Stormbreaker - Anthony Horowitz

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AAnntthhoonnyy HHoorroowwiittzz SSttoorrmmbbrreeaakkeerr

FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~22~~

TTrraadduucciiddoo eenn eell FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ppoorr eell aappooyyoo ddee::

Anne_Belikov, Izzy, Silvery, dani.shawn, Golden Rose, Gabby05,

Dham-love, Alec Lentner, Ckoniiytthanzaaw y Aya001

SSttaaffff ddee CCoorrrreecccciióónn::

María José, Xhessii, Annie_Swan, Čāяσł y Kanon ♪♫♪

SSttaaffff ddee TTrraadduucccciióónn SSOOSS::

cYeLy DiviNNa y ayaoo1

RReeccooppiillaaddoo yy RReevviissaaddoo ppoorr::

MMoonnaa

DDiisseeññaaddoo ppoorr::

AAnnjjhheellyy

GGrraacciiaass aa TTooddaass ppoorr ssuu aayyuuddaa ppaarraa

ppooddeerr rreeaalliizzaarr eessttee pprrooyyeeccttoo..

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~44~~

Índice

Sinópsis 5

Capítulo 1 6

Capítulo 2 13

Capítulo 3 21

Capítulo 4 28

Capítulo 5 38

Capítulo 6 46

Capítulo 7 55

Capítulo 8 63

Capítulo 9 70

Capítulo 10 81

Capítulo 11 88

Capítulo 12 97

Capítulo 13 104

Capítulo 14 110

Capítulo 15 117

Capítulo 16 121

Capítulo 17 128

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Sinópsis

C uando su tío muere en sospechosas circunstancias, Alex Rider encuentra,

a sus catorce años, que todo su mundo se ha puesto de cabeza. En apenas unos días

experimenta una transformación asombrosa: en poco más de una semana deja de ser

un estudiante para convertirse en un súper espía. Reclutado a la fuerza por el MI6, el

Servicio Secreto británico, Alex tiene que participar en los terribles ejercicios de

entrenamiento del Servicio Especial Aéreo Británico; después, armado con un completo

equipo personalizado de artilugios secretos, es enviado a su primera misión. Pero no se

trata de una misión cualquiera. Ha de desenmascarar a los asesinos de su tío y salvar a

todos los estudiantes de Inglaterra de una muerte segura.

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Capítulo 1

Voces Fúnebres

Cuando el timbre suena a las tres de la mañana, nunca son buenas noticias. Alex se

despertó al primer toque. Sus ojos parpadearon abriéndose, pero por un momento se

quedó completamente inmóvil en la cama, acostado sobre su espalda con la cabeza

apoyada en la almohada. Escuchó la puerta del dormitorio abrirse y el crujido de la

madera en cuanto alguien bajó por las escaleras. El timbre sonó una segunda vez, y él

miró su despertador encendido a su lado. Hubo un traqueteo cuando alguien deslizó la

cadena de seguridad de la puerta frontal.

Rodó fuera de la cama y se acercó a la ventana abierta, sus pies descalzos presionando

el pelo de la alfombra. La luz de la luna se derramaba sobre su pecho y hombros. Alex

tenía catorce años, ya tenía buena constitución, con el cuerpo de un atleta. Su cabello

corto, aparte de dos mechones gruesos que caían sobre su frente, era rubio. Sus ojos

eran serios y de color café. Por un momento permaneció en silencio, medio oculto entre

las sombras, mirando. Había un coche de policía estacionado afuera. Desde su ventana

del segundo piso, Alex podía ver el número de identificación de color negro en el techo

y las gorras de los dos hombres que estaban parados frente a la puerta. La luz del

porche se encendió y al mismo tiempo, la puerta se abrió.

— ¿Señora Rider?

—No. Soy el ama de llaves. ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?

— ¿Es ésta la casa del señor Ian Rider?

—Sí.

—Sería‖fabuloso‖si‖pudiéramos‖entrar…

Y Alex ya lo sabía. Lo sabía por la forma en que la policía estaba ahí, torpe e infeliz.

Pero‖ también‖ lo‖ sabía‖ por‖ el‖ tono‖ de‖ sus‖ voces.‖ Voces‖ fúnebres…‖ así‖ era‖ como‖ las‖

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describiría más tarde. La clase de voces que la gente usa cuando van a decirte que

alguien cercano a ti ha muerto.

Fue a su puerta y la abrió. Podía oír a los dos policías hablando en el pasillo, pero sólo

algunas palabras le llegaron.

—…en‖un‖accidente‖de‖auto…‖llamaron‖a‖la‖ambulancia…‖cuidados‖intensivos…‖nadie‖

pudo‖hacer‖nada…‖lo‖siento.

No fue hasta horas más tarde, sentado en la cocina, observando la luz gris de la

mañana sangrando lentamente a través de las calles del oeste de Londres, que Alex

pudo intentar darle sentido a lo que había pasado. Su tío, Ian Rider, estaba muerto.

Conduciendo a casa, su coche había sido golpeado por un camión en la rotonda de Old

Street y él había muerto casi instantáneamente. No había estado usando el cinturón de

seguridad, dijo el policía. De lo contrario, tal vez habría tenido una oportunidad.

Alex pensó en el hombre que había sido su único pariente desde que él podía recordar.

Nunca había conocido a sus propios padres. Ambos habían muerto en otro accidente,

este había sido la caída de un avión pocas semanas después de que él naciera. Había

sido‖educado‖por‖el‖hermano‖de‖ su‖padre‖ (nunca‖‚tío‛‖porque‖ Ian‖Rider‖odiaba‖esa‖

palabra) y había pasado catorce años en la misma casa adosada en Chelsea, Londres,

entre Kings Road y el río. Los dos habían sido siempre cercanos. Alex recordaba las

vacaciones que habían tomado juntos, los muchos deportes a los que habían jugado, las

películas que habían visto. No habían sido sólo familiares, habían sido amigos. Era casi

imposible pensar que no vería de nuevo a ese hombre, escuchar su risa, o torcer su

brazo para obtener ayuda con su tarea de ciencias.

Alex suspiró, luchando contra la sensación de dolor que de pronto lo había abrumado.

Pero lo que más le entristecía era la comprensión -demasiado tarde ahora- de que a

pesar de todo, nunca había conocido a su tío en absoluto.

Él era un banquero. La gente decía que Alex lucía un poco como él. Ian Rider siempre

estaba viajando. Era un hombre tranquilo y reservado al que le gustaba el buen vino, la

música clásica y los‖ libros.‖Alguien‖que‖no‖parecía‖tener‖una‖novia…‖en‖realidad,‖no‖

tenía amigos. Pero eso no era suficiente. No era una imagen de su vida. Era sólo un

pequeño boceto.

— ¿Te encuentras bien, Alex? —Una joven mujer había entrado a la habitación. Ella

estaba casi en los treinta con una extensión de cabello pelirrojo y una redonda cara de

niño. Jack Starbright era Americana. Había venido a Londres como estudiante siete

años atrás, alquilando una habitación a cambio de hacer los quehaceres de la casa y ser

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niñera, y se había quedado para convertirse en ama de llaves y en una de las

compañías más cercanas de Alex. A veces se preguntaba si Jack era la abreviatura de

¿Jackie? ¿Jacqueline? Ninguno de los dos parecía adecuado y una vez, cuando él le

preguntó, ella no había dicho nada.

Alex asintió. — ¿Qué crees que pasará? —Preguntó.

— ¿Qué quieres decir?

—Con la casa. Conmigo. Contigo.

—No lo sé. —Se encogió de hombros—.‖Creo‖que‖Ian‖habr{‖dejado‖testamento.‖―Dijo‖

ella—. Él habrá dejado instrucciones.

—Tal vez debamos ver en su oficina.

—Sí, pero no hoy, Alex. Tenemos que ir un paso a la vez.

La oficina de Ian era una habitación que recorría todo el largo de la casa, y era la más

alta. Era la única habitación que siempre había estado cerrada. Alex sólo había estado

ahí tres o cuatro veces, y nunca por su cuenta. Cuando era más joven, había fantaseado

que‖podría‖haber‖algo‖extraño‖ahí‖arriba…‖como‖una‖m{quina‖del‖tiempo‖o‖un‖OVNI.‖

Pero no era más que una oficina con un escritorio, un par de archiveros y estantes

llenos de papeles y libros. Cosas del banco, fue lo que Ian dijo. Aún así, Alex quería

subir ahí ahora.

—La policía dijo que no llevaba el cinturón de seguridad. —Alex se volvió para mirar a

Jack.

Ella asintió. —Sí. Eso es lo que ellos dijeron.

— ¿No te parece extraño? Tú sabes como era de cauteloso. Él siempre llevaba el

cinturón de seguridad. Ni siquiera me llevaba a la esquina sin que me pusiera el mío.

Jack lo pensó un momento, luego se encogió de hombros. —Sí,‖es‖muy‖extraño‖―dijo—

pero debe haber sido de la forma en que dijeron. ¿Por qué mentiría la policía?

El día se prolongó. Alex no había ido a la escuela a pesar de que, secretamente, hubiera

querido ir. Hubiera preferido escapar de vuelta a su vida normal, al sonido de la

campana que anuncia el inicio de las clases, la multitud de caras conocidas, en lugar de

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estar ahí sentado, atrapado dentro de la casa. Pero tenía que estar allí para los

visitantes que llegaron durante toda la mañana y el resto de la tarde.

Había cinco de ellos. Un abogado que no sabía nada sobre el testamento, pero parecía

encargado de organizar el funeral. El director de una funeraria que había sido

recomendado por el abogado. Un clérigo alto y anciano que parecía decepcionado de

que Alex se rehusase a llorar. Una vecina de la calle de enfrente ¿Cómo sabía ella

siquiera que alguien había muerto? Y finalmente un hombre del banco.

—Todos nosotros de Royal & General estamos profundamente conmocionados. —Dijo

él. Parecía tener treinta, y estaba vestido con un traje de poliéster y una corbata de

Marks & Spencer. Tenía la clase de rostro que uno olvida incluso mientras lo estás

mirando y él se presenta como Crawley, del personal—. Pero si hay algo que podamos

hacer…

— ¿Qué pasará? —Preguntó Alex por segunda vez en el día.

—No tienes de que preocuparte. —Dijo Crawley—. El banco se encargará de todo. Ese

es mi trabajo. Déjamelo todo a mí.

El día pasó. Alex mató un par de horas golpeando algunas bolas en la mesa de billar de

su tío y luego se sintió vagamente culpable cuando Jack lo encontró haciendo eso.

Pero…‖¿Qué‖otra‖cosa‖podía‖hacer?‖M{s‖tarde‖lo‖llevó‖a‖Burger‖King.‖Él‖estaba‖feliz‖de‖

salir de casa, pero ambos apenas hablaban. Alex supuso que Jack debía volver a

America. Ella ciertamente no podía quedarse en Londres para siempre. Entonces

¿Quién cuidaría de él? A los catorce, seguía siendo demasiado joven para cuidarse a sí

mismo. Su futuro parecía tan incierto que él prefería no hablar de ello. Prefería no

hablar de nada.

Y el día del funeral llegó y Alex se encontró a sí mismo vistiendo un saco oscuro y

pantalones de pana y se disponía a salir en un coche negro que había venido de

ninguna parte, rodeado de gente que nunca había conocido. Ian Rider fue sepultado en

el Cementerio de Brompton, en la carretera a Fulham, justo a la sombra del campo de

fútbol de Chelsea, y Alex sabía dónde habría preferido estar en esa cálida tarde de

miércoles. Una treintena de personas habían llegado, pero apenas reconoció a alguno

de ellos. Una tumba había sido excavada cerca de las líneas que marcaban el largo del

cementerio y en cuanto comenzó el servicio, un Rolls Royce negro se detuvo, la puerta

trasera se abrió y un hombre salió. Alex lo miraba mientras caminaba hacia delante y se

detenía. Alex se estremeció. Había algo en el recién llegado que le ponía la piel de

gallina.

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Y sin embargo, el hombre era normal a la vista. Traje gris, pelo gris, labios grises y ojos

grises. Su cara era inexpresiva, sus ojos detrás de unas gafas cuadradas de metal gris

estaban completamente vacíos. Tal vez eso era lo que perturbaba a Alex. Quien sea que

fuera ese hombre, parecía tener menos vida que nadie en el cementerio. Por encima o

por debajo del suelo.

Alguien dio un golpecito a Alex en el hombro y él se volvió para ver al Sr. Crawley

inclinado sobre él. —Ese es el Sr. Blunt. —Dijo el gerente de personal—. Él es el

presidente del banco.

Los ojos de Alex viajaron hacia Blunt y luego volvieron al Rolls Royce. Otros dos

hombres habían venido con él, uno de ellos conduciendo. Ellos vestían trajes idénticos

y, aunque no era un día especialmente luminoso, lentes oscuros. Ambos estaban

viendo el funeral con el mismo rostro sombrío. Alex los miró a ellos, luego a Blunt y

después a las otras personas que habían llegado al cementerio. ¿De verdad habían

conocido a Ian Rider? ¿Por qué nunca había conocido a ninguno de ellos antes? ¿Y por

qué resultaba tan difícil creer que trabajaban en un banco?

—…un‖buen‖hombre,‖un‖hombre‖patriota.‖Lo‖extrañaremos.

El clérigo había terminado su discurso junto a la tumba. La elección de palabras le

pareció a Alex antigua. ¿Patriota? Eso significaba que él amaba su país. Pero por lo que

Alex sabía, Ian Rider había dedicado muy poco tiempo a eso. Ciertamente nunca había

sido uno de los que planeaban el movimiento contra la falta de unión. Miró a su

alrededor esperando encontrar la falta, pero en cambio vio a Blunt cubriendo el camino

hasta él, pisando con cuidado alrededor de la tumba.

—Tú debes ser Alex. —El presidente sólo era un poco más alto que él. De cerca, su piel

era extrañamente irreal. Podría haber estado hecha de plástico—. Mi nombre es Alan

Blunt. —Dijo— tu tío hablaba a menudo sobre ti.

—Es gracioso —dijo Alex— nunca lo mencionó a usted.

Los labios grises temblaron brevemente. —Lo extrañaremos. Era un buen hombre.

—¿Qué tan bueno? —Preguntó Alex—. Él nunca hablaba acerca de su trabajo.

De pronto Crawley estaba ahí. —Tu tío era gerente de finanzas en el extranjero, Alex.

—Dijo él—. Era el responsable de nuestras sucursales en el extranjero. Tienes que haber

sabido eso.

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—Sé que viajaba mucho. —Dijo Alex—. Y sé lo cauteloso que era. Sobre cosas como el

cinturón de seguridad.

—Bueno, tristemente, él no fue suficientemente cauteloso esta vez. —Los ojos de Blunt,

magnificados por los gruesos cristales de sus gafas se imprimieron en él y por un

momento, Alex se sintió atrapado, como un insecto bajo un microscopio—. Espero que

nos encontremos nuevamente. —Continuó Blunt. Tapó un lado de su cara con un dedo

gris—.‖Sí…‖—luego se volvió y regresó a su auto.

Fue entonces cuando sucedió. Cuando Blunt se estaba metiendo en el Rolls Royce, el

conductor se inclinó hacia abajo para abrir la puerta trasera y la chaqueta se abrió,

revelando una cruda camisa blanca debajo. Había un bulto negro extendido contra él y

eso era lo que había llamado la atención de Alex. El hombre llevaba una funda de

cuero con una pistola automática atada en su interior. Al darse cuenta de lo que había

sucedido, el conductor se enderezó rápidamente y tiró a través de la chaqueta. Blunt

también lo había visto. Se volvió y miró de nuevo a Alex. Algo muy cerca a una

emoción se deslizó por su cara. Luego se metió en el coche, se cerró la puerta y él se

fue.

Un arma de fuego en un funeral, pensó Alex. ¿Por qué? ¿Por qué los gerentes de los

bancos llevan armas de fuego?

—Vámonos de aquí. —De pronto Jack estaba a su lado—. Los cementerios me dan la

sensación de que algo se arrastra.

—Sí, y muy pocos de a los que arrastran consiguen volver. —Murmuró Alex.

Se escabulleron en silencio y volvieron a casa. El auto que los había traído al funeral

todavía estaba esperando, pero ellos prefirieron caminar. La caminata les tomó quince

minutos y al doblar la esquina de su calle Alex notó un camión de mudanzas

estacionado frente a la casa, con las palabras Stryker & Son pintadas en un lado.

— ¿Qué están haciendo...? —Comenzó.

Y en ese momento, el camión salió disparado, las ruedas derrapando sobre la superficie

de la carretera.

Alex no dijo nada cuando Jack abrió la puerta y entraron pero mientras ella iba a la

cocina a hacer algo de té, él rápidamente miró alrededor de la casa. Una carta que

había estado en la mesa del vestíbulo ahora yacía en la alfombra. Una puerta que había

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estado medio abierta ahora estaba cerrada. Pequeños detalles, pero a los ojos de Alex

no se escapaba nada. Alguien había estado en la casa. Estaba casi seguro.

Pero no estaba completamente seguro hasta que subió al último piso. La puerta de la

oficina, la cual siempre, siempre había estado cerrada, ahora estaba abierta. Alex la

abrió y entró. La habitación estaba vacía. Ian Rider se había ido y todo lo demás

también.‖Los‖cajones‖del‖escritorio,‖los‖archiveros,‖ los‖estantes…‖todo‖lo‖conectado‖al‖

trabajo del hombre muerto había sido tomado. Cualquiera que fuera la verdad sobre el

pasado de su tío, alguien acababa de desaparecerla.

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Capítulo 2

Paraíso de Autos

Con Hammersmith Bridge justo delante de él, Alex dejó el río y metió su bicicleta a

través de las luces y descendió la colina hacia la escuela de Brookland. Su bici era una

Condor Junior Roadracer, fue especialmente construida para él en su duodécimo

cumpleaños. Esta era una bici adolescente con un diseño en la estructura Reynolds 531,

pero las ruedas eran enormes así que podría ir tan rápido y pedaleando tan fuerte

como quisiera sin ningún problema.

Se dio la vuelta pasado una furgoneta de reparto y pasó por las puertas del colegio. Se

sintió mal cuando tuvo que dejar la bici aparcada, desde hace dos años que ha sido casi

parte de él.

Le puso doble cadena, la encerró en el cobertizo y entró en el patio. Brookland era una

escuela moderna, toda de ladrillo rojo y, desde el punto de vista de Alex, más bien fea.

Podría haber ido a cualquiera de las escuelas más exclusivas de Chelsea, pero Ian Rider

decidió enviarlo aquí. Él había dicho que sería como un desafío.

La primera clase del día era álgebra. Cuando Alex entró en el aula, el profesor

Donovan, ya estaba anotando una complicada ecuación en la pizarra, hacía calor en la

habitación, el sol entraba a raudales a través de las ventanas del piso al techo, realizado

por los arquitectos que tendrían que haberlo pensado mejor, cuando Alex tomó su

lugar cerca de la parte de atrás, se preguntaba cómo iba a conseguir poner atención a la

lección, ¿Cómo podía pensar en álgebra cuando había muchas otras preguntas pasando

por su mente?

La pistola en el funeral. La forma en la que Blunt le había mirado. La camioneta con

STRYKER & SON escrito en un lado. La oficina vacía. Y el mayor misterio de todos, el

detalle que se negó a marcharse, El cinturón de seguridad. Ian Rider no llevaba el

cinturón de seguridad. Pero por supuesto que debía de llevarlo. Nunca había sido muy

bueno para dar consejos. Pero él siempre le había dicho a Alex que debía hacer sus

propias conclusiones, y él tenía esa sensación sobre el cinturón de seguridad.

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Cuanto más Alex pensaba en ello, menos lo creía. Una colisión en el centro de la

ciudad. De pronto, él deseaba poder ver el auto, por lo menos los restos le dirían cómo

sucedió el accidente en realidad y si Ian Rider realmente había muerto de esa manera.

— ¿Alex?

Alex levantó la vista y se dio cuenta de que todo el mundo le estaba observando, el Sr.

Donovan acababa de preguntarle algo. Rápidamente reviso la pizarra.

—Sí, señor —dijo—. X es igual a 7 e Y es igual a 15.

El profesor de matemáticas suspiró. —Sí, Alex. Tienes toda la razón. Pero en realidad

yo te estaba preguntando si podías abrir la ventana...

De alguna manera se las arregló para terminar el resto del día, para cuando sonó la

última campana, él ya había tomado una decisión, mientras todos los demás salían, se

dirigió a la oficina de la secretaria y tomó prestada una copia de las páginas amarillas.

— ¿Qué estás buscando? —preguntó la secretaria, la señorita Bedfordshire siempre

había tenido debilidad por Alex.

—Depósitos de chatarra para autos... —Alex hojeó las páginas—. Si un coche se estrella

cerca de Old Street, ellos lo llevarían a un lugar cerca de ahí ¿no?

—Supongo que sí.

—Aquí... —había encontrado una lista de grúas, pero había decenas de ellos, luchando

por atención en más de cuatro páginas.

— ¿Esto es para un proyecto escolar? —le preguntó la secretaria. Ella sabía que Alex

había perdido a un familiar, pero no cómo.

—Más o menos... —Alex estaba leyendo las direcciones, pero no le dieron ninguna

respuesta.

—Esta, es muy cerca de Old Street. —la señorita Bedfordshire le señaló la esquina de la

página.

— ¡Espere! —Alex tiró del libro hacia él, y miró la entrada por debajo de la cual la

secretaria había escogido:

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J.B STRYKER. DEPOSITO DE AUTOS

El paraíso para los autos

LLÁMENOS HOY.

—Eso es en Vauxhall —dijo la señorita Bedfordshire— no está muy lejos de aquí.

—Lo sé. —Pero Alex había reconocido el nombre, J.B Stryker, pensó de nuevo en la

furgoneta que había visto fuera de su casa el día del funeral. Stryker & Son. Por

supuesto, podría ser una coincidencia, pero seguía siendo un lugar para comenzar.

Cerró el libro.

—La veré después, señorita Bedfordshire.

—Ten cuidado. —La secretaria vio a Alex salir, preguntándose por qué había dicho

eso. Tal vez fueron sus ojos. Oscuros y serios, había algo peligroso ahí, Entonces sonó

el teléfono y ella se olvidó de él cuando volvió a trabajar.

J.B STRYCKER era un cuadrado de terreno baldío detrás de las vías del tren que parten

de la estación de Waterloo.

La zona fue delimitada por un alto muro de ladrillo cubierto con cristales rotos y

alambres de púas. Las puertas de madera estaban abiertas, y desde el otro lado de la

carretera, Alex podía ver un cobertizo con una ventana de seguridad y más allá de las

hileras de autos chocados y fierros torcidos. Todo lo que había de valor fue quitado y

sólo quedaron las carcasas oxidadas, amontonados uno encima del otro, esperando ser

el alimento de la trituradora. Había un guardia sentado en el cobertizo, leyendo un

periódico.

A lo lejos la máquina topadora volvió a la vida, y entonces rugió hacia un Ford Taurus

maltratado, su garra de metal entro por la ventana para subir el vehículo y llevárselo.

Un teléfono sonó en algún lugar del cobertizo y el guardia se dio vuelta para

responderlo. Eso era suficiente para Alex.

Sosteniendo su bicicleta y rodándola por todo el camino a su lado, él corrió a través de

las puertas.

Se vio rodeado por suciedad y escombros, el olor a diesel era espeso en el aire y el

rugido de los motores era ensordecedor. Alex, observó como una grúa se abalanzó

sobre uno de los coches, cogiéndolo en un agarre metálico y dejándolo caer en la

trituradora. Por un momento el coche descansaba en un par de estantes. A

continuación, los estantes se elevaron, derribando el coche hacia abajo a un contenedor.

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El control del operador estaba en una cabina de vidrio, en un extremo de la trituradora

pulsó un botón y se produjo una gran eyección de humo negro. Los estantes se

cerraron alrededor del coche como un enorme insecto plegándolo dentro de sus alas,

hubo un chirrido cuando el auto fue aplastado hasta que no era más grande que una

alfombra enrollada. Entonces el operador lanzó un engrane y el coche había sido

exprimido, pasta de dientes metálico siendo cortado por una cuchilla oculta. Los cortes

cayeron al suelo.

Dejando a su bicicleta apoyada contra la pared, Alex corrió hacia el interior del patio,

medio agachado, detrás de los cacharros. Con el estruendo de las máquinas, no había

ninguna posibilidad de que alguien pudiera oírlo, pero él todavía tenía miedo de ser

visto. Se detuvo para recobrar el aliento, pasando una mano sucia a través de su cara.

Tenía los ojos llenos de lágrimas a causa del humo del diesel. El aire estaba tan sucio

como el suelo debajo de él.

Estaba empezando a arrepentirse de haber venido, pero entonces lo vio. El BMW de su

tío estaba estacionado a pocos metros de distancia, separado de los otros autos. A

primera vista parecía estar absolutamente bien, el color plata del auto ni siquiera estaba

rayado. Ciertamente, no había manera de que este coche podría haber estado

involucrado en una colisión fatal con un camión o con cualquier otra cosa, Pero era sin

duda el coche de su tío.

Alex reconoció la placa de licencia. Se acerco más y fue entonces cuando vio que el

coche tenía daños después de todo.

El parabrisas se había roto, junto con todas las ventanas del lado del conductor, dio la

vuelta alrededor del coche y se congeló.

Ian Rider no había muerto en un accidente. Lo que lo había matado era fácil de ver,

incluso para alguien que nunca había visto algo así antes. Una ráfaga de balas había

cogido al coche de lleno del lado del conductor, rompiendo la rueda delantera, el

parabrisas y las ventanillas laterales.

Alex pasó los dedos sobre los agujeros. El metal era frío contra su piel. Abrió la puerta

y miró dentro. Los asientos delanteros de cuero gris claro, estaban llenos de fragmentos

del vidrio roto y con manchas de color marrón oscuro. No necesitaba preguntar qué

era la mancha. Podía ver todo. El flash de la ametralladora, las balas perforando el

coche, Ian Rider dando sacudidas en el asiento del conductor...

Pero ¿por qué? ¿Por qué matar a un gerente de banco? ¿Y por qué había sido el

asesinato encubierto? fue la policía la que había entregado la noticia aquella noche, así

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que deben ser parte de esto. ¿Habían mentido deliberadamente? Nada de esto tenía

sentido.

—Debías haberte librado de él hace dos días. Hazlo ahora...

Las máquinas debieron detenerse por un momento. Si no hubiera habido un silencio

repentino, Alex nunca habría oído a los hombres acercarse. Rápidamente miró a través

del volante, hacia fuera, había dos de ellos, ambos vestidos con un overol holgado,

tenía la sensación de haberlos visto antes, En el funeral. Uno de ellos era el conductor,

el hombre que había visto con el arma.

Estaba seguro de ello. Da igual quienes eran, no estaban a más de unos pasos de

distancia del coche, hablando en voz baja. Unos pasos más y que estarían allí. Sin

pensarlo, Alex se lanzó al único lugar disponible para ocultarse: en el interior del

propio vehículo. Usando el pie, enganchó la puerta y la cerró. Al mismo tiempo, que se

dio cuenta de que las máquinas habían comenzado de nuevo y ya no podía oír a los

hombres. No se atrevió a mirar hacia arriba. Una sombra cayó sobre la ventana cuando

los dos hombres pasaron. Pero luego ellos se habían ido, él estaba a salvo.

Y luego algo golpeó el BMW, con tal fuerza que Alex gritó, todo su cuerpo atrapado en

una ola de choque masivo que le arrancó del volante y lo arrojó sin remedio sobre la

espalda. El techo del auto cedió y tres garras de metal enormes atravesaron la piel del

coche como un tenedor a través de una cáscara de huevo, arrastrando polvo y luz solar.

Una de las garras rozó un costado de su cabeza...

Más cerca y le hubiera roto el cráneo. Alex soltó un gritó cuando la sangre goteaba

sobre el ojo. Trató de moverse, pero luego fue echado hacia atrás por segunda vez ya

que el coche fue retirado de la tierra e inclinado en el aire.

Él no podía ver. No podía moverse. Sin embargo, su estómago se sacudió cuando el

coche se columpiaba en un arco, el metal rechinaba y la luz giraba. El BMW había sido

recogido por la grúa. Iba a ser puesto dentro de la trituradora. Con él en el interior.

Trató de levantarse, para hacer señales por las ventanas, pero la garra de la grúa ya

había aplanado del techo, sujetando su pierna izquierda, tal vez hasta que se quebrara,

no sentía nada. Levantó una mano y logró golpear en la ventana trasera, pero no pudo

romper el vidrio. Incluso si los trabajadores estaban observando el BMW, no verían si

algo se movía en el interior.

Su corto vuelo a través del depósito de chatarra terminó con un sonido de rotura de

hueso cuando la grúa depositó el coche en los estantes de hierro de la trituradora. Alex

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trató de deshacerse de su malestar, la desesperación y pensar en qué hacer. En

cualquier momento el operador enviaría el auto se hacia el ataúd en forma de pesebre.

La máquina era una cortadora Lefort, una guillotina de cámara lenta. Con la presión de

un botón, las dos alas atraparían el coche con una presión conjunta de quinientas

toneladas, el auto, con Alex en su interior, sería aplastado más allá del reconocimiento,

y el resquebrajado de metal y carne, entonces sería cortado en secciones.

Nadie sabría jamás lo que había sucedido.

Intentó con todas su fuerza liberarse, pero el techo era demasiado bajo. Su pierna

estaba atrapada. Entonces todo su mundo se inclinaba y se sentía caer en la oscuridad.

Los estantes se habían levantado. El BMW se deslizó a un lado y a los pocos metros

cayó en la pila. Alex sintió el metal derrumbarse a su alrededor.

La ventana trasera explotó y una lluvia de vidrio le cayó alrededor de la cabeza, polvo

y gases de diesel penetró en su nariz y ojos, apenas había luz del día ahora, pero

mirando por la parte de atrás, podía ver la enorme cabeza de acero del pistón que

empujaría a lo que quedaba del coche a través de la salida.

El hoyo al otro lado.

El tono del motor de la Lefort cambiado mientras se preparaba para el acto final, las

alas de metal se estremeciéndose, dentro de algunos segundos, las dos se encontrarían,

arrugando el BMW como una bolsa papel.

Alex tiró con todas sus fuerzas y se sorprendió cuando su pierna se soltó, Le llevó tal

vez un segundo precioso para darse cuenta de qué había sucedido, cuando el coche

había caído en el pila, había aterrizado en su lado. El techo se había cedido lo suficiente

para ponerlo en libertad. Su mano forcejeando con la puerta, pero por supuesto, que

era inútil, las puertas estaban demasiado dobladas, nunca se hubieran abierto.

¡La ventana de atrás! Con el vidrio fuera, podría arrastrarse a través del marco, pero

sólo si se movía rápido.

Las alas comenzaron a moverse, el BMW chirrío cuando dos paredes de acero sólido lo

aplastaron implacablemente. Más cristales rotos. Uno de los ejes de las ruedas se

rompió con el sonido de un rayo. La oscuridad empezó a cernirse sobre él, Alex se asió

con fuerza de lo que quedaba del asiento trasero, delante de él se veía un solo triángulo

de luz, reduciéndose cada vez más rápido. Podía sentir el peso de las dos paredes

presionando sobre él.

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El auto ya no era realmente un auto, pero el puño de un monstruo horrible cogiendo el

insecto en el que Alex se había convertido.

Con todas sus fuerzas, se lanzó hacia delante. Sus hombros pasaron a través del

triángulo, hacia la luz, luego vinieron sus piernas, pero en el último momento su

zapato quedo atrapado en un trozo de metal retorcido, sacudió con fuerza la pierna y

el zapato volvió a caer en el coche, escuchó el sonido del cuero siendo aplastado, por

último, aferrándose a la superficie negra y aceitosa de la plataforma de observación, en

la parte posterior de la trituradora, se arrastró sin obstáculos y logró ponerse de pie, se

encontró cara a cara con un hombre tan gordo que apenas cabía en la pequeña cabina

de la trituradora, el estómago del hombre estaba pegado al cristal, con los hombros

comprimidos en las esquinas. Un cigarrillo colgando de su labio inferior mientras su

boca se abrió y miró sus ojos. Lo que él vio fue un chico con los harapos de lo que había

sido un uniforme escolar. Una manga había sido desgarrada del todo y el brazo,

manchado de sangre y aceite, pendía débilmente a su lado, En el momento en que el

operador había vuelto en sí, y apagó la máquina, el muchacho se había ido.

Alex trepó por el costado de la trituradora, aterrizando en el pie que todavía tenía un

zapato, fue consciente ahora de las piezas de metal yaciendo por todas partes. Si no

tenía cuidado, se cortaría el otro pie. Su bicicleta estaba en el lugar donde la había

dejado, apoyada contra la pared, y con cautela, medio cojeando, estaba hecho para eso.

Detrás, oyó la cabina de la trituradora abierta y una voz de hombre gritó, activando la

alarma. Al mismo tiempo, un segundo hombre echó a correr, deteniéndose entre Alex

y su bici. Fue el conductor, el hombre que había visto en el funeral. Su rostro, torcido

en un gesto hostil, frunciendo el ceño, era curiosamente feo: el pelo graso, ojos llorosos,

piel pálida y sin vida.

— ¿Qué piensa usted...? —empezó a decir. Su mano se deslizó en la chaqueta. Alex

recordó la pistola y, al instante, sin pensar siquiera, entró en acción.

Él había empezado a aprender karate cuando tenía seis años de edad. Una tarde, sin

ninguna explicación, Ian Rider le había llevado a un club local para su primera lección

y había estado yendo allí, una vez a la semana, desde entonces. Durante los años que

había pasado a través de los distintos grados Kyu.

Pero fue sólo el año anterior que se había convertido en primer Dan, cinta negra.

Cuando había llegado a la escuela Brookland, su aspecto suave y el acento le llevó

rápidamente la atención de los abusones del colegio, tres descomunales chicos de

dieciséis años, lo habían acorralado una vez detrás del cobertizo donde dejaba su

bicicleta.

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El encuentro duró menos de un minuto, al día siguiente uno de los matones había

dejado Brookland, y los otros dos nunca habían amenazado a nadie de nuevo.

Ahora Alex levantó una pierna, dio un giro, y arremetió contra él, el golpe Ushirogeri,

se dice que es el más letal en karate.

Su pie golpeó en el abdomen del hombre con tal fuerza que no tuvo tiempo ni de

gritar. Sus ojos se abrieron y la boca medio abierta por la sorpresa, Luego con la mano

aún a mitad de camino en su chaqueta, se desplomó al suelo. Alex saltó sobre él,

levantó su bici y balanceó así mismo sobre él. A lo lejos, un tercer hombre corría hacia

él, escuchó la palabra ¡Detente!

Luego hubo un crack y el susurro de un disparo pasó, agarró el manillar y pedaleó tan

fuerte como pudo. La bicicleta salió disparada hacia delante, sobre los escombros y

salió por las puertas. Echó una mirada por encima del hombro. Nadie le había seguido.

Con un zapato puesto y un zapato perdido, la ropa hecha trizas, y su cuerpo manchado

de aceite, Alex sabía que tenía una pinta bastante extraña. Pero entonces pensó en sus

últimos segundos dentro de la trituradora y suspiró con alivio. Él podría haberse visto

mucho peor.

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Capítulo 3

Royal & General

El banco llamó al día siguiente.

—Soy John Crawley. ¿Me recuerdas? El gerente personal del Royal & General. Nos

estábamos preguntando si podrías venir.

— ¿Venir? —Alex estaba a medio vestir, ya tarde para ir al colegio.

—Esta tarde. Encontramos algunos documentos de tu tío. Necesitamos hablar

contigo…‖sobre‖tu propia situación.

¿Había algo ligeramente amenazador en la voz del hombre?

— ¿A qué hora, esta tarde? —preguntó Alex.

— ¿Podrías a las cuatro y media? Estamos en Liverpool Street. Podemos enviar un

coche…

—Estaré allí —dijo Alex—. Y cogeré el metro.

Colgó.

— ¿Quién era? —voceó Jack desde la cocina. Estaba preparando el desayuno para los

dos, aunque el tiempo que podía permanecer con Alex era una preocupación creciente.

No le había pagado su sueldo. Sólo tenía su propio dinero para comprar comida y

pagar las facturas de la casa. Peor aún, su visa estaba a punto de expirar. Pronto ni

siquiera se le permitiría permanecer en el país.

—Era el banco. —Alex entró en la habitación, llevando su uniforme de repuesto. No le

había contado lo que había sucedido en el desguace. Jack tenía suficiente en la

cabeza—. Voy a ir allí esta tarde —dijo.

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— ¿Quieres que vaya contigo?

—No. Estaré bien.

Salió por la estación de metro de Liverpool Street justo después de las cuatro y cuarto

de esa tarde, todavía con la ropa del colegio puesta: chaqueta azul oscura, pantalones

grises, corbata de rayas. Encontró el banco con bastante facilidad. El Royal & General

ocupaba un alto y antiguo edificio con la bandera del Reino Unido ondeando desde un

mástil a unos quince pisos de altura. Había una placa de bronce con el nombre al lado

de la puerta principal y una cámara de seguridad daba vueltas lentamente por la acera.

