DISCURSO SOBRE LA DIGNIDAD DEL HOMBRE - Pi · GIOVANNI PICO DELLA MIRANDOLA Editorial π. Ensayos...

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GIOVANNI PICO DELLA MIRANDOLA

Editorial π

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TítTítTítTítTítulos pubulos pubulos pubulos pubulos publicalicalicalicalicadddddos:os:os:os:os:Peter Singer, La solución de la pobreza en el mundo.John Jospers, El arte y la moral.Bertrand Russell, El valor de la filosofía.Victoria Camps y Salvador Giner, Una vida de calidad.Ludwig Wittgenstein, Conferencia sobre ética.

Diagramación: Mery MurilloRevisión de textos: José Raúl Jaramillo RestrepoIlustración: Juan Sebastián Lobo BoteroEn la composición de la obra se utilizó tipo Minion de 12 puntos.Se usó papel Propalmate de 90 gramos y cartulina de 200 gramos.La impresión fue dirigida por Carlos Villa Á.Formato:12 x 21 cmNúmero de páginas: 40Todográficas Ltda.Tel. 412 86 01Impreso en Medellín, ColombiaPrinted in Colombia. Noviembre de 2006.Esta obra originalmente fue publicada por la Universidad NacionalAutónoma de Méjico en 2003, en la colección Pequeños grandes ensayos.Traducción: Adolfo Ruiz Díaz

Editor: Álvaro LoboPágina Web: www.editorialpi.comLa circulación de los Ensayos para pensar está restringida a un reducidogrupo de personas. Ninguno de los ejemplares será puesto a la venta.

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He leído en los antiguos escritos de los árabes, padresvenerados, que Abdala el sarraceno, interrogado acercade cuál era a sus ojos el espectáculo más maravillosoen esta escena del mundo, había respondido que nadaveía más espléndido que el hombre. Con estaafirmación coincide aquella famosa de Hermes: «Granmilagro, oh Asclepio, es el hombre».

Sin embargo, al meditar sobre el significado de estasafirmaciones, no me parecieron del todo persuasivaslas múltiples razones que son aducidas a propósito dela grandeza humana; que el hombre, familiar de lascriaturas superiores y soberano de las inferiores, es elvínculo entre ellas; que por la agudeza de los sentidos,por el poder indagador de la razón y por la luz delintelecto, es intérprete de la naturaleza; que,intermediario entre el tiempo y la eternidad es (comodicen los persas) cópula y también connubio de todoslos seres del mundo y, según testimonio de David, pocoinferior a los ángeles. Cosas grandes, sin duda, perono tanto como para que el hombre reivindique el

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privilegio de una admiración ilimitada. Porque enefecto, ¿no deberemos admirar más a los propiosángeles y a los beatísimos coros del cielo?

Pero, finalmente, me parece haber comprendido porqué es el hombre el más afortunado de todos los seresanimados y digno, por lo tanto, de toda admiración;comprendí en qué consiste la suerte que le ha tocadoen el orden universal, no sólo envidiable para las bestias,sino para los astros y los espíritus ultramundanos.¡Cosa increíble y estupenda! ¿Y por qué no, desde elmomento en que precisamente en razón de ella elhombre es llamado y considerado justamente un granmilagro y un ser animado maravilloso?

Pero escuchen, oh padres, cuál es tal condición degrandeza y presten, en su cortesía, oído benigno a estediscurso mío.

Ya el sumo Padre, Dios arquitecto, había construidocon leyes de arcana sabiduría esta mansión mundanaque vemos, augustísimo templo de la divinidad; habíaembellecido la región supraceleste con inteligencia,avivado los etéreos globos con almas eternas, pobladocon una turba de animales de toda especie las partesviles y fermentantes del mundo inferior, pero,consumada la obra, deseaba el Artífice que hubiesealguien que comprendiera la razón de una obra tangrande, amara su belleza y admirara la vastedadinmensa. Por ello, cumplido ya todo (como Moisés yTimeo lo testimonian) pensó por último en produciral hombre.

