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Fides et ratio Carta encíclica del Sumo Pontífice JUAN PABLO II a los obispos de la Iglesia católica sobre las relaciones entre fe y razón Documentos

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Fides et ratioCarta encíclica del Sumo Pontífice

JUAN PABLO IIa los obispos de la Iglesia católica

sobre las relaciones entre fe y razón

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 3ΑΩ

1. Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguirun camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la Huma-nidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a con-frontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado –nopodía ser de otro modo– dentro del horizonte de la autocon-ciencia personal: al hombre, cuanto más conoce la realidad y elmundo y más se conoce a sí mismo en su unicidad, le resultamás urgente el interrogante sobre el sentido de las cosas y so-bre su propia existencia. Todo lo que se presenta como objeto denuestro conocimiento se convierte por ello en parte de nues-tra vida. La exhortación Conócete a ti mis-mo estaba esculpida sobre el dintel deltemplo de Delfos, para testimoniar unaverdad fundamental que debe ser asu-mida como la regla mínima por todohombre deseoso de distinguirse, en me-dio de toda la creación, calificándose co-mo hombre precisamente en cuanto conocedor de sí mismo.

Por lo demás, una simple mirada a la historia antigua mues-tra con claridad cómo en distintas partes de la tierra, marca-das por culturas diferentes, brotan al mismo tiempo las pre-guntas de fondo que caracterizan el recorrido de la existenciahumana: ¿Quién soy?; ¿de dónde vengo y a dónde voy?; ¿por quéexiste el mal?; ¿qué hay después de esta vida? Estas mismas pre-guntas las encontramos en los escritos sagrados de Israel, yaparecen también en los Veda y en los Avesta; las encontramosen los escritos de Confucio y de Lao-Tzé y en la predicación

de los Tirthankara y de Buda; asimismo se encuentran en los po-emas de Homero y en las tragedias de Eurípides y Sófocles,así como en los tratados filosóficos de Platón y Aristóteles. Sonpreguntas que tienen su origen común en la necesidad de sen-tido que desde siempre acucia el corazón del hombre: de larespuesta que se dé a tales preguntas, en efecto, depende laorientación que se dé a la existencia.

2. La Iglesia no es ajena, ni puede serlo, a este camino debúsqueda. Desde que, en el Misterio Pascual, ha recibido como

don la verdad última sobre la vida delhombre, se ha hecho peregrina por loscaminos del mundo para anunciar queJesucristo es el camino, la verdad y la vida(Jn 14, 6). Entre los diversos servicios quela Iglesia ha de ofrecer a la Humanidad,hay uno del cual es responsable de un

modo muy particular: la diaconía de la verdad1. Por una parte,esta misión hace a la comunidad creyente partícipe del esfuer-zo común que la Humanidad lleva a cabo para alcanzar la ver-dad2; y por otra, la obliga a responsabilizarse del anuncio delas certezas adquiridas, incluso desde la conciencia de que to-da verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdadtotal que se manifestará en la revelación última de Dios: Ahoravemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Aho-ra conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy co-nocido (1 Co 13, 12).

A FE Y LA RAZÓN (Fides et ratio) son como las dos alascon las cuales el espíritu humano se eleva hacia la con-templación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón delhombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, deconocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, puedaalcanzar también la plena verdad sobre sí mismo (cf. Ex 33,18; Sal 27 [26], 8-9; 63 [62], 2-3; Jn 14, 8; 1 Jn 3, 2).

INTRODUCCIÓN

« CONÓCETE A TI MISMO »

Como las dos alas del espírituhacia la verdad

Venerables Hermanos en el Episcopado, salud y Bendición Apostólica

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»4 ΑΩEl porqué de las cosas

3. El hombre tiene muchos medios para progresar en el cono-cimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez máshumana la propia existencia. Entre éstos destaca la filosofía, quecontribuye directamente a formular la pregunta sobre el senti-do de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configuracomo una de las tareas más nobles de la Humanidad. El tér-mino filosofía, según la etimología griega, significa amor a lasabiduría. De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el mo-mento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el porqué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas,muestra que el deseo de la verdad pertenece a la naturalezamisma del hombre. El interrogarse sobre el por qué de lascosas es inherente a su razón, aunque las respuestasque se han ido dando se enmarcan en un hori-zonte que pone en evidencia la complemen-tariedad de las diferentes culturas en lasque vive el hombre.

La gran incidencia que la fi-losofía ha tenido en la for-mación y en el desa-rrollo de las cul-turas en Occi-dente no debehacernos olvidarel influjo que haejercido en losmodos de conce-bir la existenciatambién enOriente. En efec-to, cada puebloposee una sabi-duría originariay autóctona que,como auténticariqueza de lasculturas, tiende aexpresarse y amadurar inclusoen formas pura-mente filosóficas.Que esto es ver-dad lo demues-tra el hecho deque una formabásica del saber filo-sófico, presente hastanuestros días, es verificableincluso en los postulados en losque se inspiran las diversas legisla-ciones nacionales e internacionales pararegular la vida social.

4. De todos modos, se ha de destacar que detrás de ca-da término se esconden significados diversos. Por tanto, esnecesaria una explicitación preliminar. Movido por el deseode descubrir la verdad última sobre la existencia, el hombretrata de adquirir los conocimientos universales que le permitencomprenderse mejor y progresar en la realización de sí mis-mo. Los conocimientos fundamentales derivan del asombro sus-citado en él por la contemplación de la creación: el ser humanose sorprende al descubrirse inmerso en el mundo, en relacióncon sus semejan-tes con los cualescomparte el desti-no. De aquí arran-ca el camino quelo llevará al des-

cubrimiento dehorizontes de co-nocimientos siem-pre nuevos. Sin elasombro el hom-bre caería en la re-

petitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existenciaverdaderamente personal.

El patrimonio espiritual de la HumanidadLa capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia

humana, lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica,una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con

la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácterorgánico de los contenidos, un saber sistemático.

Gracias a este proceso, en diferentes con-textos culturales y en diversas épocas,

se han alcanzado resultados quehan llevado a la elaboración de

verdaderos sistemas depensamiento. Históri-

camente esto haprovocado a me-nudo la tentaciónde identificaruna sola corrien-te con todo elpensamiento fi-losófico. Pero esevidente que, enestos casos, entraen juego unacierta soberbia fi-losófica que pre-tende erigir lapropia perspecti-va incompleta enlectura universal.En realidad, todosistema filosófico,aun con respetosiempre de su in-tegridad sin ins-trumentalizacio-nes, debe recono-cer la prioridad

del pensar filosófico,en el cual tiene su origen

y al cual debe servir de for-ma coherente.

En este sentido es posible reconocer, apesar del cambio de los tiempos y de los

progresos del saber, un núcleo de conocimien-tos filosóficos cuya presencia es constante en la his-

toria del pensamiento. Piénsese, por ejemplo, en los prin-cipios de no contradicción, de finalidad, de causalidad, como

también en la concepción de la persona como sujeto libre e in-teligente y en su capacidad de conocer a Dios, la verdad y elbien; piénsese, además, en algunas normas morales funda-mentales que son comúnmente aceptadas. Estos y otros temasindican que, prescindiendo de las corrientes de pensamiento,existe un conjunto de conocimientos en los cuales es posiblereconocer una especie de patrimonio espiritual de la Humani-dad. Es como si nos encontrásemos ante una filosofía implícita porla cual cada uno cree conocer estos principios, aunque de for-ma genérica y no refleja. Estos conocimientos, precisamenteporque son compartidos en cierto modo por todos, deberíanser como un punto de referencia para las diversas escuelas fi-losóficas. Cuando la razón logra intuir y formular los principios

Toda verdad alcanzada es sólouna etapa hacia la verdad total

El deseo de la verdad pertenecea la naturaleza misma del hombre

Platón y Aristóteles Lucca della

Robbia. Cated

ral de Floren

cia

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 5ΑΩprimeros y universales del ser, y sacar correctamente de ellosconclusiones coherentes de orden lógico y deontológico, en-tonces puede considerarse una razón recta o, como la llama-ban los antiguos, orthòs logos, recta ratio.

Arenas movedizas5. La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por al-canzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existen-cia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer ver-dades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Almismo tiempo, considera la filosofía como una ayuda indis-pensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicarla verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen.

Teniendo en cuenta iniciativas análogas de mis Predecesores,deseo yo también dirigir la mirada hacia esta peculiar actividadde la razón. Me impulsa a ello el hecho de que, sobre todo ennuestro tiempo, la búsqueda de la verdad última parece a me-

nudo oscurecida. Sin duda la filosofía moderna tiene el granmérito de haber concentrado su atención en el hombre. A par-tir de aquí, una razón llena de interrogantes ha desarrollado

sucesivamente sudeseo de conocercada vez más ymás profunda-mente. Se hanconstruido siste-mas de pensa-miento complejos,

que han producido sus frutos en los diversos ámbitos del saber,favoreciendo el desarrollo de la cultura y de la historia. La an-tropología, la lógica, las ciencias naturales, la historia, el len-guaje..., de alguna manera se ha abarcado todas las ramas del sa-ber. Sin embargo, los resultados positivos alcanzados no de-ben llevar a descuidar el hecho de que la razón misma, movida

a indagar de forma unilateral sobre el hombre como sujeto, pa-rece haber olvidado que éste está también llamado a orientar-se hacia una verdad que lo trasciende. Sin esta referencia, cadauno queda a merced del arbitrio y su condición de personaacaba por ser valorada con criterios pragmáticos basados esen-cialmente en el dato experimental, en el convencimiento erró-neo de que tododebe ser domina-do por la técnica.Así ha sucedidoque, en lugar deexpresar mejor latendencia hacia laverdad, bajo tantopeso, la razón se ha doblegado sobre sí misma haciéndose, díatras día, incapaz de levantar la mirada hacia lo alto para atre-verse a alcanzar la verdad del ser. La filosofía moderna, dejan-do de orientar su investigación sobre el ser, ha concentrado la

propia búsqueda sobre el conocimiento humano. En lugar deapoyarse sobre la capacidad que tiene el hombre para conocerla verdad, ha preferido destacar sus límites y condicionamien-tos.

Ello ha derivado en varias formas de agnosticismo y de re-lativismo, que han llevado la investigación filosófica a perder-se en las arenas movedizas de un escepticismo general. Re-cientemente han adquirido cierto relieve diversas doctrinasque tienden a infravalorar incluso las verdades que el hombreestaba seguro de haber alcanzado. La legítima pluralidad deposiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, ba-sado en el convencimiento de que todas las posiciones sonigualmente válidas. Éste es uno de los síntomas más difundidosde la desconfianza en la verdad, que es posible encontrar enel contexto actual. No se substraen a esta prevención ni siquieraalgunas concepciones de vida provenientes de Oriente; en ellas,en efecto, se niega a la verdad su carácter exclusivo, partiendo

Sin la referencia a lo trascendente,el hombre queda a merced

del arbitrio

Agnosticismo y relativismo:arenas movedizas

de un escepticismo general

El Papa se dirige a sus hermanos en el Episcopado

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»6 ΑΩdel presupuesto de que se manifiesta de igual manera en di-versas doctrinas, incluso contradictorias entre sí. En esta pers-pectiva, todo se reduce a opinión. Se tiene la impresión de quese trata de un movimiento ondulante: mientras, por una parte,la reflexión filosófica ha logrado situarse en el camino que la ha-

ce cada vez máscercana a la exis-tencia humana y asu modo de expre-sarse, por otra,tiende a hacer con-sideraciones exis-tenciales, herme-

néuticas o lingüísticas que prescinden de la cuestión radicalsobre la verdad de la vida personal, del ser y de Dios. En con-secuencia han surgido en el hombre contemporáneo, y no sóloentre algunos filósofos, actitudes de difusa desconfianza res-pecto de los grandes recursos cognoscitivos del ser humano.Con falsa modestia, se conforman con verdades parciales yprovisionales, sin intentar hacer preguntas radicales sobre elsentido y el fundamento último de la vida humana, personal ysocial. Ha decaído, en definitiva, la esperanza de poder reci-bir de la filosofía respuestas definitivas a tales preguntas.

No podemos renunciar a la verdad6. La Iglesia, convencida de la competencia que le incumbe porser depositaria de la Revelación de Jesucristo, quiere reafirmarla necesidad de reflexionar sobre la verdad. Por este motivohe decidido dirigirme a vosotros, queridos Hermanos en elEpiscopado, con los cuales comparto la misión de anunciarabiertamente la verdad (2 Co 4, 2), como también a los teólogos yfilósofos a los que corresponde el deber de investigar sobre losdiversos aspectos de la verdad, y asimismo a las personas quela buscan, para exponer algunas reflexiones sobre la vía queconduce a la verdadera sabiduría, a fin de que quien sienta elamor por ella pueda emprender el camino adecuado para al-canzarla y encontrar en la misma descanso a su fatiga y gozo es-piritual.

Me mueve a esta iniciativa, ante todo, la convicción que ex-presan las palabras del Concilio Vaticano II, cuando afirma quelos obispos son testigos de la verdad divina y católica3. Testimo-niar la verdad es, pues, una tarea confiada a nosotros, los obis-

pos; no podemos renunciar a la misma sin descuidar el minis-terio que hemos recibido. Reafirmando la verdad de la fe, po-demos devolver al hombre contemporáneo la auténtica con-fianza en sus capacidades cognoscitivas y ofrecer a la filosofíaun estímulo para que pueda recuperar y desarrollar su plenadignidad.

Hay tambiénotro motivo queme induce a desa-rrollar estas refle-xiones. En la encí-clica Veritatis splen-dor he llamado laatención sobre algunas verdades fundamentales de la doctrina cató-lica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o ne-gadas4. Con la presente encíclica deseo continuar aquella reflexióncentrando la atención sobre el tema de la verdad y de su funda-mento en relación con la fe. No se puede negar, en efecto, queeste período de rápidos y complejos cambios expone especial-mente a las nuevas generaciones, a las cuales pertenece y de lascuales depende el futuro, a la sensación de que se ven priva-das de auténticos puntos de referencia. La exigencia de una ba-se sobre la cual construir la existencia personal y social se sien-te de modo notable sobre todo cuando se está obligado a cons-tatar el carácter parcial de propuestas que elevan lo efímero alrango de valor, creando ilusiones sobre la posibilidad de alcan-zar el verdadero sentido de la existencia. Sucede de ese modoque muchos llevan una vida casi hasta el límite de la ruina, sinsaber bien lo que les espera. Esto depende también del hecho deque, a veces, quien por vocación estaba llamado a expresar enformas culturales el resultado de la propia especulación ha des-viado la mirada de la verdad, prefiriendo el éxito inmediato,en lugar del esfuerzo de la investigación paciente sobre lo quemerece ser vivido. La filosofía, que tiene la gran responsabilidadde formar el pensamiento y la cultura por medio de la llamadacontinua a la búsqueda de lo verdadero, debe recuperar confuerza su vocación originaria. Por eso he sentido no sólo la exi-gencia, sino incluso el deber, de intervenir en este tema, paraque la Humanidad, en el umbral del tercer milenio de la eracristiana, tome conciencia cada vez más clara de los grandes re-cursos que le han sido dados y se comprometa con renovadoardor en llevar a cabo el plan de salvación en el cual está in-mersa su historia.

El pluralismo indiferenciado,síntoma de desconfianza

en la verdad

Si la verdad no es una,única y exclusiva,

todo se reduce a opinión

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 7ΑΩ

Jesús revela al Padre

7. En la base de toda la reflexión que la Iglesia lleva a cabo es-tá la conciencia de ser depositaria de un mensaje que tiene suorigen en Dios mismo (cf. 2 Co 4, 1-2). El conocimiento que ellapropone al hombre no proviene de su propia especulación,aunque fuese la más alta, sino del hecho de haber acogido en lafe la palabra de Dios (cf. 1 Ts 2, 13). En el origen de nuestro sercomo creyentes hay un encuentro, único en su género, en elque se manifiesta un misterio oculto en los siglos (cf. 1 Co 2, 7;Rm 16, 25-26), pero ahora revelado. Quiso Dios, con su bondad ysabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su volun-tad (cf. Ef 1, 9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el EspírituSanto, pueden loshombres llegar has-ta el Padre y parti-cipar de la natura-leza divina5. Éstaes una iniciativatotalmente gra-tuita, que vienede Dios para al-canzar a la Hu-manidad y sal-varla. Dios, comofuente de amor,desea darse a co-nocer, y el conoci-miento que elhombre tiene deÉl culmina cual-quier otro conoci-miento verdaderosobre el sentidode la propia exis-tencia que sumente es capaz dealcanzar.

8. Tomando casial pie de la letra las enseñanzas de laConstitución Dei Filius del Concilio Va-ticano I y teniendo en cuenta los princi-pios propuestos por el Concilio Triden-tino, la Constitución Dei Verbum del Va-ticano II ha continuado el secular caminode la inteligencia de la fe, reflexionandosobre la Revelación a la luz de las enseñanzas bíblicas y de to-da la tradición patrística. En el Primer Concilio Vaticano, losPadres habían puesto en evidencia el carácter sobrenatural dela revelación de Dios. La crítica racionalista, que en aquel pe-ríodo atacaba la fe sobre la base de tesis erróneas y muy di-fundidas, consistía en negar todo conocimiento que no fuese fru-to de las capacidades naturales de la razón. Este hecho obligóal Concilio a sostener con fuerza que, además del conocimien-to propio de la razón humana, capaz por su naturaleza de lle-

gar hasta el Creador, existe un conocimiento que es peculiarde la fe. Este conocimiento expresa una verdad que se basa enel hecho mismo de que Dios se revela, y es una verdad muycierta porque Dios ni engaña ni quiere engañar6.

9. El Concilio Vaticano I enseña, pues, que la verdad alcanzadaa través de la reflexión filosófica y la verdad que proviene de laRevelación no se confunden, ni una hace superflua la otra: Hayun doble orden de conocimiento, distinto no sólo por su principio, si-no también por su objeto; por su principio, primeramente, porque enuno conocemos por razón natural, y en otro por fe divina; por su ob-jeto también, porque, aparte aquellas cosas que la razón natural pue-de alcanzar, se nos proponen para creer misterios escondidos en Dios

de los que, a no ha-ber sido divina-mente revelados,no se pudiera te-ner noticia7. La fe,que se funda enel testimonio deDios y cuentacon la ayuda so-brenatural de lagracia, pertene-ce efectivamentea un orden di-verso del conoci-miento filosófi-co. Éste, en efec-to, se apoya so-bre la percepciónde los sentidos yla experiencia, yse mueve a laluz de la sola in-teligencia. La fi-losofía y las cien-cias tienen supuesto en el or-den de la razón

natural, mientras que la fe, iluminada yguiada por el Espíritu, reconoce en elmensaje de la salvación la plenitud de gra-cia y de verdad (cf. Jn 1, 14) que Dios haquerido revelar en la Historia y de mododefinitivo por medio de su Hijo Jesucristo(cf. 1 Jn 5, 9: Jn 5, 31-32).

La importancia del tiempo10. En el Concilio Vaticano II los Padres, dirigiendo su miradaa Jesús revelador, han ilustrado el carácter salvífico de la reve-lación de Dios en la Historia y han expresado su naturalezadel modo siguiente: En esta revelación, Dios invisible (cf. Col 1,15; 1 Tm 1, 17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf.Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (cf. Ba 3, 38) para invitarlos

CAPÍTULO I

LA REVELACIÓNDE LA SABIDURÍA DE DIOS

Existe un conocimiento peculiarde la fe, además del propio

de la razón

Asamblea conciliar en la Basílica vaticana

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»8 ΑΩy recibirlos en sucompañía. El plande la revelación serealiza por obras ypalabras intrínseca-mente ligadas; lasobras que Dios rea-liza en la historia dela salvación mani-fiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras sig-nifican; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su mis-terio. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre quetransmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y pleni-tud de toda la revelación8.

11. La revelación de Dios se inserta, pues, en el tiempo y la His-toria; más aún, la encarnación de Jesucristo tiene lugar en laplenitud de los tiempos (Ga 4, 4). A dos mil años de distancia deaquel acontecimiento, siento el deber de reafirmar con fuerzaque en el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamen-tal9. En él tiene lugar toda la obra de la creación y de la salvacióny, sobre todo, destaca el hecho de que con la encarnación del Hi-jo de Dios vivimos y anticipamos ya desde ahora lo que será laplenitud del tiempo (cf. Hb 1, 2).

La verdad que Dios ha comunicado al hombre sobre sí mis-mo y sobre su vida se inserta, pues, en el tiempo y en la Histo-ria. Es verdad que ha sido pronunciada de una vez para siem-pre en el misterio de Jesús de Nazaret.Lo dice con palabras elocuentes la Cons-titución Dei Verbum: «Dios habló a nues-tros padres en distintas ocasiones y de mu-chas maneras por los profetas. Ahora en estaetapa final nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1,1-2). Pues envió a su Hijo, la Palabra eter-na, que alumbra a todo hombre, para que ha-bitara entre los hombres y les contara la inti-midad de Dios (cf. Jn 1, 1-18). Jesucristo, Pa-labra hecha carne, «hombre enviado a loshombres», habla las palabras de Dios (Jn 3,34) y realiza la obra de la salvación que el Pa-dre le encargó (cf. Jn 5, 36; 17, 4). Por eso,quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cf. Jn 14, 9);él, con su presencia y manifestación, con suspalabras y obras, signos y milagros, sobre to-do con su muerte y gloriosa resurrección, conel envío del Espíritu de la verdad, lleva a ple-nitud toda la revelación10.

La Historia, pues, es para el Pueblo de Dios un camino quehay que recorrer por entero, de forma que la verdad revelada ex-prese en plenitud sus contenidos gracias a la acción incesantedel Espíritu Santo (cf. Jn 16, 13). Lo enseña asimismo la Cons-titución Dei Verbum cuando afirma que la Iglesia camina a travésde los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ellaplenamente las palabras de Dios11.

12. Así pues, la Historia es el lugar donde podemos constatar laacción de Dios en favor de la Humanidad. Él se nos manifies-ta en lo que para nosotros es más familiar y fácil de verificar,porque pertenece a nuestro contexto cotidiano, sin el cual no lle-garíamos a comprendernos.

La encarnación del Hijo de Dios permite ver realizada lasíntesis definitiva que la mente humana, partiendo de sí misma,ni tan siquiera hubiera podido imaginar: el Eterno entra en eltiempo, el Todo se esconde en la parte, y Dios asume el rostrodel hombre. La verdad expresada en la revelación de Cristo nopuede encerrarse en un restringido ámbito territorial y cultural,sino que se abre a todo hombre y mujer que quiera acogerlacomo palabra definitivamente válida para dar sentido a la exis-tencia. Ahora todos tienen en Cristo acceso al Padre; en efecto,con su muerte y resurrección, Él ha dado la vida divina que el

primer Adán había rechazado (cf. Rm 5, 12-15). Con esta Re-velación se ofrece al hombre la verdad última sobre su propiavida y sobre el destino de la Historia: Realmente, el misterio delhombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, afirma laConstitución Gaudium et spes12. Fuera de esta perspectiva, elmisterio de la existencia personal resulta un enigma insoluble.¿Dónde podría el hombre buscar la respuesta a las cuestionesdramáticas como el dolor, el sufrimiento de los inocentes y lamuerte, sino no en la luz que brota del misterio de la pasión,muerte y resurrección de Cristo?

La razón ante el misterio

13. De todos modos, no hay que olvidar que la Revelación es-tá llena de misterio. Es verdad que, con toda su vida, Jesús re-vela el rostro del Padre, ya que ha venido para explicar los se-cretos de Dios13; sin embargo, el conocimiento que nosotros te-nemos de ese rostro se caracteriza por el aspecto fragmentarioy por el límite de nuestro entendimiento. Sólo la fe permite pe-netrar en el misterio, favoreciendo su comprensión coherente.

El Concilio enseña que cuando Dios revela, el hombre tiene quesometerse con la fe14. Con esta afirmación breve pero densa, seindica una verdad fundamental del cristianismo. Se dice, antetodo, que la fe es la respuesta de obediencia a Dios. Ello conllevareconocerle en su divinidad, trascendencia y libertad supre-ma. El Dios, que se da a conocer desde la autoridad de su ab-

soluta trascendencia, lleva consigo la cre-dibilidad de aquello que revela. Desdela fe el hombre da su asentimiento a esetestimonio divino. Ello quiere decir quereconoce plena e integralmente la ver-dad de lo revelado, porque Dios mismoes su garante. Esta verdad, ofrecida alhombre y que él no puede exigir, se in-serta en el horizonte de la comunicacióninterpersonal, e impulsa a la razón aabrirse a la misma y a acoger su sentidoprofundo. Por esto el acto con el que unoconfía en Dios siempre ha sido conside-rado por la Iglesia como un momento deelección fundamental, en la cual está im-plicada toda la persona. Inteligencia yvoluntad desarrollan al máximo su na-turaleza espiritual para permitir que elsujeto cumpla un acto en el cual la liber-

tad personal se vive de modo pleno15. En la fe, pues, la libertadno sólo está presente, sino que es necesaria. Más aún, la fe es laque permite a cada uno expresar mejor la propia libertad. Dichocon otras palabras, la libertad no se realiza en las opciones con-tra Dios. En efecto, ¿cómo podría considerarse un uso auténti-co de la libertad la negación a abrirse hacia lo que permite la re-alización de sí mismo? La persona, al creer, lleva a cabo el actomás significativo de la propia existencia; en él la libertad al-canza la certeza de la verdad y decide vivir en la misma.

Para ayudar a la razón, que busca la comprensión del mis-terio, están también los signos contenidos en la Revelación. És-tos sirven para profundizar más en la búsqueda de la verdad ypermitir que la mente pueda indagar, de forma autónoma, in-cluso dentro del misterio. Estos signos, si por una parte danmayor fuerza a la razón, porque le permiten investigar en el

misterio con suspropios medios,de los cuales estájustamente celosa,por otra parte laempujan a ir másallá de su mismarealidad de sig-nos, para descu-

En el cristianismo, el tiempo tieneuna importancia fundamental:en él tiene lugar la salvación

del hombre

La verdad expresada en larevelación de Cristo no puede

restringirse a un ámbito territorialo cultural, está abierta a todocomo palabra definitivamenteválida para dar sentido a la

existencia. Fuera de estaperspectiva, el misterio de laexistencia personal resulta

un enigma insoluble

En la fe, la libertad no sólo está presente, sino que es necesaria

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 9ΑΩ

brir el significado ulterior del cual son portadores. En ellos,por lo tanto, está presente una verdad escondida a la que lamente debe dirigirse y de la cual no puede prescindir sin des-truir el signo mismo que se le propone.

Podemos fijarnos, en cierto modo, en el horizonte sacra-mental de la Revelación y, en particular, en el signo eucarístico,donde la unidad inseparable entre la realidad y su significadopermite captar la profundidad del misterio. Cristo, en la Eu-caristía, está verdaderamente presente y vivo, y actúa con su Es-píritu, pero, como acertadamente decía santo Tomás, lo que nocomprendes y no ves, lo atestigua una fe viva, fuera de todo el ordende la naturaleza. Lo que aparece es un signo: esconde en el misterio re-alidades sublimes16. A este respecto escri-be el filósofo Pascal: Como Jesucristo per-maneció desconocido entre los hombres, delmismo modo su verdad permanece, entre lasopiniones comunes, sin diferencia exterior.Así queda la Eucaristía entre el pan común17.

El conocimiento de fe, en definitiva,no anula el misterio; sólo lo hace más evi-dente y lo manifiesta como hecho esen-cial para la vida del hombre: Cristo, el Señor, en la misma reve-lación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente elhombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación18,que es participar en el misterio de la vida trinitaria de Dios19.

Un horizonte de novedad14. La enseñanza de los dos Concilios Vaticanos abre tambiénun verdadero horizonte de novedad para el saber filosófico.La Revelación introduce en la Historia un punto de referenciadel cual el hombre no puede prescindir, si quiere llegar a com-prender el misterio de su existencia; pero, por otra parte, este co-nocimiento remite constantemente al misterio de Dios que lamente humana no puede agotar, sino sólo recibir y acoger en lafe. En estos dos pasos, la razón posee su propio espacio carac-terístico que le permite indagar y comprender, sin ser limitadapor otra cosa que su finitud ante el misterio infinito de Dios.