Alex se paró enfrente. Por un momento se preguntó si estaba cometiendo un error,

entrando. Si el banco había sido el responsable de alguna manera en la muerte de Ian

Rider, siempre era posible que le hubieran pedido que fuera allí hacer lo mismo con él.

¿Pero por qué querría matarlo alguien del banco? Ni siquiera tenía una cuenta allí.

Entró.

Y dentro de una oficina en el piso diecisiete, la imagen del monitor parpadeó y cambió

cuando la Cámara de Calle Nº1 se cortó llanamente hasta las Cámaras de Recepción

Nº2 y Nº3. Todo estaba oscuro y sombrío en el interior. Un hombre sentado detrás de

un escritorio vio entra a Alex y presionó un botón. La Cámara Nº2 acercó el zoom hasta

que la cara de Alex llenó la pantalla.

—Así que vino —murmuró el presidente del banco.

— ¿Quién es el chico? —La que hablaba era una mujer de mediana edad. Tenía una

extraña cabeza con forma de patata y su negro pelo parecía como si hubiera sido

cortado usando un par de tijeras desfiladas y un tazón dado la vuelta. Sus ojos eran

casi tan negros como su pelo. Estaba vestida con un severo traje gris y chupando un

pedazo de hierbabuena—. ¿Y estás seguro de esto, Alan? —preguntó.

Alan Blunt asintió.

—Oh, sí. Totalmente seguro. ¿Sabes qué hacer? —La última pregunta estaba dirigida a

su chófer, que también estaba en la habitación.

El chófer estaba de pie con nerviosismo, ligeramente encorvado. Su cara estaba

completamente blanca. Había estado así desde que había intentado detener a Alex en el

depósito de chatarra de coches.

—Sí, señor —dijo.

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—Entonces hazlo —dijo Blunt. Sus ojos no habían dejado la pantalla en ningún

momento.

En el vestíbulo, Alex había preguntado por John Crawley y estaba sentado en un sofá

de cuero, preguntándose vagamente por qué tan pocas personas estaban entrando o

saliendo. El área de recepción era tranquila y claustrofóbica, con un suelo de mármol

marrón, tres ascensores a un lado, y por encima del mostrador, una fila de relojes

mostrando la hora de cada ciudad principal del mundo. Pero podría haber sido la

entrada a cualquier sitio. Un hospital. Una sala de conciertos. O incluso un crucero. El

lugar no tenía identificación de lo que era.

Uno de los ascensores se abrió y Crawley apareció con el mismo traje que había llevado

en el funeral pero con una corbata diferente.

—Siento haberte hecho esperar, Alex —dijo—. ¿Has venido directamente del colegio?

Alex se levantó pero no dijo nada, permitiendo que su uniforme contestara a la

pregunta del hombre.

—Subamos a mi oficina —dijo Crawley. Hizo un gesto—. Cogeremos el ascensor.

Alex no se dio cuenta de la cámara del interior del ascensor, pero entonces, estaba

escondida en el otro lado de un espejo de una sola dirección que cubría la negra pared.

Ni tampoco vio el intensificador térmico al lado de la cámara. Pero ese segundo

aparato también lo miraba a él y a través de él mientras estuvo allí, convirtiéndolo en

una masa palpitante de diferentes colores, ninguno de los cuales se traducían en el frío

acero de una pistola escondida o un cuchillo. En menos de lo que Alex tardaba en

parpadear, el aparato había pasado su información a un ordenador que había evaluado

al instante y había enviado su propia señal de vuelta a los circuitos que controlaban el

ascensor. Todo bien. Está desarmado. Continúa hasta el piso quince.

— ¡Aquí estamos! —sonrió Crawley y guió a Alex por un largo pasillo, con un suelo de

madera sin alfombra y con una iluminación moderna. Una sucesión de puertas estaban

pintadas por pinturas abstractas de brillantes colores—. Mi oficina está justo ahí

delante. —Crawley señaló el camino.

Había pasado tres puertas cuando Alex se paró. Cada puerta tenía una plaquita con el

nombre y ésta la conocía. 1504: Ian Rider. Letras blancas sobre plástico negro.

Crawley asintió con tristeza.

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—Sí. Ésta era donde trabajaba tu tío. Se le echará mucho de menos.

— ¿Puedo entrar? —preguntó Alex.

Crawley parecía sorprendido.

— ¿Por qué quieres hacer eso?

—Estaría interesado en ver donde trabajaba.

—Lo siento —suspiró Crawley—. Las puertas habrán cerrado y no tengo la llave. En

otro momento quizás —gesticuló de nuevo. Usaba sus manos como si fuera un mago,

como si fuera a hacer un abanico de cartas—. Tengo la oficina en la puerta de al lado.

Justo‖aquí…

Entraron en la 1505. Era una habitación cuadrada enorme con tres ventanas mirando

hacia la estación. Había un revoloteo rojo y azul en el exterior y Alex recordó la

bandera que había visto. El asta de la bandera estaba justo al lado de la oficina. Dentro

había un escritorio y una silla, un par de sofás, un frigorífico en la esquina, un par de

grabados en la pared. Una aburrida oficina de ejecutivo. Perfecta para un ejecutivo

aburrido.

—Por favor, Alex. Siéntate —dijo Crawley. Fue hacia el frigorífico—. ¿Puedo darte algo

de beber?

— ¿Tiene Coca-Cola?

—Sí. —Crawley abrió la lata y llenó un vaso, después se lo pasó a Alex—. ¿Hielo?

—No, gracias. —Alex dio un sorbo. No era Coca-Cola. Ni siquiera era Pepsi. Reconoció

el dulzón y ligeramente empalagoso sabor de la cola de supermercado y deseó haber

pedido agua—. ¿Así que de qué quería hablarme?

—El‖testamento‖de‖tu‖tío…

El‖teléfono‖sonó‖y‖con‖otro‖gesto‖de‖la‖mano,‖este‖para‖‚perdona‛, Crawley contestó.

Habló durante unos momentos, después colgó de nuevo.

—Lo siento mucho, Alex. Tengo que volver a bajar al vestíbulo. ¿Te importa?

—Por favor, adelante. —Alex se instaló en el sofá.

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—Serán unos cinco minutos. —Con un asentimiento final de disculpa, Crawley se fue.

Alex esperó unos segundos. Entonces vertió la cola en una maceta y se levantó. Fue

hasta la puerta y salió al pasillo. En el lejano final una mujer que llevaba un montón de

papeles apareció y despareció por una puerta. No había ni rastro de Crawley.

Rápidamente, Alex se movió hasta la puerta de la 1504 y probó el pomo. Pero Crawley

había estado diciendo la verdad. Estaba cerrada.

Alex volvió a entrar en la oficina de Crawley. Habría dado lo que fuera por pasar unos

minutos a solas en la oficina de Ian Rider. Alguien pensaba que el trabajo del hombre

muerto era lo suficientemente importante como para mantenerlo escondido de él.

Habían irrumpido en su casa y limpiado todo lo que habían encontrado allí en la

oficina. Quizás la oficina de la puerta de al lado le podía decir por qué. ¿En qué estaba

exactamente implicado Ian Rider? ¿Y cuál era la razón por la que había sido asesinado?

La bandera ondeó otra vez y, mirándola, Alex fue hacia la ventana. El asta sobresalía

del edificio exactamente en la mitad entre las oficinas 1504 y 1505. Si pudiera de algún

modo alcanzarla, debería ser capaz de saltar en la cornisa que recorría el lateral del

edificio por fuera de la oficina 1504. Por supuesto, estaba a quince pisos de altura. Si

saltaba y fallaba, habría unos doscientos pies de caída. Era una idea estúpida. Ni

siquiera merecía la pena pensar en ello.

Alex abrió la ventana y se alzó fuera. Era mejor no pensar en ello para nada.

Simplemente lo haría. Después de todo, si ese fuera la planta baja, o el gimnasio del

colegio, sería un juego de niños. Era sólo que la pared de ladrillos perpendicular hasta

el suelo, los coches y autobuses moviéndose como juguetes por debajo a lo lejos y el

azote del viento contra su cara lo que lo hacía tan aterrador. No pienses en ello. Hazlo.

Alex se bajó a la cornisa del exterior de la oficina de Crawley. Sus manos estaban por

detrás de él, aferradas a la ventana. Cogió aire. Y saltó.

Una cámara de la oficina de enfrente captó a Alex cuando se lazó al vacío. Dos pisos

por encima, Alan Blunt todavía estaba sentado enfrente de la pantalla. Se rió entre

dientes. Era un sonido sin humor.

—Te lo dije —dijo—. El chico es extraordinario.

—El chico está bastante loco —replicó la mujer.

—Bueno, puede que eso sea lo que necesitamos.

— ¿Simplemente va a sentarte aquí y ver cómo se mata?

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—Voy a sentarme aquí y esperaré a que sobreviva.

Alex había calculado mal el salto. Había fallado el asta por una pulgada y se habría

desplomado hasta la acera si sus manos no se hubieran agarrado a la mismísima

bandera del Reino Unido. Ahora estaba suspendido con los pies colgando en el aire.

Lentamente, con un esfuerzo enorme, se impulsó, con los dedos enganchados en la

tela. De alguna manera se la ingenió para subirse en mástil. Aún no había mirado hacia

abajo. Sólo esperaba que ningún transeúnte mirara hacia arriba.

Después de eso fue más fácil. Se puso en cuclillas sobre el palo, después se lanzó

lateralmente y atravesó la cornisa exterior de la oficina de Ian Rider. Tenía que tener

cuidado. Demasiado a la izquierda y se estamparía contra el lado del edificio, pero

demasiado hacia el otro lado y caería. De hecho, aterrizó perfectamente, agarrando la

repisa con ambas manos y después impulsándose hacia arriba hasta que estuvo al nivel

de la ventana. Ahora sólo se preguntaba si la ventana estaría cerrada. Si era así, sólo

tendría que volver.

No lo estaba. Alex abrió la ventana y se alzó al interior de la segunda oficina, la cual

era de muchas maneras una copia calcada de la primera. Tenía el mismo mobiliario, la

misma alfombra, incluso pinturas similares en la pared. Fue hasta el escritorio y se

sentó. La primera cosa que vio fue una fotografía de sí mismo, sacada el verano

anterior en la caribeña isla de Guadalupe, donde había ido a hacer submarinismo.

Había un segundo foto metida en la esquina del marco. Alex con cinco o seis años.

Estaba sorprendido y un poco entristecido por las fotografías. Ian Rider había sido más

sentimental de lo que había fingido.

Alex miró su reloj. Habían pasado como unos tres minutos desde que Crawley había

dejado la oficina y había dicho que volvería en cinco. Si iba a buscar lo que fuera aquí,

tendría que busca rápido. Abrió un cajón del escritorio. Contenía cuatro o cinco

carpetas gruesas. Alex las cogió y las abrió. Vio a la primera que no tenían nada que

ver con un banco.

La primera estaba marcada: VENENOS DEL SISTEMA NERVIOSO. NUEVOS

MÉTODOS DE OCULTACIÓN Y DIFUSIÓN. Alex la dejó a un lado y miró la

segunda. ASESINATOS: CUATRO ESTUDIOS DE CASOS. Cada vez más

desconcertado, rápidamente revisó el resto de carpetas, que cubrían el terrorismo

informático, el movimiento de uranio a través de Europa, y las técnicas de

interrogatorio. La última carpeta simplemente estaba etiquetada: STORMBREAKER.

Alex estaba punto de leerla cuando de repente la puerta se abrió y dos hombres

entraron caminando. Uno de ellos era Crawley. El otro era el conductor de la

chatarrería. Alex sabía que no tenía sentido intentar explicar lo que estaba haciendo.

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Estaba sentado detrás del escritorio con la carpeta de Stormbreaker abierta en sus

manos. Pero al mismo tiempo se daba cuenta de que los dos hombres no estaban

sorprendidos de verlo allí. Por la manera en que habían entrado en la habitación,

habían esperado encontrarlo.

—Esto no es un banco —dijo Alex—. ¿Quién es usted? ¿Mi tío estaba trabajando para

usted? ¿Lo mató usted?

—Demasiadas preguntas —murmuró Crawley—. Pero me temo que no estamos

autorizados a darte las respuestas.

El segundo hombre deslizó la mano y Alex vio que tenía una pistola. Se quedó de pie

detrás del escritorio, sosteniendo la carpeta como si lo protegiera.

—No…‖—empezó.

El hombre abrió fuego. No hubo explosión. La pistola disparó a Alex y él sintió algo,

un duro golpe en su corazón. Su mano se abrió y la carpeta cayó al suelo. Entonces sus

piernas cedieron, la habitación se distorsionó, y él cayó en la nada.

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Capítulo 4

Entonces, ¿Qué tienes que decir?

Alex abrió sus ojos. ¡Entonces estaba vivo! Esa fue una grata sorpresa.

Estaba tendido en una cama grande en una habitación confortable. La cama era

moderna, pero la habitación tenía unas viejas vigas que cruzaban el techo así como una

chimenea de piedra, y ventanas estrechas con un marco de madera ornamentada.

Había visto las habitaciones como las de los libros de cuando estaba estudiando

Shakespeare. El habría dicho que el edificio era estilo Elizabeth. Tenía que haber

alguno en el país. No se escuchaba nada de tráfico. Afuera él podía ver los árboles.

Alguien lo había desnudado. Su uniforme de la escuela se había ido, en su lugar

llevaba un pijama suelto con la sensación de que era de seda. Por la luz exterior él

podía imaginarse que era medio día. Él encontró su reloj sobre la mesa al lado de la

cama y estiró la mano para agarrarlo. El reloj marcaba las doce en punto. Había sido

casi medio día cuando le habían disparado el dardo y lo habían drogado. Había

perdido toda la noche y medio día.

Había un cuarto de baño que se veía por la abertura de la habitación con cuadros de

color blanco como los del dormitorio y brillantes con una gran ducha y una tina de

cromo y cristal. Alex se quitó el pijama y se quedó durante cinco minutos bajo el chorro

de agua con vapor. Se sintió mejor después de eso.

Regresó al dormitorio y abrió el armario. Alguien había estado en su casa en Chelsea.

Toda su ropa estaba ahí, claramente colgada. Se preguntó si Crawley había hecho eso.

Era de suponer que él lo había hecho, daba un poco de historia para explicar la súbita

desaparición de Alex. Sacó un par de pantalones de Combate Gap, una sudadera Nike

y zapatillas deportivas, se vistió y sentó en la cama y esperó.

Quince minutos después, alguien llamó y abrió la Puerta. Una joven mujer asiática con

uniforme de enfermera entró, radiante.

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―Oh, está despierto. Y vestido. ¿Cómo se siente? No demasiado adormilado, espero.

Por favor, venga conmigo. El Sr. Blunt lo espera para el almuerzo.

Alex no había hablado una palabra con ella. Él la siguió fuera de la habitación, por un

largo pasillo y luego bajaron las escaleras. La casa sin duda era estilo Elizabeth con

paneles de madera con un largo pasillo con sofisticados candelabros, y antiguas

pinturas al óleo con hombres barbudos con túnicas y gorgueras. Las escaleras

conducían a una habitación con una galería de grandes losas y una gran chimenea

desde donde podía ver un gran estacionamiento para aparcar coches. Tras una mesa de

madera larga y pulida hecha con un gran árbol, un oscuro Alan Blunt y la mujer más

masculina que puedas imaginar junto a él. ¿La señora Blunt?

—Alex —Blunt sonrió brevemente como si fuera algo que no le gustaba hacer—. Es

bueno que te unas a nosotros.

Alex se sentó. —Usted no me dio muchas opciones de donde elegir.

—Sí. Yo no sé muy bien en que estaba pensando Crawley, para dispararte así, pero

supongo que era la manera más fácil. Te presento mi colega, la señora Jones.

La mujer asintió con la cabeza, a Alex. Sus ojos parecían examinarlo minuciosamente,

pero no dijo nada.

— ¿Quién eres? —Alex preguntó—. ¿Qué Quieres de mí?

—Estoy seguro que tienes muchas preguntas. Pero primero, vamos a una esquina...

—Blunt debe haber apretado un botón que pulso simultáneamente para que se ocultara

de todo lo que podría ser escuchado, porque en ese preciso momento se abrió una

puerta y un camarero con chaqueta blanca y pantalón negro apareció transportando

tres platos—. Espero que te guste la carne —continuó Blunt—. Hoy en día todo es

carre'd'agneu.

— ¿Quieres decir, cordero asado?

—El chef es francés.

Alex esperó a que la comida hubiera sido servida. Blunt y la Sra. Jones bebieron vino

tinto. Él tomo agua.

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—Por último —comenzó Blunt—. Como estoy seguro que sabes —dijo― Real y

General no es un banco. De hecho no existe... no es nada más que una tapadera. Y

dirigido sí, por supuesto por tu tío que no tenía nada que ver con la banca. Salvo los

trabajos e insumos del hogar. Mi nombre, como te dije en el funeral de él, es Blunt. Yo

soy el jefe Ejecutivo de la División de Operaciones Especiales del MI6 y tu tío era, por

falta de una mejor palabra, un espía.

Alex no pudo evitar sonreír. — ¿Quieres Decir... como James Bond?

—Similar, aunque no en los números como el doble cero y todo lo demás. Tu tío era un

agente de campo, altamente capacitado y muy valiente. Completo con éxito las tareas

en‖Ir{n,‖Washington,‖Hong‖Kong,‖y‖La‖Habana…‖por‖nombrar‖algunas‖en‖solitario.‖Me‖

imagino que esto debe ser algo así como un shock para ti.

Alex pensó en el hombre muerto, lo que él había sabido. Su privacidad. Sus ausencias

prolongadas en el extranjero. Y las veces que había vuelto a casa herido. Un brazo

vendado sin tiempo. Un rostro magullado. Pequeños accidentes, Alex había dicho.

Pero todo tenía sentido ahora. —No estoy sorprendido —dijo.

Blunt cortó un limpio trozo de carne. —La suerte de Ian Rider se agotó en su última

misión —añadió—. Había estado trabajando encubierto en Inglaterra, en Cornualles, y

conducía de regreso a Londres para hacer un informe cuando fue asesinado. Viste su

coche en el patio.

—Stryker y su hijo —murmuró Alex—. ¿Quiénes son ellos?

—La gente que usamos. Restricciones presupuestarias que tenemos. Que contratamos

para algunos trabajos. Nosotros los contratamos para limpiar cosas. La señora Jones

que aquí es nuestro jefe de operaciones fue la que le dio a tu tío su última misión.

—Sentimos mucho haberlo perdido, Alex —la mujer hablo por primera vez. Ella no

parecía muy triste en absoluto.

— ¿Sabe quién lo mató?

—Sí.

— ¿Va a decirme?

—No. Ahora no.

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— ¿Por qué no?

—Porque no lo necesitas en este momento.

—Está bien —Alex consideró que sabía que sí—. El espía era mi tío. Gracias a usted

está muerto. Me enteré de mucho así que me trajo y me noqueó. ¿Dónde estoy, por

cierto?

—Este es uno de nuestros centros de entrenamiento —dijo la señora Jones.

—Me ha traído aquí porque usted no quiere que le diga a nadie lo que sé. ¿Es eso de lo

que se trata todo esto? Porque si lo es, voy a firmar un acta de secretos oficiales o lo que

me pidas que haga, pero me gustaría ir a casa. Todo esto es una locura, un modo de

tareas pendientes. Y ya he tenido suficiente. Quiero estar fuera de aquí.

Blunt tosió en voz baja. —No es tan fácil como eso —dijo.

—¿Por Qué no?

—Ciertamente llamaste la atención social sobre ti mismo tanto en el depósito de

chatarra y luego en nuestras oficinas de la calle Liverpool. Y es cierto que lo que sabes

no lo debes decir más allá. Pero la cuestión es, Alex, que necesitamos tu ayuda.

—¿Mi ayuda?

—Sí —hizo una pausa—. ¿Has oído hablar de un hombre llamado Herode Sayle?

Alex pensó por un momento. —He visto su nombre en los periódicos. Tiene algo que

ver con las computadoras. Y es dueño de caballos de carreras. ¿Que no proviene de

algún lugar de Egipto?

—Sí, de El Cairo —Blunt tomo un sorbo de vino—. Déjame que te cuente su historia,

Alex. Estoy seguro que la encontrarás de interés.

—Herode Sayle nació en la pobreza más absoluta en las callejuelas de El Cairo. Su

padre era higienista oral, un fracasado. Su madre lavaba ropa. Tenía nueve hermanos y

cuatro hermanas, viviendo todos juntos en tres pequeñas habitaciones con la cabra de

la familia junto a ellos. Herode nunca fue a la escuela y no sabía ni leer ni escribir como

el resto de ellos.

—Pero cuando él tenía siete años, ocurrió algo que cambió su vida. Él iba caminando

por la calle Fez, en el centro de El Cairo, por casualidad cuando un piano cayo por la

ventana en forma vertical, parecía del siglo XV, al parecer estaba siendo movido y de

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alguna manera se volcó. Como sea, había un par de turistas caminando por debajo de

la acera y pudieron ser aplastados, sino es porque en el último minuto Herode se

abalanzó sobre ellos y los empujó fuera del camino. El piano se perdió pero ellos

estuvieron a nada también.

—Por supuesto, los turistas estaban enormemente agradecidos con el joven egipcio y

resultó que eran muy ricos. Hicieron preguntas y descubrieron lo pobre que era, que la

ropa que usaba había sido usada por sus nueve hermanos. Y así, por gratitud, más o

menos lo adoptaron. Voló fuera de El Cairo y lo pusieron en una escuela aquí, donde

hizo progresos sorprendentes. Obtuvo excelentes resultados en el examen. Una

increíble coincidencia que a los quince años se encontrara sentado junto a un niño que

quería ser Primer Ministro de Gran Bretaña. Nuestro Primer Ministro actual, de hecho.

Los dos fueron juntos al colegio.

—Voy a avanzar rápidamente. Después de la escuela, Sayle fue a Cambridge, donde

obtuvo un grado en Economía. Emprendió luego una carrera que fue de éxito en éxito.

Su propia estación de radio, programas informáticos... y, sí, la revista, incluso encontró

tiempo para comprar una serie de caballos de carreras, aunque creo que rara vez

triunfan. Pero, lo que atrajo nuestra atención social fue su invento más reciente. Un

equipo‖muy‖revolucionario‖que‖se‖llama‖el‖‚Stormbreaker‖".‖

Stormbreaker. Alex recordó el archivo que había encontrado en la Oficina de Ian Rider.

Las cosas empezaban a unirse.

―Los‖ Stormbreaker‖ est{n‖ siendo‖ manufacturados‖ por‖ las‖ empresas‖ Sayle,‖ ―dijo la

señora‖Jones―.‖Se‖ha‖hablado‖mucho‖sobre‖el‖diseño.‖Tiene un teclado y revestimiento

negro.

―Con un rayo en uno de los lados ―dijo‖Alex―.‖Había‖visto‖una‖foto en la revista PC.

―No‖ solo‖ parece‖ diferente‖ ―interrumpió‖ Blunt―.‖ Est{‖ basado‖ en una tecnología

completamente nueva. Utiliza algo llamado el procesador redondo. No creo que eso te

diga nada.

―Es un circuito integrado en una esfera de silicona de aproximadamente un milímetro

de‖di{metro‖―dijo Alex―. Su producción es un noventa y nueve por ciento más barato

que un chip normal porque está completamente sellada por lo que no necesitas salas

limpias para su producción.

―Oh,‖si…‖―tosió Blunt―. Estoy sorprendido de que sepas tanto sobre ello.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~3333~~

―Debe ser mi edad, ―dijo Alex.

―Bueno ―continuó Blunt―. El punto es, más tarde hoy, Empresas Sayle harán un

memorable comunicado. Planean dar decenas de miles de esos ordenadores. De hecho,

es su intención que cada escuela de secundaria de Inglaterra tenga un Stormbreaker. Es

un acto de generosidad sin igual. La forma de Sayle de dar las gracias al país que le dio

un hogar.

―Así que el hombre es un héroe.

―Eso parece. Él escribió a Downing Street hace unos meses:

‚Mi querido Primer Ministro. Podrás acordarte de mí de nuestros días de colegio juntos.

Durante casi cuarenta años he vivido en Inglaterra y me gustaría tener un detalle, algo que

nunca será olvidado, para expresar mis verdaderos sentimientos hacia este país‛.

La carta describía el regalo y estaba firmada, ‚Tuyo Humildemente‛. Por el hombre en sí.

Por supuesto, todo el gobierno estaba entusiasmado. Los ordenadores están siendo

montados en la fábrica de Sayle en Port Tallon, Cornwall. Serán transportados en avión

a través del país a finales de mes, y el primer día de Abril habrá una ceremonia especial

en el Museo de Ciencia de Londres. El primer ministro pulsará un botón que pondrán

en‖marcha‖los‖ordenadores…‖todos‖ellos.‖Y‖esto‖es‖ultra‖secreto,‖a‖propósito,‖el‖señor‖

Sayle será recompensado con la ciudadanía británica, que es algo que aparentemente

siempre ha querido.

―Bien,‖ estoy‖muy‖contento‖por‖ él‖―dijo‖Alex―.‖Pero‖ todavía‖no me has dicho que

tiene que ver todo esto conmigo.

Blunt le echó una mirada a la señora Jones, que había terminado de comer mientras

hablaba. Desenvolvió otro chicle de menta y retomo la conversación. ―Durante un

tiempo hasta ahora, este departamento: Operaciones Especiales, ha estado interesado

en el Señor Sayle. La verdad del asunto es, que nosotros hemos estado preguntándonos

si no es demasiado bueno para ser cierto. No me adentraré en todos los detalles, Alex,

pero hemos estado observando sus transacciones de negocios, él tiene contactos en

China y la antigua Unión Soviética, países que nunca han sido nuestros amigos. El

gobierno puede pensar que es un santo, pero también hay un lado siniestro en él. Y la

seguridad establecida en Port Tallon nos preocupa. Él ha formado más o menos una

armada privada. Está actuando como si tuviera algo que ocultar.

―No es que vaya a escucharnos alguien. ―Murmuró Blunt.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~3344~~

―Exacto. El gobierno está demasiado entusiasmado como para no poner sus manos en

esos ordenadores solo para escucharnos a nosotros. Es por eso por lo que hemos

decidido enviar a nuestro propio hombre a la fábrica. Supuestamente para comprobar

la seguridad. Pero, en realidad, su trabajo es mantener un ojo en Herode Sayle.

―Est{s‖ hablando‖ de‖ mi‖ tío‖ ―dijo‖ Alex―.‖ Ian‖ Rider‖ le‖ había‖ dicho‖ que‖ iba‖ a‖ una‖

convención de seguros. Otra mentira más en una vida que no han sido más que

mentiras.

―Sí.‖Estuvo‖allí‖durante‖tres‖semanas‖y,‖como‖nosotros,‖no‖le gustó el Señor Sayle. En

sus primeros informes lo describía como un hombre irritable y antipático. Pero a la vez,

tenía que admitir que todo parecía estar bien. La producción iba según el programa.

Los Stormbreakers se producían según lo previsto. Todo el mundo parecía feliz.

―Pero‖entonces‖recibimos‖un‖mensaje.‖Rider‖no‖podía‖contar‖mucho ya que era una

línea abierta, pero nos dijo que algo estaba pasando. Dijo que había descubierto algo.

Que los Stormbreaker no podían abandonar la fábrica y que volvía a Londres.

Abandono Port Tallon sobre las cuatro. Nunca llego a la autopista. Fue emboscado en

un carril. La policía local encontró el coche. Lo hemos preparado para que lo traigan

aquí.

Alex estaba sentado en silencio. Se lo podía imaginar. Una carretera serpenteante con

árboles en flor. El plateado BMW brillando mientras corría a toda velocidad. Y, en una

curva,‖un‖segundo‖coche‖esperando…‖― ¿Por‖qué‖me‖cuentas‖todo‖esto?‖―preguntó‖

él.

―Prueba‖ lo‖ que‖ est{bamos‖ diciendo.‖―Contestó‖ Blunt―.‖ Teníamos‖ nuestras dudas

sobre Sayle así que enviamos a uno de los nuestros. Nuestro mejor hombre. Descubre

algo y acaba muerto. Quizás Rider descubrió la verdad.

― ¡Pero‖no‖lo‖entiendo!‖―interrumpió‖Alex―.‖Sayle‖est{‖dando‖ los ordenadores. No

consigue dinero de ello. A cambio, recibe una medalla y la ciudadanía británica. Está

bien ¿Qué tiene que esconder?

―No lo sabemos ―dijo Blunt―. Sinceramente no lo sabemos. Pero queremos

descubrirlo. Y pronto. Antes de que esos ordenadores abandonen la fábrica.

―Serán enviados el treinta y uno de marzo. ―Añadió la señora Jones―. De aquí a tres

semanas. ―Lanzó una mirada a Blunt, él asintió―. Por lo que es esencial que enviemos

a otra persona a Port Tallon. Alguien que continúe donde lo dejo tu tío.

Alex sonrió intranquilo. ―Espero que no estéis pensando en mí.

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―Nosotros no podemos enviar otro agente. ―dijo la señora Jones―. El enemigo ha

enseñado sus cartas. Ha matado a Rider. Estarán esperando un substituto. De alguna

forma tenemos que engañarle.

―Tenemos que enviar alguien que pase desapercibido, ―continuó Blunt―. Alguien

que pueda buscar e informarnos sin ser visto. Estábamos considerando enviar una

mujer. Ella podría introducirse como una limpiadora o ayudante de cocina. Pero

entonces tuve una idea mejor.

―Hace unos meses, una de esas revistas de ordenadores‖ hizo‖ un‖ concurso.‖ ‚Sea‖ el‖

primer chico o chica que utilice el Stormbreaker. Viaja a Port Tallon y conoce a Herod

Sayle‖en‖persona‛.‖Ese‖era‖el‖primer‖premio,‖y‖lo‖ganó‖algún‖joven‖que‖aparentemente‖

es un niño prodigio cuando se trata de ordenadores. Su nombre es Félix Lester. Catorce

años. Los mismos años que tienes tú. Y que se parece un poco a ti. Se le espera en Port

Tallon dentro de dos semanas.

―Espera un momento...

―Ya has mostrado ser extraordinariamente valiente e ingenioso ―dijo Blunt―.

Primero‖en‖el‖vertedero…‖eso‖era‖una‖patada‖de‖karate,‖¿no?‖¿Durante‖cu{nto‖tiempo‖

has estado aprendiendo karate? ―Alex no contestó así que Blunt prosiguió―. Y

también esta ese test que te preparamos en el banco. Cualquier chico que sea capaz de

escalar desde la ventana de un décimo quinto piso sólo para satisfacer su curiosidad

tiene que ser especial, y me parece a mí que tú eres verdaderamente especial.

―Lo que te estamos sugiriendo es que trabajes para nosotros. ―dijo la señora Jones―

Tenemos tiempo suficiente para darte un entrenamiento básico, no es que realmente lo

necesites, y equiparte con algunos objetos que te puedan ser de utilidad para lo que

tenemos en mente. Entonces prepararemos todo para que tú vayas en lugar del otro

chico.‖Lo‖enviaremos‖a‖Florida‖o‖algún‖otro‖sitio…‖darle‖unas‖vacaciones‖como‖premio‖

de consolación. Tú iras a las Empresas Sayle el veintinueve de marzo. Que es cuando

esperan la llegada del chico Lester.

―Estarás allí hasta el primero de abril, que es el día de la ceremonia. No podía ser

mejor oportuno. Podrás conocer a Herode Sayle, y vigilarlo, dinos lo que piensas.

Quizás también descubras algo de lo que tu tío había descubierto y por qué ha muerto

por ello. No deberías estar en peligro. Después de todo, ¿Quién sospecharía de un

chico de catorce años de ser un espía?

―Lo único que te pedimos es que nos informes ―dijo Blunt―,‖‖el primero de abril es

dentro de tres semanas. Es todo lo que te pedimos. Tres semanas de tu tiempo. Una

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oportunidad de asegurarnos de que esos ordenadores son todo lo que nos quieren

hacer creer. Una oportunidad de servir a tu país.

Blunt se había terminado su comida. Su plato estaba completamente limpio, como si no

hubiera tenido comida desde un principio. Soltó su cuchillo y tenedor, situándolos de

forma precisa uno al lado del otro. ―Está bien, Alex ―dijo él―. ¿Qué nos dices?

Hubo un largo silencio.

Alex soltó su cuchillo y tenedor. No había comido nada. Blunt lo miraba con amable

interés. Jones estaba desenvolviendo otro chicle de menta, sus ojos parecían fijos en el

papel retorcido de sus manos.

―No. ―dijo Alex.

― ¿Disculpa?

―Esa es una idea estúpida. No quiero ser un espía. Quiero jugar al futbol, de todas

formas. Tengo una vida propia. ―Le había resultado difícil escoger las palabras

adecuadas. Todo este asunto era tan ridículo que casi quería echarse a reír―. ¿Por qué

no le pides a ese tal Félix Lester que fisgonee para ustedes?

―No creemos que sea tan ingenioso como tú. ―Dijo Blunt.

―Seguramente sea mejor en juegos de ordenador, ―sacudió su cabeza Alex―. Lo

siento. No estoy interesado. No quiero involucrarme.

―Es una pena ―dijo Blunt. Su tono de voz no había cambiado, pero había una pesada,

mortífera entonación en sus palabras. Y había algo diferente en él. Durante la comida

había sido educado, cortes, no amistoso pero al menos humano. En un instante eso

había desaparecido. Alex pensó en una cisterna de inodoro siendo usada. Su parte

humana se había esfumado.

―Entonces será mejor que nos pongamos a hablar sobre tu futuro. ―continuó el―. Te

guste o no, Alex, la Real y General es ahora tu tutora legal.

―Pensaba que habías dicho que la Real y General no existía.

Blunt lo ignoró. Ian Rider había, por supuesto, dejado la casa y todo su dinero a tu

nombre. Sin embargo, lo ha dejado en un fideicomiso hasta que cumplas los veintiuno.

Y nosotros controlamos ese fideicomiso. Así que habrá, me temo, algunos cambios. La

chica‖americana‖que‖vive‖contigo…

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― ¿Jack?

―La señorita Starbright. Su visa ha expirado. Volverá a América. Pensamos poner la

casa a la venta. Desafortunadamente, no tienes parientes que estén preparados para

acogerte, así que me temo que eso significa que tendrás que dejar Brookland. Serás

enviado a una institución. Conozco una justo a las afueras de Birmingham. La Saint

Elizabeth en Sourbridge. No es precisamente un sitio agradable, pero me temo que no

hay alternativa.

― ¡Estas chantajeándome! ―exclamó Alex.

―Para nada.

― ¿Pero‖y‖si‖accedo‖a‖hacer‖lo‖que‖me‖piden…?

Blunt miró a Jones. ―Ayúdanos y te ayudaremos. ―Dijo ella.

Alex lo consideró, pero no durante mucho tiempo. No tenía elección y lo sabía. No

cuando esa gente controlaba su dinero, su vida presente, todo su futuro. ―Habían

hablado de entrenamiento. ―Dijo él.

La señora Jones afirmó con la cabeza. ―Se espera que Félix Lester llegue dentro de dos

semanas. ―dijo ella―. No nos da mucho tiempo. Pero es también por lo que te hemos

traído aquí, Alex. Esto es un centro de entrenamiento. Si aceptas hacer lo que

queremos, podemos empezar ya.

―Empezar ya. ―Alex pronunció las dos palabras sin gustarle como sonaba. Blunt y la

señora Jones estaban esperando una respuesta. Él suspiro ―Sí. Está bien. Parece que no

tengo alternativa.

Él echó un vistazo a los filetes fríos de cordero de su plato. Carne muerta. De repente

supo cómo se sentía.

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Capítulo 5

Doble o Nada

Por centésima vez, Alex maldijo a Alan Blunt, usando un lenguaje que no se había

dado cuenta sabía. Eran casi las cinco en punto de la tarde, a pesar de que podrían

haber sido las cinco en punto de la mañana; el cielo apenas había cambiado durante el

transcurso del día. Era gris, frío, implacable.

La lluvia seguía cayendo, una fina llovizna que viajaba horizontalmente en el viento,

empapando la supuesta ropa contra el agua, mezclándose con su transpiración y

suciedad, calándolo hasta los huesos.

Él desenfundó el mapa y comprobó su posición una vez más. Él debía estar en la zona

de los vehículos como punto de encuentro pero no vio nada. El estaba parado en un

estrecho camino con piedras grises sueltas que crujían bajo sus botas de combate. El

camino serpenteaba alrededor de una ladera con un precipicio a su derecha. Él estaba

en algún lugar en Brecon Beacons y allí debería haber laguna vista, pero estaba todo

borroso por la lluvia y la escasa luz. Unos pocos árboles se retorcían fuera del sector de

la montaña con hojas tan duras como espinas. Detrás de él, a su lado, delante de él, era

todo lo mismo.

El país de ningún lugar.