Entre los arquetipos, sin embargo, no quedabaninguno sobre el cual modelar la nueva criatura, nininguno de los tesoros para conceder en herencia al

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nuevo hijo, ni sitio alguno en todo el mundo en donderesidiese este contemplador del universo. Todo estabadistribuido y lleno en los sumos, en los medios y enlos ínfimos grados. Mas no hubiera sido digno de lapotestad paterna, aun casi exhausta, decaer en su últimacreación; ni de su sabiduría, permanecer indecisa enuna obra necesaria por falta de proyecto; ni de subenéfico amor que aquel que estaba destinado a elogiarla munificencia divina en los otros estuvieseconstreñido a lamentarla en sí mismo.

Estableció por lo tanto el óptimo artífice que aquela quien no podía dotar de nada propio le fuese comúntodo cuanto le había sido dado separadamente a losotros. Tomó por consiguiente al hombre así construido,obra de naturaleza indefinida, y habiéndolo puesto enel centro del mundo, le habló de esta manera:

Oh Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni unaspecto propio, ni una prerrogativa peculiar con el fin

de que poseas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que

conscientemente elijas y que de acuerdo con tu intenciónobtengas y conserves. La naturaleza definida de los otros

seres está constreñida por las precisas leyes por mí

prescritas. Tú, en cambio, no constreñido por estrechezalguna te la determinarás según el arbitrio a cuyo poder

te he consignado. Te he puesto en el centro del mundo

para que más cómodamente observes cuanto en él existe.No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal,

con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de

ti mismo, te informases y plasmases en la obra queprefirieses. Podrás degenerar en los seres inferiores que

son las bestias, podrás regenerarte, según tu ánimo, en

las realidades superiores que son divinas.

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¡Oh suma libertad de Dios padre, oh suma yadmirable suerte del hombre al cual le ha sidoconcedido obtener lo que desee, ser lo que quiera! Lasbestias en el momento mismo en que nacen, sacanconsigo del vientre materno, como dice Lucilio, todolo que tendrán después. Los espíritus superiores desdeun principio, o poco después, fueron lo que seráneternamente. Al hombre, desde su nacimiento, el Padrele confirió gérmenes de toda especie y gérmenes detoda vida y, según como cada hombre los hayacultivado, madurarán en él y le darán sus frutos. Sifueran vegetales, será planta; si sensibles, será bestia; siracionales, se elevará a animal celeste; si intelectuales,será ángel o hijo de Dios y, si no contento con la suertede ninguna criatura, se replegará en el centro de suunidad, transformado en un espíritu a solas con Dios,en la solitaria oscuridad del Padre –él, que fue colocadosobre todas las cosas– y las sobrepujará a todas.

¿Quién no admirará a este camaleón nuestro? O,más bien, ¿quién admirará más cualquier otra cosa?No se equivoca Asclepio el ateniense –en razón delaspecto cambiante y de esta naturaleza que setransforma incluso a sí misma– cuando dice que enlos misterios el hombre era simbolizado por Proteo.De aquí las metamorfosis celebradas por los hebreos ypor los pitagóricos. También la más secreta teologíahebraica, en efecto, transforma ya a Enoc en aquel ángelde la divinidad llamado malakhha-shekhinah, ya a otrosen diversos espíritus divinos. Los pitagóricos por suparte transforman a los malvados en bestias y, de darfe a Empédocles, hasta en plantas. A imitación de estosolía repetir Mahoma y con razón: «quien se aleja de laley divina acaba por volverse una bestia». No es, enefecto, la corteza lo que hace a la planta, sino su

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naturaleza sorda e insensible; no es el cuero lo que hacea la bestia de labor, sino el alma bruta y sensual; ni laforma circular al cielo, sino la recta razón; ni laseparación del cuerpo hace al ángel, sino la inteligenciaespiritual.

Por ello, si ven ustedes a alguno entregado al vientrearrastrarse por el suelo como una serpiente no eshombre ese que ven, sino planta. Si hay alguien esclavode los sentidos, cegado como por Calipso por vanosespejismos de la fantasía y cebado por sensualeshalagos, no es un hombre lo que ven, sino una bestia.Si hay un filósofo que con recta razón discierne todaslas cosas, venérenlo: es animal celeste, no terreno. Sihay un puro contemplador ignorante del cuerpo,adentrado por completo en las honduras de la mente,éste no es un animal terreno ni tampoco celeste: es unespíritu más augusto, revestido de carne humana.