Así pues, la Revelación introduce en nuestra historia unaverdad universal y última que induce a la mente del hombre ano pararse nunca; más bien la empuja a ampliar continuamenteel campo del propio saber, mientras se dé cuenta de que no harealizado todo lo que podía, sin descuidar nada. Nos ayuda,

en esta tarea, una de las inteligencias más fecundas y signifi-cativas de la Historia de la Humanidad, a la cual justamentese refieren tanto la filosofía como la teología: san Anselmo. Ensu Proslogion, el arzobispo de Canterbury se expresa así: Diri-giendo frecuentemente y con fuerza mi pensamiento a este problema,a veces me parecía poder alcanzar lo que buscaba; otras veces, sin em-bargo, se escapaba completamente de mi pensamiento; hasta que, al fi-nal, desconfiando de poderlo encontrar, quise dejar de buscar algoque era imposible encontrar. Pero, cuando quise alejar de mí ese pen-samiento porque, ocupando mi mente, no me distrajese de otros pro-blemas de los cuales pudiera sacar algún provecho, entonces comen-zó a presentarse con mayor importunación [...] Pero, pobre de mí,

uno de los pobres hijos de Eva, lejano de Dios,¿qué he empezado a hacer y qué he logrado?;¿qué buscaba y qué he logrado?; ¿a qué as-piraba y por qué suspiro? [...] Oh Señor, Túno eres solamente Aquel de quien no se pue-de pensar nada mayor (non solum es quomaius cogitari nequit), sino que eres másgrande de todo lo que se pueda pensar (quid-dam maius quam cogitari possit) [...] Si Tú no

fueses así, se podría pensar alguna cosa más grande que Tú, pero es-to no puede ser20.

15. La verdad de la Revelación cristiana, que se manifiesta en Je-sús de Nazaret, permite a todos acoger el misterio de la propiavida. Como verdad suprema, a la vez que respeta la autono-mía de la criatura y su libertad, la obliga a abrirse a la trascen-dencia. Aquí la relación entre libertad y verdad llega al máximoy se comprende en su totalidad la palabra del Señor: Conoceréisla verdad y la verdad os hará libres (Jn 8, 32).

La verdadera estrellaLa Revelación cristiana es la verdadera estrella que orienta

al hombre que avanza entre los condicionamientos de la men-talidad inmanentista y las estrecheces de una lógica tecnocrá-tica; es la última posibilidad que Dios ofrece para encontrar,en plenitud, el proyecto originario de amor iniciado con la cre-ación. El hombre deseoso de conocer lo verdadero, si aún escapaz de mirar más allá de sí mismo y de levantar la mirada porencima de los propios proyectos, recibe la posibilidad de re-cuperar la relación auténtica con su vida, siguiendo el camino

Hay una profunda e inseparableunidad entre el conocimiento

de la razón y el de la fe

Pascal, san Agustín y san Anselmo

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»10 ΑΩde la verdad. Las palabras del Deutero-nomio se pueden aplicar a esta situación:Porque estos mandamientos que yo te pres-cribo hoy no son superiores a tus fuerzas, niestán fuera de tu alcance. No están en el cie-lo, para que no hayas de decir: ¿Quién subi-rá por nosotros al cielo a buscarlos para que losoigamos y los pongamos en práctica? Ni estánal otro lado del mar, para que no hayas de de-cir: ¿Quién irá por nosotros al otro lado delmar a buscarlos para que los oigamos y lospongamos en práctica? Sino que la palabraestá bien cerca de ti, está en tu boca y en tu co-razón para que la pongas en práctica (30, 11-14). A este texto se re-fiere la famosa frase del santo filósofo y teólogo Agustín: Noli fo-ras ire, in te ipsum redi. In interiore homine habitat veritas21.

A la luz de estas consideraciones, se impone una pri-mera conclusión: la verdad que la Revelación nos hace co-

nocer no es el fruto maduro o el pun-to culminante de un pensamiento ela-borado por la razón. Por el contrario,ésta se presenta con la característicade la gratuidad, genera pensamiento yexige ser acogida como expresión deamor. Esta verdad relevada es antici-pación, en nuestra historia, de la vi-sión última y definitiva de Dios queestá reservada a los que creen en Él olo buscan con corazón sincero. El finúltimo de la existencia personal, pues,es objeto de estudio tanto de la filo-

sofía como de la teología. Ambas, aunque con medios ycontenidos diversos, miran hacia este sendero de la vida (Sal16 [15], 11), que, como nos dice la fe, tiene su meta últimaen el gozo pleno y duradero de la contemplación del DiosUno y Trino.

La Revelación cristiana esla verdadera estrella que orienta

al hombre que avanzaentre los condicionamientos

de la mentalidad inmanentistay las estrecheces

de una lógica tecnocrática

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 11ΑΩ

«La sabiduría todo lo sabe y entiende» (Sb 9, 11)

16. La Sagrada Escritura nos presenta con sorprendente claridadel vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe yel de la razón. Lo atestiguan sobre todo los Libros sapienciales. Loque llama la atención en la lectura, hecha sin prejuicios, de es-tas páginas de la Escritura, es el hecho de que en estos textos secontenga no solamente la fe de Israel, sino también la riquezade civilizaciones y culturas ya desapareci-das. Casi por un designio particular, Egip-to y Mesopotamia hacen oír de nuevo suvoz y algunos rasgos comunes de las cul-turas del antiguo Oriente reviven en estaspáginas ricas de intuiciones muy profun-das.

No es casual que, en el momento en elque el autor sagrado quiere describir alhombre sabio, lo presente como el que amay busca la verdad: Feliz el hombre que se ejer-cita en la sabiduría, y que en su inteligencia re-flexiona, que medita sus caminos en su cora-zón, y sus secretos considera. Sale en su buscacomo el que sigue su rastro, y en sus caminos sepone al acecho. Se asoma a sus ventanas y a suspuertas escucha. Acampa muy cerca de su casay clava la clavija en sus muros. Monta su tien-da junto a ella, y se alberga en su albergue di-choso. Pone sus hijos a su abrigo y bajo sus ra-mas se cobija. Por ella es protegido del calor y ensu gloria se alberga (Si 14, 20-27).

Como se puede ver, para el autor inspi-rado el deseo de conocer es una caracterís-tica común a todos los hombres. Gracias a lainteligencia se da a todos, tanto creyentescomo no creyentes, la posibilidad de al-canzar el agua profunda (cf. Pr 20, 5). Es ver-dad que, en el antiguo Israel, el conoci-miento del mundo y de sus fenómenos nose alcanzaba por el camino de la abstrac-ción, como para el filósofo jónico o el sabioegipcio. Menos aún, el buen israelita con-cebía el conocimiento con los parámetrospropios de la época moderna, orientadaprincipalmente a la división del saber. Sinembargo, el mundo bíblico ha hecho de-sembocar en el gran mar de la teoría del co-nocimiento su aportación original.

¿Cuál es ésta? La peculiaridad que dis-tingue el texto bíblico consiste en la con-vicción de que hay una profunda e inseparable unidad entre elconocimiento de la razón y el de la fe. El mundo y todo lo quesucede en él, como también la Historia y las diversas vicisitu-des del pueblo, son realidades que se han de ver, analizar yjuzgar con los medios propios de la razón, pero sin que la fesea extraña en este proceso. Ésta no interviene para menos-preciar la autonomía de la razón o para limitar su espacio de ac-

ción, sino sólo para hacer comprender al hombre que el Dios deIsrael se hace visible y actúa en estos acontecimientos. Asimis-mo, conocer a fondo el mundo y los acontecimientos de la His-toria no es posible sin confesar al mismo tiempo la fe en Diosque actúa en ellos. La fe agudiza la mirada interior abriendo lamente para que descubra, en el sucederse de los aconteci-mientos, la presencia operante de la Providencia. Una expresióndel Libro de los Proverbios es significativa a este respecto: El co-

razón del hombre medita su camino, pero es el Señor quien asegura suspasos (16, 9). Es decir, el hombre, con la luz de la razón, sabereconocer su camino, pero lo puede recorrer de forma libre, sinobstáculos y hasta el final, si con ánimo sincero fija su búsque-da en el horizonte de la fe. La razón y la fe, por tanto, no sepueden separar sin que se reduzca la posibilidad del hombre deconocer, de modo adecuado, a sí mismo, al mundo y a Dios.

CAPÍTULO II

CREDO UT INTELLEGAM

La posibilidad de alcanzar el «agua profunda»

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»12 ΑΩ17. No hay, pues, motivo de competitividad alguna entre la ra-zón y la fe: una está dentro de la otra, y cada una tiene su pro-pio espacio de realización. El Libro de los Proverbios nos sigueorientando en esta dirección al exclamar: Es gloria de Dios ocul-tar una cosa, y gloria de los reyes escrutarla (25, 2). Dios y el hom-bre, cada uno en su respectivo mundo, se encuentran así enuna relación única. En Dios está el origen de cada cosa, en Él seencuentra la plenitud del misterio, y ésta es su gloria; al hom-bre le corresponde la misión de investigar, con su razón, la ver-dad, y en esto consiste su grandeza. Una ulterior tesela a estemosaico es puesta por el salmista cuando ora diciendo: Maspara mí, ¡qué arduos son tus pensamientos, oh Dios, qué incontable susuma! ¡Son más, si los recuento, que la arena, y al terminar, todavíaestoy contigo! (139 [138], 17-18). El deseo de conocer es tan gran-de y supone tal dinamismo, que el corazón del hombre, inclu-so desde la experiencia de su límite insuperable, suspira haciala infinita riqueza que está más allá, porque intuye que en ellaestá guardada la respuesta satisfactoria para cada preguntaaún no resuelta.

Un horizonte más amplio18. Podemos decir, pues, que Israel, con su reflexión, ha sabidoabrir a la razón el camino hacia el misterio. En la revelación deDios ha podido sondear en profundidad lo que la razón pre-tendía alcanzar sin lograrlo. A partir de esta forma de conoci-miento más profunda, el pueblo elegido ha entendido que la ra-zón debe respetar algunas reglas de fondo para expresar mejorsu propia naturaleza. Una primera regla consiste en tener encuenta el hecho de que el conocimiento del hombre es un ca-mino que no tiene descanso; la segunda nace de la conciencia deque dicho camino no se puede recorrer con el orgullo de quienpiense que todo es fruto de una conquista personal; una terce-ra se funda en el temor de Dios, del cual la razón debe reconocera la vez su trascendencia soberana y su amor providente en elgobierno del mundo.

Cuando se aleja de estas reglas, el hombre se expone alriesgo del fracaso y acaba por encontrarse en la situación delnecio. Para la Biblia, en esta necedad hay una amenaza para lavida. En efecto, el necio se engaña pensando que conoce mu-chas cosas, pero en realidad no es capaz de fijar la miradasobre las esenciales. Ello le impide poner orden en su mente(cf. Pr 1, 7) y asumir una actitud adecuada para consigo mis-mo y para con el ambiente que le rodea. Cuando llega a afir-mar: Dios no existe (cf. Sal 14 [13], 1), muestra con claridaddefinitiva lo deficiente de su conocimiento y lo lejos que es-tá de la verdad plena sobre las cosas, sobre su origen y sudestino.

19. El Libro de la Sabiduría tiene algunos textos importantes queaportan más luz a este tema. En ellos el autor sagrado habla deDios, que se da a conocer también por medio de la naturaleza.Para los antiguos el estudio de las ciencias naturales coinci-día en gran parte con el saber filosófico. Después de haberafirmado que con su inteligencia el hombre está en condicionesde conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos [...],los ciclos del año y la posición de las estrellas, la naturaleza de los ani-males y los instintos de las fieras (Sb 7, 17.19-20), en una palabra,que es capaz de filosofar, el texto sagrado da un paso más, degran importancia. Recuperando el pensamiento de la filosofíagriega, a la cual parece referirse en este contexto, el autor afir-ma que, precisamente razonando sobre la naturaleza, se pue-de llegar hasta el Creador: De la grandeza y hermosura de lascriaturas, se llega, por analogía, a contemplar a su Autor (Sb 13,5). Se reconoce así un primer paso de la Revelación divina,constituido por el maravilloso Libro de la naturaleza, con cuyalectura, mediante los instrumentos propios de la razón hu-mana, se puede llegar al conocimiento del Creador. Si el hom-bre, con su inteligencia, no llega a reconocer a Dios como cre-ador de todo, no se debe tanto a la falta de un medio adecua-

do, cuanto, sobre todo, al impedimento puesto por su volun-tad libre y su pecado.

20. En esta perspectiva la razón es valorizada, pero no so-brevalorada. En efecto, lo que ella alcanza puede ser verda-dero, pero adquiere significado pleno solamente si su con-tenido se sitúa en un horizonte más amplio, que es el de la fe:Del Señor dependen los pasos del hombre: ¿cómo puede el hombreconocer su camino? (Pr 20, 24). Para el Antiguo Testamento,pues, la fe libera la razón, en cuanto le permite alcanzar co-herentemente su objeto de conocimiento y colocarlo en el or-den supremo en el cual todo adquiere sentido. En definiti-va, el hombre, con la razón, alcanza la verdad, porque ilu-minado por la fe descubre el sentido profundo de cada cosay, en particular, de la propia existencia. Por tanto, con razón,el autor sagrado fundamenta el verdadero conocimiento pre-cisamente en el temor de Dios: El temor del Señor es el principiode la sabiduría (Pr 1, 7; cf. Si 1, 14).

«Adquiere la sabiduría,adquiere la inteligencia» (Pr 4, 5)

21. Para el Antiguo Testamento el conocimiento no se funda-menta solamente en una observación atenta del hombre, delmundo y de la Historia, sino que supone también una indis-pensable relación con la fe y con los contenidos de la Revelación.En esto consisten los desafíos que el pueblo elegido ha tenidoque afrontar y a los cuales ha dado respuesta. Reflexionando so-bre esta condición, el hombre bíblico ha descubierto que nopuede comprenderse sino como ser en relación: consigo, con elpueblo, con el mundo y con Dios. Esta apertura al misterio,que le viene de la Revelación, ha sido al final para él la fuentede un verdadero conocimiento, que ha consentido a su razón en-trar en el ámbito de lo infinito, recibiendo así posibilidades decompresión hasta entonces insospechadas.

Para el autor sagrado, el esfuerzo de la búsqueda no estabaexento de la dificultad que supone enfrentarse con los límites dela razón. Ello se advierte, por ejemplo, en las palabras con lasque el Libro de los Proverbios denota el cansancio debido a los in-tentos de comprender los misteriosos designios de Dios (cf. 30,1.6). Sin embargo, a pesar de la dificultad, el creyente no se rin-de. La fuerza para continuar su camino hacia la verdad le vie-ne de la certeza de que Dios lo ha creado como un explorador (cf.Qo 1, 13), cuya misión es no dejar nada sin probar a pesar delcontinuo chantaje de la duda. Apoyándose en Dios, se dirige,siempre y en todas partes, hacia lo que es bello, bueno y ver-dadero.

22. San Pablo, en el primer capítulo de su Carta a los Romanos nosayuda a apreciar mejor lo incisiva que es la reflexión de los Li-bros sapienciales. Desarrollando una argumentación filosóficacon lenguaje popular, el Apóstol expresa una profunda ver-dad: a través de la creación los ojos de la mente pueden llegar aconocer a Dios. En efecto, mediante las criaturas Él hace que larazón intuya su potencia y su divinidad (cf. Rm 1, 20). Así pues,se reconoce a la razón del hombre una capacidad que parece su-perar casi sus mismos límites naturales: no sólo no está limita-da al conocimiento sensorial, desde el momento que puede re-flexionar críticamente sobre ello, sino que, argumentando sobrelos datos de los sentidos, puede incluso alcanzar la causa que dalugar a toda realidad sensible. Con terminología filosófica po-dríamos decir que, en este importante texto paulino, se afirmala capacidad metafísica del hombre.

Según el Apóstol, en el proyecto originario de la creación,la razón tenía la capacidad de superar fácilmente el dato sensiblepara alcanzar el origen mismo de todo: el Creador. Debido ala desobediencia con la cual el hombre eligió situarse en plenay absoluta autonomía respecto a Aquel que lo había creado,quedó mermada esta facilidad de acceso a Dios creador.

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 13ΑΩ

«Tristeza». Óleo de Pilar de la Fuente. El Hijo de Dios crucificado, acontecimiento cumbre de la Historia

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»14 ΑΩLos cepos de la razón

El Libro del Génesis describe de modo plástico esta condicióndel hombre cuando narra que Dios lo puso en el jardín delEdén, en cuyo centro estaba situado el árbol de la ciencia del bieny del mal (2, 17). El símbolo es claro: el hombre no era capaz dediscernir y decidir por sí mismo lo que era bueno y lo que eramalo, sino que debía apelar a un principio superior. La cegue-ra del orgullo hizo creer a nuestros primeros padres que eran so-beranos y autónomos, y que podían prescindir del conoci-miento que deriva de Dios. En su desobediencia originaria,ellos involucraron a cada hombre y a cada mujer, produciendoen la razón heridas que, a partir de entonces, obstaculizarían elcamino hacia la plena verdad. La capacidad humana de cono-cer la verdad quedó ofuscada por la aversión hacia Aquel quees fuente y origen de la verdad. El Apóstol sigue mostrandocómo los pensamientos de los hombres,a causa del pecado, fueron vanos, y losrazonamientos, distorsionados y orien-tados hacia lo falso (cf. Rm 1, 21-22). Losojos de la mente no eran ya capaces dever con claridad: progresivamente la ra-zón se ha quedado prisionera de sí mis-ma. La venida de Cristo ha sido el acon-tecimiento de salvación que ha redimi-do a la razón de su debilidad, librándolade los cepos en los que ella misma se ha-bía encadenado.

23. La relación del cristiano con la filo-sofía, pues, requiere un discernimientoradical. En el Nuevo Testamento, espe-cialmente en las Cartas de san Pablo, hayun dato que sobresale con mucha claridad: la contraposición en-tre la sabiduría de este mundo y la de Dios, revelada en Jesucris-to. La profundidad de la sabiduría revelada rompe nuestrosesquemas habituales de reflexión, que no son capaces de ex-presarla de manera adecuada.

El comienzo de la Primera Carta a los Corintios presenta estedilema con radicalidad. El Hijo de Dios crucificado es el acon-tecimiento histórico contra el cual se estrella todo intento de lamente de construir sobre argumentaciones solamente humanasuna justificación suficiente del sentido de la existencia. El ver-dadero punto central, que desafía toda filosofía, es la muerte deJesucristo en la cruz. En este punto todo intento de reducir elplan salvador del Padre a pura lógica humana está destinadoal fracaso. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista

de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo?(1 Co 1, 20) se pregunta con énfasis el Apóstol. Para lo queDios quiere llevar a cabo, ya no es posible la mera sabiduría delhombre sabio, sino que se requiere dar un paso decisivo paraacoger una novedad radical: Ha escogido Dios más bien lo neciodel mundo para confundir a los sabios [...] Lo plebeyo y despreciabledel mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo quees (1 Co 1, 27-28). La sabiduría del hombre rehusa ver en lapropia debilidad el presupuesto de su fuerza; pero san Pablono duda en afirmar: pues, cuando estoy débil, entonces es cuandosoy fuerte (2 Co 12, 10). El hombre no logra comprender cómola muerte pueda ser fuente de vida y de amor, pero Dios haelegido para revelar el misterio de su designio de salvaciónprecisamente lo que la razón considera locura y escándalo. Ha-blando el lenguaje de los filósofos contemporáneos suyos, Pa-blo alcanza el culmen de su enseñanza y de la paradoja que

quiere expresar: Dios ha elegido en el mun-do lo que es nada para convertir en nada lascosas que son (1 Co 1, 28). Para poner derelieve la naturaleza de la gratuidad delamor revelado en la Cruz de Cristo, elApóstol no tiene miedo de usar el len-guaje más radical que los filósofos em-pleaban en sus reflexiones sobre Dios.La razón no puede vaciar el misterio deamor que la Cruz representa, mientrasque ésta puede dar a la razón la res-puesta última que busca. No es la sabi-duría de las palabras, sino la Palabra dela Sabiduría lo que san Pablo pone co-mo criterio de verdad y, a la vez, de sal-vación.

La sabiduría de la Cruz, pues, superatodo límite cultural que se le quiera imponer y obliga a abrirsea la universalidad de la verdad, de la que es portadora. ¡Qué de-safío más grande se le presenta a nuestra razón y qué provechoobtiene si no se rinde! La filosofía, que por sí misma es capaz dereconocer el incesante trascenderse del hombre hacia la ver-dad, ayudada por la fe puede abrirse a acoger en la locura de laCruz la auténtica crítica de los que creen poseer la verdad, apri-sionándola entre los recovecos de su sistema. La relación entrefe y filosofía encuentra en la predicación de Cristo crucificadoy resucitado el escollo contra el cual puede naufragar, pero porencima del cual puede desembocar en el océano sin límites dela verdad. Aquí se evidencia la frontera entre la razón y la fe, pe-ro se aclara también el espacio en el cual ambas pueden en-contrarse.

El Hijo de Dios crucificadoes el acontecimiento históricocontra el cual se estrella todo

intento de la mente de construir,sobre argumentaciones

solamente humanas,una justificación suficientedel sentido de la existencia

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 15ΑΩ

Caminando en busca de la verdad

24. Cuenta el evangelista Lucas, en los Hechos de losApóstoles, que, en sus viajes misioneros, Pablo llegóa Atenas. La ciudad de los filósofos estaba llena deestatuas que representaban diversos ídolos. Le lla-mó la atención un altar y aprovechó enseguida laoportunidad para ofrecer una base común sobre lacual iniciar el anuncio del kerigma: Atenienses –di-jo–, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, losmás respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y con-templar vuestros monumentos sagrados, he encontradotambién un altar en el que estaba grabada esta inscrip-ción: «Al Dios desconocido». Pues bien, lo que adoráis sinconocer, eso os vengo yo a anunciar (Hch 17, 22-23). Apartir de este momento, san Pablo habla de Dioscomo creador, como Aquel que trasciende todas lascosas y que ha dado la vida a todo. Continua des-pués su discurso de este modo: El creó, de un soloprincipio, todo el linaje humano, para que habitase sobretoda la faz de la tierra fijando los tiempos determinadosy los límites del lugar donde habían de habitar, con elfin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas labuscaban y la hallaban; por más que no se encuentra le-jos de cada uno de nosotros (Hch 17, 26-27).

El Apóstol pone de relieve una verdad que la Igle-sia ha conservado siempre: en lo más profundo delcorazón del hombre está el deseo y la nostalgia deDios. Lo recuerda con énfasis también la liturgia delViernes Santo cuando, invitando a orar por los queno creen, nos hace decir: Dios todopoderoso y eterno, quecreaste a todos los hombres para que Te busquen, y cuan-do Te encuentren, descansen en Ti22. Existe, pues, un ca-mino que el hombre, si quiere, puede recorrer; iniciacon la capacidad de la razón de levantarse más alláde lo contingente para ir hacia lo infinito.

De diferentes modos y en diversos tiempos el hombre hademostrado que sabe expresar este deseo íntimo. La literatura,la música, la pintura, la escultura, la arquitectura y cualquierotro fruto de su inteligencia creadora se convierten en cauces através de los cuales puede manifestar su afán de búsqueda. Lafilosofía ha asumido, de manera peculiar, este movimiento yha expresado, con sus medios y según sus propias modalidadescientíficas, este deseo universal del hombre.

25. Todos los hombres desean saber23 y la verdad es el objeto propiode este deseo. Incluso la vida diaria muestra cuán interesado es-

tá cada uno en descubrir, más allá de lo conocido de oídas, có-mo están verdaderamente las cosas. El hombre es el único seren toda la creación visible que no sólo es capaz de saber, sinoque sabe también que sabe, y por eso se interesa por la verdadreal de lo que se le presenta. Nadie puede permanecer since-ramente indiferente a la verdad de su saber. Si descubre quees falso, lo rechaza; en cambio, si puede confirmar su verdad, sesiente satisfecho. Es la lección de san Agustín cuando escribe: Heencontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisieradejarse engañar24. Con razón se considera que una persona haalcanzado la edad adulta cuando puede discernir, con los pro-

CAPÍTULO III

INTELLEGO UT CREDAM

En lo más profundo del corazóndel hombre está el deseo

y la nostalgia de Dios

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»16 ΑΩpios medios, entre lo que es verdadero y lo que es falso, for-mándose un juicio propio sobre la realidad objetiva de las cosas.Éste es el motivo de tantas investigaciones, particularmente enel campo de las ciencias, que han llevado en los últimos siglosa resultados tan significativos, favoreciendo un auténtico pro-greso de toda la Humanidad.

No menos importante que la investigación en el ámbito teórico es la que se lleva a cabo en el ámbito práctico: quiero alu-dir a la búsqueda de la verdad en relación con el bien que hayque realizar. En efecto, con el propio obrar ético la persona, ac-tuando según su libre y recto querer, toma el camino de la feli-cidad y tiende a la perfección. También en este caso se trata dela verdad. He reafirmado esta convicción en la encíclica Veritatissplendor: No existe moral sin libertad [...] Si existe el derecho de ser res-petados en el propio camino de búsqueda de la verdad, existe aún an-tes la obligación moral, grave para cada uno, de buscar la verdad y se-guirla una vez conocida25.

Es, pues, necesario que los valores elegidos y que se persi-guen con la propia vida sean verdaderos, porque solamentelos valores verdaderos pueden perfeccionar a la persona reali-zando su naturaleza. El hombre encuentra esta verdad de los va-lores no encerrándose en sí mismo, sino abriéndose para aco-gerla incluso en las dimensiones que lo trascienden. Ésta esuna condición necesaria para que cada uno llegue a ser él mis-mo y crezca como persona adulta y madura.

Universalidad de la verdad26. La verdad se presenta inicialmente al hombre como un in-terrogante: ¿Tiene sentido la vida?; ¿hacia dónde se dirige? A pri-mera vista, la existencia personal podría presentarse como ra-dicalmente carente de sentido. No es necesario recurrir a losfilósofos del absurdo ni a las preguntas provocadoras que se en-cuentran en el libro de Job para dudar del sentido de la vida. Laexperiencia diaria del sufrimiento, propio y ajeno, la vista detantos hechos que a la luz de la razón parecen inexplicables,son suficientes para hacer ineludible una pregunta tan dramá-tica como la pregunta sobre el sentido26. A esto se debe añadirque la primera verdad absolutamente cierta de nuestra exis-tencia, además del hecho de que existimos, es lo inevitable denuestra muerte. Frente a este dato desconcertante se imponela búsqueda de una respuesta exhaustiva. Cada uno quiere –ydebe– conocer la verdad sobre el propio fin. Quiere saber si lamuerte será el término definitivo de su existencia, o si hay algoque sobrepasa la muerte: si le está permitido esperar en unavida posterior o no. Es significativo que el pensamiento filo-sófico haya recibido una orientación decisiva de la muerte de Só-crates, que lo ha marcado desde hace más de dos milenios. Noes en absoluto casual, pues, que los filósofos, ante el hecho dela muerte, se hayan planteado de nuevo este problema, juntocon el del sentido de la vida y de la inmortalidad.

27. Nadie, ni el filósofo ni el hombre corriente, puede sustraersea estas preguntas. De la respuesta que se les dé depende una eta-pa decisiva de la investigación: si es posible o no alcanzar unaverdad universal y absoluta. De por sí, toda verdad, inclusoparcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Loque es verdad, de-be ser verdad paratodos y siempre.Además de estauniversalidad, sinembargo, el hom-bre busca un ab-soluto que sea ca-paz de dar respuesta y sentido a toda su búsqueda. Algo que seaúltimo y fundamento de todo lo demás. En otras palabras, bus-ca una explicación definitiva, un valor supremo, más allá delcual no haya, ni pueda haber, interrogantes o instancias poste-riores. Las hipótesis pueden ser fascinantes, pero no satisfa-

cen. Para todos llega el momento en el que, se quiera o no, es ne-cesario enraizar la propia existencia en una verdad reconocidacomo definitiva, que dé una certeza no sometida ya a la duda.

