.
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Índice
Introducción .................................................................................................................. 13
Capítulo I: Fundamentos metafísicos para el estudio de la ética de Plotino ....... 19
1.1 Sobre el estudio de Plotino ................................................................................. 19
1.2 Cosmología plotiniana: las tres hipóstasis ........................................................ 23
1.2.1 La teoría de las tres hipóstasis. .................................................................... 24
1.2.2 El Uno ............................................................................................................ 26
1.2.3 La procesión hipostática ............................................................................... 28
1.2.4 La Inteligencia ............................................................................................... 34
1.2.5 El Alma .......................................................................................................... 37
1.2.6 La materia ...................................................................................................... 40
Capítulo II: El cuidado del alma, la propuesta platónica ........................................ 45
2.1 Virtud, conocimiento y felicidad en el «Eutidemo» ......................................... 47
2.2 El «Alcibíades Primero» y el servicio socrático................................................. 51
2.3 «Gorgias»: características del cuidado del alma ............................................... 58
2.4 La justicia como virtud colectiva en «República» ............................................. 65
2.5 Los mitos y la justificación escatológica de la εὐδαιμονία. ............................. 73
Capítulo III: La teoría ética en Plotino ...................................................................... 77
3.1 La digresión del «Teeteto» y el proyecto platónico .......................................... 78
3.2 La felicidad como vida perfecta ......................................................................... 80
3.2.1 La concepción plotiniana de la estructura del alma .................................. 89
12
3.2.2 Acto y potencia en sentido ético .................................................................. 91
3.3 La Belleza como camino a la divinidad ............................................................. 93
3.4 Dialéctica: propedéutica de virtud ..................................................................... 98
3.5 La teoría plotiniana de la virtud....................................................................... 101
Capítulo IV: El proyecto plotiniano frente a las escuelas helenísticas ............... 107
4.1 Plotino y el placer: crítica a los epicúreos ........................................................ 108
4.2 Necesidad y sufrimiento: respuesta a los estoicos .......................................... 114
4.2.1 La concepción plotiniana del mal. ............................................................. 121
4.2.2 Argumentos en favor de la inmortalidad del alma. ................................ 125
4.3 Frente a la fortuna: Plotino y la libertad .......................................................... 128
Capítulo V: Plotino ante la crítica contemporánea ................................................ 137
5.1 El problema de la ética en Plotino: estado de la cuestión .............................. 138
5.2 Problemas y presupuestos en la crítica plotinista........................................... 144
5.3 Análisis y respuesta a la crítica contemporánea ............................................. 146
Conclusión ................................................................................................................... 165
Bibliografía .................................................................................................................. 177
13
Introducción
Esta investigación se encuentra en el marco de una de las ideas
platónicas desarrolladas por Plotino, a saber, la teoría ética, clave para
cualquier sistema filosófico en general y para la tradición platónica y
plotiniana en particular. El objetivo principal es mostrar que sí hay un
desarrollo ético relevante en Plotino, opinión contraria a lo que algunos
estudiosos suscriben. El contenido y orden de los capítulos sigue la
intención planteada. Así, se presentan cinco capítulos, cada uno de los
cuales desarrolla un aspecto particular de la discusión ética plotiniana.
Como las propuestas morales plotinianas se articulan a partir del
sistema metafísico, cosmológico y psicológico expuesto a lo largo de las
Enéadas, sirve a la comprensión el presentar una semblanza de tales
postulados. A esto corresponde el Capítulo I. Es necesario aclarar los
principios metafísicos de los que se sigue la ética plotiniana para poder
abordar correctamente su estudio. Así, el primer capítulo resume las
nociones generales con respecto a la teoría hipostática plotiniana,
14
enfocando su atención en la caracterización del Uno, la descripción de
las procesiones hipostáticas, la definición del Intelecto y el Alma.
Además, resume la noción plotiniana de la materia.
Por otro lado, el estudio de Plotino no puede llevarse a cabo con
propiedad sin considerar el fundamento filosófico que la construcción
platónica le aporta. Por este motivo –relegando a un capítulo posterior
el análisis del corpus plotinianum–, en el segundo capítulo se analiza la
construcción ética de Platón a partir de la noción de εὐδαιμονία, que
juega también en la propuesta del filósofo de Atenas un papel central. A
partir de los diálogos Eutidemo, Alcibíades Primero, Gorgias y República, se
presenta una visión panorámica de los razonamientos éticos platónicos
siguiendo lo que puede denominarse “el viaje del alma”. Este viaje
puede resumirse como encaminado a la felicidad, a la que todos los
hombres aspiran y que puede considerarse como una especie de éxito y
que implica un conocimiento específico que permite al agente actuar
bien; este saber no es otro que el conocimiento de uno mismo, e implica
con necesidad el cuidado del alma –de aquello que el hombre es en
realidad– a través de la virtud y del castigo a manera de impartición de
justicia. Este viaje posee un correlato escatológico, que se analiza a partir
de los mitos presentados en Critón, Gorgias, República y Fedón. No es
irrelevante tampoco que Platón, en otro de sus diálogos, haya marcado
la pauta para el proyecto ético predominante. En la famosa digresión del
Teeteto, Platón cimienta la finalidad del actor ético platónico, a saber, la
deificación –misma que en Plotino se entiende como unificación–, pero
es a través del resto de sus postulados éticos que logra marcar el camino
a seguir –la dialéctica– y el estado de perfección: la felicidad.
15
La teoría ética que Plotino presenta en sus Enéadas, además de
considerarse atendiendo a su construcción cosmológica según sus
postulados metafísicos, debe de seguir la directriz marcada por su
noción central: la felicidad [εὐδαιμονία]. Expresada de modo concreto
en el tratado cuarto de la primera enéada, la noción de εὐδαιμονία es el
elemento base que permite a Plotino elaborar una teoría ética a partir de
sus postulados metafísicos. La unión mística o noética que Plotino
propone como destino del hombre no es otra que el “estar bien” o el
estado de felicidad que implica toda la actividad práctica del sabio. En
esencia, la contemplación del sabio es la buena vida, la vida superior, la
vida feliz. El tercer capítulo consiste en una articulación de esta
propuesta a partir de los nueve tratados con enfoque primordialmente
ético que Porfirio agrupó en la enéada I. Aunque los postulados morales
de Plotino se encuentran también en el resto del corpus plotinianum, es
en estos tratados donde se articula el quehacer del agente moral para
alcanzar la sabiduría y, consecuentemente, la felicidad. Plotino
desarrolla sus teorías de la virtud, de la belleza y de la dialéctica como
instrumentales para la adquisición del fin último, a saber, la felicidad a
forma de identificación intelectiva o mística. Un estudio comprensivo de
la teoría ética plotiniana debe, por tanto, atender a los tratados Sobre las
virtudes, Sobre la dialéctica, Sobre la Belleza y los demás que conforman la
primera enéada, donde Plotino tematiza a la εὐδαιμονία con relación al
tiempo, a la condición humana y al suicidio. Además, tal estudio no
debe perder nunca de vista las aclaraciones metafísicas y cosmológicas
–claves para la comprensión del sistema plotiniano– en el resto del
corpus.
16
Por otro lado, sería un error analizar la propuesta de Plotino sin
considerar a sus interlocutores. Plotino está en constante conversación –
en términos morales– con estoicos y epicúreos, además de
perennemente contestar a Aristóteles y, sobre todo, seguir la enseñanza
de Platón. Después de la reconstrucción del sistema ético en el capítulo
III, se consideran en el capítulo cuarto las diversas críticas que Plotino
hace a epicúreos y estoicos, así como la conversación que mantiene con
Aristóteles, interlocutor ineludible en cuanto a la teoría de la virtud y la
vida contemplativa. De este modo, es posible posicionar al proyecto
ético plotiniano frente a las escuelas relevantes a su época. Así, mientras
que el capítulo III se concentra en articular el sistema ético plotiniano a
partir de los textos mismos, el capítulo cuarto enfrenta el sistema de las
Enéadas con sus contrapartes estoicas, epicúreas y peripatéticas,
considerando su postura ante el placer, el sufrimiento, la muerte y la
fortuna. Además, da pie para profundizar en las consideraciones
plotinianas al respecto de la escatología, la inmortalidad del alma, la
libertad y el deseo.
El capítulo V recupera, a partir de lo establecido por Suzanne
Stern-Gillet en su artículo Plotinus on metaphysics and morality, las críticas
que los académicos contemporáneos han realizado a la propuesta moral
plotiniana en tanto que sistema. Se desarrollan las posturas
representativas de aquellos autores que consideran a la propuesta
plotiniana como insuficiente, negativa o simplemente contradictoria.
Además, se recuperan algunas de las maneras en que académicos
plotinistas han procurado recuperar el valor del desarrollo ético
plasmado en las Enéadas. Particularmente, la intención del capítulo es, a
partir de lo establecido en los capítulos previos, defender la validez de
17
los postulados éticos plotinianos, respondiendo individualmente a las
críticas desarrolladas por John M. Dillon, Richard Bodéüs, Paul Plass y
John M. Rist.
Finalmente, se propone a manera de conclusión una evaluación de
la relevancia del proyecto ético plotiniano para el hombre
contemporáneo. En estricto sentido, el estudio de la historia de la
filosofía, en sus autores y sistemas de pensamiento, sólo es relevante
cuando puede interpelar de algún modo al hombre contemporáneo. Más
allá de ayudar a la comprensión del mundo actual según su desarrollo
histórico −en el cual las ideas de la tradición platónica dentro de la cual
se inscribe Plotino influyeron enormemente−, el estudio de la propuesta
ética plotiniana debe de aportar a la individualidad vital del agente
moral. En esta investigación, a partir de las críticas planteadas por los
estudiosos de Plotino y la respuesta dada en el Capítulo V, se busca
también responder a manera de corolario a la verdadera pregunta para
el lector de las Enéadas: ¿Es Plotino relevante más allá del estudio
académico?
18
19
Capítulo I: Fundamentos metafísicos para el estudio de la
ética de Plotino
1.1 Sobre el estudio de Plotino
En la introducción al Cambridge Companion to Plotinus, Lloyd P. Gerson
realiza una elocuente crítica a la noción de “neoplatonismo”. De acuerdo
con su postura, el sufijo no es más que un añadido de algún historiador
del siglo XVIII para señalar cierto desarrollo percibido en la historia del
Platonismo. En realidad, apunta Gerson, a este conjunto de autores debe
considerársele simplemente como platónicos, herederos de la tradición
iniciada por el maestro de Atenas.1 Posiblemente, es a esta
preconcepción inadecuada, aunque también a la dificultad inherente al
manejo de los textos, que su estudio fue relegado a unos cuantos
académicos que escribían, más que nada, para su mismo grupo selecto.
Al menos así lo apuntaba Steven K. Strange a finales del siglo pasado en
1 Cfr. The Cambridge Companion to Plotinus, ed. Lloyd. P. Gerson, U.S.A.: Cambridge
University Press, 1999. p. 5.
20
su reseña del comentario de Michael Atkinson al primer tratado de la
quinta enéada de Plotino.2 Por suerte, el creciente interés y la
disponibilidad de traducciones desde el griego original han permitido
un trabajo considerable sobre estos autores platónicos.
La investigación en este campo resulta pertinente e imperiosa,
pues su influencia no se limita a sus coetáneos; la tradición neoplatónica
–o, mejor, platónica– de los primeros siglos de nuestra era fungió como
puente entre la Antigüedad y el Medievo, además de qué influyó
intensamente sobre los filósofos árabes que posteriormente permitieron
la introducción de Aristóteles a Occidente. La impronta platónica puede
rastrearse en la filosofía escolástica e, incluso, hasta algunos autores
modernos como Descartes, Leibniz, Berkeley y Hegel.3 A su vez, es
necesario indagar sobre las fuentes y afluencias de los platónicos de este
periodo, pues, aunque sus posturas son evidentemente platónicas, en
muchas ocasiones incorporan o responden a elementos aristotélicos o
estoicos.
Uno de los más grandes expositores del platonismo bajo el Imperio
Romano, probablemente el mayor expositor del platonismo de la
Antigüedad tardía y por ello considerado “padre del Neoplatonismo”,
fue Plotino. Tenemos noticia de su vida y nos han llegado sus obras
gracias a su biógrafo y editor Porfirio, quién acomodó los tratados que
escribió en el formato que ahora conocemos como Enéadas. Porfirio
2 Cfr. Strange K. S., «Review of “Plotinus: Ennead V. 1. On the Three Principal
Hypostases; A Commentary with Translation” by Michael Atkinson» en The
Philosophical Review, Vol. 95, No. 1 (Jan., 1986), p. 99. 3 Cfr. Strange, «Review of “Plotinus: Ennead V. 1. On the Three Principal Hypostases;
A Commentary with Translation” by Michael Atkinson», p. 99.
21
refiere que Plotino nació alrededor del año 205 d. C., probablemente
dentro de una familia romana, en Licópolis, ciudad de una región del
Alto Egipto. Antes de servir bajo Gordiano III en Persia, alrededor del
232 y hasta el 243 de nuestra era, se dedicó al estudio filosófico en
Alejandría bajo la tutela de Amonio Saccas, maestro de Longino, Erenio
y Orígenes. De acuerdo con las enseñanzas de su maestro, los tres
alumnos pactaron no divulgar nada de manera escrita. Después de huir
de la fallida expedición de Gordiano III, Plotino abrió escuela en Roma
y comenzó a escribir alrededor de 254 d.C. al enterarse de que sus
antiguos compañeros habían roto el pacto establecido. La edición de
Porfirio recoge un total de 54 tratados, divididos en seis enéadas, es
decir, seis grupos de nueve tratados. Plotino murió en Campania
alrededor del 270 d. C. y sus obras no fueron publicadas sino hasta el
comienzo del siglo cuarto de nuestra era.4
La relación entre tradición platónica del siglo tercero y las
enseñanzas de Platón debe ser considerada en el marco de las
influencias filosóficas presentes en los ocho siglos que les median. María
Luisa Gatti apunta que en Plotino se pueden encontrar ideas pitagóricas,
como la concepción de principios y números; parmenídeas, como la
identificación del ser y el pensamiento; y, sobre todo, platónicas en el
aspecto metafísico, místico y teológico. Plotino no se interesa tanto por
las aporías socráticas o las propuestas políticas; se concentra en los
diálogos de madurez. Además, la influencia estoica y peripatética es
patente, aunque en un sentido más crítico. A pesar de que Plotino
4 Cfr. Bisson L., «Plotinus’ style and argument» en The Routledge Handobook of
Neoplatonism, ed. Pauliina Remes, Svetla Slaveve-Griffin, Great Britain: Routledge,
2014. pp. 126-127.
22
considera que Aristóteles está fundamentalmente de acuerdo con Platón
y aunque recupera las nociones aristotélicas de “νοῦς” –en su segunda
hipóstasis–, de “alma”, “categorías”, etcétera, rechaza fuertemente el
que Aristóteles identifique al intelecto como primer principio; por otro
lado, Plotino se distancia −en aspectos clave− del Estagirita en sus
consideraciones éticas. A su vez, desestima el materialismo estoico, pero
es influido por las concepciones estoicas sobre Dios, sobre el alma, sobre
la naturaleza y la materia en su consideración de la necesidad; también
discute la noción estoica de λόγος, de naturaleza humana y se sirve de
algunos de sus aspectos lógicos y éticos.5
Bajo estas consideraciones, no se debe admitir con ligereza la
descripción que Plotino hace de sí mismo como de un simple
hermeneuta de aquello que Platón ya había establecido en sus diálogos.6
Aun así, la exégesis convencional apunta a que las innovaciones
introducidas por Plotino –la teoría de las tres hipóstasis y la de la
“contemplación creativa”–, son siempre acordes con los postulados
platónicos, según una clara intención de fidelidad al sistema. Así,
«podemos aprehender el punto fundamental, el núcleo esencial de la
metafísica de Plotino en originalidad radical dentro de toda la historia
del pensamiento griego y, en particular, de la rica corriente que
constituye una verdadera y única parte de la tradición platónica».7
5 Cfr. Gatti M. L., «The Platonic Tradition» [trad. L. P. Gerson], en The Cambridge
Companion to Plotinus, ed. Lloyd. P. Gerson, U.S.A.: Cambridge University Press,
1999. pp. 10-14. 6 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 8, 10-14. 7 Gatti, «The Platonic Tradition» [trad. L. P. Gerson], p. 34. La traducción desde el
inglés original es propia.
23
1.2 Cosmología plotiniana: las tres hipóstasis
En esta sección se busca reproducir brevemente la teoría de las tres
hipóstasis, fundamento de la cosmología plotiniana y elemento clave del
sistema en su conjunto, a partir de los primeros cuatro tratados de la
enéada V. Al comienzo del primer tratado en cuestión, Plotino indica
que para que el alma conozca a Dios –a quien en ocasiones refiere como
“Padre”– debe tener una etapa de conversión y otra de elevación desde
las cosas hacia lo Supremo, hasta el Uno y Primero.8 Plotino se propone
lograrlo a través de dos razonamientos; «Uno que muestre la vileza de
las cosas que el alma estima actualmente […] Otro que instruya al alma
y le rememore cómo es en estirpe y dignidad».9 Plotino pretende,
mediante su discurso, lograr que las almas desprecien las cosas que le
rodean y, mediante una búsqueda del origen de su propia dignidad,
encuentren ellas al Uno, a la divinidad.
En lugar de comenzar por el alma propia y ascender hasta la
primera hipóstasis buscando la causa lejana, el sistema metafísico
plotiniano se presenta aquí a partir del Uno, para después descender a
lo múltiple de manera deductiva, al describir las características y
actividades de cada una de las hipóstasis. Se procede de lo más perfecto
a lo imperfecto, de lo primero a lo último, de lo Uno a lo otro,
principalmente porque, para entender el sistema cosmológico de
Plotino, de este modo se puede lograr una visión de conjunto con mayor
facilidad, además de seguir el orden lógico de procesión que Plotino
establece como origen del universo. De mano de Plotino: «Tratemos de
8 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 1, 10-24. 9 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 1, 25-28.
24
explicarlo como sigue tras invocar a Dios mismo no en voz alta, sino
elevándonos con el alma en actitud orante hacia aquél, pues ese es el
modo como podemos orar solos al Solo».10
1.2.1 La teoría de las tres hipóstasis.
Del griego “ὑπόστασις” [fundamento, base],11 la teoría refiere a los
principios [ἀρχαί] o fundamentos primeros de la realidad dentro del
esquema platónico; son el Uno, el Intelecto, y el Alma. Plotino construye
el primer tratado de la Enéada V a partir –según J. N. Findlay– de la
Segunda carta y con el apoyo de la Carta sexta, la República, el Timeo y del
Parménides de Platón.12 En este tratado expone los tres principios de la
realidad, a saber, el Uno [τὸ ἕν], el Intelecto [νοῦς] y el Alma [ψυχή].
Finday explica que Plotino afirma meramente recuperar y a hacer
exégesis de lo que ya había sido expuesto por Platón, de acuerdo con la
interpretación realizada por su maestro, Amonio Saccas. Este esfuerzo
estaba dirigido a rescatar las propuestas de Platón de las aporías
socráticas.13 Además, reconoce en Aristóteles una fuente para descubrir
10 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 5, 7-11. 11 Vox Diccionario bilingüe Manual Griego clásico – Español, vigesimoquinta edición, s.v.
“ὑπόστασις”. 12 Cfr. Finday J. N., «The Three Hypostases of Platonism» en The Review of
Metaphysics, Vol. 28, No. 4 (Jun., 1975), p. 660. Nota: Finday apunta que el documento
es considerado espurio por algunos académicos, pero defiende que fue tomado por
auténtico por la tradición “neoplatónica”. 13 Cfr. Finday, «The Three Hypostases of Platonism», pp. 661-662.
25
las enseñanzas orales de Platón, claves para la reconstrucción y
entendimiento de la teoría de los primeros principios.14
Finday reconstruye de manera esquemática y panorámica la teoría
de las tres hipóstasis cuando explica que «es una doctrina de una serie
de Principios emergiendo uno del otro mediante lo que sólo puede
llamarse necesidad lógica, pues si no emergieran ninguno de estos
Principios podría ser lo que son».15 Apunta que estos Principios –el
segundo y tercero– son generados, pues dependen de otro para su
virtud y su valor y que, a su vez, lo transmiten, aunque de manera
unidireccional, parcial e imperfecta. Finday recalca que no se trata de
meros “niveles de ser” producidos por una emanación metafórica.
Plotino propone, en realidad, una cadena de comunicación donde nunca
se rompe el hilo de identidad y dependencia entre la hipóstasis original
y las derivadas; el mismo principio está presente de modo derivado en
aquellos que proceden de él, por lo que estos pueden volver y, al perder
su diferencia, unirse con él. Con todo, esta presencia no se da en un
sentido panteísta, sino virtualmente a través de la multiplicación. Este
es el proyecto al que apunta Plotino para las almas al comienzo del
primer tratado en la Enéada V.16 Según Strange, el propósito de todo el
tratado consiste en mostrar cómo todo lo múltiple puede surgir de un
14 Cfr. Strange, «Review of “Plotinus: Ennead V. 1. On the Three Principal
Hypostases; A Commentary with Translation” by Michael Atkinson» p. 100. y
Finday, «The Three Hypostases of Platonism», p. 661. 15 Finday, «The Three Hypostases of Platonism», p. 662. La traducción desde el inglés
original es propia. 16 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 1.
26
principio absolutamente simple y primero. En general, cabe describir el
surgimiento de las hipóstasis sucesivas de la siguiente manera:
La hipóstasis inferior está constituida por el desbordamiento de un “acto
externo” de la hipóstasis superior. Este acto externo es una entidad distinta,
descrita como la imagen o semejanza del “acto interno” que es la sustancia o
esencia [es decir, aquello que lo hace ser lo que es] de la hipóstasis superior.17
1.2.2 El Uno.
Con respecto al primer principio o hipóstasis, debe indicarse en primer
lugar que existe absolutamente simple, anterior a toda multiplicidad y
causante de toda multiplicidad.18 Paradójicamente, en estricto sentido,
no puede decirse algo sobre él. El Uno, dado que es Uno y no “un uno”
–en tanto existe como indeterminado [ἄπειρον]–, es inefable e
incognoscible.19 «Decimos, sí, algo acerca de él, empero a él mismo no lo
expresamos, ni tenemos conocimiento ni intelección de él mismo».20 En
este sentido, al Uno no le aprehendemos como conocimiento, sino
meramente en el orden de la predicación y sólo cuando expresamos, por
vía negativa, aquello que no le caracteriza. No se dice nada sobre Él. Se
habla de Él a partir de sus posteriores.21
17 Strange, «Review of “Plotinus: Ennead V. 1. On the Three Principal Hypostases; A
Commentary with Translation” by Michael Atkinson», p. 100. La traducción desde
el inglés original es propia. 18 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 5, 4-6. 19 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 13, 1. 20 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 14, 2-4. 21 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 14, 5-10.
27
En relación con sus posteriores y en tanto Principio, es anterior,
distinto, simple y subsistente. No depende en ninguna medida de otro,
de lo contrario, no sería primero y estaría falto del anterior, por lo cual
no sería por completo simple. Es único, pues «si hubiera otro de la
misma calidad, ambos serían uno».22 También es incorpóreo, pues todo
lo que tiene cuerpo es complejo y no simple, además de que los cuerpos
existen en el devenir y no inmóviles, como el Uno, que no pasa de ser
uno a otro, sino que siempre es Uno. En tanto que es el primer principio,
es anterior a todas las cosas, causa de ellas y del orden presente en ellas.
Es distinto de todos los seres;23 de este modo, posee la capacidad de estar
presente en todas las cosas y también permanecer separado. Conserva
así su simpleza y autosuficiencia. Existe perfecto y feliz puesto que nada
busca. Y, en tanto perfecto, es el más potente de todos los seres, con
potencia creadora, a la que todas las potencias imitan.
Antes de exponer cómo el Uno da pie a lo otro, debe notarse que,
en tanto que el Uno existe simple, no puede ser una inteligencia, ni
siquiera inteligencia de sí mismo, como apuntó Aristóteles para su
Primer Motor. Plotino hace esta aclaración principalmente porque «El
sujeto pensante debe, pues, ser susceptivo de la diversidad y, el objeto
pensado, al ser intuido, debe ser diversiforme».24 «En efecto –indica
Plotino–, la consciencia es la percepción de una entidad múltiple. El
mismo nombre lo atestigua. Y el pensamiento, adelantándose, se vuelve
22 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iv. (7) 1, 16. 23 El Uno no es Ser. En el esquema plotiniano, como se desarrollará más adelante,
«ser» corresponde con propiedad a la Inteligencia. El Uno puede entenderse como
mera “existencia indeterminada”. 24 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 10, 40-41.
28
por introspección al sujeto, evidentemente porque es múltiple».25 Como
explica Rist, la mayor objeción de Plotino ante la propuesta aristotélica
del Primer Motor como principio primero:
es que cualquier mente, si está pensando, debe estar pensando en algo y, por
tanto, no puede ser esta mente una entidad simple. En el caso de la mente
aristotélica, Plotino argumenta que no sólo hay una dualidad de sujeto y
objeto, de pensante y pensado, sino que el pensamiento en sí es una
multiplicidad.26
Rist apunta a que, al negar la inteligencia al primer principio, Plotino,
elimina la posibilidad de que se considere al Uno como resultado de un
antropomorfismo; esta crítica es pertinente cuando se considera al
Primer Motor aristotélico.27 Así, «como está allende a la inteligencia, así
también está allende a la cognición; y como no necesita de nada para
nada, así tampoco necesita el conocimiento. El conocimiento se halla en
una naturaleza de segundo orden».28 El conocimiento, pues, pertenece a
la Inteligencia, segunda hipóstasis, producto directo del Uno y distinto
de este.
1.2.3 La procesión hipostática.
¿Cómo aquello que es absolutamente simple puede dar pie a otro u
otros? Plotino se pregunta: «¿Y cómo, por el contrario, aquél no se
25 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 13, 22-24. 26 Rist J. M., «The One of Plotinus and the God of Aristotle» en The Review of
Metaphysics, Vol. 27, No. 1 (Sep., 1973), p. 75. La traducción desde el inglés original
es propia. 27 Cfr. Rist, «The One of Plotinus and the God of Aristotle», pp. 75-76. 28 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 12, 47-55.
29
quedó en sí mismo, sino que emanó de él esta multiplicidad tan copiosa
que aparece a la vista entre los seres, pero que estimamos que hay que
reducirla a aquél?»29 Explica que la generación de lo segundo se da a
partir del primero inmóvil, por causalidad y de donde se sigue un orden
jerárquico. Como identificó Platón, aquello que es perfecto es también el
Bien primero:
vemos que todas las cosas las cosas que alcanzan su perfección, engendran y
no se contentan con permanecer en sí mismas, sino que producen otra cosa
(…) ¿Cómo podría, pues, el perfectísimo y el Bien primero detenerse en sí
mismo, cual, si fuera avaro de sí mismo o bien impotente, él que es la Potencia
de todas las cosas? Y ¿cómo podría seguir siendo principio?30
El argumento del bien difusivo tiene algunas limitaciones evidentes. En
primer lugar, parece que hay una circularidad entre lo primero y lo
Bueno: El Uno es Bueno porque es lo primero y más perfecto y, por lo
tanto, produce lo demás. Por otro lado, si no produjera no sería lo
primero ni Bueno. En segundo lugar, podría argumentarse que hay una
desproporción en la analogía entre lo bueno en lo múltiple que, en tanto
perfecto procrea, y el Uno-Bien. No parece correcto asignarle
características de lo imperfecto a lo perfecto, sobre todo si lo perfecto es
inefable e incognoscible. Plotino resuelve estas aporías apelando al
sentido común. Es un hecho que las cosas particulares existen, por lo que
Plotino se preocupa por explicar el cómo de su existencia: si las cosas
existen, debe de haber algo que haya dado pie a esa existencia. De esta
necesidad de un principio, deriva Plotino todo lo que puede decir del
Uno; para ser principio de todo debe de ser primero, uno, potente,
29 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 6, 6-8. 30 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iv. (7) 1, 26-36.
30
bueno, etcétera. Plotino suscribe la imposibilidad de la causalidad al
infinito y eso le permite fundamentar el sistema metafísico y generar su
visión cosmológica.
Al respecto de cómo surgen la segunda y tercera hipóstasis del
Uno, tradicionalmente se dice que tienen lugar por un proceso de
emanación. En realidad, la noción de “emanación” es muy discutida por
la comunidad académica con la intención de precisar su significado o
polemizar su relevancia. Sin embargo, es el proceso que más se asocia
con la tradición neoplatónica, tal vez por influencia de los autores
medievales, quienes se oponían a ella desde su punto de vista
creacionista. La concepción general de emanación es la del «proceso en
el cual lo superior produce lo inferior por su propia superabundancia,
sin que el primero pierda nada […].»31 Esta concepción fue tomada de
las propias descripciones que Plotino hace cuando señala:
¿Y cómo hay que pensar y que hay que pensar (que vino a la existencia) [el
νοῦς], alrededor de aquél [del Uno], mientras permanece él mismo? Una
radiación circular emanada de él, es verdad, pero emanada de él mientras
permanece, al modo del halo de sol que brilla en su derredor como
aureolándolo, brotando perennemente de él mientras él permanece. Y todos
los seres, mientras permanecen, emiten necesariamente de su propia
sustancia, una entidad que está suspendida, en torno a ellos, de la potencia
presente en ellos, siendo una imagen de lo que son algo así como sus modelos,
de los cuales provino: el fuego emite el calor que proviene de él, y la nieve no
se contenta con guardar dentro de sí la frialdad».32
31 Ferrater Mora, J. Diccionario de Filosofía, s. v. “emanación”, tomo I, p. 508. 32 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 6, 28-35.
31
En estas metáforas y en la descripción hecha con anterioridad es
reflejado el esquema cosmológico. Siguiendo el principio que dicta que
todo aquello que es perfecto no permanece en sí mismo, sino que
engendra; de manera análoga a como la nieve emite frío y el fuego calor,
así el Uno emite perennemente una radiación circular, una entidad o
modelo de él mismo –el νοῦς– suspendida en torno y fuera de él,
mientras él permanece. Plotino utiliza dos palabras para describir este
proceso: por un lado, el verbo ῥέω, que significa “fluir”33 y que se
adhiere a la perfección a otra de las metáforas que Plotino utiliza para
describir la emanación: la de un manantial que nunca se reduce y el agua
que brota y corre desde él.34 La otra palabra que utiliza –aquella que la
academia considera la más acertada– es “πρόοδος”, que puede
traducirse como “procesión”.35
Esta concepción de emanación heredada por la tradición es
simplista y resulta imprecisa e, incluso, equivocada. El uso de metáforas,
como señala Armstrong en su artículo “Emanation" in Plotinus puede
llevar a conclusiones erróneas con respecto a la cosmología plotiniana.36
Estas metáforas son de carácter físico, cuando las hipóstasis se
distinguen claramente de la materia y de toda corporeidad. El mismo
33 Liddell Scott, s.v. “ῥέω”, consultado en octubre 21, 2016 en: https://goo.gl/Vk8bq5 34 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], III. viii. (30) 10, 5-10. 35 Liddell Scott, s.v. “πρόοδος”, consultado en octubre 21, 2016 en:
https://goo.gl/UYbjn9 La tradición no hace una distinción real entre emanación y
procesión, se establece como «La relación entre lo Uno y las realidades de él
emanadas, así como, en general, entre las realidades de orden superior y las de orden
inferior […].» Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, s. v. “procesión”, tomo II, p. 486. 36 Armstrong, A. H., «"Emanation" in Plotinus» en Mind, Vol. 46, No. 181 (Jan., 1937),
pp. 61-66.
32
Plotino es crítico de su uso de metáforas. La visión emanacionista
presentada resulta problemática porque, aunque establece que el Uno es
una causa, no precisa qué tipo de causa es. Tampoco indica cuál es el
papel de las dos hipóstasis inferiores, si acaso son causa y principio y de
qué modo lo son. Por otro lado, no es claro qué lugar tiene la necesidad
dentro del esquema plotiniano. Es necesario aclarar en qué sentido
puede el Uno, inmóvil en tanto que permanece, llevar a cabo una
actividad generadora. Finalmente, también debe abordarse la cuestión
de cómo el Uno, separado de todas las cosas, también está presente en
ellas como su causa, aunque mediado por las hipóstasis inferiores. Una
noción mucho más precisa del proceso por el cual todo sale del Uno
responde a estas interrogantes. La propuesta de Lloyd P. Gerson en su
artículo Plotinus’s Metaphysics: Emanation or Creation?,37 da las directrices
interpretativas faltantes. En este artículo, Gerson polemiza la noción de
emanación como la correcta para describir el proceso por el cual lo
múltiple surge de lo Uno caracterizando a este como una causa eficiente
instrumentalizadora.
En primer lugar, es prudente aclarar que, para Plotino, la actividad
productiva del Uno se da por necesidad, en tanto es perfecto, Bueno y
primero. La noción de “necesidad” [ἀνάγκη] en Plotino refiere a la
imposición desde una restricción desde fuera, por lo que, en un sentido,
el Uno actúa libremente ya que no hay nada fuera de Él que pueda
imponérsele. Por otro lado, la existencia de las cosas en general sí es
necesaria, pues, en tanto el Uno tiene potencia productiva [δύναμις],
37 Gerson, L. P. “Plotinus's Metaphysics: Emanation or Creation?” en The Review of
Metaphysics, Vol. 46, No. 3 (Mar., 1993), pp. 559-574.