¿Quién, pues, no admirará al hombre? A ese hombreque no erradamente en los sagrados textos mosaicos ycristianos es designado ya con el nombre de «todo serde carne», ya con el de «toda criatura», precisamenteporque se forja, modela y transforma a sí mismo segúnel aspecto de todo ser y su ingenio según la naturalezade toda criatura. Por esta razón el persa Euanthes, enese pasaje donde expone la teología caldea, escribe: «elhombre no tiene una propia imagen nativa, sinomuchas extrañas y adventicias». De aquí el dichocaldeo: «Enosh hu shinnujim vekammah tebhaoth baalhaj», esto es, «el hombre es animal de naturaleza varia,multiforme y cambiante».

Pero ¿para qué destacar todo esto? Pues para quecomprendamos, ya que hemos nacido en la condiciónde ser lo que queramos, que nuestro deber es cuidar

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de todo esto: que no se diga de nosotros que, siendoen grado tan alto, no nos hemos dado cuenta dehabernos vuelto semejantes a los brutos y a lasestúpidas bestias de labor. Mejor que se repita acercade nosotros el dicho del profeta Asaf: «Son ustedesdioses, hijos todos del Altísimo». De modo que,abusando de la indulgentísima liberalidad del Padre,no volvamos nociva en vez de salubre esa libre elecciónque él nos ha concedido. Deseamos que invada nuestroánimo una sacra ambición de no saciarnos con las cosasmediocres, sino de anhelar las más altas, de esforzarnospor alcanzarlas con todas nuestras energías, dado que,con quererlo, podremos.

Desdeñemos las cosas terrenas, despreciemos lasastrales y, abandonando todo lo mundano, volemos ala sede ultramundana, cerca del pináculo de Dios. Allí,como enseñan los sacros misterios, los serafines, losquerubines y los tronos ocupan los primeros puestos.También de éstos emulemos la dignidad y la gloria,incapaces ahora de desistir e intolerantes de lossegundos puestos; con quererlo, no seremos inferioresa ellos. Pero ¿de qué modo? ¿Cómo procederemos?Observemos cómo obran y cómo viven su vida.

Si nosotros también la vivimos –y sí podemoshacerlo–, habremos igualado ya su suerte. Arde elserafín con el fuego del amor; fulge el querubín con elesplendor de la inteligencia; está el trono en la solidezdel discernimiento. Por lo tanto, si, aunque entregadosa la vida activa, asumimos el cuidado de las cosasinferiores, con recto discernimiento nos afirmaremoscon la solidez estable de los tronos; si, libres de la acción,nos absorbemos en el ocio de la contemplaciónmeditando en la obra al Hacedor y en el Hacedor la

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obra, resplandeceremos rodeados de querubínica luz;si ardemos sólo por el amor del Hacedor de ese fuegoque todo lo consume, de inmediato nos inflamaremosen aspecto seráfico.

Sobre el trono, es decir, sobre el justo juez, está Dios,juez de los siglos. Por encima del querubín, esto es,por encima del contemplante, vuela Dios que, comoincubándolo, lo calienta; el espíritu del Señor, en efecto,«se mueve sobre las aguas», esas aguas, digo, que estánsobre los cielos y que, como está escrito en Job, alabana Dios con himnos antelucanos. El seráfico, esto es, elamante, está en Dios y Dios está en él: Dios y él sonuno solo. Grande es la potestad de los tronos y laalcanzaremos con el juicio; suma es la sublimidad delos serafines y la alcanzaremos con el amor.

Pero ¿cómo se puede juzgar o amar lo que no seconoce? Moisés amó al Dios que vio y, en su calidad dejuez, promulgó al pueblo lo que primero había vistoen el monte. He aquí por qué, en el medio, está elquerubín con su luz, quien nos prepara para la llamaseráfica y, a la vez, nos ilumina el juicio de los tronos.