Los filósofos, a lo largo de los siglos, han tratado de descu-brir y expresar esta verdad, dando vida a un sistema o una es-

cuela de pensa-miento. Más alláde los sistemas fi-losóficos, sin em-bargo, hay otrasexpresiones en lascuales el hombrebusca dar forma a

una propia filosofía. Se trata de convicciones o experiencias per-sonales, de tradiciones familiares o culturales o de itinerariosexistenciales en los cuales se confía en la autoridad de un ma-estro. En cada una de estas manifestaciones lo que permanecees el deseo de alcanzar la certeza de la verdad y de su valorabsoluto.

Diversas facetas de la verdad en el hombre

28. Es necesario reconocer que no siempre la búsqueda de laverdad se presenta con esa trasparencia, ni de manera conse-cuente. El límite originario de la razón y la inconstancia del co-razón oscurecen a menudo y desvían la búsqueda personal.Otros intereses de diverso orden pueden condicionar la ver-dad. Más aún, el hombre también la evita a veces en cuantocomienza a divisarla, porque teme sus exigencias. Pero, a pesarde esto, incluso cuando la evita, siempre es la verdad la queinfluencia su existencia; en efecto, él nunca podría fundar lapropia vida sobre la duda, la incertidumbre o la mentira; talexistencia estaría continuamente amenazada por el miedo y laangustia. Se puede definir, pues, al hombre como aquel que bus-ca la verdad.

29. No se puede pensar que una búsqueda tan profundamen-te enraizada en la naturaleza humana sea del todo inútil y va-na. La capacidad misma de buscar la verdad y de plantear pre-guntas implica ya una primera respuesta. El hombre no co-menzaría a buscar lo que desconociese del todo, o consideraseabsolutamente inalcanzable. Sólo la perspectiva de poder al-canzar una respuesta puede inducirlo a dar el primer paso. Dehecho, esto es lo que sucede normalmente en la investigacióncientífica. Cuando un científico, siguiendo una intuición suya,se pone a la búsqueda de la explicación lógica y verificable deun fenómeno determinado, confía desde el principio que en-contrará una respuesta, y no se detiene ante los fracasos. Noconsidera inútil la intuición originaria sólo porque no ha al-canzado el objetivo; más bien dirá, con razón, que no ha en-contrado aún la respuesta adecuada.

Esto mismo es válido también para la investigación de laverdad en el ámbito de las cuestiones últimas. La sed de verdadestá tan radicada en el corazón del hombre que tener que pres-cindir de ella comprometería la existencia. Es suficiente, en de-finitiva, observar la vida cotidiana para constatar cómo cada unode nosotros lleva en sí mismo la urgencia de algunas preguntasesenciales, y a la vez abriga en su interior al menos un atisbo delas correspondientes respuestas. Son respuestas de cuya verdadse está convencido, incluso porque se experimenta que, en sus-tancia, no se diferencian de las respuestas a las que han llegadootros muchos. Es cierto que no toda verdad alcanzada poseeel mismo valor. Del conjunto de los resultados logrados, sinembargo, se confirma la capacidad que el ser humano tiene dellegar, en línea de máxima, a la verdad.

30. En este momento puede ser útil hacer una rápida referenciaa estas diversas formas de verdad. Las más numerosas son lasque se apoyan sobre evidencias inmediatas o confirmadas ex-

Toda verdad, incluso parcial,si es realmente verdad, debe serlo

siempre y para todos

El hombre, a veces, evitala verdad, porque teme

sus exigencias

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 17ΑΩperimentalmente. Éste es el orden de verdad propiode la vida diaria y de la investigación científica. Enotro nivel se encuentran las verdades de carácterfilosófico, a las que el hombre llega mediante la ca-pacidad especulativa de su intelecto. En fin, estánlas verdades religiosas, que en cierta medida hun-den sus raíces también en la filosofía. Éstas estáncontenidas en las respuestas que las diversas reli-giones ofrecen en sus tradiciones a las cuestiones úl-timas27.

En cuanto a las verdades filosóficas, hay queprecisar que no se limitan a las meras doctrinas,algunas veces efímeras, de los filósofos de profe-sión. Cada hombre, como ya he dicho, es, en ciertomodo, filósofo, y posee concepciones filosóficaspropias con las cuales orienta su vida. De un modou otro, se forma una visión global y una respuestasobre el sentido de la propia existencia. Con estaluz interpreta sus vicisitudes personales y regula sucomportamiento. Es aquí donde debería plantear-se la pregunta sobre la relación entre las verdadesfilosófico-religiosas y la verdad revelada en Jesu-cristo. Antes de contestar a esta cuestión es opor-tuno valorar otro dato más de la filosofía.

Testigos de la verdad31. El hombre no ha sido creado para vivir solo.Nace y crece en una familia para insertarse mástarde, con su trabajo, en la sociedad. Desde el na-cimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones,de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la forma-ción cultural, sino también muchas verdades enlas que, casi instintivamente, cree. De todos mo-dos, el crecimiento y la maduración personal im-plican que estas mismas verdades puedan ser pues-tas en duda y discutidas por medio de la peculiaractividad crítica del pensamiento. Esto no quitaque, tras este paso, las mismas verdades sean re-cuperadas sobre la base de la experiencia llevadaque se ha tenido, o en virtud de un razonamientosucesivo. A pesar de ello, en la vida de un hombrelas verdades simplemente creídas son mucho másnumerosas que las adquiridas mediante la consta-tación personal. En efecto, ¿quién sería capaz dediscutir críticamente los innumerables resultados de las cienciassobre las que se basa la vida moderna?; ¿quién podría contro-lar por su cuenta el flujo de informaciones que día a día se re-ciben de todas las partes del mundo, y que se aceptan, en lí-nea de máxima, como verdaderas? Finalmente, ¿quién podríareconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por loscuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de la re-ligiosidad de la Humanidad? El hombre, ser que busca la ver-dad, es pues también aquel que vive de creencias.

32. Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridospor otras personas. En ello se puede percibir una tensión sig-nificativa: por una parte, el conocimiento a través de una creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, quedebe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencialograda personalmente; por otra, la creencia, con frecuencia,resulta más rica desde el punto de vista humano que la sim-ple evidencia, porque incluye una relación interpersonal y po-ne en juego no sólo las posibilidades cognoscitivas, sino tambiénla capacidad más radical de confiar en otras personas, entran-do así en una relación más estable e íntima con ellas.

Se ha de destacar que las verdades buscadas en esta rela-ción interpersonal no pertenecen primariamente al orden fác-tico o filosófico. Lo que se pretende, más que nada, es la verdadmisma de la persona: lo que ella es y lo que manifiesta de su pro-

pio interior. En efecto, la perfección del hombre no está en la me-ra adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sinoque consiste también en una relación viva de entrega y fidelidadhacia el otro. En esta fidelidad que sabe darse, el hombre en-cuentra plena certeza y seguridad. Al mismo tiempo, el cono-cimiento por creencia, que se funda sobre la confianza inter-personal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo,confía en la verdad que el otro le manifiesta.

¡Cuántos ejemplos se podrían poner para ilustrar este dato!Pienso ante todo en el testimonio de los mártires. El mártir, enefecto, es el testigo más auténtico de la verdad sobre la exis-tencia. Él sabe que ha hallado en el encuentro con Jesucristo laverdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle jamásesta certeza. Ni el sufrimiento ni la muerte violenta lo haránapartar de la adhesión a la verdad que ha descubierto en suencuentro con Cristo. Por eso el testimonio de los mártiresatrae, es aceptado, escuchado y seguido hasta en nuestros días.Ésta es la razón por la cual nos fiamos de su palabra: se perci-be en ellos la evidencia de un amor que no tiene necesidad delargas argumentaciones para convencer, desde el momento enque habla a cada uno de lo que él ya percibe en su interior co-mo verdadero y buscado desde tanto tiempo. En definitiva, elmártir suscita en nosotros una gran confianza, porque dice loque nosotros ya sentimos y hace evidente lo que también qui-siéramos tener la fuerza de expresar.

Santos mártires Marcelino y Tiburcio. Catacumbas. Roma

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»18 ΑΩ33. Se puede ver así que los términos del problema van com-pletándose progresivamente. El hombre, por su naturaleza,busca la verdad. Esta búsqueda no está destinada sólo a la con-quista de verdades parciales, factuales o científicas; no busca só-lo el verdadero bien para cada una de sus decisiones. Su bús-queda tiende hacia una verdad ulterior que pueda explicar elsentido de la vida; por eso es una búsqueda que no puede en-contrar solución si no es en el absoluto28. Gracias a la capaci-dad del pensamiento, el hombre puede encontrar y reconoceresta verdad. En cuanto vital y esencial para su existencia, estaverdad se logra no sólo por vía racional, sino también medianteel abandono confiado en otras personas, que pueden garantizarla certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidady la opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra per-sona constituyen ciertamente uno de los actos antropológica-mente más significativos y expresivos.

No se ha de olvidar que también la razón necesita ser soste-nida en su búsqueda por un diálogo confiado y una amistad sin-cera. El clima de sospecha y de desconfianza, que a veces rodeala investigación especulativa, olvida la enseñanza de los filó-sofos antiguos, quienes consideraban la amistad como uno delos contextos más adecuados para el buen filosofar.

La verdad no puede contradecirseDe todo lo que he dicho hasta aquí resulta que el hombre se

encuentra en un camino de búsqueda, humanamente intermi-nable: búsqueda de verdad y búsqueda de una persona dequien fiarse. La fe cristiana le ayuda ofreciéndole la posibili-dad concreta de ver realizado el objetivo de esta búsqueda. Enefecto, superando el estadio de la simple creencia, la fe cristia-na coloca al hombre en ese orden de gracia que le permite par-ticipar en el misterio de Cristo, en el cual se le ofrece el conoci-miento verdadero y coherente de Dios Uno y Trino. Así, en Je-sucristo, que es la Verdad, la fe reconoce la llamada última di-rigida a la Humanidad para que pueda llevar a cabo lo queexperimenta como deseo y nostalgia.

34. Esta verdad, que Dios nos revela en Jesucristo, no estáen contraste con las verdades que se alcanzan filosofando.Más bien los dos órdenes de conocimiento conducen a laverdad en su plenitud. La unidad de la verdad es ya unpostulado fundamental de la razón humana, expresado enel principio de no contradicción. La Revelación da la certezade esta unidad, mostrando que el Dios creador es tambiénel Dios de la historia de la salvación. El mismo e idénticoDios, que fundamenta y garantiza que sea inteligible y ra-cional el orden natural de las cosas sobre las que se apo-yan los científicos confiados29, es el mismo que se revelacomo Padre de nuestro Señor Jesucristo. Esta unidad de laverdad, natural y revelada, tiene su identificación viva ypersonal en Cristo, como nos recuerda el Apóstol: Habéissido enseñados conforme a la verdad de Jesús (Ef 4, 21; cf. Col 1,15-20). Él es la Palabra eterna, en quien todo ha sido creado,y a la vez es la Palabra encarnada, que en toda su persona30 re-vela al Padre (cf. Jn 1, 14.18). Lo que la razón humana bus-ca sin conocerlo (Hch 17, 23), puede ser encontrado sólo pormedio de Cristo: lo que en Él se revela, en efecto, es la ple-na verdad (cf. Jn 1, 14-16) de todo ser que en Él y por Él ha si-do creado y después encuentra en Él su plenitud (cf. Col1, 17).

35. Sobre la base de estas consideraciones generales, es necesarioexaminar ahora, de modo más directo, la relación entre la ver-dad revelada y la filosofía. Esta relación impone una doble con-sideración, en cuanto que la verdad que nos llega por la Reve-lación es, al mismo tiempo, una verdad que debe ser com-prendida a la luz de la razón. Sólo en esta doble acepción, enefecto, es posible precisar la justa relación de la verdad revela-da con el saber filosófico. Consideramos, por tanto, en primerlugar la relación entre la fe y la filosofía en el curso de la Historia.Desde aquí será posible indicar algunos principios, que cons-tituyen los puntos de referencia en los que basarse para esta-blecer la correcta relación entre los dos órdenes de conoci-miento.

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 19ΑΩ

Etapas más significativasen el encuentro entre la fe y la razón36. Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, el anunciocristiano tuvo que confrontarse desde el inicio con las corrien-tes filosóficas de la época. El mismo libro narra la discusiónque san Pablo tuvo en Atenas con algunos filósofos epicúreos yestoicos (17, 18). El análisis exegético del discurso en el Areó-pago ha puesto de relieve repetidas alusiones a convicciones po-pulares, sobre todo de origen estoico. Ciertamente esto no eracasual. Los primeros cristianos, para hacerse comprender porlos paganos, no podían referirse sólo a Moisés y a los profetas;debían también apoyarse en el conocimiento natural de Dios yen la voz de la conciencia moral de cada hombre (cf. Rm 1, 19-21; 2, 14-15; Hch 14, 16-17). Sin embargo, como este conoci-miento natural había degenerado en idolatría en la religión pa-gana (cf. Rm 1, 21-32), el Apóstol considera más oportuno re-lacionar su argumentación con el pensamiento de los filóso-fos, que desde siempre habían opuesto a los mitos y a los cultosmistéricos conceptos más respetuosos de la trascendencia di-vina.

En efecto, uno de los mayores esfuerzos realizados por los fi-lósofos del pensamiento clásico fue purificar de formas mito-lógicas la concepción que los hombres tenían de Dios. Como sa-bemos, también la religión griega, al igual que gran parte de lasreligiones cósmicas, era politeísta, llegando incluso a divini-zar objetos y fenómenos de la naturaleza. Los intentos del hom-bre por comprender el origen de los dioses y, en ellos, del uni-verso encontraron su primera expresión en la poesía. Las teo-gonías permanecen hasta hoy como el primer testimonio deesta búsqueda del hombre. Fue tarea de los padres de la filosofíamostrar el vínculo entre la razón y la religión. Dirigiendo lamirada hacia los principios universales, no se contentaron conlos mitos antiguos, sino que quisieron dar fundamento racionala su creencia en la divinidad. Se inició así un camino que, aban-donando las tradiciones antiguas particulares, se abría a unproceso más conforme a las exigencias de la razón universal. Elobjetivo que dicho proceso buscaba era la conciencia crítica deaquello en lo que se creía. El concepto de la divinidad fue elprimero que se benefició de este camino. Las supersticionesfueron reconocidas como tales, y la religión se purificó, al me-nos en parte, mediante el análisis racional. Sobre esta base, losPadres de la Iglesia comenzaron un diálogo fecundo con losfilósofos antiguos, abriendo el camino al anuncio y a la com-prensión del Dios de Jesucristo.

37. Al referirme a este movimiento de acercamiento de los cris-tianos a la filosofía, es obligado recordar también la actitud decautela que suscitaban en ellos otros elementos del mundo cul-tural pagano, como por ejemplo la gnosis. La filosofía, en cuan-to sabiduría práctica y escuela de vida, podía ser confundida fá-cilmente con un conocimiento de tipo superior, esotérico, re-servado a unos pocos perfectos. En este tipo de especulacio-nes esotéricas piensa, sin duda, san Pablo cuando pone enguardia a los Colosenses: Mirad que nadie os esclavice mediante lavana falacia de una filosofía, fundada en tradiciones humanas, según

los elementos del mundo y no según Cristo (2, 8). ¡Qué actualesson las palabras del Apóstol si las referimos a las diversas for-mas de esoterismo que se difunden hoy incluso entre algunoscreyentes, carentes del debido sentido crítico! Siguiendo lashuellas de san Pablo, otros escritores de los primeros siglos, enparticular san Ireneo y Tertuliano, manifiestan, a su vez, ciertasreservas frente a una visión cultural que pretendía subordinarla verdad de la Revelación a las interpretaciones de los filóso-fos.

Un encuentro no fácil38. El encuentro del cristianismo con la filosofía no fue, pues, in-mediato ni fácil. La práctica de la filosofía y la asistencia a susescuelas eran para los primeros cristianos más un inconve-niente que una ayuda. Para ellos, la primera y más urgente ta-rea era el anuncio de Cristo resucitado, mediante un encuentropersonal capaz de llevar al interlocutor a la conversión del co-razón y a la petición del Bautismo. Sin embargo, esto no quie-re decir que ignorasen el deber de profundizar la comprensiónde la fe y sus motivaciones. Todo lo contrario. Resulta injusta einfundada la crítica de Celso, que acusa a los cristianos de sergente iletrada y ruda31. La explicación de su desinterés inicialhay que buscarla en otra parte. En realidad, el encuentro con elEvangelio ofrecía una respuesta tan satisfactoria a la cuestión,hasta entonces no resuelta, sobre el sentido de la vida, que el se-guimiento de los filósofos les parecía como algo lejano y, enciertos aspectos, superado.

Esto resulta hoy aún más claro si se piensa en la aportacióndel cristianismo que afirma el derecho universal de acceso a laverdad. Abatidas las barreras raciales, sociales y sexuales, elcristianismo había anunciado, desde sus inicios, la igualdadde todos los hombres ante Dios. La primera consecuencia de es-ta concepción se aplicaba al tema de la verdad. Quedaba com-pletamente superado el carácter elitista que su búsqueda te-nía entre los antiguos, ya que siendo el acceso a la verdad unbien que permite llegar a Dios, todos deben poder recorrer es-te camino. Las vías para alcanzar la verdad siguen siendo mu-chas; sin embargo, como la verdad cristiana tiene un valor sal-vífico, cualquiera de estas vías puede seguirse con tal de queconduzca a la meta final, es decir, a la revelación de Jesucristo.

Un pionero del encuentro positivo con el pensamiento filo-sófico, aunque bajo el signo de un cauto discernimiento, fuesan Justino, quien, conservando después de la conversión unagran estima por la filosofía griega, afirmaba con fuerza y clari-dad que en el cristianismo había encontrado la única filosofíasegura y provechosa32. De modo parecido, Clemente de Alejandríallamaba al Evangelio la verdadera filosofía33, e interpretaba la fi-losofía en analogía con la ley mosaica como una instrucciónpropedéutica a la fe cristiana34 y una preparación para el Evan-gelio35. Puesto que ésta es la sabiduría que desea la filosofía; la rec-titud del alma, la de la razón y la pureza de la vida. La filosofía está enuna actitud de amor ardoroso a la sabiduría y no perdona esfuerzopor obtenerla. Entre nosotros se llaman filósofos los que aman la sa-biduría del Creador y Maestro universal, es decir, el conocimientodel Hijo de Dios36. La filosofía griega, para este autor, no tiene

CAPÍTULO IV

RELACIÓN ENTRE LA FE Y LA RAZÓN

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»20 ΑΩcomo primer objetivo completar o reforzar la verdad cristia-na; su cometido es, más bien, la defensa de la fe: La enseñanza delSalvador es perfecta y nada le falta, porque es fuerza y sabiduría deDios; en cambio, la filosofía griega con su tributo no hace más sólidala verdad; pero haciendo impotente el ataque de la sofística e impi-diendo las emboscadas fraudulentas de la verdad, se dice que es con pro-piedad empalizada y muro de la viña37.

39. En la historia de este proceso es posible verificar la recepcióncrítica del pensamiento filosófico por parte de los pensadorescristianos. Entre los primeros ejemplos que se pueden encontrar,es ciertamente significativa la figura de Orígenes. Contra losataques lanzados por el filósofo Celso, Orígenes asume la fi-losofía platónica para argumentar y responderle. Refiriéndosea no pocos elementos del pensamiento platónico, comienza aelaborar una primera forma de teología cristiana. En efecto,

tanto el nombremismo como laidea de teología,en cuanto refle-xión racional sobreDios, estaban liga-dos todavía, hastaese momento, a su

origen griego. En la filosofía aristotélica, por ejemplo, con estenombre se referían a la parte más noble y al verdadero culmende la reflexión filosófica. Sin embargo, a la luz de la Revela-ción cristiana lo que anteriormente designaba una doctrina ge-nérica sobre la divinidad adquirió un significado del todo nue-vo, en cuanto definía la reflexión que el creyente realizaba pa-ra expresar la verdadera doctrina sobre Dios. Este nuevo pen-samiento cristiano que se estaba desarrollando hacía uso de lafilosofía, pero al mismo tiempo tendía a distinguirse clara-mente de ella. La Historia muestra cómo hasta el mismo pen-samiento platónico asumido en la teología sufrió profundastransformaciones, en particular por lo que se refiere a concep-tos como la inmortalidad del alma, la divinización del hombrey el origen del mal.

Salir del callejón de los mitos40. En esta obra de cristianización del pensamiento platónico yneoplatónico, merecen una mención particular los Padres Ca-padocios, Dionisio el Areopagita y, sobre todo, san Agustín. Elgran Doctor occidental había tenido contactos con diversas es-cuelas filosóficas, pero todas le habían decepcionado. Cuandose encontró con la verdad de la fe cristiana, tuvo la fuerza de re-alizar aquella conversión radical a la que los filósofos frecuen-tados anteriormente no habían conseguido encaminarlo. Elmotivo lo cuenta él mismo: Sin embargo, desde esta época empecéya a dar preferencia a la doctrina católica, porque me parecía que aquíse mandaba con más modestia, y de ningún modo falazmente, creer loque no se demostraba –fuese porque, aunque existiesen las pruebas, nohabía sujeto capaz de ellas, fuese porque no existiesen–, que no allí, endonde se despreciaba la fe y se prometía con temeraria arrogancia laciencia y luego se obligaba a creer una infinidad de fábulas absurdí-simas que no podían demostrar38. A los mismos platónicos, a quie-nes mencionaba de modo privilegiado, Agustín reprochabaque, aun habiendo conocido la meta hacia la que tender, habí-an ignorado sin embargo el camino que conduce a ella: el Ver-bo encarnado39. El obispo de Hipona consiguió hacer la pri-mera gran síntesis del pensamiento filosófico y teológico en laque confluían las corrientes del pensamiento griego y latino.En él, además, la gran unidad del saber, que encontraba su fun-damento en el pensamiento bíblico, fue confirmada y sosteni-da por la profundidad del pensamiento especulativo. La síntesisllevada a cabo por san Agustín sería, durante siglos, la formamás elevada de especulación filosófica y teológica que el Oc-cidente haya conocido. Gracias a su historia personal, y ayudadopor una admirable santidad de vida, fue capaz de introducir en

sus obras multitud de datos que, haciendo referencia a la ex-periencia, anunciaban futuros desarrollos de algunas corrien-tes filosóficas.

41. Varias han sido, pues, las formas con que los Padres deOriente y de Occidente han entrado en contacto con las escue-las filosóficas. Esto no significa que hayan identificado el con-tenido de su mensaje con los sistemas a que hacían referencia.La pregunta de Tertuliano: ¿Qué tienen en común Atenas y Jeru-salén? ¿La Academia y la Iglesia?40, es claro indicio de la con-ciencia crítica con que los pensadores cristianos, desde el prin-cipio, afrontaron el problema de la relación entre la fe y la filo-sofía, considerándolo globalmente en sus aspectos positivos yen sus límites. No eran pensadores ingenuos. Precisamenteporque vivían con intensidad el contenido de la fe, sabían lle-gar a las formas más profundas de la especulación. Por consi-guiente, es injusto y reductivo limitar su obra a la sola trans-posición de las verdades de la fe a categorías filosóficas. Hi-cieron mucho más. En efecto, fueron capaces de sacar a la luzplenamente lo que todavía permanecía implícito y propedéu-tico en el pensamiento de los grandes filósofos antiguos41. Éstos,como ya he dicho, habían mostrado cómo la razón, liberadade las ataduras externas, podía salir del callejón ciego de losmitos, para abrirse de forma más adecuada a la trascendencia.Así pues, una razón purificada y recta era capaz de llegar a losniveles más altos de la reflexión, dando un fundamento sólidoa la percepción del ser, de lo trascendente y de lo absoluto.

Justamente aquí está la novedad alcanzada por los Padres.Ellos acogieron plenamente la razón abierta a lo absoluto, y enella incorporaron la riqueza de la Revelación. El encuentro nofue sólo entre culturas, donde tal vez una es seducida por elatractivo de otra, sino que tuvo lugar en lo profundo de los es-píritus, siendo un encuentro entre la criatura y el Creador. So-brepasando el fin mismo hacia el que inconscientemente tendíapor su naturaleza, la razón pudo alcanzar el bien sumo y laverdad suprema en la persona del Verbo encarnado. Ante las fi-losofías, los Padres no tuvieron miedo, sin embargo, de reco-nocer tanto los elementos comunes como las diferencias quepresentaban con la Revelación. Ser conscientes de las conver-gencias no ofuscaba en ellos el reconocimiento de las diferencias.

El papel de la razón42. En la teología escolástica el papel de la razón, educada fi-losóficamente, llega a ser aún más visible bajo el empuje de lainterpretación anselmiana del intellectus fidei. Para el santo ar-zobispo de Canterbury la prioridad de la fe no es incompatiblecon la búsqueda propia de la razón. En efecto, ésta no está lla-mada a expresarun juicio sobre loscontenidos de lafe, siendo incapazde hacerlo, por noser idónea paraello. Su tarea, másbien, es saber en-contrar un sentido y descubrir las razones que permitan a todosentender los contenidos de la fe. San Anselmo acentúa el hechode que el intelecto debe ir en búsqueda de lo que ama: cuantomás ama, más desea conocer. Quien vive para la verdad tiendehacia una forma de conocimiento que se inflama cada vez másde amor por lo que conoce, aun debiendo admitir que no hahecho todavía todo lo que desearía: Ad te videndum factus sum;et nondum feci propter quod factus sum42. El deseo de la verdadmueve, pues, a la razón a ir siempre más allá; queda inclusocomo abrumada al constatar que su capacidad es siempre ma-yor que lo que alcanza. En este punto, sin embargo, la razónes capaz de descubrir dónde está el final de su camino: Yo creoque basta a aquel que somete a un examen reflexivo un principio in-comprensible alcanzar por el raciocinio su certidumbre inquebranta-

La razón puede salirdel callejón ciego de los mitosy abrirse a la trascendencia

La prioridad de la fe no esincompatible con la búsqueda

propia de la razón

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 21ΑΩble, aunque no pueda por el pensamiento con-cebir el cómo de su existencia [...] Ahora bien,¿qué puede haber de más incomprensible, demás inefable que lo que está por encima detodas las cosas? Por lo cual, si todo lo que he-mos establecido hasta este momento sobre laesencia suprema está apoyado con razonesnecesarias, aunque el espíritu no pueda com-prenderlo, hasta el punto de explicarlo fácil-mente con palabras simples, no por eso, sinembargo, sufre quebranto la sólida base deesta certidumbre. En efecto, si una reflexiónprecedente ha comprendido de modo racio-nal que es incomprensible (rationabiliter com-prehendit incomprehensibile esse) el modo enque la suprema sabiduría sabe lo que ha hecho[...], ¿quién puede explicar cómo se conoce yse llama ella misma, de la cual el hombre nopuede saber nada o casi nada?43

Se confirma una vez más la armoníafundamental del conocimiento filosófi-co y el de la fe: la fe requiere que su objetosea comprendido con la ayuda de la ra-zón; la razón, en el culmen de su bús-queda, admite como necesario lo que lafe le presenta.

Novedad perennedel pensamientode santo Tomás de Aquino

43. Un puesto singular en este largo ca-mino corresponde a santo Tomás, no só-lo por el contenido de su doctrina, sinotambién por la relación dialogal que su-po establecer con el pensamiento árabe yhebreo de su tiempo. En una época en laque los pensadores cristianos descubrie-ron los tesoros de la filosofía antigua, ymás concretamente aristotélica, tuvo elgran mérito de destacar la armonía queexiste entre la razón y la fe. Argumenta-ba que la luz de la razón y la luz de la feproceden ambas de Dios; por tanto, nopueden contradecirse entre sí44.

Más radicalmente, Tomás reconoceque la naturaleza, objeto propio de la fi-losofía, puede contribuir a la compren-sión de la revelación divina. La fe, portanto, no teme la razón, sino que la bus-ca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y laperfecciona45, así la fe supone y perfecciona la razón. Esta últi-ma, iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los lí-mites que derivan de la desobediencia del pecado y encuen-tra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misteriode Dios Uno y Trino. Aun señalando con fuerza el carácter so-brenatural de la fe, el Doctor Angélico no ha olvidado el valorde su carácter racional; sino que ha sabido profundizar y pre-cisar este sentido. En efecto, la fe es de algún modo ejercicio delpensamiento; la razón del hombre no queda anulada ni se en-vilece dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que entodo caso se alcanzan mediante una opción libre y conscien-te46.