33
debe de haber algo que sea producido. Por lo mismo, la relación entre
las cosas y el Uno es asimétrica: las cosas tienen una relación real con el
Uno, pero el Uno no con las cosas. Siguiendo esta línea argumentativa,
Gerson caracteriza a la acción productiva del Uno como una causa per se
de las cosas, distinguiéndola de las causas accidentales.
En la causalidad per se, cuando se da una cadena causal la acción
del primero es necesaria para que actúen todos los elementos de la
cadena; si desapareciera el primero, no habría causalidad sobre el
último. Contrario a esta es la causalidad per accidens, en la que la
presencia del causante original no es necesaria para que los elementos
intermedios actúen causalmente. Un ejemplo tradicional es el del árbol
genealógico: el padre no necesita de la acción o presencia del abuelo para
engendrar al nieto. Así, la existencia activa del Uno es necesaria para la
existencia de todo lo demás; el Uno es el existente más activo porque da
pie a todas las cosas.
Plotino establece que el Uno puede generar las cosas por su
actividad y Gerson recupera una importante distinción que suele
perderse en las traducciones −al menos al español− del texto. Refiere que
en todo lo que existe hay una actividad de la substancia [ἐνέργεια τῆς
οὐσίας] y una actividad que sale de la substancia [ἐνέργεια ἐκ τῆς
οὐσίας]; la primera es coextensiva con lo que el existente es, la segunda
refiere a la capacidad productiva [δύναμις] de algo. Son, en realidad, los
actos “interno” y “externo” a los que refiere Strange. Esta actividad
productiva en el Uno tiene como primer producto al νοῦς, actúa como
causa per se y no se detiene ahí: Plotino advierte que es el principio de
todas las cosas. Sin embargo, también precisa que el νοῦς y el Alma son
principios: ¿Cómo pueden convivir estas dos afirmaciones?
34
El νοῦς es causa de la Esencia o Forma, con la totalidad de las
cuales se identifica y de las que surge el Ser propiamente. El Alma es
principio de las cosas particulares, de la naturaleza. Puesto que el Uno
está más allá de toda limitación y, por tanto, de toda determinación, no
puede identificarse con las Esencias, que hacen ser a las cosas lo que son
en tanto determinadas. El Uno no es causa formal de las cosas, su
causalidad es meramente eficiente. La causalidad formal es propia del
νοῦς, pues contiene las Esencias y la actualización de estas en lo que
participa de ellas corresponde al Alma. Entonces, ¿qué es lo que el Uno
provee a las cosas? Su existencia, no su ser esencial. Así, Gerson muestra
la última característica de la actividad productiva del Uno: hace uso de
instrumentos −de otros ἀρχαί−, el νοῦς y el Alma, para dar existencia a
todo. De este modo, Plotino puede afirmar el poder creador de la
Unidad absoluta:
Lo eternamente perfecto [el Uno] procrea eternamente y procrea algo eterno,
pero también algo inferior a sí mismo. ¿Qué hay que decir, pues, del
perfectísimo? Que nada proviene de él sino las cosas máximas después de él.
Ahora bien, lo máximo después de él y lo segundo es la Inteligencia.38
1.2.4 La Inteligencia.
El νοῦς o Inteligencia es la segunda hipóstasis dentro del esquema
cosmológico plotiniano. Como indica Plotino en el tercer tratado de la
quinta enéada, del Uno no puede provenir algo idéntico a sí mismo,
38 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 6, 36-42.
35
pues sería Uno, sino que le sigue algo peor, es decir, algo no-uno. Así lo
plural proviene de lo uno; puesto que el Uno es lo mejor, le sigue lo
múltiple en tanto peor o deficiente, sin embargo, deseoso de lo uno: lo
uni-múltiple.39
¿En qué sentido es la Inteligencia múltiple? En primer lugar, la
Inteligencia es múltiple por su contenido, pues en Ella se encuentran
todas las cosas vivas, inertes, divinas, etcétera, como Modelos eternos e
inteligibles. Estos Modelos o Esencias son todas perfectas y en su
posesión la Inteligencia es feliz, pues no falta de nada por lo cual tenga
que cambiar para conseguirlo. Contrario a las cosas, la Inteligencia está
fuera del devenir y contiene todos los Seres estabilizados; no hay pasado
o futuro, sino un presente constante. Bajo influencia de la tradición
parmenídea, Plotino afirma que cada una de las Esencias contenidas es
Inteligencia y Ser, pues para Parménides el ser se identifica con el
pensamiento; no puede pensarse la nada. Además, es coherente con la
teoría platónica, según la cual el verdadero ser de las cosas es el Ideal,
universal y necesario, estabilizado en la eternidad. 40 Así, «el conjunto
[de Seres-Inteligencia] hace la Inteligencia Total y Ente Total, pues la
Inteligencia hace que subsista el Ente, y el Ente, al ser inteligido, da a la
Inteligencia el intiligir y el ser.»41 Inteligencia y ser coexisten –en el más
estricto sentido– simultáneamente en virtud de que son necesarios el
uno para el otro. Para que se dé la Intelección, es necesario que exista un
inteligente, la Inteligencia, y un inteligido, el Ser. Como apunta la crítica
de Plotino al Primer Motor aristotélico como νοῦς, no puede haber
39 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 15, 7-12. 40 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 4, 1-26. 41 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 4, 27-28.
36
intelección sin que haya Alteridad –por la diferencia entre inteligente e
inteligido– e Identidad –puesto que la Inteligencia es uno consigo misma
y posee algo común a todos–.42
El Uno es principio distinto de todos los seres, no es Ser. Así, las
cosas primarias, aquello que podemos primeramente distinguir del
Uno, son: Inteligencia, Ente, Alteridad, Identidad, por las razones arriba
expuestas. Además, dado que la Inteligencia es actividad, existe el
Movimiento y la Estabilidad, porque intelige siempre lo mismo. De la
multiplicidad de las cosas primarias tiene origen el Número, pues las
cosas primarias son numéricamente distintas; también surge la
Cualidad, que es «la individualidad de cada una de esas cosas de las que
provienen las demás como de sus principios»,43 es decir, aquello que es
propio a ellas y las diferencia de las otras.
Ahora, se ha dicho que la actividad de la Inteligencia es inteligir y,
al proceder del Uno, su actividad primera es inteligir al Uno. En tanto
que el Uno es el Bien y todas las cosas desean el bien, el deseo de la
Inteligencia es puramente intelectual, por lo que busca poseer el bien
intelectualmente, es decir, pensándolo. Sin embargo, en tanto el Uno
está más allá de toda aprehensión intelectual y, por tanto, de todo ser, la
Inteligencia debe pensarlo en razón a lo que es virtualmente: todas las
cosas. Así, la Inteligencia piensa todas las Formas.44 Como expone Lloyd
P. Gerson en su libro From Plato to Platonism, «no es exactamente el caso
que la Inteligencia cree las formas al pensarlas; más bien, estas “ya”
42 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 4, 30-40. 43 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 4, 41-42. 44 Cfr. Gerson L. P., From Plato to Platonism, U.S.A.: Cornell University, 2013. pp. 276-
280.
37
existen en el Uno. La Inteligencia crea objetos distintos e inteligibles en
su eterno (y exitoso) deseo de estar unido con el Bien en la única manera
en que le es posible».45 A esta etapa del proceso se le conoce como
“producción bifásica”, pues, por un lado, surge de la actividad
indeterminada y externa del Uno –materia intelectual, llamada “Díada
Indefinida”– y, por otro lado, se define y, al definirse, es Número y
Número a modo de Esencia.46 Puesto que la Inteligencia es buena, es
también productiva y la actividad total y vida que emite para que las
otras cosas subsistan es el Alma.
1.2.5 El Alma.
El último principio, la tercera hipóstasis, es el Alma. Producto del
desbordamiento de la Inteligencia, es también en un sentido una y en
otro múltiple. El Alma, que da origen a todos los seres particulares,
insuflándoles vida, movimiento y orden, mantiene una naturaleza
distinta a lo que vivifica y a lo que abandona. En tanto que el Alma es
divina por su origen, todo aquello que posea alma es también divino.
Así, al penetrar el Alma en el cielo, le dio movimiento eterno y dignidad,
lo hizo pasar de un cuerpo muerto, de mera materia, no-ser, a una
realidad divina.47
El Alma, al ser una y poseer ubicuidad, al estar en ningún lugar y
en todas partes, se entrega a toda la magnitud, a todo lo que es cuerpo,
45 Gerson, From Plato to Platonism. p. 277. La traducción desde el inglés original es
propia. 46 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. I. 5, 5-12 47 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 2, 25-30.
38
en toda su extensión. Todo lo limitado espacialmente queda animado y,
aunque estén separadas las cosas particulares unas de otras, no así el
Alma, «sino que todas las cosas viven por el Alma entera y toda ella está
presente en todas partes, asemejándose al Padre que la engendró tanto
en unidad como en ubicuidad.»48 Del mismo modo, el Alma imita a su
padre, la Inteligencia, a la cual tiene presente y de la cual es distinta por
la Alteridad, en su carácter eterno. Esta imitación la logra a través del
devenir en la sucesión cíclica y ordenada resultante de la unión con la
materia.
Al proceder de la Inteligencia, el Alma es también intelectiva,
ocupándose de los raciocinios (λόγοι).
Al Alma le viene, pues, su entidad de la Inteligencia y su razón en acto de su
visión de la Inteligencia. Porque cuando el Alma pone su mirada en la
Inteligencia, recibe de dentro y como propio lo que piensa y actualiza. Y estas
son las únicas actividades que hay que considerar como propias del Alma: las
intelectivas y las que le vienen de dentro. Las inferiores, en cambio, provienen
de fuera: son eventos incidentales de un Alma inferior.49
Es la Inteligencia la que, al dar subsistencia al Alma, provee las Formas
en ellas contenidas para que los particulares puedan ser creados. Lo que
la Inteligencia piensa es actualizado por la acción del Alma. Esta es la
actividad que viene de dentro, la información. Todo lo externo refiere a
las interacciones categoriales de los individuos animados. En ese
sentido, el Alma es doble. Por un lado, existe un Alma superior que
permanece en contemplación de las Formas contenidas por la
Inteligencia y hay un Alma inferior que da pie a la naturaleza y a las
48 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 2, 35-40. 49 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 3, 16-21.
39
almas individuales al descender hacia la materia en lo que se conoce
como la hamartía del Alma. La tragedia está en que el Alma inferior,
siguiendo su actividad productiva y ordenadora, se encarna en la
naturaleza de lo sensible y pierde así su lugar junto a la Inteligencia. De
ahí que sea necesario el retorno a la unidad, al Uno.
Al respecto del Alma como principio, Lloyd P. Gerson insiste en
su calidad de mediadora entre las Formas y el mundo sensible. En su
libro Plotinus indica:
El papel mediador, instrumental del ἀρχή Alma, tanto para el Intelecto como
para el Uno, es crucial. De este modo, es el mediador de las Formas hacia el
mundo sensible. Esta función mediadora no está en el orden de la causalidad
esencial [formal]. Es decir, la causalidad del Alma no hace de la participación
−una relación de dos instancias− una relación de tres términos. La función del
Alma es “demiúrgica”, opera a la manera de la causalidad eficiente.50
Posteriormente agrega: «Otra manera de describir el tipo de ἀρχή que
el Alma es consiste en establecer que es el principio del movimiento
transitivo».51 El Alma es principio del movimiento que no es mera
alteridad eterna, como lo es la Inteligencia, sino del movimiento propio
de los seres naturales, a los cuales da lugar al transferir una forma
concreta dentro de su actividad demiúrgica de ordenación del caos que
es la materia. Al respecto, Gerson desarrolla:
El alma es el ἀρχή del movimiento en las cosas vivas que poseen cuerpo. Estas
incluyen tanto a los animales individuales como al universo mismo, el cual
50 Gerson L. P., Plotinus, The Arguments of the Philosophers. New York: Routledge,
1994, pp. 59-60. La traducción desde el inglés original es propia. 51 Gerson, Plotinus, p. 60. Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], III.i. 8, 8; III.vi. 3 13-
15, 24-26. La traducción desde el inglés original es propia.
40
está animado por el alma universal. La “parte” del alma que no anima al
cuerpo y que permanece separada en la eternidad es sólo intelecto.52
1.2.6 La materia.
La acción del Alma presupone que hay algo –la materia– sobre lo cual
pueda actuar. Por su acción da lugar a las cosas sensibles. Son “cosas” y
no seres puesto que, en realidad, los seres verdaderos sólo están en el
νοῦς. Las cosas sensibles participan del ser por la acción ordenadora del
Alma quien, para Plotino, informa a la materia a partir de su
contemplación de las Esencias contenidas en la Inteligencia. Sin
embargo, cabe preguntar: ¿de dónde surge la materia? ¿Es que es eterna
y ajena al proceso de procesión hipostática? ¿O es un último escalón en
esta cadena descendiente desde el Uno? En el tratado cuarto de la
segunda enéada,53 Plotino atiende a esta cuestión. Su argumentación
indica primero que la materia es la indeterminación total porque es lo
más alejado del Uno. Es pura multiplicidad; es verdadero no-ser y pura
potencia; por estar lo más alejado del Bien, del Uno, es también puro mal
en tanto que ausencia de Bien. Apunta Plotino que la materia no puede
ser ajena a la cadena de procesiones porque si lo fuera, entonces habría
otro principio –independiente del Uno– que participaría en el origen de
lo que existe, pero, como sólo puede haber un principio para que
realmente sea verdaderamente principio, no pueden serlo la materia y
el Uno.
52 Gerson, Plotinus, p. 61. La traducción desde el inglés original es propia. 53 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], II. vi. (12).
41
La materia, entonces, es la indeterminación perenne que surge de
la superabundancia del Alma que, en tanto no puede regresar a alguna
forma de unidad por sí misma, se cuantifica y permanece indeterminada
hasta la acción informadora del Alma. El Alma, plantea Plotino en el
tratado octavo de la enéada cuarta, tiene la doble misión de contemplar
a las Esencias eternas en el intelecto y de descender a la materia para
informarla de acuerdo con lo contemplado en el νοῦς. De este modo, el
Alma es en realidad doble: hay una parte de ella que se queda en el reino
de lo inteligible y otra que desciende a lo sensible a manera de Alma del
Mundo.54
John M. Rist, en su artículo Plotinus on Matter and Evil, expone los
aparentes desarrollos en el pensamiento plotiniano con respecto a la
materia, pero indica que, en esencia, la noción de que la materia es
negatividad –o en otras palabras, mal– fue consistente hasta que dejó de
escribir poco antes de su muerte.55 «La materia –indica Rist– es para
Plotino, entonces, el sustrato no informado e indeterminado de las
cosas».56 Rist establece que, dentro del esquema dualista de Plotino, la
materia tiene un correlato en el mundo inteligible, que existe como
arquetipo para la materia de las cosas sensibles y que corresponde a la
Forma de Indeterminación –o Díada Indefinida–. En cuanto las copias
fuera del mundo intelectual tienden a ser vagas con respecto a su
Modelo, la materia en las cosas es aún más indefinida. La materia está
54 Cfr. Plotino, Enéadas [Jesús Igal], IV. 8 (6). 55 Cfr. Rist, J.M., «Plotinus on Matter and Evil» en Phronesis, Vol. 6, No. 2 (1961), pp.
154-155. 56 Rist, «Plotinus on Matter and Evil». p. 157. La traducción desde el inglés original
es propia.
42
directamente relacionada con la noción de Alteridad, pues todo lo que
tiene materia, inteligible o sensible, es decir, todos los Seres, difieren uno
de otro y del Uno por dicha alteridad. Es lo diametralmente contrario al
Uno, en el sentido en que es lo más múltiple; así, si el Uno es identificable
con el Bien, entonces la materia corresponde al Mal, aunque no en un
sentido gnóstico o maniqueo. La materia inteligible es otro con el Uno,
la materia sensible es otro con respecto al Ser.57
Es importante notar que, en primer lugar, la materia es no-ser
previo incluso a la cantidad, a la magnitud. Para esto, el tratado sobre
los números es particularmente informativo:
¿Es verdad que la multiplicidad es un abandono de la unidad y la ilimitación
un abandono total por ser multiplicidad innumerable, y que por ser el mal en
cuanto ilimitación, por eso también nosotros somos malos cuando somos
multiplicidad? Y es que cada cosa es múltiple cuando, no pudiendo
encentrarse en sí misma, se derrama y se extiende desparramándose; y si, en
su derramamiento, se ve totalmente privada de la unidad, se convierte en
multiplicidad, al no haber algo que aúne sus partes una con otra mas si hay
alguna cosa que, a la vez que se va derramando incesantemente, se hace
permanente, se convierte en magnitud.58
Plotino muestra que, en la multiplicidad ilimitada, la materia, lo primero
es la magnitud y luego, por acción del Alma, la cualidad mediante la
forma dada. Así, para Plotino la justificación metafísica de las cosas
sensibles se da tanto por el origen de la materia como superabundancia
ilimitada y perenne del Alma al punto de volverse magnitud y por la
57 Cfr. Rist, «Plotinus on Matter and Evil». pp. 155-156. 58 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. 6 (34), i, 1-9.
43
posterior acción informadora del Alma del Mundo a partir de su
contemplación de las Esencias siguiendo su doble misión.
●●●
El verdadero proyecto de Plotino en el primer tratado de la Enéada V –
y en general de su sistema filosófico– consta de proponer un
razonamiento que permita al alma regresar, al reconocer su origen
divino, al Primer Principio, a Dios, al Uno-Bien. Este capítulo se limitó a
recorrer el camino inverso, a exponer la cosmología plotiniana según su
teoría de acuerdo con la teoría de las tres hipóstasis. Mostró los
presupuestos y condiciones que enfrenta quien se acerca al estudio de
las Enéadas, así como también estableció las relaciones de procesión entre
el Uno, el Nous, el Alma y la materia. Además, indicó la acción de esta
última sobre el mundo; es ella quien configura la materia informe al
ordenarla según el modelo del Ente total. Evidentemente, es una
aproximación panorámica y, por desgracia, un tanto superficial. Sin
embargo, la exposición realizada puede resultar útil como una
introducción sencilla a la metafísica y cosmología platónica del siglo
tercero de nuestra era. Tal vez así sea posible, de la mano de Plotino,
recorrer el camino de vuelta y regresar al Uno al grito unísono de:
“¡Despójate de todo!”. 59
59 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. iii. (49) 17, 38.
44
45
Capítulo II: El cuidado del alma, la propuesta platónica
Cualquier estudio al respecto del pensamiento de Plotino debe tomar en
consideración la influencia que Platón tuvo sobre su desarrollo
filosófico. Al considerar los planteamientos físicos y metafísicos de
ambos sistemas, se revelan relaciones claras entre diálogos como el
Timeo y el Parménides −por ejemplo− y gran parte de los tratados de las
Enéadas. La idea de un demiurgo como Alma del Mundo o la postulación
de un único principio para la realidad son paralelos claros entre la teoría
hipostática de Plotino y los diálogos de madurez de Platón. El mismo
Plotino se considera un mero exégeta del filósofo ateniense y, aunque
esta afirmación no es precisa, pues Plotino tiene claros desarrollos
originales, resulta útil a la interpretación pensar en la filosofía platónica
como punto de partida del desarrollo plotiniano. 60 De acuerdo con la ya
presentada línea argumentativa de Lloyd P. Gerson en cuanto a su
crítica a la noción de “neoplatonismo”, a Plotino debe considerársele
60 Cfr. Plotino, Enéadas, V. I (10). viii, 10-14.
46
simplemente como platónico, perpetuador de la enseñanza del maestro
de Atenas.61
Plotino es sin duda un platónico. No obstante, la influencia de
Platón en las Enéadas generalmente se entiende en los sentidos ya
mencionados, es decir, en términos físicos y metafísicos; no hay un
reconocimiento del legado platónico en la propuesta ética plotiniana.
Esta influencia es clara cuando se considera que la propuesta ética
platónica es, antes que nada, eudaimónica. Desde una lectura
comprensiva de los diálogos platónicos, es posible encontrar en la
noción de εὐδαιμονία al hilo conductor, el fin final –por usar lenguaje
aristotélico–, de las discusiones entre Sócrates y sus interlocutores. La
felicidad [εὐδαιμονία] es el objetivo último al que Platón encamina su
investigación y es también el marco general de la filosofía plotiniana.
Puesto que al Capítulo III corresponde una reconstrucción de la
teoría eudaimónica en Plotino, es necesario antes presentar una
semblanza de la manera en que Platón propone acceder a la felicidad.
Dado que esta investigación no se centra en el estudio de Platón, sino
que se recupera la filosofía platónica solamente en referencia al estudio
del sistema plotiniano, la siguiente exposición no implica la
profundidad de análisis que merece un tema tal. El objetivo es,
simplemente, presentar un panorama de la ética platónica al establecer
una serie de temas comunes ligados a nociones recurrentes a la
exposición dialéctica de Sócrates y sus interlocutores.
61 Cfr. The Cambridge Companion to Plotinus, ed. Lloyd. P. Gerson, U.S.A.: Cambridge
University Press, 1999. p. 5.
47
El esquema platónico es el siguiente. La felicidad [εὐδαιμονία], a
la que todos los hombres aspiran y que puede considerarse como una
especie de éxito [εὐτυχία], implica un conocimiento específico, un saber
[σοφία], que permita al agente actuar bien [εὖ πράττειν]. Este saber
consiste en autoconocimiento, de acuerdo con la máxima délfica
“Conócete a ti mismo” [γνῶθι σαυτόν]. El conocerse a sí mismo permite
el cuidado del alma [ψυχή] a través de la virtud [ἀρετή] y de la
impartición de justicia [δικαιοσύνη]. La justicia sólo puede existir para
el individuo cuando vive en una comunidad justa que, por el orden
[κόσμος] de sus partes, le permita dar estructura y orden a su alma. Si
logra así vivir rectamente, es decir, sin error, será premiado y no
castigado en el plano escatológico, como muestran los mitos platónicos.
Este esquema puede ser expuesto a partir de la lectura de los diálogos
Eutidemo, Alcibíades Primero, Gorgias, República y Fedón, para el uso de
mitos con respecto al aspecto escatológico.
2.1 Virtud, conocimiento y felicidad en el «Eutidemo»
La discusión en el Eutidemo –de acuerdo con la narración de Sócrates a
Critón– surge a raíz de una afirmación de los hermanos Eutidemo y
Dionisodoro, maestros y sabios en muchas artes. Al comienzo del
diálogo, estos presumen de su capacidad para enseñar la virtud [ἀρετή]
«mejor y más rápidamente que nadie».62 Constantemente, Sócrates
interpela a su oponente para que describa la naturaleza de virtudes tales
como la valentía, la piedad, la amistad y la justicia. Sin embargo, una de
las grandes preguntas en la teoría de la virtud platónica es justamente si
62 Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 273d.
48
es el caso de que la virtud es susceptible de ser enseñada. En esencia,
Platón se pregunta constantemente si es que podemos hacer al otro
mejor y de qué manera habría que lograrlo, concediendo que, por la
teoría de la virtud antes mencionada, se conoce cómo debe de ser. En
este diálogo no se da una respuesta definitiva a esta cuestión, aunque sí
se desestima a la retórica como capaz de enseñar la virtud.
Sócrates encamina la discusión de lo que era un ejercicio retórico
alrededor de la capacidad de saber a una disquisición filosófica acerca
de la felicidad. Comienza al preguntar:
¿No deseamos acaso todos nosotros, hombres, ser dichosos [εὖ πράττειν]?
¿O es esta, tal vez, una de aquellas preguntas que hace un instante temía que
provocaran el ridículo? En efecto, es sin duda cosa de locos plantearse
siquiera semejante cuestión.63
Sin duda resulta interesante que el traductor elija la acepción de “ser
dichoso” para la frase “εὖ πράττειν”. En su sentido más estricto, “εὖ
πράττειν” no refiere a la dicha y mucho menos a la felicidad –como
generalmente se traduce “εὐδαιμονία”– sino que indica el buen actuar
o el simple estar bien. No obstante, la traducción es válida. Uno de los
principios fundamentales de la teoría eudaimónica platónica es la
relación de causalidad entre el actuar bien, el no equivocarse, y la
felicidad del agente. Gran parte del esfuerzo argumentativo de Platón
está en establecer tal relación.64 También es interesante el que asuma que
de hecho todos los hombres deseemos ser dichosos. Incluso llega al
extremo de clasificar como loco [ἀνόητος] –que también puede
63 Platón, Eutidemo [Francisco José Olivieri], 278e. 64 Cfr. Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 280b y Alcibíades Primero [Juan
Zaragoza], 116a ss.
49
traducirse como “no-inteligente”– a aquel que siquiera se lo pregunte.
Platón no ve la necesidad de justificar su postura teleológica a la manera
en que Aristóteles lo hace en el primer libro de su Ética a Nicómaco. El
deseo de felicidad es coextensivo con el ser humano, aunque Platón no
aclara si es o no connatural.
Establecida la felicidad como el fin al que el ser humano se dirige,
Sócrates se pregunta por los medios para alcanzarla.65 Indica que para
ser dichoso es necesario poseer ciertos bienes [τά ἀγαθά], o mejor, el
bien correcto. En su diálogo con Clínias, enumera candidatos para los
bienes que un hombre dichoso habría de poseer. La riqueza, la salud, la
belleza, la noble ascendencia y la estima de los ciudadanos conforman
el catálogo propuesto. Además, Sócrates indica que es necesaria la
virtud, particularmente la prudencia, la justicia y la valentía [σώφρονά
εἶναι καὶ δίκαιον καὶ ἀνδρεῖον] –virtudes que, junto la sabiduría, son
en República las virtudes propias de la ciudad y del alma, de acuerdo con
sus respectivas partes–. No obstante, Sócrates señala que todos estos
bienes resultarían inútiles para garantizar el éxito [εὐτυχία], es decir, el
buen actuar, el “estar bien”, sin un cierto tipo de saber que indique de
qué manera se deben aprovechar todos estos bienes.66 Esta afirmación
sirve para argumentar que todos los anteriores son en realidad bienes
intermedios y sólo la felicidad, una vez descartados los bienes
enlistados, puede ser el fin último del hombre.
El buen uso de todos los bienes, aquel que dirige al éxito y
ultimadamente a la felicidad depende de un tipo específico de saber. La
65 Cfr. Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 279a ss. 66 Cfr. Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 279d.
50
posesión de muchos bienes nos hace felices y dichosos, mas sólo cuando
estos sirven mediante el uso correcto que se les dé. Al respecto, Sócrates
señala enfáticamente:
¿Tienen alguna utilidad los demás bienes sin la ayuda del discernimiento y
del saber [φρόνησις καὶ σοφία]? ¿Sacaría acaso provecho un hombre
poseyendo y haciendo muchas cosas sin tener cabeza o más le valdría poseer
poco y hacer poco [teniendo cabeza]? Fíjate: haciendo menos, ¿no se
equivocaría menos?; equivocándose menos, ¿no haría menos mal?; haciendo
menos mal, ¿no sería menos infeliz?67
La felicidad, entonces, no está per se en la posesión de bienes, sino en el
beneficio que nos reportan los muchos o pocos de estos que poseamos.
Hay ya una identificación entre la felicidad y el buen actuar o, lo que es
lo mismo, entre la infelicidad y el actuar mal. De ahí que el saber sea un
bien y la ignorancia un mal; aquel que se equivoca es infeliz y yerra
precisamente por su ignorancia.68
Una vez que Sócrates y Clínias determinan que la felicidad
depende de algún tipo de conocimiento, la investigación se vuelca hacia
la búsqueda de este saber preciado.69 Incluso cuando hay diferentes
consideraciones, todas ellas son eliminadas dialécticamente y no se llega
a nada conclusivo. Dos candidatos notables que surgen durante la
discusión son el arte regio y la política como conocimientos que
permiten la felicidad. Es necesario dirigir la mirada hacia otros diálogos
para encontrar la respuesta.
67 Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 281b-c. 68 Cfr. Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 281e. 69 Cfr. Platón, Eutidemo [trad. Francisco José Olivieri], 288d ss.
51
2.2 El «Alcibíades Primero» y el servicio socrático
Hay dos cuestiones que quedan sin resolver en la presentación que
Platón hace de su proyecto eudaimónico en el Eutidemo. Por un lado,
queda falta de respuesta la pregunta sobre si es posible o no enseñar la
virtud. Por otro lado, también queda irresuelta la cuestión sobre el tipo
de conocimiento que permite alcanzar la virtud y, consecuentemente,
ser feliz. Platón da una respuesta en su Alcibíades Primero.
El Alcibíades Primero es un diálogo que busca, inicialmente,
responder a la pregunta por la buena acción del político [πολιτικός].
Sócrates se presenta frente a Alcibíades –joven ateniense renombrado
por su belleza, su riqueza y su linaje– y se anuncia ante él como su
verdadero admirador. Dada la arrogancia de Alcibíades y su pretensión
de poder y control sobre los atenienses, Sócrates se propone ayudarlo.
En su discusión, concluyen que lo que verdaderamente pretende hacer
Alcibíades es aconsejar a la ciudad en los asuntos nobles, dirigirla en las
cuestiones de gobierno, mismas que versan sobre lo justo y lo injusto
[δίκαιος καὶ ἄδικος].70 Para determinar cuáles son estos asuntos y cómo
puede Alcibíades tener una verdadera actividad política en Atenas, se
propone Sócrates descubrir, junto con Alcibíades, cuáles son los actos
que se pueden llamar justos.
En primer lugar, Sócrates establece una identidad entre los actos
que son bellos y los que son justos. Después, extiende esta relación de
identidad hasta los actos buenos. De este modo, si un acto es justo
70 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 106 ss.
52
[δίκαιος], necesariamente es bello [καλός] y, en consecuencia, bueno
[ἀγαθός].71 Esta relación, establecida dialécticamente por Sócrates,
revela mucho del contexto social griego –particularmente ateniense– en
el que se desenvolvía. El criterio último es la belleza del acto, lo cual
indica un componente importante de cada una de las acciones humanas
a manera de juicio social o público. Esto se muestra más claramente si
consideramos que la oposición a los actos buenos y bellos es la de feos y
malos [κακός καὶ αἰσχρός], sin embargo, “αἰσχρός” puede también
traducirse como “vergonzoso”.
El esquema que se sigue de plantear al acto bello como justo y
bueno, es que, en tanto es justo es conveniente y en tanto bueno, es
deseable. Y por ello, de acuerdo con la relación establecida en el Eutidemo
entre éxito y felicidad aunada al deseo intrínseco de todos los hombres
por ser felices, lo conveniente es aquello que dirige hacia la felicidad.72
Es claro que, para Platón, en el actuar humano hay una relación entre lo
justo, lo bello, lo bueno, aquello que es ventajoso [συμφέρω] y el acceso
a la felicidad. Es bajo este esquema que se puede afirmar la relación que
ya había sido anunciada en el Eutidemo entre actuar bien [εὖ πράττειν]
y ser partícipe de la vida feliz [εὐδαιμονία]; el que es feliz lo es sólo en
la medida en que actúa bien.
La ignorancia es, de acuerdo con Platón, el mayor enemigo para la
felicidad del agente. Este es otro de los hilos conductores de la obra
platónica; en la gran mayoría de los diálogos, la discusión dialéctica está
enmarcada en una pretensión de descubrir qué se debe de hacer y cómo
71 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 115 ss. 72 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 116b.
53
se debe hacerlo. Y es aquí donde la importancia de enseñar la virtud y
el riesgo de la ignorancia se conjugan: aquel que sabe cómo actuar
virtuosamente lo hará, quien ignora cómo debe comportarse
necesariamente caerá en el error. Sócrates hace notar esta relación de
causalidad cuando pregunta: «¿Te estás dando cuenta de que los errores
en la conducta [τὰ ἁμαρτήματα ἐν τῇ πράξει] se producen por esta
ignorancia [ἄγνοια], que consiste en creer cuando no se sabe?».73 Es
importante notar que el error al que Sócrates se refiere es de carácter
práctico, aunque se desprende de una ignorancia de tipo teórico. Esta es
una de las formulaciones del célebre intelectualismo socrático: el que
sabe no se equivoca.
Aún permanece la cuestión de la obtención de este saber vital. ¿De
dónde se puede abrevar este conocimiento? ¿Acaso de un maestro? La
respuesta que Sócrates da a esta aporía parece indicar que, aunque es
posible aprender la virtud, no es posible aprenderla de otro. Sócrates
indica a su interlocutor que el conocimiento necesario para ser virtuoso
no proviene de un maestro, sino que es el conocimiento de uno mismo;
este conocimiento de uno mismo lleva a la virtud en tanto que se traduce
en el cuidado de sí mismo, el cuidado del alma. Este es el verdadero
servicio socrático; Sócrates no es un maestro en tanto que da el contenido
del conocimiento que lleva a la virtud, sino en cuanto muestra el camino
para acceder a él. Para indicar lo anterior, utiliza un argumento elíptico
mediante el cual señala la importancia de conocerse a sí mismo y que,
de hecho, lo que el ser humano en verdad es no es otra cosa que el alma
[ψυχή].
73 Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 117d.