Éste es el nudo de las primeras mentes, el ordenpaládico que preside la filosofía contemplativa: esto eslo que primero debemos emular, buscar y comprenderpara que así podamos ser arrebatados por los fastigiosdel amor y luego descender prudentes y preparados alos deberes de la acción. Pero si nuestra vida ha de sermodelada sobre la vida querubínica, el precio de taloperar es éste: tener claramente ante los ojos en quéconsiste tal vida, cuáles son sus acciones, cuáles susobras. Siéndonos esto inalcanzable –somos carne y nosapetecen las cosas terrenas– apoyémonos en losantiguos padres, los cuales pueden ofrecernos un

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seguro y copioso testimonio de tales cosas, para ellosfamiliares y allegadas.

Preguntemos al apóstol Pablo, vaso de elección, quéfue lo que hicieron los ejércitos de los querubinescuando él fue arrebatado al tercer cielo. Nos responderá–como interpreta Dionisio– que se purificaban, eraniluminados y se volvían finalmente perfectos. Tambiénnosotros, pues, emulando en la tierra la vidaquerubínica, refrenando con la ciencia moral el ímpetude las pasiones, disipando la oscuridad mental con ladialéctica, purifiquemos el alma, limpiándola de lasmanchas de la ignorancia y del vicio, para que losafectos no se desencadenen ni la razón delire. En elalma entonces así compuesta y purificada, difundamosla luz de la filosofía natural, llevándola finalmente a laperfección con el conocimiento de las cosas divinas.

Mas para no restringirnos a nuestros padres,consultemos al patriarca Jacob, cuya imagen refulgeesculpida en la sede de la gloria. El patriarcasapientísimo nos enseñará que mientras dormía en elmundo terreno velaba en el reino de los cielos. Nosenseñará mediante un símbolo (todo se presentaba asía los patriarcas) que hay escalas que del fondo de latierra llegan al sumo cielo, distinguidas en una seriede muchos escalones: en la cúspide se sienta el Señor,mientras los ángeles contempladores alternativamentesuben y bajan; y si nuestro deber es hacer lo mismoimitando la vida de los ángeles, ¿quién osará –pregunto– tocar las escalas del Señor o con los piesimpuros o con las manos sucias? Al impuro, según losmisterios, le está vedado tocar lo que es puro.

Pero, ¿qué son estos pies y estas manos? Sin duda elpie del alma es esa parte vilísima con que se apoya en

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la materia como en el suelo: yo la entiendo como elinstinto que alimenta y ceba, pábulo de libido y maestrode sensual blandura. ¿Y por qué no llamaremos manosdel alma a lo irascible que, soldado de los apetitos, porellos combate y, rapaz, bajo el polvo y el sol, pilla loque el alma habrá de gozar adormilándose en lasombra? Para no ser expulsados de la escala comoprofanos e inmundos, lavemos con la filosofía moral,como en agua corriente, estos pies y estas manos, estoes, toda la parte sensible en que tienen sede los halagoscorporales que, como suele decirse, derriban el almapor el cuello.

Pero tampoco bastará esto para volverse compañerode los ángeles que deambulan por la escala de Jacob siprimero no hemos sido bien instruidos y habilitadospara movemos con orden, de escalón en escalón, sinsalir nunca de la rampa de la escala, sin estorbar sutránsito. Cuando hayamos conseguido esto con el artediscursivo y raciocinante, y ya animados por el espírituquerúbico, filosofando según los escalones de la escala,esto es, de la naturaleza, y escrutando todo desde elcentro y enderezando todo al centro, oradescenderemos, desmembrando con fuerza titánica louno en lo múltiple, como Osiris, ora nos elevaremosreuniendo con fuerza apolínea lo múltiple en lo uno,como los miembros de Osiris, hasta que, posando porfin en el seno del Padre que está en la cúspide de laescala, nos consumaremos en la felicidad teológica.