Precisamente por este motivo la Iglesia ha propuesto siem-pre a santo Tomás como maestro de pensamiento y modelo delmodo correcto de hacer teología. En este contexto, deseo re-cordar lo que escribió mi predecesor, el siervo de Dios PabloVI, con ocasión del séptimo centenario de la muerte del Doctor

Angélico: No cabe duda que santo Tomásposeyó en grado eximio audacia para la bús-queda de la verdad, libertad de espíritu paraafrontar problemas nuevos y la honradez in-telectual propia de quien, no tolerando que elcristianismo se contamine con la filosofía pa-gana, sin embargo no rechaza a priori esta fi-losofía. Por eso ha pasado a la historia del

pensamiento cristiano como precursor del nuevo rumbo de la filosofíay de la cultura universal. El punto capital y como el meollo de la so-lución casi profética a la nueva confrontación entre la razón y la fe, con-siste en conciliar la secularidad del mundo con las exigencias radica-les del Evangelio, sustrayéndose así a la tendencia innatural de des-preciar el mundo y sus valores, pero sin eludir las exigencias supremase inflexibles del orden sobrenatural47.

44. Una de las grandes intuiciones de santo Tomás es la que serefiere al papel que el Espíritu Santo realiza haciendo maduraren sabiduría la ciencia humana. Desde las primeras páginasde su Summa Theologiae48, el Aquinate quiere mostrar la prima-cía de aquella sabiduría que es don del Espíritu Santo, e intro-duce en el conocimiento de las realidades divinas. Su teologíapermite comprender la peculiaridad de la sabiduría en su es-trecho vínculo con la fe y el conocimiento de lo divino. Ella co-noce por connaturalidad, presupone la fe y formula su rectojuicio a partir de la verdad de la fe misma: La sabiduría, don del

Santo Tomás de Aquino, modelode pensamiento y modelo del

modo correcto de hacer teología

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»22 ΑΩEspíritu Santo, difiere de la que es virtud intelectual adquirida. Puesésta se adquiere con esfuerzo humano, y aquélla viene de arriba, comoSantiago dice. De la misma manera difiere también de la fe, porque lafe asiente a la verdad divina por sí misma; mas el juicio conforme conla verdad divina pertenece al don de la sabiduría49.

La prioridad reconocida a esta sabiduría no hace olvidar,sin embargo, al Doctor Angélico la presencia de otras dos for-mas de sabiduría complementarias: la fi-losófica, basada en la capacidad del inte-lecto para indagar la realidad dentro desus límites connaturales, y la teológica,fundamentada en la Revelación y queexamina los contenidos de la fe, llegandoal misterio mismo de Dios.

Convencido profundamente de queomne verum a quocumque dicatur a SpirituSancto est50, santo Tomás amó de mane-ra desinteresada la verdad. La buscó allí donde pudiera mani-festarse, poniendo de relieve al máximo su universalidad. ElMagisterio de la Iglesia ha visto y apreciado en él la pasión porla verdad; su pensamiento, al mantenerse siempre en el hori-zonte de la verdad universal, objetiva y trascendente, alcanzócotas que la inteligencia humana jamás podría haber pensado51. Conrazón, pues, se le puede llamar apóstol de la verdad52. Precisa-mente porque la buscaba sin reservas, supo reconocer en surealismo la objetividad de la verdad. Su filosofía es verdade-ramente la filosofía del ser, y no del simple parecer.

El drama de la separación entre fe y razón

45. Con la aparición de las primeras universidades, la teologíase confrontaba más directamente con otras formas de investi-gación y del saber científico. San Alberto Magno y santo To-más, aun manteniendo un vínculo orgánico entre la teología yla filosofía, fueron los primeros que reconocieron la necesaria au-tonomía que la filosofía y las ciencias necesitan para dedicarseeficazmente a sus respectivos campos de investigación. Sin em-bargo, a partir de la baja Edad Media, la legítima distinciónentre los dos saberes se transformó progresivamente en unanefasta separación. Debido al excesivo espíritu racionalista dealgunos pensadores, se radicalizaron las posturas, y se llegóde hecho a una filosofía separada y absolutamente autónomarespecto a los contenidos de la fe. Entre las consecuencias de es-ta separación, está el recelo cada vez mayor hacia la razón mis-ma. Algunos comenzaron a profesar una desconfianza gene-ral, escéptica y agnóstica, bien para reservar mayor espacio a lafe, o bien para desacreditar cualquier referencia racional posi-ble a la misma.

En resumen, lo que el pensamientopatrístico y medieval había concebido yrealizado como unidad profunda, gene-radora de un conocimiento capaz de lle-gar a las formas más altas de la especu-lación, fue destruido de hecho por lossistemas que asumieron la posición deun conocimiento racional separado de lafe o alternativo a ella.

46. Las radicalizaciones más influyentes son conocidas y bien vi-sibles, sobre todo en la Historia de Occidente. No es exageradoafirmar que buena parte del pensamiento filosófico moderno seha desarrollado alejándose progresivamente de la Revelacióncristiana, hasta llegar a contraposiciones explícitas. En el siglopasado, este movimiento alcanzó su culmen. Algunos repre-sentantes del idealismo intentaron, de diversos modos, trans-formar la fe y sus contenidos, incluso el misterio de la muertey resurrección de Jesucristo, en estructuras dialécticas conce-bibles racionalmente. A este pensamiento se opusieron dife-rentes formas de humanismo ateo, elaboradas filosóficamente,

que presentaron la fe como nociva y alienante para el desarro-llo de la plena racionalidad. No tuvieron reparo en presentar-se como nuevas religiones creando la base de proyectos que, enel plano político y social, desembocaron en sistemas totalita-rios traumáticos para la Humanidad.

En el ámbito de la investigación científica se ha ido impo-niendo una mentalidad positivista que, no sólo se ha alejado de

cualquier referencia a la visión cristianadel mundo, sino que, y principalmente,ha olvidado toda relación con la visiónmetafísica y moral. Consecuencia de es-to es que algunos científicos, carentes detoda referencia ética, tienen el peligro deno poner ya en el centro de su interés lapersona y la globalidad de su vida. Másaún, algunos de ellos, conscientes de laspotencialidades inherentes al progreso

técnico, parece que ceden, no sólo a la lógica del mercado, sinotambién a la tentación de un poder demiúrgico sobre la natu-raleza y sobre el ser humano mismo.

Además, como consecuencia de la crisis del racionalismo,ha cobrado entidad el nihilismo. Como filosofía de la nada, lo-gra tener cierto atractivo entre nuestros contemporáneos. Sus se-guidores teorizan sobre la investigación como fin en sí misma,sin esperanza ni posibilidad alguna de alcanzar la meta de laverdad. En la interpretación nihilista la existencia es sólo unaoportunidad para sensaciones y experiencias en las que tiene laprimacía lo efímero. El nihilismo está en el origen de la difun-dida mentalidad según la cual no se debe asumir ningún com-promiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional.

Vivir en el miedo47. Por otra parte, no debe olvidarse que en la cultura moder-na ha cambiado el papel mismo de la filosofía. De sabiduría ysaber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una detantas parcelas del saber humano; más aún, en algunos aspec-tos se la ha limitado a un papel del todo marginal. Mientras,otras formas de racionalidad se han ido afirmando cada vezcon mayor relieve, destacando el carácter marginal del saber fi-losófico. Estas formas de racionalidad, en vez de tender a lacontemplación de la verdad y a la búsqueda del fin último y delsentido de la vida, están orientadas –o, al menos, pueden orien-tarse– como razón instrumental al servicio de fines utilitaristas,de placer o de poder.

Desde mi primera encíclica he señalado el peligro de abso-lutizar este camino, al afirmar: El hombre actual parece estar siem-pre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo

de sus manos y más aún por el trabajo de suentendimiento, de las tendencias de su vo-luntad. Los frutos de esta múltiple actividaddel hombre se traducen muy pronto y de ma-nera a veces imprevisible en objeto de «alie-nación», es decir, son pura y simplementearrebatados a quien los ha producido; pero,al menos parcialmente, en la línea indirecta desus efectos, esos frutos se vuelven contra elmismo hombre; están dirigidos o pueden ser

dirigidos contra él. En esto parece consistir el capítulo principal del dra-ma de la existencia humana contemporánea en su dimensión más am-plia y universal. El hombre por tanto vive cada vez más en el miedo.Teme que sus productos, naturalmente no todos y no la mayor parte,sino algunos y precisamente los que contienen una parte especial de sugenialidad y de su iniciativa, puedan ser dirigidos de manera radi-cal contra él mismo53.

En la línea de estas transformaciones culturales, algunos fi-lósofos, abandonando la búsqueda de la verdad por sí misma,han adoptado como único objetivo el lograr la certeza subjeti-va o la utilidad práctica. De aquí se deduce, como consecuen-cia, el ofuscamiento de la auténtica dignidad de la razón, que ya

El racionalismo excesivo llevóa un recelo hacia la razón misma

y a una desconfianza general,escéptica y agnóstica

Algunos científicos, carentesde toda referencia ética, tienenel peligro de no poner ya a la

persona en el centro de su interés

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 23ΑΩno es capaz de conocer lo verdadero y de buscar lo absoluto.48. En este último período de la historia de la filosofía se cons-tata, pues, una progresiva separación entre la fe y la razón fi-losófica. Es cierto que, si se observa atentamente, incluso en lareflexión filosófica de aquellos que han contribuido a aumen-tar la distancia entre fe y razón, aparecen a veces gérmenespreciosos de pensamiento que, profundizados y desarrolladoscon rectitud de mente y corazón, pueden ayudar a descubrir elcamino de la verdad. Estos gérmenes de pensamiento se en-cuentran, por ejemplo, en los análisis profundos sobre la per-cepción y la experiencia, lo imaginario y el inconsciente, la per-sonalidad y la intersubjetividad, la libertad y los valores, eltiempo y la Historia; incluso el tema de la muerte puede lle-gar a ser, para todo pensador, una seria llamada a buscar den-tro de sí mismo el sentido auténtico de la propia existencia. Sinembargo, esto no quita que la relación actual entre la fe y la ra-zón exija un atento esfuerzo de discernimiento, ya que tantola fe como la razón se han empobrecido y debilitado una antela otra.

La razón, privada de la aportación de la Revelación, ha re-corrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerleperder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha su-brayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo dedejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que lafe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario,cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición. Delmismo modo, una razón que no tenga ante sí una fe adulta nose siente motivada a dirigir la mirada hacia la novedad y radi-calidad del ser.

No es inoportuna, por tanto, mi llamada, fuerte e incisiva, pa-ra que la fe y la filosofía recuperen la unidad profunda que leshace capaces de ser coherentes con su naturaleza, en el respetode la recíproca autonomía. A la parresía [atrevida confianza] de lafe debe corresponder la audacia de la razón.El hombre de hoy vive cada vez más en el miedo

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»24 ΑΩ

El discernimiento del Magisterio como diaconía de la verdad

49. La Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza unafilosofía en particular con menoscabo de otras54. El motivo pro-fundo de esta cautela está en el hecho de que la filosofía, in-cluso cuando se relaciona con la teología, debe proceder segúnsus métodos y sus reglas; de otro modo, no habría garantíasde que permanez-ca orientada haciala verdad, ten-diendo a ella conun procedimientoracionalmentecontrolable. Depoca ayuda seríauna filosofía queno procediese a la luz de la razón, según sus propios princi-pios y metodologías específicas. En el fondo, la raíz de la au-tonomía de la que goza la filosofía radi-ca en el hecho de que la razón está, pornaturaleza, orientada a la verdad, y cuen-ta en sí misma con los medios necesariospara alcanzarla. Una filosofía conscientede este estatuto constitutivo suyo respetanecesariamente también las exigencias ylas evidencias propias de la verdad re-velada.

La Historia ha mostrado, sin embar-go, las desviaciones y los errores en losque no pocas veces ha incurrido el pen-samiento filosófico, sobre todo moder-no. No es tarea ni competencia del Ma-gisterio intervenir para colmar las lagu-nas de un razonamiento filosófico in-completo. Por el contrario, es un debersuyo reaccionar de forma clara y firmecuando tesis filosóficas discutibles ame-nazan la comprensión correcta del dato revelado y cuando se di-funden teorías falsas y parciales que siembran graves errores,confundiendo la simplicidad y la pureza de la fe del pueblode Dios.

50. El Magisterio eclesiástico puede y debe, por tanto, ejercercon autoridad, a la luz de la fe, su propio discernimiento críticoen relación con las filosofías y las afirmaciones que se contra-ponen a la doctrina cristiana55. Corresponde al Magisterio in-dicar, ante todo, los presupuestos y conclusiones filosóficasque fueran incompatibles con la verdad revelada, formulandoasí las exigencias que, desde el punto de vista de la fe, se im-ponen a la filosofía. Además, en el desarrollo del saber filosó-fico han surgido diversas escuelas de pensamiento. Este plu-ralismo sitúa también al Magisterio ante la responsabilidadde expresar su juicio sobre la compatibilidad o no de las con-cepciones de fondo sobre las que estas escuelas se basan con las

exigencias propias de la palabra de Dios y de la reflexión teo-lógica.

La Iglesia tiene el deber de indicar lo que en un sistema fi-losófico puede ser incompatible con su fe. En efecto, muchoscontenidos filosóficos, como los temas de Dios, del hombre, desu libertad y su obrar ético, la emplazan directamente, porqueafectan a la verdad revelada que ella custodia. Cuando nosotros,los obispos, ejercemos este discernimiento tenemos la misión deser testigos de la verdad en el cumplimiento de una diaconía hu-milde pero tenaz, que todos los filósofos deberían apreciar, enfavor de la recta ratio, o sea, de la razón que reflexiona correc-tamente sobre la verdad.

51. Este discernimiento no debe entenderse en primer tér-mino de forma negativa, como si la intención del Magis-terio fuera eliminar o reducir cualquier posible mediación.Al contrario, sus intervenciones se dirigen, en primer lugar,a estimular, promover y animar el pensamiento filosófi-co. Por otra parte, los filósofos son los primeros que com-prenden la exigencia de la autocrítica, de la corrección de

posible errores y de la necesidad desuperar los límites demasiado estre-chos en los que se enmarca su refle-xión. Se debe considerar, de modo par-ticular, que la verdad es una, aunquesus expresiones lleven la impronta dela Historia y, aún más, sean obra deuna razón humana herida y debilitadapor el pecado. De esto resulta que nin-guna forma histórica de filosofía pue-de legítimamente pretender abarcartoda la verdad, ni ser la explicaciónplena del ser humano, del mundo yde la relación del hombre con Dios.

Hoy además, ante la pluralidad de sis-temas, métodos, conceptos y argumen-tos filosóficos, con frecuencia extrema-mente particularizados, se impone conmayor urgencia un discernimiento críti-

co a la luz de la fe. Este discernimiento no es fácil, porque, si yaes difícil reconocer las capacidades propias e inalienables de

la razón con sus lí-mites constituti-vos e históricos,más problemáticoaún puede resul-tar a veces discer-nir, en las pro-puestas filosóficasconcretas, lo que,

desde el punto de vista de la fe, ofrecen como válido y fecundo,en comparación con lo que, en cambio, presentan como erróneoy peligroso. De todos modos, la Iglesia sabe que los tesoros de lasabiduría y de la ciencia están ocultos en Cristo (Col 2, 3); por es-to interviene animando la reflexión filosófica, para que no se cie-rre el camino que conduce al reconocimiento del misterio.

CAPÍTULO V

INTERVENCIONES DEL MAGISTERIO EN CUESTIONES FILOSÓFICAS

No es competencia del Magisteriointervenir para colmar las lagunas

de un razonamiento filosóficoincompleto; sí, reaccionar cuando

tesis filosóficas discutiblesamenazan la comprensióncorrecta del dato revelado

y cuando se difunden teoríasfalsas y parciales que siembran

graves errores

La Iglesia no propone una filosofíapropia ni canoniza una filosofía

particular con menoscabo de otras

Ninguna forma históricade filosofía puede legítimamentepretender abarcar toda la verdad

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San Pío X

CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 25ΑΩ

León XIII Pío XII Pablo VI

El magisterio y los «ismos»

52. Las intervenciones del Magisterio de la Iglesia para expre-sar su pensamiento en relación con determinadas doctrinas fi-losóficas no son sólo recientes. Como ejemplo baste recordar, alo largo de los siglos, los pronunciamientos sobre las teoríasque sostenían la preexistencia de las almas56, como también so-bre las diversas formas de idolatría y de esoterismo supersti-cioso contenidas en tesis astrológicas57; sin olvidar los textosmás sistemáticos contra algunas tesis del averroísmo latino,incompatibles con la fe cristiana58.

Si la palabra del Magisterio se ha hecho oír más frecuente-mente a partir de la mitad del siglo pasado, ha sido porque, enaquel período, muchos católicos sintieron el deber de contra-poner una filosofía propia a las diversas corrientes del pensa-miento moderno. Por este motivo, el Magisterio de la Iglesiase vio obligado a vigilar que estas filosofías no se desviasen, asu vez, hacia formas erróneas y negativas. Fueron así censu-rados al mismo tiempo, por una parte, el fideísmo59 y el tradi-cionalismo radical60, por su desconfianza en las capacidades na-turales de la razón; y por otra, el racionalismo61 y el ontologis-mo62, porque atribuían a la razón natural lo que es cognosciblesólo a la luz de la fe. Los contenidos positivos de este debate seformalizaron en la Constitución dogmática Dei Filius, con laque, por primera vez, un Concilio ecuménico, el Vaticano I, in-tervenía solemnemente sobre las relaciones entre la razón y lafe. La enseñanza contenida en este texto influyó con fuerza, y deforma positiva, en la investigación filosófica de muchos cre-yentes, y es todavía hoy un punto de referencia normativo pa-ra una correcta y coherente reflexión cristiana en este ámbitoparticular.

53. Las intervenciones del Magisterio se han ocupado no tantode tesis filosóficas concretas, como de la necesidad del conoci-miento racional y, por tanto, filosófico para la inteligencia de lafe. El Concilio Vaticano I, sintetizando y afirmando de forma so-lemne las enseñanzas que, de forma ordinaria y constante, elMagisterio pontificio había propuesto a los fieles, puso de re-lieve lo inseparables y al mismo tiempo irreducibles que son elconocimiento natural de Dios y la Revelación, la razón y la fe.El Concilio partía de la exigencia fundamental, presupuestapor la Revelación misma, de la cognoscibilidad natural de laexistencia de Dios, principio y fin de todas las cosas63, y con-cluía con la afirmación solemne ya citada: Hay un doble orden deconocimiento, distinto no sólo por su principio, sino también por su

objeto64. Era, pues, necesario afirmar, contra toda forma de ra-cionalismo, la distinción entre los misterios de la fe y los ha-llazgos filosóficos, así como la trascendencia y precedencia deaquéllos respecto a éstos; por otra parte, frente a las tentacionesfideístas, era preciso recalcar la unidad de la verdad y, por con-siguiente también, la aportación positiva que el conocimientoracional puede y debe dar al conocimiento de la fe: Pero, aunquela fe esté por encima de la razón; sin embargo, ninguna verdadera di-sensión puede jamás darse entre la fe y la razón, como quiera que el mis-mo Dios, que revela los misterios e infunde la fe, puso dentro del almahumana la luz de la razón, y Dios no puede negarse a sí mismo ni laverdad contradecir jamás a la verdad65.

54. También en nuestro siglo el Magisterio ha vuelto sobre el te-ma, en varias ocasiones, llamando la atención contra la tentaciónracionalista. En este marco se deben situar las intervenciones delPapa san Pío X, que puso de relieve cómo en la base del mo-dernismo se hallan aserciones filosóficas de orientación feno-ménica, agnóstica e inmanentista66. Tampoco se puede olvidarla importancia que tuvo el rechazo católico de la filosofía mar-xista y del comunismo ateo67.

Posteriormente, el Papa Pío XII hizo oír su voz cuando,en la encíclica Humani generis, llamó la atención sobre las in-terpretaciones erróneas relacionadas con las tesis del evolu-cionismo, del existencialismo y del historicismo. Precisabaque estas tesis habían sido elaboradas y eran propuestas nopor teólogos, sino que tenían su origen fuera del redil de Cris-to68; asimismo, añadía que estas desviaciones debían ser no só-lo rechazadas, sino además examinadas críticamente: Ahorabien, a los teólogos y filósofos católicos, a quienes incumbe el gra-ve cargo de defender la verdad divina y humana, y sembrarla enlas almas de los hombres, no les es lícito ni ignorar ni descuidaresas opiniones que se apartan más o menos del recto camino. Másaún, es menester que las conozcan a fondo, primero porque no se cu-ran bien las enfermedades, si no son de antemano debidamente co-nocidas; luego, porque alguna vez en esos mismos falsos sistemas seesconde algo de verdad; y, finalmente, porque estimulan la mente ainvestigar y ponderar con más diligencia algunas verdades filosó-ficas y teológicas69.

Por último, también la Congregación para la Doctrina de laFe, en cumplimiento de su específica tarea al servicio del ma-gisterio universal del Romano Pontífice70, ha debido interve-nir para señalar el peligro que comporta asumir acríticamente,por parte de algunos teólogos de la liberación, tesis y metodo-logías derivadas del marxismo71.

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»26 ΑΩAsí pues, en el pa-sado el Magisterioha ejercido, repe-tidamente y bajodiversas modali-dades, el discerni-miento en materiafilosófica. Todo loque mis venera-

dos Predecesores han enseñado es una preciosa contribuciónque no se puede olvidar.

Nuevas peculiaridades55. Si consideramos nuestra situación actual, vemos que vuel-ven los problemas del pasado, pero con nuevas peculiarida-des. No se trata ahora sólo de cuestiones que interesan a per-sonas o grupos concretos, sino de convicciones tan difundidasen el ambiente que llegan a ser en cierto modo mentalidad co-mún. Tal es, por ejemplo, la desconfianza radical en la razón quemanifiestan las exposiciones más recientes de muchos estu-dios filosóficos. Al respecto, desde varios sectores se ha habla-do del final de la metafísica: se pretende que la filosofía se contentecon objetivos más modestos, como la simple interpretación delhecho, o la mera investigación sobre determinados campos delsaber humano, o sobre sus estructuras.

En la teología misma vuelven a aparecer las tentaciones delpasado. Por ejemplo, en algunas teologías contemporáneas seabre camino nuevamente un cierto ra-cionalismo, sobre todo cuando se tomancomo norma para la investigación filo-sófica afirmaciones consideradas filosó-ficamente fundadas. Esto sucede princi-palmente cuando el teólogo, por falta decompetencia filosófica, se deja condicio-nar, de forma acrítica, por afirmacionesque han entrado ya en el lenguaje y enla cultura corriente, pero que no tienensuficiente base racional72.

Tampoco faltan rebrotes peligrosos defideísmo, que no acepta la importancia delconocimiento racional y de la reflexiónfilosófica para la inteligencia de la fe y,más aún, para la posibilidad misma de creer en Dios. Una ex-presión de esta tendencia fideísta difundida hoy es el biblicismo,que tiende a hacer de la lectura de la Sagrada Escritura, o de suexégesis, el único punto de referencia para la verdad. Sucede asíque se identifica la palabra de Dios solamente con la Sagrada Es-critura, vaciando así de sentido la doctrina de la Iglesia, con-firmada expresamente por el Concilio Ecuménico Vaticano II.La Constitución Dei Verbum, después de recordar que la palabrade Dios está presente tanto en los textos sagrados como en laTradición73, afirma claramente: La Tradición y la Escritura cons-tituyen el depósito sagrado de la palabra de Dios, confiado a la Iglesia.Fiel a dicho depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pasto-res, persevera siempre en la doctrina apostólica74. La Sagrada Escri-tura, por tanto, no es solamente punto de referencia para laIglesia. En efecto, la suprema norma de su fe75 proviene de la uni-dad que el Espíritu ha puesto entre la Sagrada Tradición, la Sa-grada Escritura y el Magisterio de la Iglesia en una reciprocidadtal que los tres no pueden subsistir de forma independiente76.

No hay que infravalorar, además, el peligro de la aplicaciónde una sola metodología para llegar a la verdad de la SagradaEscritura, olvidando la necesidad de una exégesis más ampliaque permita comprender, junto con toda la Iglesia, el sentido ple-no de los textos. Cuantos se dedican al estudio de las Sagra-das Escrituras deben tener siempre presente que las diversasmetodologías hermenéuticas se apoyan en una determinadaconcepción filosófica. Por ello, es preciso analizarla con dis-cernimiento antes de aplicarla a los textos sagrados.

Otras formas latentes de fideísmo se pueden reconocer en la es-casa consideración que se da a la teología especulativa, comotambién en el desprecio de la filosofía clásica, de cuyas nocioneshan extraído sus términos tanto la inteligencia de la fe como lasmismas formulaciones dogmáticas. El Papa Pío XII, de veneradamemoria, llamó la atención sobre este olvido de la tradición filo-sófica, y sobre el abandono de las terminologías tradicionales77.

56. En definitiva, se nota una difundida desconfianza hacia lasafirmaciones globales y absolutas, sobre todo por parte de quie-nes consideran que la verdad es el resultado del consenso y no dela adecuación del intelecto a la realidad objetiva. Ciertamente escomprensible que, en un mundo dividido en muchos campos deespecialización, resulte difícil reconocer el sentido total y últimode la vida, que la filosofía ha buscado tradicionalmente. No obs-tante, a la luz de la fe que reconoce en Jesucristo este sentido úl-timo, debo animar a los filósofos, cristianos o no, a confiar en la ca-pacidad de la razón humana y a no fijarse metas demasiado mo-destas en su filosofar. La lección de la historia del milenio queestamos concluyendo testimonia que éste es el camino a seguir: espreciso no perder la pasión por la verdad última y el anhelo porsu búsqueda, junto con la audacia de descubrir nuevos rumbos.La fe mueve a la razón a salir de todo aislamiento y a apostar, debuen grado, por lo que es bello, bueno y verdadero. Así, la fe se ha-ce abogada convencida y convincente de la razón.

El interés de la Iglesia por la filosofía57. El Magisterio no se ha limitado sóloa mostrar los errores y las desviacionesde las doctrinas filosóficas. Con la mis-ma atención ha querido reafirmar losprincipios fundamentales para una ge-nuina renovación del pensamiento filo-sófico, indicando también las vías con-cretas a seguir. En este sentido, el PapaLeón XIII, con su encíclica Aeterni Patris,dio un paso de gran alcance histórico pa-ra la vida de la Iglesia. Este texto ha si-do hasta hoy el único documento ponti-ficio de esa categoría dedicado íntegra-mente a la filosofía. El gran Pontífice re-cogió y desarrolló las enseñanzas del

Concilio Vaticano I sobre la relación entre fe y razón, mostran-do cómo el pensamiento filosófico es una aportación funda-mental para la fe y la ciencia teológica78. Más de un siglo des-pués, muchas indicaciones de aquel texto no han perdido nadade su interés, tanto desde el punto de vista práctico, como pe-dagógico; sobre todo, lo relativo al valor incomparable de lafilosofía de santo Tomás. El proponer de nuevo el pensamien-to del Doctor Angélico era, para el Papa León XIII, el mejor ca-mino para recuperar un uso de la filosofía conforme a las exi-gencias de la fe. Afirmaba que santo Tomás, distinguiendo muybien la razón de la fe, como es justo, pero asociándolas amigablemen-te, conservó los derechos de una y otra, y proveyó a su dignidad79.