Alex estaba herido. Las mochila de 22 libras que había sido obligado a cargar le cortaba

los hombros y se le habían formado ampollas. Su rodilla derecha, donde se había caído

más temprano en el Apia, no sangraba pero todavía picaba. Su hombro estaba

magullado y había un raspón todo a lo largo de su cuello. La ropa de camuflaje que él

mismo se había puesto le sentaba mal, cortado bajo sus piernas y en sus brazos

perdiéndose en quién sabe dónde. Estaba cerca de caer exhausto, él sabía, que estaba

tan cansado como para saber cuánto dolor estaba sufriendo. Pero por las tabletas de

glucosa y cafeína de su paquete de supervivencia, él debería haberse detenido hace

unas horas. Sabía que si no encontraba el RV pronto, estaría psicológicamente no apto

para‖ continuar.‖ Entonces‖ sería‖ lanzado‖ fuera‖ del‖ campo.‖ ‚Desechado‛,‖ como‖ le‖

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llamaban. Eso les gustaría. Ingiriendo el sabor de la derrota, Alex dobló el mapa y se

forzó a seguir.

Era su noveno o quizás su décimo día de viaje. El tiempo había comenzado a disolverse

en sí mismo, y la lluvia a deformarse. Después del almuerzo con Alan Blunt y la Señora

Jones, él había comenzado a moverse fuera del distrito y dentro de un crudo bosque y

unas chozas unas pocas millas más lejos. Había unas nueve chozas en total, cada una

equipada con cuatro camas de metal y cuatro casilleros de metal. Una quinta había sido

agregada para acomodar a Alex allí dentro. Dos chozas más, pintadas con diferentes

colores, estaban a los lados. Una de estas era una cocina y una sala desastrosa. Las otras

contenían baños, hundidos, y duchas sin canilla para el agua caliente a la vista.

En su primer día allí, Alex había sido introducido a su oficial de capacitación, un

increíble sargento. Era la clase de hombre que piensa que ha visto de todo. Hasta que

vio a Alex. Él había examinado al nuevo hasta que por fin habló – No es mi trabajo

hacer preguntas – él había dicho – pero si lo fuera, me gustaría saber en que estaban

pensando al enviarme a un chico. ¿Tienes alguna idea de donde estás, muchacho? Este

no es un campamento de vacaciones. Este no es Disneylandia – él cortó la palabra en

tres sílabas mientras salían de su boca – te tengo doce días y ellos esperan que te de

una clase de entrenamiento que debería tomarse en catorce semanas. Esto no es sólo

por molestar. Esto es un suicidio.

—Yo no pedí estar aquí — Alex dijo.

De repente el sargento estaba furioso — No me hablas a menos que te de permiso —él

gritó— Y‖cuando‖me‖hables,‖me‖llamas‖‚Señor‛;‖¿entendido?‖

— Sí, Señor — Alex ya había decidido que el hombre era aún peor que un profesor de

geografía.

—Hay cinco unidades operacionales por el momento — El oficial comenzó — Tú te

unirás a la unidad K. No usamos nombres. Yo no tengo nombre. Tú no tienes nombre.

Si alguien te preguntas que estás haciendo, no les dices nada. Algunos de los hombres

puede que sean duros. Algunos de los hombres ignorarán que estás aquí. Eso es malo.

Tendrás que vivir con ello. Y hay algo que necesitas saber. Puedo darte algunas

autorizaciones. Eres un niño, no un hombre. Pero si te quejas, serás enterrado. Si lloras,

serás enterrado. Si no puedes resistir, serás enterrado. Entre tú y yo, muchacho, esto es

un error y yo quiero enterrarte.

Después de eso, Alex se unió a la unidad K. Como el sargento había predicho, no

estaban muy contentos de verlo. Allí había cuatro de ellos. Como Alex pronto

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descubrió, la División de Operaciones Especiales de M16 envió agentes al mismo

centro de entrenamiento usando el Especial Servicio Aéreo (SAS). Mucho del

entrenamiento se basaba en los métodos del SAS y esto incluía los números y

maquillaje de cada equipo. Así que allí había cuatro hombres, cada uno con sus propias

habilidades. Y un chico, aparentemente con ninguna.

Estaban todos a los mediados de los veintes, esparcidos por sobre los bancos y en

silencio comprensible. Dos de ellos estaban fumando. Uno estaba desarmando y re-

ensamblando su arma 9mm Browning High Power. Cada uno de ellos tenía un nombre

código: Wolf, Fox, Eagle, y Snake [1]. De ahora en adelante, Alex, sería conocido como

Cub[2]. El líder, Wolf, era el que estaba con el arma.

Era bajo y musculoso, de hombros cuadrados y pelo corto negro. Él tenía una cara

elegante, ligeramente desigual por su nariz, que había sido quebrada unas cuantas

veces en el pasado

El fue el primero en hablar. Dejando el arma, examinó a Alex con sus fríos ojos

marrones —Entonces, ¿Quién infiernos crees que eres? —él demandó.

—Cub —Alex respondió.

—Un escolar sangriento. —Wolf habló con una extraña y con un ligero acento

extranjero —No lo creo. ¿Estás tú en Operaciones Especiales?

—No estoy autorizado a responder eso — Alex fue hasta su litera y se sentó. La

sensación del colchón fue sólida como la de un marco. A pesar del frío, allí había sólo

una manta.

Wolf sacudió la cabeza y sonrió humorísticamente — Miren a quien nos han enviado

—él murmuró— ¿Doble o Siete? Doble o Nada es más parecido.

Después de eso, el nombre se mantuvo. Doble o nada era como lo llamaban.

En los días que siguieron, Alex fue una sombra del grupo, no siendo gran parte de él,

pero nunca alejándose por completo. Casi todo lo que hicieron, él lo hizo. Aprendió a

leer un mapa, comunicación por radio, y primeros auxilios. Él formó parte en una clase

de combate desarmado y fue golpeado contra el suelo tan seguido que le costó toda su

energía volver a levantarse.

Y allí estaba la pista de entrenamiento. Cinco veces el fue intimidado y disparado a

través de la pesadilla de redes y escaleras, túneles y zanjas, muros imponentes y

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cuerdas flojas oscilantes que se extendían a cuatro millas, y de nuevo, el bosque que

rodeaba las chozas. Alex pensó en ello como la aventura del subsuelo del infierno. La

primera vez que lo intentó, calló de la cuerda y dentro de un hoyo con lodo helado. Él

se ahogó y ensució, y fue enviado a volver a empezar por el sargento. Alex pensó que

él nunca llegaría hasta el final, pero la segunda vez el término en veinticinco minutos,

los cuales se relucieron a diecisiete minutos para el final de la semana. Golpeado y

exhausto pensó que estaba, que él estaba realmente conforme consigo mismo. Incluso

Wolf lo hacía en veinte.

Wolf seguía hostil frente a Alex. Los otros tres hombres simplemente lo ignoraban,

pero Wolf hizo todo lo posible para humillarlo y mofarse de él. Era como si Alex lo

había insultado de alguna manera siendo agregado al grupo. Una vez, arrastrándose

bajo las redes, Wolf lo atacó por el pie, perdiendo la cara de Alex por una pulgada. Por

supuesto él hubiera dicho que era un accidente. Otra vez mucho más exitosa, golpeó a

Alex en el comedor, enviándolo al suelo, junto con la bandeja, el estofado y los

utensilios de comida. Y cada vez que hablaba con Alex utilizaba el mismo tono de

desprecio.

—Buenas noches, Doble o Nada. No mojes la cama.

Alex mordió su labio y no dijo nada. Pero él estaba agradecido cuando los cuatro

hombres fueron enviados fuera por cuatro días a sobrevivir en la jungla—esto, no era

parte de su propio entrenamiento. Debido a esto, el sargento trabajó el doble de duro

con él una vez que se fueron, Alex prefería estar por su cuenta.

Pero en el décimo día, Wolf se acercó a él para acabarlo por completo. Fue en la Casa

de la Matanza.

La Casa de la Matanza era una maqueta falsa para el entrenamiento de la SAS para la

liberación de rehenes. Alex había visto dos veces a la Unidad K ir a la casa; la primera

vez nadando bajo la superficie, y había seguido su progreso por la televisión. Todos los

cuatro hombres estaban armados. Alex por su parte no participó por que alguien en

algún lugar había decidido que él no debía portar un arma. Dentro de la Casa de la

Matanza, maniquíes habían sido dispuestos como terroristas y rehenes. Derrumbando

puertas y despejando las habitaciones con algún tipo de gas, Wolf, Fox, Eagle y Snake

completaron exitosamente su misión las dos veces.

Esta vez Alex se les había unido. La Casa de la Matanza había sido llena con bombas

explosivas. No dijeron cómo. Ellos cinco estaban desarmados. Su trabajo era

simplemente‖llegar‖de‖un‖extremo‖de‖la‖casa‖al‖otro‖sin‖ser‖‚asesinado‛.‖Ellos‖casi‖ lo‖

hicieron. En la primera habitación, decorada para parecer un amplio comedor, ellos

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encontraron las almohadillas presionadas debajo de las alfombras y en las esquinas de

las puertas. Para Alex era una extraña experiencia, caminar de puntillas detrás de otros

cuatro hombres, viendo como ellos desmantelaban dos dispositivos, usando humo de

cigarrillo para exponer los otros rayos infrarrojos. Era raro estar asustado de todo y

todavía no haber visto nada. En el pasillo había un detector de movimiento (Alex

asumió que estaba cargado con balas) detrás de una pantalla japonesa. El tercer cuarto

estaba vacío. El cuarto era una sala de estar con la salida, un par de ventanas francesas

del otro lado. Había un alambre de púas, más fino que el cabello de un humano

colocado por toda la habitación, y las ventanas francesas estaban con alarma. Mientras

Snake se ocupaba de la alarma, Fox y Eagle preparaban un neutralizador para los

cables, desconectando un circuito electrónico y una variedad de herramientas.

Wolf los detuvo —Déjenlo. Ya estamos fuera de aquí — al mismo momento, Snake

señaló. Él había desactivado la alarma. Las ventanas francesas estaban abiertas. Snake

fue el primero en salir. Luego Fox y Eagle. Alex pudo haber sido el último que dejara la

habitación, pero justo cuando llegaba a la salida, encontró a Wolf bloqueando su salida

— Mucha suerte, Doble o Nada – Wolf dijo. Su voz era suave, casi amable.

La siguiente cosa que Alex sabía, el talón de la palma de Wolf había chocado en su

pecho, empujándolo hacia atrás con una fuerza asombrosa. Tomado por sorpresa,

perdió su balance y calló, recordando el alambre de púas, y trató de girar el cuerpo

para evitarlo. Pero era una esperanza. Su mano izquierda atrapó el alambre. Él lo sintió

contra su muñeca. Él golpeó el suelo, llevándose el alambre consigo.

El alambre de púas activó un dispositivo con granadas llenas de una mezcla de

magnesio en polvo y fulminato de mercurio. La explosión no sólo ensordeció a Alex

sino que estremeció a través de él como si tratara de sacarle el corazón. La luz del

mercurio incinerado duro por unos largos cinco segundos. Era tan brillante que incluso

cerrar los ojos no hacía diferencia. Alex yació allí con su cara contra el piso, sus manos

cubriendo su cabeza, sin poder moverse, esperando a que terminara.

Pero incluso entonces no había terminado. Cuando la llama finalmente se terminó, fue

como si toda la luz de la habitación hubiera sido consumida. Alex se tambaleó sobre

sus pies, sin poder escuchar o ver algo, sin estar seguro de donde estaba. Se sintió

enfermo en el estomago. La habitación se tambaleó a su alrededor. El pesado olor de

los químicos colmaba el aire.

Diez minutos después el bajaba los escalones hacía el exterior. Wolf estaba esperando

con los demás, su cara pálida. Él había salido antes de que Alex golpeara el suelo. El

Oficial de entrenamiento caminaba furioso hacía él. Alex no esperaba ver una pizca de

preocupación en la cara del hombre y no estaba decepcionado.

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—¿Quieres decirme que pasó allí dentro, Cub? —él demandó. Cuando Alex no

respondió, él siguió — Arruinaste el ejercicio. Lo ensuciaste. Podrías haber hecho que

toda la unidad fuera una mierda. Así que mejor empiezas a decirme que fue mal.

Alex echó una mirada a Wolf. Wolf miraba hacia otro lado. ¿Qué debería decir?

¿Debería tratar de decir la verdad?

—¿Bueno? —el sargento estaba esperando.

—Nada pasó, Señor —Alex dijo—. Sólo que no estaba viendo por donde iba. Pisé sobre

algo y hubo una explosión.

—Si esto fuera la vida real, estarías muerto —el sargento dijo— ¿Qué fue lo que te dije?

Enviarme a un muchacho era un error. Un estúpido, niño torpe que no sabe por dónde

camina…‖¡eso‖es‖aún‖peor!

Alex siguió parado donde estaba sabiendo que se estaba sonrojando. Una parte de él

quería contestar de vuelta, pero se mordió la lengua. Por la esquina de su ojo, pudo ver

a Wolf sonriendo a medias.

El sargento tenía que verlo también —¿Qué es lo que ves tan gracioso, Wolf? Puedes ir

a limpiar allí dentro. Y esta noche es mejor que tomes algo mejor que el resto. Todos

ustedes. Por que mañana tienen una caminata de treinta millas. Sin raciones. Sin luces.

Sin fuego. Este es un curso de supervivencia. Y si sobrevives, entonces quizás tengas

alguna razón para sonreír.

Alex recordó las palabras ahora, exactamente veinticuatro horas después. Él había

pasado las últimas once horas de pie, siguiendo el camino que el sargento había

marcado para él en el mapa. El ejercicio había comenzado a las seis en punto de la

mañana después de que la luz verde del desayuno de salchichas y frijoles. Wolf y los

demás habían desaparecido en la distancia frente a él hacía tiempo, a pesar de que a

ellos les habían dado 55 Kg para cargar. Les habían dado incluso ocho horas para

completarlo. Permitiéndole por su edad, le habían dado doce.

Él rodeó una esquina, sus pies crujiendo en la grava. Había alguien parado delante de

él. Era el sargento. Tenía una caja de cerillas y estaba guardándola en su bolsillo. Verlo

allí trajo de nuevo la vergüenza y el odio del día anterior al mismo tiempo que

minaban sus últimas fuerzas. De repente, Alex había tenido suficiente de Blunt, Sra.

Jones,‖Wolf…‖y‖toda‖la‖estúpida‖cosa.‖Con‖un‖esfuerzo‖final‖él‖se‖tambaleó‖las‖últimas‖

cien yardas y se interrumpió. La lluvia y el sudor le corrían por un lado de la cara. Su

pelo, negro ahora por la mugre, estaba pegado a su frente.

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El sargento miró su reloj. —Once horas, cinco minutos. No está mal, Cub. Pero los

otros estaban aquí hace tres horas atrás.

Bien por ellos, Alex pensó. Él no dijo nada.

—De todos modos, deberías haberlo hecho por el primer acantilado —el sargento

prosiguió —Está allí arriba.

Él señaló una pared. No una pared inclinada. Una completamente en picada. Roca

sólida de unos doscientos o trescientos pies hacía arriba. Incluso mirando hacia allí,

Alex‖sintió‖su‖estómago‖retorcerse.‖Ian‖Rider‖lo‖había‖llevado‖a‖escalar…‖en‖Scotland,‖

en Francia, por toda Europa. Pero nunca había intentado nada tan difícil como esto. No

por su cuenta. No cuando estaba tan cansado.

—No puedo —él dijo—. Al final, las dos palabras salieron fáciles.

—No escuché aquello —él sargento dijo.

—Dije, que no puedo hacerlo, Señor.

—No puedo, es una palabra que no se usa por aquí.

—No me importa. Tuve suficiente —la voz de Alex se quebró. No confiaba en sí mismo

para seguir adelante.

Se quedó allí, helado y vacío, esperando a que el hacha cayera. Pero no lo hizo. El

sargento lo miró por un largo tiempo. Él asintió con la cabeza lentamente. —Escucha,

Cub — él dijo —. Se lo que pasó el La casa de la Matanza.

Alex levantó la mirada.

—Wolf se olvidó del circuito cerrado de la TV y lo tenemos todo filmado.

— ¿Entonces‖por‖qué…?‖— Alex comenzó.

— ¿Presentas alguna queja contra él, Cub?

—No, Señor.

— ¿Quieres presentar alguna queja contra él, Cub?

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Una‖pausa.‖Entonces…‖—No, Señor.

—Bien —el sargento señaló la roca con la cara, sugiriendo un camino con su dedo —no

es tan difícil como parece —dijo— y están esperando por ti justo en la cima. Tienen una

linda cena fría. Raciones de supervivencia. No querrás perderte eso.

Alex liberó un profundo suspiro y empezó a ir hacia delante. Al pasar al sargento,

tropezó y colocó una mano en él para detener la caída, chocando contra él —lo siento,

Señor —dijo.

Le tomó veinte minutos llegar a la cima y asegurarse de que la unidad K ya estaba allí,

acuclillados alrededor de tres carpas que deben haber preparado cuando llegaron más

temprano. Dos suficientemente largas para compartir y una pequeña, para Alex.

Snake, un hombre delgado y de cabello rubio que hablaba con un acento escoses,

levantó la vista hacia Alex. Él tenía una lata de estofado frío en una mano y una

cucharita en la otra. — No creía que lo fueras a hacer — él dijo. Alex no pudo dejar de

notar una cierta calidez en la voz del hombre. Y esta vez no le había llamado Doble o

Nada.

—Al parecer lo hice —Alex dijo.

Wolf estaba de cuclillas sobre lo que él esperaba sea una fogata, tratando de poner en

marcha el fuego con dos piedras, mientras que Fox y Eagle miraban. Él no estaba

obteniendo nada. Las piedras sólo producían unas pequeñas chisas y los trozos de

periódico y hojas que habían recogido ya estaban demasiado mojados. Wolf seguía

friccionado las piedras mientras los demás veían con sus rostros sombríos.

Alex sacó la caja de cerillas que robó del sargento cuando fingió tropezarse y se la

lanzó a Wolf — Esto debería ayudar — él dijo. Entonces se dirigió a su tienda.

――――――

[1] Literalmente: Lobo, Zorro, Águila, y Serpiente

[2] Literalmente: Cachorro.

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Capítulo 6

No somos juguetes

En la oficina de Londres la Señora Jones se sentó a esperar mientras que Alan Blunt leía

el informe. El sol brillaba. Una paloma pasaba de un lado a otro por la cornisa exterior

como si tratara de mantener la guardia.

—Lo está haciendo muy bien —dijo al fin Blunt—. Es notable, de hecho —pasó una

página—. Veo que omitió la práctica de tiros.

— ¿Estás planeando darle un arma? —preguntó la señora Jones.

—No, no creo que sea una buena idea.

—Entonces, ¿Por qué necesita prácticas de tiro?

Blunt alzó una ceja. —No podemos darle un arma a un adolescente —dijo—. Por otra

parte, no creo que podamos mandarle a Port Tallon con las manos vacías. Será mejor

que hable con Smithers.

—Ya lo he hecho, ya está trabajando en ello. —La Señora Jones se puso de pie como si

fuera a salir, pero en la puerta dudó—. Me pregunto si ha pensado en que Rider puede

haber estado preparándolo todo este tiempo.

—¿Qué quieres decir?

—Preparar a Alex para que lo sustituyera. Desde que comenzó a caminar, ha sido

entrenado en trabajos de inteligencia... pero sin conocimiento. Quiero decir, ha vivido

en el extranjero, por lo que ahora sabe hablar francés, alemán y español. Ha hecho

escalada, buceo y esquí. Ha aprendido kárate, prácticamente está en las mejores

condiciones —se encogió de hombros—. Creo que Rider quería que Alex se convirtiera

en espía.

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—Pero no tan pronto —dijo Blunt.

—Estoy de acuerdo. Lo sabes tan bien como yo Alan. No está listo todavía. Si lo envían

a las empresas Sayle, lo mandan hacia la muerte.

—Tal vez —la palabra sonó fría, realista.

—¡Tiene 14 años, no podemos hacerlo!

—Tenemos que hacerlo —Blunt se levantó y abrió la ventana, dejando que entrara el

aire y el sonido del tráfico. La paloma se precipitó fuera de la cornisa, la asustó.

—Todo este asunto me preocupa —dijo—. El primer ministro considera el

Stormbreaker como un gran golpe... para él y para su gobierno. Pero todavía hay algo

sobre Herod Sayle que no me gusta. ¿Le contaste al niño sobre Yassen Gregorovich?

—No —la Señora Jones sacudió la cabeza.

—Entonces es hora de que lo hagas. Fue Yassen quien mató a su tío. Estoy seguro de

ello. Y si Yassen estaba trabajando para Sayle...

—¿Qué hará usted si Yassen mata a Alex Rider?

—Ese no es nuestro problema Señora Jones, si el niño encuentra la muerte al menos

será la prueba final de que algo va mal. Al menos esto me permitiría posponer el

proyecto Stormbreaker y tener la mirada fija en lo que está pasando en el Port Tallon.

En cierto modo, casi nos ayudaría si fuese asesinado.

—El chico no está listo todavía, cometerá errores. No les llevará mucho tiempo

descubrir quién es —la Señora Jones lanzó un suspiro—. No creo para nada que Alex

tenga oportunidades.

—Estoy de acuerdo —Blunt se volvió desde la ventana. El sol entraba oblicuamente

por encima de su hombro. Una sola sombra cayó sobre su rostro.

—Pero es demasiado tarde para preocuparse por eso ahora —dijo—. No tenemos más

tiempo. Detén el entrenamiento y mándalo adentro.

Alex se sentó acurrucado en la parte baja del avión militar C-130, con el estómago

revuelto tras las rodillas. Había once hombres sentados en dos líneas a cada lado, su

propia unidad y otros dos más. Durante una hora, el avión sólo había volado 300 pies,

siguiendo los Valles Galeses, baños de inmersión y virando bruscamente para evitar

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los picos de las montañas. Sólo una bombilla roja brillaba detrás de una malla de

alambre, agregando calor a la cabina de hacinamiento. Alex podía sentir la vibración

de los motores a través de él. Fue como viajar en una secadora y un microondas

combinados.

La idea de saltar de un avión con un paraguas de seda de gran tamaño había hecho

enfermar de miedo a Alex, pero esa precisa mañana le habían dicho que no podía

saltar. Un mensaje de Londres. No podían arriesgarlo a que se rompiera una pierna, se

dijo, y Alex adivinó que el final de su entrenamiento estaba cerca. Aún así, le habían

enseñado cómo empacar un paracaídas, cómo controlarlo, cómo salir de un avión y

cómo llegar a tierra. Al final del día el sargento le había dado instrucciones para unirse

al vuelo, sólo para experimentar. Ahora, cerca de la zona de descenso, Alex se sentía

casi decepcionado. Había visto saltar a los demás y ahora se quedó solo.

—P menos cinco...

La voz del piloto sonó por el sistema de altavoces, lejano y metálico. Alex apretó los

dientes. Cinco minutos para el salto. Miró a los otros hombres, que arrastraban los pies

en su sitio, comprobando las cuerdas que conectaban a la línea estática. Estaba sentado

junto a Wolf. Para su sorpresa, el hombre estaba completamente tranquilo, sin

moverse. Era difícil de decirlo a medio oscuras, pero la expresión de su cara casi podría

decirse que era miedo...

Hubo un fuerte zumbido y la luz roja cambió a verde. El asistente del piloto había

subido a través de la cabina del piloto. Tomó un mango y abrió una puerta de la parte

posterior de la aeronave, permitiendo que el aire frío se apresurara dentro. Alex podía

ver sólo un cuadrado en la noche. Estaba lloviendo. La lluvia aullaba de paso.

La luz verde comenzó a parpadear. El piloto asistente golpeó al primer par sobre los

hombros y Alex los vio de un lado a otro y luego se lanzaron hacia afuera. Durante un

momento ellos estaban allí, congelados en el umbral. Luego se fueron como una

fotografía arrugada y se apartaron por el viento. Dos hombres más le siguieron. A

continuación, otros dos. Wolf sería el último en salir y con Alex sin saltar, él saltaría

sólo.

Eso le llevó menos de un minuto. De pronto Alex era consciente de que Wolf y él se

quedaron solos.

— ¡Muévelo! —gritó el piloto asistente por encima del rugido de los motores.

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Wolf se recogió a sí mismo. Sus ojos se encontraron brevemente con los de Alex, y en

ese momento Alex lo supo. Wolf era un líder muy popular. Era duro y rápido como

para completar un alza de treinta millas como si para él se tratara de un paseo por el

parque. Pero tenía un punto débil. De alguna manera él había permitido el salto en

paracaídas y esto le asustaba. Era difícil de creer, pero ahí estaba, congelado en la

puerta, con los brazos rígidos, mirando hacia fuera. Alex miró hacia atrás. El piloto

asistente fue a mirar hacia otro lado, no había visto lo que estaba sucediendo. ¿Y

cuándo lo hizo? Si Wolf no daba el salto, sería el final de su formación, y tal vez de su

carrera. Incluso vacilar sería suficientemente grave. Estaría acabado.

Alex pensó por un momento, Wolf no se movía. Alex veía sus hombros, subiendo y

bajando y trató de reunir el valor para hacerlo. Pasaron diez segundos. Quizá más. El

piloto asistente se inclinaba hacia abajo, escondiendo un pedazo del equipamiento.

Alex se puso de pie. —Wolf... —dijo.

Wolf no lo escuchaba.

Alex echó un último vistazo al piloto asistente, y luego pateó con todas sus fuerzas. Su

pie se estrelló contra la espalda de Wolf. Lo empujó con todas sus fuerzas. A Wolf lo

tomó por sorpresa, sus manos se empezaron a mover como si se sumergiera en el aire

de un torbellino.

El piloto asistente se dio la vuelta y miró a Alex. — ¿Qué estás haciendo? —gritó—.

Sólo estirando las piernas —gritó Alex a sus espaldas.

El avión giró en el aire y comenzó el camino a casa.

La Señora Jones lo estaba esperando cuando entró en el hangar. Estaba sentada en la

mesa, vestida con una chaqueta gris y unos vaqueros de los que le salía un pañuelo

negro por uno de sus bolsillos. Durante un momento, no le reconoció. Alex vestía el

traje de vuelo. Tenía el pelo húmedo de la lluvia y parecía haber envejecido en las dos

últimas semanas. Ninguno de los hombres había llegado de vuelta todavía. Se había

enviado un camión para recogerlos a dos kilómetros de distancia.

—Alex... —dijo.

Alex la miró pero no dijo nada.

—Fue mi decisión no dejarte saltar —dijo ella—. Espero que no estés decepcionado,

sólo pensé que era demasiado arriesgado. Por favor siéntate.

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Alex se sentó frente a ella.

—Tengo algo que puede animarte —prosiguió—. He traído algunos juguetes.

—Soy demasiado viejo para los juguetes —dijo Alex.

—No para estos juguetes.

Ella hizo una seña y un hombre apareció, saliendo de la sombra, con una bandeja de

equipos que puso sobre la mesa. El hombre estaba enormemente gordo. Cuando se

sentó, la silla de metal desapareció bajo la propagación de sus nalgas, y Alex se

sorprendió que incluso soportara su peso. Era calvo, con bigote negro y varias

barbillas, cada una fusionándose en la siguiente y finalmente en el cuello y los

hombros. Vestía un traje de raya diplomática, que debe haber utilizado el suficiente

material para hacer una tienda de campaña.

—Smithers —dijo, asintiendo con la cabeza a Alex—. Es muy bonito conocerte,

muchacho.

— ¿Qué tienes para él? —demandó la señora Jones.

—Me temo que no hemos tenido una gran cantidad de tiempo, Sra. J —respondió

Smithers—. El reto consistía en pensar lo que un muchacho de catorce años de edad,

podría llevar consigo para adaptarlo. —Tomó el primer objeto de la bandeja. Un yo-yo.

Era un poco más grande que lo normal, de plástico negro—. Vamos a empezar con esto

—dijo Smithers.

Alex sacudió la cabeza. No podía creer nada de esto. —No me digas —exclamó—, es

una especie de arma secreta....

—No exactamente. Me dijeron que no ibas a tener armas. Eres demasiado joven.

— ¿Así que no es realmente una granada de mano? ¿Tirar de la cuerda y correr como si

fuera el infierno?

—Por supuesto que no. Es un yo-yo. —Smithers sacó la cuerda, sosteniéndola entre un

dedo regordete y el pulgar—. Sin embargo, la cuerda es un tipo especial de nylon. Muy

avanzado. Hay treinta metros de él y puede levantar pesos de hasta doscientas libras.

El yoyo es motorizado y se engancha en su cinturón. Muy útil para la escalada.

—Increíble —Alex no estaba impresionado.

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—Y luego esto. —El Sr. Smithers sacó un pequeño tuvo. Alex leyó el lado: ZITCLEAN.

PARA PIEL MÁS SANA—. Nada personal —dijo Smithers, en tono de disculpa—. Pero

pensamos que era algo que un niño de su edad podría llevar. Y es bastante notable. —

Abrió el tubo y apretó la parte de la crema en el dedo—. Totalmente inofensivo cuando

la tocas. Pero ponlo en contacto con el metal y es otra historia. —Se limpió el dedo,

untando la crema en la superficie de la mesa. Por un momento nada ocurrió. A

continuación, una voluta de humo de acre se trenzó hacia arriba en el aire, el metal

chisporroteo, y apareció un agujero irregular—. Va a hacer eso a casi cualquier metal

—explicó Smithers—. Muy útil si necesitas romper a través de una cerradura. —Sacó

un pañuelo y se limpió los dedos. ¿Algo más? —preguntó la señora Jones.

—Oh, sí, señora J. Se podría decir que esta es nuestro punto fuerte. —Él tomó una caja

de colores brillantes que Alex reconoció en seguida como Nintendo Game Boy Color—.

¿Qué adolescente estaría completo sin uno de estos? —se preguntó—. Que viene con

cuatro juegos. Y la belleza es que, cada cartucho de la computadora se convierte en

algo muy diferente.

Mostró a Alex el primer juego. Némesis.

—Si inserta éste, el ordenador se convierte en un escáner, que le da el contacto directo

con nosotros y viceversa. Simplemente pase a través de la pantalla cualquier página

que se quiera transmitir y lo tendremos en cuestión de segundos.

Sacó un segundo juego: Exocet. —Este convierte el ordenador en un dispositivo de

rayos-x. Coloque la máquina contra cualquier superficie sólida a menos de dos

pulgadas de espesor y verá a través de él en la pantalla. También tiene una función de

interfaz de audio. Sólo tienes que conectar los auriculares. Útiles para espiar

conversaciones. No es tan poderosa como me gustaría, pero estamos trabajando en ello.

El tercer juego se llamaba Guerra de velocidad. —Éste es un buscador de micrófonos

ocultos —explicó Smithers.

—Se puede usar el equipo para barrer una habitación y comprobar si alguien está

tratando de escucharte. Te sugiero que lo utilicé al momento de tu llegada. Y

finalmente... mi favorito.

Smithers levantó un último cartucho. Etiquetado BOMBER BOY.

—¿Puedo jugar con este? —preguntó Alex.

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—Puedes jugar con los cuatro. Todos ellos traen construido la función de juegos. Pero

como el nombre sugiere, en realidad es una bomba de humo. Esta vez el cartucho no

entra en la máquina. Lo dejas en algún lugar de una habitación y pulsas START tres

veces en la consola, y la bomba se activa por control remoto. Camuflaje útil si tienes

que escapar a toda prisa.

—Gracias, Smithers —dijo la señora Jones.

—Ha sido un placer, señora J. —Smithers se puso de pie, con sus piernas haciendo el

esfuerzo para sostener el peso enorme—. Espero verte de nuevo, Alex. Nunca he

tenido que equipar a un niño antes. Estoy seguro de que seré capaz de pensar en toda

una serie de ideas muy agradables.

Se contoneó y desapareció por una puerta que se cerró detrás de él.

La señora Jones se volvió a Alex. —Te vas mañana para Port Tallon —dijo ella—. Bajo

el nombre de Félix Lester—. Ella le entregó un sobre—. El verdadero Lester Félix se fue

a Florida ayer. Encontrarás todo lo que necesitas saber sobre él aquí.

—Lo leeré en la cama.

—Bien. —De repente, se puso seria y Alex se preguntó si ella era madre. Si era así, ella

podría tener un hijo de su edad. Ella sacó una fotografía en blanco y negro y la puso

sobre la mesa. Mostraba a un hombre en una camiseta blanca y jeans. De casi treinta

años con, el pelo muy corto, una cara lisa, el cuerpo de un bailarín. La fotografía era un

poco borrosa. Había sido tomada desde la distancia, posiblemente con una cámara

oculta—. Quiero que veas esto —dijo.

—Estoy mirando.

—Su nombre es Yassen Gregorovich. Nació en Rusia, pero ahora trabaja para muchos

países. Irak lo ha empleado. También Serbia, Libia y China.

— ¿Qué hace? —preguntó Alex.

—Es un asesino a sueldo, Alex. Creemos que fue él quien mató a Ian Rider.

Hubo una larga pausa. Alex casi había logrado convencerse de que todo este asunto

era sólo una especie de loca aventura... un juego. Pero al mirar a la fría cara, con ojos de

párpados caídos, sintió algo revolviéndose en su interior y sabía que era miedo. Se

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acordó del coche su tío, destrozado por las balas. Un hombre así, un asesino a sueldo,

le haría lo mismo a él. Sin siquiera pestañear.

—Esta fotografía fue tomada hace seis meses, en Cuba —estaba diciendo la señora

Jones—. Pudo haber sido una coincidencia, pero Herodes Sayle estaba allí, al mismo

tiempo. Los dos pudieron haberse encontrado. Y hay algo más. —Hizo una pausa—.

Rider utilizó un código en el último mensaje que envió. Sólo letra Y.

—Y para Yassen.

—Debe de haber visto a Yassen en algún lugar del Port Tallon. Él quería que

supiéramos...

— ¿Por qué me dices esto ahora? —preguntó Alex. Su boca se había secado.

—Porque si lo ves, si Yassen está en cualquier lugar cerca de Empresas Sayle, quiero

que contactes con nosotros de inmediato.

— ¿Y después?

—Te sacamos. No importa qué edad tengas, Alex. Si Yassen se entera de que estás

trabajando para nosotros, te matará a ti también.

Ella tomó la fotografía de nuevo. Alex se puso de pie.

—Vas a salir de aquí mañana a las ocho —dijo la señora Jones—. Ten cuidado, Alex. Y

buena suerte.

Alex caminó por el hangar, sus pasos hacían eco. Detrás de él, la señora Jones

desenvolvió una menta y se la metió en la boca. Su aliento siempre olía ligeramente a

menta. Como jefa de Operaciones Especiales, ¿Cuántos hombres habían enviado a la

muerte? Ian Rider y tal vez decenas más. Quizás era más fácil para ella si su aliento era

dulce.

Hubo un movimiento delante de él y vio que los paracaidistas habían regresado de su

salto. Caminando hacia él en la oscuridad con Wolf y los otros hombres de la Unidad K

justo al frente. Alex trató de caminar a su alrededor, pero encontró que Wolf le cerraba

el paso.

—Te vas —dijo Wolf. De alguna manera él debe haber oído que la formación de Alex

había terminado.

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—Sí.

Hubo una larga pausa. —Lo que pasó en el avión... —empezó a decir.

—Olvídalo, Wolf —dijo Alex—. No pasó nada. Tú saltaste y yo no lo hice. Eso es todo.

Wolf tendió su mano. —Quiero‖ que‖ sepas…‖ que‖ estaba‖ equivocado‖ acerca‖ ti.‖ Est{s‖

bien. Y tal vez... algún día sería bueno trabajar contigo.

—Uno nunca sabe —dijo Alex.

Se estrecharon las manos.

—Buena suerte, cachorro.

—Adiós, Wolf.

Alex caminó hacia la noche.

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Capítulo 7

Physalia, Physalia

El Mercedes gris S600 cruzó la autopista, viajando hacia el sur. Alex estaba sentado en

la silla del pasajero del frente con tanto cuero a su alrededor que apenas podía

escuchar los 389 caballos de fuerza, y el motor de 6-litros que cargaba con él hacia el

complejo Sayle cerca a Port Tallon, Cownwall. A ochenta millas por hora, el motor

estaba sólo marchando al vacío. Pero Alex podía sentir el poder del carro. Cien mil

libras valía la Ingeniería Alemana. Un toque del chofer sin sonreír y el Mercedes podría

saltar hacia adelante. Éste era un carro que se burlaba de los límites de velocidad.

Alex había sido recogido esa mañana de una iglesia convertida en Hampstead, North

London. Allí era donde Feliz Lester vivía. Cuando el conductor llegó, Alex lo había

estado esperando con su equipaje, e incluso había una mujer que nunca había visto

antes, una M16 besándolo, diciéndole que se bañara los dientes, y despidiéndose. Por

lo que al conductor le importaba, Alex era feliz. Esa mañana Alex había leído el archivo

y sabía que Lester iba a una escuela llamada San Antonio, tenía dos hermanas y un

perro Labrador. Su padre era un arquitecto. Su madre diseñaba joyería. Una familia

feliz - su familia si alguien preguntaba.

— ¿Qué tan lejos esta de Port Tallon? —preguntó.

A estas alturas el chofer había apenas pronunciado una palabra. Le respondió a Alex

sin siquiera mirarlo. —A unas cuantas horas. ¿Quiere algo de música?

— ¿Tiene algún CD de John Lennon? —Ésa no era su elección. Según el archivo, a Felix

Lester le gustaba John Lennon.

—No.

—Olvídalo. Dormiré un poco.