También preguntemos al justo Job –que antes deser traído a la vida hizo un pacto con el Dios de lavida– qué es lo que el Sumo Dios prefiere sobre todoentre esos millones de ángeles que están junto a él. «Lapaz», responderá seguramente, según lo que se lee en

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su propio libro: «(Dios es) Aquel que hace la paz en loalto de los cielos». Puesto que el orden medio interpretalos preceptos del orden superior para los inferiores,las palabras del teólogo Job podrían ser interpretadaspara nosotros por el filósofo Empédocles. Éste, comolo testimonian sus cármenes, simboliza con el odio ycon el amor, esto es, con la guerra y con la paz, las dosnaturalezas de nuestra alma, por las cuales somoslevantados al cielo o precipitados a los infiernos; y él,arrebatado en esa lucha y discordia, a semejanza de unloco, se duele de ser arrastrado al abismo, lejos de losdioses.

Sin duda, oh padres, múltiple es la discordia ennosotros; tenemos graves luchas internas peores quelas guerras civiles. Si queremos huir de ellas, siqueremos obtener esa paz que nos lleva a lo alto entrelos elegidos del Señor, sólo la filosofía moral podrátranquilizarlas y componerlas; si, sobre todo, nuestrohombre establece tregua con sus enemigos y frena losdescompuestos tumultos de la bestia multiforme y elímpetu, el furor y el asalto del león, entonces, si mássolícitos de nuestro bien deseamos la seguridad de unapaz perpetua, ésta vendrá y colmará abundantementenuestros votos: muertas la una y la otra bestia, comovíctimas inmoladas, quedará sancionado entre la carney el espíritu un pacto inviolable de paz santísima. Ladialéctica calmará los desórdenes de la razóntumultuosamente mortificada entre las pugnas de laspalabras y los silogismos capciosos. La filosofía naturaltranquilizará los conflictos de la opinión y lasdisensiones que trabajan, dividen y laceran de diversosmodos el alma inquieta, pero los tranquilizará de talmodo que nos hará recordar que la naturaleza, comoha dicho Heráclito, es engendrada por la guerra y por

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eso llamada por Homero «contienda». Por eso lafilosofía natural no puede darnos verdadera quietud ypaz estable, don y privilegio en cambio de su señora, laSantísima Teología. Ésta nos mostrará la vía hacia lapaz y nos servirá de guía, y la Paz al ver que nosaproximamos desde lejos, gritará: «Vengan a mí,ustedes que están cansados, vengan y los restauraré,vengan a mí y les daré la paz que el mundo y lanaturaleza no pueden darles».

Tan suavemente llamados, tan benignamenteinvitados, con alados pies como terrenos Mercurios,volando hacia el abrazo de la beatísima madre,gozaremos la ansiada paz; paz santísima, indisolubleunión, amistad unánime por la cual todos los seresanimados no sólo coinciden en esa Mente única queestá por encima de toda mente, sino que de un modoinefable se funden en uno sólo. Ésta es la amistad quelos pitagóricos llaman el fin de toda la filosofía, ésta lapaz que Dios actúa en sus cielos y que los ángeles quedescendieron a la tierra anunciaron a los hombres debuena voluntad para que también los hombres,ascendiendo al cielo por ella, se volviesen ángeles.

Auguremos esta paz a los amigos, augurémosla anuestro siglo, auspiciémosla en toda casa en queentremos, invoquémosla para nuestra alma de modoque el alma se vuelva así morada de Dios, para que,expulsada la impureza con la moral y con la dialéctica,se adorne con toda la filosofía como con áulicoornamento, corone el frontón de las puertas con ladiadema de la teología, y así, descienda sobre ella elRey de la gloria y, viniendo con el Padre, pongamansión con ella; y si el alma se ha hecho digna de talhuésped, ya que la bondad de Él es inmensa, revestida

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de oro como de veste nupcial y de la múltiple variedadde las ciencias, acogerá al magnífico huésped no yacomo huésped sino como a esposo y, con tal de no serde Él separada, deseará apartarse de su gente y, olvidadade la casa de su padre y hasta de sí misma, ansiará morirpara vivir en el esposo a cuya vista es preciosa la muertede los santos.

Muerte he dicho, si muerte puede llamarse esaplenitud de vida cuya meditación de los sabios dijeronque era el estudio de la filosofía.