58. Son conocidas las numerosas y oportunas consecuenciasde aquella propuesta pontificia. Los estudios sobre el pensa-miento de santo Tomás y de otros autores escolásticos recibie-ron nuevo impulso. Se dio un vigoroso empuje a los estudioshistóricos, con el consiguiente descubrimiento de las riquezasdel pensamientomedieval, muydesconocidas has-ta aquel momento,y se formaron nue-vas escuelas to-mistas. Con laaplicación de lametodología his-

La Tradición y la Escrituraconstituyen el depósito sagrado

de la Palabra de Dios,confiado a la Iglesia

La verdad no es resultadodel consenso, sino

de la adecuación del intelectoa la realidad objetiva

Expresión de la nueva tendencia«fideísta» difundida hoy es el

«biblicismo» que tiende a hacerde la lectura de la SagradaEscritura, o de su exégesis,el único punto de referencia

para la verdad

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 27ΑΩtórica, el conocimiento de la obra de santo Tomás experimentógrandes avances, y fueron numerosos los estudiosos que, conaudacia, llevaron la tradición tomista a la discusión de los pro-blemas filosóficos y teológicos de aquel momento. Los teólogoscatólicos más influyentes de este siglo, a cuya reflexión e in-vestigación debe mucho el Concilio Vaticano II, son hijos deesta renovación de la filosofía tomista. La Iglesia ha podido asídisponer, a lo largo del siglo XX, de un número notable de pen-sadores formados en la escuela del Doctor Angélico.59. La renovación tomista y neotomista no ha sido el único sig-no de restablecimiento del pensamiento filosófico en la cultu-ra de inspiración cristiana. Ya antes, y paralelamente a la pro-puesta de León XIII, habían surgido no pocos filósofos católicosque elaboraron obras filosóficas de gran influjo y de valor per-durable, enlazando con corrientes de pensamiento más re-cientes, de acuerdo con una metodología propia. Hubo quieneslograron síntesis de tan alto nivel, que no tienen nada que en-vidiar a los grandes sistemas del idealismo; quienes, además,pusieron las bases epistemológicas para una nueva reflexiónsobre la fe a la luz de una renovada comprensión de la con-ciencia moral; quienes, además, crearon una filosofía que, par-tiendo del análisis de la inmanencia, abría el camino hacia latrascendencia; y quienes, por último, intentaron conjugar las exi-gencias de la fe en el horizonte de la metodología fenomeno-lógica. En definitiva, desde diversas perspectivas se han se-guido elaborando formas de especulación filosófica que hanbuscado mantener viva la gran tradición del pensamiento cris-tiano en la unidad de la fe y la razón.

60. El Concilio Ecuménico Vaticano II, porsu parte, presenta una enseñanza muy ri-ca y fecunda en relación con la filosofía.No puedo olvidar, sobre todo en el con-texto de esta encíclica, que un capítulo dela Constitución Gaudium et spes es casi uncompendio de antropología bíblica, fuen-te de inspiración también para la filosofía.En aquellas páginas se trata del valor dela persona humana creada a imagen deDios, se fundamenta su dignidad y su-perioridad sobre el resto de la creación,y se muestra la capacidad trascendentede su razón80. También el problema delateísmo es considerado en la Gaudium et spes, exponiendo bienlos errores de esta visión filosófica, sobre todo en relación con ladignidad inalienable de la persona y de su libertad81. Cierta-mente tiene también un profundo significado filosófico la ex-presión culminante de aquellas páginas, que he citado en miprimera encíclica Redemptor hominis, y que representa uno delos puntos de referencia constante de mi enseñanza: Realmente,el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encar-nado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir,es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la misma reve-lación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente elhombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación82.

Sorpresa y penaEl Concilio se ha ocupado también del estudio de la filosofía,

al que deben dedicarse los candidatos al sacerdocio; se tratade recomendacio-nes extensibles,más en general, ala enseñanza cris-tiana en su con-junto. Afirma elConcilio: Las asig-naturas filosóficasdeben ser enseñadasde tal manera que

los alumnos lleguen,ante todo, a adquirirun conocimientofundado y coherentedel hombre, delmundo y de Dios,basados en el patri-monio filosófico vá-lido para siempre, te-niendo en cuentatambién las investigaciones filosóficas de cada tiempo83.

Estas directrices han sido confirmadas y especificadas enotros documentos magisteriales con el fin de garantizar unasólida formación filosófica, sobre todo para quienes se prepa-ran a los estudios teológicos. Por mi parte, en varias ocasioneshe señalado la importancia de esta formación filosófica paralos que deberán un día, en la vida pastoral, enfrentarse a lasexigencias del mundo contemporáneo y examinar las causasde ciertos comportamientos para darles una respuesta ade-cuada84.

61. Si en diversas circunstancias ha sido necesario intervenirsobre este tema, reiterando el valor de las intuiciones del Doc-tor Angélico, e insistiendo en el conocimiento de su pensa-miento, se ha debido a que las directrices del Magisterio nohan sido observadas siempre con la deseable disponibilidad. Enmuchas escuelas católicas, en los años que siguieron al Conci-lio Vaticano II, se pudo observar al respecto una cierta deca-

dencia debido a una menor estima, nosólo de la filosofía escolástica, sino, másen general, del mismo estudio de la filo-sofía. Con sorpresa y pena debo constatarque no pocos teólogos comparten estedesinterés por el estudio de la filosofía.

Varios son los motivos de esta pocaestima. En primer lugar, debe tenerse encuenta la desconfianza en la razón quemanifiesta gran parte de la filosofía con-temporánea, abandonando ampliamen-te la búsqueda metafísica sobre las pre-guntas últimas del hombre, para con-centrar su atención en los problemas par-ticulares y regionales, a veces incluso

puramente formales. Se debe añadir, además, el equívoco quese ha creado sobre todo en relación con las ciencias humanas. ElConcilio Vaticano II ha subrayado varias veces el valor positi-vo de la investigación científica para un conocimiento más pro-fundo del misterio del hombre85. La invitación a los teólogospara que conozcan estas ciencias y, si es menester, las apliquencorrectamente en su investigación no debe, sin embargo, serinterpretada como una autorización implícita a marginar la fi-losofía, o a sustituirla en la formación pastoral y en la praeparatiofidei. No se puede olvidar, por último, el renovado interés porla inculturación de la fe. De modo particular, la vida de las Igle-sias jóvenes ha permitido descubrir, junto a elevadas formasde pensamiento, la presencia de múltiples expresiones de sa-biduría popular. Esto es un patrimonio real de cultura y de tra-diciones. Sin embargo, el estudio de las usanzas tradicionalesdebe ir de acuerdo con la investigación filosófica. Ésta permitirásacar a luz los aspectos positivos de la sabiduría popular, cre-ando su necesaria relación con el anuncio del Evangelio86.

62. Deseo reafirmar decididamente que el estudio de la filo-sofía tiene un carácter fundamental e imprescindible en la es-tructura de los estudios teológicos y en la formación de loscandidatos al sacerdocio. No es casual que el curriculum delos estudios teológicos vaya precedido por un período detiempo en el cual está previsto una especial dedicación al es-tudio de la filosofía. Esta opción, confirmada por el ConcilioLaterano V87, tiene sus raíces en la experiencia madurada du-

Con sorpresa y pena deboconstatar que no pocos teólogos

comparten el desinteréspor el estudio de la filosofía

A la luz de la fe, debo animara los filósofos, cristianos o no,

a confiar en la capacidadde la razón humanay a no fijarse metas

demasiado modestasen su filosofar

Es preciso no perder la pasión porla verdad última y el anhelo por

su búsqueda, junto con la audaciade descubrir nuevos rumbos

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»28 ΑΩ

rante la Edad Media, cuando se puso en evidencia la impor-tancia de una armonía constructiva entre el saber filosóficoy el teológico. Esta ordenación de los estudios ha influido, fa-cilitado y promovido, incluso de forma indirecta, una buenaparte del desarrollo de la filosofía moderna. Un ejemplo sig-nificativo es la influencia ejercida por las Disputationes me-taphysicae, de Francisco Suárez, que tuvieron eco hasta en lasUniversidades luteranas alemanas. Por el contrario, la desa-parición de esta metodología causó graves carencias, tantoen la formación sacerdotal como en la investigación teológica.Téngase en cuenta, por ejemplo, la falta de interés por el pen-samiento y por la cultura moderna, que ha llevado al rechazode cualquier forma de diálogo, o a la acogida indiscriminadade cualquier filosofía.

Espero firmemente que estas dificultades se superen con

una inteligente formación filosófica y teológica, que nunca de-be faltar en la Iglesia.

63. Apoyado en las razones señaladas, me ha parecido urgen-te poner de relieve con esta encíclica el gran interés que la Igle-sia tiene por la filosofía; más aún, el vínculo íntimo que une eltrabajo teológico con la búsqueda filosófica de la verdad. Deaquí deriva el deber que tiene el Magisterio de discernir y es-timular un pensamiento filosófico que no sea discordante conla fe. Mi objetivo es proponer algunos principios y puntos de re-ferencia que considero necesarios para instaurar una relación ar-moniosa y eficaz entre la teología y la filosofía. A su luz será po-sible discernir, con mayor claridad, la relación que la teología de-be establecer con los diversos sistemas y afirmaciones filosófi-cas, que presenta el mundo actual.

«Disputa del Sacramento». Cámara de la Signatura Apostólica. Palacios Vaticanos

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 29ΑΩ

La ciencia de la fey las exigencias de la razón filosófica64. La palabra de Dios se dirige a cada hombre, en todos los tiem-pos y lugares de la tierra; y el hombre es naturalmente filósofo. Porsu parte, la teología, en cuanto elaboración refleja y científica dela inteligencia de esta palabra, a la luz de la fe, no puede pres-cindir de relacionarse con las filosofías elaboradas de hecho a lolargo de la Historia, tanto para algunos de sus procedimientoscomo también para lograr sus tareas específicas. Sin querer in-dicar a los teólogos metodologías particulares, cosa que no atañeal Magisterio, deseo más bien recordar algunos cometidos propiosde la teología, en los que el recurso al pensamiento filosófico se im-pone por la naturaleza misma de la Palabra revelada.

65. La teología se organiza como ciencia de la fe a la luz de un do-ble principio metodológico: el auditus fidei y el intellectus fidei. Conel primero, asume los contenidos de la Revelación tal y como hansido explicitados progresivamente en la Sagrada Tradición, enla Sagrada Escritura y en el Magisterio vivo de la Iglesia88. Conel segundo, la teología quiere responder a las exigencias pro-pias del pensamiento mediante la reflexión especulativa.

En cuanto a la preparación de un correcto auditus fidei, la fi-losofía ofrece a la teología su peculiar aportación, al tratar sobrela estructura del conocimiento y de la comunicación personal y,en particular, sobre las diversas formas y funciones del len-guaje. Igualmente es importante la aportación de la filosofíapara una comprensión más coherente de la Tradición eclesial,de los pronunciamientos del Magisterio y de las sentencias delos grandes maestros de la teología. En efecto, éstos se expresancon frecuencia usando conceptos y formas de pensamiento to-mados de una determinada tradición filosófica. En este caso, elteólogo debe no sólo exponer los conceptos y términos con losque la Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza, sino tambiénconocer a fondo los sistemas filosóficos que han influido even-tualmente tanto en las nociones como en la terminología, parallegar así a interpretaciones correctas y coherentes.

66. En relación con el intellectus fidei, se debe considerar, ante to-do, que la Verdad divina, como se nos propone en las Escrituras in-terpretadas según la sana doctrina de la Iglesia89, goza de una inte-ligibilidad propia con tanta coherencia lógica que se propone co-mo un saber auténtico. El intellectus fidei explicita esta verdad,no sólo asumiendo las estructuras lógicas y conceptuales delas proposiciones en las que se articula la enseñanza de la Igle-sia, sino también, y primariamente, mostrando el significado desalvación que estas proposiciones contienen para el individuoy la Humanidad. Gracias al conjunto de estas proposiciones,el creyente llega a conocer la historia de la salvación, que cul-mina en la persona de Jesucristo y en su misterio pascual. En es-te misterio participa con su asentimiento de fe.

Por su parte, la teología dogmática debe ser capaz de articularel sentido universal del misterio de Dios Uno y Trino, y de laeconomía de la salvación, tanto de forma narrativa, como, so-bre todo, de forma argumentativa. Esto es, debe hacerlo me-diante expresiones conceptuales, formuladas de modo crítico y

comunicables universalmente. En efecto, sin la aportación de lafilosofía, no se podrían ilustrar contenidos teológicos como,por ejemplo, el lenguaje sobre Dios, las relaciones personalesdentro de la Trinidad, la acción creadora de Dios en el mun-do, la relación entre Dios y el hombre, y la identidad de Cristoque es verdadero Dios y verdadero hombre. Las mismas con-sideraciones valen para diversos temas de la teología moral,donde es inmediato el recurso a conceptos como ley moral,conciencia, libertad, responsabilidad personal, culpa, etc., queson definidos por la ética filosófica.

Es necesario, por tanto, que la razón del creyente tenga un co-nocimiento natural, verdadero y coherente de las cosas crea-das, del mundo y del hombre, que son también objeto de la re-velación divina; más todavía, debe ser capaz de articular di-cho conocimiento de forma conceptual y argumentativa. La teología dogmática especulativa, por tanto, presupone e im-plica una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmen-te, del ser, fundada sobre la verdad objetiva.

Fe y culturas67. La teología fundamental, por su carácter propio de disciplinaque tiene la misión de dar razón de la fe (cf. 1 Pe 3, 15), debe en-cargarse de justificar y explicitar la relación entre la fe y la re-flexión filosófica. Ya el Concilio Vaticano I, recordando la en-señanza paulina (cf. Rm 1, 19-20), había llamado la atenciónsobre el hecho de que existen verdades cognoscibles natural-mente y, por consiguiente, filosóficamente. Su conocimientoconstituye un presupuesto necesario para acoger la revelaciónde Dios. Al estudiar la Revelación y su credibilidad, junto conel correspondiente acto de fe, la teología fundamental debemostrar cómo, a la luz de lo conocido por la fe, emergen algu-nas verdades que la razón ya posee en su camino autónomode búsqueda. La Revelación les da pleno sentido, orientándo-las hacia la riqueza del misterio revelado, en el cual encuen-tran su fin último. Piénsese, por ejemplo, en el conocimientonatural de Dios, en la posibilidad de discernir la revelación di-vina de otros fenómenos, en el reconocimiento de su credibili-dad, en la aptitud del lenguaje humano para hablar de formasignificativa y verdadera incluso de lo que supera toda expe-riencia humana. La razón es llevada por todas estas verdadesa reconocer la existencia de una vía realmente propedéutica a lafe, que puede desembocar en la acogida de la Revelación, sinmenoscabar en nada sus propios principios y su autonomía90.

Del mismo modo, la teología fundamental debe mostrar la ín-tima compatibilidad entre la fe y su exigencia fundamental deser explicitada mediante una razón capaz de dar su asenti-miento en plena libertad. Así, la fe sabrá mostrar plenamente elcamino a una razón que busca sinceramente la verdad. De este modo,la fe, don de Dios, a pesar de no fundarse en la razón, ciertamente nopuede prescindir de ella; al mismo tiempo, la razón necesita fortalecersemediante la fe, para descubrir los horizontes a los que no podría llegarpor sí misma91.

68. La teología moral necesita aún más la aportación filosófica. Enla Nueva Alianza, la vida humana está mucho menos regla-

CAPÍTULO VI

INTERACCIÓN ENTRE TEOLOGÍA Y FILOSOFÍA

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»30 ΑΩ

mentada por prescripciones que en la Antigua. La vida en elEspíritu lleva a los creyentes a una libertad y responsabilidadque van más allá de la Ley misma. El Evangelio y los escritosapostólicos proponen tanto principios generales de conductacristiana como enseñanzas y preceptos concretos. Para apli-carlos a las circunstancias particulares de la vida individual ysocial, el cristiano debe ser capaz de emplear a fondo su con-ciencia y la fuerza de su razonamiento. Con otras palabras, es-to significa que la teología moral debe acudir a una visión fi-losófica correcta tanto de la naturaleza humana y de la sociedadcomo de los principios generales de una decisión ética.

69. Se puede tal vez objetar que en la situación actual el teólo-go debería acudir, más que a la filosofía, a la ayuda de otrasformas del saber humano, como la Historia y, sobre todo, lasciencias, cuyos recientes y extraordina-rios progresos son admirados por todos.Algunos sostienen, en sintonía con la di-fundida sensibilidad sobre la relación en-tre fe y culturas, que la teología deberíadirigirse preferentemente a las sabidurí-as tradicionales, más que a una filosofíade origen griego y de carácter eurocén-trico. Otros, partiendo de una concep-ción errónea del pluralismo de las culturas, niegan simple-mente el valor universal del patrimonio filosófico asumido porla Iglesia.

Estas observaciones, presentes ya en las enseñanzas conci-liares92, tienen una parte de verdad. La referencia a las ciencias,útil en muchos casos, porque permite un conocimiento máscompleto del objeto de estudio, no debe, sin embargo, hacerolvidar la necesaria mediación de una reflexión típicamente fi-losófica, crítica y dirigida a lo universal, exigida además por

un intercambio fecundo entre las culturas. Debo subrayar queno hay que limitarse al caso individual y concreto, olvidando latarea primaria de manifestar el carácter universal del conteni-do de fe. Además, no hay que olvidar que la aportación pecu-liar del pensamiento filosófico permite discernir, tanto en las di-versas concepciones de la vida como en las culturas, no lo quepiensan los hombres, sino cuál es la verdad objetiva93. Sólo la ver-dad, y no las diferentes opiniones humanas, puede servir deayuda a la teología.

Barreras que caen70. El tema de la relación con las culturas merece una refle-xión específica, aunque no pueda ser exhaustiva, debido asus implicaciones en el campo filosófico y teológico. El pro-

ceso de encuentro y confrontación conlas culturas es una experiencia que laIglesia ha vivido desde los comienzosde la predicación del Evangelio. Elmandato de Cristo a los discípulos de ira todas partes hasta los confines de la tie-rra (Hch, 1, 8) para transmitir la ver-dad por Él revelada, permitió a la co-munidad cristiana verificar bien pron-

to la universalidad del anuncio y los obstáculos derivadosde la diversidad de las culturas. Un pasaje de la Carta desan Pablo a los cristianos de Éfeso ofrece una valiosa ayudapara comprender cómo la comunidad primitiva afrontó es-te problema. Escribe el Apóstol: Mas ahora, en Cristo Jesús, vo-sotros, los que en otro tiempo estábais lejos, habéis llegado a estarcerca por la sangre de Cristo. Porque Él es nuestra paz: el que delos dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba (2,13-14).

Sólo la verdad, y no las diferentesopiniones humanas, puede

servir de ayuda a la teología

En África, en América o en Japón, la misma fe abierta a diferentes culturas

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 31ΑΩA la luz de este texto, nuestra reflexión considera también la

transformación que se dio en los gentiles cuando llegaron a lafe. Ante la riqueza de la salvación realizada por Cristo, caenlas barreras que separan las diversas culturas. La promesa deDios en Cristo llega a ser, ahora, una oferta universal, no ya li-mitada a un pueblo concreto, con su lengua y costumbres, sinoextendida a todos, como un patrimonio del que cada uno pue-de libremente participar. Desde lugares y tradiciones diferen-tes, todos están llamados en Cristo a participar en la unidadde la familia de los hijos de Dios. Cristo permite a los dos pue-blos llegar a ser uno. Aquellos que eran los alejados se hicieron loscercanos, gracias a la novedad realizada por el misterio pascual.Jesús derriba los muros de la división y realiza la unificación deforma original y suprema mediante la participación en su mis-terio. Esta unidad es tan profunda que la Iglesia puede decir consan Pablo: Ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos delos santos y familiares de Dios (Ef 2, 19).

En una expresión tan simple está descrita una gran verdad:el encuentro de la fe con las diversas culturas, de hecho, ha da-do vida a una realidad nueva. Las culturas, cuando están pro-fundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testi-monio de la apertura típica del hombre a lo universal y a latrascendencia. Por ello, ofrecen modos diversos de acerca-miento a la verdad, que son de indudable utilidad para el hom-bre al que sugieren valores capaces de hacer cada vez más hu-mana su existencia94. Como, además, las culturas evocan losvalores de las tradiciones antiguas, llevan consigo –aunque demanera implícita, pero no por ello menos real– la referencia a lamanifestación de Dios en la naturaleza, como se ha visto pre-cedentemente hablando de los textos sapienciales y de las en-señanzas de san Pablo.

71. Las culturas, al estar en estrecha relación con los hombres ycon su historia, comparten el dinamismo propio del tiempohumano. Se aprecian, en consecuencia, transformaciones y pro-gresos debidos a los encuentros entre los hombres y a los in-tercambios recíprocos de sus modelos de vida. Las culturas sealimentan de la comunicación de valores, y su vitalidad y sub-sistencia proceden de su capacidad de permanecer abiertas a laacogida de lo nuevo. ¿Cuál es la explicación de este dinamismo?Cada hombre está inmerso en una cultura, de ella depende y so-bre ella influye. Él es, al mismo tiempo, hijo y padre de la cul-tura a la que pertenece. En cada expresión de su vida, llevaconsigo algo que lo diferencia del resto de la creación: su cons-tante apertura al misterio y su inagotable deseo de conocer. Enconsecuencia, toda cultura lleva impresa y deja entrever la ten-sión hacia una plenitud. Se puede decir, pues, que la culturatiene en sí misma la posibilidad de acoger la revelación divina.

La forma en la que los cristianos viven la fe está también im-pregnada por la cultura del ambiente circundante y contribuye,a su vez, a modelar progresivamente sus características. Los cris-tianos aportan a cada cultura la verdad inmutable de Dios, reve-lada por Él en la Historia y en la cultura de un pueblo. A lo largode los siglos se sigue produciendo el acontecimiento del que fue-ron testigos los peregrinos presentes en Jerusalén el día de Pen-tecostés. Escuchando a los Apóstoles se preguntaban: ¿Es que noson galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de no-sotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? Partos, medos y ela-mitas; habitantes de Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto, Asia,Frigia, Panfilia, Egipto, la parte de Libia fronteriza con Cirene, foraste-ros romanos, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos les oímos ha-blar en nuestra lengua las maravillas de Dios (Hch 2, 7-11). El anun-cio del Evangelio en las diversas culturas, aunque exige de cadadestinatario la adhesión de la fe, no les impide conservar unaidentidad cultural propia. Ello no crea división alguna, porque elpueblo de los bautizados se distingue por una universalidad quesabe acoger cada cultura, favoreciendo el progreso de lo que en ellahay de implícito hacia su plena explicitación en la verdad.

De esto deriva que una cultura nunca puede ser criterio dejuicio y menos aún criterio último de verdad, en relación con la

revelación deDios. El Evangeliono es contrario auna u otra culturacomo si, entrandoen contacto conella, quisiera pri-varla de lo que lepertenece obligán-dola a asumir for-mas extrínsecas noconformes a lamisma. Al contra-rio, el anuncio queel creyente lleva al mundo y a las culturas es una forma realde liberación de los desórdenes introducidos por el pecado y, almismo tiempo, una llamada a la verdad plena. En este en-cuentro, las culturas no sólo no se ven privadas de nada, sinoque por el contrario son animadas a abrirse a la novedad de laverdad evangélica recibiendo incentivos para ulteriores desa-rrollos.

Apertura y discernimiento ante lo nuevo72. El hecho de que la misión evangelizadora haya encontradoen su camino primero a la filosofía griega, no significa en mo-do alguno que excluya otras aportaciones. Hoy, a medida queel Evangelio entra en contacto con áreas culturales que hanpermanecido hasta ahora fuera del ámbito de irradiación delcristianismo, se abren nuevos cometidos a la inculturación. Sepresentan a nuestra generación problemas análogos a los que laIglesia tuvo que afrontar en los primeros siglos.

Mi pensamiento se dirige espontáneamente a las tierras delOriente, ricas de tradiciones religiosas y filosóficas muy anti-guas. Entre ellas, la India ocupa un lugar particular. Un granmovimiento espiritual lleva el pensamiento indio a la búsque-da de una experiencia que, liberando el espíritu de los condi-cionamientos del tiempo y del espacio, tenga valor absoluto. Enel dinamismo de esta búsqueda de liberación se sitúan grandessistemas metafísicos.

Corresponde a los cristianos de hoy, sobre todo a los de la In-dia, sacar de este rico patrimonio los elementos compatiblescon su fe, de modo que enriquezcan el pensamiento cristiano.Para esta obra de discernimiento, que encuentra su inspiraciónen la Declaración conciliar Nostra aetate, tendrán en cuenta va-rios criterios. El primero es el de la universalidad del espíritu hu-mano, cuyas exigencias fundamentales son idénticas en las cul-turas más diversas. El segundo, derivado del primero, consis-te en que cuando la Iglesia entra en contacto con grandes cul-turas a las que anteriormente no había llegado, no puede olvidarlo que ha adquirido en la inculturación en el pensamiento gre-colatino. Rechazar esta herencia sería ir en contra del designioprovidencial de Dios, que conduce su Iglesia por los caminos deltiempo y de la Historia. Este criterio, además, vale para la Igle-sia de cada época, también para la del mañana, que se sentiráenriquecida por los logros alcanzados en el actual contacto conlas culturas orientales, y encontrará en este patrimonio nue-vas indicacionespara entrar en diá-logo fructuoso conlas culturas que laHumanidad haráflorecer en su ca-mino hacia el futu-ro. En tercer lugar,hay que evitarconfundir la legíti-ma reivindicaciónde lo específico yoriginal del pensa-

Ante la riqueza de la salvaciónrealizada por Cristo,

caen las barreras que separanlas diversas culturas.

Toda cultura lleva impresay deja entrever la tensión

hacia una plenitud

Se abren nuevos cometidosa la inculturación. Se presentana nuestra generación problemasanálogos a los que la Iglesia tuvoque afrontar en los primeros siglos

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»32 ΑΩmiento indio con la idea de queuna tradición cultural deba ence-rrarse en su diferencia y afirmar-se en su oposición a otras tradicio-nes, lo cual es contrario a la natu-raleza misma del espíritu huma-no.

Lo que se ha dicho aquí de laIndia vale también para el patri-monio de las grandes culturas de laChina, el Japón y de los demás pa-íses de Asia, así como para las ri-quezas de las culturas tradicionalesde África, transmitidas sobre todopor vía oral.

73. A la luz de estas considera-ciones, la relación que ha de ins-taurarse oportunamente entre lateología y la filosofía debe estarmarcada por la circularidad. Parala teología, el punto de partida yla fuente original debe ser siemprela palabra de Dios revelada en laHistoria, mientras que el objetivofinal no puede ser otro que la in-teligencia de ésta, profundizadaprogresivamente a través de las ge-neraciones. Por otra parte, ya quela palabra de Dios es Verdad (cf. Jn17, 17), favorecerá su mejor com-prensión la búsqueda humana dela verdad, o sea el filosofar, desa-rrollado en el respeto de sus pro-pias leyes. No se trata simplemen-te de utilizar, en la reflexión teoló-gica, uno u otro concepto o aspec-to de un sistema filosófico, sinoque es decisivo que la razón delcreyente emplee sus capacidadesde reflexión en la búsqueda de laverdad dentro de un proceso en elque, partiendo de la palabra deDios, se esfuerza por alcanzar sumejor comprensión. Es claro, ade-más, que, moviéndose entre estosdos polos –la palabra de Dios y sumejor conocimiento–, la razón estácomo alertada, y en cierto modoguiada, para evitar caminos que la podrían conducir fuera dela Verdad revelada y, en definitiva, fuera de la verdad pura ysimple; más aún, es animada a explorar vías que por sí sola nohabría siquiera sospechado poder recorrer. De esta relación decircularidad con la palabra de Dios la filosofía sale enriquecida,porque la razón descubre nuevos e inesperados horizontes.