Necesitaba dormir. Todavía estaba cansado del entrenamiento y se preguntaba cómo

podría explicar todos los cortes a medio sanar y los morados, si alguien le miraba bajo

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su camisa. Tal vez diría que lo agredieron en la escuela. Cerró sus ojos y le permitió al

cuero llevárselo hacia el sueño.

Fue la sensación del carro deteniéndose lo que lo despertó. Abrió sus ojos y vio un

pueblo de pescadores, el azul del mar más allá, una franja de colinas verdes, y un cielo

sin nubes. Era una imagen de rompecabezas, o tal vez un folleto de vacaciones de una

olvidada Inglaterra. Las gaviotas se abalanzaron y gritaron sobre su cabeza. Un bote

con viejas y enmarañadas redes, lleno de humo, y con pintura descascarada entró en el

muelle. Unos cuantos locales, pescadores y sus esposas, estaban parados alrededor,

mirando.

Era casi las cinco de la tarde y el pueblo estaba cubierto por la luz plata que venía al

final de un perfecto día de primavera.

—Port Tallon —dijo el conductor. Debió haberse dado cuenta que Alex abrió sus ojos.

—Es bonito.

—No si eres un pez.

Condujeron alrededor del límite del pueblo y de nuevo en la tierra, por un camino que

serpenteaba extrañamente por campos llenos de baches.

Alex vio las ruinas de los edificios, ruinas medio incineradas y ruedas de metal

oxidado y sabía que estaba viendo una vieja mina de estaño. Habían extraído estaño de

Cornwall por trescientos años hasta que un día el metal se hubo agotado. Ahora todo

lo que quedaba eran los agujeros.

Casi a otra milla por el carril una cerca de metal sobresalió. Estaba nueva, de unos

veinte pies de alto, coronada con alambre de púas. Las lámparas de arcos en las torres

de andamio estaban colocadas en intervalos regulares y había grandes símbolos, rojo

sobre blanco. Podrías haberlo leído desde el país vecino.

EMPRESAS SAYLE

Estrictamente privado.

—Le dispararán a los intrusos —dijo Alex para sí mismo.

Recordó‖ que‖ la‖ Srta.‖ Jones‖ le‖ había‖ dicho.‖ ‘Él‖ m{s‖ o‖ menos‖ ha‖ formado‖ su‖ propio‖

ejército privado.‖Est{‖actuando‖como‖si‖tuviera‖algo‖que‖esconder.’

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Bien, esa fue exactamente su primera impresión. Todo el complejo era de alguna

manera sorprendente, ajena a las inclinadas colinas y a los campos.

El carro llegó a la puerta principal, donde había una cabina de seguridad y una barrera

electrónica. Un guardia en un uniforme azul y gris con ES impreso en su chaqueta los

saludo. La barrera se levantó automáticamente. Y luego estaban siguiendo un largo, y

recto camino sobre un tramo de tierra que de alguna manera lo habían aplanado con

una pista de aterrizaje y un grupo de cuatro edificios de alta tecnología al otro lado.

Los edificios eran altos, con vidrios oscuros, y de acero cada uno unido al otro por una

pasarela cubierta. Había dos aviones al lado de la pista de aterrizaje. Un helicóptero y

un avión de carga pequeña. Alex estaba impresionado. Todo el complejo debía tener

un par de millas cuadradas. Era toda una operación.

El Mercedes llego a una glorieta con una fuente en el centro, la barrió, y continuó hacia

una fantástica casa. Era Victoriana, con ladrillos rojos cubierta de cúpulas y agujas de

cobre que hacía mucho se habían puesto verdes. Debía haber por lo menos unas cien

ventanas en los cinco pisos que daban al conductor. Era una casa que no sabía donde

paraba.

El Mercedes se estacionó en el frente y el conductor salió. —Sígame.

— ¿Qué hay acerca de mi equipaje? —pregunto Alex.

—Se lo traerán.

Alex y el conductor fueron a la puerta frontal y hacia un corredor dominado por un

enorme lienzo del día del juicio final, el fin del mundo pintado hace cuatro siglos como

una masa arremolinada de almas condenadas y demonios. Había obras de arte por

doquier, esculturas en piedra y bronce, todas apiñadas sin dejar un espacio para que el

ojo descanse. Alex siguió al conductor por la alfombra tan espera que casi rebotaba.

Estaba empezando a sentir claustrofobia y se sintió aliviado cuando pasaron por una

puerta hacia una gran habitación como una catedral, que estaba prácticamente vacía.

—El Sr. Sayle estará aquí pronto —dijo el conductor, y se fue.

Alex miró a su alrededor. Era una moderna habitación con un escritorio de acero curvo

cerca al centro, luces halógenas cuidadosamente ubicadas, y una escalera de espiral en

un círculo perfecto desde el techo a una altura de quince pies. Una pared entera estaba

cubierta con una sola hoja de cristal, y al caminar hacia esta, Alex se dio cuenta que

estaba viendo un acuario gigante. El gran tamaño de la cosa lo condujo hacia esta. Era

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difícil imaginar cuantos cientos de galones de agua contendría ese vidrio, pero se

sorprendía de ver que el tanque estaba vacío. No había peces, aunque era lo

suficientemente grande para contener a un tiburón.

Y luego algo se movió en las sombras turquesas y Alex jadeó con una mezcla de horror

y asombro mientras la medusa más grande que nunca había visto aparecía. El cuerpo

principal de la criatura era una masa pulsátil y brillante de color blanco y malva, en

forma más o menos como un cono. Debajo de ella, una masa de tentáculos cubiertos

con aguijones circulares se movían en el agua, por lo menos tenían diez pies de largo.

Mientras la medusa se movía, sus tentáculos se retorcían contra el cristal así que

parecía como si estuviera tratando de romperlo. Era simplemente la cosa más

asombrosa y repulsiva que Alex hubiera visto.

—Physalia, Physalia —La voz venía de detrás de él y Alex se giró alrededor para ver

un hombre que se acercaba por la última de las escaleras.

Herod Sayle era bajo. Era tan bajo que la primera impresión de Alex fue pensar que

estaba mirando un reflejo que de alguna manera había sido distorsionado. En su traje

inmaculado y caro con anillo de sello de oro y brillantes zapatos negros pulidos,

parecía como un modelo a escala de un hombre de negocios multimillonario. Su piel

era oscura y sus dientes brillaban cuando sonreía. Tenía una cabeza redonda y calva y

unos muy horribles ojos. Las pupilas grises eran muy pequeñas, rodeadas en todos

lados por blanco. Alex se acordó de los renacuajos antes que eclosionaran. Cuando

Sayle se paró a su lado, los ojos estaban al mismo nivel que los suyo, y tenía menos

calor que la medusa.

—El hombre Portugués de la guerra —continuó Sayle. Tenía un acento pesado traído

desde‖el‖lugar‖de‖mercado‖en‖el‖Cairo―.‖Es‖hermosa,‖¿no‖crees?

—No tendría una de estas como mascota —dijo Alex.

—Me encontré con ésta cuando estaba buceando en el Mar de China del Sur —Sayle

señalo hacia el vidrio y Alex se dio cuenta que habían tres arpones y una colección de

cuchillos descansando en forros de terciopelo—Amo matar peces —continuó Sayle—,

pero cuando vi este espécimen de Physalia Physalia, supe que tenía que capturarlo y

mantenerlo conmigo. Ya ves, me recuerda a mí mismo.

—Es noventa y nueve por ciento agua. No tiene cerebro, no tiene tripas, y no tiene ano

—Alex saco a relucir los hechos de algún lado y los dijo sin saber que estaba haciendo.

Sayle lo miró brevemente, luego se giró hacia la criatura que se cernía sobre él en el

tanque. —Es un extraño —él dijo—Se maneja por sí solo, ignorado por los otros peces.

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Es silencioso y aún así demanda respeto. ¿Ve los nematocistos Sr. Lester? ¿Las células

urticantes? Si usted se encontrará allí atrapado, sería una muerte inolvidable.

—Llámame Alex —dijo Alex.

Había querido decir Felix, pero de alguna manera se le había salido. Era a cosa más

estúpida, más de novato que hubiera podido hacer. Pero había estado cautivado por la

manera en que Sayle había aparecido y por la danza hipnótica de la medusa. Sus ojos

grises se entrecerraron. —Pensé que tú nombre era Felix.

—Mis amigos me llaman Alex.

—¿Por qué?

—Después de que Alex Ferguson dirigió mi equipo de futbol favorito —Fue la primera

cosa en la que Alex pudo pensar. Pero había visto un afiche de fútbol en la habitación

de Felix Lester y sabía que por lo menos había escogido el equipo indicado. —El

Manchester United —agregó.

Sayle sonrió —Eso debe ser impresionante. Alex debería serlo. Y espero que seamos

amigos, Alex. Eres un muchacho muy afortunado. Ganaste la competencia y vas a ser

el primer adolescente que trate mi Stormbreaker. Pero esto también es afortunado.

Creo,‖para‖mí.‖¡Quiero‖saber‖qué‖piensas‖de‖esto!‖Quiero‖que‖me‖digas‖que‖te‖gusta…‖y‖

que no. —Sus ojos se alejaron y de pronto ya era otra vez como de negocios—. Sólo

tenemos tres días antes del lanzamiento —dijo—. Será mejor que nos movamos

habilidosamente, como mi padre solía decir. Haré que mi hombre te lleve a tu

habitación y mañana en la mañana, antes que nada, debes ponerte a trabajar. Hay un

programa de matemáticas que deberías probar…‖ también‖ de‖ lenguaje.‖ Todo‖ el‖

software fue desarrollado en las Empresas Sayle. Por supuesto que hemos hablado con

niños.‖ Hemos‖ ido‖ a‖ profesores,‖ a‖ expertos‖ en‖ educación.‖ Pero‖ tú,‖ querido…‖ Alex.‖

Valdrás más para mí que todos ellos juntos.

Y él había hablado, Sayle se había emocionado más y más, llevado por su propio

entusiasmo. Se había convertido en un hombre completamente diferente. Alex tenía

que admitir que había tomado un odio inmediato por Herod Sayle. ¡Sin preguntarse

porque Blunt y la gente del M16 desconfiaban de él! Pero ahora se había visto forzado a

pensar de nuevo. Estaba parado en frente de uno de los hombres más ricos en

Inglaterra, uno que había decidido de la bondad de su corazón darle un regalo gigante

a las escuelas de Inglaterra.

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Sólo porque era un pequeño y viscoso, eso no necesariamente lo hacia un enemigo.

Además Blunt estaba equivocado después de todo.

— ¡Ah! Allí esta mi hombre —dijo Sayle— ¡Y cerca del momento sangriento!

La puerta se había abierto y un hombre había entrado, vestido con un traje negro con

colas de un mayordomo pasado de moda. Era tan alto y delgado como su maestro era

de bajo y redondo, con una mata de cabello rojizo, en la parte superior de un rostro que

estaba tan pálido como una hoja de papel. Desde cierta distancia parecía como si

estuviera sonriendo, pero mientras se acercaba, Alex jadeó. El hombre tenía dos

cicatrices horrendas, una en cada lado de su boca, retorciéndose hasta llegar a sus

oídos. Era como si alguien en algún tiempo hubiera intentado cortar su cara en dos. Las

cicatrices eran una espantosa sombra de color malva. Había cicatrices más pequeñas,

más desvanecidas donde alguna vez sus mejillas habían sido cocidas.

—Este es el Sr. Grin — dijo Sayle—Ha cambiado su nombre después de su accidente.

— ¿Accidente? —Alex encontró difícil no quedarse mirando a la terrible herida.

—El Sr. Grin solía trabajar en un circo. Era un acto de lanzamiento de cuchillos. Para el

momento del clímax solía atrapar un cuchillo que iba girando hacia él con los dientes.

Pero luego una noche su vieja madre fue a ver el show. Ella lo saludó desde la fila del

frente y se equivocó en la medida de su tiempo. Ha trabajado para mí por una docena

de años aunque su apariencia puede ser desagradable, es leal y eficiente. No trates de

hablarle, por cierto. No tiene lengua.

— ¡Eeeurgh! —dijo el Sr. Grin.

—Encantado de conocerlo —susurró Alex.

—Llévalo a la Habitación Azul —ordenó Sayle. Se giró hacia Alex —Eres afortunado

de que una de nuestras mejores habitaciones está desocupada, en la casa. Teníamos un

hombre de seguridad quedándose allí. Pero nos dejó muy pronto.

— ¿Oh? ¿Por qué fue eso? —preguntó Alex, de manera casual.

—No tengo idea. Un momento estaba aquí, y al siguiente se hubo ido —Sayle sonrió de

nuevo—Espero que no hagas lo mismo, Alex.

— ¡Thi…wurgh!‖—el Sr. Grin señalo hacia la puerta, y dejó a Herod Sayle parado al

frente de su cautivo gigante. Alex dejó la habitación.

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Fue conducido por un pasaje, pasó más obras de arte, subió una escalera, y luego por

un corredor amplio y unas paredes de madera espesa y candelabros. Alex asumió que

la casa principal era usada para entretenimiento.

Sayle debía vivir allí. Pero los computadores debieron ser construidos en los modernos

edificios que había visto al otro lado de la pista de aterrizaje. Seguramente lo llevaría

allí mañana.

Su habitación estaba en el final. Era una gran habitación con una cama de cuatro postes

y una ventana que miraba hacia la fuente. La oscuridad había caído y el agua, cayendo

desde diez pies en el aire hacia una estatua semidesnuda lucía remarcablemente como

Herod Sayle, estaba inquietamente iluminada por una docena de luces ocultas. Al lado

de la ventana había mesa con una comida de noche ya servida para él: jamón, queso,

ensalada.

Su equipaje estaba sobre la cama.

Fue hacía sus maletas (una maleta deportiva Nike) y la examinó. Cuando se acercó,

había insertado tres hilos en a cremallera, atrapándolos entre los dientes de metal. Ya

no estaban allí. Alex abrió la maleta y la examinó. Todo estaba exactamente como había

estado cuando lo había empacado, pero estaba seguro que la maleta deportiva había

sido metódica y expertamente revisada.

Sacó el Game Boy, insertó el juego de Speed Wars, y presionó el botón de Inicio. Una

vez que la pantalla se hubo iluminado con un rectángulo verde, la misma forma de la

habitación. Levantó el Game Boy y lo hizo girar a su alrededor, siguiendo la línea de

las paredes. Un punto rojo brillante de pronto apareció en la pantalla. Caminó hacia

delante, sosteniendo el Game Boy en frente de él.

El punto parpadeaba más rápido, más intensamente. Había alcanzado una pintura, que

colgaba al lado del baño, un garabato de colores que lucía sospechosamente como un

Picasso. Puso el Game Boy abajó, y siendo cuidadoso de no hacer ruido, levantó el

lienzo de la pared. El micrófono oculto estaba pegado detrás de este, un disco negro

del tamaño de un centavo. Alex lo miró por un minuto preguntándose porque estaría

allí. ¿Seguridad? ¿O era Sayle un fenómeno controlado que tenía que saber que hacían

sus huéspedes, cada minuto del día y de la noche?

Alex levantó la pintura y gentilmente la puso en su lugar. Había sólo un micrófono en

la habitación. El baño estaba limpio.

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Se comió su cena, se bañó, y se fue a la cama. Mientras pasó por la ventana, notó

actividad en los alrededores cerca a la fuente. Había luces viniendo de los edificios

modernos. Tres hombres, todos vestidos con jardineras blancas, estaban siendo

llevados a la casa en un Jeep descapotado. Dos hombres más pasaron. Éstos eran

guardias de seguridad, vestidos con los mismos uniformes que el hombre de la

entrada. Ambos cargaban armas semiautomáticas. No era sólo un ejército privado, sino

uno muy bien armado.

Se fue a la cama. La última persona que había dormido aquí había sido su tío, Ian

Rider. ¿Había visto algo asomándose en la ventana? ¿Había escuchado algo? ¿Qué

pudo haber pasado que significó su muerte?

El sueño se tardó un largo tiempo en llegar a la cama del hombre muerto.

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Capítulo 8

En busca de Problemas

Alex lo vio en el momento en que abrió los ojos. Habría sido obvio para cualquiera que

durmiera en la cama, pero, por supuesto, nadie había dormido allí desde que a Ian

Rider lo habían asesinado. Era un triángulo de color blanco que se había deslizado

sobre la marquesina de la cama de cuatro columnas. Tenías que yacer sobre tu espalda

para verlo, así como ahora lo hacia él.

Estaba fuera de su alcance. Tendría que equilibrar una silla en el colchón y luego

ponerse de pie en la silla para llegar a él. Se tambaleó, casi cayéndose, hasta que

finalmente logró atraparla entre sus dedos y tiró de ella. Era un cuadrado de papel,

doblado por la mitad dos veces. Alguien había dibujado debajo de ella, un extraño

diseño que parecía un número de referencia.

No había mucho, pero Alex reconoció la letra de Ian Rider. ¿Qué significaba? Removió

dentro de algo de ropa, se dirigió a la mesa y sacó una hoja de papel normal.

Rápidamente escribió un breve mensaje en mayúsculas:

ENCONTRE ESTO EN LA RECAMARA DE IAN RIDER

¿TIENE ALGUN SENTIDO PARA TI?

Luego encontró su Game Boy, insertó el cartucho de Némesis en la parte trasera, lo

encendió, y paso por la pantalla las dos hojas de papel, escaneado primero su mensaje

y luego el diseño. Instantáneamente, él supo que una máquina estaría haciendo clic en

la oficina de la señora Jones en Londres y una copia de las dos páginas se estaría

desplazando por la parte trasera. Tal vez ella podría solucionarlo, después de todo, se

supone que trabaja para la inteligencia.

Por último, Alex apagó la máquina, quitó la parte de atrás y escondió el papel doblado

en el compartimiento de la batería. El esquema tenía que ser importante. Ian Rider lo

había escondido.

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Tal vez fue lo que le había costado la vida, Llamaron a la puerta, Alex se acercó y la

abrió el Sr. Grin estaba de pie afuera, todavía vestido con su traje de mayordomo.

—Buenos días —dijo Alex.

—¡Geurgh! —el Sr. Grin hizo un gesto y Alex lo siguió por el pasillo y después afuera

de la casa. Él se sintió aliviado de estar al aire libre, lejos de todas las obras de arte

opresivo. Cuando se detuvieron frente a las fuentes hubo un rugido repentino y un

avión de carga fue hacia abajo por encima del techo de la casa y aterrizó en la pista.

—Justo lo que pensaba —dijo Alex.

Llegaron al primero de los edificios modernos y el Sr. Grin apretó su mano contra una

placa de vidrio junto a la puerta. Hubo un resplandor verde cuando sus huellas

digitales fueron leídas, y un momento después, la puerta se abrió sin ruido.

Todo era diferente en el otro lado de la puerta. Desde el arte y la elegancia de la casa

principal, Alex podía haber entrado en el próximo siglo. Largos pasillos con pisos

blancos metálicos. Luces halógenas. El frío no natural del aire acondicionado. Otro

mundo.

Una mujer les estaba esperando, ancha de espalda y severa, con el pelo rubio trenzado

del modo más ajustado. Tenía una extraña cara en forma de luna, gafas con montura de

alambre, y sin maquillaje a excepción de una mancha de labial amarillo. Llevaba una

bata blanca con una etiqueta con su nombre clavado en el bolsillo superior. Decía:

VOLE.

—Usted debe ser Félix —dijo—. ¿O cómo ahora entiendo, Alex? ¡Sí! Permítanme que

me presente, soy la señorita Vole.

Ella tenía un acento alemán. —Puedes llamarme Nadia. —Miró al señor Grin— Yo lo

llevaré desde aquí.

El Sr. Grin asintió y salió del edificio.

—Por aquí. —Vole comenzó a caminar—. Tenemos cuatro bloques aquí. Bloque A,

donde estamos ahora, es la administración y la recreación. Bloque B es el desarrollo de

software. Bloque C es la investigación y el almacenamiento. Bloque D es donde se

encuentra la línea principal del montaje del Stormbreaker.

—¿Dónde está el desayuno? —preguntó Alex.

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—¿No has comido? Le enviaré un sándwich. Herr Sayle está muy interesado en que

usted comience ahora con la experiencia.

Ella caminaba como un nuevo soldado, los pies, con el calzado ajustado de cuero

negro, golpeando contra el piso. Alex la siguió a través de otra puerta hacia una

habitación desnuda, sólo con una silla y un escritorio y, en el escritorio, estaba el

primer Stormbreaker que había visto nunca.

Era una hermosa máquina. iMac podría haber sido la primera computadora con un

verdadero sentido de diseño, pero el Stormbreaker le había superado por mucho. Era

negro, aparte del rayo blanco del costado y la pantalla podría haber sido un agujero en

el espacio exterior. Alex se sentó detrás del escritorio y lo puso en marcha. El

ordenador arranco al instante. Un segundo rayo animado se deslizo por la pantalla, se

produjo un remolino de nubes, y luego aparecieron de rojo las letras SE, el logotipo de

Sayle Enterprises. Segundos después, apareció el escritorio con iconos para

matemáticas, ciencias, francés, todas las aplicaciones listas para el acceso. Incluso en los

breves segundos, Alex podía sentir la velocidad y el poder del equipo. ¡Y Herod Sayle

iba a poner uno en cada escuela en el país! Tuvo que admirar al hombre. Era un regalo

increíble.

—Te dejaré aquí —dijo la señorita Vole—. Es mejor para usted, creo yo, explorar el

Stormbreaker a solas. Esta noche cenaremos con Herr Sayle y le dirás tu opinión.

—Sí se lo diré.

—Me aseguraré de que le envíen el sándwich. Pero tengo que pedirle que por favor,

que no salga de la habitación. Hay, usted entiende, la seguridad.

—Lo que usted diga, señorita Vole —dijo Alex.

La mujer se fue. Alex abrió uno de los programas y las próximas tres horas estuvo

sumergido en el software del Stormbreaker. Incluso cuando llegó el sándwich, lo

ignoró. Nunca hubiera dicho que el trabajo escolar fuera muy divertido, pero tuvo que

admitir que el equipo le había animado. El programa de historia trajo la batalla de Port

Stanley a la vida con música y clips de vídeo. ¿Cómo extraer el oxígeno del agua? El

programa de ciencias lo hizo delante de sus ojos. El Stormbreaker incluso hacia a

álgebra casi soportable, que era más de lo que el señor Donovan en Brookland había

hecho nunca.

La siguiente vez que Alex miró su reloj era la una en punto. Había estado en la sala

durante más de cuatro horas. Se estiró y se levantó. Nadia Vole había dicho que no que

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se fuera, pero si había algún secreto que podía ser descubierto en Sayle Enterprises, él

no lo iba a encontrar aquí. Se acercó a la puerta y se sorprendió al ver que se abrió

cuando se acercó. Salió al pasillo, no había nadie a la vista. Era hora de moverse.

El bloque A era de administración y la recreación. Alex, pasó una serie de oficinas, a

continuación, un espacio en blanco, la cafetería. Había alrededor de cuarenta hombres

y mujeres, todos con batas blancas y las etiquetas de identidad, sentados y hablando

animadamente sobre sus almuerzos. Había elegido un buen momento. Nadie le

prestaba atención, continuó a través de una pasarela de plexiglás en el Bloque B. Había

pantallas de ordenadores en todas partes, brillando en las oficinas de hacinamiento con

una montaña de papeles y documentos impresos. Desarrollo de software.

En el bloque C, el de la investigación, había más allá una biblioteca con estantes de

libros sin fin y CD-ROM. Alex se agachó detrás de un estante cuando dos técnicos

pasaron por delante, hablando entre sí. Él estaba fuera de juego, husmeando sin tener

una idea de lo que estaba buscando. Problemas. Probablemente. ¿Qué más podría

encontrar?

Caminó despacio, casual, por el pasillo, en dirección al último bloque. Un murmullo de

voces llegó hasta él y rápidamente se escondió en un rincón, a un lado de una fuente de

agua potable cuando dos hombres y una mujer pasaron por delante, todos vestidos con

batas blancas, con el argumento acerca de los servidores Web. Miró hacia arriba, y notó

una cámara de seguridad girando hacia él. Se hizo tan pequeño como pudo,

agachándose detrás de la fuente. Los tres técnicos salieron de la habitación. La cámara

de seguridad se apartó otra vez y él se precipitó hacia delante, manteniéndose lejos del

lente de la cámara.

¿Lo habría visto? Alex no estaba seguro, pero supo una cosa, se estaba quedando sin

tiempo. Tal vez la Vole habría ido a checar y se había dado cuenta que no estaba. Tal

vez alguien le había llevado el almuerzo y se percato de que la sala estaba vacía. Si él

iba a encontrar algo, tendría que ser pronto.

Empezó por el pasillo de cristal que unía el bloque C con el bloque D y aquí por fin

había algo diferente. El corredor se dividía por la mitad con una escalera metálica que

conducía a lo que debía ser una especie de sótano. Y aunque todos los edificios y todas

las puertas que había visto hasta ahora estaban etiquetadas, esta escalera estaba en

blanco. La luz se detuvo a la mitad del camino hacia abajo. Era casi como si las

escaleras estuvieran tratando de no llamar la atención.

Sus pies sobre el metal hicieron ruido. Alex dio marcha atrás a la primera puerta que

encontró. Afortunadamente, se abrió, era un armario de almacenamiento. Se escondió

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en el interior, mirando a través de la rejilla cuando el Sr. Grin apareció, saliendo del

suelo como un vampiro en un mal día. Cuando el sol le golpeó la muerta cara blanca,

sus cicatrices resaltaron, parpadeó varias veces antes de caminar hacia dentro del

Bloque D.

¿Qué había estado haciendo? ¿A dónde van las escaleras?

Alex se quitó los zapatos y, llevándolas en la mano, bajó a toda prisa. Sus pies no

hacían ruido en las escaleras de metal. Fue como entrar en una morgue. El aire

acondicionado estaba tan fuerte que lo sentía en la frente y en las palmas de las manos,

su sudor se congelaba rápidamente.

Se detuvo en la parte inferior de la escalera y se puso los zapatos. Él estaba en otro

largo pasillo, pasando por debajo del complejo, la vía que tomó, lo condujo a una sola

puerta de metal. Pero había algo muy extraño. Las paredes del pasaje sin terminar de

color marrón oscuro rock con vetas de lo que parecía zinc o algún otro metal. El suelo

estaba también en bruto y la forma estaba iluminada por las bombillas a la antigua,

colgando de los cables. Todo le recordaba a algo... algo que había visto hace muy poco.

Pero él no podía recordar qué.

De alguna manera Alex sabía que la puerta al final del pasaje estaría bloqueada.

Parecía como si hubiera sido bloqueada para siempre. Al igual que la escalera, estaba

sin etiquetar. Y parecía de alguna manera demasiado pequeña para ser importantes.

Pero el Sr. Grin acababa de subir las escaleras. Sólo había un lugar que podría haber

llegado y era el otro lado. ¡La puerta tenía que ir a alguna parte!

Él llegó y trató de mover la manija. No se movía. Apoyó la oreja contra el metal y

escuchó. Nada, a menos que... ¿se lo estaba imaginando?... una especie de sensación

pulsátil. Una bomba, o algo por el estilo. Alex habría dado cualquier cosa por ver a

través del metal. Y de pronto se dio cuenta de que tenía la Game Boy en el bolsillo.

También estaban los cuatro cartuchos. Sacó el que se llamaba. Exocet. X para los X, se

recordó. Ahora... ¿cómo funcionaba? Lo encendió y puso contra la puerta, con la

pantalla frente a él.

Para su sorpresa, la pantalla parpadeaba, veía una pequeña ventana, casi opaca a

través del metal de la puerta. Alex había encontrado una habitación grande. Había algo

de altura y con forma de barril en el medio de la misma. Y había gente. Fantasmal,

manchas en la mera pantalla de la computadora, se movían ida y vuelta. Algunos de

ellos estaban en posesión de objetos planos y rectangulares. ¿Bandejas de algún tipo?

Al parecer, había un escritorio a un lado, con montones de aparatos que no podía

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distinguir. Alex presionó el control de brillo, tratando de hacer zoom. Pero la

habitación era demasiado grande. Todo estaba demasiado lejos de su distancia.

Pero Smithers también había construido una función de audio en la máquina. Alex

metió la mano en el bolsillo y sacó el conjunto de auriculares. Sin soltar el Game Boy de

la puerta, puso el cable en la toma de los auriculares y se los deslizó sobre su cabeza. Si

no podía ver, al menos él podría ser capaz de escuchar, y estaba bastante seguro de que

las voces, débiles y apenas audibles, lo serían a través del sistema de altavoces de gran

alcance de la máquina diseñada.

—...lugar. Tenemos veinticuatro horas.

—No es suficiente.

—Es todo lo que tenemos. Vienen esta noche. Cien o doscientos.

Alex no reconoció ninguna de las voces. Amplificadas por la pequeña máquina, sonaba

como una llamada telefónica desde el extranjero en una línea muy mala.

—...Grin... la supervisión de la entrega.

—Todavía no es tiempo suficiente.

Y luego se fueron. Alex trató de reconstruir lo que había escuchado. Algo iba a ser

entregado. Dos horas después de la medianoche. El Sr. Grin era el encargado de

coordinar la entrega.

Pero, ¿Qué? ¿Por qué?

Él acababa de apagar la Game Boy y lo puso en el bolsillo cuando oyó el crujido de

grava detrás de él que le dijo que ya no estaba solo. Se volvió y se encontró frente a

Nadia Vole. Alex se dio cuenta que ella había tratado de acercarse sigilosamente a él.

Ella sabía que él estaba aquí.

—¿Qué estás haciendo, Alex? —le preguntó. Su voz estaba envenenada de miel.

—Nada —dijo Alex.

—Le pedí que se quedara en su habitación.

—Sí. Pero yo había estado allí todo el día. Necesitaba un descanso.

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—¿Y has venido aquí?

—Vi las escaleras. Pensé, que podría llevar al baño.

Hubo un largo silencio. Detrás de él, Alex todavía podía oír o sentir-el latido de a

secreta habitación. Entonces la mujer asintió con la cabeza como si hubiera decidido

aceptar su historia. —No hay nada debajo de aquí —dijo—. Esta puerta conduce sólo a

la sala del generador. Por favor…‖—Ella hizo un gesto—. Vaya de vuelta a la casa

principal y más tarde tiene que prepararse para la cena con el señor Sayle. Desea

conocer sus primeras impresiones sobre la Stormbreaker.

Alex pasó por delante de ella y volvió a subir las escaleras. Estaba seguro de dos cosas.

La primera era que Nadia Vole estaba mintiendo. No se trataba de la sala del

generador. Ella estaba ocultándole algo y quizá también de Herodes Sayle. Y ella no le

creyó tampoco. Una de las cámaras debe haberlo visto y ella había sido enviada aquí

para encontrarlo. Así que ella sabía que él le estaba mintiendo a ella.

No es un buen comienzo.

Alex llegó a la escalera y se hacia la luz, con la sensación de los ojos de la mujer, como

puñales, puñaladas en la espalda.

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Capítulo 9

Visitantes Nocturnos

Herod Sayle estaba jugando al billar ruso cuando Alex fue llevado de nuevo dentro de

la habitación con la medusa. Era difícil decir con seguridad de dónde provenía la

pesada mesa de madera de billar, pero Alex no podía evitar el sentimiento de que el

hombrecillo parecía ligeramente ridículo, casi perdido en el lejano final de la tapicería

verde. El señor Grin estaba con él, llevando un taburete, en el cual se subía Sayle para

cada lanzamiento.

—¡Ah…!‖¡Buenas tardes! Félix. Oh, por supuesto, ¡quiero decir Alex! —exclamó Sayle

—¿Juegas al billar ruso?

—En ocasiones.

—¿Qué te gustaría jugar contra mí? —Señaló a la mesa—. Sólo hay dos bolas rojas a la

izquierda y luego las de colores. Estoy seguro de que conoces las reglas. La bola negra

tiene un valor de siete puntos, la rosa seis y así sucesivamente. Pero estoy dispuesto a

apostar a que no te las ingenias para marcar en absoluto.

—¿Cuánto?

—Ja, ja, ja —rió Sayle—. ¿Suponte que te apuesto diez libras por bola?

—¿Tanto? —Alex parecía sorprendido.

—Para un hombre como yo, diez libras no es nada. ¡Nada! ¡Vaya, podría apostarte con

bastante alegría cien libras por punto!

—¿Entonces por qué no lo hace? —Las palabras fueron dichas suavemente, pero aún

así eran un desafío directo.

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—¿Cien libras? —Sayle miró pensativamente a Alex—. Pero, ¿cómo me pagarás si

pierdes?

Alex no dijo nada y Sayle rió.

—Puedes trabajar para mí después de que dejes el colegio —dijo— cien libras por

punto si consigues meterlas. Cien horas de trabajo para mí si no lo consigues. ¿Qué me

dices?

Alex asintió, sintiéndose de repente mal. Sumando todas las bolas, podía ver que había

veinticuatro puntos en la mesa. ¡Dos mil cuatrocientas horas trabajando para Herod

Sayle! Eso podría llevarle años.

—Muy bien —Sayle todavía estaba sonriendo—. Me gusta el riego. Mi padre era un

hombre arriesgado.

—Pensé que era un higienista oral.

—¿Quién te dijo eso?

En silencio, Alex se maldijo. ¿Por qué no era más cuidadoso cuando estaba con ese

hombre?

—Lo leí en un periódico —dijo—. Mi padre me dio algo de material para leer sobre ti

cuando gané la competición.

—Muy bien, pongámonos con ello. —Sayle decidió coger el primer lanzamiento sin

preguntar a Alex. Golpeó la bola blanca, enviando una de las rojas directamente al

centro del hueco—. Eso son cien horas que me debes. Creo que te mandaré empezar

limpiando‖los‖lavabos…

La medusa flotaba como si estuviera observando el juego desde su tanque. Mr. Grin

recogió el taburete y lo movió alrededor de la mesa. Sayle soltó una breve carcajada y

siguió al mayordomo, midiendo ya el siguiente disparo, uno bastante tramposo hacia

la esquina. Siete puntos si conseguía meterla. ¡Setecientas horas más de trabajo!

—¿Así que qué hace tu padre? —preguntó Sayle.

Alex recordó rápidamente lo que había leído acerca de la familia de Félix Lester. —Es

arquitecto —dijo.

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—¿Ah, sí? ¿Qué diseña? —La pregunta era informal, pero Alex se preguntó si no estaba

siendo sometido a una prueba.

—Está trabajando en una oficina en el Soho —dijo Alex—. Antes de que hiciera una

galería de arte en Aberdeen.

—Sí —Sayle saltó al taburete y apuntó. La bola negra se perdió en el agujero de la

esquina por una fracción de una pulgada, rodando de nuevo al centro. Sayle frunció el

ceño—. Eso fue por tu culpa —dijo chasqueando hacia el Sr. Grin.

—¿Qué?

—Tu sombra estaba en la mesa. ¡No importa! ¡No importa! —Se volvió hacia Alex—.

Estás teniendo mala suerte. Ninguna de las bolas entrará. No vas a ganar nada de

dinero esta vez.

Alex sacó el taco del estante y miró a la mesa. Sayle tenía razón. La última bola roja

estaba demasiado cerca del borde. Pero en el billar ruso había otras formas de ganar

puntos, como Alex sabía demasiado bien. Había una mesa de billar ruso en el sótano

de la casa de Chelsea y había pasado tardes enteras jugando contra su tío. Eso era algo

que no había mencionado a Sayle. Apuntó con cuidado a la roja, después golpeó.

Perfecto.

—Muy alejado —Sayle estaba de vuelta en la mesa antes de que las bolas hubieran

parado de rodar. Pero había hablado demasiado pronto. Miró cómo la bola blanca

golpeaba el borde mullido y rodaba por detrás de la rosa. Estaba derrotado. Era

imposible golpear la bola blanca ahora sin tocar la rosa. Durante veinte segundos

midió los ángulos, respirando por la nariz—. ¡Has tenido un poco de maldita suerte!

―dijo—.‖ Parece‖ que‖ me‖ has‖ derrotado‖ por‖ accidente.‖ Ahora,‖ déjame‖ ver…‖ —se

concentró, después golpeó la bola blanca, intentando darle forma de curva. Pero una

vez más se quedó fuera por menos de media pulgada. Hubo un clic audible cuando

tocó la rosa.

—Tiro fallado —dijo Alex—. Tocó la rosa. De acuerdo con las reglas, eso son seis

puntos para mí.

—¿Qué?

—El fallo vale seis puntos. Estoy por debajo un punto, así que ahora me pongo por

arriba con cinco puntos. Eso hace quinientas libras que me debe.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~7733~~

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —la saliva salpicó desde los labios de Sayle. Estaba mirando fijamente a la

mesa como si no pudiera creer lo que había pasado.

Su lanzamiento había expuesto a la bola roja. Era un tiro fácil a la esquina y Alex lo

tomó sin vacilar.

—Y otras cien hacen seiscientas —dijo. Se movió por la mesa, rozando al pasar al Sr.

Grin.‖R{pidamente‖Alex‖juzgó‖los‖{ngulos.‖Sí…

Tenía un tiro perfecto en la negra, enviándola dentro de la esquina con la blanca

girándola con un buen ángulo en la amarilla. Mil trescientas libras más otras doscientas

cuando dejara caer inmediatamente la amarilla más adelante. Sayle sólo pudo observar

con incredulidad cómo Alex metía la verde, la marrón, la azul, y la rosa en ese orden y

después, a lo largo de la mesa, la negra.