54
Primero, Sócrates contrarresta la arrogancia de Alcibíades al
mostrarle que es en realidad vanagloria. Le hace dar cuenta de que
aquello de lo que presume, a saber, su linaje, su belleza y su riqueza, no
es en absoluto valioso en comparación con aquello que tienen los
lacedemonios o el Gran Rey de Persia.74 Con esto muestra Sócrates que
las preocupaciones de Alcibíades y la admiración que recibía eran en
verdad falsas. El primer paso hacia el conocimiento de uno mismo es el
dimensionarse, es conocer la propia situación, y para esto es necesario
reconocer lo que uno es y lo que no es. De ahí el peso que Sócrates pone
en la inscripción del friso del templo en Delfos: γνῶθι σαυτόν.75 En
segundo lugar, Sócrates vuelve a las inquietudes políticas de Alcibíades
para mostrarle la necesidad que la comunidad tiene de que sus
integrantes se conozcan a sí mismos. Sólo será buen gobernante el sabio
y lo será en tanto que, por su prudencia, lleve a sus gobernados a la
virtud, al cumplimiento del deber. La amistad que busca provocar el
gobernante en la ciudad es aquella que promueve el buen vivir en
comunidad [εὖ οἰκεῖσθαι]. Este buen vivir no es otro que la vida feliz,
lograda mediante la virtud de los integrantes de la comunidad.
La discusión toma un giro argumentativo cuando Alcibíades no
puede indicar cómo se puede saber lo que la prudencia es y ser así capaz
de ponerla en práctica. Es, en realidad, una reformulación de la misma
cuestión que ha perseguido a la discusión: ¿cómo es posible adquirir el
conocimiento necesario para ser virtuoso? Ya se ha adelantado la
respuesta; el conocimiento que lleva la felicidad, aquél que produce la
74 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 121a ss. 75 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 124a-b.
55
virtud, es el conocimiento de uno mismo.76 Este conocimiento debe
llevar necesariamente al cuidado de uno mismo y, por extensión, al de
la comunidad. No obstante, puede que no resulte claro qué es aquello
que debemos conocer. Sócrates distingue entre aquello que somos y
aquello que poseemos. Un examen cuidadoso de nuestra interioridad
−indica Platón– puede lograr llevarnos a dar cuenta de que la realidad
propia no puede estar en aquello que utilizamos, sino en aquello que
utiliza. En este sentido, el hombre es su alma, pues es aquello que utiliza
todo los demás. «Entonces, puesto que ni el cuerpo ni el conjunto son el
hombre, solo queda decir, en mi opinión, que o no son nada o, si
efectivamente son algo, ocurre que el hombre no es otra cosa que su
alma [ψυχή]».77 En tanto que el hombre usa su cuerpo, entonces le
pertenece. Quien muestra esto es la razón, aquella que –asentada en el
alma− se expresa mediante el cuerpo. En conclusión, el cuidado del
hombre es en realidad el cuidado del alma. 78
Paradójicamente, el conocimiento de uno mismo que permite este
cuidado del alma sólo es posible al ver a otro. Así como el ojo sólo puede
contemplarse a sí mismo usando un espejo, «si el alma está dispuesta a
conocerse a sí misma, tiene que mirar a un alma, y sobre todo a la parte
del alma en la que reside su propia facultad, la sabiduría, o a cualquier
otro objeto que se le parezca».79 No es desdeñable el hecho de que Platón
afirme aquí, como en otros lugares, que la sabiduría es la verdadera
virtud, la excelencia, del alma [ἡ ψυχῆς ἀρετή, σοφία]. Y es que esto
76 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 127e. 77 Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 130c. 78 Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 128d. 79 Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 133b.
56
indica que el alma está direccionada a algo más que a sí misma, pues
«[e]s que esta parte del alma parece divina, y quienquiera que la mira y
reconoce todo lo que hay de divino, un dios y una inteligencia [θεός καὶ
φρόνησις], también se conoce mejor a sí mismo»80. Es interesante que
Platón utilice el término “φρόνησις” y no “σοφία” como lo había hecho
hasta este punto de la discusión. Con este uso terminológico, Platón
muestra que, aunque el conocimiento al que apunta es teórico, a saber,
la contemplación de la divinidad, en realidad debe de tener un correlato
práctico. Esta idea es clave en el posterior desarrollo de la tradición
platónica, principalmente desde el Platonismo Medio, donde el criterio
de virtud ya no es la comunidad, sino la semejanza a la divinidad; el
hombre debe divinizarse. Por lo pronto, Platón reconoce que aquél que,
por faltar a la contemplación de la divinidad, no sepa lo que es –
contrapuesto a lo que le meramente le pertenece–, seguramente errará
en materia de política, familia y en cualquier actividad que realice.
Ningún hombre puede ser feliz si no es sabio y si no es bueno.81
La misión que Sócrates encarga a Alcibíades se expresa, entonces,
al final del diálogo a manera de resumen de la discusión. Si Alcibíades,
en tanto que es hombre, desea ser feliz y además busca beneficiar con su
acción a la comunidad, debe de seguir el consejo socrático:
Entonces, en primer lugar tienes que adquirir la virtud, y también
quienquiera que esté dispuesto a gobernar y cuidar no sólo de sus asuntos en
particular y de sí mismo, sino también de la ciudad y de sus intereses […]
Porque obrando con justicia y sabiduría, tanto tú como la ciudad actuaréis de
manera grata a los dioses […] Y, como decíamos anteriormente, actuaréis con
80 Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 133c. 81 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 133e ss. 134a.
57
la mirada puesta en la luminosidad divina […] Y, por otra parte, al tener allí
la mirada, os contemplaréis y conoceréis a vosotros mismos y también lo que
es bueno para vosotros […] ¿Y no estaréis entonces obrando bien [ὀρθῶς καὶ
εὖ πράξετε]? […] Estoy dispuesto a garantizaros que con tal conducta seréis
felices [εὐδαιμονείν].82
El gobierno de los hombres, el encaminarlos a la virtud, el bien y la
felicidad, presupone el mismo cuidado para el individuo en tanto
gobernante. Implica un gobierno de sí mismo, guiado siempre por la
justicia y la prudencia. Esta idea está claramente expresada en el
Menéxeno, cuando Platón desarrolla la noción de autarquía:
«El hombre que hace depender de sí todo aquello que conduce a la felicidad
o se le aproxima, y no lo supedita a otros, cuya buena o mala fortuna forzarían
también a la suya propia a flotar a la deriva, ese hombre tiene ordenada su
vida de una manera óptima; ese es el sabio, ese es el valeroso y sagaz
[σώφρων καὶ οὗτος ὁ ἀνδρεῖος καὶ φρόνιμος]».83
El éxito de esta actividad, de esta acción gubernamental autárquica, se
fundamenta en el conocimiento necesario que se encuentra en la
divinidad. En Plotino, como se verá más adelante, la sentencia platónica
de que la contemplación de la divinidad permite el actuar bien y, por lo
tanto, llegar a la felicidad, se transforma en que el contemplar a la
divinidad es realmente el actuar bien, es la felicidad.
82 Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 134c-e. 83 Platón, Menéxeno, [trad. E. Acosta], 248a.
58
2.3 «Gorgias»: características del cuidado del alma
Como se ha expuesto, Platón indica que el cuidado de uno mismo, el
cuidado del alma se sigue de un conocimiento de sí mismo,
fundamentado en el reflejo en la divinidad. Sin embargo, en el Alcibíades
Primero, Platón nunca aclara en qué consiste este cuidado. Simplemente,
se limita a señalar las consecuencias positivas que puede tener su
ejecución o las negativas, en caso de que esté ausente. En un esquema en
el que la visión eudaimónica permanece, en tanto la felicidad es el fin
último, se limita a referir que la buena acción, guiada por la prudencia
y la justicia, cuando está referida a uno mismo y a la comunidad, es lo
que permite acceder a este fin último. En la discusión retratada en el
Gorgias, Platón muestra algunas de las situaciones en las que el cuidado
del alma resulta necesario. De este modo, se pueden empezar a esbozar
las características que el cuidado del alma debe de tener.
En primer lugar, sigue lo propuesto en el Primer Alcibíades con
respecto a la relación entre la ignorancia y el error práctico.84 De acuerdo
con la teoría intelectualista, Platón comienza indicando que el primer
mal del cual se debe de cuidar al alma es el de la falsa opinión. Por lo
mismo, hay un beneficio en ser refutado.85 Esto en la medida en que el
ser refutado lleva a la verdad –en tanto aleja de la ignorancia y,
consecuentemente, previene el error– y porque, por definición, la
verdad nunca se refuta [τὸ γὰρ ἀληθὲς οὐδέποτε ἐλέγχεται].86
Contrario a la actitud general de sus coetáneos, Sócrates encuentra
84 Cfr. Platón, Primer Alcibíades [trad. Juan Zaragoza], 117d. 85 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 470c. 86 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 473b.
59
valioso el ser interrogado y, principalmente el que lo refuten. Como se
había establecido antes, la vergüenza [αἰσχρός] juega un papel clave en
la argumentación de este diálogo, precisamente porque es la
conservación de su orgullo lo que mete a los interlocutores de Sócrates
en aprietos argumentativos; primero Gorgias, luego Polo y finalmente
Calicles se avergüenzan de mantener su postura, por lo que dimiten.
En segundo lugar, Platón establece la relación entre las acciones
de los hombres y los fines que persiguen: hacemos lo que hacemos por
aquello que queremos. Este es otro principio clave en la teoría
eudaimónica de Platón. En tanto que todo se encamina a un bien y que
–como se expuso con respecto al Eutidemo– el bien que todos deseamos
es la felicidad, toda nuestra acción se encamina a esta. Además, puesto
que para alcanzar la felicidad es necesario actuar bien, es decir, de
manera justa, la injusticia es en realidad el peor de los males. De ahí se
desprende el famoso aforismo socrático «Es mejor sufrir una injusticia
que cometerla»,87 mismo que sus interlocutores niegan inicialmente y
que más tarde, gracias a la argumentación socrática, se ven obligados a
suscribir.
En un esquema eudaimónico, no es tan complicado comprender
la veracidad de la afirmación socrática sobre la injusticia como lo fue
para Polo, segundo interlocutor de Sócrates. El argumento que logra
cambiar su opinión presupone la identidad entre las acciones buenas y
las justas, misma que es un eco de la discusión en el Alcibíades Primero.88
87 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 469b. 88 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 470a-c y Primer Alcibíades [Juan Zaragoza],
115a ss.
60
En este esquema de relación entre belleza, bondad y justicia, las leyes
buenas –producto de la acción del buen πολιτικός– son aquellas que
reportan un beneficio [ὠφέλεια] o un placer [ἡδονή] o ambas.89
Evidentemente el mayor beneficio es la felicidad aunque, como se
expuso con respecto al Eutidemo, el placer y el beneficio pueden ser
componentes en el proceso de obtención de la felicidad. En cualquier
caso, la ley es buena si reporta un bien. Del mismo modo, puede inferirse
que es excelente cuando reporta la excelencia, es decir, la virtud, la cual
lleva consecuentemente a la felicidad. Y es que Platón indica que la
excelencia del hombre está en la justicia, presumiblemente porque es la
virtud que le permite llegar a la felicidad.90
Puesto que el hombre justo es bueno –«pues sostengo que el que
es bueno y honrado [καλὸς καὶ ἀγαθὸς], sea hombre o mujer es feliz, y
que el malvado e injusto es desgraciado»–91 se le opone lo injusto. Aquí
Platón da una definición tentativa de justicia, misma que no será
completada hasta República, y es que la justicia es aquello de lo que se
predica bondad y belleza. Sin embargo, esta definición no basta, pues
hay multitud de cosas de las que se puede predicar lo mismo sin que,
por necesidad, sean justas. Las cosas bellas y buenas son también justas
cuando de lo que se habla es una acción y por tanto refiere a una virtud,
o a un estado, que refiere a su vez a un estado virtuoso. Estos estados de
justicia son aquellos en lo que el vicio está ausente del individuo, lo que
le lleva a ser feliz: «Entonces el más feliz es el que no tiene maldad en el
alma [εὐδαιμονέστατος μὲν ἄρα ὁ μὴ ἔχων κακίαν ἐν ψυχῇ], puesto
89 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 474b. 90 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 479a ss. 91 Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 470e.
61
que ha resultado evidente que este [el vicio, la injusticia] es el mayor
mal».92
De la conclusión anterior, Sócrates deduce que, puesto que es
infeliz aquel que posee vicios, es necesario extirparlos de él, lo cual es
sólo posible mediante el castigo. Por lo tanto, el castigo −que desprende
al hombre de sus vicios y, por lo mismo, lo acerca a la felicidad− es para
Sócrates lo mejor y más bello del mundo y, consecuentemente, lo más
justo.93 El énfasis está en que el castigo, a manera de administración de
justicia, es lo mejor para el alma, pues la libera de sus vicios al hacerla
templada y justa, así como el arte del médico puede curar el cuerpo
mediante la receta de medicamentos que pueden parecer dolorosos.94
En este diálogo, Platón pone el acento en la vida de templanza
como modo de obtener estructura y unidad de vida. Propone a la
templanza [σωφροσύνη] como respuesta a la pregunta: “¿Cómo es que
hay que vivir?”. Y es a la unidad anímica hacia lo que debe de estar
encaminado el cuidado del alma y, por lo mismo, la impartición de
justicia. En tanto la justicia y la templanza son lo que permite la unidad
de vida, cuando esto proviene como disposición del gobernante, se le
llama “ley”: «Y al buen orden y concierto del alma se le da el nombre de
norma y ley, por las que los hombres se hacen justos y ordenados; en
esto consiste la justicia y la moderación [δικαιοσύνη τε καὶ
σωφροσύνη]».95 En el contexto del diálogo, esta connotación política es
evidente ya que este trata del fin y del valor de la retórica. Sócrates hace
92 Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 478d. 93 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 476a ss. 94 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 478d ss. 95 Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 504d.
62
énfasis en que el buen retórico es aquel que se preocupa por generar la
justicia y eliminar la injusticia de la ciudad, principalmente mediante la
impartición de justicia, de castigo, y la promoción de la templanza
mediante la legislación.96 Resulta evidente que el cuidado del alma,
aquel que lleva a la felicidad, se logra tanto para el individuo cuanto
para la ciudad mediante la virtud. Platón enfatiza la importancia de la
virtud como camino a la felicidad al ahondar sobre los beneficios que
esta implica para el alma. En primer lugar, da cierto orden [κόσμος] al
alma.97 La noción de κόσμος resultará de particular relevancia al
momento de analizar la relación cosmológica que, según Plotino,
mantiene el Alma del Mundo con la realidad sensible, puesto que, a la
manera del Timeo, parece aquí presentar Platón una noción de un
mundo bueno en tanto que ordenado.98
Por otro lado, la virtud como orden es relevante porque permite la
excelencia del alma a modo de templanza [σωφροσύνη]. Esta
afirmación parece contradecir a otras que se han expuesto antes; parece
que Platón predica de múltiples virtudes que ellas son la verdadera
excelencia del alma. Se han expuesto al menos otras dos: la justicia y la
sabiduría. Esta dificultad puede resolverse de dos maneras, igualmente
benéficas para la teoría platónica. Una posible solución al problema
presente es indicar que, en tanto “virtud” y “excelencia”, pueden ambos
términos ser posibles traducciones del vocablo griego “ἀρετή”; cada vez
que Platón refiere a “excelencia del alma” [ἀρετή τής ψυχής], en
realidad la refiere como a una virtud en particular del alma, no en tanto
96 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 504d-e. 97 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 506d-507a. 98 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 508a.
63
que una u otra es superior a las demás, sino porque todas son propias al
alma. Otra posibilidad es afirmar que la traducción de “ἀρετή” sí es
válida y que Platón sí quiere indicar que esta u otra virtud particular
debe considerarse como óptima para el alma. Entonces, queda por
resolver la aparente contradicción: ¿por qué se contradice Platón en sus
textos cuando dice primero que la excelencia del hombre está en la
sabiduría, luego la justicia y después indica que en realidad se encuentra
en la templanza? ¿Es que Platón se equivoca? Para esclarecer esta
cuestión resulta útil hacer una referencia a República. Como se verá más
adelante, el esquema de virtud, tanto en el Estado como en el individuo,
implica no una sino cuatro virtudes distintas ordenadas bajo un solo
criterio. Así, parece claro que Platón hace aquí un eco de la teoría de la
virtud expresada en República, puesto que tanto la templanza como la
justicia y la sabiduría son contempladas en el esquema cuádruple.
La validez de la propuesta anterior es aún más evidente cuando
Sócrates establece la relación entre la virtud de la templanza, la bondad
en la acción y la felicidad:
Por consiguiente, es absolutamente forzoso, Calicles, que el hombre
moderado, según hemos expuesto, sea completamente Bueno; que el hombre
Bueno ejecute sus acciones bien y convenientemente, y el que obra bien sea
feliz y afortunado [μακάριόν τε καὶ εὐδαίμονα εἶναι] […].99
En el Gorgias está presente, pues, la propuesta de la templanza como la
virtud propia del alma en tanto que da el orden y la estructura necesarias
para permitir la felicidad del hombre. Esta afirmación platónica deja a
la justicia en una situación distinta a la que se había presentado al
99 Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 507b-507c.
64
comienzo del diálogo. Al final del diálogo Sócrates se refiere más a la
justicia en tanto aplicación de esta y la señala como un medio para
alcanzar la felicidad. La templanza es un estado que permite la felicidad;
estado que a su vez es posible alcanzar mediante la remoción de vicios
e implementación de estructuras virtuosas gracias a la aplicación de
justicia. Claro que esta aplicación de justicia presupone el conocimiento
de la justicia como virtud, de acuerdo con el cual pueda ser impartida
por el gobernante o la comunidad. Al respecto, Sócrates indica:
El que quiera ser feliz debe buscar y practicar, según me parece, la
moderación y huir del libertinaje con toda la diligencia que pueda, y debe
procurar, sobre todo, no tener necesidad de ser castigado; pero si él mismo o
algún otro de sus allegados o un particular o la ciudad necesita ser castigado
[κολάζεσθαι], es preciso que se le aplique la pena si quiere llegar a ser feliz.100
El ser castigado [κολάζεσθαι] es clave para la cooperación comunitaria.
Si todos los individuos, con los gobernantes a la cabeza, se preocupan
por hacer valer la impartición de justicia, no con un fin vengativo, sino
curativo, la ciudad será un lugar en la que la justicia y la templanza
estarán presentes y podrá ser llamada feliz. La justicia es, en ese sentido,
el verdadero cuidado del alma. El conocimiento de uno mismo que
Sócrates señalaba en el Alcibíades Primero se traduce en impartición de
justicia. Esto implica un imperativo de acción dirigida a los otros, la
preocupación principal debe de ser el que los otros sean buenos, que
sean felices. En este contexto se recalca la crítica a Pericles; no se puede
ser bueno si no se hace a los otros buenos.101
100 Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 507c-d. 101 Cfr. Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 515d-516d.
65
2.4 La justicia como virtud colectiva en «República»
La pregunta que el Gorgias pretende responder –a saber, la pregunta por
la definición de la justicia en el marco del estudio de la retórica– tiene
un paralelo en República. En Gorgias, a esta interrogante no se le da una
respuesta conclusiva. Como sucede en el Alcibíades Primero con respecto
al conocimiento de uno mismo, la discusión se decanta en las
consecuencias positivas o negativas que puede tener la impartición de
justicia. Es en República donde se puede rastrear una discusión más
concreta sobre el tema y también una respuesta que, aunque ya estaba
esbozada en el Gorgias en nociones como el orden y la estructura, es ahí
completada.
En los primeros libros de República, se dan algunas definiciones
tentativas de las que Platón se sirve para mostrar aquello que la justicia
no es. En primer lugar, Polemarco propone que la justicia consiste en
beneficiar a los amigos y perjudicar a los enemigos.102 Aunque no es una
definición aceptada por Sócrates, afirma el precedente ya establecido en
Gorgias que muestra a la justicia como relacionada en el ideario griego
con aquello que es bueno; es bueno beneficiar a los amigos y es bueno
también perjudicar a los enemigos. El problema de esta definición es que
está centrada en el agente individual y no puede alcanzar a la
comunidad; quién es amigo y quién enemigo depende totalmente de un
sujeto. Además, no es coherente con la idea de impartición de justicia
como fue expuesta en Gorgias, en la que el castigo, por su beneficio
contra los vicios es benéfico; la definición de Polemarco no permitiría
impartir justicia a los amigos, pues, al menos desde la visión de
102 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 334b ss.
66
Polemarco, el castigo es visto como un mal y esta definición no admite
cometer acciones “malas” en contra de los amigos, incluso cuando estos
se equivocan y necesitan ser castigados para lograr salir de su error.
Cuando Trasímaco interviene, da una segunda definición: lo justo
es lo que conviene al más fuerte.103 La propuesta de Trasímaco sigue la
misma línea que la de Polemarco según la cual el criterio de la justicia es
lo bueno, lo excelente, lo conveniente. Aún más que la definición de
Polemarco, la intervención de Trasímaco muestra una perspectiva
individualista, al grado que se transmutan los valores de justicia e
injusticia. La injusticia –dice Trasímaco– es para el individuo mucho más
provechosa que la justicia. La primera se concibe, bajo esta perspectiva,
como excelencia [ἀρετὴν] y la justicia como candidez [εὐήθεια], como
inocencia.104 Sin embargo, esto es contradictorio, porque la justicia
prueba ser una excelencia, como ya había sido estipulado en Gorgias.
Sócrates logra mostrar esto al señalar que el hombre justo, al querer
superar a su desemejante, a su contrario, se parece más al sabio y al
prudente.105
A partir de este punto, la discusión deriva en la preocupación por
el alma. De acuerdo con lo establecido en el Alcibíades Primero,
preocuparse por el alma es preocuparse por lo que verdaderamente es
el hombre. En tanto la justicia permite tener un alma justa, la justicia es
una excelencia.
103 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 338c. 104 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 348c. 105 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 348c-351b.
67
El alma justa, por ende, el hombre justo, vivirá bien; el injusto, en cambio,
mal. […] Pero precisamente quien vive bien es feliz y bienaventurado [εὖ ζῶν
μακάριός τε καὶ εὐδαίμων], al contrario del que vive mal. […] Por lo tanto,
el justo es feliz y el injusto desdichado. […] Ahora bien; no se obtiene
provecho al ser desdichado, sino al ser feliz. […] En tal caso, bienaventurado
Trasímaco, es más provechosa la justicia que la injusticia.
La relación ya establecida en el Eutidemo y reforzada en el Alcibíades
Primero entre el buen vivir y la felicidad, sirve aquí a Sócrates para
mostrar que, en efecto, ser justo es más conveniente que vivir
injustamente; la justicia lleva a ser bienaventurado y feliz [μακάριός καὶ
εὐδαίμων], mientras que al injusto sólo le queda ser desdichado
[ἄθλιος]. Esto principalmente porque en este pasaje, Sócrates afirma a
la justicia como la virtud, la excelencia, del alma. No es posible vivir bien
ni, por tanto, ser dichoso, sin virtud.
Con la refutación de Trasímaco termina el libro I de República, pero
la discusión no llega a una conclusión. Intervienen Glaucón y Adimanto,
hermanos de Platón, para pedir una defensa más firme del valor de la
justicia, pues no consideran que la argumentación socrática en contra de
Trasímaco haya sido suficiente. Glaucón y Adimanto, a través de la
alegoría de Giges106 y de otros recursos retóricos proponen una defensa
de por qué es más provechoso [λυσιτελής] ser injusto, siempre y cuando
se parezca justo. Argumentan que: «[…] nadie es justo voluntariamente,
sino forzado, por no considerarse a la justicia como un bien individual,
ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer injusticias, las
comete».107 El peso del argumento está en que el bien que defienden
106 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 359b-362a 107 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 360c.
68
retóricamente –pues no es que suscriban esta postura, sino que
pretenden fortalecer la argumentación socrática por medio de la
oposición– es un bien individual y, siguiendo esta línea, muestran como
la justicia, de carácter social, sólo se cultiva por necesidad y por miedo a
ser descubierto y castigado.108 Alguien como Giges, quien tiene certeza
de que jamás serán descubiertas sus acciones injustas, puede desdeñar
el justo actuar para procurarse provecho. Incluso actuando injustamente
se puede evitar el castigo divino; Adimanto indica que se pueden pagar
indulgencias con las riquezas que la acción injusta provee.109 Bajo este
panorama, es Adimanto quien pregunta:
¿Qué razón nos llevaría aún a preferir la justicia antes que la máxima
injusticia, si podemos practicar esta con un disfraz de respetabilidad y obrar
a nuestro gusto tanto en lo concerniente a los dioses como a los hombres, tal
como lo afirma no sólo la multitud sino también la élite?110
Y, subsecuentemente, invita a Sócrates a defender a la justicia no por sí
misma, como había pedido Glaucón anteriormente, sino por el bien que
reporta.111 Esta visión teleológica de la justicia permitiría contestar a las
contraargumentaciones de Glaucón y de Adimanto, que vuelven a
postular la conveniencia de la acción injusta de acuerdo con los bienes
que reporta.
Ante la argumentación de los hermanos de Platón, Sócrates se
encuentra en una situación aporética y, para salir de ella, propone
108 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 358c. 109 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 366b-c. 110 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 366c. 111 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo]. Para la petición de Glaucón,
358c; para la solicitud de Adimanto, 367d-e.
69
resolver la cuestión a partir del análisis de la ciudad justa estableciendo
una analogía entre el alma del hombre y la politeía perfecta. Sócrates
pregunta:
Hay una justicia propia del individuo; ¿y no hay también una justicia propia
del Estado? […] ¿Y no es el Estado más grande que un individuo? […] Quizás
entonces en lo más grande haya más justicia y más fácil de aprehender.
Indagaremos primeramente cómo es ella en los Estados; y después
inspeccionaremos en cada individuo, prestando atención a la similitud de lo
más grande en la figura de lo más pequeño.112
De esta manera marca el proyecto propio a la República, proponer una
ciudad ideal en la que se pueda comprender lo que es bueno tanto para
la comunidad como para el individuo. Además de mostrar la dificultad
del problema, este proyecto permite ver con mayor claridad la relación
en la propuesta platónica entre la ética y la filosofía política. Esta idea ya
estaba presente tanto en el Alcibíades Primero como en Gorgias; en el
primero, por la misión del buen πολιτικός y, en el segundo, en la
definición del buen retórico. Se sigue el mismo esquema eudaimónico
según el cual la felicidad del individuo no puede alcanzarse fuera de su
esquema político; el individuo sólo puede ser feliz si la ciudad de la que
forma parte es feliz.
La relación entre la ciudad [πόλις] y el individuo es aún más
evidente por la simetría que tienen en su división según sus partes. El
individuo, que es en realidad su alma, tiene al igual que la πόλις una
división tripartita y estas partes no sólo se asemejan en cantidad, sino en
clase, en tipo y función: «Nos hemos puesto satisfactoriamente de
112 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 358e-359a.
70
acuerdo en que las mismas clases que hay en la ciudad, hay en el alma
de cada individuo y en el mismo número».113 Hay, tanto en el alma como
en la πόλις, una parte que gobierna, una que defiende y una que
produce; en el alma reciben los nombres de λογιστικόν, θυμός y
ἐπιτιμία y en la ciudad los de sabios, guardianes y artesanos. La relación
entre las partes de una y de otra es más claramente establecida cuando
Sócrates indica que a cada parte, de acuerdo con su función, les
corresponde la misma virtud que a su correlato del otro lado de la
analogía. La virtud de los sabios en la πόλις y del λογιστικόν en el alma
es la sabiduría [σοφία]; al θυμός y a los guardianes-defensores les
corresponde la valentía [ἀνδρεία]; los artesanos y la ἐπιτιμία
encuentran su excelencia en la templanza [σωφροσύνη]. Dice Sócrates:
Llamaremos valiente [ἀνδρεῖος] a cada cual, cuando la cólera [θυμός] que
hay en él pueda mantener, a través de dolores y placeres, el dictamen de la
razón [λόγος/λογιστικόν] sobre lo que es o no es de temerse. […] Y le
llamaremos prudente [σοφός] por aquella pequeña parte que así ha mandado
en él y dado aquellos preceptos, y que posee además la ciencia [ἐπιστήμη] de
la que conviene a cada cual y a la comunidad entera, con sus tres partes. […]
¿Y no será, además, temperante [σώφρων] por la amistad [φιλία] y la
armonía [συμφωνία] de estas mismas partes, cuando la gobernante y las
gobernadas convienen en que la razón debe mandar y no se sublevan contra
ella? […] Esto y no otra cosa es la templanza.114
Las virtudes nombradas –σοφία, ἀνδρεία y σωφροσύνη, mismas que
ya habían sido anunciadas en el Gorgias en relación con la templanza
como estado necesario para le felicidad y en el Eutidemo como bienes que
pueden conducir a la felicidad– al estar presentes en el alma, permiten
113 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 441c. 114 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 442c-d.
71
acceder a la justicia [δικαιοσύνη] cuando todas las partes están
subordinadas al criterio de la razón.
Es a partir de este criterio de subordinación que Platón puede dar
su definición de justicia: «La ciudad es justa por el hecho de hacer en ella
cada uno de los tres órdenes lo suyo propio. […] cada uno de nosotros
será justo y hará lo que le compete, cuando cada una de las partes que
en él hay haga lo suyo».115 En tanto cada una de las partes del alma
cumpla su función, el individuo podrá ser justo y, por lo mismo, actuar
bien y ser feliz. He ahí la plenitud del proyecto eudaimónico. A eso debe
de estar dirigido el cuidado del alma y por eso el conocimiento de uno
mismo es crucial. Sólo aquel que sabe cómo funciona su alma en sus tres
partes, que conoce de qué carece, puede encaminar el cuidado necesario
para desprenderse de sus vicios, para evitar el error y, mediante la
virtud, actuar bien y ser feliz.
Para Platón, sólo es posible lograr la acción correcta y la felicidad
a partir de la acción social. El hombre no puede ser feliz solo porque su
virtud está íntimamente relacionada a la virtud de la ciudad.116 Tanto en
la ciudad como en el individuo «Producir la justicia será disponer entre
sí los elementos del alma [o de la ciudad, según sea el caso] en una
relación de dominio y subordinación conforme a su naturaleza; y
producir la injusticia, por su parte, hacer que unos manden y otros
obedezcan contrariamente a la naturaleza».117 Esta subordinación de
acuerdo con la naturaleza [φύσις] sólo se logra si hay un cierto
115 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 441e. 116 Cfr. Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 441c-d. 117 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 443d-e.
72
conocimiento, producto particular de la virtud de la sabiduría que, en el
sistema político platónico, corresponde a unos pocos. Sólo a estos les es
propio el gobernar: «los justos aparecen como más sabios, mejores y más
capaces de actuar, mientras los injustos no pueden hacer nada juntos».118
La acción justa, es decir, la acción conjunta, depende del buen gobierno
de los sabios y es «[…] a la clase y a la parte más reducida de la ciudad,
en la cual residen la ciencia, el mando y el gobierno, es a la que la ciudad
debe el nombre de prudente en su conjunto; este linaje, el más reducido,
es el que participa de esta ciencia, […] la sabiduría».119
En Platón, la justicia se da sólo en el orden social que garantiza que
todos los ciudadanos sean virtuosos, esto mediante la participación de
la sabiduría de la clase más alta y reducida. Esto es así porque no todos
pueden alcanzar la sabiduría, puesto que, dentro del esquema platónico,
no todos los hombres son iguales, aunque tengan un origen común. De
ahí que la sociedad platónica ideal esté organizada por estamentos.
Indica Sócrates:
Vosotros todos que formáis parte de la ciudad, sois hermanos; […] como
todos vosotros tenéis un origen común, lo más frecuente será que engendréis
hijos a vuestra semejanza; pero también es posible que del oro nazca un
descendiente de plata, o de la plata uno de oro, y con semejante reciprocidad
en todos los otros casos.120
Y, más tarde añade: «No hemos nacido, cada uno de nosotros, con las
mismas disposiciones, y es la naturaleza la que introduce las diferencias,
118 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 352b-c. 119 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 429a. 120 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 415a.
73
al hacer a uno apto para una obra, y al otro para otra».121 Con esta idea,
se redondea el esquema eudaimónico platónico. La felicidad se puede
conseguir sólo cuando la sabiduría, la contemplación de la divinidad,
dirige la ciudad −y, por tanto, el alma− hacia la acción justa, conjunta en
sus partes. La misión socrática al final del Alcibíades Primero y la función
del buen retórico en el Gorgias encuentran así su plenitud.