74. La fecundidad de semejante relación se confirma con las vi-cisitudes personales de grandes teólogos cristianos que desta-caron también como grandes filósofos, dejando escritos de tanalto valor especulativo que justifica ponerlos junto a los maes-tros de la filosofía antigua. Esto vale tanto para los Padres de laIglesia, entre los que es preciso citar al menos los nombres de sanGregorio Nacianceno y san Agustín, como para los Doctoresmedievales, entre los cuales destaca la gran tríada de san An-selmo, san Buenaventura y santo Tomás de Aquino. La fecun-da relación entre filosofía y palabra de Dios se manifiesta tam-bién en la decidida búsqueda realizada por pensadores másrecientes, entre los cuales deseo mencionar, por lo que se re-fiere al ámbito occidental, a personalidades como John HenryNewman, Antonio Rosmini, Jacques Maritain, Étienne Gilson,

Edith Stein y, por lo que atañe al oriental, a estudiosos de lacategoría de Vladimir S. Soloviov, Pavel A. Florenskij, Petr J.Caadaev, Vladimir N. Losskij. Obviamente, al referirnos a estosautores, junto a los cuales podrían citarse otros nombres, notrato de avalar ningún aspecto de su pensamiento, sino sólode proponer ejemplos significativos de un camino de búsque-da filosófica que ha obtenido considerables beneficios de laconfrontación con los datos de la fe. Una cosa es cierta: prestaratención al itinerario espiritual de estos maestros ayudará, sinduda alguna, al progreso en la búsqueda de la verdad y en laaplicación de los resultados alcanzados al servicio del hombre.Es de esperar que esta gran tradición filosófico-teológica en-cuentre hoy y en el futuro continuadores y cultivadores para elbien de la Iglesia y de la Humanidad.

Diferentes estadosde la filosofía75. Como se deduce de la historia de las relaciones entre fe y fi-losofía, señalada antes brevemente, se pueden distinguir di-versas posiciones de la filosofía respecto a la fe cristiana. Una

Los Padres de la Iglesia, maestros de la filosofía antigua

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 33ΑΩprimera es la de la filosofía totalmente independiente de la revelaciónevangélica. Es la posición de la filosofía tal como se ha desarro-llado históricamente en lasépocas precedentes al na-cimiento del Redentor, ydespués en las regionesdonde aún no se conoce elEvangelio. En esta situa-ción, la filosofía manifies-ta su legítima aspiración aser un proyecto autónomo,que procede de acuerdocon sus propias leyes, sir-viéndose de la sola fuerzade la razón. Siendo cons-ciente de los graves límitesdebidos a la debilidad con-génita de la razón huma-na, esta aspiración ha deser sostenida y reforzada.En efecto, el empeño filo-sófico, como búsqueda dela verdad en el ámbito na-tural, permanece, al menosimplícitamente, abierto alo sobrenatural.

Más aún, incluso cuan-do la misma reflexión teo-lógica se sirve de concep-tos y argumentos filosófi-cos, debe respetarse la exi-gencia de la correctaautonomía del pensamien-to. En efecto, la argumen-tación elaborada siguien-do rigurosos criterios ra-cionales es garantía paralograr resultados univer-salmente válidos. Se con-firma también aquí el prin-cipio según el cual la gra-cia no destruye la natura-leza, sino que laperfecciona: el asenti-miento de fe, que compro-mete el intelecto y la vo-luntad, no destruye sino que perfecciona el libre arbitrio de ca-da creyente que acoge el dato revelado.

La teoría de la llamada filosofía separada, seguida por nu-merosos filósofos modernos, está muy lejos de esta correctaexigencia. Más que afirmar la justa autonomía del filosofar, di-cha filosofía reivindica una autosuficiencia del pensamientoque se demuestra claramente ilegítima. En efecto, rechazar lasaportaciones de verdad que derivan de la revelación divinasignifica cerrar el paso a un conocimiento más profundo de laverdad, dañando la misma filosofía.

76. Una segunda posición de la filosofía es la que muchos de-signan con la expresión filosofía cristiana. La denominación es,en sí misma, legítima, pero no debe ser mal interpretada: con ellano se pretende aludir a una filosofía oficial de la Iglesia, pues-to que la fe como tal no es una filosofía. Con este apelativo sequiere indicar más bien un modo de filosofar cristiano, una es-peculación filosófica concebida en unión vital con la fe. No sehace referencia simplemente, pues, a una filosofía hecha porfilósofos cristianos, que en su investigación no han queridocontradecir su fe. Hablando de filosofía cristiana se pretendeabarcar todos los progresos importantes del pensamiento filo-sófico que no se hubieran realizado sin la aportación, directa oindirecta, de la fe cristiana.

Dos son, por tanto, los aspectos de la filosofía cristiana: unosubjetivo, que consiste en la purificación de la razón por partede la fe. Como virtud teologal, la fe libera la razón de la pre-sunción, tentación típica a la que los filósofos están fácilmentesometidos. Ya san Pablo y los Padres de la Iglesia y, más cerca-nos a nuestros días, filósofos como Pascal y Kierkegaard la hanestigmatizado. Con la humildad, el filósofo adquiere tambiénel valor de afrontar algunas cuestiones que difícilmente podríaresolver sin considerar los datos recibidos de la Revelación.Piénsese, por ejemplo, en los problemas del mal y del sufri-miento, en la identidad personal de Dios y en la pregunta sobreel sentido de la vida o, más directamente, en la pregunta me-tafísica radical: ¿Por qué existe algo?

Nuevos ámbitos de la verdadAdemás está el aspecto objetivo, que afecta a los conteni-

dos. La Revelación propone claramente algunas verdades que,aun no siendo, por naturaleza, inaccesibles a la razón, tal vez nohubieran sido nunca descubiertas por ella, si se la hubiera de-jado sola. En este horizonte se sitúan cuestiones como el con-cepto de un Dios personal, libre y creador, que tanta impor-tancia ha tenido para el desarrollo del pensamiento filosófico y,

en particular, para la filo-sofía del ser. A este ámbitopertenece también la reali-dad del pecado, tal y comoaparece a la luz de la fe, lacual ayuda a plantear filo-sóficamente, de modo ade-cuado, el problema del mal.Incluso la concepción de lapersona como ser espirituales una originalidad pecu-liar de la fe. El anuncio cris-tiano de la dignidad, de laigualdad y de la libertad delos hombres ha influidociertamente en la reflexiónfilosófica que los modernoshan llevado a cabo. Se pue-de mencionar, como máscercano a nosotros, el des-cubrimiento de la impor-tancia que tiene tambiénpara la filosofía el hechohistórico, centro de la Re-velación cristiana. No escasualidad que el hechohistórico haya llegado a sereje de una filosofía de laHistoria, que se presentacomo un nuevo capítulo dela búsqueda humana de laverdad.

Entre los elementos ob-jetivos de la filosofía cris-tiana está también la nece-sidad de explorar el carác-ter racional de algunasverdades expresadas porla Sagrada Escritura, comola posibilidad de una vo-cación sobrenatural delhombre, e incluso el mis-mo pecado original. Son ta-reas que llevan a la razóna reconocer que lo verda-

dero racional supera los estrechos confines dentro de los queella tendería a encerrarse. Estos temas amplían de hecho el

Cardenal Newman

San Buenaventura

Edith SteinSanta Benedicta de la Cruz

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»34 ΑΩámbito de lo racional.

Al especular sobre estos contenidos, los filósofos no se hanconvertido en teólogos, ya que no han buscado comprender eilustrar la verdad de la fe a partir de la Revelación. Han traba-jado en su propio campo y con su propia metodología pura-mente racional, pero ampliando su investigación a nuevos ám-bitos de la verdad. Se puede afirmar que, sin este influjo esti-mulante de la Palabra de Dios, buena parte de la filosofía mo-derna y contemporánea no existiría. Este dato conserva todasu importancia, incluso ante la constatación decepcionante delabandono de la ortodoxia cristiana por parte de no pocos pen-sadores de estos últimos siglos.

77. Otra posición significativa de la filosofía se da cuando lateología misma recurre a la filosofía. En realidad, la teología ha te-nido siempre, y continúa teniendo, necesidad de la aportaciónfilosófica. Siendo obra de la razón crítica a la luz de la fe, el tra-bajo teológico presupone y exige en toda su investigación unarazón educada y formada conceptual y argumentativamente.Además, la teología necesita de la filosofía como interlocutorapara verificar la inteligibilidad y la verdad universal de susaserciones. No es casual que los Pa-dres de la Iglesia y los teólogos me-dievales adoptaron filosofías nocristianas para dicha función. Estehecho histórico indica el valor de laautonomía que la filosofía conservatambién en este tercer estado, pero,al mismo tiempo, muestra las trans-formaciones necesarias y profundasque debe afrontar.

Precisamente por ser una apor-tación indispensable y noble, la fi-losofía, ya desde la edad patrística,fue llamada ancilla theologiae. El tí-tulo no fue aplicado para indicaruna sumisión servil, o un papel pu-ramente funcional, de la filosofía enrelación con la teología. Se utilizómás bien en el sentido con que Aris-tóteles llamaba a las ciencias expe-rimentales como siervas de la filoso-fía primera. La expresión, hoy difí-cilmente utilizable, debido a losprincipios de autonomía mencio-nados, ha servido, a lo largo de laHistoria, para indicar la necesidadde la relación entre las dos cienciasy la imposibilidad de su separación.

Si el teólogo rechazase la ayudade la filosofía, correría el riesgo dehacer filosofía sin darse cuenta, yde encerrarse en estructuras de pen-samiento poco adecuadas para la inteligencia de la fe. Por suparte, si el filósofo excluyese todo contacto con la teología, de-bería llegar por su propia cuenta a los contenidos de la fe cris-tiana, como ha ocurrido con algunos filósofos modernos. Tan-to en un caso como en otro, se perfila el peligro de la destrucciónde los principios basilares de autonomía que toda ciencia quie-re justamente que sean garantizados.

La posición de la filosofía aquí considerada, por las impli-caciones que comporta para la comprensión de la Revelación,

está, junto con lateología, más di-rectamente bajo laautoridad del Ma-gisterio y de sudiscernimiento,como he expuestoanteriormente. En

efecto, de las ver-dades de fe deri-van determinadasexigencias que lafilosofía debe res-petar desde el mo-mento en que en-tra en relación conla teología.

Condiciones a tener en cuenta78. A la luz de estas reflexiones, se comprende bien por qué elMagisterio ha elogiado repetidamente los méritos del pensa-miento de santo Tomás y lo ha puesto como guía y modelo de losestudios teológicos. Lo que interesaba no era tomar posicionessobre cuestiones propiamente filosóficas, ni imponer la adhesióna tesis particulares. La intención del Magisterio era, y continúasiendo, la de mostrar cómo santo Tomás es un auténtico mode-lo para cuantos buscan la verdad. En efecto, en su reflexión, laexigencia de la razón y la fuerza de la fe han encontrado la sín-

tesis más alta que el pensamientohaya alcanzado jamás, ya que supodefender la radical novedad apor-tada por la Revelación, sin menos-preciar nunca el camino propio dela razón.

79. Al explicitar ahora los conteni-dos del Magisterio precedente, quie-ro señalar en esta última parte al-gunas condiciones que la teología–y aún antes la palabra de Dios– po-ne hoy al pensamiento filosófico y alas filosofías actuales. Como ya heindicado, el filósofo debe procedersegún sus propias reglas, y ha debasarse en sus propios principios;la verdad, sin embargo, no es másque una sola. La Revelación, con suscontenidos, nunca puede menos-preciar a la razón en sus descubri-mientos y en su legítima autonomía;por su parte, sin embargo, la razónno debe jamás perder su capacidadde interrogarse y de interrogar, sien-do consciente de que no puede eri-girse en valor absoluto y exclusivo.La verdad revelada, al ofrecer plenaluz sobre el ser, a partir del esplen-dor que proviene del mismo Sersubsistente, iluminará el camino dela reflexión filosófica. En definitiva,

la Revelación cristiana llega a ser el verdadero punto de refe-rencia y de confrontación entre el pensamiento filosófico y el te-ológico en su recíproca relación. Es deseable, pues, que los te-ólogos y los filósofos se dejen guiar por la única autoridad de laverdad, de modo que se elabore una filosofía en consonanciacon la Palabra de Dios. Esta filosofía ha de ser el punto de en-cuentro entre las culturas y la fe cristiana, el lugar de entendi-miento entre creyentes y no creyentes. Ha de servir de ayuda pa-ra que los creyentes se convenzan firmemente de que la pro-fundidad y autenticidad de la fe se favorece cuando está unidaal pensamiento y no renuncia a él. Una vez más, la enseñanzade los Padres de la Iglesia nos afianza en esta convicción: Elmismo acto de fe no es otra cosa que el pensar con el asentimiento dela voluntad [...] Todo el que cree, piensa; piensa creyendo y cree pen-sando [...] Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula95. Ade-más: Sin asentimiento no hay fe, porque sin asentimiento no se pue-de creer nada96.

La fe, como tal, no es una filosofía,pero hay un modo cristiano

de filosofar

La fe libera la razónde la presunción, tentación típica

a la que los filósofosestán fácilmente sometidos

Santo Tomás, un auténtico modelopara cuantos buscan la verdad

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 35ΑΩ

Exigencias irrenunciables de la Palabra de Dios

80. La Sagrada Escritura contiene, de manera explícita o im-plícita, una serie de elementos que permiten obtener una vi-sión del hombre y del mundo de gran valor filosófico. Los cris-tianos han tomado conciencia progresivamente de la riquezacontenida en aquellas páginas sagradas. De ellas se deduceque la realidad que experimentamos no es el absoluto; no esincreada, ni se ha autoengendrado. Sólo Dios es el Absoluto. Delas páginas de la Biblia se deduce, además, una visión del hom-bre como imago Dei, que contiene indicaciones precisas sobre suser, su libertad y la inmortalidad de su espíritu. Puesto que elmundo creado no es autosuficiente, toda ilusión de autonomíaque ignore la dependencia esencial de Dios de toda criatura–incluido el hombre– lleva a situaciones dramáticas que des-truyen la búsqueda racional de la armonía y del sentido de laexistencia humana.

Incluso el problema del mal moral –la forma más trágica demal– es afrontado en la Biblia, la cual nos enseña que éste no sepuede reducir a una cierta deficiencia debida a la materia, sinoque es una herida causada por una manifestación desordenadade la libertad humana. En fin, la palabra de Dios plantea elproblema del sentido de la existencia y ofrece su respuestaorientando al hombre hacia Jesucristo, el Verbo de Dios, querealiza en plenitud la existencia humana. De la lectura del tex-to sagrado se podrían explicitar también otros aspectos; de to-dos modos, lo que sobresale es el rechazo de toda forma de re-lativismo, de materialismo y de panteísmo.

La convicción fundamental de esta filosofía contenida en la Bi-blia es que la vida humana y el mundo tienen un sentido y es-tán orientados hacia su cumplimiento, que se realiza en Jesu-cristo. El misterio de la Encarnación será siempre el punto de re-ferencia para com-prender el enigma dela existencia huma-na, del mundo crea-do y de Dios mismo.En este misterio losretos para la filosofíason radicales, porquela razón está llama-da a asumir una ló-gica que derriba losmuros dentro de loscuales corre el riesgode quedar encerrada.Sin embargo, sóloaquí alcanza su cul-men el sentido de laexistencia. En efecto,se hace inteligible laesencia íntima deDios y del hombre.En el misterio delVerbo encarnado sesalvaguardan la na-

turaleza divina y la naturaleza humana, con su respectiva au-tonomía, y a la vez se manifiesta el vínculo único que las poneen recíproca relación sin confusión97.

La «crisis del sentido de la vida»81. Se ha de tener presente que uno de los elementos más im-portantes de nuestra condición actual es la crisis del sentido. Lospuntos de vista, a menudo de carácter científico, sobre la vida ysobre el mundo se han multiplicado de tal forma que podemosconstatar cómo se produce el fenómeno de la fragmentariedaddel saber. Precisamente esto hace difícil, y a menudo vana, labúsqueda de un sentido. Y, lo que es aún más dramático, enmedio de esta baraúnda de datos y de hechos entre los que se vi-ve, y que parecen formar la trama misma de la existencia, mu-chos se preguntan si todavía tiene sentido plantearse la cues-tión del sentido. La pluralidad de las teorías que se disputan larespuesta, o los diversos modos de ver y de interpretar el mun-do y la vida del hombre, no hacen más que agudizar esta dudaradical, que fácilmente desemboca en un estado de escepticismoy de indiferencia o en las diversas manifestaciones del nihilismo.

La consecuencia de esto es que, a menudo, el espíritu hu-mano está sujeto a una forma de pensamiento ambiguo, quelo lleva a encerrarse todavía más en sí mismo, dentro de los lí-mites de su propia inmanencia, sin ninguna referencia a lo tras-cendente. Una filosofía carente de la cuestión sobre el sentidode la existencia incurriría en el grave peligro de degradar larazón a funciones meramente instrumentales, sin ninguna au-téntica pasión por la búsqueda de la verdad.

Para estar en consonancia con la palabra de Dios es necesa-rio, ante todo, que la filosofía encuentre de nuevo su dimensión sa-piencial de búsqueda del sentido último y global de la vida. Esta

primera exigencia,pensándolo bien, espara la filosofía unestímulo utilísimopara adecuarse a sumisma naturaleza.Haciéndolo así, la fi-losofía no sólo serála instancia críticadecisiva que señalaa las diversas ramasdel saber científicosu fundamento y sulímite, sino que sepondrá también co-mo última instanciade unificación delsaber y del obrarhumano, impulsán-dolos a avanzar ha-cia un objetivo y unsentido definitivos.Esta dimensión sa-piencial se hace hoy

CAPÍTULO VII

EXIGENCIAS Y COMETIDOS ACTUALES

Cristo vence al mal. Tímpano de la portada de la iglesia de Sainte-Foy Francia. Siglo XII

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»36 ΑΩmás indispensableen la medida enque el crecimientoinmenso del podertécnico de la Hu-manidad requiereuna conciencia re-novada y aguda delos valores últimos.Si a estos mediostécnicos les faltara

la ordenación hacia un fin no meramente utilitarista, pronto po-drían revelarse inhumanos, e incluso transformarse en poten-ciales destructores del género humano98.

La palabra de Dios revela el fin último del hombre, y da unsentido global a su obrar en el mundo. Por esto invita a la filo-sofía a esforzarse en buscar el fundamento natural de este sen-tido, que es la religiosidad constitutiva de toda persona. Una fi-losofía que quisiera negar la posibilidad de un sentido últimoy global sería no sólo inadecuada, sino errónea.

82. Por otro lado, esta función sapiencial no podría ser desa-rrollada por una filosofía que no fuese un saber auténtico yverdadero, es decir, que atañe no sólo a aspectos particulares yrelativos de lo real –sean éstos funcionales, formales o útiles–,sino a su verdad total y definitiva, o sea, al ser mismo del objetode conocimiento. Ésta es, pues, una segunda exigencia: verifi-car la capacidad del hombre de llegar al conocimiento de la verdad;un conocimiento, además, que alcance la verdad objetiva, me-diante aquella adaequatio rei et intellectus a la que se refieren losDoctores de la Escolástica99. Esta exigencia, propia de la fe, ha si-do reafirmada por el Concilio Vaticano II: La inteligencia no se li-mita sólo a los fenómenos, sino que es capaz de alcanzar con verdaderacerteza la realidad inteligible, aunque a consecuencia del pecado seencuentre parcialmente oscurecida y debilitada100.

Una filosofía radicalmente fenoménica o relativista seríainadecuada para ayudar a profundizar en la riqueza de la pa-labra de Dios. En efecto, la Sagrada Escritura presupone siem-pre que el hombre, aunque culpable de doblez y de engaño, escapaz de conocer y de comprender la verdad límpida y pura. Enlos Libros sagrados, concretamente en el Nuevo Testamento,hay textos y afirmaciones de alcance propiamente ontológico.Los autores inspirados han querido formular verdaderas afir-maciones que expresan la realidad objetiva. No se puede decirque la tradición católica haya cometido un error al interpretaralgunos textos de san Juan y de san Pablo como afirmaciones so-bre el ser de Cristo. La teología, cuando se dedica a comprendery explicar estas afirmaciones, necesita la aportación de una fi-losofía que no renuncie a la posibilidad de un conocimientoobjetivamente verdadero, aunque siempre perfectible. Lo di-cho es válido también para los juicios de la conciencia moral,que la Sagrada Escritura supone que pueden ser objetivamen-te verdaderos101.

El gran reto del final de milenio83. Las dos exigencias mencionadas conllevan una tercera: es ne-cesaria una filosofía de alcance auténticamente metafísico, capaz

de trascender losdatos empíricospara llegar, en subúsqueda de laverdad, a algo ab-soluto, último yfundamental. Éstaes una exigenciaimplícita tanto enel conocimiento detipo sapiencial co-mo en el de tipo

analítico; concretamente, es una exigencia propia del conoci-miento del bien moral cuyo fundamento último es el sumoBien, Dios mismo. No quiero hablar aquí de la metafísica comosi fuera una escuela específica, o una corriente histórica parti-cular. Sólo deseo afirmar que la realidad y la verdad trans-cienden lo fáctico y lo empírico, y reivindicar la capacidad queel hombre tiene de conocer esta dimensión trascendente y me-tafísica de manera verdadera y cierta, aunque imperfecta yanalógica. En este sentido, la metafísica no se ha de conside-rar como alternativa a la antropología, ya que la metafísica per-mite precisamente dar un fundamento al concepto de digni-dad de la persona por su condición espiritual. La persona, enparticular, es el ámbito privilegiado para el encuentro con elser y, por tanto, con la reflexión metafísica.

Dondequiera que el hombre descubra una referencia a loabsoluto y a lo trascendente, se le abre un resquicio de la di-mensión metafísica de la realidad: en la verdad, en la belleza, enlos valores morales, en las demás personas, en el ser mismo y enDios. Un gran reto que tenemos al final de este milenio es elde saber realizar el paso, tan necesario como urgente, del fenó-meno al fundamento. No es posible detenerse en la sola expe-riencia; incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto lainterioridad del hombre y su espiritualidad, es necesario que lareflexión especulativa llegue hasta su naturaleza espiritual yhasta el fundamento en que se apoya. Por lo cual, un pensa-miento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica se-ría radicalmente inadecuado para desempeñar un papel demediación en la comprensión de la Revelación.

La palabra de Dios se refiere continuamente a lo que superala experiencia e incluso el pensamiento del hombre; pero estemisterio no podría ser revelado, ni la teología podría hacerlo in-teligible de modo alguno102, si el conocimiento humano estu-viera rigurosamente limitado al mundo de la experiencia sen-sible. Por lo cual, la metafísica es una mediación privilegiadaen la búsqueda teológica. Una teología sin un horizonte meta-físico no conseguiría ir más allá del análisis de la experienciareligiosa, y no permitiría al intellectus fidei expresar con cohe-rencia el valor universal y trascendente de la verdad revelada.

Si insisto tanto en el elemento metafísico es porque estoyconvencido de que es el camino obligado para superar la si-tuación de crisis que afecta hoy a grandes sectores de la filoso-fía, y para corregir así algunos comportamientos erróneos di-fundidos en nuestra sociedad.

84. La importancia de la instancia metafísica se hace aún másevidente si se considera el desarrollo que hoy tienen las cienciashermenéuticas y los diversos análisis del lenguaje. Los resul-tados a los que llegan estos estudios pueden ser muy útiles pa-ra la comprensión de la fe, ya que ponen de manifiesto la es-tructura de nuestro modo de pensar y de hablar, y el sentidocontenido en el lenguaje. Sin embargo, hay estudiosos de estasciencias que, en sus investigaciones, tienden a detenerse en elmodo como se comprende y se expresa la realidad, sin verificarlas posibilidades que tiene la razón para descubrir su esencia.¿Cómo no descubrir en dicha actitud una prueba de la crisisde confianza, que atraviesa nuestro tiempo, sobre la capacidadde la razón? Además, cuando, en algunas afirmaciones aprio-rísticas, estas tesis tienden a ofuscar los contenidos de la fe, o anegar su validez universal, no sólo humillan la razón, sino quese descalifican a sí mismas. La fe presupone con claridad que ellenguaje humano es capaz de expresar de manera universal–aunque en términos analógicos, pero no por ello menos sig-nificativos– la realidad divina y trascendente103. Si no fuera así,la palabra de Dios, que es siempre palabra divina en lenguajehumano, no sería capaz de expresar nada sobre Dios. La inter-pretación de esta Palabra no puede llevarnos de interpretaciónen interpretación, sin llegar nunca a descubrir una afirmaciónsimplemente verdadera; de otro modo, no habría revelaciónde Dios, sino solamente la expresión de conceptos humanossobre Él y sobre lo que presumiblemente piensa de nosotros.

El mal no se puede reducira una cierta deficiencia debida

a la materia, sino que esuna herida causada por unamanifestación desordenada

de la libertad humana

Preguntarse si todavía tienesentido plantearse la cuestión

del «sentido de la vida» no hacemás que agudizar esa duda

radical, que fácilmentedesemboca en escepticismo,

indiferencia y nihilismo

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 37ΑΩ85. Sé bien que estas exigencias, puestas a la filosofía por la pa-labra de Dios, pueden parecer arduas a muchos que afrontan lasituación actual de la investigación filosófica. Precisamente poresto, asumiendo lo que los Sumos Pontífices, desde hace algúntiempo, no dejan de enseñar y lo que el mismo Concilio Ecu-ménico Vaticano II ha afirmado, deseo expresar firmemente laconvicción de que el hombre es capaz de llegar a una visiónunitaria y orgánica del saber. Éste es uno de los cometidos queel pensamiento cristiano deberá afrontar a lo largo del próximomilenio de la era cristiana. El aspecto sectorial del saber, en lamedida en que comporta un acercamiento parcial a la verdad,con la consiguiente fragmentación del sentido, impide la unidadinterior del hombre contemporáneo. ¿Cómo podría no preo-cuparse de ello la Iglesia? Este cometido sapiencial llega a susPastores directamente desde el Evangelio, y ellos no puedeneludir el deber de llevarlo a cabo.

La imprescindible TradiciónConsidero que quienes tratan hoy de responder como filó-

sofos a las exigencias que la palabra de Dios plantea al pensa-miento humano, deberían elaborar su razonamiento basándo-se en estos postulados, y en coherente continuidad con la grantradición que, empezando por los antiguos, pasa por los Pa-dres de la Iglesia y los maestros de la escolástica, y llega hastalos descubrimientos fundamentales del pensamiento modernoy contemporáneo. Si el filósofo sabe aprender de esta tradicióne inspirarse en ella,no dejará de mos-trarse fiel a la exi-gencia de autonomíadel pensamiento filo-sófico.

En este sentido, esmuy significativoque, en el contextoactual, algunos filó-sofos sean promoto-res del descubri-miento del papel de-terminante de la tra-dición para unaforma correcta de co-nocimiento. En efec-to, la referencia a latradición no es unmero recuerdo delpasado, sino que másbien constituye el re-conocimiento de un patrimonio cultural de toda la Humani-dad. Es más, se podría decir que nosotros pertenecemos a latradición y no podemos disponer de ella como queramos. Pre-cisamente el tener las raíces en la tradición es lo que nos permitehoy poder expresar un pensamiento original, nuevo y proyec-tado hacia el futuro. Esta misma referencia es válida también,sobre todo, para la teología. No sólo porque tiene la Tradiciónviva de la Iglesia como fuente originaria104, sino también porque,gracias a esto, debe ser capaz de recuperar tanto la profunda tra-dición teológica que ha marcado las épocas anteriores, comola perenne tradición de aquella filosofía que ha sabido supe-rar, por su verdadera sabiduría, los límites del espacio y deltiempo.

Errores de algunas corrientes de pensamiento86. La insistencia en la necesidad de una estrecha relación decontinuidad de la reflexión filosófica contemporánea con laelaborada en la tradición cristiana intenta prevenir el peligro quese esconde en algunas corrientes de pensamiento, hoy tan di-fundidas. Considero oportuno detenerme en ellas, aunque bre-

vemente, para poner de relieve sus errores y los consiguientesriesgos para la actividad filosófica.

La primera es el eclecticismo, término que designa la actitudde quien, en la investigación, en la enseñanza y en la argu-mentación, incluso teológica, suele adoptar ideas derivadas dediferentes filosofías, sin fijarse en su coherencia o conexión sis-temática ni en su contexto histórico. De este modo, no es ca-paz de discernir la parte de verdad de un pensamiento de lo quepueda tener de erróneo o inadecuado. Una forma extrema deeclecticismo se percibe también en el abuso retórico de los tér-minos filosóficos, al que se abandona a veces algún teólogo.Esta instrumentalización no ayuda a la búsqueda de la verdady no educa la razón –tanto teológica como filosófica– para ar-gumentar de manera seria y científica. El estudio riguroso yprofundo de las doctrinas filosóficas, de su lenguaje peculiar ydel contexto en que han surgido, ayuda a superar los riesgos deleclecticismo, y permite su adecuada integración en la argu-mentación teológica.