—He contado que eso son cuatro mil libras exactamente —dijo Alex. Dejó el taco—.

Muchas gracias.

La cara de Sayle se había vuelto del color de la última bola.

—¡Cuatro‖mil…!‖No‖habría‖apostado‖si‖hubiera‖ sabido que eras así de bueno —dijo.

Fue hasta la pared y pulsó un botón. Parte del suelo se deslizó hacia atrás y la mesa de

billar por completo desapareció por ahí, llevada por un ascensor hidráulico. Cuando el

suelo se volvió a deslizar, no había ninguna señal de que hubiera estado allí. Era un

truco limpio. El juguete de un hombre con dinero para fundir.

Pero Sayle ya no estaba de humor para juegos. Lanzó su taco de billar hacia el señor,

lanzándolo casi como si fuera una jabalina. La mano del mayordomo se movió

rápidamente y lo cogió—. Comamos —dijo Sayle.

Ambos se sentaron en los extremos opuestos de una larga mesa de cristal en la

habitación de la puerta de al lado mientras el Sr. Grin servía salmón ahumado, y

después algún tipo de estofado. Alex bebía agua. Sayle, que se había animado una vez

más, tomaba una copa de caro vino rojo.

—¿Has pasado un rato con Stormbreaker hoy? —preguntó.

—Sí.

—¿Y…?

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~7744~~

—Es genial —dijo Alex, y lo pensaba. Todavía le resultaba difícil de creer que ese

ridículo hombre pudiera haber creado algo tan brillante y poderoso.

—¿Y qué programas usaste?

—Historia. Ciencia. Matemáticas. Es difícil de creer, pero de hecho las disfruté.

—¿Tienes alguna crítica?

Alex pensé durante un momento.

—Me sorprende que no tuviera aceleración en 3-D.

—No está proyectado para los juegos.

—¿Consideró un casco auricular y un micrófono integrado?

—Por supuesto —asintió Sayle—. Estarán disponibles como accesorios. Siento que sólo

hayas venido aquí por tan poco tiempo, Alex. Mañana tendremos que entrar en

Internet. Los Stormbreakers están conectados con una red maestra. Está controlada

desde aquí. Significa que tienen acceso gratis las 24 horas.

—¡Genial!

—Es más que genial. —Los ojos de Sayle estaban muy lejos, con las pequeñas pupilas

grises bailando—. Mañana empezamos a enviar fuera los ordenadores —dijo—. Irán en

avión, en camión, y por barco. Sólo les llevará un día llegar a cada punto del país. Y al

día siguiente, a las doce en punto del mediodía exactamente, el primer ministro me

honrará pulsando el botón de inicio que pondrá en funcionamiento cada uno de mis

Stormbreaker en línea. En ese momento todos los colegios estarán unidos. ¡Piensa en

ello, Alex! Miles de colegiales, cientos de miles, sentados enfrente de las pantallas,

inesperadamente juntos. Norte, sur, este y oeste. Un colegio. Una familia. ¡Y entonces

me conocerán por lo que soy!

Levantó su vaso y lo vació.

—¿Cómo está la cabra?

—¿Perdón?

—El estofado. Es carne de cabra. Era una de las recetas de mi madre.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~7755~~

—Debió haber sido una mujer poco común.

Herod Sayle sujetó su vaso y el señor Grin se lo rellenó. Estaba mirando directamente a

Alex con curiosidad.

—Ya sabes —añadió—. Tengo la extraña sensación de que tú y yo nos hemos visto

antes.

—No lo creo.

―Pero si, tú cara me es familiar. Sr. Grin. ¿Qué piensa?

El mayordomo dio un paso atrás con el vino. Su cara pálida como la muerte se volvió a

ver a Alex: ―Eeg Raargh. ―dijo.

―Sí, claro, ¡tienes razón!

―¿Eeg Raargh? ―preguntó Alex.

―Ian Rider. El agente de seguridad que mencioné. Te pareces mucho a él. Demasiada

coincidencia. ¿No crees?

―No lo sé, no lo conocí. ―Alex podía sentir el peligro acercarse― Me dijiste que

desapareció repentinamente.

―Sí. Fue enviado aquí para vigilar algunas cosas, pero si me lo preguntas nunca fue

muy bueno. Pasaba la mitad de su tiempo en el pueblo. En el puerto. La oficina de

correos, la biblioteca. Cuando no estaba fisgoneando por aquí, eso es lo que hacía.

Claro, eso es algo más que ustedes tienen en común. Entiendo que Fraulein Vole te

encontró hoy... ―Las pupilas de Sayle se arrastraron hasta sus ojos, tratando de

acercarse a Alex―. Estabas fuera de los límites.

―Me perdí un poco. ―Alex se encogió de hombros tratando de quitarle importancia.

―Bueno, espero que no salgas a explorar esta noche. La seguridad es estricta en este

momento, y como te habrás dado cuenta, mis hombres están todos armados.

―No creí que eso fuera legal en Inglaterra.

―Tenemos un permiso especial, a cualquier costo Alex. Te aconsejaría ir a tu

habitación directamente después de la cena. Y que te quedes ahí. Estaría desconsolado

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~7766~~

si accidentalmente te dispararan y mataran en la oscuridad. Aunque, por supuesto, me

ahorraría unas cuantas libras.

―En realidad, creo que has olvidado el cheque.

―Lo tendrás mañana. Tal vez podamos comer juntos. El Sr. Grin servirá una de las

recetas de mi abuela.

―¿Más cabra?

―Perro.

―Obviamente tenías una familia que amaba a los animales.

―Sólo los comestibles. ―Sayle sonrió―. Y ahora debo desearte buenas noches.

A la una y treinta de la mañana los ojos de Alex se abrieron y de repente estaba

despierto.

Salió de la cama y se vistió con sus ropas más oscuras, luego dejó la habitación. Estaba

algo sorprendido de que la puerta estuviera abierta y los pasillos estuvieran sin

monitorear. Pero esta era, después de todo, la casa privada de Sayle y toda la

seguridad estaría diseñada para evitar que las personas entraran, no que salieran.

Sayle le había advertido que no abandonara la casa. Pero las voces detrás de la puerta

de metal habían hablado de algo que llegaba a las dos en punto. Alex tenía que saber

que era, ¿qué podía ser tan secreto que debía llegar en medio de la noche?

Encontró el camino a la cocina y pasó de puntillas por las superficies plateadas

brillantes y un refrigerador‖enorme.‖‚Ojal{‖ los‖perros‖estén‖dormidos‛,‖pensó‖para‖sí‖

mismo, recordando la cena. Había una puerta lateral, afortunadamente con la llave aún

en la cerradura, Alex la giró y salió. Como una precaución de último minuto, cerró la

puerta y guardó la llave. Ahora por lo menos tendría la manera de volver.

Era una noche gris, con una media luna formando una D perfecta en el cielo. D de qué,

pensó Alex. ¿Dificultades, Descubrimientos o Desastre? Sólo el tiempo lo diría. Caminó

dos pasos, y luego se detuvo cuando la luz del reflector que provenía de una torre que

ni siquiera había visto, pasó, a unos centímetros de él. Al mismo tiempo notó voces, y

dos guardias caminaban lentamente a través del jardín, patrullando la casa por atrás.

Los dos estaban armados y Alex recodó lo que Sayle había dicho. Un disparo

accidental le ahorraría miles de libras. Y dada la importancia de las Stormbreakers, ¿A

alguien le importaría que tan accidental hubiera sido el disparo?

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~7777~~

Esperó a que los hombres se fueran y tomó la dirección contraria, corriendo por el lado

de la casa, agachándose para pasar las ventanas. Llego a la esquina y miró a su

alrededor. En la distancia estaba la pista de aterrizaje y había figuras, más guardias y

técnicos que en otra parte. Reconoció a un hombre, caminando por la fuente hacia un

camión estacionado después de un par de carros. Era alto y desgarbado. Su silueta

estaba contra las luces, era una sombra, pero Alex hubiera reconocido al Sr. Grin donde

sea; ―Llegarán esta noche, unas doscientas. ―Los‖visitantes nocturnos, y el Sr. Grin

estaban de camino a recibirlas.

El mayordomo casi había alcanzado el camión y Alex sabía que sí esperaba más sería

demasiado tarde. Lanzando la precaución por la ventana, dejó el escondite de la casa y

corrió al descubierto, tratando de mantenerse agachado y esperando que sus ropas

oscuras lo mantuvieran invisible. Estaba a unos metros del camión cuando el Sr. Grin

se detuvo y giró como si sintiera que había alguien ahí. No había lugar donde

esconderse para Alex, así que hizo lo único que podía y se estiró al suelo ocultando su

cara en el pasto. Contó lentamente hasta cinco, y luego levanto la vista. El Sr. Grin se

estaba dando vuelta de nuevo. Una segunda figura había aparecido: Nadia Vole.

Parecía que ella conduciría. Murmuró algo mientras subía al frente y el Sr. Grin gruñó

y asintió.

Para cuando el Sr. Grin había rodeado el camión hasta el asiento del copiloto Alex

estaba de nuevo en pie y corriendo. Alcanzó la parte de atrás de la camioneta en el

momento en que se empezaba a mover. Era similar a la camioneta que había visto en el

campamento SAS, podía ser rezagas del ejército. La caja de la camioneta era alta y

cuadrada con una lona que colgaba sin amarrar, para esconder lo que sea que estuviera

dentro. Alex se subió a la defensa trasera y se lanzó hacia dentro. La camioneta estaba

vacía y él había llegado justo a tiempo, porque en cuanto toco el piso uno de los carros

se encendió detrás de él, inundando la parte de atrás de la camioneta con sus faros. Si

hubiera esperado unos segundos más, lo hubieran visto.

Con todo, una caravana de cinco vehículos dejó las empresas Sayle, el camión en el que

Alex estaba era todo menos el único. Además del Sr. Grin y Nadia Vole, por lo menos

una docena de guardias uniformados estaban haciendo el viaje. ¿Pero a dónde? Alex

no se atrevía a ver atrás, no con un carro justo detrás de él. Sintió que el camión

disminuía la velocidad cuando alcanzaban la puerta principal y luego estaban fuera, en

el camino principal, manejando rápido colina arriba, alejándose de la villa.

Alex sintió el camino sin verlo, estaba acostado en un suelo de madera de tres metros

de largo, con nada de que agarrarse cuando la camioneta diera vueltas violentamente,

las paredes eran de acero y sin ventanas, supo que habían dejado el camino principal

cuando de pronto se encontró bamboleado de arriba a abajo y agradeció que el

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vehículo se moviera más lento. Sintió que bajaban la colina, siguiendo un camino

salvaje. Y ahora podía oír algo, aún sobre el ruido del motor. Olas. Habían bajado al

mar.

La camioneta se detuvo. Hubo ruido de puertas abriéndose y cerrándose, el crujido de

botas en las piedras, murmullos. Alex se agazapó, temiendo que alguno de los

guardias levantaría la lona y lo descubriría, pero las voces se alejaron y se encontró

solo. Con cuidado, salió de la caja, tenía razón. La caravana se había detenido en una

playa desierta.

Viendo a su alrededor, podía ver un sendero que salía del camino y giraba sobre los

riscos que los rodeaban. El Sr. Grin y los otros se habían congregado a un lado de un

viejo embarcadero de piedra que se erguía en el agua negra. Él traía una linterna, Alex

lo vio dibujar un arco con ella.

Con más curiosidad, se acercó y encontró un lugar para esconderse detrás de algunos

escombros. Parecía que esperaban un bote. Vio su reloj. Eran exactamente las dos en

punto. Casi quería reírse. Denles a estos hombres pistolas y caballos y pudieran haber

salido de un cuento para niños. Contrabando en la costa Cornish. ¿Podía ser que de eso

se tratara todo esto? ¿Cocaína o marihuana llegando del continente? ¿Por que más

venir aquí a media noche?

La respuesta fue contestada unos segundos después, Alex lo vio fijamente, sin poder

creer lo que estaba viendo.

Un submarino. Había emergido del mar con la velocidad y el casi imposible tamaño de

una ilusión óptica. Un momento no había nada y al siguiente estaba frente a él,

elevándose por el mar hacia el embarcadero, sin que su motor hiciera ruido, el agua

resbalando de su casquillo plateado y dejando sólo blanca espuma detrás de él. El

submarino no tenía marcas, pero Alex sabía que no era inglés. Con una figura aplanada

de la que sobresalía la torre de mando y un dirigible de cola de tiburón en la parte

posterior no era como nada de lo que hubiera visto nunca. Se preguntó si tenía bombas

nucleares. Un motor convencional seguramente hubiera hecho más ruido.

¿Y qué hacía aquí fuera de las costas de Cornwall? No por primera vez, Alex se sintió

muy pequeño y muy joven, lo que sea que estuviera sucediendo, sabía que estaba muy

por fuera de sus capacidades.

Y luego la torre se abrió y un hombre salió, estirándose en el aire frío de la mañana,

aún sin la media luna, Alex hubiera reconocido el delgado cuerpo del bailarín y el

cabello corto del hombre que había visto en fotografía unos días antes. Era Yassen

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~7799~~

Gregorovich. Alex lo vio con un miedo creciente, este era el asesino a sueldo del que el

Sr. Jones le había contado. El hombre que había asesinado a Ian Rider. Estaba vestido

con pechera color gris y zapatillas de tenis, estaba sonriendo, y era la última persona a

la que Alex quería ver.

Al mismo tiempo que debía luchar para quedarse donde estaba tenía que resolver esto.

Yassen Gregorovich había conocido a Sayle supuestamente en cuba. Ahora estaba aquí

en Cornwall. Así que trabajaban juntos. ¿Pero porque? ¿Por qué un proyecto de las

Stormbreakers necesitaría un hombre como él?

Nadia Vole caminó hacia el final del embarcadero y Yassen bajó para encontrarse con

ella. Hablaron unos minutos, pero aun asumiendo que habían escogido hablar en

inglés, no había manera de que fueran escuchados. Mientras tanto, los guardias de

Sayle habían formado una fila y la alargaban casi hasta llegar a los vehículos. Yassen

dio una orden y, mientras Alex veía desde detrás de las piedras, una caja plateada y

metálica con un sello vacío apareció, sostenida por manos invisibles, por arriba de la

torre del submarino. El mismo Yassen la entregó al primero de los guardias, que la

pasó al siguiente en la fila. Casi cuarenta cajas más le siguieron, una detrás de la otra,

les llevó casi una hora descargar el submarino. Los hombres trataban las cajas con

cuidado, obviamente no querían romper lo que sea que contenían.

Al final de la hora casi habían terminado. Las cajas habían sido acomodadas ahora en

la parte de atrás de la camioneta que Alex había abandonado. Y fue ahí cuando

sucedió. Uno de los hombres parados en el embarcadero, dejó caer una de las cajas,

pudo sostenerla en el último minuto, pero aun así dio de lleno en el duro piso de

piedra. Todos se detuvieron, al instante. Fue como si un botón hubiera sido encendido

y Alex sintió el miedo en el aire.

Yassen fue el primero en reponerse. Se movió por el atracadero como un gato, sin hacer

ruido, alcanzó la caja y la recorrió con sus manos, viendo el sello, después asintió

lentamente. El metal no tenía ni un rasguño.

Con todos demasiado quietos, Alex oyó el intercambio que siguió.

―Lo siento ―dijo el guardia― no lo haré de nuevo.

―No, no lo harás. ―Yassen aceptó y le disparó.

La bala salió de su mano, roja en la oscuridad. Golpeó al hombre en el pecho,

lanzándolo hacia atrás en una extraña maroma. El hombre calló al mar. Por unos

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~8800~~

segundos vio hacia la luna como si tratara de verla por última vez. Luego el agua negra

se dobló sobre él.

Les tomó veinte minutos más llenar la camioneta. Yassen se sentó en el asiento del

copiloto con Nadia Vole. Esta vez el Sr. Grin se fue en uno de los autos.

Alex tenía que controlar su regreso cuidadosamente. Mientras la camioneta tomaba

velocidad, rumeando mientras subía al camino dejó las rocas que lo cubrían, corrió y se

metió en ella. Apenas había lugar con todas las cajas, pero logró encontrar un hoyo

para meterse en él. Recorrió con una mano una de las cajas era del tamaño de una

tostadora, sin marcas, y fría al tacto. De cerca era lo que llevarías a un picnic de alta

tecnología. Intento encontrar la forma de abrirla, pero estaba cerrada de una manera

que no entendía.

Miró hacia atrás, la playa y el embarcadero ya estaban lejos de ellos. El submarino

estaba regresando al mar. En un momento estaba ahí, delgado y plateado deslizándose

por el agua. Al siguiente se había hundido en la superficie. Desapareciendo tan rápido

como un mal sueño.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~8811~~

Capítulo 10

Muerte en la Hierba Larga

Alex fue despertado indignado, con Nadia Vole tocando a su puerta. Se había quedado

dormido.

—Esta mañana es tu última oportunidad para experimentar el Stormbreaker— dijo.

—Es verdad, — respondió Alex.

—Esta tarde comenzamos a enviar ordenadores a las escuelas. Herr Sayle ha sugerido

que te tomes la tarde. ¿Tal vez un paseo por el Port Tallon? Hay un sendero que va por

los campos y luego por el mar. Lo harás, ¿sí?...

—Sí, me gustaría hacer eso.

—…‖bueno‖y‖ahora‖te‖dejaré‖ponerte‖algo‖de‖ropa,‖volveré‖por ti... en diez minutos.

Alex se echó agua fría en el rostro antes de vestirse. Había llegado a las cuatro en punto

a su habitación y seguía cansado. Su expedición de anoche no había tenido el resultado

que esperaba. Había visto tanto, el submarino, las cajas de plata, la muerte del guardia

que se había caído y, sin embargo, al final había terminado sin saber mucho de nada.

Yassen Gregorovich trabaja para Herod Sayle. Eso era seguro. Pero ¿qué pasa con las

cajas? Ellos podían estar llevando comida para el personal de las empresas de Sayle por lo que

sabía.

Sólo que alguien no mata a un hombre sólo por comida para llevar.

Hoy era 31 de marzo, como Vole había dicho, los ordenadores estaban en camino. Sólo

quedaba un día antes de la ceremonia en el Museo de la Ciencia. Pero Alex no tenía

nada que informar, y una parte de la información que había enviado al diagrama de

Riders había señalado un blanco. Se había producido la respuesta que esperaba de su

Game Boy cuando lo apagó antes de irse a la cama.

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~8822~~

NO SE PUEDE RECONOCER EL DIAGRAMA O LAS LETRAS O LOS NUMEROS.

POSIBLE REFERENCIA EN EL MAPA. POR FAVOR TRANSMITA LAS NUEVAS

OPERACIONES.

Alex pensaba que transmitir era el hecho de que en realidad había avisado a Yassen

Gregorovich. Sin embargo decidió en su contra. Si Yassen estaba allí, la señora Jones le

había prometido sacarlo. Y de pronto, Alex quería ver esto hasta el final. Algo pasaba

en las empresas Sayle. Nunca se perdonaría si no se enteraba de que era.

Nadia Vole volvió por él como lo prometió, y pasó las siguientes tres horas jugando

con la Stormbreaker. Esta vez se divertía menos. Esta vez se dio cuenta que cuando fue

a la puerta, un guardia había estado en el pasillo. Parecía las empresas Sayle no le iban

a dar más oportunidades de las que tenía.

A la una en punto llegó con un sándwich en un plato de papel. Diez minutos más tarde

el guardia lo sacó de la habitación y lo llevó hasta la puerta principal. Era una gloriosa

tarde con el sol brillando mientras caminaba por el camino. Dio una mirada hacia atrás.

El señor Grin acababa de llegar a uno de los edificios y se encontraba a cierta distancia

hablando por un teléfono móvil. Había algo inquietante cuando lo mirabas. ¿Por qué

hacer una llamada telefónica ahora? ¿Y quién podía entender una palabra de lo que decía?

Sólo una vez había salido de la planta para relajarse. Lejos de las vallas, la guardia

armada, y la extraña sensación de ser amenazado por las empresas Sayle, era como si

pudiera respirar aire puro por primera vez en días. El paisaje de Cornualles era

hermoso, las colinas tenían una exuberante vegetación con flores salvajes.

Encontró una señal en la acera y se movió fuera de la carretera. Desde la configuración

del terreno, y recordando el viaje en coche que lo había traído, supuso que el Port

Tallon estaba a pocas millas de distancia, una caminata de menos de una hora si el

camino no era muy montañoso. De hecho, el camino de subida se volvió muy

pronunciado casi de inmediato, y de repente Alex se encontró sentado en un claro, azul

y espumoso canal inglés, siguiendo una pista que zigzagueaba peligrosamente al borde

de un precipicio. A un lado de él, los campos se extendían a los lejos con hierba alta

que se fletaba con la brisa. Al otro, un descenso de al menos cincuenta metros de rocas

y con agua abajo. Port Tallon estaba muy al final de los acantilados, enclavado en

contra del mar. Parecía casi demasiado pintoresco también desde aquí, como un

modelo blanco y negro de una película de Hollywood.

Llegó al final del camino, hacer un seguimiento del mar y los campos era muy difícil.

Sus instintos le decían que siguiera hacia adelante, pero había algo en una señal del

sendero a la derecha. Había algo extraño en la señal. Alex dudó por un momento,

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preguntándose lo que era. Luego lo desechó. Estaba caminando por el campo y el sol

brillaba ¿Qué podría estar mal? Siguió la señal.

El camino seguía subiendo y bajando por otro cuarto de milla, y luego se sumergía en

un hueco. Aquí en la hierba casi tan alta como él, se levantaba al rededor, una jaula

verde. Un pájaro de repente saltó delante de él, una bola de plumas color café dio la

vuelta sobre sí mismo antes de tomar vuelo. Algo lo había perturbado. Entonces fue

cuando Alex escuchó el sonido, algo se acercaba. ¿Un tractor? No. Era demasiado

agudo y se movía muy rápido.

Alex sabía que estaba en peligro de la manera en que un animal lo sabe. No hubo

necesidad de preguntarse porque ni cómo. El peligro simplemente estaba allí. Y así

mientras una forma oscura aparecía, estrellándose a través de la hierba, Alex se echó a

un lado, el saber demasiado tarde lo que era había sido un error con el signo del

segundo sendero. Había sido algo completamente nuevo. Pero la primera señal, la que

lo había llevado fuera de la carretera se debía haber curtido y ahora estaba vieja.

Alguien deliberadamente lo saco del camino correcto y lo trajo aquí.

Al camino de la muerte.

Golpeó el suelo y rodó hacia un lado. El vehículo estalló a través de la hierba, su rueda

delantera a pulgadas de su cabeza. Alex alcanzó a ver algo en negro cuclillas con

cuatro neumáticos, una cruz y una moto y un tractor en miniatura. Estaba siendo

montado por una figura encovada de color gris vestida de cuero, con casco y gafas.

Luego se fue, su corazón latía con fuerza en el pasto a su lado, para que después

desapareciera al instante, como si una cortina humo hubiera aparecido.

Alex se puso de pie y comenzó a correr. Sabía lo que era ahora. Había visto algo similar

en vacaciones, en las dunas del Valle Muerto, en Nevada. Una Kawasaki cuatro por

cuatro impulsada por un motor de 400cc con cambio automático. Un quad. Dando

vueltas por allí, preparado para volver. Y no estaba solo.

Un zumbido, luego un grito y una segunda moto apareció frente a él, rugiendo

mientras cortaba una franja a través de la hierba. Alex se lanzó hacia su camino, una

vez más estrellándose contra el suelo, casi se disloco el hombro. El viento y los gases

del motor montaban su rostro. Tenía que encontrar un lugar donde esconderse. Pero él

estaba en medio de un campo y no había nada más que la hierba.

Desesperadamente, luchó a través de ella, con las hojas arañando su cara, la mitad

segándole mientras intentaba encontrar su regreso al camino inicial. Tenía que

encontrar‖ algo…‖ alguien‖ lo‖ que‖ sea.‖ El‖ que‖ había‖ enviado‖ a‖ estas‖ personas (ahora

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recordó al señor Grin hablando por su móvil), no podían matarlo con testigos

alrededor.

Pero no había nadie y ellos venían por él de nuevo... esta vez juntos. Alex podía oír los

motores, gimiendo al unísono, acercándose rápidamente detrás de él. Todavía

corriendo, miró por encima de su hombro y los vio, uno a cada lado, al parecer a punto

de darle alcance. Fue sólo la luz del sol y la corta vista de la hierba lo que revelaba la

horrible verdad. Los dos ciclistas habían extendido un alambre entre ellos. Alex alzó su

cabeza, con su estómago tenso. El cable batía por él, si se hubiera quedado de pie,

habría quedado en el medio de ambos.

Los quads se separaron formando un arco de distancia entre uno y otro. Por lo menos

eso significaba que debían haber soltado el cable. Alex se había golpeado la rodilla el

otoño pasado y sabía que era cuestión de segundos antes que lo acorralaran y le

atacaran. A medias, corrió buscando algún lugar donde ocultarse o algo con lo que

defenderse. Aparte de la Game Boy y de algo de dinero no tenía nada más, ni siquiera

un corta plumas. Los motores estaban lejos ahora, pero sabía que en cualquier

momento se acercarían ¿Qué tenían reservado los pilotos ahora? ¿Más alambre? ¿O algo

peor?

Era peor. Mucho peor. Se escuchó el rugido de un motor y luego una nube ondulante

de fuego color rojo explotó sobre la hierba, quemándola. Alex sintió que su hombro se

chamuscaba, gritó y se arrojó a sí mismo a un lado. ¡Uno de los pilotos tenía un

lanzallamas! Se había dirigido un solo rayo de fuego a veinte pies de largo, lo que

significaría quemar a Alex vivo. Y casi lo logró. Alex se salvó por una estrecha zanja

delante de él. Ni siquiera la había visto hasta que se cayó al suelo, en la húmeda tierra,

un chorro de llama ardiente pasó sobre él. Había estado muy cerca. Tenía un terrible

olor: en su propio cabello. El fuego le quemó las puntas.

Asfixia, su rostro sucio y sudado. Así trepó para salir de la zanja y corrió a ciegas hacia

delante. No tenía idea de donde iba. Sólo que en pocos segundos, el quad volvería.

Pero sólo le tomó diez pasos darse cuenta de que había llegado al final del campo.

Había un letrero de advertencia y una valla electrificada que se extendían hasta donde

alcanzaba a ver. Pero únicamente por el sonido que la barra emitía, parecía casi

invisible, pero el matón avanzaba rápidamente hacía él, no podría escuchar la

advertencia por el sonido de sus motores...

Se detuvo y se dio la vuelta. Aproximadamente a cincuenta metros de él, la hierba

estaba aplastada por el aún invisible quad. Pero esta vez Alex esperó. Se quedó allí,

equilibrando en los talones de sus pies. A unos veinte metros. Ahora estaba viendo los

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ojos del piloto, de dientes de sierra desiguales, sonrió, todavía sujetando su

lanzallamas.

El quad rompió la barrera de hierba y saltó sobre él... sólo que Alex ya no estaba allí. Él

se había zambullido a un lado, y demasiado tarde, el conductor vio la valla y se lanzó

sobre ella. El hombre gritó cuando el cable lo agarró por el cuello, casi como un garrote.

La moto trenzo el aire, entonces se desplomó. Él hombre cayó en el césped y se quedo

inmóvil.

Se había roto la valla de la tierra. Alex pasó por encima del hombre y lo examinó. Por

un momento pudo ser Yassen, pero era más joven y de pelo moreno más feo. Alex

nunca lo había visto antes. Estaba inconsciente, pero respirando todavía. El

lanzallamas se extinguió en el suelo al igual que él. Detrás, escuchó la otra moto, a

cierta distancia, pero cerca. Esta persona que intentaba atropellarle redujo la velocidad

y se lanzó hacia él. Tenía que encontrar una salida antes que esto se pusiera feo.

Pasó sobre el quad, que había estado descansando a su lado. Lo alzó de nuevo, de un

saltó fuera de la silla e intentó arrancar. Su pie rebusco desesperadamente pero no

encontró lo que faltaba. Maldito Alex. Había visto quads en Nevada, pero no montó

una. Era muy joven. Y ahora...

¿Cómo se encendía a esta maldita cosa? No faltaba nada. Había algún tipo de

encendido manual. Le dio la vuelta a la llave. Nada. Entonces vio un botón rojo en el

centro. Apretó el botón y el motor tosió volviendo a la vida. Al menos no había

marchas por las qué preocuparse. Alex giró el acelerador y le gritó a la máquina que se

disparó a lo lejos, casi lanzándolo hacia atrás. Y ahora estaba azotando a través de la

hierba que se había convertido en una mancha verde colgando con toda su fuerza

mientras el quad habría un nuevo sendero. No estaba seguro si era la dirección de la

bicicleta o la dirección de la moto, sólo importaba que él estuviera en movimiento.

Sus huesos sonaron cuando el quad golpeó un borde en la pista y rebotó hacia arriba.

Por un espantoso segundo Alex pensó que sería lanzado por la moto a través del

espacio. Pero de alguna manera se las arreglo para mantener el control, a pesar de la

caída de los neumáticos que perforaron todo su aliento.

Cortó a través de la cortina salvaje y verde tirando del manillar, tratando de llevar la

m{quina‖ bajo‖ control.‖ Había‖ encontrado‖ el‖ sendero…‖ también‖ el‖ acantilado‖ a‖ unos‖

cinco metros más y se había puesto en marcha por el borde de las rocas. Por unos

segundos permaneció donde estaba con el motor a poca velocidad. Fue entonces

cuando el otro quad apareció. El segundo piloto debió haber visto lo ocurrido. Había

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llegado al borde delante de Alex, a unos doscientos metros de distancia. Algo brillaba

en su mano, apoyado en el manillar.

Traía un arma.

Alex miró hacia atrás por donde había venido. No era bueno. El camino era muy

estrecho. En el momento en que se volteó al quad, el hombre había llegado a él. Un

disparo y todo terminaría. ¿Podría volver a la hierba? No, por la misma razón. Si quería

moverse rápido, tenía que avanzar hacia delante, incluso si eso significaba una escalera

a la coalición con un quad.

No había otra manera

El hombre disparó al motor con dos tiros y se abalanzó hacía delante. Alex hizo lo

mismo. Ahora ambos hicieron carrera en llegar al otro por un estrecho camino, con un

banco de tierra y roca que a veces se levanta para formar una barrera en un lado y el

borde del precipicio por el otro. No había espacio para pasar. Podían detenerse o

chocar... pero para decidir parar debían hacerlo en los diez segundos restantes.

El quad estaba cada vez más cerca y más cerca, moviéndose rápido todo el tiempo.

Muy por debajo, las olas brillaron de color plata, rompiendo contra las piedras. La

hierba, más alta ahora era alucinante. El hombre disparó dos veces su arma. Alex sintió

un corte con la primera bala en su hombro. El segundo rebotó al lado de su moto. El

viento se precipitó en él. Golpeando su pelo y su cara. Era como un juego de moda de

pollos. Uno de ellos tenía que parar. Uno debía salir del camino.

Tres, dos, uno...

El hombre finalmente se rindió. Fue a menos de veinte metros de distancia, tan cerca,

que podía distinguiré el sudor en su frente. Se hizo un tercer disparo, no había forma

en que fallara. Pero el camino era desigual. No podía disparar y conducir al mismo

tiempo. Justo cuando él choque parecía inevitable, el quad se torció fuera de camino

hasta la hierba. Al mismo tiempo que intentaba sujetar el arma. Pero era demasiado

estrecho. El quad se inclinó, y volcó en sus dos ruedas. El hombre gritó. Su quad

colisionó con una roca y rebotó hacia arriba, se posó a un lado, luego siguió por el

borde del acantilado.

Alex había sentido fiebre al ver al hombre, no era más que un borrón. Ahora con un

estremecimiento imposible de detener se dio la vuelta justo a tiempo para ver al quad

volar por el aire y el acantilado. El hombre que seguía gritando, logró separarse y

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llegar hasta abajo, pero los dos quads cayeron al agua al mismo tiempo. Un quad flotó

unos segundos más que el otro.

¿Quién lo había enviado? Fue Nadia Vole que había sugerido la caminata, pero fue el Sr. Grin

quien lo vio salir. El Sr. Grin había dado la orden, estaba seguro.

Alex continuó en el quad el resto del camino hasta Port Tallon. El sol brillaba mientras

bajaba por el pueblo pesquero, pero no pudo evitar no disfrutar de ello. Estaba

enfadado consigo mismo porque había cometido muchos errores. Debía estar muerto,

lo sabía. Sólo la suerte y un bajo voltaje de la cerca eléctrica lo continuaban teniendo

con vida.

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Capítulo 11

Dozmary Mía

Alex caminaba a través de Port Tallon, más allá de la taberna de Fisherman's Arms y la

calle con piedras hacia la biblioteca. Era media tarde, pero el pueblo parecía estar

dormido, los barcos flotaban en el puerto, las calles y aceras estaban vacías. Una pocas

gaviotas de posaban sobre los tejados, con su triste llanto como de costumbre. El aire

olía a sal y a peces muertos.

La biblioteca era de ladrillo rojo, victoriano, medio asentada encima de una imponente

cima. Alex empujó la pesada puerta y entró en una habitación de suelo de baldosas

parecido a unos cincuenta tableros de ajedrez en los estantes del área de recepción.

Había seis o siete personas sentadas en unas mesas de trabajo. Un hombre con un

jersey grueso de punto estaba leyendo Fisherman's Week. Alex se acercó a la recepción.

Había la típica placa de SILENCIO POR FAVOR. Debajo de ella un anciana, una mujer

con cara redonda leyendo ‘Crimen Y Castigo’.

—¿Puedo ayudarte? —A pesar de la placa, habló con una voz grave que hizo mirar a

todo el mundo.

Sí... He venido aquí a causa de un casual comentario hecho por Herod Sayle. Ha estado

hablando sobre Ian Rider. Gastó parte de su tiempo en el pueblo, en el puerto, en la

oficina de correos, la biblioteca... Alex ya ha visto la oficina de correos, otro antiguo

edificio cerca del puerto. No pensaba aprender nada de ello. ¿Pero la biblioteca? Tal

vez Rider había venido buscando información. Quizá el bibliotecario lo recuerde.

—Tenía un amigo alojado en el pueblo —dijo—. Me pregunto si habrá venido aquí. Su

nombre es Ian Rider.

—¿Rider con i o y? No creo que tengamos nada de ningún Rider de todas maneras

—Tecleó un par de veces en su ordenador y después sacudió la cabeza—. No...

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—Estaba en las Empresas Sayle —dijo Alex—. Unos cuarenta años, delgado, rubio.

Conducía un BMW...

—Ah sí —Sonrió—. Ha venido aquí un par de veces. Es un buen hombre, muy amable.

Ya sabía yo que no era de por aquí. Estaba buscando un libro...

—¿Recuerda qué libro?

—Por supuesto que sí. No siempre recuerdo caras, pero sí los libros. Estaba interesado

en Virus.

—¿Virus?

—Sí, eso he dicho. Buscaba información...

¡Un virus informático! Eso lo podía cambiar todo. Un virus informático era la pieza

perfecta para un sabotaje: invisible e instantáneo. Un único bache en el software y cada

una de las piezas de información de Stormbreaker serían destruidas en cualquier

momento. Pero Herod Sayle no podría dañar su propia creación. Eso no tendría ningún

sentido. Así que tal vez Alex se habría equivocado con él desde el principio. Tal vez

Sayle no tenía ni idea de lo que en realidad estaba pasando.

—Me temo que no podré ayudarle —dijo la bibliotecaria—. Esta es sólo una pequeña

librería con una subvención recortada por tercer año consecutivo —suspiró—. De todas

formas, dijo que cogería algunos libros enviados desde Londres. Me dijo que tenía una

caja en la oficina de correos...

Eso también tenía sentido. Ian Rider no quería información de Empresas Sayle, donde

podría ser interceptado.

—¿Fue esa la última vez que lo viste? —preguntó Alex.

—No. Volvió una semana después. Debió haber conseguido lo que quería porque esa

vez no estaba buscando libros sobre virus. Esta vez se interesó en los asuntos locales.

—¿Qué clase de asuntos locales?

—Historia local, Plataforma CL —señaló—. Pasó la tarde buscando entre los libros

hasta que se marchó. No ha vuelto desde entonces, qué vergüenza. Tenía la esperanza

de que se uniera a la biblioteca. ¿Te gustaría a ti?

—Hoy no, gracias —dijo Alex.

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Historia local. Eso no le iba ayudar. Alex asintió a la bibliotecaria y se dirigió a la

puerta. Su mano iba justo a llegar a la manija de la puerta cuando recordó: CL 475/19.

Metió la mano en el bolsillo y sacó el Game Boy, quitó la parte de atrás y desdobló el

papel que había encontrado en su cuarto. Efectivamente, las letras eran las mismas: CL.

No se referían a una referencia. ¡CL era la etiqueta de un libro!

Alex se acercó a la plataforma que la bibliotecaria le había mostrado. Los libros

envejecían más rápido cuando nadie los leía y los de ahí se habían jubilado hace mucho

tiempo, inclinándose por cansancio uno encima de otro sirviéndose de apoyo. CL

475/19, el número estaba impreso encima de uno que se llamaba Dozmary: La Historia

de las Minas más Antiguas de Cornualles.