2.5 Los mitos y la justificación escatológica de la εὐδαιμονία.
La última consideración que Platón hace para justificar su proyecto
eudaimónico es de tipo escatológico. Lo hace principalmente a través de
la introducción de mitos finales que añaden una coerción sobrenatural
para la acción justa. La preocupación escatológica es más clara en el mito
presentado en el Fedón. Después de argumentar en favor de la
inmortalidad del alma, Sócrates hace una narración de lo que espera a
esta después de la muerte. Narra el camino del alma hacia el Hades,
siempre guiada por su daimon. Indica que el alma ordenada no se pierde
en el trayecto y que la apasionada no sigue a su guía.122 Este orden que
permite al alma encontrar su camino hacia el Hades no es otro que el
establecido por la virtud según lo planteado en Gorgias y República. Es el
alma virtuosa la que tendrá una buena vida futura. Sobre todo, porque
en el más –indica Platón– espera un juicio. Este juicio, análogo al que
llevan a cabo las hermanas de las leyes terrenas según el Fedón, distingue
entre los que han vivido bien y piadosamente y aquellos que no. A los
primeros les corresponden honores, a los segundos, el castigo eterno en
121 Platón, República [trad. Antonio Gómez Robledo], 370a. 122 Cfr. Platón, Critón [trad. Julio Calonge], 107c-d, 108a.
74
el Tártaro. Para quienes tengan faltas curables, está la opción de la
reencarnación.123 En el corolario mitológico presente en Gorgias se
ahonda en las condiciones de este juicio escatológico. Sócrates indica
claramente que el peor de los males para el alma es llegar al Hades llena
de injusticia, además de que contrapone las Islas de los Bienaventurados
al castigo en el Tártaro.124
El alma bienaventurada –aquella digna del premio, según dice
Platón– es aquella que se adorna no con lo ajeno, sino con lo propio, es
decir, con la virtud. Esto es un eco claro de la discusión en el Alcibíades
Primero, en la cual se estableció que el cuidado del yo, del alma de cada
uno, se logra sólo mediante la virtud. Esta virtud, como ya se estableció
en República, está compuesta de aquellas que permiten el orden y la
estructura en el alma, a saber, la prudencia, el valor, la justicia y la
templanza, mismas que presuponen la libertad y el acceso a la verdad.125
Presentar los breves comentarios de carácter escatológico no es
superfluo para esta investigación. Como se verá más adelante, las
consideraciones escatológicas no quedan fuera del esquema
eudaimónico plotiniano. Es la última de las influencias que la noción
platónica de εὐδαιμονία tiene sobre la ética de Plotino. De este modo, la
revisión de los diálogos platónicos en clave eudaimónica −misma que se
hizo en el presente capítulo− permite descubrir la línea argumentativa
de la propuesta ética plotiniana. La pretensión universal de felicidad
característica del ser humano señalada en el Eutidemo da pie a una
123 Cfr. Platón, Critón [trad. Julio Calonge], 113d-e. 124 Platón, Gorgias [trad. Julio Calonge], 522e ss. 125 Cfr. Platón, Critón [trad. Julio Calonge], 114e.
75
búsqueda continua de aquello que es no sólo apropiado, sino excelente
para el alma, aquello que el hombre verdaderamente es. Platón señala
que es sólo mediante el autoconocimiento −aquél que se logra al
contemplar la divinidad en cada alma, es decir, su capacidad
intelectiva− que se puede lograr el correcto cuidado del alma en la acción
virtuosa. Particularmente, es a través de la justicia −virtud que permite
el orden y la correcta estructura del alma− que el hombre puede alcanzar
la excelencia psíquica, como muestra Platón en Gorgias y República.
●●●
Plotino recupera estas nociones, enmarcándolas en la pretensión de
deificación que señala la digresión del Teeteto, para articular su sistema;
reconsidera la concepción platónica de justicia para indicar un orden
interior, más que uno político, y retoma la idea de autoconocimiento en
cuanto al origen y la condición divinos del alma. El siguiente capítulo
de esta investigación trata de reconstruir el proyecto ético plotiniano a
partir la exposición en las Enéadas. El esquema platónico −según se
muestra en el presente capítulo− es en el que la felicidad, como fin del
hombre, sólo es adquirible dentro de un esquema político que permita
lograr un estado ordenado del alma por la práctica de la virtud y la
impartición de justicia para la extirpación de los vicios, particularmente
de la ignorancia y, por tanto, del error práctico o moral. Este será
retomado, en alguna medida, por Plotino, particularmente en lo que
respecta a la labor del sabio. El desarrollo político es relegado a un lugar
nimio para enfatizar el conocimiento de la divinidad a través de la
aproximación mística y ascética.
76
77
Capítulo III: La teoría ética en Plotino
El estudio de la teoría ética plasmada en los escritos de Plotino es un reto
por sí mismo. Por un lado, presupone un amplio conocimiento del
planteamiento metafísico, cosmológico y psicológico expresado en el
resto de las Enéadas, así como una noción suficiente de otros autores con
los que continuamente dialoga Plotino. Es claro que su interlocutor
principal es Platón, aunque también discute regularmente con las
escuelas contemporáneas a su época, a saber, los estoicos, los epicúreos
y los peripatéticos de la Antigüedad tardía. Además, el lenguaje
plotiniano muchas veces abreva de los términos aristotélicos, sin
preocuparse de distinguir su uso de aquellos que hereda de la tradición
platónica. Tal vez por estos motivos es que la atención dirigida a los
tratados éticos de Plotino ha sido solamente aquella de los círculos
académicos especializados.
El objetivo de este capítulo es justamente retomar la preocupación
por el proyecto ético plotiniano mediante la articulación de tal teoría,
principalmente de acuerdo con lo expuesto por Plotino en su tratado
78
Sobre la felicidad [Περὶ Εὐδαιμονίας].126 También entran en consideración
el resto de los tratados “éticos” principales reunidos por Porfirio en la
primera enéada. Estos son: Sobre las virtudes, Sobre la dialéctica, Sobre la
Belleza, Sobre qué son los males y de donde provienen y Sobre el suicidio.127
Además, es importante aclarar que muchos de los temas presentes en
dichos tratados requieren alguna referencia a otros escritos dentro de la
obra plotiniana, a manera de explicación y desarrollo. Por lo mismo, en
este capítulo se abordan también las cuestiones sobre la libertad y el
arbitrio, el acto y la potencia, junto con algunas consideraciones de
carácter metafísico.
3.1 La digresión del «Teeteto» y el proyecto platónico
Lloyd P. Gerson, en su libro From Plato to Platonism, subraya la
importancia que tuvo el pasaje platónico conocido como “la digresión
del Teeteto” para la fundamentación de la antropología del platonismo
antiguo.128 Esta desviación del argumento principal del diálogo −a saber,
la naturaleza del conocimiento según lo discutido por Sócrates, Teeteto
y Teodoro− resume la pretensión de los proyectos éticos del platonismo
medio y tardío, principalmente el de Plotino. Expresa el deseo de lograr
la “deificación” −la asimilación [ὁμοιωσις] con lo divino− a través del
rechazo mediante la virtud de la naturaleza mortal:
126 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal] I. iv. (46). 127 Respectivamente, Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal] I. ii. (19); I. iii. (20); I. vi.
(1); I. viii. (51). 128 Cfr. Gerson, L. P. From Plato to Platonism, Ithaca: Cornell University Press. pp. 293-
299.
79
Los males no habitan entre los dioses, pero están necesariamente ligados a la
naturaleza mortal y a este mundo de aquí. Por esa razón es menester huir de
él hacia allá con la mayor celeridad, y la huida consiste en hacerse uno tan
semejante [ὁμοιωσις] a la divinidad como sea posible, semejanza que se
alcanza por medio de la inteligencia con la justicia y la piedad.129
El sabio [φρονήσεως], indica Sócrates a Teeteto, es aquel que logra
desprenderse de su propia mortalidad mediante una correcta práctica
de la virtud, es decir, de ser verdaderamente justo [δίκαιον] y piadoso
[ὅσιον]. De acuerdo con la reconstrucción de la teoría eudaimónica de
Platón en el capítulo segundo de esta investigación, es evidente que
tanto la práctica de la justicia como la de la piedad −entendida como el
correcto conocimiento de la divinidad− son condiciones de posibilidad
para la posesión de la vida feliz. La felicidad sólo puede alcanzarse
mediante el correcto cuidado del alma gracias a la acción virtuosa. Esta,
a su vez, necesita del conocimiento de la verdad que reside en lo divino
para poder perpetrarse. El sabio, en conclusión, es aquél que conoce lo
divino y que, por tanto, es capaz de actuar bien y bellamente.
Plotino, como verdadero platónico, retoma el proyecto planteado
en el Teeteto y encamina su planteamiento ético a la deificación del alma.
Como lo expresa antes de desarrollar su propuesta metafísica en el
primer tratado de la quinta enéada −Sobre las tres hipóstasis principales− el
alma necesita de un doble razonamiento que le permita regresar al
ámbito divino del cual procede. Estos razonamientos son: «Uno que
muestre la vileza de las cosas que el alma estima actualmente […] Otro
que instruya al alma y le rememore cómo es en estirpe y dignidad».130 El
129 Platón, Teeteto [trad. Fernando García Romero], 172c-177c. 130 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 1, 25-28.
80
segundo discurso es de orden metafísico y de él se ocupa Plotino en el
tratado mencionado; sin embargo, el primer razonamiento es de carácter
ético y es el que resulta pertinente para el presente capítulo. Es, en
realidad, una exhortación a la deificación, al regreso a la divinidad, es
una invitación a la vida perfecta, a la felicidad. Plotino, como Platón,
muestra dialécticamente que la felicidad sólo es alcanzable de acuerdo
con el criterio divino, en contraste con el material o mundano.
3.2 La felicidad como vida perfecta
Es en el tratado cuarto de la primera enéada donde Plotino se preocupa
por desarrollar propiamente el razonamiento anunciado en el tratado
Sobre las tres hipóstasis principales. Aquel, llamado simplemente Sobre la
felicidad, consiste en una exploración de las condiciones en las que el
hombre puede verdaderamente ser feliz. Además, explora y critica las
propuestas de otras escuelas, principalmente de las escuelas estoicas y
aristotélicas. Para esto, primero propone condicionalmente que la
felicidad [τὸ εὐδαιμονεῖν] y el buen vivir [τὸ εὖ ζῆν] son uno y lo
mismo. Tal suposición, aunque arriesgada, era comúnmente aceptada
por las demás escuelas filosóficas de su época −estoicas, epicúreas y
aristotélicas−, según señala Kieran McGroarty en su artículo Plotinus on
Eudaimonia.131
McGroarty también señala que la traducción de “τὸ εὐδαιμονεῖν”
por “felicidad” no es del todo precisa, refiriendo a que el término
131 Cfr. McGroarty, K. «Plotinus on Eudaimonia» en Hemarthena, no. 157 (1994), pp.
103-104.
81
castellano −o el anglosajón “happiness”, en su caso− no es suficiente para
englobar la realidad que Plotino pretende expresar a lo largo de su
tratado. Sin embargo, McGroarty no propone un término alternativo,
pues se limita a indicar que la traducción de R. T. Cipalo −quien traduce
“τὸ εὐδαιμονεῖν” por «el buen estado de la realidad interna propia»−
podría resultar más adecuada, sin decidirse a utilizarla.132 Por lo tanto,
en esta investigación parece prudente mantener la traducción realizada
por Jesús Igal de “τὸ εὐδαιμονεῖν” simplemente por “felicidad”. Tal
traducción va de acorde a lo expuesto en la reconstrucción de la teoría
platónica y, además, concuerda con la influencia aristotélica que Plotino
experimentó en materia terminológica.
De manera similar a Aristóteles en su Ética a Nicómaco,133 Plotino
relaciona a la eudaimonía con la finalidad. Al tematizar la felicidad, indica
que si consistiera en la posesión de ciertos bienes en tanto que fines
deseados por la voluntad estos podrían ser muchos, «pero si el fin [τὸ
τέλος] debe ser uno solo y no muchos −so pena de buscar no un fin, sino
unos fines−, es menester no tener en cuenta más que aquél que, además
de ser el último [τὸ ἔσχατον], es el más precioso [τιμιώτατον] y el que
el alma trata de estrechar en su regazo».134 No es arriesgado suponer
que, en la línea platónico-aristotélica en la que Plotino se desenvuelve,
este fin último no es otro que la posesión del bien mayor, es decir, la
felicidad.
132 «The good state of one’s inner reality». La traducción desde el inglés original es
propia. Cfr. Cipalo, R. T. “Life” (Zoe) in Plotinus’ Explanation of Reality, Chicago,
Loyola University, 1987. 133 Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco [trad. Antonio Gómez Robledo], libro I. 134 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 6, 11-14.
82
En tanto que Plotino establece tal relación entre el buen vivir y la
felicidad, la primera pregunta que plantea se enfoca en la posibilidad de
que plantas y animales −en tanto vivientes− puedan participar de tal
grado de vida. Explora la posibilidad de que el buen vivir consista
particularmente en vivir un cierto sentirse a gusto o de que se cumpla el
deseo que esté en acuerdo con la naturaleza [φύσις]. De este modo, tanto
a plantas como a animales debería de predicárseles una vida feliz,
puesto que cumplen su función propia natural ya que se desarrollan
hasta alcanzar su fin. Plotino prontamente intuye que la vida feliz refiere
a algo superior, particularmente a la actividad racional. Sin embargo,
argumenta en contra de tal consideración porque le parece que, aunque
la razón pareciera más adecuada para dar alcance a las cosas que busca
−a los fines−, «si es por su mayor destreza en el hallazgo, la felicidad [τὸ
εὐδαιμονεῖν] competerá aun a los seres carentes de razón, caso de que
por instinto y sin ayuda de la razón den alcance a las cosas primarias
conformes con la naturaleza».135 De este modo, la razón no sería la clave
para la felicidad, sino que «será auxiliar y no será elegible por sí misma,
ni ella ni su perfeccionamiento [αἱρετὸς], que decimos que es la virtud
[ἀρετή]».136 Una línea argumentativa tal desestimaría por completo el
proyecto ético marcado por la digresión del Teeteto, ya que roba de su
lugar privilegiado a la razón, además de reducir al hombre a su
condición animal, alejándolo de la posibilidad de deificación en el
proceso.
135 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 36-42. 136 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 42-43.
83
Ante tal dificultad, Plotino se empeña mejor en mostrar la valía de
la razón. Por lo mismo, busca un cambio de referente para lo que es
bueno y que debe considerarse como fin. «Pero si dijereis que la valía de
la razón no se debe a las cosas primarias conformes con la naturaleza,
sino que es bienvenida por sí misma, habréis de decirnos qué actividad
es la suya, cuál es su naturaleza y qué la hace perfecta».137 Propone a la
razón como superior, como más valiosa en sí y, por lo tanto, como más
deseable por sí misma. Además, guarda coherencia este planteamiento
con el resto de su planteamiento; si en su esquema metafísico establece
que el hombre posee una dignidad superior en tanto que posee un alma
intelectiva, entonces es correcto que ponga −junto con la tradición− a la
actividad de la razón en un grado de dignidad más alta. Por otro lado,
de acuerdo con el planteamiento establecido en el tratado Sobre las tres
hipóstasis principales, la verdadera preocupación de Plotino es mostrar
cómo el hombre puede ser feliz, dado que este es un ser racional. No se
preocupa realmente por demostrar que plantas y animales no puedan
ser en absoluto felices, sino que busca probar que el hombre no puede
buscar su felicidad solamente en los niveles de vida que comparte con
las plantas y con los animales, respectivamente. Es en esta línea en que
Plotino critica fuertemente a las escuelas epicúreas y estoicas. Tales
críticas serán tematizadas en esta investigación posteriormente, cuando
se analice la postura de Plotino frente al placer y el sufrimiento.
La manera en que Plotino logra salir de la dificultad que se le
presenta al postular que la felicidad es uno y lo mismo con el vivir bien
es distinguir diversos tipos de vida. Plantas y animales viven, sí, pero
137 Plotino, Enéadas [trad Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 44-46.
84
no del mismo modo en que lo puede hacer un ser humano. Plotino
afirma que la felicidad es cierto tipo de vida, pero no cualquiera.
Pues bien, si hiciéramos consistir la felicidad en una vida [ζωή] y
entendiéramos “vida” unívocamente, con ello admitiríamos que todos los
vivientes son susceptibles de felicidad, pero que viven bien en acto
[ἐνεργείᾳ] aquellos en los que estuviera presente una misma y única
condición de la que todos los animales serían susceptibles por naturaleza
[…].138
Plotino se rehúsa a predicar felicidad de los animales y de las plantas.
La disolución dialéctica de la dificultad mediante el señalamiento de un
equívoco en la terminología le permite justamente distinguir entre los
hombres y las formas inferiores de vida. A partir de este giro
argumentativo, el tratado Sobre la felicidad se ocupa exclusivamente de
las condiciones de posibilidad del hombre, en tanto que posee un nivel
más alto de vida.
Aun cuando Plotino se preocupa por distinguir la vida del hombre
de aquella propia de los animales y las plantas, respectivamente, no
concede inmediatamente que la felicidad esté al alcance del hombre. A
partir del equívoco planteado, se pregunta cuál es la vida superior, la
más perfecta, adecuada para recibir propiamente el apelativo de “feliz”.
Indica:
Si la buena vida compete a quien esté rebosante de vida –esto es, a quien no
le falta un punto de vida–, la felicidad competerá sólo a quien esté rebosante
de vida. Porque este es a quien competerá lo más excelente, supuesto que, en
138 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 3, 1-6.
85
los seres, lo más excelente es el vivir realmente, o sea, la vida perfecta [ἡ
τέλειος ζωή].139
En este aspecto, la traducción italiana es particularmente útil, pues
recupera el sentido de “τέλειος” como “completa” −mismo que puede
pasar desapercibido en el vocablo castellano “perfecta”−.140 Plotino, en
su preocupación ética, busca aquella vida a la que no le falte nada, es
decir, que pueda ser tan “vida” como es posible. Aquello que debe
poseer la vida para estar completa no es otra cosa que la naturaleza del
Bien; la vida en su más alto grado es aquella que, en tanto que participa
del Bien, posee el bien de manera inmanente. Este bien inmanente no es
algo externo, sino una actividad; de este modo, es verdaderamente vida.
No refiere simplemente a la participación, sino a la acción propia.
Ahora bien, que la vida perfecta, que la vida real y verdadera está en aquella
naturaleza intelectiva, y que las demás vidas son imperfectas y apariencias
de vida y que no son perfecta y puramente vida ni son más vidas que no
vidas, ya lo hemos dicho muchas veces. Pero ahora añadamos concisamente
que, mientras todos los seres vivos provengan de un solo principio, pero los
demás no vivan en el mismo grado que aquél, aquel principio será
forzosamente la vida primera y la más perfecta.141
En tanto que el principio de vida, el Alma [ψυχή], es intelectivo, pues
contempla a las ideas contenidas en la Inteligencia, la mayor y mejor
forma de participar de tal principio es a través de la acción intelectiva.
Los vivientes inferiores −animales y plantas− poseen un nivel inferior de
vida puesto que no pueden ejercer tal tipo de actividad; de ahí que sean
139 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 3, 19-23. 140 Cfr. Plotino Enneadi [trad. Guiseppe Faggin], I. iv. (46) 3, 19-23. 141 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 3, 30-40.
86
“imperfectas y apariencias de vida”. Sólo la vida intelectiva es real, pues
está con aquello que verdaderamente es. Kieran McGroarty recalca esta
idea al señalar que sólo el hombre puede participar de la vida superior,
pues su alma es la única entre los vivientes con materia que permanece
en la contemplación de la Inteligencia.
Las críticas a la relación entre “eudaimonía” y lo que es una vida simple y
activamente llevada o a una función particular cumplida se pueden apreciar
de mejor manera cuando examinamos el criterio propio de Plotino para la
“eudaimonía”. En pocas palabras, eudaimonía debe de estar ligada a la vida y,
dado que existen distintos grados de vida, sólo el más completo de ellos
constituye la eudaimonía […]. Sólo los seres humanos tienen la capacidad de
participar en la vida más completa, puesto que sólo los seres humanos poseen
un alma de orden superior que nunca desciende de la totalidad de la vida en
el Nous.142
En un tratado distinto −a saber, el tratado Sobre cómo vino a la
existencia la multiplicidad de las ideas, y sobre el Bien−, Plotino desarrolla la
distinción cualitativa entre los diversos tipos de vida. Es, en realidad, el
ejemplo perfecto del razonamiento que muestra porqué las cosas
inmediatas, materiales, merecen desprecio.
Al avistar, pues, esa Vida múltiple, universal, primera y una, ¿quién no aspira
a vivir en ella desdeñando toda otra vida? Las otras vidas, las vidas de acá
abajo, mezquinas, desvaídas e imperfectas, las que no son puras y empañan
la pureza de las que los son, son tiniebla. Y si diriges tu mirada a ellas, dejas
de ver las puras, dejas de vivir aquellas que están todas juntas y en las que
nada hay que no viva y viva puramente sin mezcla de puro mal. Acá están,
efectivamente, los males, porque son un rastro de vida y un rastro de
142 McGroarty, K. «Plotinus on Eudaimonia» en Hemarthena, no. 157 (1994), p. 106. La
traducción desde el inglés original es propia.
87
inteligencia; allá, en cambio, está el prototipo “boniforme” −dice− porque
lleva el bien en las Formas. Pues una cosa es el Bien y otra la Inteligencia, que
es buena porque cifra su vida en la contemplación.143
La Inteligencia [νοῦς], es modelo de vida porque lleva a cabo de manera
perfecta la aprehensión del Bien, del Uno, mediante su acción
contemplativa de las Formas o Ideas. Es, en ese sentido, perfectamente
feliz. El Alma [ψυχή], en tanto que contempla a la Inteligencia, puede
ser también feliz; puede vivir verdaderamente. Consecuentemente, las
almas individuales deben de desprenderse de los males imitando la vida
buena de la Inteligencia y del Alma superior, que permanece en el
ámbito inteligible.144
Habiendo identificado el nivel perfecto de vida −aquella
caracterizada por la actividad de contemplación intelectiva de la
divinidad−, Plotino se propone finalmente contestar a la cuestión sobre
si realmente el hombre puede ser partícipe de tal modo de vida. Señala
que «si pues, el hombre es capaz de poseer la vida perfecta, el hombre
que posea esta vida será feliz [ἐυδαίμων]. Si no, concluiremos que la
felicidad se da en los dioses, si en ellos solos se da semejante vida. Ahora
bien, puesto que decimos que aun en los hombres la felicidad consiste
en esto, debemos examinar cómo es esto posible».145 La felicidad es
evidentemente divina y −en concordancia con lo expresado por el
proyecto ético platónico en la digresión del Teeteto− el hombre sólo
podría ser feliz si tiene la capacidad de asemejarse a la divinidad, de
deificarse. Plotino se apresura en responder que el hombre es capaz de
143 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. vii. (38) 15, 1-12. 144 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 3, 22-23. 145 Plotino, Enéadas [trad, Jesús Igal], I. iv. (46) 4, 1-7.
88
esta vida, pues posee −según lo expresado en el segundo razonamiento
del tratado Sobre las tres hipóstasis principales− una genealogía divina. El
hombre, en tanto que tiene su origen en el Alma [ψυχή] quien, como su
padre la Inteligencia [νοῦς], es intelectiva, es capaz de alcanzar lo
inteligible. Plotino clarifica:
Mi explicación es como sigue: que el hombre posee una vida perfecta, pues
posee no sólo la vida sensitiva, sino también el raciocinio y la inteligencia
verdadera, es manifiesto aun por otras consideraciones. Pero ¿la posee como
cosa distinta de él? No, ni siquiera es hombre en absoluto si no posee esta
vida en potencia o en acto [ἢ δυνάμει ἢ ἐνερυεία]; y del que la posea en acto,
decimos que es feliz.
Ya sea potencialmente o en acto, todo hombre es capaz de ser feliz en
tanto que tiene la capacidad de llevar a cabo una vida intelectiva. En el
ejercicio de esta potencia intelectiva Plotino cifra la felicidad, sin
embargo, no se detiene ahí.
En tanto que la felicidad no sobreviene a la actividad cotidiana del
hombre, sino que «la felicidad se origina en una especie distinta de vida.
Quiero decir no en una especie de vida lógicamente contradistinta de
otra del mismo género, sino como decimos que una cosa es anterior y
otra posterior».146 Es una especie más completa de vida, una vida de
verdad. Aunque «[...] los demás hombres, que poseen esta vida en
potencia, diremos que la poseen como parte suya; pero del que es ya
feliz, aquél que es esto aun en acto y que ha pasado a identificarse con
ello, diremos que es esta vida».147 El hombre que es feliz −dado que
146 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 3, 17-19 147 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 4, 13-15.
89
ejercita su capacidad intelectiva− es un tipo diferente de hombre o,
mejor, es verdaderamente hombre.
La identificación del hombre con la vida intelectiva se debe de
considerar a partir de dos aspectos fundamentales del sistema filosófico
plotiniano. En primer lugar, de la estructura psicológica que Plotino
propone para las almas individuales, es decir, para las almas que han
descendido del plano intelectual para corporeizar a la materia dando
como resultado al compuesto.148 En segundo lugar, debe considerarse
también la teoría del acto y la potencia que Plotino, en cierta medida,
rescata de Aristóteles y que aplica primordialmente al ámbito de la
actividad intelectual.
3.2.1 La concepción plotiniana de la estructura del alma
La psicología plotiniana está caracterizada por el continuo juego entre
unidad y multiplicidad que empapa su sistema metafísico. Por un lado,
Plotino considera que el alma −con la que, siguiendo a Platón y en
contraste con el planteamiento hilemórfico de Aristóteles, Plotino
identifica al hombre− es una y simple, según lo expresa en su tratado
Sobre la inmortalidad del alma.149 Por otro lado, también es una realidad
múltiple en cuanto a sus potencias. El hombre es una multiplicidad
como un sistema ordenado y trascendente. Esta multiplicidad refiere a
los dos planos con los que está continuamente en contacto, a saber, la
148 Para un análisis detallado sobre el tema cfr. Rist, J. M. «Integration an
Undescended Soul in Plotinus» en The American Journal of Philology, Vol. 88, No. 4
(Oct., 1967), pp. 410-422. 149 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 12, 13.
90
realidad inteligible y el mundo sensible. El hombre, en cuanto
compuesto, está conformado por sus niveles vegetativo, sensitivo e
intelectivo:
Ahora bien, en el hombre, las partes inferiores no predominan, pero
coexisten. Mas tampoco la parte superior predomina siempre, pues también
esas otras ocupan cierta zona. Por eso los hombres funcionan también como
sensitivos, pues también hay en ellos órganos sensoriales; y, en muchos
aspectos, funcionan como plantas, pues hay en ellos un cuerpo que crece y
engendra. Así que todas las partes coactúan, pero, por razón de la parte
superior, la forma global es hombre.150
La dimensión intelectiva del ser humano, por otro lado, es doble; consta
de una potencia intuitiva y de otra discursiva que sirve como nivel
intermedio entre el nivel senso-vegetativo y el intelectivo-intuitivo.151 La
identificación del hombre con la vida perfecta se da en el nivel
intelectivo, vía su potencia discursiva. A través del raciocinio es que
puede descubrir la existencia y condición de las realidades divinas a las
que accede mediante la intuición intelectiva. La intención del sujeto de
vida intelectiva se resume en las líneas finales del tratado Sobre qué es el
animal y qué es el hombre: «[…] la intelección es nuestra por razón de que
el alma es intelectiva, y la intelección es una forma de vida superior, así
cuando el alma entiende como cuando la inteligencia actúa en nosotros.
Porque también la inteligencia es parte de nosotros, y hacia ella tratamos
de remontarnos».152 De este modo, al llevar a plenitud su relación con la
150 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], III. iv. (15) 2, 6-12. 151 Para una reconstrucción detallada de la psicología plotiniana cfr. «Introducción
general» a las Enéadas de Jesús Igal en Madrid: Gredos, 2015. §66-70. 152 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. i. (53) 13, 6-10.
91
realidad tri-hipostática, el alma del hombre puede acceder al Bien, en
tanto el ejercicio de su capacidad intelectiva le permite acceder a Él:
La vida del Alma, la del Alma primera que subsigue a la Inteligencia, está
más cerca de la realidad, y por la Inteligencia es boniforme esta Alma; mas
poseerá el Bien, si mira hacia él. La Inteligencia, empero, subsigue al Bien. Por
lo tanto, para el ser al que le competa la vida, la vida es su bien; para el que
tenga parte en la inteligencia, la inteligencia es su bien; en consecuencia, aquél
al que competa vida con inteligencia, accede al Bien por doble título.153
3.2.2 Acto y potencia en sentido ético
En su tratado Sobre lo que está en potencia y lo que está en acto, Plotino hace
un análisis de corte aristotélico de estas dos nociones. Por un lado,
caracteriza a lo que está en potencia −distinguiéndolo de la “potencia” a
secas− como «una especie de substrato que subyace a las afecciones,
conformaciones y formas que está en disposición de recibir y es
naturalmente capaz de recibir».154 Es decir, lo que está “en potencia” es
la sustancia que es susceptible al cambio, ya sea por acción o pasión. Lo
que está en potencia posee potencias particulares de actos particulares.
Lo que está en acto, consecuentemente, posee la presencia o el acto de lo
que antes sólo era potencia en aquello que sólo estaba en potencia. Hay
algo que persiste al cambio y que pasa de estar en potencia a estar en
acto de algún acto determinado. Plotino ejemplifica la permanencia de
este sustrato con un caso particularmente relevante a esta investigación:
describe el cambio del nesciente al esciente al preguntarse si el nesciente
153 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vii. (54) 2, 7-12. 154 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], II. v. (25), 1, 30-32.
92
en tanto esciente en potencia es también esciente. Claramente, su
preocupación principal es resolver la contradicción que resulta de la
afirmación «El sabio en potencia es el mismo Sócrates que el sabio en
acto».155 Pregunta y responde:
Entonces, ¿también el nesciente [ἀνεπιστήμων] es esciente [ἐπιστήεμων]?
Porque era esciente en potencia. / No, el indocto es esciente accidentalmente,
porque no era esciente en potencia en cuanto indocto; coincidía que era
indocto, pero lo que era esciente en potencia era el alma por sí misma en
virtud de la misma aptitud por la que es esciente de hecho [en acto].156
De este modo, el alma que está en potencia de actualizar cualquiera de
sus capacidades −en el caso que concierne a esta investigación, la
potencia intelectiva−, no deja de ser ella misma, sino que es ella misma
de una manera más completa, pues ha actualizado sus potencias
superiores. El alma no es en potencia vegetativa, sensitiva o intelectiva,
sino que, como principio de vida, es potencia de todas estas
capacidades.157 Por otro lado, al alcanzar la vida perfecta −completa−
accede a la realidad inteligible, en donde las cosas son siempre en acto,
pues no hay cambio.
Pues si es verdad lo que se ha dicho, que aquella naturaleza es insomne
[ἄγρυπνος] y que es vida y vida eximia [ζωὴ καὶ ζωὴ ἀρίστη], los actos más
eximios estarán allá. Luego allá todas las cosas están en acto y todos son actos
y todas son vidas, y la región de allá es una región de vida y principio y fuente
de alma e inteligencia verdaderas.158
155 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], II. v. (25), 2, 18. 156 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], II. v. (25), 2, 20-23. 157 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal] II. v. (25) 3, 24. 158 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal] II. v. (25) 3, 36-40.
93
Así, cuando el alma entra al plano divino mediante la contemplación
intelectiva, accede a la vida por excelencia, pues está en contacto con el
principio de vida. Este principio, que nunca se detiene, es vida en tanto
que actividad; no posee la pasividad inerte de la materia. El hombre
deificado, al entrar en contacto con el principio de actividad, vive
verdaderamente.
3.3 La Belleza como camino a la divinidad
Aun cuando el razonamiento ético anunciado en el tratado Sobre las tres
hipóstasis principales −aquel que muestra «la vileza de las cosas que el
alma estima actualmente»−159 podría bastar para convencer al hombre
de buscar la actividad de su vida intelectiva y así alcanzar la felicidad
de la vida divina, Plotino propone a través de su teoría estética una
aproximación alterna a la vida intelectiva que no está cifrada en
negativo, pues no se enfoca en el desprecio de las cosas materiales, sino
en el deseo positivo de las realidades superiores. En su tratado Sobre
cómo vino al mundo la multiplicidad de las ideas, y sobre el Bien, Plotino
tematiza la acción embellecedora del Uno y la subsecuente atracción que
el alma tiene hacia Él.
Mas como todas las cosas han sido embellecidas por aquél que es anterior a
ellas y de él recibieron su luz, la inteligencia recibió de él el resplandor de su
actividad intelectiva con el que irradió su propia naturaleza, y el alma recibió
de él fuerza para vivir con la venida a ella de una vida más copiosa. Así, pues,
la inteligencia se alzó hasta aquél y allá se quedó, complacida de estar
alrededor de aquél. Pero también el alma que puso se volvió hacia aquél, y al
159 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. i. (10) 1, 25-26.
94
conocerlo y contemplarlo, disfrutó del espectáculo y quedó sobrecogida en la
medida en que era capaz de contemplar.160
El alma, de modo análogo a como lo hizo su padre, la Inteligencia, se
maravilla de la bella luz del Uno y desando estar con Él permaneció en
su contemplación. Plotino establece la analogía entre el deseo del alma
por el Uno y el deseo que sienten los amantes cuando están separados;
hay un deseo de cercanía, de contemplación. Este deseo [ἐθέλω] se da
porque el alma se da cuenta de la valía de las realidades superiores y
llega a tal realización precisamente por la Belleza que irradia el Uno
sobre la Inteligencia y sobre el alma misma.
Plotino, siguiendo la metáfora de los enamorados, se apresura a
aclarar que la contemplación de la belleza divina no es gratuita para el
alma. Implica para ella un proceso de purificación que busca la
asimilación o semejanza progresiva con lo divino.
[…] del mismo modo que acá los enamorados se configuran a semejanza de
su amado realzando el aspecto de sus cuerpos y adecuando sus almas a
semejanza con el amado hasta el punto de no querer, en cuanto puedan, irle
en zaga en mesura y en las demás virtudes, so pena de ser rechazados por los
amados que sean virtuosos, y así es como podrán unirse con ellos, así también
el alma está prendida de aquél y movida por el amor desde el principio.161
Plotino deja muy en claro que el proceso de deificación se da a través de
la virtud [ἀρετή]. Sin embargo, la dimensión ética no agota al proceso
deifico. Una vez que el alma ha despreciado a las cosas materiales, pues
las comprende feas en tanto corporales, y se dirige hacia aquél que es
fuente de la Belleza, «se reconforta henchida más plenamente de la vida
160 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. vii. (38) 31, 1-7. 161 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. vii. (38) 31, 10-17.