87. El eclecticismo es un error de método, pero podría ocultartambién las tesis propias del historicismo. Para comprender demanera correcta una doctrina del pasado, es necesario consi-derarla en su contexto histórico y cultural. En cambio, la tesisfundamental del historicismo consiste en establecer la verdadde una filosofía sobre la base de su adecuación a un determi-nado período y a un determinado objetivo histórico. De estemodo, al menos implícitamente, se niega la validez perenne

de la verdad. Lo queera verdad en unaépoca, sostiene el his-toricista, puede noserlo ya en otra. Enfin, la historia delpensamiento es, pa-ra él, poco más queuna pieza arqueoló-gica a la que se recu-rre para poner de re-lieve posiciones delpasado, en gran par-te ya superadas, y ca-rentes de significadopara el presente. Porel contrario, se debeconsiderar ademásque, aunque la for-

mulación esté en cier-to modo vinculada altiempo y a la cultura,

la verdad o el error expresados en ellas se pueden reconocer yvalorar como tales en todo caso, no obstante la distancia espa-cio-temporal.

En la reflexión teológica, el historicismo tiende a presentar-se muchas veces bajo una forma de modernismo. Con la justapreocupación de actualizar la temática teológica y de hacerlaasequible a los contemporáneos, se recurre sólo a las afirma-ciones y a la jerga filosófica más recientes, descuidando las ob-servaciones críticas que se deberían hacer eventualmente a la luzde la tradición. Esta forma de modernismo, por el hecho desustituir la actualidad por la verdad, se muestra incapaz de sa-tisfacer las exigencias de verdad a la que la teología debe dar res-puesta.

Cientificismo, pragmatismo, nihilismo88. Otro peligro considerable es el cientificismo. Esta corriente fi-losófica no admite como válidas otras formas de conocimientoque no sean las propias de las ciencias positivas, relegando alámbito de la mera imaginación tanto el conocimiento religiosoy teológico, como el saber ético y estético. En el pasado, esta

Un gran reto para los hombres del final de este milenio:saber dar el paso desde los fenómenos a su fundamento

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»38 ΑΩmisma idea se ex-presaba en el posi-tivismo y en el ne-opositivismo, queconsideraban sinsentido las afirma-ciones de carácter

metafísico. La crítica epistemológica ha desacreditado esta co-rriente de pensamiento, que, no obstante, vuelve a surgir bajola nueva forma del cientificismo. En esta perspectiva, los valo-res quedan relegados a meros productos de la emotividad, y lanoción de ser es marginada, para dar lugar a lo puro y simple-mente fáctico. La ciencia se prepara a dominar todos los as-pectos de la existencia humana a través del progreso tecnoló-gico. Los éxitos innegables de la investigación científica y de latecnología contemporánea han contribuido a difundir la men-talidad cientificista, que parece no encontrar límites, teniendoen cuenta cómo ha penetrado en las diversas culturas y cómo lesha aportado cambios radicales.

Se debe constatar, lamentablemente, que lo relativo a la cues-tión sobre el sentido de la vida es considerado por el cientifi-cismo como algo que pertenece al campo de lo irracional o delo imaginario. No menos desalentador es el modo en que estacorriente de pensamiento trata otros grandes problemas de lafilosofía que, o son ignorados, o se afrontan con análisis basa-dos en analogías superficiales, sin fundamento racional. Esto lle-va al empobrecimiento de la reflexión humana, que se ve pri-vada de los problemas de fondo que el animal rationale se haplanteado constantemente, desde el inicio de su existencia te-rrena. En esta perspectiva, al marginar la crítica provenientede la valoración ética, la mentalidad cientificista ha consegui-do que muchos acepten la idea según la cual lo que es técni-camente realizable llega a ser por ello moralmente admisible.

89. No menores peligros conlleva el pragmatismo, actitud mentalpropia de quien, al hacer sus opciones, excluye el recurso a re-flexiones teoréticas o a valoraciones basadas en principios éticos.Las consecuencias derivadas de esta corriente de pensamientoson notables. En particular, se ha ido afirmando un conceptode democracia que no contempla la referencia a fundamentos deorden axiológico, y, por tanto, inmutables. La admisibilidad o node un determinado comportamiento se decide con el voto dela mayoría parlamentaria105. Las consecuencias de semejanteplanteamiento son evidentes: las grandes decisiones moralesdel hombre se subordinan, de hecho, a las deliberaciones to-madas cada vez por los órganos institucionales. Más aún, lamisma antropología está fuertemente condicionada por una vi-sión unidimensional del ser humano, ajena a los grandes dilemaséticos y a los análisis existenciales sobre el sentido del sufri-miento y del sacrificio, de la vida y de la muerte.

90. Las tesis examinadas hasta aquí llevan, a su vez, a una con-cepción más general, que actualmente parece constituir el ho-rizonte común para muchas filosofías que se han alejado delsentido del ser. Me estoy refiriendo a la actitud nihilista, que re-chaza todo fundamento, a la vez que niega toda verdad objetiva.El nihilismo, aun antes de estar en contraste con las exigenciasy con los contenidos de la palabra de Dios, niega la humanidaddel hombre y su misma identidad. En efecto, se ha de tener encuenta que la negación del ser comporta inevitablemente lapérdida de contacto con la verdad objetiva y, por consiguiente,con el fundamento de la dignidad humana. De este modo se ha-ce posible borrar del rostro del hombre los rasgos que mani-fiestan su semejanza con Dios, para llevarlo progresivamente oa una destructiva voluntad de poder, o a la desesperación de lasoledad. Una vez que se ha quitado la verdad al hombre, espura ilusión pretender hacerlo libre. Verdad y libertad, o bienvan juntas, o juntas perecen miserablemente106. La «postmodernidad»

91. Al comentar las corrientes de pensamiento apenas mencio-nadas, no ha sido mi intención presentar un cuadro completo dela situación actual de la filosofía, que, por otra parte, sería difícilde englobar en una visión unitaria. Quiero subrayar, de hecho,que la herencia del saber y de la sabiduría se ha enriquecidoen diversos campos. Basta citar la lógica, la filosofía del len-guaje, la epistemología, la filosofía de la naturaleza, la antro-pología, el análisis profundo de las vías afectivas del conoci-miento, el acercamiento existencial al análisis de la libertad.Por otra parte, la afirmación del principio de inmanencia, quees el centro de la actitud racionalista, suscitó, a partir del siglopasado, reacciones que han llevado a un planteamiento radicalde los postulados considerados indiscutibles. Nacieron así co-rrientes irracionalistas, mientras la crítica ponía de manifiestola inutilidad de la exigencia de autofundación absoluta de la ra-zón.

Nuestra época ha sido calificada por ciertos pensadores co-mo la época de la postmodernidad. Este término, utilizado fre-cuentemente en contextos muy diferentes unos de otros, de-signa la aparición de un conjunto de factores nuevos, que, porsu difusión y eficacia, han sido capaces de determinar cambiossignificativos y duraderos. Así, el término se ha empleado pri-mero a propósito de fenómenos de orden estético, social y tec-nológico. Sucesivamente ha pasado al ámbito filosófico, que-dando caracterizado no obstante por una cierta ambigüedad,tanto porque el juicio sobre lo que se llama postmoderno es unasveces positivo y otras negativo, como porque falta consensosobre el delicado problema de la delimitación de las diferentesépocas históricas. Sin embargo, no hay duda de que las co-rrientes de pensamiento relacionadas con la postmodernidadmerecen una adecuada atención. Según algunas de ellas, eltiempo de las certezas ha pasado irremediablemente; el hombredebería ya aprender a vivir en una perspectiva de carencia to-tal de sentido, caracterizada por lo provisional y fugaz. Mu-chos autores, en su crítica demoledora de toda certeza e igno-rando las distinciones necesarias, contestan incluso la certeza dela fe.

Este nihilismo encuentra una cierta confirmación en la te-rrible experiencia del mal que ha marcado nuestra época. An-te esta experiencia dramática, el optimismo racionalista queveía en la Historia el avance victorioso de la razón, fuente de fe-licidad y de libertad, no ha podido mantenerse en pie, hasta elpunto de que una de las mayores amenazas, en este fin de siglo,es la tentación de la desesperación.

Sin embargo es verdad que una cierta mentalidad positivis-ta sigue alimentando la ilusión de que, gracias a las conquistascientíficas y técnicas, el hombre, como demiurgo, pueda llegarpor sí solo a conseguir el pleno dominio de su destino.

Cometidos actuales de la teología92. Como inteligencia de la Revelación, la teología, en las di-versas épocas históricas, ha debido afrontar siempre las exi-gencias de las diferentes culturas, para luego conciliar en ellasel contenido de la fe con una conceptualización coherente. Hoytiene también un doble cometido. Por una parte, debe desa-rrollar la labor que el Concilio Vaticano II le encomendó en sumomento: renovar las propias metodologías para un serviciomás eficaz a la evangelización. En esta perspectiva, ¿cómo no re-cordar las palabras pronunciadas por el Sumo Pontífice JuanXXIII en la apertura del Concilio? Decía entonces: Es necesario,además, como lo desean ardientemente todos los que promueven sin-ceramente el espíri-tu cristiano, católicoy apostólico, conocercon mayor amplitudy profundidad estadoctrina que debeimpregnar las con-

Lo técnicamente realizable no siempre es moralmente

admisible

Una de las mayores amenazas,en este fin de siglo, es la tentación

de la desesperación

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 39ΑΩciencias. Esta doctrina es, sin duda, verdadera e inmutable, y el fiel de-be prestarle obediencia, pero hay que investigarla y exponerla segúnlas exigencias de nuestro tiempo107.

Por otra parte, la teología debe mirar hacia la verdad últimaque recibe con la Revelación, sin darse por satisfecha con lasfases intermedias. Es conveniente que el teólogo recuerde quesu trabajo corresponde al dinamismo presente en la fe misma yque el objeto propio de su investigación es la Verdad, el Dios vi-vo y su designio de salvación revelado en Jesucristo108. Este cometi-do, que afecta en primer lugar a la teología, atañe igualmente ala filosofía. Los numerosos problemas actuales exigen un trabajocomún, aunque realizado con metodologías diversas, para quela verdad sea nuevamente conocida y expresada. La Verdad,que es Cristo, se impone como autoridad universal que diri-ge, estimula y hace crecer (cf. Ef 4, 15) tanto la teología como lafilosofía.

Creer en la posibilidad de conocer una verdad universal-mente válida no es, en modo alguno, fuente de intolerancia; alcontrario, es una condición necesaria para un diálogo sincero yauténtico entre las personas. Sólo bajo esta condición es posiblesuperar las divisiones y recorrer juntos el camino hacia la ver-dad completa, siguiendo los senderos que sólo conoce el Espí-ritu del Señor resucitado109. Deseo indicar ahora cómo la exi-gencia de unidad se presenta concretamente hoy ante las tare-as actuales de la teo-logía.

93. El objetivo funda-mental al que tiendela teología consiste enpresentar la inteligenciade la Revelación y el con-tenido de la fe. Por tan-to, el verdadero cen-tro de su reflexión serála contemplación delmisterio mismo deDios Trino. A Él se lle-ga reflexionando so-bre el misterio de laencarnación del Hijode Dios: sobre su ha-cerse hombre y suconsiguiente caminarhacia la Pasión ymuerte, misterio quedesembocará en sugloriosa resurrección y ascensión a la derecha del Padre, dedonde enviará el Espíritu de la verdad para constituir y ani-mar a su Iglesia. En este horizonte, un objetivo primario de lateología es la comprensión de la kenosis [abajamiento] de Dios,verdadero gran misterio para la mente humana, a la cual re-sulta inaceptable que el sufrimiento y la muerte puedan ex-presar el amor que se da sin pedir nada a cambio. En esta pers-pectiva se impone como exigencia básica y urgente un análisisatento de los textos. En primer lugar, los textos escriturísticos;después, los de la Tradición viva de la Iglesia. A este respecto,se plantean hoy algunos problemas, sólo nuevos en parte, cu-ya solución coherente no se podrá encontrar prescindiendo dela aportación de la filosofía.

94. Un primer aspecto problemático es la relación entre el sig-nificado y la verdad. Como cualquier otro texto, también lasfuentes que el teólogo interpreta transmiten ante todo un sig-nificado, que se ha de descubrir y exponer. Ahora bien, estesignificado se presenta como la verdad sobre Dios, que es co-municada por Él mismo a través del texto sagrado. En el len-guaje humano, pues, toma cuerpo el lenguaje de Dios, que co-munica la propia verdad con la admirable condescendencia querefleja la lógica de la Encarnación110. Al interpretar las fuentes de

la Revelación es necesario, por tanto, que el teólogo se pre-gunte cuál es la verdad profunda y genuina que los textos quie-ren comunicar, a pesar de los límites del lenguaje.

En cuanto a los textos bíblicos, y a los Evangelios en parti-cular, su verdad no se reduce ciertamente a la narración de me-ros acontecimientos históricos, o a la revelación de hechos neu-trales, como postula el positivismo historicista111. Al contrario,estos textos presentan acontecimientos cuya verdad va másallá de las vicisitudes históricas: su significado está en y parala historia de la salvación. Esta verdad tiene su plena explici-tación en la lectura constante que la Iglesia hace de dichos tex-tos a lo largo de los siglos, manteniendo inmutable su signifi-cado originario. Es urgente, pues, interrogarse incluso filosó-ficamente sobre la relación que hay entre el hecho y su signifi-cado; relación que constituye el sentido específico de la Historia.

La verdad supera la Historia95. La palabra de Dios no se dirige a un solo pueblo y a una so-la época. Igualmente, los enunciados dogmáticos, aun reflejan-do a veces la cultura del período en que se formulan, presentanuna verdad estable y definitiva. Surge, pues, la pregunta sobrecómo se puede conciliar el carácter absoluto y universal de la ver-dad con el inevitable condicionamiento histórico y cultural de las

fórmulas en que seexpresa. Como he di-cho anteriormente,las tesis del histori-cismo no son defen-dibles. En cambio, laaplicación de unahermenéutica abier-ta a la instancia me-tafísica permite mos-trar cómo, a partir delas circunstanciashistóricas y contin-gentes en que hanmadurado los textos,se llega a la verdadexpresada en ellos,que va más allá dedichos condiciona-mientos.Con su lenguaje his-tórico y circunscritoel hombre puede ex-

presar unas verdades que trascienden el fenómeno lingüísti-co. En efecto, la verdad jamás puede ser limitada por el tiempoy la cultura; se conoce en la Historia, pero supera la Historia mis-ma.

96. Esta consideración permite entrever la solución de otro pro-blema: el de la perenne validez del lenguaje conceptual usadoen las definiciones conciliares. Mi predecesor Pío XII ya afron-tó esta cuestión en la encíclica Humani generis112.

Reflexionar sobre este tema no es fácil, porque se debe te-ner en cuenta seriamente el significado que adquieren las pa-labras en las diversas culturas y en épocas diferentes. De to-dos modos, la historia del pensamiento enseña que, a travésde la evolución y de la variedad de las culturas, ciertos con-ceptos básicos mantienen su valor cognoscitivo universal y,por tanto, la verdad de las proposiciones que los expresan113.Si no fuera así, la filosofía y las ciencias no podrían comuni-carse entre ellas, ni podrían ser asumidas por culturas distintasde aquellas en que han sido pensadas y elaboradas. El proble-ma hermenéutico, por tanto, existe, pero tiene solución. Porotra parte, el valor objetivo de muchos conceptos no excluyeque, a menudo, su significado sea imperfecto. La especulaciónfilosófica podría ayudar mucho en este campo. Por tanto, es

Estudiantes en clase. Giovanni di Legnano. BoloniaObjeto de la teología: presentar a los hombres de hoy la inteligencia de la Revelación

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»40 ΑΩ

de desear un esfuerzo particular para profundizar la relación en-tre lenguaje conceptual y verdad, para proponer vías adecua-das para su correcta comprensión.

97. Si un cometido importante de la teología es la interpretaciónde las fuentes, un paso ulterior e incluso más delicado y exigentees la comprensión de la verdad revelada, o sea, la elaboración del in-tellectus fidei. Como ya he dicho, el intellectus fidei necesita laaportación de una filosofía del ser, que permita ante todo a la teología dogmática desarrollar de manera adecuada sus funcio-nes. El pragmatismo dogmático de principios de este siglo, se-gún el cual las verdades de fe no serían más que reglas de com-portamiento, ha sido ya descartado y rechazado114; a pesar de es-to, queda siempre la tentación de comprender estas verdades demanera puramente funcional. En este caso, se caería en un es-quema inadecuado, reductivo y desprovisto de la necesaria in-cisividad especulativa. Por ejemplo, una cristología que se es-tructurara unilateralmente desde abajo, como hoy suele decir-se, o una eclesiología elaborada única-mente sobre el modelo de la sociedadcivil, difícilmente podrían evitar el peli-gro de tal reduccionismo.

Si el intellectus fidei quiere incorporartoda la riqueza de la tradición teológica,debe recurrir a la filosofía del ser. Éstadebe poder replantear el problema delser según las exigencias y las aportacio-nes de toda la tradición filosófica, in-cluida la más reciente, evitando caer eninútiles repeticiones de esquemas anticuados. En el marco de latradición metafísica cristiana, la filosofía del ser es una filoso-fía dinámica que ve la realidad en sus estructuras ontológicas,causales y comunicativas. Tiene fuerza y perenne validez por es-tar fundamentada en el hecho mismo del ser, que permite laapertura plena y global hacia la realidad entera, superandocualquier límite hasta llegar a Aquel que lo perfecciona todo115.En la teología, que recibe sus principios de la Revelación co-mo nueva fuente de conocimiento, se confirma esta perspecti-va según la íntima relación entre fe y racionalidad metafísica.

Conciencia ética desorientada98. Consideraciones análogas se pueden hacer también por loque se refiere a la teología moral. La recuperación de la filosofíaes urgente asimismo para la comprensión de la fe, relativa a laactuación de los creyentes. Ante los retos contemporáneos enel campo social, económico, político y científico, la concienciaética del hombre está desorientada. En la encíclica Veritatissplendor he puesto de relieve que muchos de los problemasque tiene el mundo actual derivan de una crisis en torno a laverdad. Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, quela razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitable-

mente la concepción mis-ma de la conciencia: a éstaya no se la considera en surealidad originaria, o sea,como acto de la inteligen-cia de la persona, que debeaplicar el conocimientouniversal del bien en unadeterminada situación yexpresar así un juicio so-bre la conducta recta quehay que elegir aquí y aho-ra; sino que más bien seestá orientando a conce-der a la conciencia del in-dividuo el privilegio de fi-jar, de modo autónomo, loscriterios del bien y delmal, y actuar en conse-cuencia. Esta visión coin-cide con una ética indivi-dualista, para la cual ca-da uno se encuentra antesu verdad, diversa de laverdad de los demás116.

En toda la encíclica he subrayado claramente el papel fun-damental que corresponde a la verdad en el campo moral. Es-ta verdad, respecto a la mayor parte de los problemas éticosmás urgentes, exige, por parte de la teología moral, una aten-ta reflexión que ponga bien de relieve su arraigo en la pala-bra de Dios. Para cumplir esta misión propia, la teología mo-ral debe recurrir a una ética filosófica orientada a la verdaddel bien; a una ética, pues, que no sea subjetivista ni utilita-rista. Esta ética implica y presupone una antropología filosó-fica y una metafísica del bien. Gracias a esta visión unitaria,vinculada necesariamente a la santidad cristiana y al ejercicio

de las virtudes humanas y sobrenatura-les, la teología moral será capaz de afron-tar los diversos problemas de su com-petencia –como la paz, la justicia social,la familia, la defensa de la vida y del am-biente natural– del modo más adecua-do y eficaz.

99. La labor teológica en la Iglesia estáante todo al servicio del anuncio de la fey de la catequesis117. El anuncio, o kerigma,

llama a la conversión, proponiendo la verdad de Cristo queculmina en su Misterio pascual. Sólo en Cristo es posible co-nocer la plenitud de la verdad que nos salva (cf. Hch 4, 12; 1 Tm2, 4-6).

En este contexto se comprende bien por qué, además de la te-ología, tiene también un notable interés la referencia a la cate-quesis, pues conlleva implicaciones filosóficas que deben estu-diarse a la luz de la fe. La enseñanza dada en la catequesis tie-ne un efecto formativo para la persona. La catequesis, que estambién comunicación lingüística, debe presentar la doctrina dela Iglesia en su integridad118, mostrando su relación con la vidade los creyentes119. Se da así una unión especial entre enseñan-za y vida, que es imposible alcanzar de otro modo. Lo que se co-munica en la catequesis no es un conjunto de verdades con-ceptuales, sino el misterio del Dios vivo120.

La reflexión filosófica puede contribuir mucho a clarificarla relación entre verdad y vida, entre acontecimiento y verdaddoctrinal y, sobre todo, la relación entre verdad trascendente ylenguaje humanamente inteligible121. La reciprocidad que hayentre las materias teológicas y los objetivos alcanzados por lasdiferentes corrientes filosóficas puede manifestar, pues, unafecundidad concreta de cara a la comunicación de la fe y de sucomprensión más profunda.

La verdad se conoceen la Historia, pero supera

la Historia misma.La Palabra de Dios no se dirigesólo a un pueblo y a una época

Ante los retos contemporáneos, la conciencia ética del hombre está desorientada

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 41ΑΩ

100. Pasados más de cien años de la publicación de la EncíclicaAeterni Patris, de León XIII, a la que me he referido varias vecesen estas páginas, me ha parecido necesario acometer de nuevo,y de modo más sistemático, el argumento sobre la relación en-tre fe y filosofía. Es evidente la importancia que el pensamien-to filosófico tiene en el desarrollo de las culturas y en la orien-tación de los comportamientos personales y sociales. Dichopensamiento ejerce una gran influencia, incluso sobre la teo-logía y sobre sus di-versas ramas, que nosiempre se percibe demanera explícita. Poresto, he consideradojusto y necesario su-brayar el valor que lafilosofía tiene para lacomprensión de la fe,y las limitaciones a lasque se ve sometidacuando olvida o re-chaza las verdades dela Revelación. La Igle-sia está profundamen-te convencida de quefe y razón se ayudanmutuamente122, ejer-ciendo recíprocamen-te una función tantode examen crítico ypurificador, como deestímulo para progre-sar en la búsqueda yen la profundización.

101. Cuando nuestraconsideración se cen-tra en la historia delpensamiento, sobre to-do en Occidente, es fá-cil ver la riqueza queha significado, para elprogreso de la Huma-nidad, el encuentroentre filosofía y teolo-gía, y el intercambiode sus respectivos re-sultados. La teología,que ha recibido como don una apertura y una originalidad quele permiten existir como ciencia de la fe, ha estimulado cierta-mente a la razón a permanecer abierta a la novedad radicalque comporta la revelación de Dios. Esto ha sido una ventaja in-dudable para la filosofía, que así ha visto abrirse nuevos hori-zontes, de significados inéditos, que la razón está llamada aestudiar.

Precisamente a la luz de esta constatación, de la misma ma-nera que he reafirmado la necesidad de que la teología recupere

su legítima relación con la filosofía, también me siento en eldeber de subrayar la oportunidad de que la filosofía, por elbien y el progreso del pensamiento, recupere su relación con lateología. En ésta, la filosofía no encontrará la reflexión de un úni-co individuo que, aunque profunda y rica, lleva siempre consigolos límites propios de la capacidad de pensamiento de uno so-lo, sino la riqueza de una reflexión común. En la reflexión sobrela verdad la teología está apoyada, por su misma naturaleza, en

la nota de la eclesiali-dad123 y en la tradicióndel Pueblo de Dios,con su pluralidad desaberes y de culturasen la unidad de la fe.

102. La Iglesia, al in-sistir sobre la impor-tancia y las verdade-ras dimensiones delpensamiento filosófi-co, promueve a la veztanto la defensa de ladignidad del hombrecomo el anuncio delmensaje evangélico.Ante tales cometidos,lo más urgente hoy esllevar a los hombres adescubrir su capaci-dad de conocer la ver-dad124, y su anhelo deun sentido último ydefinitivo de la exis-tencia. En la perspec-tiva de estas profun-das exigencias, inscri-tas por Dios en la na-turaleza humana, seve incluso más claro elsignificado humano yhumanizador de lapalabra de Dios. Gra-cias a la mediación deuna filosofía que hallegado a ser tambiénverdadera sabiduría, elhombre contemporá-

neo llegará así a reconocer que será tanto más hombre cuanto,entregándose al Evangelio, más se abra a Cristo.

A los filósofos

103. La filosofía, además, es como el espejo en el que se reflejala cultura de los pueblos. Una filosofía que, impulsada por lasexigencias de la teología, se desarrolla en coherencia con la fe,

CONCLUSIÓN

La fe ilumina la razón

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»42 ΑΩforma parte de la evangelización de la cultura, que Pablo VI pro-puso como uno de los objetivos fundamentales de la evangeli-zación125. A la vez que no me canso de recordar la urgencia deuna nueva evangelización, me dirijo a los filósofos para que pro-fundicen en las dimensiones de la verdad, del bien y de la be-lleza, a las que conduce la palabra de Dios. Esto es más urgen-te aún si se consideran los retos que el nuevo milenio trae con-sigo, y que afectan de modo particular a las regiones y culturasde antigua tradición cristiana. Esta atención debe considerarsetambién como una aportación fundamental y original en el ca-mino de la nueva evangelización.

104. El pensamiento filosófico es, a menudo, el único ámbitode entendimiento y de diálogo con quienes no comparten nues-tra fe. El movimiento filosófico contemporáneo exige el es-fuerzo atento y competente de filósofos creyentes capaces deasumir las esperanzas, nuevas perspectivas y problemáticasde este momento histórico. El filósofo cristiano, al argumen-tar a la luz de la razón y según sus reglas, aunque guiado siem-pre por la inteligencia que le viene de la palabra de Dios, pue-de desarrollar una reflexión que será comprensible y sensata in-cluso para quien no per-cibe aún la verdad plenaque manifiesta la divinaRevelación. Este ámbitode entendimiento y dediálogo es hoy muy im-portante, ya que los pro-blemas que se presentancon más urgencia a laHumanidad –como elproblema ecológico, elde la paz o el de la con-vivencia de las razas yde las culturas– encuen-tran una posible solu-ción a la luz de una claray honrada colaboraciónde los cristianos con losfieles de otras religionesy con quienes, aun no compartiendo una creencia religiosa, bus-can la renovación de laHumanidad. Lo afirma el Concilio Vaticano II: El deseo de que es-te diálogo sea conducido sólo por el amor a la verdad, guardando siem-pre la debida prudencia, no excluye por nuestra parte a nadie, ni aaquellos que cultivan los bienes preclaros del espíritu humano, pero noreconocen todavía a su Autor, ni a aquellos que se oponen a la Iglesiay la persiguen de diferentes maneras126. Una filosofía en la que res-plandezca algo de la verdad de Cristo, única respuesta defini-tiva a los problemas del hombre127, será una ayuda eficaz parala ética verdadera, y a la vez planetaria, que necesita hoy laHumanidad.

A los teólogos, formadores y científicos

105. Al concluir esta encíclica quiero dirigir una ulterior lla-mada, ante todo, a los teólogos, a fin de que dediquen parti-cular atención a las implicaciones filosóficas de la palabra deDios, y realicen una reflexión de la que emerja la dimensiónespeculativa y práctica de la ciencia teológica. Deseo agrade-cerles su servicio eclesial. La relación íntima entre la sabiduríateológica y el saber filosófico es una de las riquezas más origi-nales de la tradición cristiana en la profundización de la verdadrevelada. Por esto, los exhorto a recuperar y subrayar más la di-mensión metafísica de la verdad, para entrar así en diálogo crí-tico y exigente tanto con el pensamiento filosófico contempo-ráneo como con toda la tradición filosófica, ya esté en sintonía

o en contraposición con la palabra de Dios. Que tengan siemprepresente la indicación de san Buenaventura, gran maestro delpensamiento y de la espiritualidad, el cual, al introducir al lec-tor en su Itinerarium mentis in Deum, lo invitaba a darse cuentade que no es suficiente la lectura sin el arrepentimiento, el conoci-miento sin la devoción, la búsqueda sin el impulso de la sorpresa, laprudencia sin la capacidad de abandonarse a la alegría, la actividad di-sociada de la religiosidad, el saber separado de la caridad, la inteli-gencia sin la humildad, el estudio no sostenido por la divina gracia, lareflexión sin la sabiduría inspirada por Dios128.