Lo llevó a una mesa, lo abrió, y rápidamente se preguntó por qué esta historia había

sido foco de interés de Rider. La historia la contó un familiar.

La mina había sido propiedad de la Familia Dozmary durante once generaciones. En el

siglo XIX había cuatrocientas minas en Cornwall. En la década de 1990 sólo había tres.

Dozmary seguía siendo una de ellas. El precio del estaño se había estancado y la propia

mina estaba casi agotada, pero no había otro trabajo en el área y la familia siguió

funcionando a pesar de que la mina fue rápidamente agotada por ellos. En 1991, el

Señor Rupert Dozmary, el último propietario, se había escapado en silencio y volado la

tapa de los sesos.

Fue enterrado en el cementerio local en un ataúd, se decía, de hojalata.

Sus hijos cerraron la mina, vendiendo las tierras por encima de la empresa de Sayle. La

misma mina fue cerrada con varios túneles bajo agua.

El libro contenía una serie de viejas fotografías en blanco y negro: ponis en hoyos y

canarios en jaulas. Grupos de personas esperaban con hachas y linternas. Ahora todo

ellos estarían bajo tierra. Ojeando las páginas, Alex llegó a un mapa que mostraba la

disposición de los túneles cuando se cerraron.

Era difícil estar seguro de la escala, pero había un laberinto de pozos, túneles y vías

férreas que corrían varios metros bajo tierra. Ve hacia la oscuridad total de la

clandestinidad y te perderás al instante. ¿Hizo Ian Rider un camino hacia Dozmary? Si

era así, ¿lo había encontrado?

Alex recordó el corredor a los pies de la escalera de metal. Las oscuras paredes

parecían infinitas y las bombillas colgando de cables le recordaron algo, y de pronto

supo lo que era. ¡El corredor no era otra cosa que uno de los ejes de la vieja mina!

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Supuestamente Ian Rider también había ido por la escalera. Al igual que Alex, él

también tuvo que enfrentarse al bloqueo de la escalera de metal y había decidido

encontrar la manera de saltárselo. Pero había reconocido lo que era el corredor, y eso

era porque había vuelto a la biblioteca. Había encontrado un libro de Las Minas de

Dozmary, éste libro. El mapa mostraba un camino hacia el otro lado de la puerta.

¡Y él anotó algo en ella!

Alex cogió el diagrama que Ian Rider había dibujado y lo puso en la página, en la parte

superior de la página. Manteniendo las dos hojas juntas, las puso a la luz.

Eso era lo que vio.

Las líneas azules que Rider dibujó en la hoja encajaban perfectamente con los ejes de la

mina, mostrando el camino. Alex estaba seguro de ello. Si pudiera encontrar la entrada

a Dozmary, podría seguir el mapa hasta el otro lado de la puerta de metal.

Diez minutos más tarde salió de la biblioteca con una fotocopia de la página. Bajó hasta

el puerto y encontró una de esas tiendas marítimas que parece que venden de todo.

Allí compró una potente linterna, una camiseta, una cuerda y un paquete de tizas.

Entonces escaló las colinas.

De vuelta al quad Alex se desplazó entre los acantilados con el sol hundiéndose en el

oeste. Delante de él podía ver la única chimenea y la torre en ruinas que marcaba la

entrada del eje Kerneweck, que tomó el nombre de la antigua lengua de Cornwall.

Según el mapa es allí donde debería empezar. Por lo menos el quad se lo había puesto

más fácil, le hubiera llevado una hora ir andando.

Se estaba acabando el tiempo y lo sabía. El primer Stormbreaker ya había dejado la

planta, y en menos de 24 horas el Primer Ministro los activaría. Si realmente el software

se había visto afectado por algún tipo de virus, ¿qué pasaría? ¿Una especie de humillación

para Sayle y el Ministerio Británico? ¿O peor?

¿Y cómo era el error informático que había visto la noche anterior? Cualquier submarino que

haya estado entrando en el puerto del software, no era el software del ordenador. Las

cajas de color plata eran demasiado grandes. Y nadie dispararía a un hombre que

dejara caer un disquete.

Alex estacionó el quad junto a la torre y entró por una puerta con forma de arco. Lo

primero que pensó es que debía de haber cometido algún error. La construcción

parecía más una iglesia en ruinas que una entrada a una mina. Otras personas habían

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estado allí antes que él. Había unas cuantas latas de cerveza arrugadas y viejos

paquetes de patatas fritas en el suelo y el típico graffiti en la pared de costumbre. JRH

ESTUVO AQUÍ. NICK AMA A CASS. Los visitantes sacan la peor parte de sí mismo

mediante un bote de pintura fluorescente.

Quitó los pies de algo que sonó y vio que estaba de pie sobre una trampilla. La hierba y

las malas hierbas brotaban alrededor de los bordes, peor poniendo la mano sobre la

grieta podía sentir una corriente de aire subiendo desde abajo. Esa debía de ser la

entrada del eje.

La trampilla estaba cerrada con un pesado candado, con varias pulgadas de espesor.

Alex renegó en silencio. Había dejado la crema para los granos zit en su cuarto. La

crema se lo habría comido en unos pocos segundos, pero no tenía tiempo para volver a

Empresas Sayle para cogerla. Se arrodilló y sacudió el candado con frustración. Para su

sorpresa, se abrió bruscamente. Alguien había tenido que estar ahí antes que él. Tenía

que ser Ian Rider. Debía haber logrado desbloquearlo y no lo había vuelto a cerrar

totalmente para volver a abrirlo cuando volviera.

Alex sacó el candado y cogió la trampilla. Sacó todas sus fuerzas para levantarla, y

mientras lo hacía una ráfaga de aire le golpeó la cara. La trampilla sonó de nuevo y se

encontró mirando en un agujero negro que se extendía más allá de dónde la luz del día

podía alcanzar. Alex encendió su linterna hacia el agujero. La viga era

aproximadamente de quince metros, pero el eje iba más lejos. Encontró una piedra y la

dejó caer. Por lo menos pasaron unos diez segundo hasta que la piedra chocó con algo.

Una escalera oxidada se vino abajo mientras Alex se aseguraba de ocultar bien el quad

fuera de vista, a continuación se enroscó la cuerda en el hombro y metió la linterna en

el cinturón. No le gustaba la idea de meterse por el agujero. Los peldaños de metal se

sintieron muy fríos contra sus manos, sus hombros casi se habían hundido bajo el nivel

del suelo antes de que el sol desapareciera y se sintiera arrastrado a una oscuridad tan

absoluta que ni siquiera estaba seguro de si seguía teniendo ojos. No podía bajar y

mantener la linterna al mismo tiempo. Tenía que sentir el camino, primero una mano y

después un pie, descendiendo hasta que su talón chocó contra el suelo y entonces supo

que había llegado a la parte inferior del eje de Kerneweck.

Miró hacia arriba. Sólo podía distinguir por la entrada que había bajado: pequeña,

redonda, a la misma distancia que la luna. Respiraba con dificultad. El aire era fino y

olía ligeramente a metal. Tratando de luchar contra la claustrofobia, sacó la linterna y

la encendió. El rayo salió de su mano, señalando el camino de delante y arrojando luz

blanca sobre los alrededores más inmediatos. Alex estaba en el comienzo del largo

túnel, las paredes y el techo eran desiguales, con listones de madera sobre ellos. El

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suelo estaba húmedo, y un brillo de agua salada brillaba en el aire. Hacía frío en la

mina. Sabía lo que sería y entonces se movió, tiró de la camiseta que se había comprado

y marcó una gran X en la pared. Aquello había sido una gran idea. Ocurriese lo que

ocurriese allí, quería estar seguro de encontrar el camino de regreso.

Por fin estaba listo. Dio dos pasos hacia delante, lejos del eje vertical y entró en el

principio del túnel, de inmediato sintió el peso sólido de las rocas, el suelo y las

restantes rayas de estaño sobre él. Era horrible, como estar enterrado vivo, y necesitó

sacar toda su fuerza para sí mismo. Después de unos cincuenta pasos llegó a un

segundo túnel, que se desviaba a la izquierda. Sacó la fotocopia del mapa y lo examinó.

Según Ian Rider, aquí era donde tenía que pasar. Pasó la linterna por el alrededor y

siguió el túnel, que se inclinaba hacia abajo, hacia lo más profundo de la tierra.

No había un sonido en absoluto en la mina, a parte de su respiración ronca, la crisis de

sus pasos y la aceleración de su corazón. Era como si la oscuridad fuese acabando con

el sonido así como la visión. Alex abrió la boca y gritó, sólo para oír algo. Pero su voz

sonó pequeña y eso le recordó el gran peso que tenía sobre su cabeza. El túnel se

encontraba en mal estado. Algunas de las vigas se habían roto y hundido, y al pasar un

hilo de grava pasó por sus hombros y espalda, lo que le recordó que la Mina Dozmary

estaba bloqueada por una razón. Era un lugar infernal. Podría derrumbarse en

cualquier momento.

El camino era cada vez más profundo. Podía sentir la presión golpeando en sus oídos a

la vez que la oscuridad se hacía cada vez más y más opresiva. Llegó a una maraña de

hierro y alambre: un tipo de máquina enterrada y olvidada hace mucho tiempo. Se

subió sobre ella muy rápido, cortándose la pierna con un trozo irregular de metal. Se

quedó quieto durante unos segundo obligándose a reducir la velocidad. Sabía que no

debía de tener pánico. Se forzó a pensar. Si entras en pánico, pierdes. Piensa en lo que

estás haciendo. Ten cuidado. Un paso a la vez...

—Muy bien, muy bien... —susurró para tranquilizarse y entonces siguió adelante.

Ahora salió a una especie de cámara circular a lo ancho, formada por la unión de seis

diferentes túneles, uniéndose todos en forma de estrella. La mayor parte de ellas

estaban inclinadas hacia la izquierda, con los restos de una vía férrea. Arrojó luz con la

linterna y vio una pareja de vagones de madera de que debieron de ser utilizados para

llevar equipos desde abajo hacia la superficie. Comprobó el mapa, estaba tentado a

seguir el tren, que parecía ofrecer un acceso directo a la ruta que Ian Rider había

dibujado. Pero decidió no hacerlo. El mapa decía que diera la vuelta y girara sobre sí

mismo. Tenía que haber una razón. Alex hizo con tiza otras dos cruces, una por el túnel

que había dejado y otra por el que iba a entrar. Y emprendió el camino.

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Este nuevo túnel se convirtió rápidamente en bajo y estrecho hasta el punto de que

Alex se tuvo que poner de cuclillas para seguir caminando. El suelo estaba muy

mojado ahí, con charcos de agua que llegaba hasta los tobillos. Recordó lo cerca que se

encontraba del mar, lo que trajo otro pensamiento desagradable. ¿A qué hora sería la

marea alta? Y cuando el agua subiera, ¿qué pasaría dentro de la mina? Alex tuvo una

visión de sí mismo atrapado en la oscuridad con el agua subiendo primero hasta el

pecho, el cuello, la cara. Se detuvo y se obligó a pensar en otra cosa. Aquí abajo, por su

cuenta, muy por debajo de la superficie de la tierra, no se podía hacer enemigo de su

propia imaginación.

El curvado túnel se unió a una segunda vía férrea, estaba doblada y rota, cubierta aquí

y allí por escombros, que debieron de caer desde arriba. Pero las piezas metálicas

hacían más fácil la movilidad hacia delante al coger el reflejo de la linterna. Alex siguió

todo el camino hasta que se encontró una red ferroviaria principal. Había tardado

treinta minutos y había vuelto donde había empezado, pero fue la linterna que brillaba

a su alrededor por lo que vio que Ian Rider le había mandado por el camino más largo.

La ruta más corta había sido bloqueada por un derrumbamiento del túnel. Unos treinta

metros más arriba de la línea, el carril principal llevaba a un camino sin salida.

Cruzó el trayecto, siempre siguiendo el mapa, y se detuvo. Miró el papel y después

volvió a seguir el camino. Era imposible, pero sin embargo había un error.

Había llegado a un pequeño túnel de inmersión muy empinada. Pero después de un

tramo breve, el túnel parecía estar cerrado con una lámina de metal. Alex cogió una

piedra y la tiró. Hubo un chapoteo. Ahora lo entendía. El túnel estaba completamente

sumergido en agua, negra como la tinta. El agua había subido hasta el techo del túnel,

incluso asumiendo que pudiera nadar a temperaturas cercanas a la congelación, la

respiración sería imposible. Después de todo el trabajo duro, después de todo el

tiempo que había pasado bajo tierra, no había manera de avanzar.

Alex volvió a la frustración. Estaba a punto de irse, pero dio un giro alumbrando con la

linterna, el rayo de luz recogió un montón de algo tirado en el suelo. Se acercó y se

inclinó. Era un traje de buceo seco y parecía nuevo. Alex regresó a la orilla de agua y lo

examinó con la linterna. Esta vez vio otra cosa. Una cuerda atada a una roca. Sesgada

horizontalmente en el agua hasta que desaparecía. Alex sabía lo que significaba.

Ian Rider había nadado a través del túnel sumergido. Llevaba un traje de buceo y se las

arregló para fijar una cuerda de la que se podía guiar. Obviamente tenía planeado

volver, por eso había dejado el traje seco allí y por eso había dejado el candado abierto.

Alex cogió el traje seco. Era demasiado grande para él, aunque probablemente le

quitaría la peor parte de frío.

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Pero el frío no era el único problema. El túnel podría medir diez metros, o cien...

¿Cómo podría estar seguro de que Ian había utilizado la escafandra del equipo para

nadar a través de él? Si Alex iba allí, a través del agua, y se quedaba sin respiración a

mitad de camino, se ahogaría. De nuevo su imaginación se apoderó de él. Podía verse a

sí mismo, atrapado bajo el agua completamente inmóvil. No podía imaginar una peor

manera de morir.

Se detuvo un momento, sosteniendo el traje en sus manos. De repente, todo parecía

injusto. Nunca se había imaginado el estar allí. Se había visto obligado a ello y eso

había sido más que suficiente. No había nada en la tierra que le hiciera entrar en la

negrura del agua. Simplemente, era pedir demasiado.

Pero Ian Rider había nadado allí. Ian Rider había hecho de todo por su cuenta y nunca

se detuvo... no hasta el día que lo habían matado. ¡Y Alex siempre había asumido que

no era más que el gerente de un banco! Sintió que su determinación dejó dar paso a la

ira. Estas personas, Sayle o Yassen, quien fuese, habían apagado la vida de su tío,

simplemente porque era lo adecuado.

Bueno, no murió en vano. Alex se encargaría de eso.

Se puso el traje seco. Estaba frío, pegajoso e incómodo. Cerró la cremallera por la parte

delantera. No se había quitado la ropa de la calle y eso le ayudó. El traje le quedaba

flojo en algunas partes, pero estaba seguro de que se mantendría en el agua.

Ahora se movía rápidamente, con miedo de que si vacilaba podía cambiar de opinión,

Alex se acercó al filo del agua. Extendió la mano y tocó la cuerda con la mano. Sería

más rápido nadar con ambas manos, pero no se iba a arriesgar. Perderse en el túnel

bajo el agua sería tan malo como quedarse sin aire. El resultado sería exactamente lo

mismo. Tenía que sujetar la cuerda para ir guiándose a través de ella. Alex respiró

hondo varias veces, hiperventilando y oxigenando su sangre, sabiendo que le daría

unos preciosos segundos adicionales. Entonces se sumergió.

El frío era feroz, como un martillazo en los pulmones que lo obligaba a expulsar el aire.

El agua golpeó su cabeza, girando alrededor de la nariz y de los ojos. Tenía los dedos

entumecidos al instante. Su sistema entero sintió el golpe, pero el traje seco lo sostuvo,

sellando al menos algo de su calor corporal. Se aferró a la cuerda y pateó hacia atrás. Se

había comprometido consigo mismo, no había marcha atrás.

Tirar, patear. Tirar, patear. Alex llevaba bajo el agua poco menos de un minuto, pero

sus pulmones ya sentían la tensión. El techo del túnel le raspaba los hombros y tenía

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miedo de que pudiera atravesar el traje de buceo hasta llegar a su piel. Pero no se

atrevía a frenar.

Se impulsó hacia adelante a lo largo de la cuerda, rasgándose la piel de las palmas de

sus manos. Había estado nadando durante casi dos minutos, pero parecían diez. Tuvo

que abrir la boca para respirar... incluso agua y no aire, que se precipitó por la

garganta. Un grito silencioso explotó dentro de él. Tirar, patear. Tirar, patear. Y

entonces la cuerda se inclinaba hacia arriba, sentía los hombros como despejados y

abrió la boca en un grito ahogado en cuanto respiró aire y sólo hizo eso.

¿Pero hacerlo dónde?

Alex no podía ver nada. Estaba flotando en la más absoluta oscuridad, incapaz de ver

dónde terminaba el agua. Había dejado la linterna al otro lado, y supo que incluso si

quisiera, no tenía la fuerza de volver. Había seguido el rastro dejado por un hombre

muerto. No fue hasta ahora cuando se dio cuenta que lo que había hecho podría ser el

camino a una tumba.

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Capítulo 12

Destrás de la Puerta

Alex nadó adelante lentamente, totalmente ciego, asustado que en cualquier momento

su cabeza golpeara contra roca. A pesar de su traje de buceo, había sentido la frialdad

del agua hace tiempo y sabía que tenía que encontrar la manera de llegar a tierra seca

pronto. Su mano rozó contra algo, pero sus dedos estaban demasiado entumecidos

decir que era. Él alcanzó hacia adelante y se impulsó. Sus pies tocaron fondo. Y

entonces se dio cuenta de que podía ver. De alguna manera, en alguna parte, la luz se

filtraba en el área más allá del túnel sumergido.

Lentamente, su visión se ajustó. Agitando su mano delante de su cara, podría apenas

ver sus dedos. Se aferraba a una viga de madera, un soporte de azotea derrumbado.

Cerró los ojos, después los abrió otra vez. La oscuridad se había retirado, mostrándole

la encrucijada cortada en la roca, el lugar de unión de tres túneles. El cuarto, detrás de

él, era el que fue inundado. Tan vaga como era la luz, le dio fuerza. Usando la viga

como embarcadero, escaló sobre la roca. Al mismo tiempo, fue consciente de un sonido

como un palpitar suave. No estaba seguro si era cercano o lejano, pero él recordaba lo

que había oído bajo el bloque D, delante de la puerta de metal, y él sabía que había

llegado.

Se quitó el traje de buceo. Le había servido bien.

La parte principal de su cuerpo estaba seca, aunque el agua helada goteó fuera de su

pelo y por su cuello. Sus zapatos y calcetines estaban empapados. Cuando se movió

sus pies se pegaron y tuvo que quitarse los zapatos y sacudirlos hacia fuera antes de

poder continuar. El mapa de Ian Rider todavía doblado en su bolsillo, pero ya no tenía

necesidad de él. Todo lo que tenía que hacer era seguir la luz.

Él iba directo a otra intersección, después dio vuelta a la derecha. La luz era tan

brillante ahora que él podría realmente ver el color de la roca marrón y gris oscuro. El

palpitar también se hacía más ruidoso, y Alex podría sentir una acometida de aire

fresco fluir abajo hacia él. Se movió cautelosamente, preguntándose que estaba a punto

de venir. Dio vuelta a una esquina y repentinamente la roca en ambos lados llevó al

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nuevo ladrillo con las parrillas de metal fijadas en los intervalos apenas sobre el nivel

del piso. El eje de mina viejo había sido convertido. Era utilizado como el enchufe para

una cierta clase de salida del sistema de aire acondicionado. La luz que había dirigido a

Alex aquí salía de las parrillas.

Se arrodilló al lado del primero de éstos y miró a través a un cuarto blanco

embaldosado grande, un laboratorio con el vidrio complicado y el equipo de acero

presentados sobre superficies de trabajo. El cuarto estaba vacío. Tentativo, Alex tomó el

asimiento de la parrilla, pero estaba asegurada firmemente, atornillado en la cara de la

roca. La segunda parrilla pertenecía al mismo cuarto. También fue atornillada

firmemente. Alex continuó por el túnel a una tercera parrilla. Esta miraba en un cuarto

de almacenaje lleno de las cajas de plata que Alex había visto entregar por el

submarino la noche antes.

Él tomó la parrilla en ambas manos y tiró. Esta vino lejos de la pared fácilmente, y

mirando más cerca, entendía por qué. De nuevo, Ian Rider había estado aquí delante

de él. Había cortado a través los pernos que la sostenían en el lugar. Alex dejó la

parrilla abajo silenciosamente, alegre de haber encontrado la fuerza para ir adelante.

Cuidadosamente, se exprimió a través del agujero rectangular en la pared y al cuarto.

Al último minuto, acostado en su estómago con sus pies colgando abajo, alcanzó la

parrilla y la fijó detrás en el lugar. Con tal que nadie mirara demasiado de cerca, ellos

no considerarían cualquier cosa mal. El suelo estaba a una buena distancia, por lo

menos dos veces su propia altura, pero eso no iba a pararlo ahora. Él cayó abajo y

aterrizó, felino, en las bolas de sus pies. El palpitar era más ruidoso, viniendo de en

alguna parte afuera. Cubriría cualquier ruido que él hiciera. Él pasó a la más cercana de

las cajas de plata y la examinó. Encontró dos retenes en la tapa y presionó. La caja

chascó abierta en sus manos, pero cuando miró adentro, estaba vacía. Lo que sea que

había sido entregado ya estaba funcionando.

Comprobó para saber si había cámaras, encontrado ninguna, después cruzó por la

puerta. Estaba abierta. La abrió, una pulgada a la vez, y miró hacia fuera. La puerta

llevó a un pasillo ancho con una puerta deslizante automática en cada extremo y un

carril de plata que corría por todo el tramo.

—Diecinueve horas. Cambio rojo a la planta de fabricación. Cambio azul a

descontaminación.

La voz sonó en un sistema de altavoz, ni hombre ni mujer; sin emociones, inhumano.

Alex echó un vistazo en su reloj. Era ya siete por la tarde. Había durado más de lo

pensado conseguir la mina. Él robó adelante. No era exactamente un paso que él había

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encontrado. Era más una plataforma de observación. Él alcanzó el carril y miró hacia

abajo.

Alex no tenía ni idea qué encontraría detrás de la puerta de metal, pero lo que ahora

veía estaba mucho más allá de cualquier cosa que él habría podido imaginarse. Era un

compartimiento enorme, la roca mitad-pared desnuda, mitad acero-pulido alineada

con el material informático, metros electrónicos, las máquinas que centellaban y

oscilaban con vida propia. Estaban provistas de personal por cuarenta o cincuenta

personas, algunas en batas blancas, otras en guardapolvos, todos usaban brazales de

diversos colores: rojo, amarillo, azul, y verde. Luces de arco brillaban desde arriba. Los

guardias armados se colocaban en cada umbral, mirando el trabajo con caras en blanco.

Porque esto era donde los Stormbreakers eran montado. Los ordenadores se estaban

llevando lentamente en una línea larga, continúa a lo largo de una banda

transportadora, más allá de los varios científicos y técnicos. La cosa extraña era que

parecían ya acabada…‖ y‖ por‖ supuesto‖ tenían‖ que‖ estar.‖ Sayle‖ le‖ había‖ dicho.‖ Eran‖

actualmente enviados hacia fuera durante el curso de la tarde y de la noche. ¿Qué ajuste

de última hora era hecho aquí en esta fábrica secreta? ¿Y por qué tanto de la cadena de

producción fue ocultado lejos? Lo que Alex había visto mientras se arrastró alrededor de

las empresas de Sayle había sido solamente la punta del iceberg. El cuerpo principal de

la fábrica estaba aquí, subterráneo.

Alex miró más de cerca. Él recordaba el Stormbreaker que había utilizado y ahora él

notó algo que entonces no había visto. Una tira de plástico había sido dibujada detrás

en la cubierta sobre cada una de las pantallas para revelar un pequeño compartimiento,

cilíndrico y cerca de cinco pulgadas de profundo. Las computadoras pasaban por

debajo las máquina-voladizas extrañas, los alambres, y los brazos hidráulicos. Los

tubos de prueba opacos, de plata eran alimentados a lo largo de una jaula estrecha,

moviéndose adelante como si saludaran las computadoras: un tubo para cada

computadora. Había un punto de reunión. Con infinita precisión, los tubos fueron

levantados, traídos alrededor, y después caídos en los compartimientos expuestos.

Después de ese, el Stormbreakers fue acelerado adelante. Una segunda máquina cerró

y soldó la tira plástica. Para el momento en que las computadoras alcanzaran el

extremo de la línea, donde fueron embaladas en las cajas rojo-y-blancas de las

empresas de Sayle, los compartimientos eran totalmente invisibles.

Un movimiento cogió su ojo y Alex miró más allá de la planta de fabricación y a través

de una ventana enorme en el lado del compartimiento. Dos hombres en trajes de

espacio caminaban torpe juntos, como en cámara lenta. Pararon. Una alarma comenzó

a sonar y desaparecieron repentinamente en una nube del vapor blanco. Alex

recordaba lo que acababa de oír. ¿Eran descontaminados? Pero si el Stormbreakers fue

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basado en el procesador redondo allí no hay necesidad de tales extremos y de todos

modos, esto era como nada que Alex había visto nunca antes. Si los hombres estaban

siendo descontaminados, ¿con que se estaban contaminando?

—Agente Gregorovich, repórtese a la zona de la bio-contención. Esto es una llamada

para el agente Gregorovich.

Una figura, de pelo rubio vestida de negro se separó de la planta de fabricación y

caminó lánguido hacia una puerta que resbaló abierta para recibirlo. Por segunda vez

Alex se encontró mirando al asesino ruso, Yassen Gregorovich. ¿Qué estaba pasando?

Alex pensó de nuevo al submarino y a las cajas selladas. Por supuesto. Yassen había

traído los tubos de prueba que incluso ahora eran insertados en los ordenadores. Los

tubos de prueba eran una especie de arma que él utilizaba para sabotearlos. No. Eso no

era posible. En Port Tallon, el bibliotecario le había dicho que Ian Rider había estado

pidiendo libros acerca de virus de ordenadores.

Virus.

Descontaminación.

La zona del bio-contención…

La comprensión vino y con ella algo frío y sólido en la parte posterior de su cuello.

Alex ni siquiera oyó la puerta detrás de él, pero se enderezó lentamente mientras que

una voz habló suavemente en su oído.

—Levántate. Mantén tus manos los lados. Si haces cualquier movimiento repentino, te

dispararé en la cabeza.

Él miro lentamente alrededor. Solamente un guardia se encontraba detrás de él, con un

arma en su mano. Era la clase de cosa que Alex había visto mil veces en películas y en

la televisión, y le dio una sacudida eléctrica cómo de diferente era la realidad. El arma

era una pistola automática y una contracción nerviosa del dedo del hombre enviaría

una bala de 9mm que rompería a través de su cráneo y en su cerebro. El solo

pensamiento de eso le dio una sensación de enfermedad.

Se levantó. El guardia tendría unos años 20, cara pálida y desconcertada. Alex nunca lo

había visto antes, pero lo más importantemente, él nunca había visto a Alex. Él no

esperaba a un chico. Eso podría ayudar.

—¿Quién eres tú? —preguntó—. ¿Qué estás haciendo aquí?

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—Me estoy alojando con el Sr. Sayle, —dijo Alex mirando fijamente el arma—. ¿Por

qué me está apuntando con eso? No he hecho nada malo.

Sonaba patético. Un niño pequeño perdido. Pero tuvo el efecto deseado. El guardia

vaciló, levemente bajando el arma. En ese momento Alex atacó. Era otro golpe clásico

de karate, esta vez retorciendo su cuerpo alrededor y conduciendo su codo en el lado

de la cabeza del hombre, apenas debajo de su oído. El guardia ni siquiera gritó. Sus

ojos rodaron y él cayó. Alex lo había noqueado casi ciertamente con el solo golpe, pero

no podía tomar riesgos así que lo siguió con una rodilla en la ingle. El guardia se dobló,

su pistola cayó al suelo. Rápidamente, Alex lo arrastró detrás, lejos de los pasamanos.

Miró hacia abajo. Nadie había visto lo qué había sucedido.

Pero el guardia no estaría inconsciente mucho tiempo y Alex sabía que tenía que salir

de ahí, no sólo salir a tierra sino de las empresas de Sayle también. Tenía que entrar en

contacto con la señora Jones. Todavía no sabía cómo o porqué, solamente sabía que el

Stormbreaker había sido convertido en máquinas de matar. Tenía menos de

veinticuatro horas hasta el lanzamiento en el Museo de la Ciencia. Alex tenía que

pararlo de alguna manera.

Corrió. La puerta en el extremo del paso resbaló abierta y él se encontró en un pasillo

blanco que curvaba con las oficinas sin ventana incorporadas a lo qué debe ser más ejes

de la mina Dozmary. Él sabía que no podía volver por donde había venido. Estaba

demasiado cansado, e incluso si pudiera encontrar alguna manera, a través de la mina

nunca podría manejar nadando por segunda vez. Su única oportunidad era la puerta

que lo había llevado hasta allí. Llevaba a la escalera de metal que lo traería al bloque D.

Había un teléfono en su habitación. Si eso fallaba, podría utilizar la Game Boy para

transmitir un mensaje. Pero M16 tenía que saber lo que él había descubierto.

Alcanzó el extremo del pasillo después se regresó detrás cuando aparecieron tres

guardias, caminando junto hacia un sistema de puertas dobles. Afortunadamente, no lo

habían visto. Si nadie sabía que él estaba aquí. Iba a estar bien.

Y entonces las alarmas se sonaron. Una sirena que sonaba electrónicamente a lo largo

de los pasillos, saltando hacia fuera de las esquinas, repitiendo por todas partes. De

arriba, una luz comenzó a destellar roja. Los guardias voltearon y vieron a Alex.

A diferencia del hombre en la plataforma de observación, ellos no vacilaron. Mientras

que Alex saltó de cabeza a través de la puerta más cercana, levantaron sus

ametralladoras y dispararon. Las balas pegaron en la pared al lado de él y rebotaron a

lo largo del pasillo. Alex aterrizó completamente en su estómago y golpeó con el pie

hacia fuera, cerrando de golpe la puerta detrás de él. Se enderezó, encontró un perno, y

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le pegó. Un segundo después un martilleo explosivo sonó en el otro la de la puerta

mientras los guardias le disparaban. Pero era metal sólido. Se sostendría.

Alex estaba parado en un pasillo de metal que llevaba a un enredo de pipetas y de

cilindros, como el cuarto de caldera de una nave. La alarma era tan ruidosa aquí como

había sido en el compartimiento principal. Parecía venir de todas partes. Él saltó por la

escalera, tres pasos a la vez, y patinó a un alto, buscando una salida. Tenía una opción

de tres pasillos, pero por otra parte él oyó el traqueteo de pies y sabía que su opción se

había convertido dos. Él deseaba ahora haber cogido la Browning automática. Él estaba

solo y desarmado. El único pato en una galería de tiro con armas por todas partes y

ninguna salida. ¿Era esto para lo qué M16 lo había entrenado? Si es así dos semanas no

habían sido bastante.

Él siguió corriendo, dentro y fuera de las pipetas, intentando cada puerta que veía. Un

cuarto con más trajes de espacio que colgaban en los ganchos. Un cuarto de ducha.

Otro, laboratorio más grande con una segunda puerta que llevaba hacia fuera y, en el

centro, un tanque de cristal formado como un barril, llenado del líquido verde. Los

enredos de la tubería de goma brotaron fuera del tanque. Bandejas llenas de los tubos

de prueba por todos lados.

El tanque de forma de barril. Las bandejas. Alex las había visto antes, como esquemas

vagos en su Game Boy. Él debe haberse colocado en el otro lado de la segunda puerta.

Él corrió hacia ella. Estaba cerrada por dentro, electrónicamente, con una placa de

cristal contra la pared. Él nunca podría abrirla. Estaba atrapado.

Pasos acercándose. Alex sólo tuvo tiempo para ocultarse en el suelo, por debajo una de

las superficies de trabajo, antes de que la primera puerta fuera lanzada abierta y dos

guardias más entraran corriendo en el laboratorio. Dando una mirada rápida alrededor

sin verlo.

—¡No está aquí! — dijo uno de ellos.

—¡Es mejor que subas!

Un guardia salió de la manera que había venido. El otro pasó por la puerta y puso su

mano en el panel de identificación de cristal. Hubo un resplandor verde y la puerta

zumbó en voz alta. El guardia la dejó abierta y desapareció. Alex rodó adelante

mientras que la puerta se cerró y conseguía poner su mano en la grieta. Él esperó un

momento, después se levantó. Abriendo la puerta. Como había esperado, mirando

hacia fuera del callejón inacabado donde lo había sorprendido Nadia Vole.

El guardia ya se había adelantado. Alex se escurrió, cerrando la puerta detrás de él,

cortando el sonido de la sirena. Caminó por las escaleras de metal. Lo llevaron de

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nuevo al pasillo de vidrio que une los bloques C y D. Alex estaba agradecido de estar

sobre tierra. Encontró una puerta y se deslizó afuera.

El sol ya había bajado, pero a través del césped de la pista de aterrizaje era ardiendo,

iluminado artificialmente por las luces. Alex había visto en estadios de fútbol. Había

alrededor de una docena de carros parqueados uno al lado del otro. Los hombres

estaban cargándolos con las cajas rojas y blancas pesadas, cuadradas. El avión de carga

que Alex había visto cuando llegó retumbó por la pista y se alzó al aire.

Alex sabía que estaba miraba el extremo final de la planta de fabricación. Las cajas rojo-

y-blancas eran las mismas que él había visto en el compartimiento subterráneo. Los

Stormbreakers, completo con su secreto mortal, estaban siendo cargados y entregados.

Para mañana estarían por todas partes del país.

Manteniéndose bajo, corrió más allá de la fuente y a través de la hierba. Él pensó en

llegar a la verja principal, pero sabía que por hoy no había esperanza. Habrían alertado

a los guardias. Lo estarán esperando. Ni podría escalar la cerca perimetral, no con el

alambre de la maquinilla de afeitar estirado hacia fuera a través de la tapa. No. Parecía

la mejor respuesta. El teléfono estaba allí. Y también su únicas armas, los pocos

juguetes que Smithers le había dado hacia cuatro días ¿o eran cuatro años?

Él entró en la casa a través de la cocina de la misma forma que había salido la noche

anterior. Eran solamente las ocho, pero todo el lugar parecía estar desierto. Corrió por

la escalera y a lo largo del pasillo hasta su cuarto en la primera planta. Lentamente,

abrió la puerta. Parecía que su suerte se mantenía. No había nadie allí. Sin encender la

luz, entró y saltó sobre del teléfono. La línea estaba muerta. No importaba. Él encontró

los cartuchos para su Game Boy, su yoyo, y la crema zit y los metió en sus bolsillos.

Había decidido no quedarse allí. Era demasiado peligroso. Encontraría algún lugar

para esconderse. Y entonces utilizaría el cartucho de Némesis para contactar con M16.

Regresó a la puerta y la abrió. Con shock vio al Sr. Grin en el pasillo, viéndose horrible

con su cara blanca, su pelo de jengibre, y su sonrisa malvada torcida. Alex reaccionó

rápidamente, pegando hacia con el talón de su mano derecha. Pero el Sr. Grin era más

rápido. Él esquivo a un lado, entonces tiró su mano, el lado pegó justo en el lado de la

garganta de Alex. Alex jadeó por aire pero ninguno vino. El mayordomo hizo un

sonido inarticulado y azotó hacia fuera una segunda vez. Alex tuvo la impresión que

detrás de las cicatrices lívidas él realmente estaba sonriendo, disfrutando. Intentó

evitar el segundo golpe, pero el puño del Sr. Grin lo golpeó en la quijada. Lo hizo girar

hacia el dormitorio, cayendo al revés.

Ni siquiera recordaría haber golpeado el suelo.

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Capítulo 13

El matón del Colegio

Vinieron por Alex a la mañana siguiente.

Pasó la noche esposado a un radiador en un pequeño cuarto oscuro con una sola

ventana embarrada. Posiblemente una vez fue un sótano para el carbón. Cuando Alex

abrió sus ojos, la primera luz gris de la mañana se alzaba lentamente. Los abrió y los

volvió a cerrar. Le latía la cabeza y tenía un lado de la cara magullado donde Sr. Grin le

golpeó. Sus brazos estaban cruzados por la espalda y los tendones de su hombro

estaban abrasando. Pero peor que todo eso era su sentido del fracaso. Era abril, el día

en el que los Stormbreakers se desataban. Y Alex estaba inerme. Le había fallado a M,

su tío y a sí mismo.

Era poco antes de las nueve cuando la puerta se abrió y dos guardias entraron con Sr.

Grin tras ellos. Soltaron las esposas y Alex fue forzado a erguirse. Entonces, con un

guardia sujetándolo a cada lado, fue conducido fuera de la habitación y arriba por unas

escaleras. Todavía estaba en la casa de Sayle. Las escaleras conducían al vestíbulo con

su enorme pintura del Día del Juicio. Alex miró las figuras, retorciéndose con agonía

sobre el lienzo. Si estaba en lo correcto, la imagen se volvería a repetir por toda

Inglaterra. Y ocurriría en tan solo tres horas.