También invocamos a Moisés, en muy poco inferiora esa rebosante plenitud de sacrosanta e inefableinteligencia con cuyo néctar los ángeles se embriagan.Oiremos al juez venerable que nos dicta leyes –anosotros que habitamos en la desierta soledad delcuerpo– de la siguiente manera:

Aquellos que, aún impuros, necesiten de la moral,habiten con el vulgo fuera del tabernáculo, bajo el cielo

descubierto como los sacerdotes tesalios, hasta que estén

purificados. Aquellos, en cambio, que ya compusieronsus costumbres, acogidos en el santuario, no toquen

todavía las cosas sagradas, sino, a través de un noviciado

dialéctico, como celosos levitas, presten servicio en lossagrados oficios de la filosofía. Admitidos al fin también

ellos, contemplen, en el sacerdocio de la filosofía, ya el

multicolor, es decir, sidéreo ornamento del palacio deDios, ya el celeste candelabro de siete llamas, ya los

pelíceos elementos, para que, acogidos finalmente en las

profundidades del templo por méritos de la sublimidadteológica, apartado todo velo de imágenes, gocemos de

la gloria de la divinidad.

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Esto ciertamente nos ordena Moisés y, ordenandoasí, nos aconseja, nos incita y nos exhorta a prepararnospor medio de la filosofía, mientras podamos, el caminode la futura gloria celeste.

Pero no sólo los misterios mosaicos y los misterioscristianos, sino asimismo la teología de los antiguosnos muestra el valor y la dignidad de estas artes liberalesde las cuales he venido a discutir. ¿Qué otra cosaquieren significar, en efecto, en los misterios de losgriegos los grados habituales de los iniciados,admitidos a través de una purificación obtenida conla moral y la dialéctica, artes que nosotrosconsideramos ya artes purificatorias?, y esa iniciación¿qué otra cosa puede ser sino la interpretación de lamás oculta naturaleza mediante la filosofía? Cuandoestaban finalmente preparados, sobrevenía la famosaεποπτεια [epopteia), vale decir, la inspección de lascosas divinas mediante la luz de la teología. ¿Quién nodesearía ser iniciado en tales misterios? ¿Quién,desechando toda cosa terrena y despreciando los bienesde la fortuna, olvidado del cuerpo, no deseará, todavíaperegrino en la tierra, llegar a ser comensal de los diosesy, rociado del néctar de la eternidad, recibir, criaturamortal, el don de la inmortalidad? ¿Quién no desearáestar inspirado por aquella divina locura socrática,exaltada por Platón en el Fedro, ser arrebatado conrápido vuelo a la Jerusalén celeste, huyendo con unbatir de alas y de pies de este mundo, reino maligno?

¡Oh sí, que nos arrebaten, oh padres, que nosarrebaten los socráticos furores sacándonos fuera dela mente hasta el punto de ponernos a nosotros y anuestra mente en Dios! Y ciertamente que por ellosseremos arrebatados si antes hemos cumplido todo

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cuanto está en nosotros; si con la moral, en efecto, hansido refrenados hasta sus justos límites los ímpetus delas pasiones, de modo que éstas se armonicenrecíprocamente con estable acuerdo: si la razón procedeordenadamente mediante la dialéctica, nosembriagaremos, como excitados por las Musas, con laarmonía celeste. Entonces Baco, señor de las Musas,manifestándose a nosotros, vueltos filósofos, en susmisterios, esto es, en los signos visibles de la naturaleza,los invisibles secretos de Dios, nos embriagará con laabundancia de la mansión divina en la cual, si somosdel todo fieles como Moisés, la santísima teología quesobreviene nos animará con doble furor.

Sublimados, en efecto, en su excelsa atalaya,refiriendo a la medida de lo eterno las cosas que son,que fueron y que serán, y observando en ellas la originalbelleza, cual febeos vates, sus amadores alados, hastaque, puestos fuera de nosotros en un indecible amor,poseídos por un estro y llenos de Dios como serafinesardientes, ya no seremos más nosotros mismos, sinoAquel que nos hizo.