95
del Ser; y convertida ella misma en ser real y comprendiendo realmente,
percibe de cerca lo que buscaba de antiguo».162 El camino de asimilación
con la divinidad, motivado por el deseo de contemplación de la Belleza,
se da a través de la virtud; sin embargo, el acto de contemplación de la
divinidad implica no un movimiento sino una actividad completa,
aquella de la vida perfecta, la vida del Ser y la comprensión real.
En este mismo tenor, Plotino explica que el alma, al aproximarse a
la divinidad, se hace también bella. Cuando tematiza la belleza
inteligible el tratado octavo de la enéada quinta, contrasta la belleza
exterior del hombre, aquella que podría predicarse −aunque
impropiamente− del cuerpo humano, con la belleza interior del hombre
virtuoso, del sabio.
Que tras lo que se corre es algo distinto y que la belleza no está en la magnitud
[es decir, en los cuerpos], lo muestra la belleza existente en las enseñanzas, la
existente en las ocupaciones y, en general, la existente en las almas; y aquí sí
que la belleza es más real, cuando descubres sabiduría en alguno y te
maravillas, si no le miras el rostro −que puede muy bien ser feo−, sino si,
prescindiendo de toda configuración exterior, vas tras su belleza interior.163
Esta belleza interior no proviene de un modelo que existe en el cuerpo
−Plotino sí reconoce que un cuerpo puede ser bello por la acción
ordenadora del Alma, aunque le concede un grado inferior−164, sino la
que existe en el alma virtuosa. Esta ha sido iluminada con la luz de lo
superior, es decir, con la luz de la Belleza primaria. Esta luz la guía hacia
162 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. vii. (38) 31, 32-35. 163 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. viii. (31) 2, 36-42. 164 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vi. (1) 6, 24 ss.
96
la acción intelectiva y la dirige hacia lo que es superior a ella, a saber, la
Inteligencia siempre activa.165
El alma, «[…] fea por causa de una mezcla, de una fusión [con la
materia] y de su inclinación al cuerpo y a la materia»166, se embellece por
la virtud que posee, que le ayuda a purificarse mediante el rechazo a los
apetitos que siente a través su corporalidad. Una vez libre de pasiones y
afecciones, se libra de la naturaleza maligna que implica su propia
materialidad.
Y por eso se dice con razón que, para el alma, el hacerse buena y bella consiste
en asemejarse a Dios, porque de él nacen la Belleza y la otra porción de los
seres. Mejor dicho, los Seres son la Beldad, y la otra naturaleza la fealdad, que
es lo mismo que el mal primario [a saber, la materia]; luego también en Dios
son la misma cosa bondad y beldad, o mejor el Bien y la Beldad.167
Esta equiparación de orden metafísico entre Bien y Belleza [καλὸς καί
ἀγαθός] no es otra que un reflejo de aquella identificación realizada
continuamente por Platón entre la acción bella y la acción buena o
virtuosa. La acción del hombre, en tanto conveniente, está dirigida tanto
a lo bello como a lo bueno.
Plotino aclara que, si bien esta identificación sirve como directriz
válida para la actividad del hombre, el aspecto metafísico es algo más
complejo. Concluye su primer tratado −según la cronología de Porfirio:
Sobre la belleza− recordando el objetivo de deificación recuperado de la
165 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], V. viii. (31) 3, 1-11. 166 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vi. (1) 5, 48-49. 167 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vi. (1) 6, 18-21.
97
digresión del Teeteto y articulándolo en su planteamiento estético-
metafísico:
Hágase, pues, primero todo deiforme y todo bello quien se disponga a
contemplar a Dios y a la Belleza. Porque, en su subida, llegará primero a la
Inteligencia, y allá sabrá que todas las Formas son bellas y dirá que la Belleza
es esto: las Ideas, fundándose en que todas las cosas son bellas por estas, por
la progenie y sustancia de la Inteligencia. Mas a lo que está más allá de esta,
lo llamamos la naturaleza del Bien [el Uno], que tiene antepuesta la Belleza
por delante de ella. Así que, si expresa imprecisamente, dirá que es la Belleza
primaria; pero si distingue bien los inteligibles, dirá que la Belleza inteligible
es la región de las Formas, pero que el Bien es lo que está más allá, fuente y
principio de la Belleza, so pena de identificar el Bien con la Belleza primaria.168
Así pues, el Uno-Bien no es la Belleza, sino la fuente de ella. Las Formas
−el Ente total que es la Inteligencia− no son la Belleza tampoco, sino que
son bellas por la acción de esta, en tanto que sale de lo que es el Bien. El
hombre tiene, pues, el deber de asemejarse a la divinidad, de deificarse
y embellecerse, para poder contemplar a las Formas y, más allá, a la
naturaleza del Bien.
Esta doble acción cognoscente propia del alma −por la que puede
contemplar a las Formas y tener noticia de lo que está más allá− es
posible por la doble potencia intelectiva del Ente Total. Plotino explica
tal fenómeno psicológico en su tratado séptimo de la enéada sexta.
Indica que la Inteligencia puede contemplar lo que está dentro de ella y,
mediante una intuición receptiva −cual inteligencia enamorada−
contempla lo que está más allá y se hace «una misma cosa con su
168 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vi. (1) 9, 32-44.
98
objeto».169 El alma, por otro lado, aunque no puede acceder al Uno
directamente, lo hace a través de la aprehensión que de Él hace la
Inteligencia. Mientras esté en contemplación del contenido de la
Inteligencia −es decir, mientras ejercite su potencia intelectiva−,
participará de la acción del Uno. Ahora, sólo es posible para el hombre
−aun cuando ya esté motivado por el deseo de contemplación de la
belleza− llegar a tal estado de deificación mediante un proceso correcto
de “aprendizaje”. Este aprendizaje [μαθήμα] es previo a la visión del
Bien y consta de «las analogías, las negaciones, el conocimiento de los
provenientes de él y los grados escalonados [que] nos instruyen acerca
de él [del Uno]; y nos conducen a él las purificaciones [y] las virtudes».170
Dentro del esquema plotiniano, este aprendizaje es la dialéctica.
3.4 Dialéctica: propedéutica de virtud
¿Qué arte, qué método, qué práctica [Τίς τέχνη, ἢ μέθοδος ἢ ἐπιτ’ηδευσις]
nos sube a donde debemos encaminarnos? Que la meta donde debemos
dirigirnos es el Bien y el Principio supremo, quede bien asentado como cosa
convenida y con múltiples argumentos demostrada. Es más, los mismos
argumentos con que demostrábamos esto, eran una forma de subida. Ahora
bien, ¿quién debe ser el destinado a la subida? ¿Acaso el que haya visto todo
o el que −como dice (Platón)− “haya visto más”, aquél que “en la primera
encarnación se encarna en el germen de un varón destinado a ser filósofo, o
169 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. vii. (38) 35, 24. 170 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. vii. (38) 36, 6-9.
99
músico o un enamoradizo?”.171 He aquí, pues, los destinados a la subida: el
filósofo nato, el músico y el enamoradizo.172
Así comienza Plotino su tratado Sobre la dialéctica que tiene como
propósito rescatar el contenido del razonamiento discursivo que
permite al alma convertirse en intelectiva y alcanzar, en la
contemplación, la felicidad. Es un método apropiado para conducir,
primero, al hombre de la preocupación por lo sensible al ámbito de lo
intelectivo y, después, para conducirlo hasta lo más alto de la región
inteligible. En tanto que el modo de subida consiste en la contemplación
de las realidades inteligibles, el discurso [λόγος] sobre ellas es ya una
forma de ascenso, en tanto que implica cierto conocimiento −aunque
discursivo y no intuitivo, de acuerdo con las diversas potencias
intelectivas del hombre− de tales realidades y, por tanto, su
contemplación.
Puesto que los “elegidos” para tal acenso son de diverso orden,
Plotino presenta diferentes maneras de rescatar a los hombres de las
cosas sensibles y encaminarlos hacia el Uno-Bien. Al músico, de
naturaleza impresionable y embelesado por la belleza:
«hay que conducirlo […] prescindiendo de la materia de las cosas en que se
realizan las “proporciones” y las “razones”, hay que conducirlo a la belleza
venida sobre ellas, e instruirle de que el objeto [original] de su embeleso era
aquella Armonía inteligible y la Belleza presente en ella. En suma, la Belleza
y no tal belleza particular».173
171 Cfr. Platón, Fedro, 248d. 172 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20) 1, 1-10. 173 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20) 1, 28-34.
100
En otras palabras, Plotino plantea una aproximación a lo inteligible a
través de la atención no en la particularidad propia de la materia, sino
de la universalidad de lo inteligible. Propone un procedimiento similar
para el enamoradizo, que le lleva su atención de los cuerpos particulares
hacia otras realidades también bellas −como son las virtudes− para
finalmente concentrarse en la belleza propia de la Inteligencia y lo que
está más allá de la materia.174 El filósofo nato, dice Plotino, está ya listo
para el ascenso a lo inteligible por fuerza de su naturaleza; no necesita
de un proceso de separación de lo sensible. Es menester, pues, guiarle
mediante la enseñanza de las matemáticas y el perfeccionamiento de las
virtudes. Además, son necesarias lecciones de dialéctica para los tres
tipos de hombre elegidos para alcanzar la divinidad, pues es esta
disciplina la que permite el acenso hasta lo más alto de lo inteligible.175
La dialéctica es la operación habitual de la mente que le permite
−racionalmente− determinar qué es cada cosa, así como encontrar sus
puntos en común y en discordia; además, le lleva −en cuanto a las
realidades inteligibles− a distinguir los Seres de aquellos que no son, así
como a asimilar cada una de las cosas al Ser del que participa; por otro
lado, se ocupa del Bien y de lo malo, así como de lo eterno y de lo
temporal. «De todo esto [se ocupa] con ciencia, no con opinión
[ἐπιστήμῃ περὶ πάντων, οὐ δόξῃ]».176 Se aprovecha de la “disciplina
lógica” −utilizando críticamente sus aportes− para discurrir sobre lo que
es el principio unitario. A su vez, toma sus principios como evidentes a
partir de la acción de la Inteligencia. Finalmente, permite llegar a la
174 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20), 2. 175 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20), 3. 176 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20), 4, 9.
101
sabiduría teorética perfecta [φρόνησις] al, después de versar sobre el
Ser, tematizar lo que está más allá del Ser. La dialéctica es, como en
Platón, metafísica y ontología.177
La dialéctica también es, en tanto principio de la ciencia ética,
propedéutica de la virtud. La ética parte de los conocimientos sobre la
realidad reportados por la dialéctica y se ocupa de los hábitos y las
pasiones y acciones, pero es la dialéctica la que permite el hábito racional
[λογικαὶ ἕχεις] y el ejercicio de la prudencia [φρόνησις], pues dirige
hacia la reflexión sobre lo universal, ya que está dirigida hacia lo que es
inmaterial. Y aunque las virtudes inferiores −las virtudes prácticas− son
necesarias para alcanzar la sabiduría, no es sino hasta que la dialéctica
las perfecciona que se da el paso entre la mera virtud natural y la
sabiduría completa, es decir, el perfeccionamiento del carácter moral.178
3.5 La teoría plotiniana de la virtud
Como quedó expresado en la sección anterior, Plotino propone a la
dialéctica como principio y término −en tanto plenitud− de la ciencia
ética. De este modo, su teoría de la virtud está dirigida también hacia la
deificación mediante la contemplación intelectiva de las realidades
superiores. Consecuentemente, Plotino retoma en el tratado Sobre la
virtud la intención platónica de alejarse de los males del mundo material
para lograr la semejanza con la divinidad. En las primeras líneas del
capítulo inicial cita textualmente la digresión del Teeteto y concluye −en
177 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20), 5. 178 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iii. (20) 6.
102
concordancia con Platón− que la deificación sólo se logra a partir de la
virtud. En concreto, determina que esta semejanza con la divinidad está
cifrada en tomar como modelo a las realidades divinas de las que se
puede predicar la virtud, a saber, el Alma superior y su principio rector:
la Inteligencia. Evidentemente, es imposible atribuir virtud al Uno, pues
de Él no se predica en absoluto.179
En esta línea argumentativa, Plotino se pregunta si es prudente
predicar de las hipóstasis inferiores todas las virtudes. Para esto, sigue
la distinción planteada por Platón entre las virtudes “populares” o
“cívicas” y las virtudes filosóficas. En Aristóteles, esta distinción puede
entenderse −a grandes rasgos− como aquella entre las virtudes prácticas
y virtudes intelectuales.180 Con las primeras identifica las cuatro virtudes
presentadas por Platón en su República como propias a cada parte del
alma: «[…] la sabiduría en la parte racional, la valentía en la irascible, la
morigeración, consistente en una cierta concordia y armonía de la parte
apetitiva con la racional, y la justicia, consistente en el común
“desempeño de la función propia” de cada una estas partes “respecto a
mandar y ser mandado”».181 La virtud intelectuales o filosóficas son
−según indica Suzanne Stern-Gillet en su artículo Plotinus on Metaphysics
and Morality− aquellas que parten del entendimiento y que están
encaminadas a la purificación en aras a la deificación.182 En ese sentido,
179 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 1, 1-10. 180 Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco [trad. A.Gómez Robledo], libro X, cap. 6-8. 181 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19), 1, 19-22. 182 Stern-Gillet, S. «Plotinus on metaphysics and morality» en The Routledge Handbook
of Neoplatonism, [eds. Pauliina Remes, Svetla Slaveva-Griffin], Gran Bretaña:
Routledge, 2014. pp. 408.
103
la pregunta de Plotino sobre si la Inteligencia y el Alma poseen este tipo
de virtud apunta hacia si es que el practicar este tipo de virtud puede
asemejar al hombre a la divinidad o no.
La dificultad incrementa en las siguientes líneas del tratado.
Plotino se pregunta si es posible que, en tanto que no parece que la
segunda y tercera hipóstasis posean este tipo de virtud inferior, aquel
que practica la virtud cívica pueda asemejarse mediante tal ejercicio a
aquel que no la posee. Al respecto, Plotino afirma:
Pero cabe justamente poseer virtudes de ambos modos, aunque no sean
virtudes del mismo grado. Si pues, se nos concede que, aunque no sean
virtudes del mismo grado, cabe que nos asemejemos aun siendo nosotros
diferentes a consecuencia de virtudes diferentes, nada impide que, aun
cuando no nos asemejemos en las virtudes, nos asemejemos por nuestras
propias virtudes a quien no posea virtud.183
Plotino se atreve a hacer una afirmación tal porque reconoce la
naturaleza distinta entre las realidades inmateriales y las que existen
como compuesto, es decir, con materia. La virtud es, pues, la
participación del orden proveniente del mundo intelectual, pero que no
es necesario en tal realidad. La virtud es la actividad que transforma el
mundo sensible según la realidad superior.
En tanto el hombre es una realidad compuesta por materia y alma,
la virtud cívica es el primer paso hacia las realidades superiores en tanto
que limitan el control que el cuerpo pueda tener sobre un hombre dado.
«Pues bien, las virtudes cívicas, arriba mencionadas, nos hacen
realmente ordenados y mejores porque ponen a raya los apetitos y les
183 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 1, 27-32.
104
imponen medida, y, en general, porque imponen medida a las pasiones
y eliminan las opiniones falsas mediante aquello que es lo más eximio
en todo punto [la parte racional del alma…]».184 Para Plotino, las
virtudes tienen tal poder limitante porque ellas mismas están
delimitadas por la Medida trascendente y así se alejan de lo
absolutamente indefinido, la materia.185 La acción limitadora de la
virtud cívica se refiere únicamente a los momentos en que el hombre
actúa en tanto compuesto y es por lo que se considera una virtud en
grado inferior. El hombre cívicamente virtuoso sabrá liberar su alma de
las pasiones y temores del cuerpo, así como saber dominar sus impulsos
corporales a partir de la acción racional; en esto consiste, para Plotino, el
ser morigerado [σωφρονεῖν], inteligente y sabio [νοεῖν καὶ φρονεῖν],
valiente [ἀνδρίζεσθαι] y justo [δικαιοσύνη]. Estas virtudes son, en
realidad, virtudes de purificación, por las cuales el hombre se hace puro
como es pura la divinidad.186
De la virtud cívica, indica Plotino, puede obtenerse rectitud moral
y una semejanza accidental a la divinidad en tanto que el alma del
hombre cívicamente virtuoso no replica la actividad de las divinas
hipóstasis, sino que se desprende de aquello que le es impropio. Por otro
lado, existe en la teoría de la virtud plotiniana otro tipo de virtud −la
virtud superior− cuyo ejercicio tiene como objetivo la asimilación a la
vida divina. Mientras que la virtud cívica libera de los niveles de vida
imperfectos, la virtud superior −a saber, la sabiduría [σοφία] y la
184 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 2, 14-17. 185 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 2, 17 ss. 186 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 3, 13-19.
105
prudencia [φρόνησις]− provee al alma de la vida perfecta y, por tanto,
feliz.
¿En qué consiste, pues, cada una de las virtudes de un hombre así [un hombre
divino]? / La sabiduría y la prudencia en la contemplación de las cosas que
posee la Inteligencia; pero la Inteligencia las posee por contacto. Ahora bien,
cada una de las dos es doble: la una reside en la Inteligencia y la otra en el
alma; en aquélla no es virtud; en el alma es virtud. / Y en aquélla, ¿qué es? /
Es su actividad y su ser; en el alma, en cambio, lo que, proveniente de aquélla,
reside en un sujeto distinto, es virtud. Porque tampoco la Justicia en sí ni
ninguna de las demás en sí es virtud, sino a modo de Modelo, mientras que
lo que, proviniendo de aquélla reside en el alma, es virtud. La virtud es de
alguien, mientras que cada Ser en sí es de sí mismo, y no de algún otro.187
Dado que el alma contempla e imita vitalmente los contenidos de la
Inteligencia en tanto que Modelos y no virtudes, puede ser
verdaderamente virtuoso y, por tanto, feliz. Ya que existen los Modelos
inteligibles de las virtudes cívicas, el alma participa de ellos en la
actividad de contemplación de la inteligencia en la que consisten la
sabiduría y la prudencia: «[…] la justicia superior del alma consiste en
una actividad orientada a la Inteligencia; su morigeración, en su
conversión interior a la Inteligencia; su valentía, en su impasibilidad a
semejanza de aquella a quien mira […]».188
De este modo, para el hombre virtuoso son necesarias tanto las
virtudes cívicas como las superiores, pues «quien posea las superiores,
también posee necesariamente en potencia las inferiores, mientras que
quien posee las inferiores, no por eso posee también necesariamente las
187 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 6, 15-19. 188 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 6, 24-27.
106
superiores».189 Plotino refiere a que las virtudes cívicas están implicadas
“en potencia” por las superiores porque, puesto que el mundo sensible
−al cual refieren estas virtudes− está determinado por las circunstancias
y las particularidades, no siempre se ejercitan del mismo modo. La
verdadera deificación implica la continua actividad conforme a la
contemplación del contenido de la Inteligencia y así las virtudes
superiores permanecen −o, en todo caso, deben permanecer− en acto.
●●●
De este modo, este capítulo pretendió mostrar los aspectos
fundamentales y característicos de la ética plotiniana. Con la digresión
en el Teeteto −que marca la intención de deificación común a los sistemas
éticos neo-platónicos− como punto de partida, desarrolló la propuesta
de Plotino de la existencia eudaimónica traducido a un vivir perfecto
que se acopla a la dignidad del alma según su origen. A su vez, el
capítulo mostró el valor propedéutico de la belleza −en tanto que llama
a lo divino− y la dialéctica −puesto que conduce a lo superior−.
Finalmente, recuperó el valor catártico de la virtud en el esquema de
Plotino; según la división entre virtudes “políticas” y “de purificación”,
el sabio plotiniano logra desprenderse del cuerpo para alcanzar la vida
perfecta, la vida feliz.
189 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ii. (19) 7, 11-13.
107
Capítulo IV: El proyecto plotiniano frente a las escuelas
helenísticas
En el capítulo anterior, esta investigación presentó una reconstrucción
de la teoría ética plotiniana a partir de sus elementos fundamentales de
acuerdo con el planteamiento platónico del Teeteto. Así, la realización de
la vida perfecta a modo de deificación mediante el ejercicio de la
actividad intelectiva gracias a la purificación mediante las virtudes
resume la intención de Plotino para su desarrollo moral. Sin embargo,
algunas de sus consideraciones más interesantes no responden a una
articulación per se de su proyecto moral, sino que surgen a partir de su
valoración de otros sistemas filosóficos. En particular, Plotino recupera
los sistemas epicúreos, estoicos y aristotélicos para criticarlos y, en
ocasiones, construir sobre ellos sus propias teorías. A esta investigación
interesan particularmente la tematización plotiniana del sufrimiento, el
placer y la fortuna como elementos característicos de los sistemas éticos
antes mencionados. Este capítulo presenta una reconstrucción de la
ciencia plotiniana al respecto de tales cuestiones y frente a tales escuelas
108
con la intención de explorar el resto de los planteamientos éticos
plotinianos, pero también con el afán de posicionar la propuesta de
Plotino frente a sus contrapartes coetáneas. Es importante resaltar que
el interés principal de esta investigación es la propuesta que Plotino
construye a partir de su respuesta a las diferentes teorías epicúreas,
estoicas y peripatéticas, por lo que el presente capítulo está enfocado a
perseguir tal meta. Una reconstrucción de la discusión histórica entre las
escuelas helenísticas y la postura plotiniana está fuera de los alcances de
esta investigación. Por lo mismo, la referencia a los textos originales de
las escuelas mencionadas es mínima; se toma como referencia principal
la lectura que Plotino hace de las propuestas correspondientes a cada
una de las teorías éticas que le fueron coetáneas.
4.1 Plotino y el placer: crítica a los epicúreos
Las consideraciones plotinianas con respecto al placer están en gran
medida enmarcadas por su crítica a los postulados éticos epicúreos. Esta
tiene lugar en uno de los pasajes ya explorados por esta investigación, a
saber, en los primeros capítulos del tratado Sobre la felicidad. En ellos,
Plotino se cuestiona si puede o no predicarse el “buen vivir” −y
consecuentemente la felicidad− de los animales y las plantas. De estos,
sólo los animales son capaces de sensación, por tanto, Plotino sólo se
preocupa de ellos y tematiza al hombre −en tanto que en el mundo
sensible existe como compuesto− dentro de tal género.
Aunque ya es claro para esta exposición el que Plotino concluya
que el bien del hombre −cuyo alcance provee al hombre de la vida
perfecta y feliz− se encuentra en lo que es superior y, consecuentemente,
109
intelectivo, es interesante exponer su tematización del placer. Como se
indica antes, gran parte del estudio plotiniano al respecto se enfoca en
criticar las concepciones éticas de la escuela epicúrea; sin embargo,
dentro de su esquema moral, Plotino abre la posibilidad de que el
hombre virtuoso goce de un cierto placer distinto del sensible.
Plotino comienza su análisis sobre el tema mediante una
exposición de las razones en favor de una vida dirigida hacia el placer.
Argumenta en favor de atribuir el buen vivir a los animales al esclarecer
que el placer es, en cierta medida, un bien y puede llegar a considerarse
como el fin último.
Si, pues, el placer [ἡδονὴ] fuera el fin [τέλος] y en esto consistiera el buen
vivir [τὸ εὖ ζῆν], andaría desatinado quien rehusara el buen vivir a los demás
animales. Y dígase lo mismo si consistiera en la imperturbabilidad
[ἀταραξία], o si se dijera que el buen vivir consiste en vivir en conformidad
con la naturaleza [φύσις].190
Si el bien del hombre se encontrara únicamente en el placer −en tanto
que ausencia de sufrimiento− como postulan los epicúreos, entonces
debería de ser considerado el fin y, por lo mismo, habría que predicar al
menos la posibilidad del buen vivir a los animales. Estos −vivientes
capaces de sensación− tienen acceso a la experiencia del placer y del
dolor y, en la medida en que su instinto les permita alcanzar el primero
y evitar el segundo, serán dignos de llamarse “felices”. El hombre, dado
que es animal, pues es un viviente corpóreo, podría así alcanzar el buen
vivir −entendido como imperturbabilidad [ἀταραξία]− mediante el
190 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 1, 26-30.
110
cálculo de placeres propuesto por Epicuro. Las plantas, por otro lado,
no podrían participar de este buen vivir, ya que carecen de sensación.
Plotino fundamenta su postura en el hecho de la conciencia de la
sensación. Al distinguir entre los seres sensibles y los no sensibles −las
plantas−, Plotino hace hincapié en que, más allá de si es buena o mala,
la experiencia del placer es consciente. La argumentación continúa al
problematizar al respecto de si es que verdaderamente puede el bien
identificarse con el placer. Plotino señala que el placer −que entiende
como la experiencia del bien− presupondrá el bien y que, en ese sentido,
el sujeto de placer sólo tendrá verdadero acceso al bien si es que es
consciente [γιγνώσκειν] de tal experiencia como buena y,
subsecuentemente, placentera.
Pero, −indica Plotino− si suponen que la experiencia es buena y que el buen
vivir consiste en tal estado cuando uno conozca que el bien le está presente,
habrá que preguntarse si uno vive bien porque conoce que el bien está
presente, o si hay que conocer no sólo que es placentero, sino además que ese
es el bien.191
Dado que para poder experimentar lo bueno −para vivir bien− a través
del placer, es necesario conocer el bien, entonces el placer mismo no
puede reportar tal bien y «[…] la causa del buen vivir no será el placer,
sino la facultad de juzgar que el placer es el bien».192 Aun cuando el
placer genere la experiencia del bien, es en una facultad superior,
aquella que puede determinar al placer como “bueno”, la que realmente
es causa del buen vivir. Plotino indica que sin esta facultad la vida
191 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 15-20. 192 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 23-24.
111
placentera no sería buena, sino simplemente placentera. Es por ello por
lo que los animales, a pesar de que pueden vivir placenteramente en una
experiencia consciente, no logran alcanzar la vida plena, nunca se
predica de ellos la eudaimonía. Esta facultad de juzgar al placer como
bueno, por la cual se alcanza el buen vivir, es evidentemente la razón y,
dado que el placer no procura por sí la vida buena, sino que le viene de
otro, es a ella y a su actividad a lo que quien busca la buena vida debe
de apuntar.
Por otro lado, es importante señalar que, para Plotino, la actividad
intelectiva del alma es independiente de la senso-vegetativa, pues es
anterior. En relación con el fragmento 3 de Parménides, explica: «Pero
¿por qué la inteligencia no ha de actuar por sí misma? ¿Por qué no
también el alma intelectiva, la que es anterior a la sensación y, en
general, a la percepción consciente? El acto anterior a la percepción
consciente debe existir, puesto que “pensar y ser son la misma cosa [τὸ
αὐτὸ τὸ νοεῖν καὶ εἶναι]”».193 Es, en realidad, la actividad intelectiva la
que permite que se de en sentido propio la sensación. Como se ha
establecido anteriormente, es la razón mediante su acción intelectiva la
que permite la vida perfecta del alma del hombre y, por tanto, su
felicidad.
Es evidente que la suscripción de la conclusión plotiniana
depende en gran medida de si se admite también su teoría psicológica.
Claro está que sólo se puede establecer que la buena vida del alma se
encuentra en la contemplación intelectiva de las realidades inteligibles
−inmateriales− si se considera que el alma es también inmaterial. Los
193 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 10, 3-6.
112
epicúreos, como se sabe, no compartían tal perspectiva; para ellos
−materialistas−, el alma está conformada por la conglomeración de
átomos sutiles. En su tratado Sobre la inmortalidad del alma, Plotino se
preocupa por refutar tal postura y así redondear su crítica a los
epicúreos.
Las refutaciones que adelanta son de corte físico, pues se centran
en las dificultades que presentaría para la existencia del mundo sensible
−sobre la cual coincide Plotino con Epicuro− el que el alma estuviera
conformada de átomos indivisibles. Propone que, si el alma −principio
de unidad y movimiento− fuera la yuxtaposición de múltiples partes, no
podría darse la simpatía [συμπάθεια] o unidad que la caracteriza.194 Si
el alma no fuera metafísicamente unitaria, los cuerpos no podrían
existir, pues 1) «[…] es cierto que la materia no puede estructurarse a sí
misma195 ni infundirse a sí misma alma»196 y 2) porque, en dado caso que
pudiera darse un cuerpo, este perecería inmediatamente:
Efectivamente, ni siquiera existiría un cuerpo alguno si no existiera una
potencia psíquica. Porque el cuerpo fluye, y su naturaleza se cifra en el
movimiento; y así, las cosas perecerían rapidísimamente si todas fueran
cuerpos, aun cuando sólo a uno se le impusiese el nombre de alma, porque
esta padecería las mismas afecciones que los demás cuerpos al no haber para
ellos más que una sola materia. Mejor dicho, ni siquiera se originarían las
cosas, sino que todas se detendrían en la materia al no haber quien la
194 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 3, 1-7. 195 Hay que recordar que los epicúreos afirman que el origen de los cuerpos se da
por la colisión de átomos en su movimiento inexplicado y primigenio. Plotino no
puede concebir un movimiento tal sin una causa que lo genere. 196 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 3, 15-16.
113
estructurara. Y bien puede ser que ni siquiera existiese en absoluto la
materia.197
Según el razonamiento plotiniano, sólo el alma puede dar orden al
cosmos material; dentro del esquema cosmológico de Plotino, es el Alma
quien provee de tal orden, cuando estructura a la materia según el
Modelo contenido en la Inteligencia. En ese sentido, Plotino alude a que
sin el alma no existiría la materia porque, según su consideración de
esta, la materia no sólo está incualificada sino también incuantificada.
En tanto que es lo más alejado al ser, también es lo más ilimitado, sin
contar siquiera con los límites potenciales de un cuerpo sin cualidad.
La materia, pues, es lo más alejado del Ser y también del Bien, pues
es lo perennemente múltiple. Consecuentemente, Plotino aprovecha
esta caracterización negativa de ella para criticar los placeres que se
relacionan con ella. En tanto que pueden distraer al alma de su actividad
intelectiva, además de ser efímeros y, por lo mismo, despreciables. Con
todo, predica de la vida buena cierto grado de placer.
Pero, cuando nos pregunten qué haya de placentero en este género de vida,
que no vayan a exigirnos que estén presentes los placeres del libertino ni los
del cuerpo −pues estos placeres no pueden estar presentes y ahuyentarían la
felicidad− ni las sobreexitaciones de gozo −¿para qué?−, sino los placeres que
acompañan a los bienes presentes y que no consisten en movimientos ni
procesos, porque los bienes están ya presentes, y él mismo [el yo en acto] está
presente a sí mismo. El placer [τὸ ἡδὺ] y la jovialidad [τὸ ἵλεων] en este caso
son estables. Y así, el hombre de bien siempre se mantiene jovial, y es el suyo
un estado de serenidad y un talante envidiable no perturbado por ninguno
de los supuestos males, si es realmente un hombre de bien. Mas, si alguno
197 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 3, 18-24.
114
anda en busca de otra especie de placer en la vida del hombre de bien, es que
no anda en busca de la vida del hombre de bien.198
En la vida buena, propia al hombre de bien, no se encuentran los
placeres mudables del cuerpo material y la sensación, sino que existe un
cierto placer [τὸ ἡδὺ] y una cierta jovialidad [τὸ ἵλεων] perennes, como
resultado de la presencia del bien verdadero que −como inteligible e
inmaterial− no está sujeto a los vaivenes de los cuerpos.
4.2 Necesidad y sufrimiento: respuesta a los estoicos
Así como la crítica a los postulados epicúreos que Plotino realiza en su
tratado Sobre la felicidad da pie a retomar las consideraciones con
respecto al placer, la crítica que el autor dirige hacia la escuela estoica
permite analizar el tratamiento del dolor dentro del corpus plotiniano.
Plotino, en la discusión inicial del tratado cuarto de la enéada quinta
−misma en la que se pregunta por la verdadera naturaleza de la vida
feliz y quiénes son aquellos de los que puede predicársele− alude a los
estoicos al mencionar que ellos, a diferencia de lo epicúreos, aciertan al
conceder que el buen vivir se encuentra en la vida racional.199 Sin
embargo, no asiente ante los postulados estoicos, pues Plotino considera
que presentan a una razón auxiliar, instrumental, que funciona como
medio y no como el fin en sí misma que debería ser.
198 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 12, 1-13. 199 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 33 ss.
115
Según la lectura que Plotino hace de las doctrinas estoicas, la razón
estaría meramente dirigida a obtener los bienes convenientes por
naturaleza, a saber, la satisfacción de las necesidades primarias.
Conviene preguntarles [a los estoicos] por qué es así y por qué restringen la
felicidad al animal racional. ¿Por qué añadir lo de “racional”? ¿Por qué la
razón es más ingeniosa y es sagaz para rastrear y asegurarse las cosas
primarias conformes a la naturaleza o independientemente de su habilidad
para rastrear y dar alcance? Si es por su mayor destreza en el hallazgo, la
felicidad competerá aun a los seres carentes de razón, caso de que por instinto
y sin ayuda de la razón den alcance a las cosas primarias conforme a la
naturaleza. La razón será auxiliar y no será elegible por sí misma, ni ella ni su
perfeccionamiento, que decimos que es la virtud.200
Como quedó claro a partir del análisis realizado al principio del capítulo
anterior, el proceso de deificación que, según el proyecto platónico del
Teeteto, permite la felicidad consiste en la identificación del hombre con
la vida intelectiva. La razón es un bien en sí mismo, no uno que debe de
buscarse en aras a alcanzar algún bien de carácter ascético.