Los guardias lo medio arrastraron por un portal y hacia una habitación con un acuario.

Allí había una silla de respaldo alto de madera en frente de este. Alex fue forzado a

sentarse. Volvieron a esposar sus manos a su espalda. Los guardias se fueron. Sr. Grin

se quedó.

Él oyó ruidos de pasos en la escalera de espiral, vio los zapatos de piel acercarse antes

de ver al hombre que los llevaba. Entonces Herod Sayle apareció, vestido con un

inmaculado traje de seda de un color gris pálido. Alan Blunt y la Señorita Jones habían

sospechado del multimillonario egipcio desde el principio. Ellos siempre pensaron que

tenía algo que ocultar. Pero ni siquiera ellos habían descubierto la verdad. Él no era un

amigo de Inglaterra. Era su peor enemigo.

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―Tres preguntas ―soltó Sayle. Su voz era extremadamente fría― ¿Quién eres? ¿Quién

te envía? ¿Cuánto sabes?

―No sé de qué me estás hablando. ―dijo Alex.

Sayle suspiró. Si había algo gracioso sobre él cuándo Alex lo vio por primera vez, ahora

se había evaporado completamente. Su cara era aburrida y seria. Sus ojos feos, llenos

de amenaza. ―Tenemos poco tiempo ―dijo él― ¿Sr.‖Grin…?

Sr. Grin se dirigió hacia una de las vitrinas y cogió un cuchillo, muy afilado y con un

borde aserrado. Lo sostuvo cerca de su cara, con sus ojos brillando.

―Ya te había dicho que Sr. Grin había sido un experto de cuchillos ―continuó Sayle―.

Todavía lo es. Dime lo que quiero saber, Alex, o te causara más dolor del que te puedes

llegar a imaginar. Y no intentes engañarme, por favor. Sólo recuerda lo que le pasa a

los mentirosos. Particularmente a sus lenguas.

Sr. Grin se acercó un paso. La hoja brilló, capturando la luz.

―Mi nombre es Alex Rider ―dijo Alex.

―El hijo de Rider.

―Su sobrino.

―¿Quién te ha enviado?

―Las mismas personas que lo enviaron a él. ―No tenía sentido mentir. Ya no

importaba. Los riesgos eran demasiado altos.

―¿M? ―Sayle se rió sin ningún atisbo de humor―. ¿Ellos envían críos de catorce años

para hacer su trabajo sucio? No es muy inglés. Tengo que decir. ¿Qué? ―Él adoptó y

exageró un acento Inglés. Ahora caminó hacia el escritorio y se sentó tras él―. ¿Y qué

hay de mi tercera pregunta, Alex? ¿Cuánto has descubierto?

Alex se encogió, tratando de aparentar normalidad, para esconder el miedo que

realmente estaba sintiendo. ―Se lo suficiente. ―dijo.

―Adelante.

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Alex tomo aire. Tras de sí, la medusa paso flotando como una nube venenosa. La pudo

ver por el rabillo del ojo. Alex dio un tirón a las esposas, preguntándose si podría

romper la silla. Se produjo un rápido destello y el cuchillo que Mr. Grin le estaba

sujetando, estaba temblando en el respaldo de la silla, a una pulgada de su cabeza. El

filo de la hoja había mellado la piel de su cuello. Él sintió un hilillo de sangre

deslizándose por su cuello.

―Nos estás retrasando ―dijo Herod Sayle.

―Está bien. Cuando mi tío estuvo aquí, se interesó por unos virus. Preguntó sobre

ellos en una biblioteca local. Yo pensé que estaba hablando de virus informático. Esa es

la suposición natural. Pero estaba equivocado. Vi lo que estabais haciendo, anoche. Los

escuché hablando por el sistema de altavoces. Sobre zonas de descontaminación y bio-

contención. Ellos estaban hablando de guerra biológica. Tú has tomado posesión de

algún tipo de virus real. Llego aquí en tubos de ensayo, empaquetado en cajas de plata,

y tú las introdujiste en Stormbreakers. No sé qué ocurrirá después. Supongo que

cuando enciendan los ordenadores, la gente morirá. Ellos están en colegios, así que

serán escolares. Lo que quiere decir que no eres el santo que todo el mundo piensa que

eres, Señor Sayle. Un asesino en masa. Un maldito psicópata. Debo suponer.

Herod Sayle aplaudió suavemente. ―Lo has hecho muy bien, Alex. Te felicito. Y creo

que te mereces una recompensa. Así que voy a decírtelo todo. De una forma que

entienda que debería haberme enviado un auténtico estudiante inglés. Porque, verás,

no‖ hay‖ nada‖ que‖ odie‖ m{s.‖ Oh‖ si…‖ ―Su cara se contorsionó de rabia, y por un

momento, Alex pudo sentir su locura, viva en sus ojos.

―¡Ustedes malditos esnobs con sus engreídas escuelas y su apestosa superioridad

inglesa! Pero os lo mostraré. ¡Voy a darles lo que se merecen!

Sayle se incorporó y anduvo hacia Alex. ―Llegué a este país hace cuarenta años.

―dijo―. No tenía dinero. Mi familia no tenía nada. Pero por un maldito accidente,

probablemente habría vivido y muerto en El Cairo. ¡Mejor para vosotros, si me hubiera

pasado! ¡Muchísimo mejor! Me trajeron aquí y me educó una familia inglesa. Me

estaban agradecidos porque les salvé la vida. Oh sí. Y también estaba agradecido con

ellos. No te puedes imaginar cómo me sentía en ese momento. Estar en Londres, la que

siempre había creído el corazón de la civilización. ¡Ver toda esa riqueza y saber que iba

a formar parte de eso! ¡Me iba a convertir en inglés! Para un niño que había nacido en

los barrios bajos del Cairo, era un sueño imposible.

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―Pero‖ descubrí‖ la‖ verdad‖ demasiado‖ pronto…‖ ―Sayle se inclinó hacia delante y

arrancó el cuchillo de la silla. Lo lanzó a Sr. Grin, que lo cogió y empezó a darle vueltas

en su mano.

―Desde el primer momento que llegué a la escuela. Se burlaban de mí y me

intimidaban. Por mi estatura. Por mi piel oscura. Porque no podía hablar bien Inglés.

Porque no era uno de ellos. Ellos tenían nombres para mí. Herod el apestoso, chico

cabra. El enano. Y me gastaban bromas. Chinchetas en la silla, libros robados y

destrozados. Mis pantalones arrancados y colgados en el asta de la bandera debajo de

la bandera de la Unión. ―Sayle sacudió su cabeza lentamente―. Amaba esa bandera

cuando recién llegué ―dijo―.‖Pero‖en‖tan‖sólo‖unas‖semanas…‖

―Mucha‖gente‖es‖intimidada‖en‖la‖escuela…‖―empezó‖Alex,‖pero‖se‖detuvo‖cuando‖

Sayle le dio un revés en la cara.

―No he terminado ―dijo Sayle. Respiraba fuertemente y había saliva en su labio

inferior. Alex pudo sentirle revivir su pasado. Y otra vez más él estaba permitiendo

que el pasado le destruyera.

―Había un montón de matones en la escuela ―dijo―. Pero había uno que era peor

que cualquiera de todos los otros. Era pequeño, como un escuálido calamar, pero sus

padres‖eran‖ricos‖y‖tenía‖tratos‖con‖los‖otros‖chicos.‖Él‖sabía‖cómo‖hablar‖con‖ellos…‖un‖

político incluso entonces. Oh sí. Podía ser encantador cuando quería. Cuando había

profesores alrededor. Pero en el momento que les daban la espalda, estaba encima de

mí. Normalmente organizaba a los otros. Vamos a por el chico cabra. Metamos su

cabeza en el inodoro.

―Tenía miles de ideas para hacerme la vida miserable y nunca cesaba en idear más.

Todo el tiempo me aguijoneó y ridiculizó y no había nada que yo pudiera hacer porque

él era popular y yo era extranjero. ¿Y sabes cómo llegó a crecer ese chico?

―No, pero tengo la sensación de que vas a decírmelo. ―dijo Alex.

―Voy a decírtelo. Sí. ¡El creció para convertirse en el jodido Primer Ministro!

Sayle sacó un pañuelo de seda blanco y se limpió la cara. Su calva cabeza estaba

centelleante por el sudor. ―Toda mi vida he sido tratado de la misma forma.

―continuó―. No importa que éxitos consiguiera, cuánto dinero consiguiera, cuanta

gente contratara. Sigo siendo una pena. Sigo siendo Herod el apestoso, el chico cabra,

el callejero del Cairo. Bueno, durante cuarenta años he estado planeando mi venganza.

Y ahora, por‖fin,‖mi‖momento‖ha‖llegado‖Sr.‖Grin…

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El Sr. Grin se acercó a la pared y pulsó un botón. Alex medio espero que la mesa de

billar se alzara del suelo, pero en vez de eso, en cada pared, se deslizó un panel

revelando pantallas de televisión que se alzaban desde el suelo que inmediatamente

parpadearon encendiéndose. En una pantalla Alex podía ver el laboratorio

subterráneo, en otro la fila de la asamblea, en la tercera la pista de aterrizaje con el

último camión saliendo. Había televisión de cámaras de circuito cerrado por todas

partes, y Sayle podía ver cada rincón de su reino sin siquiera salir de la habitación. No

era extraño que Alex fuera descubierto tan fácilmente.

―Los Stormbreakers están armados y preparados. Y sí, tienes razón Alex. Cada uno de

ellos contiene lo que puedes llamar un virus informático. Pero eso, si quieres, es mi

pequeña broma del día de los inocentes. Porque el virus del que estoy hablando es un

tipo de viruela. Por supuesto, Alex, ha sido modificado genéticamente para hacerla

más rápida‖y‖fuerte…‖m{s‖ letal.‖Una‖cucharada‖de‖esa‖cosa‖destruiría‖una‖ciudad.‖Y‖

mis Stormbreakers contienen mucho, mucho más de esa cosa.

―Por el momento está aislada, bastante segura. Pero esta tarde va haber una pequeña

fiesta en el Museo de la Ciencia. Todos los colegios de Inglaterra asistirán, con sus

alumnos reunidos alrededor de los bonitos, nuevos y brillantes ordenadores. Y al

mediodía, cuando den las doce, mi viejo amigo, el Primer Ministro, hará uno de sus

forondos, egoístas discursos y entonces pulsará un botón.

―Él piensa que activará los ordenadores, y de alguna manera, estará en lo correcto.

Pulsando el botón soltará el virus, y para la medianoche, no habrá más escolares en

Inglaterra y el primer ministro llorará mientras recuerda ¡el primer día que intimidó a

Herod Sayle!

―¡Estás loco! ―exclamó Alex―. Para la medianoche estarás entre rejas.

Sayle descartó el comentario agitando la mano. ―Creo que no. Para cuando alguien se

dé cuenta de lo que ha pasado. Ya me abre ido. No estoy solo en esto, Alex. Tengo

amigos poderosos que me han apoyado.

―Yassen Gregorovich.

―¡Has estado ocupado! ―Parecía sorprendido de que Alex conociera ese nombre―.

Yassen está trabajando para la gente que me ha estado ayudando. No mencionemos

nombre o incluso nacionalidades. Te sorprenderías de cuantos países hay en el mundo

que odian Inglaterra. Gran parte de Europa, sólo para empezar. Pero de todas

formas…‖―dio una palmada con sus manos y se dirigió hacia el escritorio―. Ahora

conoces la verdad. Me alegro de poder habértelo contado, Alex. No tienes ni idea de

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cuánto te odio. Incluso cuando estuvimos jugando a ese estúpido billar. Estaba

pensando cuanto placer me produciría matarte. Eres exactamente como los chicos con

los que estaba en el colegio. Nada ha cambiado.

―Tú no has cambiado ―dijo Alex. Su mejilla todavía le escocía donde Sayle le había

pegado. Pero había escuchado suficiente―. Siento que abusaran de ti en el colegio.

―dijo―. Pero montones de niños son intimidados y no se convierten en lunáticos. Eres

penoso, Sr. Sayle. Y tu plan no va a funcionar. Le he contado a M todo lo que se.

Estarán esperándote en el Museo de la Ciencia. Lo mismo harán los hombres de la

chaqueta blanca.

Sayle soltó una risita nerviosa. ―Perdóname si no te creo. ―dijo. Su cara estaba

petrificada de golpe―. Y a lo mejor te has olvidado que te avisé de que no me

mintieras.

El Sr. Grin dio un paso adelante, lanzando al aire el cuchillo y haciendo que la hoja

cayera plana sobre su mano.

―Quiero verte morir. ―dijo Sayle―. Desafortunadamente, tengo un compromiso en

Londres. ―Se giró hacia Mr. Grin―. Puedes venir conmigo hasta el helicóptero.

Entonces vuelve y mata al chico. Hazlo despacio. Doloroso. Deberíamos haber dejado

algo de viruela para él, pero estoy seguro que se te ocurrirá algo más creativo.

Él anduvo hacia la puerta, entonces se detuvo y se giró hacia Alex.

―Adiós, Alex. No ha sido ningún placer conocerte. Pero disfruta tu muerte. Y

recuerda.‖Tú‖sólo‖vas‖a‖ser‖el‖primero…

La puerta se cerró. Él estaba esposado en la silla con una medusa flotando

silenciosamente a sus espaldas. Alex se había quedado solo.

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Capítulo 14

Aguas Profundas

Alex se dio por vencido al intentar liberarse de la silla. Sus muñecas estaban llenas de

rozaduras y ensangrentadas allí dónde la cadena se le incrustaba, pero las esposas

estaban demasiado apretadas. Después de treinta minutos, cuando el Sr. Gain todavía

no había vuelto, Alex había intentado alcanzar la crema para granos que le había dado

Smithers. Sabía que fundiría las esposas en segundos, y lo peor era que de hecho podía

sentirla, donde la había colocado, en el bolsillo exterior con cremallera de sus

pantalones de combate. Pero aunque sus dedos extendidos estaban a sólo unos pocos

centímetros, por más que lo intentó no pudo alcanzarlo. Fue suficiente para que se

volviera loco.

Había oído el traqueteo de un helicóptero aterrizando y sabía que Herod Sayle debía

estar de camino a Londres. Alex todavía estaba devanándose acerca de lo que había

escuchado. El multimillonario estaba completamente demente. Lo que estaba

planeando estaba más allá de la fe, un asesino en masa que destruiría Gran Bretaña

para las generaciones venideras. Alex intentó imaginar lo que estaba a punto de

ocurrir. Decenas de miles de escolares estarían sentados en sus clases, reunidos

alrededor de sus nuevos Stormbreakers, esperando el momento exacto del mediodía,

cuando el primer ministro pulsaría el botón y los pondría online. Pero, en lugar de eso,

habría un siseo y una pequeña nube de mortal viruela en forma de gas sería liberada en

la atestada sala. Y minutos después, por todo el país, la matanza comenzaría.

Alex tuvo que cerrar su mente a ese pensamiento. Era demasiado horrible. Y a pesar de

todo iba a ocurrir en sólo un par de horas. Era la única persona que podía detenerlo. Y

allí estaba él, atado, incapaz de moverse.

La puerta se abrió. Alex se giró, esperando ver al Sr. Grin, pero era Nadia Vole quien se

apresuró a entrar, cerrando la puerta detrás de ella. Su pálido rostro redondo parecía

ruborizado, y sus ojos, detrás de las gafas, estaban asustados. Se volvió hacia él.

—Alex…

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—¿Qué quieres? —Alex retrocedió con asco cuando ella se inclinó sobre él. Entonces

hubo un click, y para su asombro, sus manos estaban libres. ¡Había abierto las esposas!

Se puso de pie, preguntándose qué vendría a continuación.

—¡Escúchame! —dijo Vole. Las palabras fueron arrojadas rápida y suavemente de sus

labios pintados de amarillo—. No tenemos mucho tiempo. Estoy aquí para ayudarte.

Trabajaba con tu tío, Herr Rider. —Alex la miró sorprendido—. Sí. Estoy en el mismo

bando que tú.

—Pero‖nadie‖me‖dijo…

—Era mejor para ti que no lo supieras.

—Pero…‖—Alex estaba confuso—. Te vi con el submarino. Tú sabías lo que Sayle

estaba‖haciendo…

—No había nada que yo pudiera hacer. No entonces. Es demasiado complicado de

explicar para mí. No tenemos tiempo para discutir. ¿Quieres detenerlo o no?

—Necesito encontrar un teléfono.

—Todos los teléfonos de la casa tienen código. No puedes usarlos. Pero tengo un móvil

en mi oficina.

—Entonces vayamos.

Alex estaba todavía receloso. Si Nadia Vole había sabido tanto, ¿por qué no había

intentado detener a Sayle antes? Por otro lado, lo había liberado, y el Sr. Grin estaría de

vuelta en cualquier minuto. No tenía otra opción que confiar en ella. La siguió fuera de

la habitación, giró la esquina, y subió las escaleras para aterrizar en una estatua de una

mujer desnuda, alguna diosa griega, en la esquina. Vole se paró un momento,

descansando la mano contra el brazo de la estatua.

—¿Qué pasa?

—Me estoy mareando. Continúa tú. Es el primer piso a la derecha.

Alex pasó junto a ella, a lo largo del rellano. Por el rabillo del ojo, la vio presionar el

brazo‖de‖la‖estatua.‖El‖brazo‖se‖movió…‖como‖una‖palanca.‖Cuando‖se‖dio‖cuenta‖de‖

que había sido engañado, era demasiado tarde. Gritó cuando el suelo lo cubrió girando

con un eje oculto. Intentó parar de caer, pero no había nada que pudiera hacer. Cayó

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sobre su espalda y se deslizó a través del suelo y hasta un túnel de plástico negro, el

cual lo hizo girar en espiral de una manera indigna de él. Cuando se caía, oyó a Nadia

Vole reír triunfalmente, y entonces él ya se había ido, intentando desesperadamente

encontrar un agujero en las paredes, preguntándose qué habría al final de su caída.

Cinco segundos después lo descubrió. El túnel lo escupió. Pronto cayó a través del aire

y se zambulló en la fría agua. Por un momento estuvo cegado, luchando por coger aire.

Entonces afloró a la superficie y se encontró a sí mismo en un enorme tanque de cristal

lleno con agua y rocas. Ahí fue cuando se dio cuenta, con horror, de dónde estaba

exactamente.

Vole lo había dejado caer en el tanque con la medusa gigante: el hombre de la guerra

portugués de Herod Sayle. Era un milagro que no hubiera chocado directamente con

ella. Podía verla en la esquina lejana del tanque, con sus espeluznantes tentáculos con

cientos de células venenosas, retorciéndose y enrollándose en el agua. No había nada

entre él y la medusa. Alex luchó contra el pánico, obligándose a permanecer con calma.

Se dio cuenta de que golpeando el agua sólo crearía la corriente que traería a la criatura

hasta‖él.‖La‖medusa‖no‖tenía‖ojos.‖No‖sabía‖que‖estaba‖allí.‖No‖atacaría…‖no‖podía.

Pero era posible que lo alcanzara. El tanque en el que estaba era enorme, al menos

quince pies de profundidad y veinte o treinta pies de largo. El cristal sobresalía por

encima del nivel del agua, fuera de su alcance. No había manera de que pudiera

escalar. Mirando hacia abajo, a través del agua, pudo ver una luz. Se dio cuenta de que

estaba mirando la habitación que acababa de abandonar, la oficina privada de Herod

Sayle. Hubo un movimiento en el que todo era vago y distorsionado a través del agua

ondeante y la puerta se abrió. Dos figuras entraron caminando. Alex apenas las pudo

distinguir, pero sabía quiénes eran. Fraulein Vole y el Sr. Grin. Estaban de pie juntos

delante del tanque. Vole agarraba lo que parecía ser un teléfono móvil en su mano.

—Espero que puedas oírme, Alex. —La voz de la mujer alemana sonó desde algún

altavoz por encima de su cabeza—. Estoy segura de que habrás visto por ahora que no

hay salida del tanque. Puedes patalear en el agua. Quizás durante una hora, quizás

dos. Otros han durado por más tiempo. ¿Cuál es el récord, Sr. Grin?

—¡Iré naaargh aah!

—Cinco horas y media. Sí. Pero pronto te cansarás, Alex. Te ahogarás. O quizás será

m{s‖r{pido‖y‖te‖dejar{s‖llevar‖por‖el‖abrazo‖de‖nuestra‖amiga.‖La‖ves…‖¿no?‖No‖es‖un‖

abrazo que se desee. Te matará. El dolor, creo, está más allá de la imaginación de un

crío. Es una pena, Alex Rider, que el M16 te eligiera para enviarte aquí. No te volverán

a ver.

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La voz se cortó con un chasquido. Alex pataleó en el agua, manteniendo la cabeza por

encima de la superficie, con sus ojos fijos en la medusa. Hubo otro movimiento borroso

al otro lado del cristal. El Sr. Grin había abandonado la estancia. Pero Vole todavía

permanecía detrás. Quería verlo morir.

Alex miró hacia arriba. El tanque estaba iluminado desde arriba por una serie de barras

de neón, pero estaban demasiado altas como para alcanzarlas. Por debajo de él escuchó

un click y un suave y ronroneante sonido. Casi de inmediato, empezó a ser consciente

de que algo había cambiado. ¡La medusa se estaba moviendo hacia él! Podía ver el

cono traslúcido con su pico de color malva oscuro dirigiéndose hacia él. Por debajo de

la criatura, los tentáculos bailaban lentamente.

Tragó agua y se percató de que había abierto la boca para gritar. Vole debía de haber

encendido algún tipo de corriente artificial. Eso era lo que hacía que la medusa se

moviera. Desesperadamente pataleó con sus pies, alejándose de ella, emergiendo a

través del agua a su espalda. Un tentáculo flotó hacia arriba y descansó por encima de

su pie. Si no hubiera llevado puestas unas zapatillas de deporte, habría sido picado.

¿Podían las hirientes células penetrar en su ropa? Casi con seguridad. Sus zapatillas

eran la única protección que tenía.

Alcanzó la esquina del acuario que quedaba a su espalda y se paró allí, con una mano

contra el cristal. Ya sabía que lo que Vole había dicho era cierto. Si la medusa no lo

cogía, el cansancio lo haría. Tenía que pugnar cada segundo por permanecer a flote, y

el terror puro estaba agotando sus fuerzas. El cristal. Presionó sobre él, preguntándose

si‖ podría‖ romperlo.‖ Quiz{s‖ hubiera‖ una‖manera…‖Calculó‖ la‖ distancia‖ entre‖ él‖ y‖ la‖

medusa, cogió aire y se sumergió hasta el fondo de la piscina. Podía ver a Nadia Vole,

observando. Aunque para él sólo era una mancha, para ella era claro como el cristal.

Ella no se movió, y Alex se dio cuenta con desesperación que ella había esperado que

hiciera eso.

Nadó hasta las rocas y buscó una lo suficientemente pequeña como para llevarla hasta

la superficie. Pero las rocas que había eran demasiado pesadas. Encontró una del

tamaño de su propia cabeza más o menos, pero se negaba a moverse. Vole no había

intentado detenerlo porque sabía que todas esas piedras estaban bien amarradas. Alex

se estaba quedando sin aire. Se retorció y se impulsó hacia la superficie, sólo para ver

en el último que la medusa se había movido por encima de él.

Gritó, con las burbujas saliendo de su boca. Los tentáculos estaban justo por encima de

su cabeza. Alex contorsionó su cuerpo y se las arregló para permanecer abajo,

debatiéndose locamente con sus piernas para propulsarse hacia los lados. Agarrando

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su brazo con su mano, volvió hacia otra esquina y surgió hacia arriba, jadeando al

coger aire cuando su cabeza rompió la superficie del agua.

No podía romper el cristal. No podía escalar. No podía evitar el contacto con la

medusa para siempre. Aunque había cogido todos los artilugios que Smithers le había

dado, ninguno de ellos podía ayudarlo.

Y entonces Alex recordó la crema para los granos. Dejó escapar el brazo y recorrió con

el dedo todo el lateral del acuario. El tanque era una maravilla de la ingeniería. Alex no

tenía ni idea de cuánta presión ejercía el agua en las enormes placas de cristal, pero el

conjunto estaba sujeto, todo junto por una armazón de vigas de hierro que se ajustaban

alrededor de las esquinas tanto en el exterior como en el interior del cristal, las caras de

metal se mantenían unidas por una serie de remaches

Pedaleando en el agua, bajó la cremallera de su bolsillo y sacó el tubo. Zit-Clean. Para

una piel más saludable. Si Nadia Vole podía ver lo que estaba haciendo, debía de

pensar que se había vuelto loco. La medusa iba a la deriva hacia la parte de atrás del

acuario. Alex esperó unos momentos, después nadó hacia delante y buceó una

segunda vez.

No parecía haber crema suficiente para el grosor de las vigas y el tamaño del tanque,

pero Alex recordó la demostración que Smithers le había dado, qué poquito había

utilizado. ¿Funcionaría la crema incluso debajo del agua? No tenía sentido preocuparse

por eso ahora; tenía que hacer una prueba. Alex sostuvo el tubo contra las esquinas de

metal enfrente del tanque y lo hizo lo mejor que pudo para extraer una larga línea de

crema por todo el largo del metal, usando su otra mano para frotar por todos los

remaches.

Pedaleó con los pies, propulsándose hasta el otro lado. No sabía cuánto tiempo tenía

hasta que la crema surtiera efecto…‖y‖de‖todas‖maneras,‖Nadia‖Vole‖era‖ya‖consciente‖

de que algo iba mal. Alex vio que se había puesto de pie otra vez y estaba hablando por

el teléfono móvil, quizás pidiendo ayuda.

Había utilizado la mitad del tubo en una parte del tanque. Usó la segunda mitad en el

otro lado. La medusa estaba flotando por encima de él, con los tentáculos alargados

como si fuera a agarrarlo y detenerlo.

¿Cuánto tiempo había estado debajo del agua? Su corazón estaba martilleando. ¿Y qué

ocurriría cuando se rompiera el cristal?

Tenía el tiempo justo para coger aire antes de descubrirlo.

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Incluso debajo del agua, la crema fundió los remaches del interior del tanque. El cristal

se separó de las vigas, y con nada que lo sujetara, la enorme presión del agua lo hizo

pedazos abriéndolo como si fuera una puerta abierta por el viento. Alex no vio lo que

pasó a continuación. No tuvo tiempo de pensar. El mundo dio vueltas y fue lanzado

hacia delante, tan indefenso como un corcho en una catarata. Los siguientes segundos

fueron una pesadilla distorsionada de agua precipitándose y cristales estallando. Alex

no se atrevió a abrir los ojos. Sintió como era lanzado hacia delante, golpeado contra

algo, y después siendo de nuevo aspirado.

Estaba seguro de que se había roto cada hueso del cuerpo. Ahora estaba sumergido.

Luchó por encontrar aire. Sacó la cabeza en la superficie, pero incluso así, cuando

finalmente abrió la boca se sorprendió de que pudiera respirar.

La parte de adelante del tanque había reventado y miles de charcos de agua habían

caído en forma de cascada en la oficina de Herod Sayle. El agua había chocado contra

el mobiliario y se había estrellado contra las ventanas. Todavía estaba cayendo a

chorros por los huecos en donde habían estado las ventanas, el resto se esparcía por el

suelo. Magullado y aturdido, Alex se puso de pie, con el agua enrollándosele por los

tobillos.

¿Dónde estaba la medusa?

Había sido afortunado que los dos no se hubieran hecho un lío en la repentina

erupción de agua. Pero todavía podía estar cerca. Todavía podía haber suficiente agua

en la oficina de Sayle como para permitir que lo alcanzara. Alex se echó para atrás

hasta la esquina de la habitación, con todo el cuerpo tenso. Entonces la vio.

Nadia Vole había tenido menos suerte que él. Había estado de pie delante del cristal

cuando las vigas se rompieron y no había sido capaz de quitarse de en medio a tiempo.

Estaba‖nadando‖sobre‖su‖espalda,‖sus‖piernas‖se‖aflojaron‖y‖se‖cayó.‖El‖‚hombre‖de‖la‖

guerra‖portugués‛‖estaba‖encima‖de‖ella.‖Parte‖de‖ella‖estaba sobre su cara y la mujer

parecía estar mirándolo a él a través de la vibrante masa gelatinosa. Sus labios

amarillos estaban tensos en un grito sin fin. Los tentáculos la estaban agarrando

alrededor, cientos y cientos de hirientes células pegándose a sus brazos y piernas y

pecho. Sintiéndose mal, Alex retrocedió hasta la puerta y se tambaleó fuera del pasillo.

Una alarma se disparó. Sólo la oyó en ese momento cuando sonó y una visión regresó a

su mente. El estallido de la sirena lo sacudió de su estado de aturdimiento. ¿Qué hora

era? Casi las once en punto. Al menos su reloj todavía funcionaba. Pero estaba en

Cornwall, al menos a cinco horas en coche de Londres, y con las alarmas sonando, los

guardias armadas, y el alambre de cuchilla, nunca lograría salir del complejo.

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¿Encontrar un teléfono? No. Vole probablemente habría contado la verdad cuando dijo

que estaban bloqueados. Y, de todos modos, ¿cómo podía conseguir ponerse en

contacto con Alan Blunt o la Sra. Jones siendo tan tarde? Ya estarían en el Museo de

Ciencia.

Sólo quedaba una hora.

Fuera, por encima del estrépito de las alarmas, Alex oyó otro sonido. El crepitar y el

rugido de una hélice.

Fue hasta la ventana más cercana y miró fuera. En efecto, el avión de cargamento que

había estado allí cuando llegó estaba a punto de despegar.

Alex estaba empapado hasta los huesos, magullado, y casi exhausto. Pero sabía qué era

lo que tenía que hacer.

Dio media vuelta y echó a correr.

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Capítulo 15

Las once en Punto

Alex salió disparado de la casa y se detuvo al aire libre, haciendo un balance de su

entorno. Era consciente de las alarmas sonando, de los guardias corriendo hacia él, y de

dos coches, aún a cierta distancia, apresurándose por la calle principal en dirección a la

casa. Sólo esperaba que, aunque era obvio que algo andaba mal, nadie supiese aún lo

que era. No deberían estar buscándolo, por lo menos no todavía. Eso quizá le daría

algo de ventaja.

Parecía que había llegado demasiado tarde. El helicóptero privado de Sayle ya se había

ido. Sólo quedaba el avión de carga. Si Alex iba a llegar hasta el Museo de Ciencias de

Londres en los 59 minutos que le quedaban, tendría que estar en ese avión. Pero el

avión de carga ya estaba en movimiento, rondando lentamente lejos de las cuñas.

En un minuto o dos, pasaría por las pruebas de pre-vuelo, y entonces despegaría.

Alex miró a su alrededor y vio un jeep del ejército con el techo descubierto estacionado

cerca de la puerta principal. Había un guardia junto a él, con un cigarro en la mano,

mirando a su alrededor para ver lo que estaba sucediendo, pero miraba en la dirección

equivocada. Perfecto. Alex corrió por la grava. Había traído un arma de la casa. Uno de

los arpones de Sayle había estado junto a él cuando dejó la habitación y lo había

tomado, determinado a por lo menos tener algo con qué defenderse a sí mismo. Sería

muy fácil para él disparar el arma en ese momento. Un arpón en la espalda del guardia

y el jeep sería suyo. Pero Alex sabía que no podía hacerlo. Fuera lo que fuera en lo que

Alan Blunt y MI6 querían convertirlo, él no estaba listo para matar a sangre fría. No

por su país. Y ni siquiera para salvar su propia vida.

El guardia levantó la vista para ver a Alex acercándose, y buscó la pistola que tenía en

su cinturón. Pero no alcanzó a usarla. Alex usó el mango del arpón, lo impulsó y lo

golpeó fuerte, justo debajo de la barbilla. El guardia se encogió y la pistola cayó de su

mano. Alex la agarró y subió al jeep, agradecido de ver que las llaves estaban en el

contacto. Le dio la vuelta y escuchó el arranque del motor. Sabía conducir. Esa era otra

cosa que Ian Rider se aseguró de que aprendiera... tan pronto como sus piernas fueron

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lo suficientemente largas como para llegar a los pedales. Los otros coches estaban cerca

de él. Deberían de haberlo visto atacando al guardia. Mientras tanto, el avión daba

media vuelta y estaba haciendo las maniobras para llegar al principio de la pista.

No iba a llegar a tiempo.

Quizá era el peligro que provenía de todos lados el que le hizo agudizar sus sentidos.

Tal vez eran sus escapes de tantos peligros anteriores. Pero Alex no tuvo que pensarlo.

Sabía qué hacer, como si lo hubiese hecho una docena de veces antes. Tal vez el

entrenamiento que había recibido había sido más efectivo de lo que pensaba.

Metió la mano en su bolsillo y sacó el yo-yo que el Señor Smithers le había dado. Había

un pasador de metal en el cinturón que llevaba puesto, y golpeó el yo-yo contra él,

sintiendo cómo calzaba, como si hubiese sido hecho para eso. Entonces, tan rápido

como pudo, ató el final de la cuerda de nailon alrededor del arpón. Por último, guardó

la pistola que le había quitado al guardia en la parte posterior de sus pantalones.

Estaba listo.

El avión avanzaba a través de la pista. Sus propulsores iban a toda velocidad.

Alex metió primera y arrancó, liberando el freno de mano, y acelerando el jeep,

saliendo disparado de la grava hacia el césped, en dirección a la pista de aterrizaje. Al

mismo tiempo hubo una explosión de disparos de ametralladoras. Se agachó sobre el

volante y dio un giro mientras el espejo retrovisor explotaba y una ráfaga de balas

chocaba contra el parabrisas y la puerta. Los dos coches que había visto venir en

camino habían dado media vuelta para ir detrás de él. Cada uno de ellos tenía un

guardia en la parte de atrás, asomándose por la ventana, disparándole. Y se estaban

acercando.

Alex trató de ir más rápido, pero ya era demasiado tarde. Los dos coches lo habían

alcanzado, y durante un horrible segundo, se encontró atrapado entre ellos, con uno a

cada lado. Estaba sólo a pulgadas de distancia de los guardias. Mirando a la izquierda

y a la derecha, pudo ver el interior de los cañones de las ametralladoras. Había sólo

una cosa por hacer. Apretó su pie contra el freno, agachándose al mismo tiempo. El

jeep patinó hasta detenerse y los dos coches pasaron rápidamente junto a él. Hubo un

tiroteo de ambas armas abriendo fuego. Alex miró hacia arriba.

Los dos guardias habían apretado sus gatillos en forma simultánea. Ambos habían

estado apuntándole a él, pero con el jeep fuera de sus vistas, se habían disparado el

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uno al otro. Hubo un grito. Uno de los coches perdió el control y chocó contra un árbol,

arrugando el metal contra la madera. El otro se detuvo en seco, giró, y volvió hacia él.

Alex volvió a poner primera y aceleró de nuevo. ¿Dónde estaba el avión? Con un

gruñido, vio que había empezado a avanzar por la pista. Aún se movía lentamente,

pero estaba ganando velocidad poco a poco. Alex golpeó el asfalto y lo siguió.

Su pie apretaba el acelerador contra el suelo. El jeep iba a más de 100 Km/h, pero no era

lo suficientemente rápido. Y justo frente a él, el camino estaba bloqueado. Dos coches

más habían llegado a la pista. Más guardias con ametralladoras, asomando por las

ventanillas. Ellos lo apuntaban con un tiro fácil. No había nada que pudiera hacer para

evitar que le atinaran. A menos que...

Hizo girar el volante y el jeep chilló al girarse sobre la pista, detrás del avión. Ahora

tenía al avión entre él y los coches que se aproximaban. Estaba a salvo. Pero sólo

durante unos pocos segundos más. El avión estaba a punto de despegar. Alex vio la

rueda delantera separarse de la pista. Miró por el espejo. El coche que lo había

perseguido desde la casa estaba justo detrás de él. No tenía a dónde ir.

Un auto detrás de él. Dos más adelante. El avión estaba ahora en el aire, sus ruedas

traseras ya despegando. Los guardias le apuntaban. Todo a cien kilómetros por hora.

Alex soltó el volante, agarró la pistola arpón y disparó. El arpón atravesó el aire. El yo-

yo sujeto a su cinturón giró, arrastrando unos treinta metros la tira de nylon. La cabeza

puntiaguda del arpón se enterró en el vientre del avión. Alex sintió casi como si fuera

partido en dos cuando fue jalado del jeep por la cuerda.

En cuestión de segundos estaba a cuarenta, cincuenta metros sobre la pista, colgando

del avión. Su jeep se desvió fuera de control. Los dos coches que se acercaban trataron

de evitarlo, pero fracasaron. Ambos lo golpearon en un triple choque. Hubo una

explosión, una bola de fuego y un puño de humo negro que se elevó hacia Alex como

si intentara apoderarse de él. Un momento después, se produjo otra explosión. El tercer

coche había estado corriendo demasiado rápido, y se estrelló contra los restos en

llamas y volcó, chillando a lo largo de la pista antes de que estallara en llamas.

Alex vio un poco de todo eso. Estaba suspendido por debajo del avión mediante un

fino y blanco cordón, retorciéndose, dando vueltas y vueltas, llevándolo cada vez más

lejos en el aire. El viento corría junto a él, golpeando su cara y aturdiéndolo. Ni siquiera

podía oír las hélices justo por encima de su cabeza.