Me dirijo también a quienes tienen la responsabilidad de laformación sacerdotal, tanto académica como pastoral, para quecuiden con particular atención la preparación filosófica de losque habrán de anunciar el Evangelio al hombre de hoy y, sobretodo, de quienes se dedicarán al estudio y la enseñanza de la teología. Que se esfuercen en realizar su labor a la luz de lasprescripciones del Concilio Vaticano II129 y de las disposicionesposteriores, las cuales presentan el inderogable y urgente co-metido, al que todos estamos llamados, de contribuir a una au-téntica y profunda comunicación de las verdades de la fe. Queno se olvide la grave responsabilidad de una previa y adecua-

da preparación de losprofesores destinados ala enseñanza de la filo-sofía en los Seminariosy en las Facultades ecle-siásticas130. Es necesarioque esta enseñanza estéacompañada de la con-veniente preparacióncientífica, que se ofrez-ca de manera sistemáti-ca, proponiendo el granpatrimonio de la tradi-ción cristiana, y que serealice con el debido dis-cernimiento ante las exi-gencias actuales de laIglesia y del mundo.

106. Mi llamada se diri-ge, además, a los filóso-fos y a los profesores de fi-losofía, para que tengan

la valentía de recuperar, siguiendo una tradición filosófica pe-rennemente válida, las dimensiones de auténtica sabiduría yde verdad, incluso metafísica, del pensamiento filosófico. Quese dejen interpelar por las exigencias que provienen de la pa-labra de Dios, y estén dispuestos a realizar su razonamiento yargumentación como respuesta a las mismas. Que se orientensiempre hacia la verdad y estén atentos al bien que ella contie-ne. De este modo podrán formular la ética auténtica que la Hu-manidad necesita con urgencia, particularmente en estos años.La Iglesia sigue con atención y simpatía sus investigaciones;pueden estar seguros, pues, del respeto que ella tiene por lajusta autonomía de su ciencia. De modo particular, deseo alen-tar a los creyentes que trabajan en el campo de la filosofía, afin de que iluminen los diversos ámbitos de la actividad hu-mana con el ejercicio de una razón que es más segura y pers-picaz por la ayuda que recibe de la fe.

Finalmente, dirijo también unas palabras a los científicos,que, con sus investigaciones, nos ofrecen un progresivo cono-cimiento del universo en su conjunto y de la variedad increí-blemente rica de sus elementos, animados e inanimados, con suscomplejas estructuras atómicas y moleculares. El camino rea-lizado por ellos ha alcanzado, especialmente en este siglo, me-tas que siguen asombrándonos. Al expresar mi admiración y mialiento hacia estos valiosos pioneros de la investigación cientí-fica, a los cuales la Humanidad debe tanto de su desarrollo ac-tual, siento el deber de exhortarlos a continuar en sus esfuerzos

Los logros científico-tecnológicos necesitan una ética

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 43ΑΩpermaneciendo siempre en el horizonte sapiencial en el cual loslogros científicos y tecnológicos están acompañados por losvalores filosóficos y éticos, que son una manifestación caracte-rística e imprescindible de la persona humana. El científico esmuy consciente de que la búsqueda de la verdad, incluso cuando ata-ñe a una realidad limitada del mundo o del hombre, no termina nun-ca, remite siempre a algo que está por encima del objeto inmediato delos estudios, a los interrogantes que abren el acceso al Misterio131.

107. Pido a todos que fijen su atención en el hombre, al queCristo salvó en el misterio de su amor, y en su permanente bús-queda de verdad y de sentido. Diversos sistemas filosóficos,

engañándolo, lo han convencido de que es dueño absoluto desí mismo, que puede decidir autónomamente sobre su propiodestino y sobre su futuro, confiando sólo en sí mismo y en suspropias fuerzas. La grandeza del hombre jamás consistirá en es-to. Sólo la opción de insertarse en la verdad, al amparo de la Sa-biduría y en coherencia con ella, será determinante para su re-alización. Solamente en este horizonte de la verdad compren-derá la realización plena de su libertad y su llamada al amor yal conocimiento de Dios como realización suprema de sí mismo.

María, Trono de la Sabiduría108. Mi último pensamiento se dirige a Aquella que la oraciónde la Iglesia invoca como Trono de la Sabiduría. Su misma vida esuna verdadera parábola capaz de iluminar las reflexiones que

he expuesto. Se puede entrever una gran correlación entre la vo-cación de la Santísima Virgen y la de la auténtica filosofía. Igualque la Virgen fue llamada a ofrecer toda su humanidad y fe-mineidad a fin de que el Verbo de Dios pudiera encarnarse y ha-cerse uno de nosotros, así la filosofía está llamada a prestar suaportación, racional y crítica, para que la teología, como com-prensión de la fe, sea fecunda y eficaz. Al igual que María, en elconsentimiento dado al anuncio de Gabriel, nada perdió de suverdadera humanidad y libertad, así el pensamiento filosófico,cuando acoge el requerimiento que procede de la verdad delEvangelio, nada pierde de su autonomía, sino que siente có-mo su búsqueda es impulsada hacia su más alta realización.

Esta verdad la habían comprendido muy bien los santos mon-jes de la antigüedad cristiana, cuando llamaban a María la me-sa intelectual de la fe132. En ella veían la imagen coherente de la ver-dadera filosofía y estaban convencidos de que debían philo-sophari in Maria.

Que el Trono de la Sabiduría sea puerto seguro para quieneshacen de su vida la búsqueda de la sabiduría. Que el camino ha-cia ella, último y auténtico fin de todo verdadero saber, se vealibre de cualquier obstáculo por la intercesión de Aquella que,engendrando la Verdad y conservándola en su corazón, la hacompartido con toda la Humanidad para siempre.

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 14 de septiembre,fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, del año 1998, vigé-simo de mi Pontificado.

Santa María, Madre de la Iglesia. Plaza de San Pedro. Roma

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»44 ΑΩ

(1) Ya lo escribí en mi primera encíclica Re-demptor hominis: Hemos sido hechos partícipesde esta misión de Cristo-profeta, y en virtud de lamisma misión, junto con Él servimos la misióndivina en la Iglesia. La responsabilidad de estaverdad significa también amarla y buscar sucomprensión más exacta, para hacerla más cer-cana a nosotros mismos y a los demás en toda sufuerza salvífica, en su esplendor, en su profun-didad y sencillez juntamente, 19: AAS 71 (1979),306.

(2) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gau-dium et spes, sobre la Iglesia en el mundo ac-tual, 16.

(3) Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,25.

(4) N. 4: AAS 85 (1993), 1136.

(5) CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Dei Ver-bum, sobre la divina Revelación, 2.

(6) Cf. Const. dogm. Dei Filius, sobre la fe cató-lica, III: DS 3008.

(7) Ibíd., cap. IV: DS 3015; citado también enCONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium etspes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 59.

(8) Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divinaRevelación, 2.

(9) Cart. ap. Tertio millennio adveniente (10 denoviembre de 1994), 10: AAS 87 (1995), 11.

(10) N. 4.

(11) N. 8.

(12) N. 22.

(13) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 4.

(14) Ibíd., 5.

(15) El Concilio Vaticano I, al cual se refiere laafirmación mencionada, enseña que la obe-diencia de la fe exige el compromiso de la inte-ligencia y de la voluntad: Dependiendo el hom-

bre totalmente de Dios como de su creador y se-ñor, y estando la razón humana enteramente su-jeta a la Verdad increada; cuando Dios revela,estamos obligados a prestarle, por la fe, plenaobediencia de entendimiento y voluntad (Const.dogm. Dei Filius, sobre la fe católica, III: DS3008).(16) Secuencia de la solemnidad del SantísimoCuerpo y Sangre de Cristo.

(17) Pensées, 789 (ed. L. Brunschvicg).

(18) CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gau-dium et spes, sobre la Iglesia en el mundo ac-tual, 22.

(19) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 2.

(20) Proemio y nn 1. 15: PL 158, 223-224.226;235.

(21) De vera religione, XXXIX, 72: CCL 32, 234.

(22) Ut te semper desiderando quaererent et in-veniendo quiescerent: Missale Romanum.

(23) ARISTÓTELES, Metafísica, I, 1.

(24) Confesiones, X, 23, 33: CCL 27, 173.

(25) N. 34: AAS 85 (1993), 1161.

(26) Cf. Carta ap. Salvifici doloris (11 de febre-ro de 1984), 9: AAS 76 (1984), 209-210.

(27) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Declaración Nos-tra aetate, sobre las relaciones de la Iglesia conlas religiones no cristianas, 2.

(28) Éste es un argumento que sigo desde hacemucho tiempo y que he expuesto en diversasocasiones: «¿Qué es el hombre y de qué sirve?¿qué tiene de bueno y qué de malo?» (Si 18, 8)[...] Estos interrogantes están en el corazón decada hombre, como lo demuestra muy bien elgenio poético de todos los tiempos y de todos lospueblos, el cual, como profecía de la Humanidadpropone continuamente la «pregunta seria» quehace al hombre verdaderamente tal. Esos inte-rrogantes expresan la urgencia de encontrar unpor qué a la existencia, a cada uno de sus ins-

tantes, a las etapas importantes y decisivas, asícomo a sus momentos más comunes. En estascuestiones aparece un testimonio de la racio-nalidad profunda del existir humano, puestoque la inteligencia y la voluntad del hombre seven solicitadas en ellas a buscar libremente la so-lución capaz de ofrecer un sentido pleno a lavida. Por tanto, estos interrogantes son la ex-presión más alta de la naturaleza del hombre: enconsecuencia, la respuesta a ellos expresa laprofundidad de su compromiso con la propiaexistencia. Especialmente, cuando se indaga el«por qué de las cosas» con totalidad en la bús-queda de la respuesta última y más exhaustiva,entonces la razón humana toca su culmen y seabre a la religiosidad. En efecto, la religiosidadrepresenta la expresión más elevada de la per-sona humana, porque es el culmen de su natu-raleza racional. Brota de la aspiración profun-da del hombre a la verdad y está en la base dela búsqueda libre y personal que el hombre re-aliza sobre lo divino: Audiencia General, 19de octubre de 1983, 1-2: Insegnamenti VI, 2(1983), 814-815.

(29) [Galileo] declaró explícitamente que las dosverdades, la de la fe y la de la ciencia, no puedencontradecirse jamás. «La Escritura santa y la na-turaleza, al provenir ambas del Verbo divino, laprimera en cuanto dictada por el Espíritu Santo,y la segunda en cuanto ejecutora fidelísima de lasórdenes de Dios», según escribió en la carta alpadre Benedetto Castelli, el 21 de diciembre de1613. El Concilio Vaticano II no se expresa demodo diferente; incluso emplea expresiones se-mejantes cuando enseña: «La investigación me-tódica en todos los campos del saber, si está re-alizada de forma auténticamente científica y con-forme a las normas morales, nunca será real-mente contraria a la fe, porque las realidadesprofanas y las de la fe tienen origen en un mismoDios» (Gaudium et spes, 36). En su investiga-ción científica Galileo siente la presencia del Cre-ador que le estimula, prepara y ayuda a sus in-tuiciones, actuando en lo más hondo de su espí-ritu. JUAN PABLO II, Discurso a la Pontificia Aca-demia de las Ciencias, 10 de noviembre de1979: Insegnamenti, II, 2 (1979), 1111-1112.

(30) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 4.

NOTAS

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 45ΑΩ(31) ORÍGENES, Contra Celso, 3, 55: SC 136,130.

(32) Diálogo con Trifón, 8, 1: PG 6, 492.

(33) Stromata I, 18, 90,1: SC 30, 115.

(34) Cf. ibíd., I, 16, 80, 5: SC 30, 108.

(35) Ibíd., I, 5, 28, 1: SC 30, 65.

(36) Ibíd., VI, 7, 55, 1-2: PG 9, 277.

(37) Ibíd., I, 20, 100, 1: SC 30, 124.

(38) S. AGUSTÍN, Confesiones VI, 5, 7: CCL 27,77-78.

(39) Cf. ibíd., VII, 9, 13-14: CCL 27, 101-102.

(40) De praescriptione haereticorum, VII, 9: SC46, 98. Quid ergo Athenis et Hierosolymis? Quidacademiae et ecclesiae?

(41) Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCA-CIÓN CATÓLICA, Instr. sobre el estudio de los Pa-dres de la Iglesia en la formación sacerdotal (10de noviembre de 1989), 25: AAS 82 (1990),617-618.(42) S. ANSELMO, Proslogion, 1: PL 158, 226.

(43) ID., Monologio, 64: PL 158, 210.

(44) Cf. Summa contra Gentiles, I, VII.

(45) Cf. Summa Theologiae, I, 1, 8 ad 2: Cumenim gratia non tollat naturam sed perficiat.

(46) Cf. Discurso a los participantes en el IX Con-greso Tomista Internacional (29 de septiembrede 1990): Insegnamenti, XIII, 2 (1990), 770-771.

(47) Carta ap. Lumen Ecclesiae (20 noviembre1974), 8: AAS 66 (1974), 680.

(48) Cf. I, 1, 6: Praeterea, haec doctrina per stu-dium acquiritur. Sapientia autem per infusionemhabetur, unde inter septem dona Spiritus Sancticonnumeratur.

(49) Ibíd., II, II, 45, 1 ad 2; cf. también II, II, 45,2.

(50) Ibíd., I, II, 109, 1 ad 1, que retoma la co-nocida expresión del Ambrosiaster, In prima Cor12,3 : PL 17, 258.

(51) LEÓN XIII, Enc. Aeterni Patris (4 de agostode 1879): ASS 11 (1878-1879), 109.

(52) PABLO VI, Carta ap. Lumen Ecclesiae (20de noviembre de 1974), 8: AAS 66 (1974), 683.

(53) Enc. Redemptor hominis (4 de marzo de1979), 15: AAS 71 (1979), 286.

(54) Cf. PÍO XII, Enc. Humani generis (12 deagosto de 1950): AAS 42 (1950), 566.

(55) Cf. CONC. ECUM VAT. I, Const. dogm. Pas-tor Aeternus, sobre la Iglesia de Cristo, DS 3070;CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Lumen gen-tium, sobre la Iglesia, 25 c.

(56) Cf. SÍNODO DE CONSTANTINOPLA, DS403.

(57) Cf. CONCILIO DE TOLEDO I, DS 205;CONCILIO DE BRAGA I, DS 459-460; SIXTO V,Bula Coeli et terrae Creator (5 de enero de 1586):Bullarium Romanum 4,4, Romae 1747, 176-179; URBANO VIII, Inscrutabilis iudiciorum (1de abril de 1631): Bullarium Romanum 6,1, Ro-mae 1758, 268-270.

(58) Cf. CONC. ECUM. VIENENSE, Decr. Fideicatholicae, DS 902; CONC. ECUM. LATERANOV, Bula Apostolici regiminis, DS 1440.

(59) Cf. Theses a Ludovico Eugenio Bautain ius-su sui Episcopi subscriptae (8 de septiembre de1840), DS 2751-2756; Theses a Ludovico Eu-genio Bautain ex mandato S. Cong. Episcopo-rum et Religiosorum subscriptae (26 de abril de1844), DS 2765-2769.

(60) Cf. S. CONGR. INDICIS, Decr. Theses con-tra traditionalismum Augustini Bonnetty (11 de ju-nio de 1855), DS 2811-2814.

(61) Cf. PÍO IX, Breve Eximiam tuam (15 de juniode 1857), DS 2828-2831; Breve Gravissimasinter (11 de diciembre de 1862), DS 2850-2861.

(62) Cf. S. CONGR. DEL SANTO OFICIO, Decr.Errores ontologistarum (18 de septiembre de1861), DS 2841-2847.

(63) Cf. CONC. ECUM. VAT. I, Const. dogm. DeiFilius, sobre la fe católica, II: DS 3004; y can.2.1: DS 3026.

(64) Ibíd., IV: DS 3015; citado en CONC. ECUM.VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre laIglesia en el mundo actual, 59.

(65) CONC. ECUM. VAT. I, Const. dogm. Dei Fi-lius, sobre la fe católica, IV: DS 3017.

(66) Cf. Enc. Pascendi dominici gregis (8 de sep-tiembre de 1907): AAS 40 (1907), 596-597.

(67) Cf. PÍO XI, Enc. Divini Redemptoris (19 demarzo de 1937): AAS 29 (1937), 65-106.

(68) Enc. Humani generis (12 de agosto de1950): AAS 42 (1950), 562-563.

(69) Ibíd., l.c., 563-564.

(70) Cf. Const. ap. Pastor Bonus, (28 de juniode 1988, art. 48-49:AAS 80 (1988), 873;CONGR. PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instr.Donum veritatis, sobre la vocación eclesial delteólogo (24 de mayo de 1990), 18: AAS 82(1990), 1558.

(71) Cf. Instr. Libertatis nuntius, sobre algunosaspectos de la teología de la liberación (6 deagosto de 1984), VII-X: AAS 76 (1984), 890-903.

(72) El Concilio Vaticano I con palabras cla-ras y firmes había ya condenado estos erro-res, afirmando de una parte que esta fe [...]la Iglesia católica profesa que es una virtudsobrenatural por la que, con inspiración y ayu-da de la gracia de Dios, creemos ser verda-dero lo que por Él ha sido revelado, no por laintrínseca verdad de las cosas, percibida por laluz natural de la razón, sino por la autoridaddel mismo Dios que revela, el cual no puedeni engañarse ni engañarnos: Const. dogm. DeiFilius, sobre la fe católica, III: DS 3008, y can.3,2: DS 3032. Por otra parte, el Concilio de-claraba que la razón nunca se vuelve idóneapara entender (los misterios) totalmente, a lamanera de las verdades que constituyen supropio objeto: ibíd., IV: DS 3016. De aquí sa-caba la conclusión práctica: No sólo se prohi-be a todos los fieles cristianos defender como le-gítimas conclusiones de la ciencia las opinionesque se reconocen como contrarias a la doctri-na de la fe, sobre todo si han sido reproba-das por la Iglesia, sino que están absoluta-mente obligados a tenerlas más bien por erro-res que ostentan la falaz apariencia de la ver-dad: ibíd., IV: DS 3018.

(73) Cf. nn. 9-10.

(74) Ibíd., 10.

(75) Ibíd., 21.

(76) Cf. ibíd., 10.

(77) Cf. Enc. Humani generis (12 de agosto de1950): AAS 42 (1950), 565-567; 571-573.

(78) Cf. Enc. Aeterni Patris (4 de agosto de 1879):ASS 11 (1878-1879), 97-115.

(79) Ibíd., l.c., 109.

(80) Cf. nn. 14-15.

(81) Cf. ibíd., 20-21.

(82) Ibíd., 22; cf. Enc. Redemptor hominis (4 demarzo de 1979), 8: AAS 71 (1979), 271-272.

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO»46 ΑΩ

(83) Decr. Optatam totius, sobre la formaciónsacerdotal, 15.

(84) Cf. Const. ap. Sapientia christiana (15 deabril de 1979), arts. 79-80: AAS 71 (1979),495-496; Exhort. ap. postsinodal Pastores da-bo vobis (25 de marzo de 1992), 52: AAS 84(1992), 750-751. Véanse también algunos co-mentarios sobre la filosofía de Santo Tomás: Dis-curso al Pontificio Ateneo Internacional Angelicum(17 de noviembre de 1979): Insegnamenti II, 2(1979), 1177-1189; Discurso a los participantesen el VIII Congreso Tomista Internacional (13 deseptiembre de 1980): Insegnamenti III, 2 (1980),604-615; Discurso a los participantes en el Con-greso Internacional de la Sociedad Santo Tomássobre la doctrina del alma en S. Tomás (4 deenero de 1986): Insegnamenti IX, 1 (1986), 18-24. Además, S. CONGR. PARA LA EDUCACIÓNCATÓLICA, Ratio fundamentalis institutionis sa-cerdotalis (6 de enero de 1970), 70-75: AAS62 (1970), 366-368; Decr. Sacra Theologia (20de enero de 1972): AAS 64 (1972), 583-586.

(85) Cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre laIglesia en el mundo actual, 57 y 62.

(86) Cf. ibíd., 44.

(87) Cf. CONC. ECUM. LATERANENSE V, BulaApostolici regimini sollicitudo, Sesión: VIII, Conc.Oecum. Decreta, 1991, 605-606.

(88) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 10.

(89) S. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theolo-giae, II-II, 5, 3 ad 2.

(90) La búsqueda de las condiciones en las queel hombre se plantea a sí mismo sus primerosinterrogantes fundamentales sobre el sentido dela vida, sobre el fin que quiere darle y sobre loque le espera después de la muerte, constituye pa-ra la teología fundamental el preámbulo nece-sario para que, también hoy, la fe muestre ple-namente el camino a una razón que busca sin-ceramente la verdad. JUAN PABLO II, Carta alos participantes en el Congreso internacionalde Teología Fundamental a 125 años de la DeiFilius (30 de septiembre de 1995), 4: L'Osser-vatore Romano, ed. semanal en lengua españo-la, 13 de octubre de 1995, p. 2.

(91) Ibíd.

(92) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gau-dium et spes, sobre la Iglesia en el mundo ac-tual, 15; Decr. Ad gentes, sobre la actividad mi-sionera de la Iglesia, 22.

(93) S. TOMÁS DE AQUINO, De Caelo, 1, 22.

(94) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gau-dium et spes, sobre la Iglesia en el mundo ac-tual, 53-59.

(95) S. AGUSTÍN, De praedestinatione sanctorum,2, 5: PL 44, 963.

(96) ID., De fide, spe et caritate, 7: CCL 64, 61.

(97) Cf. CONC. ECUM. CALCEDONENSE, Sym-bolum, Definitio: DS 302.

(98) Cf. Enc. Redemptor hominis (4 de marzo de1979), 15: AAS 71 (1979), 286-289.

(99) Cf. por ejemplo S. TOMÁS DE AQUINO,Summa Theologiae, I, 16,1; S. BUENAVENTURA,Coll. in Hex., 3, 8, 1.

(100) Const. past. Gaudium et spes, sobre laIglesia en el mundo actual, 15.

(101) Enc. Veritatis splendor (6 de agosto de1993), 57-61: AAS 85 (1993), 1179-1182.

(102) Cf. CONC. ECUM. VAT. I, Const. dogm.Dei Filius, sobre la fe católica, IV: DS 3016.

(103) Cf. CONC. ECUM. LATERANENSE IV, Deerrore abbatis Ioachim, II: DS 806.

(104) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 24;Decr. Optatam totius, sobre la formación sacer-dotal, 16.

(105) Cf. Enc. Evangelium vitae (25 de marzode 1995), 69: AAS 87 (1995), 481.

(106) En este mismo sentido escribía en mi pri-mera Encíclica, comentando la expresión de sanJuan: «Conoceréis la verdad y la verdad os ha-rá libres» (8, 32). Estas palabras encierran unaexigencia fundamental y al mismo tiempo unaadvertencia: la exigencia de una relación ho-nesta con respecto a la verdad, como condiciónde una auténtica libertad; y la advertencia, ade-más, de que se evite cualquier libertad aparen-te, cualquier libertad superficial y unilateral,cualquier libertad que no profundiza en toda laverdad sobre el hombre y sobre el mundo. Tam-bién hoy, después de dos mil años, Cristo senos muestra como Aquel que trae al hombre lalibertad basada sobre la verdad, como Aquélque libera al hombre de lo que limita, disminu-ye y casi destruye esta libertad en sus mismas ra-íces, en el alma del hombre, en su corazón, ensu conciencia: Redemptor hominis (4 de marzode 1979), 12: AAS 71 (1979), 280-281.

(107) Discurso en la inauguración del Concilio(11 de octubre de 1962): AAS 54 (1962), 792.

(108) CONGR. PARA LA DOCTRINA DE LA FE,

Instr. Donum veritatis, sobre la vocación eclesialdel teólogo (24 de mayo de 1990), 7-8: AAS82 (1990), 1552-1553.

(109) He escrito en la encíclica Dominum et vi-vificantem, comentando Jn 16, 12-13: Jesús pre-senta el Paráclito, el Espíritu de la verdad, co-mo el que «enseñará» y «recordará», como elque «dará testimonio» de él; luego dice: «Osguiará hasta la verdad completa». Este «guiarhasta la verdad completa», con referencia a loque dice a los apóstoles «pero ahora no podéiscon ello», está necesariamente relacionado conel anonadamiento de Cristo por medio de la pa-sión y muerte de Cruz, que entonces, cuandopronunciaba estas palabras, era inminente. Des-pués, sin embargo, resulta claro que aquel «guiarhasta la verdad completa» se refiere también,además del escándalo de la cruz, a todo lo queCristo «hizo y enseñó» (Hch 1, 1). En efecto, elmisterio de Cristo en su globalidad exige la fe, yaque ésta introduce oportunamente al hombre enla realidad del misterio revelado. El «guiar has-ta la verdad completa» se realiza, pues, en la fey mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de laverdad y fruto de su acción en el hombre. El Es-píritu Santo debe ser en esto la guía supremadel hombre y la luz del espíritu humano, 6: AAS78 (1986), 815-816.

(110) Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.Dei Verbum, sobre la divina Revelación, 13.

(111) Cf. PONTIFICIA COMISIÓN BÍBLICA, Instr.sobre la verdad histórica de los Evangelios (21 deabril de 1964): AAS 56 (1964), 713.

(112) Es evidente que la Iglesia no puede ligar-se a ningún sistema filosófico efímero; pero lasnociones y los términos que los doctores católicos,con general aprobación, han ido reuniendo du-rante varios siglos para llegar a obtener algún co-nocimiento del dogma, no se fundan, sin duda encimientos deleznables. Se fundan realmente enprincipios y nociones deducidas del verdadero co-nocimiento de las cosas creadas; deducción re-alizada a la luz de la verdad revelada, que, pormedio de la Iglesia, iluminaba, como una estre-lla, la mente humana. Pero no hay que extra-ñarse que algunas de estas nociones hayan sidono sólo empleadas, sino también aprobadas porlos concilios ecuménicos, de tal suerte que no eslícito apartarse de ellas: Enc. Humani generis(12 de agosto de 1950): AAS 42 (1950), 566-567; cf. COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNA-CIONAL, Doc. Interpretationis problema (octu-bre 1989): Ench. Vat. 11, nn. 2717-2811.

(113) En cuanto al significado mismo de las fór-mulas dogmáticas, éste es siempre verdadero ycoherente en la Iglesia, incluso cuando es princi-palmente aclarado y comprendido mejor. Por tan-to, los fieles deben evitar la opinión que consideraque las fórmulas dogmáticas (o cualquier tipo de

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CARTA ENCÍCLICA «FIDES ET RATIO» 47ΑΩ

Introducción: Conócete a ti mismo 3

Capítulo I: La revelación de la sabiduría de Dios 7Jesús revela al Padre 7La razón ante el misterio 8

Capítulo II: Credo ut intellegam 11«La sabiduría todo lo sabe y entiende» (Sb 9,11) 11«Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia» (Pr 4,5) 12

Capítulo III: Intellego ut credam 15Caminando en busca de la verdad 15Diversas facetas de la verdad en el hombre 16

Capítulo IV: Relación entre la fe y la razón 19Etapas más significativas en el encuentro entre la fe y la razón 19Novedad perenne del pensamiento de santo Tomás de Aquino 21El drama de la separación entre fe y razón 22

Capítulo V: Intervenciones del Magisterio en cuestiones filosóficas 24El discernimiento del Magisterio como diaconía de la verdad 24El interés de la Iglesia por la filosofía 26

Capítulo VI: Interacción entre teología y filosofía 29La ciencia de la fe y las exigencias de la razón filosófica 29Diferentes estados de la filosofía 32

Capítulo VII: Exigencias y cometidos actuales 35

Exigencias irrenunciables de la palabra de Dios 35

ÍNDICE

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