Es en esta línea que Kieran McGroarty desarrolla el carácter de la
crítica plotiniana a los estoicos en su artículo Plotinus on Eudaimonia;
Plotino concede que los estoicos por lo menos se encuentran en una mejor
área cuando proponen a la vida racional como clave para la eudaimonía, pero
de cualquier modo los critica por no explicar satisfactoriamente porqué es
que es así. Precisamente sería imposible para ellos explicarlo en términos que
fueran satisfactorios para Plotino, pues el logos estoico está ultimadamente
200 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 2, 34-44.
116
basado en el conocimiento sensible, mientras que el sabio eudaimónico de
Plotino, como se verá, es guiado por principios superiores.201
Aunque los estoicos reconocen en la vida racional el ideal ético, se
equivocan al establecer el criterio de tal modo de vida en la aportación
sensitiva; Plotino afirma que el criterio no puede ser obtenido de los
sentidos, sino que debe de provenir de lo que es superior, a saber, de los
contenidos intelectivos que están contenidos en el Intelecto.
En tanto que el sabio plotiniano vive según un criterio superior
−aquél que proviene de las realidades inteligibles− puede acceder al bien
verdadero porque, como se expresó anteriormente, es en las realidades
superiores que existe tal bien y es en la contemplación intelectiva que
puede hacer propio el bien trascendente. La deificación implica la
presencia de un bien inmanente, causado por el bien trascendente que
se encuentra en las realidades hipostáticas superiores, en el hombre: él
mismo es su propio bien.202 De este modo, su acceso al bien y, por tanto,
su felicidad, están garantizados. El sabio −aquel que logra llevar su vida
a perfección al lograr la identificación con la divinidad en la
contemplación intelectiva− no busca nada más porque ya posee el Bien.
Su felicidad no depende de ningún elemento externo, ni siquiera de
carácter ascético.
Entonces, ¿por qué el hombre que vive feliz desea la presencia de estas cosas
[las necesarias para el cuerpo] y rechaza las contrarias? / Responderemos que
no es porque contribuyan a la felicidad en parte alguna, sino más bien a la
existencia [πρὸς τὸ εἶναι], mientras las contrarias o contribuyen a la no
201 McGroarty, K. «Plotinus on Eudaimonia» en Hemarthena, no. 157 (1994), pp. 104-
105. La traducción desde el inglés original es propia. 202 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 4, 13-15.
117
existencia o son, con su presencia, un estorbo para el fin [τέλος], no porque
le priven de él, sino porque quien tiene lo mejor, quiere tener eso solo, y no
junto con ello, otra cosa que, cuando está presente, no le priva de lo mejor, es
verdad, pero coexiste, no obstante, con lo mejor.203
En presencia de lo que es verdaderamente bueno, aquello que en verdad
se busca en tanto fin [τέλος] y como cumplimiento de vida perfecta, no
hay algo que pueda quererse. Si algo se busca o se deja de buscar cuando
se produce la felicidad, entonces se busca como algo secundario,
producto de la existencia corpórea que es inherente al estadio
compuesto del hombre en el mundo. La necesidad no reduce la
felicidad, pues esta está anclada en aquello que va más allá del carácter
corpóreo de aquella. El sabio plotiniano atenderá a la necesidad de su
cuerpo mientras esté unido a él, pero no buscará aquello que no necesita
so pena de perder −al voltear hacia las cosas terrenas− el bien que posee
y que le provee la felicidad.
Aunque el sabio plotiniano y el estoico adoptan una actitud
similar hacia las cosas externas −a saber, no se preocupan por su
presencia o ausencia− si no que se concentran en su interioridad, lo
hacen de manera distinta. El estoico busca evitar el sufrimiento para
alcanzar la ataraxia; ajusta sus representaciones −aquello sobre lo que sí
tiene control dentro del esquema determinista clásico− para no sufrir a
causa de ellas. Según Plotino, el verdadero sabio no debe preocuparse
por el sufrimiento, pues no representa un riesgo real para él ya que no
contribuyen a su felicidad o tiene la capacidad de eliminarla.
203 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 7, 1-8.
118
Pero, en general, no es verdad que el hombre feliz, en presencia de lo que no
quiere, pierda ya un punto de su felicidad. Si no, cada día sufriría mudanza
y caería derrocado de su felicidad, por ejemplo, al perder un esclavo o
cualquiera de sus posesiones. Y hay mil percances posibles que, aun no
resultando conforme a sus previsiones, no por eso remueven un ápice del fin
que le está presente.204
Aquello que el hombre feliz −el sabio, el virtuoso− no quiere es,
evidentemente, todo lo que no pertenece a las realidades intelectivas,
aquello que está sujeto a la mudanza de la existencia corpórea. El mundo
terreno no puede ser garante de ninguna clase de felicidad, pues le es
inherente la mutabilidad. En tanto el referente de felicidad es el Bien
Verdadero, hecho inmanente a partir de lo trascendente, los
movimientos propios de la exterioridad corpórea no pueden alterar al
verdadero sabio, pues «[…]aunque se le presenten males que no
deseaba, aun contra estos está pertrechado de virtud, que hace al alma
difícilmente quebrantable y difícilmente afectable».205
El sabio plotiniano, a diferencia del estoico, no evita activamente
el dolor, sino que cifra su felicidad en algo superior a él. «Y no será digno
de lástima [el virtuoso que esté] en medio del dolor, sino que su propio
fulgor, el fulgor interior, será como la luz dentro de una linterna
mientras sopla fuerte el viento huracanado en plena tempestad».206 El
deber del sabio es permanecer en la virtud y en el resguardo que esta
provee, hasta que se vea liberado de la atadura corpórea. En medio del
dolor, el sabio −indica Plotino− «reflexionaría, efectivamente, que este
204 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 7, 9-13. 205 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 8, 28-30. 206 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 8, 1-6.
119
universo es de tal naturaleza que no hay más remedio que sobrellevar
tales males y atenerse a ellos».207 Deberá atenerse a las peores
contrariedades, pues ni siquiera la muerte propia o de sus familiares
puede afectar a la verdadera virtud.
Plotino enlista los peores sufrimientos a los que un hombre podría
enfrentarse y los desestima para expresar que ninguno de ellos debe
considerarse como excepción a la inmutabilidad del sabio ante lo
exterior.
Y si el mismo muriera sacrificado, ¿pensaría que la muerte era un mal para él
por haber muerto cabe el altar? Y si no fuera enterrado, al fin y al cabo su
cuerpo se pudrirá lo mismo, yazga sobre tierra o bajo tierra. Y si es por no
haber sido sepultado suntuosamente, sino anónimamente, sin ser
considerado digno de un soberbio mausoleo, ¡qué pequeñez de espíritu!208
Ni el hambre, ni el dolor, ni siquiera la muerte y el deshonor pueden
afectar al verdadero sabio. Plotino desestima los bienes del mundo,
mostrando que sólo lo son en apariencia. Sin embargo, puede parecer a
algunos que su rechazo a los bienes mundanos sea demasiado radical;
en su defensa de la inmutabilidad del sabio, Plotino no duda en
despreciar también a la comunidad en cualquiera de sus formas:
Porque cierto es que el hombre feliz no caerá en mal alguno por la necedad
de los demás, aunque sean sus familiares, ni estará al pendiente de la buena
o mala ventura de los demás. […] Y si alguno dijera que es connatural al
hombre condolerse de las desgracias de los familiares, sepa que no todos son
207 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 7, 41-42. 208 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 7, 26-31.
120
así y que es propio de la virtud elevar la naturaleza ordinaria a un nivel más
digno y más noble que el del común de los hombres. 209
Aunque Plotino parezca duro, lo es sólo en la medida en que es
consecuente. En su pretensión de fundamentar verdaderamente la
felicidad para que esta quede garantizada en la práctica perfecta de la
vida, no puede admitir ningún tipo de contrariedad, ni siquiera de
aquellas que parecerían inhumanas. Aun cuando no es un
planteamiento misantrópico, la propuesta plotiniana tampoco es de
carácter altruista.
Porque la existencia misma de la felicidad sería imposible, si se supone que
las cosas externas son objetos de la voluntad y el objeto de la voluntad del
virtuoso. Es verdad que él deseará que a todos los hombres les vaya bien y
que ningún mal sobrevenga a nadie; pero si sus deseos no se cumplen, así y
todo será feliz.210
La felicidad, pues, sólo es provista por la actividad intelectual y, así
como ninguna cosa externa puede aportar a la felicidad del sabio,
tampoco existe alguna cosa externa que pueda disminuirla. El acceso a
la felicidad es siempre de carácter cualitativo y no cuantitativo, por lo
que ni siquiera un ejercicio de la virtud durante un periodo largo de
tiempo puede aumentarla o, por el contrario, reducirla.211
209 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 7, 46-49 y 8, 19-23]. 210 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. iv. (46) 8, 19-23. 211 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. v. (36).
121
4.2.1 La concepción plotiniana del mal.
El sabio plotiniano no teme al sufrimiento como lo hace el estoico
porque, en realidad, no es un mal. Aunque Plotino admite que el mal es
aquello que puede privar de la felicidad, se aleja de los estoicos al
plantear que −como se ha establecido− la felicidad no depende del
sufrimiento. La concepción plotiniana del mal puede entenderse
entonces en distintos niveles: 1) el mal primario o metafísico, 2) el mal
del alma y 3) los males externos. Es importante tener en cuenta que, de
acuerdo con la caracterización de Plotino, el mal no existe en las
realidades primarias, es decir, en las hipóstasis sólo existen los bienes de
orden primario, secundario y terciario.212 El mal metafísico sólo se
encuentra en los no-seres, en aquellas cosas que participan del no-ser
que es la materia. En concreto, el mal se da en «todo lo sensible y cuantas
afecciones se dan en lo sensible, o algo posterior a estas y como accesorio
a estas, o principio de estas o alguno de los elementos integrantes este
no-ser de este tipo».213 El mal metafísico es, pues, lo más alejado del Uno,
lo perennemente múltiple e ilimitado. Aunque los cuerpos no son el mal
primario, pues no son materia no cuantificada, son un mal de segundo
orden en tanto que existen con materia.214
El alma, por otro lado, sólo participa del mal en tanto que está
mezclada con materia. Este mal es el vicio, producto de la falta de
medida característico de la materia. Así, el alma está «impedida de ver
212 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. viii. (51) 2, 26-28. 213 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. viii. (51) 3, 10-13. 214 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. viii. (51) 3, 26 – 4, 5.
122
por causa de las pasiones e inclinada a la materia»215 y pone su atención
no en el Ser −en las realidades intelectivas− sino en el devenir, producto
de la materia. Por último, se habla de los males externos −como la
enfermedad y la pobreza− sólo en sentido analógico, pues, aunque
proceden de la condición inherentemente mala de la materia en tanto
que representan una carencia, cierto no-ser, no son males verdaderos
porque no implican vicio alguno, aunque sí pueden propiciarlo. El
hombre, entonces, está llamado a huir de los males mediante la virtud;
debe alejar su mirada de las cosas corpóreas para fijar su atención en las
realidades intelectivas, ahí donde no hay mal.
Así, la relación del hombre con el mal tiene su fundamento en el
plano metafísico, pero su preocupación principal debe de estar en evitar
el mal moral, el vicio. Es este el que se opone a la felicidad, y por tanto
es aquello que se debe evitar y no el sufrimiento, como pensarían los
estoicos. El vicio, en todo caso, tendría su origen en una atención
injustificada −y, para el verdadero sabio, injustificable− en el sufrimiento
que se sigue de la convivencia con la materia, ya sean estos actuales o
meramente en potencia. Plotino, al afirmar la idea platónica de que el
hombre es su alma y no su cuerpo o el compuesto de ambos, invita a su
cuidado; si el hombre desea alcanzar las realidades superiores debe de
desprenderse de todo aquello que sólo es suyo en apariencia y que sólo
en ese sentido le puede ser ocasión de mal.
Tomemos el alma, no la que, encarnada en un cuerpo, ha asumido apetitos
irracionales e iras y ha albergado otras afecciones, sino la que se ha restregado
todo eso y no tiene, en lo posible, consorcio con el cuerpo. Esta alma pone de
215 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. viii. (51) 4, 19.
123
manifiesto que los males son para ella aditamentos y que vinieron de fuera,
pero que, si se purifica, se hacen presentes en ella las cosas más eximias: “la
sabiduría y las otras virtudes”, que le son propias.216
Plotino no indica que el sufrimiento deje de existir para el sabio, sino
que muestra que no puede afectar su felicidad. En concreto, no puede
ser el criterio de felicidad ya que proviene de lo que es malo, de aquello
que es contingente y que está en constante movimiento, de la materia.
En ese sentido, la ética plotiniana se entiende como un constante
rechazo del cuerpo y de aquello que la materia implica; no hay una
inquietud en Plotino por la enfermedad, la política ni, ultimadamente,
la muerte. Es en el tratado séptimo de la primera enéada que Plotino
tematiza el fenómeno de la mortalidad humana y, de esta manera, deja
ver algunos elementos de su escatología. La escatología, en general, y la
muerte en particular, han sido elementos constitutivos de la tradición
platónica desde sus inicios, como se mostró al final del capítulo II de esta
investigación. No es trivial que Plotino retome las preocupaciones
platónicas expresadas en el Critón y el Fedón, para enmarcar el tema del
mal. La muerte parecería ser el peor de los males y su presencia
implicaría el más grande de los sufrimientos. Sin embargo, Plotino −de
una manera similar a lo que hace Epicuro en su Carta a Meneceo−217
desprecia la preocupación por la muerte ateniéndose a un argumento de
carácter escatológico:
216 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vii. (2) 10, 8-4. 217 Cfr. Epicuro, «Carta a Meneceo» [trad. Pablo Oyarzún R.], en Onomazein, no. 4,
1999, pp. 403-425.
124
El mal debe sobrevenir a alguien; pero para aquel que ya no existe o, si existe,
está privado de vida [ἡ ζωή], ni aun existe en este caso hay mal alguno, como
no hay mal alguno para una piedra. Pero si hay vida y alma después de la
muerte, ya será un bien, tanto mayor cuanto mejor realiza sin el cuerpo sus
propios actos. Y si, por otro lado, se integra en el Alma total, ¿qué mal puede
sobrevenirle, estando allá? Y, en general, así como para los dioses hay bien,
eso sí, pero no mal alguno, así tampoco lo habrá para el alma que preservare
su propia pureza. Pero si no la preserva, será un mal para ella no la muerte,
sino la vida. Y si además hay castigos en el Hades, de nuevo aun allá la vida
será un mal para ella porque no será meramente vida.218
Plotino recupera las diferentes posibilidades para el destino del alma
después de la muerte, es decir, después de haberse separado del cuerpo.
En primer lugar, reconoce la posibilidad de que no exista ya el hombre
después de su muerte, que el alma no sea inmortal. En ese caso, explica
Plotino, el hombre no debe de temer a la muerte o a los sufrimientos,
pues no puede sufrir el que no existe; para Plotino, la existencia después
de la muerte debería de ser otro tipo de vida [ἡ ζωή] y, en concreto, un
tipo de vida superior. Así, no debe de confundirse la vida encarnada con
la vida después de la muerte.
Al segundo tipo de vida es a la que se refiere cuando expresa la
posibilidad de existir y actuar sin un cuerpo. Este tipo de vida, indica
Plotino, sería divina −por analogía y por genealogía− y pura. Sin
embargo, existe la posibilidad de que no sea por completo así; podría ser
que la vida posterior no fuera pura y bienaventurada, sino que implicara
el castigo de aquellos que lo merezcan. Con todo, en este tratado −Del
Bien primario y de los otros bienes− Plotino no da una respuesta definitiva.
218 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. vii. (54) 3, 5-14.
125
Es necesario para él argumentar en favor de la inmortalidad del alma
antes de determinar que la muerte no representa ningún mal para el
hombre. Es claro que Plotino considera que la existencia corpórea es
mala en sí misma, pero sólo puede serlo definitivamente si es que el
alma puede existir más allá del cuerpo; si el hombre sólo puede existir
en convivencia con un cuerpo −a lo que parece apuntar el hilemorfismo
aristotélico del cual abreva Plotino−, entonces no puede despreciarse la
vida terrenal y la filosofía no sería, en estricto sentido, una preparación
para la muerte en el tenor platónico que Plotino busca.
4.2.2 Argumentos en favor de la inmortalidad del alma.
En el tratado octavo de la enéada cuarta −segundo en la cronología de
Porfirio−, Plotino presenta sus argumentos según los cuales no es
posible que el alma deje de existir una vez que se ha separado del
cuerpo. Al contario, el discurso plotiniano está enfocado en mostrar
cómo, en realidad, la existencia plena del alma no implica su
convivencia con el cuerpo; así, fundamenta su postulado ético según el
cual el mal para el alma, el vicio, proviene ultimadamente de su
encarnación. El primer argumento es de carácter genealógico: Plotino
afirma que el alma es una realidad divina según su indivisibilidad y su
inmaterialidad. Plotino muestra que «Además, todo lo que disuelve por
haber tomado un ser compuesto para venir a la existencia es
naturalmente disoluble por la [el alma] que se hizo compuesto. Ahora
bien, el alma es una naturaleza unitaria y simple que vive en acto. Luego
126
no se corromperá por esta vía».219 En tanto que es divina y su origen
está en aquello que es divino, su permanencia está también en aquello y
no en la mortandad material. El origen divino del alma exige una
existencia separada, purificada, del cuerpo; no sólo el alma es inmortal,
sino que vive verdaderamente cuando no está con el cuerpo. Los
argumentos segundo y tercero están enfocados a mostrar cómo al alma
le es propia la vida y no le es dada por alguna realidad superior.
El alma es, en efecto, “principio de movimiento”, pues provee de movimiento
a las demás cosas, mientras ella misma se mueve por sí misma, y dota de vida
al cuerpo animado, mientras ella misma la posee por sí misma sin perderla
jamás, como quien la posee por sí misma. Efectivamente, no todos los
vivientes viven con una vida adventicia −o se perderían hasta el infinito−, sino
que debe existir alguna naturaleza que viva primariamente, y esta debe ser
por fuerza “indestructible e inmortal”, como quien es principio de vida para
los otros vivientes. En ella precisamente debe estar asentado todo lo divino y
bienaventurado, viviendo por sí mismo y existiendo por sí mismo como
quien existe primariamente y vive primariamente, inmune a todo cambio
sustancial, puesto que ni nace ni perece.220
El alma es esta realidad a la que le compete la vida de manera sustancial.
Es el principio de vida en la naturaleza y es garante de la existencia y
movimiento del mundo natural; de no existir este principio inmortal,
dice Plotino, la naturaleza dejaría de existir, pues en una cadena de vida
dada desde el infinito no podría existir algo vivo. Al respecto, Plotino
enuncia:
Además, si dijeren que toda alma es corruptible, entonces hace tiempo que
debieran haber perecido todas las cosas. Mas si dijeren que un alma es
219 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 12, 12-20. 220 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 9, 6-17.
127
corruptible y otra no, a saber que la del universo es inmortal pero que la
nuestra no, debieran decir por qué, pues cada una de las dos es “principio de
movimiento” y cada una de las dos vive por sí misma […].221
El alma es principio indivisible, necesario e inmune a su contrario. Con
esta reducción al absurdo que recuerda al Fedón,222 Plotino muestra
cómo la muerte no implica la aniquilación del alma, a quien la vida le
compete esencialmente. A estos argumentos, Plotino añade uno de
carácter evidentemente platónico; refiere a la reminiscencia e indica
cómo la preexistencia del cuerpo −misma que implica su existencia
independiente y, por tanto, también posterior− es indispensable para el
ejercicio de las ciencias eternas, es decir, para la contemplación de las
realidades inteligibles.223
Así, dado que el alma es verdaderamente inmortal, se puede
comprender cómo la vida perfecta, aquella que compete por esencia y
no adventiciamente, sólo puede darse en lo que no tiene presencia de la
221 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 12, 1-5. 222 La relación entre los textos de Plotino y los diálogos platónicos siempre está
enmarcada dentro de la discusión entre la originalidad de Plotino con respecto de
Platón y su interpretación a partir de autores como Aristóteles y las escuelas
pitagóricas y estoicas. Plotino se consideró un mero intérprete del maestro de
Atenas, sin embargo, pueden encontrarse puntos de discordancia. No obstante,
existen pasajes claramente paralelos entre los dos autores. En concreto, muchos de
los argumentos que Plotino presenta a favor de la inmortalidad del alma reflejan
aquellos propuestos por Sócrates y sus interlocutores en el Fedón platónico, así como
sus contrapartes en el Fedro. Los argumentos de la reminiscencia, de la simplicidad
del alma, de su inmaterialidad y simpleza, son todos vestigios de la argumentación
platónica. Para un mayor análisis al respecto cfr. Gerson, L. P. Plotinus, The
Arguments of the Philosophers. New York: Routledge, 1994. pp. 127-138. 223 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. vii. (2) 12, 7-11.
128
multiplicidad maligna de la materia. La muerte no es ningún mal, sino
el mayor de los bienes, pues implica la separación del alma −principio
pleno de vida− de la materia. En este contexto, surge la pregunta si la
muerte es el mayor de los bienes, ¿por qué no se procura su acceso a él
mediante el suicidio? Plotino da respuesta a esta interrogante en su
tratado Sobre el suicidio,224 expresando que −aunque parece abrir la
posibilidad a la eutanasia asistida−, el suicidio en general no es
conveniente porque la separación forzada del cuerpo y el alma puede
implicar que el alma no esté perfectamente purificada de su relación con
el cuerpo y que esto implique consecuencias escatológicas;225 así, el
suicidio motivado por el sufrimiento muestra cómo el vicio ha
dominado al hombre. Es mejor, indica el tratado, permanecer en el
mundo en constante estado de purificación, hasta que la muerte llegue
por sí sola. Con Plotino «hay que decir que de suyo la vida misma en el
cuerpo es un mal, pero que por la virtud el alma se sitúa en el bien
porque no vive la vida del compuesto, sino que está ya separándose de
él».226
4.3 Frente a la fortuna: Plotino y la libertad
En muchos aspectos, la doctrina ética plotiniana abreva de las
tradiciones que le precedieron. En el presente capítulo y en el anterior
224 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I. ix. 16. 225 Plotino no indica con claridad si suscribe o no una teoría de la transmigración de
las almas, pero sí enfatiza la relevancia de la existencia más allá de la muerte del
cuerpo. Cfr. IV. vii. (2) 85, 36-37 ss. 226 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I, vii. (54) 3, 18-22.
129
se mostró cómo la tesis de la deificación del alma en Plotino sigue las
tesis clásicamente platónicas; además, es claro cómo, en relación con el
placer, el sufrimiento y la muerte, Plotino conversa con las escuelas
epicúreas y estoicas. Uno de los grupos de interlocutores más
importantes para Plotino es el que conforman Aristóteles y la tradición
peritpatética que le siguió. Es claro que Plotino fue influido en gran
medida por los tratados lógicos aristotélicos, así como por su teoría
hilemórfica y es cierto que algunas de las propuestas éticas plotinianas
son similares a aquellas contenidas en la Ética a Nicómaco. Tomando esto
en consideración, el objetivo de esta sección es mostrar dos diferencias
clave con la tradición peripatética, además de encaminar la discusión
hacia la consideración plotinana de la libertad.
En primer lugar, resulta evidente que la primer gran diferencia
con el proyecto ético aristotélico es de carácter psicológico. En su
proyecto hilemórfico, Aristóteles considera al hombre como compuesto
de alma y cuerpo para su teoría eudaimónica. Aunque es cierto que
confiere a las capacidades intelectivas un peso mayor que al resto de las
actividades humanas, el hilemorfismo aristotélico no pone el acento
característico de la tradición platónica en el cuidado del alma. Así,
Aristóteles encuentra en la virtud una perfección del hombre en tanto
que alma y cuerpo. Plotino, por el otro lado, se esfuerza en separar al
alma del cuerpo y referir la actividad virtuosa sólo al alma. En el
contexto de describir la actividad intelectual, Plotino muestra su
desprecio por este “hombre inferior”, es decir, por el hombre encarnado.
Y esto debe bastarle para conseguir su fin; las demás cosas son como si
cambiara de región sin que perciba por ello nada que añada a su felicidad,
sino como quien, en medio de otras cosas que hay también difundidas a su
130
alrededor, tantea si, por ejemplo, ha de establecerse aquí o allá, concediendo
al hombre inferior cuanto este necesita y él pueda, pero manteniéndose él
mismo distinto del de acá.227
Esta separación −misma que, además, sigue la postulación del alma
como inmortal y abre la discusión escatológica ausente en Aristóteles−
está enmarcada por la caracterización negativa que Plotino hace de la
materia. El dualismo platónico es clave en Plotino y lo distancia
irremediablemente de Aristóteles. Así lo expresa Plotino al afirmar la
finalidad del proyecto ético platónico: «Porque con toda razón estima
Platón que, quien aspire a ser sabio y feliz, ha de tomar el bien de allá
arriba, ha de poner su mirada en él, ha de asemejarse a él y ha de vivir
en conformidad con él».228
Otra de las discrepancias entre los sistemas aristotélico y
plotinianos es la consideración que cada uno hace de la fortuna.
Entendida como todo aquello que está fuera del control del hombre,
pero sin implicar por eso un determinismo fuerte, la concepción que
Plotino tiene de la fortuna está más cerca de Aristóteles que de la
tradición estoica. Sin embargo, la respuesta plotiniana a esta realidad es
clave para la comprensión de su propuesta moral. Aristóteles, al hablar
de la fortuna, señala que el sabio −aquel que posee la virtud− es quien se
encuentra en mejores condiciones para soportar los golpes de la fortuna,
sin embargo, no está exento de ellos. Así, incluso el hombre más virtuoso
puede verse privado de su felicidad si la fortuna no le sonríe. Es el caso
de Príamo, rey de Troya, quien perdió su felicidad al ver a sus hijos
muertos y a su ciudad arrasada por los aqueos. Para Aristóteles, factores
227 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I.iv. (46) 16, 14-18. 228 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I.iv. (46) 16, 10-13.
131
externos al individuo como lo son la belleza física, la riqueza y el linaje
son tan determinantes para la felicidad como lo es la propia virtud. Si el
sabio no se ve favorecido por la fortuna, entonces su virtud sólo le será
útil para aguantar mejor la infelicidad que le sigue a la insuficiencia de
estos factores externos. Plotino se distancia de Aristóteles al respecto de
la influencia de los factores externos, pues postula que el sabio
verdadero no se verá influenciado por aquello que le compete:
Tampoco sus actividades se verán entorpecidas por los vaivenes de la fortuna
[ἡ τύχη]. […] Bien puede ser que, de entre las actividades consiguientes a las
especulativas, sí se vean entorpecidas las concernientes a las cosas
particulares, como son las que realice tras deliberación y examen. Pero
siempre tendrá a la mano y consigo la “enseñanza de bien” […].229
El sabio plotiniano [σπουδαῖος], no se ve afectado por aquello que no
depende enteramente de su actividad propia, a saber, de su
contemplación intelectiva de las realidades divinas. El sabio, aquel que
vive de modo perfecto, sin ocuparse de las realidades materiales,
aquellas que envician el alma, se encentra en su interioridad.
Porque la existencia misma de la felicidad sería imposible, si se supone que
las cosas externas son objeto de la voluntad y el objeto de la voluntad del
virtuoso. Es verdad que él deseará que a todos los hombres les vaya bien y
que ningún mal sobrevenga a nadie; pero si sus deseos no se cumplen, así y
todo será feliz. Y si se nos dice que tales deseos, si los tuviese, harían de él un
iluso, ya que no puede menos de haber males, eso será darnos la razón
claramente cuando orientamos la voluntad del virtuoso cara a lo interior.230
229 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I.iv. (46) 13, 1-6. 230 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], I.iv. (46) 11, 7-17.
132
Para garantizar la felicidad, Plotino se vuelve al solipsismo. Sin
embargo, este individualismo está fundamentado en la estructura
metafísica y psicológica que el sistema plotiniano implica; no se puede
apostar más que por las realidades inteligibles, todo lo demás implica el
desorden y, ultimadamente, el mal.
En este contexto es importante estudiar la noción plotiniana de
“voluntario”, íntimamente relacionada con la de “libertad”. Si la vuelta
hacia la interioridad debe ser entendida también como un apetito −pues
así lo indica Plotino, al mostrar aquello que conviene que sea objeto de
la voluntad− y si la concepción de la fortuna no implica un determinismo
fuerte −dejando así espacio para el libre albedrío−, entonces es necesario
completar el cuadro plotiniano aclarando la tematización que se da en
las Eneádas al respecto. Plotino introduce el tema en su tratado Sobre lo
voluntario y sobre la voluntad del Uno preguntando por aquello que está
dentro de nuestra capacidad de decidir:
¿Cuál es, pues, nuestra noción de albedrío, cuando hablamos de albedrío y
por qué nos preguntamos esto? Tengo para mí que cuando nos movemos en
medio de cosas que se apoderan del alma (azares adversos, fatalidades y
violentas arremetidas de pasiones), al creernos dominados y esclavizados por
estas cosas y arrastrados a su antojo, nos preguntamos desconcertados si no
seremos nada ni habrá nada a nuestro arbitrio, dando por supuesto que estará
a nuestro arbitrio cuanto obremos por voluntad propia sin estar sometidos a
azares, fatalidades o pasiones violentas sin que nada se oponga a nuestra
voluntad. Y si esto es verdad, el concepto de lo que está a nuestro arbitrio
bien puede ser el de lo que está sometido a nuestra voluntad y que en tanto
sucederá o no en cuanto lo queramos nosotros. Es “voluntario” todo acto que
133
se pone sin coacción y a sabiendas y está “a nuestro arbitrio” todo acto que
somos dueños de obrar.231
A lo voluntario se le opone aquello que pasa por coacción, es decir, sin
que nosotros lo queramos. A esta última categoría corresponden los
azares, la fortuna, pero también las pasiones; por otro lado, lo voluntario
corresponde a un deseo recto y correcto.232 Lo voluntario se sigue de los
deseos del hombre en cuanto alma, no en acuerdo con su acción, sino
con su razonamiento.
Al respecto de la distinción de deseos o tendencias, Lloyd P.
Gerson aclara en su libro From Plato to Platonism que no se debe de
confundir tampoco los deseos racionales no normativos de los
racionales normativos.
Plotino tiende a distinguir el deseo genérico no normativo del deseo
normativo racional mediante el uso de términos distintos, ὄρεξις para el
primero y ἔϕεσις para el segundo. El apetito por la bebida es un deseo
racional no normativo y el deseo que, por así decirlo, refuerza este deseo
como es un deseo por la bebida como un bien, eso es, como una instancia del
Bien aquí y ahora. Es este deseo de segundo orden el que,
paradigmáticamente, caracteriza al Intelecto. Los deseos no normativos son,
como todos los deseos −incluso los deseos de los animales irracionales− de
aquello que es bueno. Pero el bien deseado por ellos es sólo aparente.
Depende del razonamiento normativo el determinar si aquello que aparece
como bueno es de hecho así. ¿Cómo, entonces, se debe analizar el supuesto
conflicto entre los apetitos y la razón? Es un conflicto dentro del alma racional
231 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. 1, 21-34. 232 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. (39) 2, 10.
134
entre un deseo por un bien aparente y entre un juicio distinto que indica que
lo que aparece como bueno no es en realidad así.233
Así, los deseos propiamente de la razón son los normativos −según la
terminología de Gerson− porque, aunque los deseos no normativos son
racionales, no son propios del hombre en tanto que alma, sino del
hombre en tanto compuesto; son propios del ya mencionado “hombre
inferior”. El alma desea el bien verdadero, el bien intelectivo. Es
mientras que sigue este bien que puede alcanzar un verdadero
autodominio, es decir, actuar verdaderamente según su propia
voluntad: «Reservaremos el autodominio −indica Plotino− para el que,
gracias a las actividades de la inteligencia, está libre de las afecciones del
cuerpo, refiriéndose al albedrío a un principio nobilísimo cual es la
actividad de la inteligencia».234 Por el contrario, lo involuntario consiste
en aquello que no sigue el principio supremo, el bien; actúa
involuntariamente quien no se encamina a aquello que es su propio
bien.235
Para Plotino, actuar libremente, voluntariamente, es actuar según
la propia naturaleza, pues esta está dirigida hacia el Bien. Cuando la
naturaleza, dictada por el origen divino del alma, actúa según su propio
principio, lo hace según su esencia y no se somete al arbitrio de otro
como si este fuera dueño de su actividad. Este otro es, principalmente,
el cuerpo y todo aquello que conlleva materia. La acción libre es la que
233 Gerson L. P., From Plato to Platonism, U.S.A.: Cornell University, 2013. p. 288. La
traducción desde el inglés original es propia. 234 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. (39) 3, 19-21. 235 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], (39) 3, 15-19.