El cinturón le estaba cortando la cintura. Casi no podía respirar. Desesperado, tanteó el

yo-yo y encontró el control que buscaba. Un sólo botón. Lo presionó, y el potente

pequeño motor del interior del yo-yo empezó a girar. El yo-yo giró en su cinturón,

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tirando de la cuerda. Muy lentamente, una pulgada por vez, Alex fue acercándose al

avión.

Había apuntado el arpón con precisión. Había una puerta en la parte trasera del avión,

y cuando desactivó el mecanismo del yo-yo, quedó lo suficientemente cerca para llegar

a la manija. Se preguntó quién piloteaba el avión y hacia dónde se dirigía. El piloto

debería haber visto la destrucción que se formó en la pista, pero no podría haber

escuchado el arpón. No sabía que había recogido a un pasajero extra.

Abrir la puerta fue más difícil de lo que Alex había pensado. Todavía estaba colgando

del avión, y cada vez que estaba cerca de la manilla, el viento le hacía retroceder. La

corriente le produjo un lagrimeo en los ojos, y Alex apenas si podía ver. Llegó dos

veces a tocar con sus manos la manilla de la puerta, sólo para ser empujado hacia atrás

antes de que pudiera abrirla. La tercera vez, se las arregló para conseguir un mejor

agarre, pero aún así requirió de todas sus fuerzas para girar la manilla hacia abajo.

La puerta se abrió y él se trepó hasta la bodega. Echó un último vistazo hacia abajo. La

pista ya estaba a unos mil pies por debajo del avión. Había dos fuegos ardientes, pero a

esa distancia parecían dos cabezas de fósforos encendidos. Alex desenganchó el yo-yo,

liberándose a sí mismo. Entonces metió la mano en la pretina de su pantalón y sacó la

pistola.

El avión estaba vacío, excepto por un par de paquetes que Alex apenas si pudo ver.

Había un único piloto al mando, y algo de su instrumentación debería de haberle

avisado que la puerta estaba abierta, porque de repente se giró hacia él. Alex se

encontró cara a cara con el señor Grin.

―¿Warg? ―murmuró el mayordomo.

Alex levantó el arma. Se preguntó si tendría valor para utilizarla. Pero no iba a dejar

que el Señor Grin lo supiera. ―Muy bien, Señor Grin, ―gritó por encima del ruido de

la hélice y el aullido del viento―. Quizá no seas capaz de hablar, pero será mejor que

escuches. Quiero que pilotes este avión hasta Londres. Vamos al Museo de Ciencias al

Sur de Kensington, y tenemos que estar allí en menos de una hora. Y si crees que eres

capaz de engañarme, te meteré una bala, ¿entiendes?

El Señor Grin no dijo nada.

Alex disparó el arma. La bala se estrelló en el suelo justo al lado de uno de los pies del

Señor Grin. El señor Grin se quedó mirando a Alex, y después asintió lentamente.

Estiró la mano y giró el mando. El avión descendió y comenzó a dirigirse hacia el

norte.

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Capítulo 16

Doce en Punto

Londres apereció

Repentinamente las nubes se retrajeron y el sol de media mañana trajo a la ciudad en

su totalidad, brillando, a la vista. Ahí estaba la Estación de Poder Battersea, elevándose

orgullosa con sus cuatro enormes chimeneas aún intactas, aún cuando la mayoría de su

techo había sido derruido hace mucho tiempo. Tras de eso, el parque Battersea emergió

como un cuadrado de densos arbustos y árboles verdes que formaban la última

resistencia, luchando contra la expansión urbana. En la distancia la rueda Millenium

encaramada como una fabulosa moneda de plata, balanceándose sin esfuerzo en su

llanta. Y alrededor de todo eso Londres se acurrucaba; torres de gas y edificios de

apartamentos, interminables hileras de tiendas y casas, caminos, rieles de tren, y

puentes estirándose hacia ambos lados, separados sólo por la brillante grieta de plata

en el paisaje que era el Río Támesis.

Alex vio todo eso con su estómago apretado, mirando hacia afuera por las puertas

abiertas de la aeronave. Él había tenido cincuenta minutos para pensar en lo que tenía

que hacer. Cincuenta minutos mientras el avión zumbaba sobre Cornwall y Devon,

luego Somerset y los llanos de Salisbury antes de llegar a North Downs y continuar

hacia Windsor y Londres.

Cuando él se había montado en el avión, había intentado usar la radio para llamar a la

policía o a cualquier otra persona que pudiera estar escuchando. Pero ver al Sr. Grin en

los controles había cambiado todo eso. Él recordó cuán rápido el hombre había sido

cuando él lo encontró fuera de la habitación. Él sabía que estaba lo suficientemente a

salvo en el área de carga con el Sr. Grin asegurado en el asiento del piloto en la

delantera del avión. Pero él no se atrevía a acercarse más. Aun con el arma sería

demasiado peligroso.

Él había pensado en forzar al Sr Grin a aterrizar el avión en Heathrow. La radio había

comenzado a chillar en el momento en que ellos habían entrado en el espacio aéreo de

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Londres y sólo se había detenido cuando el Sr. Grin la había apagado. Pero eso nunca

hubiera funcionado. Para el momento en que alcanzaron el aeropuerto, tocado tierra, y

llegado a un alto, sería demasiado tarde.

Y luego, sentado algo encorvado en la zona de carga, Alex había reconocido los otros

bultos que yacían en el piso junto a él. Ellos le habían dicho exactamente lo que tenía

que hacer.

—¡Eeerg! —dijo el Sr. Grin—. Él se giró en su asiento, por última vez, Alex vio la

espantosa sonrisa que el cuchillo circo había cortado a través de sus mejillas.

—Gracias por el paseo —Alex dijo—, y saltó por la puerta abierta.

Los bultos eran paracaídas. Alex los había chequeado y amarrado a su espalda cuando

ellos aun estaban sobre Reading. Él estaba agradecido de haber pasado un día en el

entrenamiento de paracaídas con el SAS, aunque este vuelo había sido aun peor que el

que había tenido que soportar sobre los valles Welsh. Esta vez no había ninguna línea

estática. No había habido nadie que le asegurara que su paracaídas estaba

correctamente empacado.

Si él hubiera podido pensar en una mejor forma de llegar al Museo de Ciencias en los

siete minutos que le quedaban, él la hubiera tomado. No había otra forma. Él lo sabía.

Así que había saltado.

Una vez que estuvo sobre el umbral, no fue tan malo. Hubo un momento de

vertiginosa confusión mientras el viento lo golpeaba una vez más. Cerró sus ojos y se

forzó a contar hasta tres. Si tirabas muy rápido, el paracaídas podía atorarse en la cola

del avión. Aun así, su mano estaba apretada y casi no había contado hasta tres antes de

que ya estuviera tirando con toda su fuerza. El paracaídas se abrió sobre él y sintió el

tirón hacia arriba, el arnés enterrándose en sus axilas y costados.

Habían estado volando a diez mil pies. Cuando Alex abrió sus ojos, estaba sorprendido

por su estado de calma. Estaba balanceándose con el viento, bajo un confortable dosel

de seda blanca. Se sentía como si no se estuviera moviendo para nada. Ahora que él

había dejado el aeroplano, la ciudad parecía aun más distante e irreal. Sólo era él, el

cielo, y Londres. Casi lo estaba disfrutando.

Y luego escuchó el aeroplano volviendo.

Ya estaba a una milla o dos de distancia, pero ahora él lo vio inclinarse paso a paso a la

derecha, dando un giro agudo. Los motores se elevaron, el aeroplano nivelándose, y se

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encamino directo hacia él. El Sr. Grin no iba a dejarlo ir tan fácilmente. Mientras el

avión se acercaba más y más, pudo imaginar la eterna sonrisa del hombre tras de la

cabina del piloto. El Sr. Grin intentó dirigir el aeroplano directo hacia él, cortarlo en

tiras en medio del aire.

Pero Alex lo había estado esperando.

Se estiró y tomó la consola de juego desde el bolsillo de su pantalón. Esta vez no había

ningún cartucho de juego en él, pero había sacado un niño bombardero hace un buen

tiempo y lo había metido a través del suelo del aeroplano de carga vacio. Ahí era

donde estaba ahora. Justo detrás del asiento del Sr. Grin. Una bomba de humo.

Controlada por el control remoto.

Él presionó el botón de encendido tres veces.

Dentro del aeroplano el cartucho explotó, liberando una nube de humo amarillo acre.

El humo se elevó a través de la bodega, enroscándose en las ventanas, saliendo por la

puerta abierta. El Sr. Grin se desvaneció, completamente rodeado por el humo. Él

aeroplano tembló y luego se lanzó en picada.

Alex vio el avión zambullirse. Podía imaginar al Sr. Grin cegado, luchando por el

control. El avión comenzó a girar, lentamente al principio, luego más y más rápido. Los

motores gimieron. Ahora se estaba dirigiendo directamente a la tierra, aullando en el

cielo. El humo amarillo lo seguía en su despertar. Y en el último minuto el Sr. Grin se

las arregló para elevar la punta nuevamente. Pero era demasiado tarde. El avión se

aplastó en lo que parecía una pieza de muelle en las cercanías del Río Támesis y

desapareció en una bola de fuego.

Alex miró hacia su reloj. Tres minutos para las doce.

Él aun estaba a miles de pies en el aire, y a menos que aterrizara en la misma puerta del

Museo de Ciencias, no iba a lograrlo.

Tomando con fuerza las cuerdas, y usándolas para dirigirse a sí mismo, tratando de

encontrar la vía más rápida hacia el suelo.

Dentro del ala este del Museo de Ciencias, Herod Sayle estaba llegando al fin de su

discurso. La cámara entera había sido transformada para el gran momento cuando los

Stormbreakers fueran puestos en línea.

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La habitación estaba atrapada entre lo viejo y lo nuevo, entre columnas de `piedra y

suelos de acero inoxidable, entre lo último en alta tecnología y las viejas curiosidades

de la revolución industrial.

Un podio había sido ubicado en el centro para Sayle, el primer ministro, su secretaria

de prensa, y el ministro de estado de educación.

En frente de ellos había doce filas de sillas para periodistas, profesores, y amigos

invitados. Alan Blunt estaba en la primera fila, tan inexpresivo como siempre. La Sra.

Jones, vestida de negro con un gran broche en su solapa, estaba junto a él. A cada lado

las torres de televisión habían sido construidas con cámaras focalizadas en Sayle

mientras hablaba. El discurso estaba siendo emitido en vivo a las escuelas de todo el

país y también seria exhibido en las noticias de la noche. El vestíbulo estaba repleto de

otras doscientas o trescientas personas, de pie en las galerías del primer y segundo

piso, mirando hacia el podio desde todos lados. Mientras Sayle hablaba, las grabadoras

giraban y las ampolletas de luz emitían destellos. Nunca antes un individuo privado

había hecho un regalo tan generoso a la nación. Esto era un evento. La historia en

acción.

—…‖es‖el‖primer‖ministro,‖y‖el‖primer‖ministro‖por‖si‖solo‖quien‖es‖responsable‖por‖lo‖

que está a punto de suceder, —Sayle estaba diciendo—. Y espero que esta noche,

cuando él reflexione sobre lo que ha sucedido hoy en todo el país, que él recuerde

nuestros días juntos en la escuela y todo lo que él hizo en ese tiempo. Pienso que esta

noche el país lo conocerá por el hombre que es. Una cosa es segura. Este es un día que

nunca olvidaran.

Él hizo una reverencia. Hubo el sonido disperso de un aplauso. El primer ministro

miró hacia su secretaria de prensa, confundido. La secretaria de prensa se encogió de

hombros con una rudeza apenas disimulada. El primer ministro tomó su lugar al frente

del micrófono.

—No estoy completamente seguro como responder a eso —bromeo—, y todos los

periodistas rieron. El gobierno tenía una mayoría tan inmensa que ellos sabían que

estaba dentro de sus principales intereses reír frente a las bromas del primer ministro.

—Estoy agradecido que el Sr. Sayle tenga tan felices recuerdos de nuestros días juntos

en la escuela y estoy feliz de que ambos juntos, hoy, podamos hacer tan vital diferencia

en las escuelas de nuestra nación.

Herod Sayle se movió hacia una mesa un poco al costado del podio, en la mesa había

un computador Stormbreaker y, junto a él, un mouse.

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—Este es el control maestro, —dijo—. Haga un clic en el mouse y todos los

computadores se pondrán en línea.

—Bien.‖ ―El‖ primer‖ ministro‖ elevó‖ su‖ dedo‖ y‖ ajusto‖ su‖ posición‖ de‖ modo‖ que‖ las‖

cámaras pudieran captar su mejor perfil. En algún lugar fuera del museo, un reloj

marcó las doce.

Alex escuchó el reloj desde aproximadamente quinientos pies de alto, con el techo del

Museo de Ciencia acercándose rápidamente a él.

Él había visto el edificio justo después que el avión se hubiera estrellado. No había sido

fácil encontrarlo, con la ciudad extendida como un mapa de tres dimensiones justo

debajo de él. Por otro lado, él había vivido su vida completa en el oeste de Londres y

que había visitado el museo con la suficiente frecuencia. Primero había visto el pilote

Victoriano que era el vestíbulo Albert. Directamente al sur de eso estaba la enorme

torre blanca rodeada de un domo verde: el Colegio Imperial. Mientras Alex caía, él

parecía moverse más rápido. La ciudad completa se había transformado en un gigante

rompecabezas y sabia que sólo tenía segundos para reunir todas las piezas. Un amplio

y extravagante edificio con torres similares a una iglesia y ventanas. Ese tenía que ser el

Museo de Historia Natural. El Museo de Historia Natural estaba en la calle Cromwell.

¿Cómo llegabas desde ahí hasta el Museo de Ciencia? Por supuesto, gira hacia las luces

por la calle Exhibition.

Y ahí estaba. Alex tiró del paracaídas, guiándose a si mismo hacia él. Qué pequeño se

veía comparado con los otros lugares de interés, un edificio rectangular sobresaliendo

desde la calle principal con un techo gris aplanado y, junto a eso, una serie de arcos, de

la clase que podrías ver en una estación de trenes o quizás en un enorme conservatorio.

Eran de un soso color naranja, curvándose uno tras otro. Se veía como si fueran hechos

de vidrio. Alex podía aterrizar en el techo aplanado. Luego todo lo que tendría que

hacer seria mirar a través del que estaba curvado. Él aun tenía la pistola que había

tomado del guardia. Él podía usarla para advertir a primer ministro. Si tenía que

hacerlo, resolvió, podía usarla para disparar a Herod Sayle.

De alguna forma, se las arregló para dirigirse hacia lo alto del museo. Pero fue sólo

cuando cayó en los últimos quinientos pies, cuando oyó al reloj dar las doce, que se dio

cuenta de dos cosas. Una que estaba cayendo demasiado rápido. Y otra que se había

alejado del techo aplanado.

De hecho, el Museo de Ciencias tenía dos techos. El original es georgiano y echo de

vidrio armado. Pero en algún momento reciente se había filtrado porque los

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restauradores construyeron un segundo techo de plástico en capas sobre la parte

superior. Ese era el techo naranja que Alex había visto.

Se estrelló dentro de ese con ambos pies a aproximadamente treinta millas por hora. El

techo se hizo trizas. Él continúo directamente a través, a una cámara interior, evitando

por poco una red de vigas de acero y escaleras de mano de mantenimiento. A penas

tuvo tiempo de registrar lo que parecía algo como una carpa marrón, estirada sobre

una superficie curva más abajo. Después la golpeó y rompió contra eso también. No

era más que una delgada cubierta diseñada para mantener la luz y el polvo fuera del

vidrio que cubría. Con un grito, y Alex rompió el vidrio. Al menos su paracaídas

quedo atrapado en una viga. De un tirón se detuvo, colgando en medio del aire del

vestíbulo este.

Esto fue lo que vio.

Mucho más debajo de él, y alrededor, las trescientas personas se habían detenido y lo

estaban mirando fijamente consternados. Había más gente sentada en las sillas

directamente bajo él y algunos de ellos habían sido golpeados. Había sangre y vidrios

rotos. Un puente hecho de vidrio verde colgaba estirado a lo ancho del vestíbulo.

Había información futurística en el escritorio en frente a él, en el mismo centro de todo,

había un pequeño escenario. Él vio el Stormbreaker primero. Luego, con una sensación

de incredulidad, reconoció al primer ministro de pie, con la mandíbula floja, junto a

Herod Sayle.

Alex colgaba en el aire, balaceándose en un extremo de su paracaídas.

Mientras la últimas piezas de vidrio caían y se desintegraban en el suelo de terracota, el

movimiento y el sonido retornó al vestíbulo este como una ola que se expandía sin fin.

Los hombres de seguridad fueron los primeros en reaccionar. Anónimos e invisibles

cuando necesitaban serlo, estaban súbitamente en todos lados, apareciendo desde

detrás de las columnas, de debajo de las torres de televisión, corriendo a través del

puente verde, las armas en sus manos que habían estado vacías unos segundos antes.

Alex también había sacado su propia arma, tirándola desde la cinturilla de sus

pantalones. Quizás podría explicar porque él estaba aquí antes de que el primer

ministro o Sayle activaran los Stormbreakers. Pero lo dudaba. Dispara primero y

pregunta después era una línea para una mala película.

Pero incluso las malas películas a veces eran correctas.

Él vació el arma.

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Las balas hicieron eco en la habitación, sorpresivamente fuerte. Ahora la gente estaba

gritando, los periodistas golpeando y empujando mientras luchaban por cubrirse. La

primera bala golpeó en el escritorio de información.

La segunda golpeó al primer ministro en la mano, su dedo a menos de una pulgada del

mouse. La tercera golpeó el mouse, rompiéndolo en fragmentos, la cuarta golpeó la

conexión eléctrica, desintegrando el enchufe y provocando un cortocircuito. Sayle se

había lanzado hacia adelante, determinado a hacer el clic el mismo. La quinta y sexta

bala lo golpeó a él.

Tan pronto como Alex disparó la última bala, dejo caer el arma, dejándola repiquetear

contra el suelo, debajo, y levantó las palmas de sus manos. Se sintió ridículo, colgando

ahí desde el techo, sus brazos estirados. Pero ya había docenas de armas apuntándolo y

tenía que mostrarles que ya no estaba armado, y que no necesitaban disparar. Aun así,

se preparó, esperando que los hombres de seguridad abrieran fuego. Casi podía

imaginar el granizo de balas golpeándolo. Hasta donde ellos sabían, él era cierta clase

de terrorista loco que recién había aterrizado en el Museo de Ciencias y disparado seis

balas al primer ministro. Era su trabajo matarlo. Era para lo que habían sido

entrenados.

Pero las balas nunca llegaron. Todos los hombres de seguridad estaban equipados con

micrófono de radio, y en la primera fila, la Sra. Jones tenía el control. En el momento

que ella había reconocido a Alex, había hablado urgentemente a través de su broche.

―¡No‖disparen!‖Repito,‖¡no‖disparen!‖¡Esperen‖a‖mi‖orden!

En el podio, un penacho de humo gris se elevó por el lado del destruido e inútil

Stormbreaker. Dos hombres de seguridad habían corrido hacia el primer ministro,

quien se apretaba la muñeca, la sangre goteando por su mano. Los fotógrafos y

periodistas habían comenzado a lanzar preguntas. Sus cámaras estaban disparando

flashes y las cámaras de televisión también habían comenzado a girar para focalizarse

en la figura colgando en lo alto. Mas hombres de seguridad se estaban moviendo para

sellar las salidas, siguiendo órdenes de la Sra. Jones mientras Alan Blunt parecía

consciente, por una vez en su vida fuera de sus profundidades.

Pero no había ninguna señal de Herod Sayle. La cabeza de las empresas Sayle había

sido herido dos veces, pero de alguna forma, había desaparecido.

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Capítulo 17

Yassen

—Tú has ligeramente echado a perder las cosas al dispararle al primer ministro. —Dijo

Alan‖Blunt―.‖ Pero‖ en‖ general‖ debo‖ felicitarte‖Alex.‖No‖ sólo‖ estuviste‖ a‖ la‖ altura‖ de‖

nuestras expectativas. Las superaste.

Caía la tarde del día siguiente y Alex estaba sentado en la Oficina de Blunt en el

edificio del Royal & General en la calle Liverpool preguntándose por qué, después de

todo lo que había hecho por ellos, el líder del MI6 tenía que sonar tan parecido a la

directora de una secundaria privada dándole un reporte. La Sra. Jones estaba sentada a

su lado. Alex se había negado a su oferta de un caramelo de menta, a pesar de que

estaba comenzando a darse cuenta de que era toda la recompensa que iba a recibir.

Ella habló por primera vez desde que él había entrado en la habitación. —Quizá

quieras saber sobre la operación de limpieza.

—Seguro…

Ella miró a Blunt, quien asintió. —Lo primero de todo, no esperes leer la verdad sobre

nada de esto en los periódicos. —Comenzó ella—. Pusimos una D-Notice [1] lo que

significa que nadie está autorizado a imprimir nada. Por supuesto, la ceremonia en el

museo de ciencias fue televisada en vivo, pero afortunadamente fuimos capaces de

cortar la transmisión antes de que las cámaras pudieran enfocarte. En realidad, nadie

sabe que era un chico de catorce años quien causaba el caos.

—Y planeamos que permanezca de esa forma—. Murmuró Blunt.

—¿Por qué? —A Alex no le gustaba como sonaba aquello.

Mrs. Jones hizo caso omiso a la pregunta. —Los periódicos han de imprimir algo, por

supuesto. —Siguió—. La historia que pusimos es que Sayle fue atacado por una hasta

ahora‖desconocida‖organización‖terrorista‖y‖que‖él‖se‖ha‖marchado‖para‖esconderse…

—¿Dónde está Sayle? —Preguntó Alex.

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—No sabemos. Pero lo encontraremos. No hay lugar en la tierra donde pueda

esconderse de nosotros.

—De acuerdo—. Alex sonó dubitativo.

—En cuanto a los Stormbreakers, hemos anunciado que son productos defectuosos y

que tener contacto con ellos electrocuta. Es vergonzoso para el gobierno, por supuesto,

pero han sido advertidos y los estamos recogiendo justo ahora. Afortunadamente,

Sayle era tan fanático que programó los Stormbreakers para que el virus sólo pudiera

ser lanzado por el primer ministro en el Museo de Ciencias. Tú eliminaste el

disparador, por lo que incluso las pocas escuelas que intentaron activar sus equipos no

fueron afectadas.

—Estuvo realmente cerca —Dijo Blunt—. Hemos analizado un par de muestras. Es

letal. Un virus peor que la materia que Iraq estaba creando durante la Guerra del

Golfo.

—¿Sabe quien lo suministra? —Preguntó Alex.

Blunt tosió. —No.

—¿Qué hay del submarino que vi?

—Olvídate del submarino. —Era‖obvio‖que‖Blunt‖no‖quería‖hablar‖de‖ello―.‖Puedes‖

estar‖seguro‖de‖que‖haremos‖las‖investigaciones‖necesarias…

—¿Y qué acerca de Yassen Gregorovich? —Preguntó Alex.

Mrs. Jones se hizo cargo. —Cerramos la planta de Port Tallon. —Dijo‖ella―.‖Tenemos‖a‖

la mayoría del personal bajo arresto. Desafortunadamente no fuimos capaces de hablar

con Nadia Vole o el hombre que tú conocías como Mr. Grin.

—Él no hubiese hablado mucho, de todas formas—. Dijo Alex.

—Fue‖una‖suerte‖que‖su‖avión‖se‖estrellara‖en‖una‖obra‖de‖construcción.‖―La‖Señora‖

Jones‖ continuó―.‖ Nadie‖ m{s‖ resultó‖ muerto.‖ En‖ cuanto‖ a‖ Yassen,‖ imagino‖ que‖ él‖

escapó. Después de todo lo que nos dijiste, está claro que él no trabajaba actualmente

para‖Sayle.‖Trabajaba‖para‖la‖gente‖que‖patrocinaba‖a‖Sayle…‖y‖dudo‖que‖estén‖muy‖

contentos con él. Yassen probablemente esté al otro lado del mundo ahora. Pero un día,

tal vez, lo encontremos. Nunca vamos a dejar de buscarlo.

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Hubo un largo silencio. Parecía que los dos maestros espías habían dicho todo lo que

querían. Pero había una cuestión que nadie había abordado.

—¿Qué pasará conmigo? —Preguntó Alex.

—Volverás a la escuela. —Replicó Blunt.

La Sra. Jones sacó un sobre y se lo entregó a Alex.

—¿Un cheque?—Preguntó Alex.

—Es una carta de un médico, explicando que estuviste durante tres semanas con gripe.

Una gripe muy mala. Y, si alguien pregunta, él es un médico real. No deberías tener

ningún problema.

—Continuarás viviendo en la casa de tu tío. —Añadió Blunt—. Con tu ama de llaves,

Jack. O lo que sea. Hemos renovado su visa y ella podrá continuar cuidando de ti. Y de

esa manera sabremos dónde estás, si te necesitamos de nuevo.

Te necesitamos de nuevo. Las palabras dejaron helado a Alex más que cualquier otra

cosa de lo que le había sucedido en esas tres semanas. —Tienes que estar bromeando

—dijo.

—No. —Blunt lo miró muy fríamente—. No es hábito mío hacer chistes.

—Lo has hecho muy bien, Alex. —Comentó la Sra. Jones, intentando sonar más

conciliadora.—El primer ministro en persona nos ha pedido transmitirte su

agradecimiento. Y en realidad eso podría ser maravillosamente útil para alguien tan

joven‖como‖tú…

—Tan talentoso como tú. —Blunt interrumpió.

—…‖‖disponible‖para‖nosotros‖de‖vez‖en‖cuando.‖―Levantó‖una‖mano‖para‖protegerse‖

de‖cualquier‖argumento―.‖Que‖no‖se‖hable‖m{s‖de‖ello.‖―Dijo‖ella―.‖Pero‖si‖alguna‖

vez surge otra situación, tal vez podamos hablar acerca de ello.

—Sí,‖seguro.‖―Alex‖miró‖de‖uno‖a‖otro.‖Ellos‖no‖eran‖gente‖que‖te‖aceptara‖un‖no‖por‖

respuesta.‖ En‖ su‖ propia‖ forma,‖ ambos‖ eran‖ tan‖ encantadores‖ como‖ el‖ Sr.‖ Grin―.‖

¿Puedo irme?—Preguntó.

—Por supuesto que puedes. —Dijo la Sra. Jones—. ¿Quieres que alguien te lleve a casa?

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—No, gracias. —Alex se levantó—. Encontraré mi propia forma de regresar.

Tendría que sentirse mejor. Al tomar el elevador hacia la planta baja, Alex pensó en

que había salvado a miles de estudiantes, en que había derrotado a Herod Sayle, y él

no había muerto o incluso estado mal herido. Entonces ¿Por qué se sentía infeliz? La

respuesta era simple. Blunt le había obligado. Al final, la gran diferencia entre él y

James Bond no era la cuestión de edad. Era una cuestión de lealtad. En los años

pasados, los espías habían hecho lo que habían hecho porque amaban a su país, porque

creían en lo que estaban haciendo. Pero a él nunca se le había dado la opción. Hoy en

día, los espías no tenían empleo. Habían sido utilizados.

Salió del edificio, lo que significaba caminar hasta la estación del metro, pero en ese

momento un taxi le hizo una seña. Estaba demasiado cansado para el transporte

público. Miró hacia el conductor, se inclinó sobre la rueda en un horrible punto, un

abrigo casero y se desplomó en el asiento trasero.

—Cheyne Walk, Chelsea. —Dijo Alex.

El conductor se volvió. Estaba sosteniendo una pistola. Su rostro estaba más pálido que

la última vez que Alex lo vio, y el dolor de dos heridas de bala estaba impreso en su

expresión, pero increíblemente era Herod Sayle.

—Si te mueves, maldito niño, te dispararé —dijo Sayle. Su voz era veneno puro—. Si

intentas algo, te dispararé. No te muevas, vendrás conmigo.

Las puertas se cerraron, echando llave automáticamente. Herod Sayle se volvió y

condujo abajo por la calle Liverpool, hacia el centro de la ciudad.

Alex no sabía qué hacer. Estaba seguro de que Sayle planeaba dispararle de todos

modos. ¿Por qué si no iba a haber tomado la oportunidad de conducir hasta la puerta

misma de la sede del MI6 en Londres? Pensó en intentar con la ventana, tal vez tratar

de llamar la atención de otro coche en un semáforo. Pero no iba a funcionar. Sayle

podría volverse y matarlo. El hombre no tenía nada que perder.

Condujeron por diez minutos. Era sábado y la ciudad estaba cerrada. El tráfico era

ligero. Sayle se detuvo frente a un rascacielos moderno, con una fachada de cristal y

una estatua de dos bellotas de gran tamaño en una losa, fuera de la puerta principal.

—Vas a salir del coche conmigo. —Ordenó Sayle—. Tú y yo caminaremos en el

edificio. Si piensas en correr, recuerda que esta pistola estará apuntando a tu espina

dorsal.

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Sayle bajó del auto primero. Sus ojos nunca abandonaron a Alex. Alex supuso que las

dos balas le habían golpeado en el brazo izquierdo y en el hombro. Su mano izquierda

estaba colgando. Pero el arma estaba en la mano derecha. Estaba perfectamente estable,

dirigida hacia la espalda baja de Alex.

—Entra…

El edificio tenía puertas batientes y estaban abiertas. Alex se encontró en un salón de

mármol decorado con sofás de cuero y una recepción. No había nadie ahí tampoco.

Sayle hizo un gesto con la pistola y se acercó a los ascensores. Uno de ellos estaba

esperando. Lo puso en movimiento.

—Al piso veintinueve. —Dijo Sayle.

Alex presionó el botón. —¿Iremos ahí a la vista?—Preguntó.

—Puedes hacer todos los malditos chistes que quieras. —Contestó‖él―.‖Pero‖seré‖yo‖

quien ría al último.

Ambos permanecieron en silencio. Alex podía sentir la presión en sus oídos cuando el

elevador subió más alto y más alto. Sayle estaba mirándolo, su brazo dañado plegado a

su lado, apoyándose a sí mismo contra una pared. Alex pensó en atacarlo. Si él sólo

pudiera‖tener‖el‖elemento‖sorpresa…‖Pero‖no,‖estaban‖demasiado‖cerca.‖Y‖Sayle‖estaba‖

enrollado como un resorte.

El elevador se ralentizó y las puertas se abrieron. Sayle agitó la pistola. —Gira a la

izquierda. Ve hacia la puerta. Ábrela.

Alex hizo lo que le dijo. La puerta estaba marcada como helipuerto [2]. Uno de

medidas concretas. Alex miró a Sayle. Sayle asintió. —Sube.

Subieron las escaleras y llegaron a otra puerta con una barra de empuje. Alex empujó y

tuvo que pasar. Fue al exterior, de treinta pisos de altura sobre un techo plano con una

antena de radio y una valla metálica de enorme altura alrededor del perímetro.

Él y Sayle estaban de pie en el borde de una gran cruz pintada con pintura roja.

Mirando a su alrededor, podía ver a la derecha toda la ciudad de Canary Wharf y más

allá. A Alex le había parecido un día tranquilo de primavera cuando salió de las

oficinas del Royal & General. Pero aquí el viento pasaba golpeando y las nubes

hervían.

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—¡Tú arruinaste todo! —Aulló‖ Sayle―.‖ ¿Cómo‖ lo‖hiciste?‖ ¿Cómo‖me‖engañaste?‖ ¡Te‖

hubiera vencido si hubieses sido un hombre! ¡Pero ellos tenían que enviar a un niño! ¡A

un maldito estudiante! Bueno, no ha terminado todavía, me iré de Inglaterra. Es por

eso por lo que te traje aquí. Quería que me vieras escapar. —Sayle asintió y Alex se giró

para ver que había un helicóptero en el aire detrás de él. ¿De dónde había salido?

Estaba pintado de rojo y amarillo, tenía un ligero, único motor de avión y el resto era

una figura de cristales oscuros y un casco inclinado sobre los controles. El helicóptero

era un Colibrí EC120B, uno de los más silenciosos del mundo. Dio la vuelta sobre él,

sus aspas latiendo en el aire.

—¡Este es mi boleto para salir de aquí! —Continuó Sayle—. Ellos nunca me

encontrarán. Y un día regresaré. La próxima vez, nada irá mal. Y no estarás aquí para

detenerme. ¡Este es el fin para ti! ¡Aquí es donde tú mueres!

No había nada que Alex pudiera hacer. Sayle levantó el arma y le apuntó, sus ojos se

ampliaron, las pupilas estaban más negras de lo que nunca habían estado, con un

pequeño abultamiento blanco.

Hubo dos pequeñas grietas explosivas.

Alex miró hacia abajo, esperando ver sangre. No había nada. No podía sentir nada.

Luego Sayle se tambaleó y cayó sobre su espalda. Había dos agujeros en su pecho.

El helicóptero aterrizó en el centro de la cruz. El piloto salió.

Sin soltar el arma que había matado a Herod Sayle, él caminó y examinó el cuerpo,

pinchándolo con su zapato. Satisfecho, asintió para sí mismo, guardando el arma.

Había apagado el motor del helicóptero y detrás de él las aspas se ralentizaban y

detenían. Alex dio un paso hacia delante. El hombre parecía notarlo por primera vez.

—Tú eres Yassen Gregorovich. —Dijo Alex.

El ruso asintió. Era imposible decir qué estaba pasando por su mente. Sus ojos azul

claro no decían nada.

—¿Por qué lo mataste?—Preguntó Alex.

—Esas fueron mis instrucciones. —No había rastro alguno de acento en su voz. Él

habló‖suavemente,‖razonablemente―.‖Se‖había‖convertido‖en‖un‖estorbo.‖Es‖mejor‖de‖

esta manera.

—No es mejor para él.

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Yassen se encogió de hombros.

—¿Qué hay de mí?—Preguntó Alex.

El ruso paseó su mirada sobre Alex como si lo estuviera ponderando. —No tengo

instrucciones en lo que concierne a ti. —Dijo él.

—¿No me vas a disparar también?

—¿Tengo necesidad de ello?

Hubo una pausa. Los dos se miraron mutuamente sobre el cuerpo de Herod Sayle.

—Tú mataste a Ian Rider. —Dijo‖Alex―.‖Él‖era‖mi‖tío.

Yassen se encogió de hombros. —Mato a mucha gente.

—Un día, voy a matarte.

—Muchos lo han intentado. —Yassen‖sonrió―.‖Créeme.‖—Dijo‖él―.‖Sería‖mejor‖si‖no‖

nos volvemos a ver. Regresa a la escuela. Regresa a tu vida. Y la próxima vez que ellos

te lo pidan, di no. Asesinar es para los adultos y tú eres todavía un niño.

Le dio la espalda a Alex y subió a la cabina. Las aspas comenzaron a girar, y pocos

segundos después, el helicóptero se elevó de nuevo en el aire. Por un momento se

cernió al lado del edificio. Detrás del cristal, Yassen levantó una mano. ¿Un gesto

amistoso? ¿Un saludo?

Alex levantó su propia mano. El helicóptero se apartó.

Alex permaneció donde estaba, observándolo, hasta que desapareció en la luz

mortecina.

――――――

[1] D-Notice: Petición oficial a las productoras de televisión para no transmitir nada que sea materia de

seguridad nacional.

[2] Helipuerto: Aeropuerto pequeño utilizado para aterrizar helicópteros. Generalmente son espacios

reducidos encima de edificios.

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Fin…

Fin del primer libro de la saga “Alex Rider”

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FFoorroo ddee PPuurrppllee RRoossee ~~113366~~

Lean el segundo libro de la Saga Alex Rider

Point

Blanc

Sinópsis:

Alex Rider está de vuelta en la escuela tratando de adaptarse a su nueva

doble vida, y a su doble tarea. Pero el M16 tiene otros planes para él.

Las investigaciones sobre la "accidental" muerte de dos de los hombres más poderosos

del mundo ha revelado un único vínculo. Ambos tenían un hijo que asistía a la

Academia Point Blanc—una exclusiva escuela para rebeldes niños ricos, dirigida por el

siniestro Dr. Grief y situada en lo más alto de la aislada cima de una montaña en los

Alpes Franceses.

Armado solo con una identificación falsa, y una nueva colección de gadgets

brillantemente disfrazados, Alex debe infiltrarse en la academia como alumno y

descubrir la verdad sobre lo que realmente está sucediendo ahí.

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Anthony Horowitz

Escritor y guionista inglés, Anthony

Horowitz es conocido principalmente por sus

series de libros para jóvenes adultos, con más de

cincuenta títulos publicados. Horowitz también ha

trabajado para la televisión ITV adaptando clásicos

del crimen a la gran pantalla, además de crear las

suyas propias como Los asesinatos de Midsomer.

Además de varias obras históricas y de aventuras,

Horowitz logró el éxito internacional gracias a las novelas protagonizadas por Alex

Rider, un joven miembro del MI6 británico, y con su serie de Los cinco guardianes.

Saga Alex Rider:

Stormbreaker

Point Blanc

Skeleton Key

Eagle Strike

Scorpia

Ark Angel

Snakehead

Crocodile Tears

Scorpia Rising

Yassen

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