135
es propia de la vida perfecta, es decir, de la actividad intelectiva. «Y si
bien −aclara Plotino− es verdad que la inteligencia tiene un principio
distinto de ella, pero no está fuera de ella, sino en el Bien. Y si actúa por
razón del Bien, tanto más goza de albedrío y de libertad, puesto que la
libertad y el albedrío se buscan por motivo del Bien».236 Dado que el
principio intelectivo del alma se funda en la actividad del Intelecto −en
tanto que segunda hipóstasis− y esta se dirige irremediablemente al
Bien, «Mas la inteligencia especulativa y primaria posee el albedrío
porque su acto no está en absoluto al arbitrio de otro, sino que está toda
vuelta a sí misma y ella, misma es su propio acto y está situada en el bien
[el Uno], satisfecha y rebosante y viviendo cual al dictado de su
voluntad».237 El alma inteligente, siempre y cuando actúe según la vida
virtuosa, también está dirigida hacia el Bien.
Hay una relación primigenia entre las actividades del alma, la
inteligencia y la voluntad, pues, en estricto sentido, hay una
dependencia esencial de la segunda respecto a la primera:
Ahora bien, la voluntad es intelección, pero se llama voluntad porque es
conforme a la inteligencia, pues la llamada “voluntad” imita a lo que se
conforma a la inteligencia. En efecto, la voluntad es el deseo del bien, mientras
que el pensar verdadero está en el bien. La inteligencia posee, pues, lo la
voluntad desea y con lo que, una vez logrado, se convierte en intelección.238
En tanto que sólo se puede acercarse a las realidades divinas, aquellas
que son el bien verdadero para el alma en tanto su origen y su destino,
236 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. (39) 4, 33-36. 237 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. (39) 6, 33-37. 238 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. (39) 6, 38-42.
136
mediante la actividad intelectiva, el bien del alma humana se encuentra
en la consecución de sus deseos a manera de intelección. El bien que
deseamos sólo podemos obtenerlo intelectivamente. Mientras se busque
ese bien, se actuará según la interioridad del hombre, es decir,
libremente, pues «En conclusión, la autonomía y el albedrío que hay en
las acciones no son referibles al obrar ni a la acción externa [en sentido
propio], sino a la actividad interna de la virtud misma, es decir, a su
actividad intelectiva y contemplativa».239
●●●
En más de un sentido, el sistema plotiniano está en comunión con los
diversos proyectos filosóficos que existían en su época. Sin embargo, son
las pequeñas discrepancias con respecto de ellos los que permiten
determinar el valor de la propuesta ética plotiniana en conjunto. Ya sea
una reconsideración del placer y el sufrimiento o la genuina intención
de buscar una garantía para la felicidad, es claro que el planteamiento
plotiniano no puede ser reducido a sus contrapartes epicúreas, estoicas
o aristotélicas, ni siquiera a una suma de todas ellas. Fue la intención de
este capítulo el mostrar justamente eso. En verdad, la articulación del
proyecto platónico que Plotino retoma y explota implica en sí misma
una revaloración del bien, siguiendo su proyecto metafísico y
enmarcado en su intención eudaimónica.
239 Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], VI. viii. (39) 6, 18-21.
137
Capítulo V: Plotino ante la crítica contemporánea
Los dos capítulos anteriores han sido un esfuerzo para detallar el
proyecto ético plotiniano en sus diferentes aspectos con el afán de
plantear un panorama completo de la propuesta de Plotino. Se
estableció cómo, siguiendo la directriz de la intención platónica marcada
en el Teeteto, el planteamiento plotiniano está enmarcado en la tradición
platónica. Su pretensión de asimilación del alma con la divinidad
mediante el ejercicio de la actividad intelectual permitida por la acción
purificante de la virtud es sólo la sistematización de la intuición
platónica engendrada por el maestro de Atenas y continuada por el
platonismo medio. También se ha aclarado la postura de Plotino frente
a las escuelas presentes en su época, a saber, la estoica, la epicúrea y la
peripatética. Sin embargo, un estudio riguroso de la propuesta moral de
Plotino debe abarcar lo que la academia contemporánea tiene que decir
al respecto.
La estructura de este capítulo exige cierta justificación. En primer
lugar, se identifican las críticas a la teoría moral plotiniana y −siguiendo
138
a Suzanne Stern-Gillet− se categorizan según su tipo y según sus
representantes más notorios. Antes de dar una respuesta concreta a las
críticas más relevantes, se resumen algunas de las posturas en favor del
proyecto plotiniano y, además, se señalan algunos de los presupuestos
que Stern-Gillet encuentra en la crítica contemporánea. De ese modo,
después de haber esclarecido las limitaciones de las respuestas actuales
y de haber aclarado los presupuestos de la crítica, el capítulo concluye
con la respuesta de esta investigación a las críticas contemporáneas, con
la intención de rescatar el valor del sistema de las Enéadas.
5.1 El problema de la ética en Plotino: estado de la cuestión
Las opiniones en el ámbito académico respecto a la teoría ética de
Plotino, aunque sí reconocen su presencia dentro de las Enéadas, se
dividen cuando valoran su relevancia. Hay quienes defienden su peso
filosófico y quienes desestiman el proyecto plotiniano, pues consideran
que no es capaz de interpelar al hombre ordinario. Es decir, este grupo
de estudiosos de Plotino admite encontrar postulados éticos en los
escritos de Plotino –principalmente en aquellos que Porfirio reunió en la
primera enéada–, pero no los considera suficientes para constituir una
teoría ética sólida.
Para introducirse al estado de la cuestión respecto a la relevancia
de la ética en Plotino, resulta útil el artículo de Suzanne Stern-Gillet
titulado Plotinus on metaphysics and morality. En este texto, Stern-Gillet
recupera ambos lados de la cuestión y clasifica las diferentes críticas,
defensas y posturas con respecto a la valoración de la propuesta moral
139
de Plotino. Plantea la pregunta por el valor de la ética plotiniana en el
contexto de la tradición filosófica anterior y porterior:
La ética es una parte constitutiva de la mayoría de los sistemas filosóficos.
Platón, Aristóteles, los estoicos, Aquino, Spinoza y Kant tienen todos ellos
una teoría ética, la cual está ligada orgánicamente a las otras partes de sus
sistemas. ¿Acaso es la filosofía de Plotino, aunque innegablemente
sistemática, una excepción a esta regla? El hecho de que los estudiosos del
Neoplatonismo hayan planteado la cuestión es evidencia suficiente de que la
pregunta es pertinente.240
El mero hecho de que la comunidad académica se pregunte por la
validez de la ética plotiniana como sistema es suficiente para que la
cuestión requiera de una resolución. Ciertamente, los escritos de Plotino
nunca son exclusivamente morales, pues su metafísica es la estructura
sobre la cual se articulan todas sus otras teorías. Por otro lado, su
propuesta ética podría leerse como análoga o paralela a aquellas
postuladas por estoicos y epicúreos en su desarrollo y fortaleza como
sistema moral dado que Plotino abreva de los primeros y critica
frontalmente a los segundos. Como se estableció en el capítulo anterior,
Platón y Aristóteles también son interlocutores clave en el desarrollo
moral plotiniano; ya sea que Plotino se apegue a algunos de sus
postulados o que se desprenda de otros, las teorías de ambos filósofos
conforman un claro marco argumentativo dentro del cual Plotino
presenta sus postulados morales y no pueden dejarse de lado al
considerarse el desarrollo plotiniano.
240 Stern-Gillet, S. «Plotinus on metaphysics and morality» en The Routledge Handbook
of Neoplatonism, [eds. Pauliina Remes, Svetla Slaveva-Griffin], Great Britain:
Routledge, 2014. pp. 396. La traducción desde el inglés original es propia.
140
Si se considera a las propuestas morales de todos los interlocutores
de Plotino como teorías éticas sólidas, cabe la pregunta: ¿por qué no
considerar también la aportación plotiniana como un sistema ético
suficiente? La respuesta que Stern-Gillet establece es que quienes
critican la postura ética de Plotino lo hacen bajo la concepción de que es
insatisfactoria. En su artículo, Stern-Gillet clasifica en tres categorías
estas críticas de insatisfacción, a saber, 1) quienes postulan que no hay
un programa ético suficiente en Plotino porque no hay una
preocupación por las necesidades y derechos de los otros; 2) aquellos
que consideran a los enunciados plotinianos como meramente
negativos; y 3) quienes encuentran en el sistema ético de Plotino
contradicciones intrínsecas. A la primera categoría pertenece John M.
Dillon, la segunda está encabezada por estudiosos como Richard Bodéüs
y Paul Plass y John M. Rist encabeza a los académicos plotinistas que
abrazan la crítica a la teoría ética plotiniana según la tercera categoría.
En su artículo, Stern-Gillet reconstruye también el otro lado de la
cuestión. Así como hay quienes critican el sistema moral plotiniano,
algunos académicos han buscado soluciones y respuestas a estas críticas.
Puesto que las respuestas dadas a las críticas anteriores no son
definitivas ni enfrentan directamente las posturas de Dillon, Bodeüs,
Plass o Rist, esta sección se limita a resumirlas. Stern-Gillet remarca:
«Recientemente, un número de académicos han discutido que la ética de
Plotino, lejos de ser unilateral y supernatural como se ha supuesto hasta
ahora, sí incluye normas de conducta con respecto a otros y,
consecuentemente, que la ética y la filosofía política forman una parte
141
integral de ella».241 Muchas de las respuestas a las críticas pueden ser,
del mismo modo, cuestionadas, como también la metodología en que
son presentadas. Sin embargo, es importante reconocer su contribución
a la discusión alrededor de la materia presente.
Una de las maneras en que los estudiosos de Plotino defienden el
valor y la relevancia de la aportación filosófica del autor griego con
respecto al campo de la ética consiste en recurrir a las evidencias de su
pensamiento que no están plasmadas en las Enéadas. Principalmente,
recurren a la Vida de Plotino, escrita por Porfirio, discípulo y editor de
Plotino. Andrew Smith recupera episodios de la vida de Plotino, así
como de las Enéadas para argumentar que el autor griego sí da una guía
válida para la acción práctica. A diferencia de Dillon, Smith encuentra
en los textos evidencia suficiente para justificar una preocupación por
las necesidades de los otros e incluso la considera una parte integral del
sistema plotiniano.242 Destaca el episodio de la Vida de Plotino en el que
Porfirio refiere a cómo su maestro se preocupaba por el cuidado de los
huérfanos, a los que mantenía bajo «su custodia junto con la de su
patrimonio como a custodio sagrado y divino»,243 preocupándose no
sólo por su bienestar y su hacienda –al punto de involucrarse en
procesos de litigio–, sino también atendiendo a su educación.
241 Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», p. 398. La traducción desde
el inglés original es propia. 242 Cfr. Smith, A. «The Significance of Practical Ethics for Plotinus» en Traditions of
platonism: essays in honour of John Dillon [ed. Cleary, J.J.]. Aldershot: Ashgate, 1999.
pp. 227-232. 243 Porfirio, Vida de Plotino [trad. Jesús Igal], Madrid, Gredos: 2015, 9, 5-22.
142
Este método de proceder –a pesar de su valor hermenéutico en
tanto que atiende al contexto del autor– puede resultar
contraproducente. La necesidad de atenerse a las evidencias vitales de
un autor parece clara señal de que su propuesta filosófica no se sostiene
por sí sola; se indica justo lo que se quiere derrumbar. Por otro lado, los
pasajes dentro de las Enéadas a los que Smith apunta sí reflejan cierta
preocupación por el otro. Los pasajes aludidos refieren a la existencia
colectiva de las almas como parte del Alma hipostática y a su relación
con el cuerpo y el mundo en general.244 Aunque la afirmación de Smith
no es enteramente inválida, la relación entre la vida activa y los
principios metafísicos no es explicitada por Plotino en esos textos.
Dominic O’Meara, por otra parte, parece encontrar en los escritos
plotinianos una filosofía política in ovo. Indica que, aunque no son la
forma más completa de contemplación de lo divino, la habilidad moral
y legal son dignos ejercicios derivados de esta actividad
contemplativa.245 La interpretación de O’Meara parece ir más de acuerdo
con la propuesta ético-política de Platón, en la cual la virtud de los
ciudadanos está garantizada por la acción política de quienes
contemplan lo divino, es decir, de los gobernantes. Pareciera que mueve
el énfasis de la contemplación como fin último e independiente para la
vida humana a las actividades que se derivan de ella; con esta maniobra,
O’Meara busca –contra las críticas de Dillon– justificar de algún modo
la preocupación por el otro. Esta interpretación contradice también la
independencia del mundo externo que exige la vida contemplativa,
244 Cfr. Plotino, Enéadas [trad. Jesús Igal], IV. iii. (27) 4 y VI. V. (22) 15, 35-38. 245 Cfr. O’Meara, D. Platonopolis. Platonic Political Philosophy in Late Antiquity. U.K.:
Oxford University Press, 2003. pp. 76 ss.
143
misma que fue criticada por Plass y Bodéüs al caracterizarla de
“negativa”.
Otras interpretaciones que buscan justificar el involucramiento del
sabio plotiniano con el mundo externo son las de Alexandrine
Schniewind y de Pauliina Remes. La primera presenta al agente ético
plotiniano –en tanto virtuoso y feliz– como una inspiración para el
hombre común; además, Schniewind resalta la preocupación
pedagógica que Plotino muestra en su vida y en sus escritos, como es
particularmente claro en su tratado Sobre la dialéctica.246 La segunda
interpretación, defendida por Remes, señala la visión cosmológica
presente en las Enéadas. Indica que, dentro de la propuesta de Plotino,
para aquellos que ya hayan logrado el ascenso de su alma hacia lo
inteligible, existe una clarificación de la verdadera naturaleza de la
realidad. 247
[Ganan] −indica Remes− una visión global que está dirigida hacia la
perfección del cosmos entero, no de la felicidad de alguna parte de ella.
Mientras que las virtudes sociales no son constitutivas del bien, el punto de
vista cosmológico muestra que el bienestar del mundo como un todo es el fin
de la vida individual.248
El verdadero fin de la vida humana según Plotino, defiende Remes, no
está en el ascenso individual hacia lo inteligible, sino en la perfección
que este ascenso entraña para el cosmos como un todo. Las virtudes
246 Cfr. Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», p. 401. 247 Cfr. Remes, P. « Plotinus’ Ethics of Disinterested interest» en Journal of the History
of Philosophy, (vol. 44.1) 2006. p. 1-23. 248 Remes, P. Plotinus on Self: The Philosophy of the “We”. U.K.: Cambridge University
press, 2008. p. 19. La traducción desde el inglés original es propia.
144
sociales son sólo un medio para el ascenso solitario, sí, pero el ascenso
es en sí mismo un medio para la perfección del todo; Remes pone el
acento en lo exterior al hombre, más que en su propia perfección.
5.2 Problemas y presupuestos en la crítica plotinista
Después de esquematizar el estado de la cuestión con respecto a la
validez de la propuesta moral plotiniana como verdadera teoría ética,
Stern-Gillet expone una serie de presunciones que los estudiosos
contemporáneos –ya sean suscriptores o detractores de dicha teoría–
asumen dentro de sus evaluaciones de las aportaciones de Plotino.
Mientras que el debate mismo −señala Stern-Gillet− muestra que ambas
partes del desacuerdo comparten, muchas veces, un número de presunciones
básicas acerca de la naturaleza y de los fundamentos de la ética en general,
las presunciones en cuestión impiden que se tenga una perspectiva clara de
la ética de Plotino. La razón es que reflejan, mayoritariamente, una
miscelánea de teorías sobre la naturaleza de la ética que han tenido presencia
en la segunda parte del último siglo y que proceden de la convicción anti-
fundacionista de que es inútil buscar por los cimientos, metafísicos o de otro
tipo, del valor moral.249
Muchas de estas presunciones anti-fundacionistas derivan, explica
Stern-Gillet, de la influencia de David Hume y su Tratado de la naturaleza
humana a través de la postulación de la falacia naturalista. Aunque una
evaluación de este tipo puede ser útil para determinar la relevancia del
sistema plotiniano en la actualidad, es cierto que, como apunta Stern-
249 Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», p. 403. La traducción desde
el inglés original es propia.
145
Gillet, imposibilitan el estudio de dicho sistema en cuanto tal, pues lo
sacan del contexto al que pertenece. El aplicar criterios de este tipo
dentro del estudio de Plotino es un ejercicio claramente anacrónico.
Dentro de los criterios asumidos, Stern-Gillet señala que la
presunción básica refiere a que todo sistema ético debe de referir a los
otros; de acuerdo con este primer supuesto, un sistema ético “válido”
debe activamente dejar de lado el individualismo concomitante al ser
humano y, consecuentemente, dirigirse enfáticamete hacia el bien
común:
La función de la ética es presentar principios de cuya aplicación se espera que
promuevan el bien común mediante el equilibrio de los intereses de aquellos
que son propensos a resultar afectados por las decisiones y acciones que los
seres humanos cometen en el curso de su vida diaria. Esta presunción básica
está enraizada en la creencia, consciente o no, de que la parcialidad por el yo
es un rasgo humano fundamental que, como tal, debe ser restringido y
controlado si es que los humanos deben mostrar la debida preocupación por
uno por otro y por las otras formas de vida que comparten el planeta con
ellos.250
Aunque –como explicita la irresolución entre las críticas de Dillon y las
réplicas de autores como Remes y Schniewind– no resulte claro a
primera vista si en los textos de Plotino hay o no una preocupación de
parte del sabio por los otros y, en general, por el mundo exterior, sí es
evidente que estas suposiciones son extrañas al esquema de
pensamiento plotiniano. Además, las otras suposiciones que Stern-Gillet
acusa se derivan de esta primera. Por un lado, señala que en la
250 Cfr. Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», p. 404. La traducción
desde el inglés original es propia.
146
mentalidad contemporánea los deberes hacia uno mismo y la
preocupación por la plenitud personal individual –que corresponden a
la segunda y tercera presunciones– presentan al estudioso de Plotino
preguntas que las Enéadas no son capaces de responder por sí solas por
el simple hecho de que no se encontraban en el ideario de la Antigüedad
tardía en la que fueron escritas. Además, estas suposiciones no toman
en cuenta la importancia que el desarrollo metafísico sobre el cual se
articulan. Stern-Gillet argumenta que es solo dentro del marco
conceptual dado por el desarrollo metafísico plotiniano que las
reflexiones éticas cobran algún sentido, de otro modo permanecen
ininteligibles.251 Por esto, es que resulta necesario exponer –como ya se
hizo– el sistema cosmológico plotiniano antes de siquiera presentar sus
tesis éticas.
5.3 Análisis y respuesta a la crítica contemporánea
J. M. Dillon es un representante paradigmático de la primera
categoría de críticas que Stern-Gillet tematiza en su artículo Plotinus on
metaphysics and morality y que muestra como características dentro del
estudio académico contemporáneo del tema. Según lo expuesto en su
artículo An ethic for the late antique sage, Dillon afirma que la propuesta
ética de Plotino es insuficiente porque –en su preocupación por la
contemplación noética de las realidades divinas– no da una guía
práctica suficiente para el hombre común.252 Pregunta Dillon: «¿Hasta
251 Cfr. Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», pp. 403-406. 252 Cfr. Dillon, J. M. «An ethic for the late antique sage» en The Cambridge Companion
to Plotinus, ed. Lloyd. P. Gerson, U.S.A.: Cambridge University Press, 1999. p. 318.
147
qué punto, debe preguntarse, tiene de hecho Plotino una teoría ética?
Esta puede parecer una pregunta absurda, incluso perversa, pero pienso
que se verá que tiene un punto. Por supuesto, Plotino tiene una postura
ética.».253 Dillon reconoce el ideal de deificación presente en Plotino y
reconstruye el sistema a partir de los tratados éticos de la primera
enéada. Sin embargo, esto no basta a Dillon para una valoración positiva
de la propuesta ética Plotiniana; no la considera una teoría, sino una
simple “postura”.
Dillon aclara que la consideración de la virtud realizada por
Plotino –quien las separa entre “purificantes” y “cívicas” o “vulgares”–
no basta para la acción cotidiana del ser humano. Además, muestra que
en los escritos de Plotino no está plasmada una preocupación por las
relaciones del hombre con sus congéneres. Dillon indica que «esta
persecución de la unión [noética] con Dios −misma que es la única forma
de actividad ética aprobada por Plotino− no deja mucho espacio para la
interacción preocupada con nuestro prójimo humano, para aquello que
constituye el área tradicional de la ética».254 Dillon señala también que la
postura de Plotino no es realmente platónica en el sentido en que para
Platón la preocupación política es central. Como se mostró en el capítulo
II, el proyecto platónico culmina en la postulación política de República.
En lo que concierne a Platón, Plotino siempre se preocupó por permanecer
fiel a sus enseñanzas y cualquier desviación de ellas debe atribuirse al
descuido. No obstante, su clara distinción entre el intelecto y el alma y su
253 Dillon, «An ethic for the late antique sage», p. 315. La traducción desde el inglés
original es propia. 254 Dillon, «An ethic for the late antique sage», p. 323. La traducción desde el inglés
original es propia.
148
igualmente fuerte separación del alma y el cuerpo animado, parecen de hecho
darle una perspectiva algo distinta. En particular, la doctrina de los dos
grados de virtud, la “cívica” y la catártica, aunque se construye sobre
distinciones realizadas por Platón, particularmente en el Fedón, no se puede
encontrar como tal en Platón.255
Dillon apela a la distinción con la propuesta platónica para desestimar
el proyecto plotiniano, sin embargo, es justamente la relación de este con
aquella lo que da sentido y validez al sistema plasmado en las Eneádas.
Es cierto que Plotino se aleja de la intención política que Platón sí
expresa, pero debe de hacerse notar que sí es fiel al esquema general
platónico. Más allá de que derive su directriz principal de la digresión
del Teeteto, se debe reconocer que Plotino se adhiere a la estructura
platónica elemental. Como se mostró en la reconstrucción del Capítulo
II, la intención platónica es principalmente eudaimónica −al enfocar la
acción buena hacia la felicidad− y el contexto político es meramente un
instrumento para el acceso a la vida feliz; la vida virtuosa en la ciudad
permite la vida virtuosa del individuo. En ese sentido, el castigo, la ley
y el gobierno en general están enfocados a promover la felicidad de los
ciudadanos. Plotino se adhiere también a este ideal, sin embargo,
reconoce que, a diferencia de lo que Platón considera, el individuo
puede alcanzar la felicidad de manera individual. De hecho, sólo de
manera individual puede el hombre llegar a la actividad intelectiva que
Plotino afirma para el hombre feliz y que Platón adjudica al estrato más
noble de la ciudad.
255 Dillon, «An ethic for the late antique sage», p. 331. La traducción desde el inglés
original es propia.
149
Plotino reconoce la importancia del alma y el valor del castigo para
ello −como Platón hace en Eutidemo, Alcibíades Primero y Gorgias−; es por
ello por lo que postula la necesidad de las virtudes cívicas y catárticas
en orden a la purificación. Sin embargo, no expresa la necesidad política
para llevar a cabo tal purificación. Contrario a lo que piensa Platón,
Plotino da cuenta de que el ámbito político no sólo no lleva a la felicidad,
sino que, en tanto está bajo la influencia de la materia, tiende a ser
obstáculo para ella. Plotino se adhiere a los objetivos platónicos y los
lleva a sus últimas consecuencias; es él quien busca el acceso certero a la
felicidad. No se preocupa por la justicia, pues reconoce que ella, como
todas las virtudes, sólo tienen lugar en el ámbito ético en tanto que
permiten alcanzar la vida dichosa. La lectura de Platón del Capítulo II
permite notar cómo lo más importante para Platón es el cuidado del
alma; la virtud como realidad política −la preocupación platónica por los
otros− se da sólo en el contexto de alcanzar la felicidad. De este modo,
la teoría plotiniana busca el mismo objetivo y lo adquiere de modo
análogo, a saber, busca la felicidad mediante el acceso a una vida plena
gracias al ejercicio de la virtud.
Aunque en su análisis de la ética plotiniana Dillon reconoce que
Plotino tiene una postura ética, no la considera una teoría ética firme. La
clasifica de la siguiente manera:
El sistema ético plotiniano es, entonces, como he dicho, uno no vinculante,
centrado en el individuo y que remite a lo que está más allá del mundo. Si
nosotros sentimos que una teoría ética debe incluir un elemento de
150
preocupación por los otros por ellos mismos, entonces, creo yo, no puede
decirse que Plotino tenga una teoría ética.256
Dillon reconoce que la presunción de que todo sistema ético, para ser
considerado como una teoría satisfactoria, deba incluir una
preocupación por los derechos y necesidades del otro puede ser una
exigencia inapropiada para un sistema como el plotiniano. Sin embargo,
acierta en su diagnóstico del sistema como un todo. Es cierto que Plotino
no establece que deba de existir una preocupación activa por el destino
de los congéneres; incluso, la preocupación por uno mismo, si no está
bien dirigida, tampoco es correcta. Como quedó claro en el capítulo
anterior, el objetivo de la ética plotiniana es el acceso a la felicidad, el
ejercicio de la vida perfecta, mediante la actividad intelectual; sólo las
realidades divinas son suficientes para garantizar la felicidad y la
búsqueda de justicia en el orden político −como se debe entender la
preocupación por los otros en tanto que sí mismos− no refiere a la
divinidad sino a lo corpóreo, a lo que está contaminado con la materia.
No es sorprendente que Plotino desprecie la actividad política. Lloyd P.
Gerson ilustra el proceder plotiniano al indicar la intención del autor de
las Éneadas de acuerdo con su dependencia platónica y su relación con
Aristóteles.
Una consecuencia rara vez reconocida de la lectura aristotélica que Plotino
hace de Platón concierne a la relación entre la ética y la política. Mientras que
Aristóteles piensa que la ética es simplemente ciencia política, no reconoce
que sea así el caso para Platón. Sus críticas en la Política del aspecto político
de República son completamente independientes de aquellas que postula al
256 Dillon, «An ethic for the late antique sage», pp. 331-332. La traducción desde el
inglés original es propia.
151
respecto del aspecto ético en Ética a Nicómaco. Siguiendo a Platón al modo en
que Aristóteles se lo presenta, parece que Plotino no puede concebir en juzgar
las afirmaciones éticas de acuerdo con criterios políticos. Pienso que existe
además otra razón para esto. El estado ideal del individuo para Plotino es uno
en el cual se encuentre liberado del cuerpo. La comunidad de individuos
descarnados en actividad contemplativa es definitivamente no política.
Entonces, la filosofía política, aunque no sea exactamente irrelevante, sí está
definitivamente subordinada a la ética. Supongo que esto es también
verdadero para Platón, aunque no sea tan explícito en sus escritos.257
Plotino, quien concibe a Aristóteles como el primer gran platónico, no
tiene problema en seguir la lectura aristotélica de Platón. En ese sentido,
es fiel, como indica Gerson, al núcleo de la enseñanza platónica según
se expresa en la digresión del Teeteto y como se atisba en la
reconstrucción eudaimónica del Capítulo II.
La discusión con Dillon exige, por tanto, una discusión meta-ética.
¿Qué es lo propio de un sistema ético? Habiendo establecido las
características generales de estos, se podrá determinar si la propuesta
plotiniana debe ser despreciada o considerada como tal. El mismo Dillon
reconoce esta dificultad al indicar la necesidad de establecer tal criterio
meta-ético, aunque también muestra el reto que puede representar para
quien intente llevar a cabo la tarea presente.
No es claro, después de todo, que un sistema ético necesite involucrar más
que un conjunto de principios que regulen nuestro comportamiento y
nuestras actitudes hacia nuestros congéneres, hacia las criaturas vivientes en
general o, incluso, hacia el ambiente inanimado, sin especificar los motivos
que gobiernan un comportamiento tal. Nosotros podemos observar a Plotino
[según sus referencias biográficas] comportándose en la práctica con cortesía
257 Gerson, Plotinus, p. 185. La traducción desde el inglés original es propia.
152
admirable, con consideración y haciendo gala de un espíritu público, pero
hay que reconocer también que, ultimadamente, todo lo que en verdad le
interesa es −como lo expreso en su última declaración registrada, realizada en
su lecho de muerte a su amigo y doctor Estoquio− que pudiera “retornar al
dios dentro de él hacia lo que hay de divino en el universo”.258
Dillon acierta en su diagnóstico de la postura ética plotiniana; lo que
verdaderamente importa es la identificación con la divinidad. Sin
embargo, la posición de Dillon puede cuestionarse en dos aspectos. En
primer lugar, existe el compromiso político de su concepción sobre lo
que un sistema ético es; en segundo lugar, pretende atenerse a las
evidencias biográficas para defender el sistema. Es problemático
analizar un sistema ético a partir de las curiosidades biográficas de
alguno de sus promotores; de hacerlo, no se juzgaría un criterio, sino un
actor y una serie de acciones particulares, sin esclarecer el criterio
establecido. Pretender juzgar la propuesta de Plotino a partir de su vida
implica analizar un sistema ético utilizando como criterio otro. Además,
significa no respetar la independencia del texto con respecto a su autor;
en estricto sentido, no se considera la propuesta plotiniana, sino a
Plotino. ¿Es relevante que Plotino haya vivido o no de acuerdo con sus
indicaciones? No, mientras la preocupación sea el valor del sistema, lo
importante es el contenido de este.
Del mismo modo en que se peligra al tratar de defender o atacar
una propuesta ética a partir de un análisis de las condiciones biográficas
del autor que lo propone, es también problemático juzgar un sistema
ético a partir de las estipulaciones de otro. Ahí reside el segundo aspecto
258 Dillon, «An ethic for the late antique sage», p. 332. La traducción desde el inglés
original es propia.
153
cuestionable de la evaluación de la propuesta plotiniana que Dillon lleva
a cabo. Como señala Stern-Gillet, Dillon no puede desprenderse del
presupuesto de que, para que un sistema ético pueda llamarse tal, debe
señalar como buena la preocupación activa por los otros. Dillon
reconoce la necesidad de una discusión meta-ética −aquella que pueda
determinar qué es un sistema ético− pero no sigue tal línea
argumentativa.
¿Qué es, pues, un sistema ético? Para dar una caracterización
correcta, es necesario responder antes a otra pregunta: ¿Qué es la Ética?
Habiendo dado una respuesta satisfactoria a lo que la Ética −como
disciplina− busca, es que se puede admitir que se ha encontrado un
sistema ético. La Ética, en su sentido más general, indica al hombre qué
es lo que debe hacer, cómo debe de comportarse. Si después se busca
indicar “por qué” o “para qué” debe de actuarse, entonces se da pie a
caracterizaciones éticas; la respuesta al “por qué” da pie a las teorías
deontológicas, mientras que la consideración de un “para qué” de la
actividad humana lleva a una consideración eudaimónica −o
telelológica− de aquello que debe hacerse. Si se admite tal presupuesto,
no es necesario suscribir que para todo sistema ético sea imprescindible
que dentro de sus propuestas incluya una inamovible cláusula en favor
del bien común. Un sistema ético sólo necesita establecer normas de
comportamiento para poder considerarse como tal. Claramente, la
propuesta plotiniana coincide con la estipulación de un sistema
eudaimónico o teleológico, pues indica qué es lo que debe de hacerse
para conseguir un fin determinado, en este caso, la deificación. La crítica
de Dillon sólo procede si se admite una definición más estrecha de lo
que es un sistema ético, es decir, si no se rechaza el prejuicio moderno
154
que Stern-Gillet acusa. De este modo, el valor de un sistema ético se
determina a partir de la capacidad que tiene para guiar al agente según
el criterio postulado. Si lo que se busca es un fin, el valor está en la
capacidad de consecución del fin dado. Si se pretende actuar de acuerdo
con un criterio deontológico, el valor de un sistema cualquiera debe de
seguir a la adhesión al criterio del deber.
Evidentemente, el valor de un sistema ético dado no se juzga sólo
en función de sus objetivos, sino de su coherencia. En esa línea se
desarrollan el segundo grupo de críticas contra la propuesta ética
plotiniana. La segunda categoría que Stern-Gillet presenta es aquella
que caracteriza al sistema ético plotiniano como “negativo”. Paul Plass
defiende esta tesis en su artículo Plotinus Ethical Theory y es apoyado por
Richard Bodéüs en el texto L'Autre Homme de Plotin. Stern-Gillet resume
sus posturas al establecer que la negatividad en el sistema moral de
Plotino se encuentra en su consideración de la virtud y el proceso de
purificación que propone Plotino a través de esta.
La negatividad surge −indica Plass− más claramente en dos puntos: la
devaluación de Plotino de la virtud convencional y la naturaleza de sus
propios principios ético-metafísicos. Lo primero es un rasgo tradicional del
platonismo desde la crítica de Platón de la virtud “demótica”. Los segundos
son más complejos y le permiten a Plotino reformular la virtud en dos
aspectos íntimamente relacionados: la verdadera virtud aparece como
empíricamente vacía y altamente genérica.259
El dualismo plotiniano, indica Plass, elimina el contenido posible de la
acción del virtuoso. La verdadera preocupación del “sabio” [σπουδαῖος]
259 Plass, P. «Plotinus Ethical Theory» en Illinois Classical Studies, Vol. 7, No. 2 (otoño
1982), pp. 244. La traducción desde el inglés original es propia.
155
–deducida del sistema metafísico– no está para Plotino en el mundo
presente, sino en una realidad trascendente que invalida la acción
espaciotemporal. El agente moral plotiniano –piensa Plass– se queda sin
objeto sobre el cual actuar.
La preocupación de Bodéüs es similar a la de Plass. El desprecio
del mundo sensible que se sigue de la consideración metafísica
plotiniana de la materia implica un distanciamiento moral en el cual el
mundo sólo puede tener una consideración negativa.
Para Richard Bodéüs la negatividad es más aparente en la concepción de
Plotino del proceso de purificación que indica que el alma encarnada debe
llevar a cabo antes de comenzar su ascenso hacia lo Inteligible. Ya que el alma
que se purifica es una que se libera a sí misma, en la medida de lo posible, de
la influencia del cuerpo, se sigue que la vida moral plotiniana, de acuerdo con
la estimación de Bodéüs, consiste en hacerse a uno mismo insensible al
sufrimiento del cuerpo, el de uno mismo y, todavía más, del de otros. Debe
convertirse [el alma] en “una persona, por así decirlo, diferente por completo
del compuesto de cuerpo y alma que la mayor parte de los seres humanos se
consideran ser”.260
La acción del hombre moral parece –de acuerdo con Plotino– un mero
desprecio de sí mismo; Bodéüs critica el que la consecución del fin –la
reunificación (mística o noética) con el primer principio– implique el
desprecio de uno mismo y de los otros. Sin duda resulta extraño que uno
deba de dejar de ser quien es para poder alcanzar su fin.
260 Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», pp. 397-398. Cfr. Bodéüs, R.
«L'Autre Homme de Plotin» en Phronesis, Vol. 28, No. 3 (1983), pp. 256-264. La
traducción desde el inglés original es propia.
156
La crítica de Bodéüs y Plass −reminiscente de la formulada por
Friedrich Nietzsche en contra de la filosofía platónica y el dogma
cristiano− reclaman el valor de la vida presente sobre cualquier otro. La
“negatividad” que afirman como característica de la filosofía plotiniana,
aquella que es la marca del sabio, es en realidad, herencia de la tradición
platónica. Consecuencia del dualismo inherente al platonismo clásico, el
rechazo del mundo sensible, de la vida presente, es sólo otra de las
maneras en que Plotino se adhiere a Platón. Se deriva en gran medida
de sus postulados metafísicos, pero depende ultimadamente de la
identificación que la tradición platónica realiza entre el sujeto y el alma.
Si el hombre es su alma, entonces el criterio de acción es la vida del alma,
no la vida del compuesto. Hay que considerar también la relación
establecida entre el mal y los cuerpos; Lloyd Gerson −suavizando la
“negatividad” plotiniana y ateniéndose a la distinción plotiniana entre
el mal metafísico y el moral o “vicio”− refiere a la relación entre el alma,
el cuerpo y el mal no como mala por sí, sino como condición de
posibilidad del mal.
Pienso que la manera correcta de presentar esta doctrina es decir que, porque
el alma adquiere un cuerpo, entonces la ocasión para el mal surge, en lugar
de establecer que los cuerpos son malignos. Y así como la adquisición de un
cuerpo es la ocasión para el mal, la manera de escapar del mal es mediante el
escape del alma desde el cuerpo […]. El tener un cuerpo no implica
invariablemente la presencia o siquiera la realización del mal en la persona.
[…]. Una persona experimenta del mal en la medida en que se identifica con
el cuerpo animado.261
261 Gerson, Plotinus, p. 193. La traducción desde el inglés original es propia.
157
Es comprensible que Plotino, siguiendo a Platón, califique a la vida
corpórea y la virtud que le concierne como un mal necesario. Si el
destino del hombre no está en su perfección en tanto que encarnado,
sino que su condición corpórea limita su pretensión de plenitud y, por
tanto, de felicidad, entonces es congruente con el desprecio de la vida y
que adopte la actitud que Plass describe como una vida de rutina, casi
irrelevante, a la cual atiende como un espectador en el teatro.262
Al respecto habrá quien, como Bodéüs y Plass, aludirán que el
planteamiento eudaimónico plotiniano pierde su valor porque está
referido a una realidad escatológica; se debe buscar la felicidad ahora,
no en un supuesto y beatífico más allá. Esta objeción tiene su respuesta
en la correcta consideración de la propuesta plotiniana. Por un lado, es
cierto que el proyecto plotiniano no es fácil de alcanzar y que implica
una separación de lo corporal que sólo se da plenamente al momento de
la muerte. Por el otro lado, también es cierto que el proyecto plotiniano
es el único que busca la felicidad a un tiempo que protege contra la
infelicidad. Como se dejó en claro en el capítulo IV, los estoicos buscan
solamente la ataraxia y la tradición peripatética no puede enfrentarse a
las variaciones impredecibles de la fortuna; el sabio plotiniano, en su
rechazo del cuerpo en favor de una vida perfecta y feliz, no sólo logra
participar de la felicidad divina, sino que en ella encuentra su refugio
contra la infelicidad terrena. Aunque el proceso de acercamiento a la
felicidad se asintótico, la ausencia de infelicidad es certera.
La negatividad que acusan Bodéüs y Plass es, en realidad, un
optimismo velado. Niega la vida presente, sí, pero lo hace en función de
262 Cfr. Plass. «Plotinus Ethical Theory», p. 254.
158
una vida verdadera −a la cual llama la naturaleza del hombre− y en la
que el hombre encuentra su verdadero yo en acto y no sólo en potencia;
en esta vida puede ser pleno, puede ser feliz. No debe dejar de notarse
que Plotino no restringe su planteamiento ético a un grupo limitado de
elegidos, sino que parece estar abierto a cualquiera que decida
emprender la ruta dialéctica. Plotino es el verdadero optimista, es aquél
que, además de señalar el camino a la felicidad, invita a todos a tomarlo.
En cualquier caso, la crítica de Bodéüs y Plass debe de estar dirigida en
contra de los postulados metafísicos platónicos y no sólo oponerse a las
consecuencias éticas del sistema congruente plotiniano.
John M. Rist, autoridad en el estudio académico de Plotino, realiza
críticas al sistema ético plotiniano en la línea de la tercera categoría
apuntada por Stern-Gillet, a saber, encuentra en los postulados
presentes en las Enéadas contradicciones intrínsecas.
La teoría de la autosuficiencia del sabio −señala Rist− debería excluirlo de
todos los intereses comunes excepto de aquel de la enseñanza, mientras que
la teoría de la unión del yo con el Uno y el sumergimiento de nuestras propias
vidas y actividades en la vida y actividad del Uno debe llevar a una actitud
extrovertida de la personalidad a manera de creatividad en todos los
niveles… En teoría, este cuidado debería distraer al alma; pero, de nuevo,
teoréticamente le permitiría al alma llevar a cabo sus funciones de manera
plena.263
Rist apunta a que los requerimientos que Plotino presenta para la vida
del agente moral son, intrínsecamente, contradictorios. Por un lado, la
independencia del mundo que el sabio debe de mantener –en tanto que
263 Rist, J.M. Plotinus: The road to reality. U.K.: Cambridge University Press, 1967. p.
167. La traducción desde el inglés original es propia.
159
está unido a la divinidad por el proceso místico o noético– parece
eliminar la posibilidad de que la acción sobre el mundo tenga alguna
relevancia; la negatividad a la que apuntaban Bodéüs y Plass juega un
papel importante en la interpretación de Rist. Por otro lado, Rist indica
que las consecuencias de la unión con el Uno –de acuerdo con los
postulados metafísicos que la sustentan y requieren– implicaría al
hombre involucrarse creativamente con su vida y con el mundo justo de
la manera en que la independencia propia del sabio impide. Estos
requisitos contradictorios son los que llevan a Rist a desestimar la
propuesta ética de Plotino. El resultado de estas críticas y las
anteriormente presentadas es que, como lo señala Stern-Gillet, «Dentro
de lo que cabe, entonces, por una razón u otra, la interpretación recibida
al fin del siglo pasado tendía a ser que la ética de Plotino es unilateral o
insatisfactoria de otros modos».264
De todas las críticas al sistema plotiniano, las más relevantes son
aquellas que siguen la línea de Rist. Independientemente de que Rist
acierte o no en su valoración del sistema plotiniano, la falta de
congruencia o efectividad de una propuesta ética cualquiera es la mejor
forma de desestimarla. Ya sea de carácter deontológico o eudaimónico,
un sistema ético encuentra su valor en su capacidad de establecer un
criterio de acción congruente; la contradicción de alguna de sus
premisas o consecuencias prácticas implicaría la desestimación
inmediata de dicho sistema. Rist apunta a una contradicción entre la
vida interior y la vida exterior del alma, misma que implicaría la caída
264 Stern-Gillet, «Plotinus on metaphysics and morality», p. 398. La traducción desde
el inglés original es propia.
160
del sistema sobre sí mismo; no se puede buscar la purificación absoluta
del alma respecto a la corporalidad y además invitar a la acción exterior.
Además de esta, en Plotino se pueden encontrar múltiples
contradicciones aparentes, algunas de ellas son las siguientes: ¿cómo es
posible que el ser humano se dedique a la vida contemplativa sin
involucrarse en la política si un ambiente sociopolíticamente estable es
necesario para el desarrollo de la educación al grado que requiere
Plotino? Por otro lado, ¿cómo puede el hombre estar llamado a huir del
mundo sensible si el destino del Alma se concreta a la información
perenne del caos en el mundo sensible?
La respuesta a todas estas aparentes contradicciones se encuentra
en la correcta subordinación de actividades de acuerdo con el esquema
metafísico plotiniano. Es cierto que, como apunta Rist, el alma posee una
dimensión creativa −análoga a la capacidad productiva del Uno− por la
cual se involucra con su medio; sin embargo, esta actividad es
secundaria con respecto a la contemplación intelectiva de las Formas
contenidas en la Inteligencia. Gerson clarifica el criterio de valoración
moral plotiniano al establecer el orden de relación metafísica.
La proximidad con el Uno, entendido bajo el aspecto del Bien, es el criterio
objetivo de la evaluación moral. En tanto que las acciones, personas y cosas
sean susceptibles de evaluación moral, son juzgadas como buenas o malas,
correctas o incorrectas, en relación unas con otras y en dependencia de su
cercanía al Uno. Aquello que produzca y fomente el acercamiento hacia el
primer principio es evaluado de manera positiva; aquello que realice lo
contrario es evaluado negativamente. Todo lo distinto del Uno puede ser
juzgado en función de si ha sido hecho más unitario o de si su actividad lo
acerca cada vez más a la unidad. Específicamente, todo aquello que no es un
alma es acercado al Uno por la imposición de la forma; todo aquello que posee
161
un alma se aproxima al Uno hasta el punto en que se identifica con el
Intelecto, es decir, con la vida auto-reflexiva del Intelecto. Consecuentemente,
dado que la forma llega a lo inanimado por medio del alma, Plotino puede
afirmar que las cosas sin alma son dirigidas al primer principio al ser dirigidas
hacia el alma, mientras que el alma está dirigida hacia el Bien por medio del
intelecto.265
De este modo, la actividad creativa a la que refiere Rist como
intrínsecamente contradictoria dentro de las exigencias contemplativas
del sistema ético plotiniano sólo es consecuencia de la convivencia del
alma con lo corpóreo. Participa el alma humana de esta actividad
productiva en dos niveles. En primer lugar, actúa creativamente como
parte del Alma hipostática, aquella que verdaderamente pretende imitar
al Uno en su productividad, aunque ello implique su hamartía. En
segundo lugar, el hombre individual puede dirigir las realidades
inanimadas hacia la unidad metafísica, aunque en realidad no le sea
necesario y signifique una actividad nimia al momento de compararla
con la imprescindible acción contemplativa. Para Plotino, el hombre no
está restringido a su actividad intelectual, pero alejarse de ella es
precisamente lo que le impide alcanzar la felicidad. Puede acercar lo
demás hacia la unidad, pero sólo será bienaventurada su acción si logra
acercar a su propia alma hacia las realidades divinas. Las artes, por
ejemplo, sólo sirven dentro del esquema ético como instrumento para
acercar al hombre hacia la belleza superior.
Dentro de la línea argumentativa que desvincula al hombre feliz
de la actividad “mundana” cabe señalar que cualquier acción enfocada
a aquello que Plotino refiere como “supervivencia” está ordenada a la
265 Gerson, Plotinus, p. 186. La traducción desde el inglés original es propia.
162
plenitud de la vida humana. Así, el hombre no está llamado a establecer
un orden social, sino a garantizar lo mínimo necesario para su cuerpo
en orden de permitir la contemplación. Lloyd Gerson ilustra esta
relación de subordinación al aclarar la prioridad de la felicidad como
criterio de acción.
[Plotino] dice que el hombre feliz deseará (ἐθέλει)lo necesario no porque sea
instrumental para la felicidad, sino porque son instrumentales para su
existencia (τὸ εἶναι). Obviamente, Plotino se refiere a la existencia del
compuesto, pues aquello que es necesario [para la existencia] no mantiene
ninguna relación con la existencia del individuo no encarnado. Con todo, ¿por
qué el hombre feliz habría de preocuparse por la existencia del cuerpo
animado que él gobierna? En realidad, no se preocupa por ella en lo absoluto.
No obstante, la participación −activa o pasiva− en la disolución [del
compuesto] indica un defecto emocional como lo son la consternación o la ira.
También es signo de un arrogante adelanto a la providencia. Finalmente,
termina la posibilidad de cualquier mejoramiento moral.266
Todo, indica Plotino, debe de regirse según el criterio eudaimónico; sólo
aquello que contribuya al acceso al bien superior −la vida perfecta− debe
de buscarse y debe de buscarse según el orden de subordinación que
permita el acceso a tal fin. Buscar activamente la muerte en el suicidio, o
alcanzarla pasivamente mediante una negligencia en el cuidado del
compuesto no es signo de una preocupación por la subordinación de la
actividad corporal a la vida contemplativa, sino que señala una
concentración de la atención en el compuesto y en lo que ello implica,
misma que es contraria a la vida del sabio. El verdadero hombre
266 Gerson, Plotinus, p. 190. La traducción desde el inglés original es propia.
163
virtuoso debe desatenderse del cuerpo tratándolo como un mal
necesario y temporal, siempre apuntando a lo divino y superior.
●●●
En más de un sentido, la propuesta ética plotiniana es complicada.
Depende por completo de sus postulados metafísicos y puede parecer,
en un principio, contraria al sentido común. Sin embargo, la crítica
contemporánea que desprecia la propuesta moral plotiniana e indica
que no es propiamente un sistema ético yerra en tanto que no considera
el panorama completo. Efectivamente, no se pueden entender los
postulados plotinianos sin considerar también su bagaje metafísico,
pues son precisamente los fundamentos metafísicos aquellos que dan
sentido y relevancia al sistema ético. Este capítulo pretendió mostrar la
relevancia de la teoría ética plotiniana mediante la recuperación de las
diferentes críticas que autores contemporáneos como Dillon, Plass,
Bodéüs y Rist hacen al planteamiento de Plotino, mediante el
señalamiento de presupuestos modernos de los que estas críticas
dependen, y mediante el avance de una posible respuesta a cada tipo de
crítica. La fuerza del sistema plotiniano está en su congruencia, misma
que se entiende en la derivación y subordinación de principios éticos. Al
entender lo que pide del lector y al ejercer efectivamente una búsqueda
constante de la felicidad, podemos dar cuenta de la intención última de
las Enéadas: Plotino nos invita a que durante la vida y al momento de
nuestra muerte podamos «elevar lo que de divino hay en nosotros hacia
lo que hay de divino en el universo».267
267 Porfirio, Vida de Plotino [trad. Jesús Igal], 2. 25 ss.
164
165
Conclusión
Esta investigación está enmarcada por un objetivo doble. En primer
lugar, se propuso defender la relevancia del sistema ético plotiniano
frente a las críticas que académicos contemporáneos han realizado en su
contra. Para esto, se articuló a lo largo de los capítulos una narrativa que
contiene el proyecto moral de Plotino, fundamentándolo primero en sus
raíces metafísicas, después en su deuda platónica, para poder así
articularlo y después, confrontarlo a las otras escuelas de su época y a la
crítica contemporánea. En segundo lugar, se pretendió responder a
manera de corolario a la pregunta por la relevancia del pensamiento
ético plotiniano para el hombre en tanto que agente moral
contemporáneo, a esto corresponde el último apartado de la presente
sección.
La filosofía plotiniana puede entenderse como la yuxtaposición de
dos razonamientos complementarios dirigidos hacia un fin común.
Enfocado en la restitución del orden cosmológico apropiado, Plotino
pretende conducir al alma humana de vuelta a su origen. Busca,
166
mediante el ejercicio dialéctico y catártico, arrancar al alma de sus
cadenas corpóreas para restituirla en su estado pleno según la
naturaleza divina que le es propia. En esta línea, el primer discurso que
propone es de índole genealógica-metafísica: muestra al alma cuál es su
origen y, paralelamente, su verdadera dignidad. El segundo
razonamiento es de carácter ético, pues hacer dar cuenta al alma de su
condición precaria en tanto que encarnada; le encarece su vocación al
desprecio del mundo en favor de una existencia perfecta en comunión
con los principios divinos. Así, en aras a la vida perfecta, la labor
filosófica plotiniana se enmarca en esta intención de deificación del ser
humano. Sólo aquel hombre que viva según los principios superiores,
ajenos a la materia vil, sólo aquel que se desprenda de las
preocupaciones del cuerpo y fije su vista en lo primero, en lo bueno, en
lo bello, podrá vivir realmente. Sólo aquel que sea verdaderamente sabio
−verdaderamente humano− podrá ser feliz.
Plotino retoma la intención de deificación −del regreso del alma
hacia su lugar propio dentro del esquema cosmológico− de la tradición
platónica, en la cual está inscrito y a la cual se considera fiel. El
razonamiento doble que propone no es más que una reformulación de
la directriz marcada por Platón en el Teeteto. Ahí, Platón hace decir a
Sócrates que la verdadera labor del sabio es huir de los males del mundo
mediante un ejercicio de piedad −es decir, el conocer lo divino, aquello
de carácter metafísico− y de virtud. La acción virtuosa, el actuar como es
debido de acuerdo con el propósito que se persigue, depende de la
actividad inteligente en su plenitud máxima; requiere un ejercicio de la
capacidad intelectiva humana que esté dirigido hacia lo más alto, es
decir, las realidades divinas. Plotino sigue la línea platónica y muestra,
167
a través de su argumentación metafísica, aquello que se debe reconocer
como divino: los primeros principios según el esquema tri-hipostático.
El Uno, el Intelecto y el Alma son los principios divinos de la realidad y
hacia ellos debe regresar aquel que quiera ser feliz. Este regreso a la
deificación, a la unificación, sólo es posible para el hombre en la medida
en que viva una vida virtuosa. Según lo expresa Platón en el Teeteto, el
ejercicio de la justicia −paradigma de virtud− implica el orden adecuado
de la propia actividad para poder alcanzar la vida perfecta, la felicidad.
En el resto de sus diálogos, Platón desarrolla lo que expresa de
manera sintética en el Teeteto. Es en el Eutidemo donde reconoce el deseo
de todo hombre de alcanzar la felicidad, el estado perfecto de su propia
existencia; establece ahí la necesidad de actuar según el verdadero
conocimiento, la sabiduría, para poder evitar el error y, eventualmente,
lograr la vida feliz. El conocimiento necesario −indica Platón en el
Alcibíades Primero− no es otro que el conocimiento de uno mismo. El
consejo de la máxima délfica lleva a una doble piedad, pues es necesario
conocer a la divinidad para ver la propia alma reflejada en ella. Sólo en
la medida en que el hombre se conozca a sí mismo −a su alma, pues el
hombre no es más que su alma− podrá cuidar verdaderamente de sí; sólo
así podrá actuar virtuosamente. El cuidado de sí, el cuidado del alma,
implica una acción doble; por un lado −como apunta Platón en el
Gorgias− requiere la conversión intelectual desde el error teórico que es
causa de la equivocación de carácter práctico. Para evitar el primero es
valiosa la refutación dialéctica, para reparar los efectos de la
equivocación práctica es necesario el castigo. Según Platón, la acción
correcta sólo puede lograrse en un ambiente de orden, de justicia, en el
cual −como se muestra en la analogía entre el alma y la ciudad en
168
República− las diferentes partes del todo se adhieran a su lugar
correspondiente de acuerdo con la virtud. Este orden está determinado
por la acción contemplativa de la parte dominante sobre el todo; el resto
se gobierna según los preceptos de la sabiduría, según los resultados de
la contemplación.
En las Enéadas, Plotino retoma todas estas intuiciones platónicas y
las articula, según la intención de deificación presente en el Teeteto, en
su esquema ético-metafísico. El doble argumento anunciado al inicio del
tratado primero de la quinta enéada resume el esfuerzo plotiniano de
esclarecer al alma su camino ascendente y, más específicamente, de
encarecer su ascenso. De este modo, el planteamiento cosmológico
descendiente que pone en el Uno el principio de toda existencia y que, a
través de la procesión productiva de las hipóstasis inferiores Intelecto y
Alma, da una explicación del mundo material y contingente como lo
más alejado del principio supremo y, consecuentemente, como lo peor
en sentido metafísico. El alma humana, parte de la tercera hipóstasis, se
encuentra escindida según su doble condición entre la contemplación de
los contenidos intelectivos del Nous −su estado adecuado− y la
preocupación por la existencia material −resultado de su caída a lo
corpóreo−. Una vez que el hombre de cuenta del estado de alienación
encarnada en el que existe, en el cual la preocupación por lo inmediato
significa su continuo malestar, puede entonces volver y ascender hasta
su legítimo destino.
Plotino presenta su sistema ético de ascenso hacia lo divino en el
marco de la asimilación del alma con los principios superiores. Recupera
el antecedente platónico eudaimónico para establecer la relación lógica
169
y causal entre la pretensión de felicidad, el buen actuar y el cuidado del
alma. Supone el camino trazado por Platón y propone un camino hacia
la felicidad según los criterios de piedad y de justicia. El hombre necesita
conocer lo divino para poder volver a ello; en concreto, en la medida en
que el hombre conozca lo divino es que volverá a ello. Así, la piedad −en
sentido de actividad metafísica-contemplativa− sólo puede tener lugar
en la medida en que la justicia haya purificado al hombre de sus vicios.
Del mismo modo, sólo se puede ser feliz al existir en un estado de pureza
catalizado por el conocimiento de orden metafísico. Este ascenso
complementario, teórico y moral, permite la vida perfecta del alma,
aquella según la actividad contemplativa pura según el origen
hipostático.
La actividad racional, propia de la potencia más perfecta del
hombre y acto específico del alma, implica la plenitud de la existencia
humana. La asimilación a la Inteligencia −principio de vida para el
Alma− en cuanto su acción, otorga al alma la capacidad de actualizar
verdaderamente su existencia. Mientras que el hombre vicioso −aquél
que vive preocupado por y ocupado en las cosas del mundo material−
es sólo potencialmente hombre, el sabio plotiniano lo es en acto perfecto.
Así, el desprecio del cuerpo, de aquello que se es en apariencia, permite
al hombre verdaderamente ser.
El garante metafísico de la felicidad del sabio plotiniano −aquel
que le permite alcanzar la vida perfecta− y su conciencia de la necesidad
del desprecio de lo material, le permiten afrontar las condiciones
cotidianas de su existencia corpórea. Por un lado, le lleva a considerar al
placer corporal como una mera distracción propia de la materia;
170
reconoce que no es el placer físico el criterio último de felicidad, sino que
este es en verdad la racionalidad. Sin embargo, no elimina tampoco la
posibilidad de un cierto placer intelectual, concomitante a la actividad
de contemplación de lo intelectivo. Del mismo modo, el sabio plotiniano
no se ve contrariado por el sufrimiento físico o emocional que la
condición contingente del mundo parece necesariamente implicar. A
diferencia del sabio estoico, quien prefiere ignorar el sufrimiento que le
genera aquello que no le es propio para concentrarse en sí mismo, para
Plotino el virtuoso no es indiferente al sufrimiento, sino que
simplemente no lo considera como un mal. Según Plotino, el mal puede
entenderse como metafísico −entendido como multiplicidad cada vez
más distante del principio único− o como moral. El mal en sentido moral
es aquel que puede evitar la existencia plena del hombre, su felicidad.
Así, el sufrimiento no implica mal, porque no posee la capacidad de
mover al sabio en su estabilidad virtuosa; el vicio, por el otro lado, sí
puede precipitar al hombre hacia la preocupación por las cosas y hacerlo
abandonar su estado perfecto. El sabio plotiniano, en la medida en que
desprecia el cuerpo en favor de su existencia verdadera, el alma, no
presta atención al sufrimiento. En consecuencia, ningún evento externo
a su alma es factor en algún modo para la construcción o destrucción de
su felicidad. Plotino desprecia los criterios de riqueza, de linaje o de
fortuna propia o ajena como elementos constitutivos de la existencia
feliz. Tampoco admite una fuerza fatal que rija la actividad humana; su
noción de libertad está ligada a la efectividad de consecución del bien
de la que el agente moral sea capaz. Entre más pueda acercarse el
hombre a lo bueno, a lo uno y divino, más libre será.
171
En este contexto, Plotino reformula el proyecto eudaimónico
platónico para acomodar su enfoque ontológico. El trasfondo político de
la virtud presente en República se deja a un lado para dar paso a la
centralidad de la acción purificadora de la misma. Dentro de la teoría
plotiniana de la virtud, las virtudes cívicas se encargan de moderar al
cuerpo según una justa medida en tanto que el hombre existe
imperfectamente como compuesto. La preparación catártica por medio
de estas virtudes permite al hombre acceder a una virtud superior, la
sabiduría, epítome de la verdadera piedad. De este modo, es vital para
la ejecución de la propuesta plotiniana el trazo del camino de la virtud
hacia la divinidad y el reconocimiento de la motivación para seguirlo.
Dos son las formas por las que el hombre puede, en un primer
momento de reflexión ética, dejar de atender a la contingencia del
mundo para observar lo inmóvil e inteligible. En primer lugar y de
acuerdo con el interés latente en la alegoría platónica de la caverna, el
hombre puede ser direccionado hacia lo divino por algún otro hombre
quien, enseñándole mediante lo que Plotino llama “dialéctica”, hace que
vuelva su atención del orden en el mundo a la fuente de ese orden: los
principios intelectivos. En segundo lugar, el hombre puede ser llamado
a la contemplación de las realidades intelectivas por la admiración
natural que siente frente a lo bello. El paso de la belleza sensible a la
belleza inteligible y, después, al Uno como fuente de la Belleza, sigue en
paralelo al ascenso teórico del argumento metafísico. En concreto, la
persecución de lo verdaderamente bello arrastra al hombre a la
asimilación con la divinidad, donde la belleza reside. Una vez ahí, el
resultado es el mismo para el hombre virtuoso: alcanza su felicidad en
la vida perfecta.
172
Al considerar la propuesta ética plotiniana como un todo es que se
pueden valorar las críticas eruditas presentadas en su contra. Opiniones
como la de John Dillon, quien califica al sistema plotiniano como
“insuficiente, juzgan al sistema a partir de convicciones y presupuestos
meta-éticos que no tienen cabida en la visión plasmada en las Enéadas.
Dillon argumenta que un sistema ético debe de mostrar una clara guía
de acción para el hombre y que debe de incluir una clara preocupación
por el bienestar de los otros, sin embargo, esa caracterización restrictiva
de lo que una propuesta ética válida es está condicionada por la
preconcepción del bien para el hombre. Un sistema ético debe dirigir la
acción del hombre y, bajo esas pretensiones, la preocupación plotiniana
por la deificación es evidentemente de carácter moral. En cualquier caso,
un sistema ético debe ser valorado de manera independiente en cuanto
a su coherencia y, en algunos casos, efectividad; en el juicio deben de
abstenerse las consideraciones propias de propuestas éticas ajenas y las
implicaciones biográficas del autor.
Así, las críticas verdaderamente relevantes para el desarrollo
moral plotiniano proceden de autores como Paul Plass, Richard Bódeüs
y John Rist. Plass y Bódeüs señalan que el sistema de Plotino es
especialmente negativo en su consideración del cuerpo y la vida
encarnada. Sin embargo, al considerar la totalidad de las implicaciones
metafísicas del sistema plotiniano, se puede dar cuenta de la verdadera
intención del autor detrás de su desprecio de la materialidad. Plotino
niega el cuerpo y la vida presente porque inherentemente es imposible
alcanzar la felicidad en un estado material; sólo en la inmaterialidad del
alma desprendida del cuerpo es que existe la verdadera vida. Plotino no
desprecia la vida actual sin más, sino que apunta al verdadero objetivo
173
del hombre y, por otro lado, invita a la participación de él, de la
deificación, desde la vida encarnada.
Rist, por su parte, considera contradictorias algunas de las
aseveraciones morales de Plotino. Señala la imposibilidad de
convivencia entre la pretensión de asimilación con la unidad y la
actividad humana, poniendo especial énfasis en las implicaciones
creativas del hombre. Sin embargo, esta y otras contradicciones
desaparecen dentro del esquema jerárquico que Plotino presenta.
Evidentemente, el sabio no puede dedicarse a la contemplación
interiorizada y a la actividad exterior a un tiempo y en la misma medida,
pero sí puede hacerlas compatibles de acuerdo con el orden de
subordinación al que invita Plotino. Este orden sólo puede ser
comprendido dentro de las implicaciones del sistema metafísico tri-
hipostático descendiente; intentar desprender la ética de la metafísica
plotiniana no sólo imposibilita su comprensión, sino que destruye el
sistema por completo. Para Plotino, la ética implica a la metafísica y la
metafísica da sentido a la ética. Es tan importante el descenso metafísico
desde lo divino como el ascenso ético hacia la deificación. Sólo la
correcta consideración de ambos permite al hombre alcanzar la vida
perfecta, la vida feliz.
Más allá de la intención académica incorporada al primer objetivo
de esta investigación, es imperativo responder en un ejercicio reflexivo
−no erudito− a la pregunta por la relevancia de los postulados
plotinianos para el hombre contemporáneo. En verdad, el estudio de la
historia de la Filosofía −por más enriquecedor y placentero que pueda
ser− resulta estéril si no interpela de una manera u otra al hombre. Por
más que hayan sido paradigmáticos e influyentes en el desarrollo de las
174
ideas humanas, de nada sirve comprender los esquemas metafísico y
cosmológico que Plotino transmite en las Enéadas si de ellos no se obtiene
un correlato en la propia vida. Una mala paráfrasis de la segunda de las
Consideraciones intempestivas de Friedrich Nietzsche reclamaría por una
historia de la Filosofía para la vida. De este modo, después de exigir a
los textos plotinianos congruencia y verdad, es necesario preguntarnos
por el sentido que puede aportar el estudio de tales textos a la existencia.
En concreto, la filosofía plotiniana presenta al hombre dos
interrogantes clave en el marco del espíritu contemporáneo. En primer
lugar, establece la relación necesaria entre metafísica y necesidad. El
ideario actual, heredero de las críticas a la metafísica realizadas por
Hume, Kant y la filosofía de tradición analítica −particularmente
encarnadas en el llamado Círculo de Viena−, ha dejado de lado el
discurso metafísico. La explicación fundamental de la realidad se relega
a las ciencias positivas y la conversación de carácter metafísico, en
palabras de Heidegger: “la pregunta por el ser”, ha pasado a ser
caracterizada como mitología o, en el mejor de los casos, teología. No
obstante, la propuesta ética plotiniana invita a retomar tal tema de
diálogo. Al mostrarnos que la única garantía de la felicidad se encuentra
en las realidades metafísicas −divinas, en el lenguaje plotiniano−, Plotino
señala a todo aquel que busque verdaderamente la felicidad la
importancia de establecer un criterio metafísico. Por otro lado, la
importancia de la metafísica se revela también a quien pretenda
desestimar el proyecto ético plotiniano, pues −como se vio al momento
de analizar las críticas de Bodéüs y Plass en el capítulo V− el sistema es
coherente y deductivo; sólo desestimando el fundamento metafísico y
psicológico que Plotino adelanta en las Enéadas es que se lograría refutar
175
el sistema ético plotiniano. En cualquier caso, para aquél que le preocupe
la felicidad humana, Plotino le muestra la necesidad del discurso
metafísico.
La segunda interrogante que Plotino lanza al hombre
contemporáneo se cifra en la incompatibilidad que muestra entre la
felicidad individual y la justicia colectiva. A lo largo de la historia del
pensamiento, muchos han sido quienes han intentado armonizar ambos
criterios de acción a través de la acción política y el correcto
planteamiento de una teoría distributiva. Sin embargo, el desarrollo
plotiniano muestra que la felicidad puede alcanzarse sólo en la medida
en que la preocupación del hombre sea por su interioridad −por el
cuidado del alma típicamente platónico− y esto excluye las ocupaciones
políticas. Si el hombre se ocupa del bien corpóreo de los otros, su
identificación con la divinidad no tiene lugar; debe elegir entre lo justo
y su propia felicidad. El hombre contemporáneo se debe enfrentar a esta
interrogante y debe elegir un criterio último de acción: ¿es que debe
buscar la felicidad o procurar la justicia? Como muestra Plotino, es
imposible logar ambos.
Evidentemente, el reto para el hombre contemporáneo es el mismo
que para el pueblo de la Antigüedad dentro del cual Plotino se
desenvolvía. La propuesta plotiniana implica una reconsideración del
mundo, misma que debe llevar al individuo a dar cuenta de su lugar en
el orden total. Los escritos de Plotino no son más que una llamada de
atención que pide a la humanidad el dejar de concentrarse en lo
terrestre, en lo efímero y contingente, para poder así mirar al cielo, a lo
divino y encontrar su verdadero lugar, su destino y su felicidad.
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