Los sacros nombres de Apolo, si alguien escruta afondo sus significados y los misterios encubiertos,demuestran suficientemente que este dios era filósofono menos que poeta; pero habiendo ya copiosamenteilustrado esto Amonio, no hay razón para que yo lotrate de otra manera. Recordemos, no obstante, ohpadres, los tres preceptos deíficos indispensables aaquellos que están por entrar en el sacrosanto yaugustísimo templo, no del falso sino del verdaderoApolo que ilumina toda alma que viene a este mundo:verán ustedes que no reclaman otra cosa que no seaabrazar con todas nuestras fuerzas aquella triplefilosofía sobre la que ahora discutimos.

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En efecto, aquel μηδεν αγαν [medén agan], esto es,«nada en exceso» prescribe rectamente la norma y laregla de toda virtud según el criterio del justo medio,del cual trata la moral, y el famoso γνοτηι σεαυτ⌠ν(gnothi seautón], esto es, «conócete a ti mismo» incitay exhorta al conocimiento de toda la naturaleza, de lacual la naturaleza del hombre es vínculo y connubio.En efecto, quien se conoce a sí mismo, todo en sí mismoconoce, como ha escrito primero Zoroastro y despuésPlatón en el Alcibíades. Finalmente, iluminados en talconocimiento por la filosofía natural, próximos ahoraa Dios y pronunciando el saludo teológico, esto es, «Túeres», llamaremos al verdadero Apolo familiar yalegremente.

Interrogaremos también al sapientísimo Pitágoras,sabio sobre todo por no haberse nunca consideradodigno de tal nombre. Nos prescribirá en primer lugar«no sentarnos sobre el celemín», esto es, no dejarinactiva aquella parte racional con la cual el alma midetodo, juzga y examina, sino dirigirla y mantenerlapronta con el ejercicio y la regla de la dialéctica. Nosindicará luego dos cosas que hay que evitar primero:«orinar de frente al sol» y «cortarnos las uñas duranteel sacrificio»; sólo cuando con la moral hayamosexpulsado de nosotros los apetitos superfluos de lavoluntad y hayamos despuntado las garras ganchudasde la ira y los aguijones del ánimo, sólo entoncesempezaremos a intervenir en los sagrados misteriosde Baco, de los cuales hemos hablado, y a dedicarnos ala contemplación de la cual el Sol es merecidamentereputado padre y señor. Nos aconsejará en fin,«alimentar el gallo», es decir, saciar con el alimento yla celeste ambrosía de las cosas divinas la parte divinade nuestra alma. Es éste el gallo cuyo aspecto teme y

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respeta el león, es decir, toda potestad terrena; es ésteel gallo al cual, según Job, fue dada la inteligencia; alcanto de este gallo se orienta el hombre extraviado;éste es el gallo que canta cada día al alba, cuando losastros matutinos alaban al Señor; éste es el gallo queSócrates moribundo, en el momento en que esperabareunir lo divino de su alma con la divinidad del Todoy ya lejos del peligro de enfermedad corpórea, dijo quele debía a Esculapio, o sea, al médico de las almas.

Examinemos también los documentos de loscaldeos y, si les damos fe, encontraremos que en virtudde las mismas artes se abre a los mortales la vía de lafelicidad. Escriben los intérpretes caldeos que fuesentencia de Zoroastro que el alma es alada y que, alcaérsele las alas, se precipita hacia el cuerpo y vuelve avolar al cielo cuando de nuevo le crecen. Habiéndolepreguntado los discípulos de qué modo podrían ellosvolver el alma apta para el vuelo, con las alas bienemplumadas, respondió: «rocíen las alas con las aguasde la vida»; y habiéndole preguntado a su vez dóndepodrían alcanzar esta agua, les respondió, según sucostumbre, con una parábola: «El paraíso de Dios estábañado e irrigado por cuatro ríos: alcancen allí las aguassalvadoras». El nombre del río que corre en elseptentrión se dice Pischon, que significa «justicia»; eldel ocaso tiene por nombre Gichon, es decir,«expiación»; el de oriente se llama Chiddekel y quieredecir «luz», y el que corre, en fin, al sur se llama Perathy se puede interpretar como «fe». Presten atención, ohpadres, y consideren el significado de estos dogmas deZoroastro; no significan, ciertamente, sino quepurifiquemos la legañosidad de los ojos con la cienciamoral, como con ondas occidentales; que con ladialéctica, como un nivel boreal, fijemos atentamente

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la mirada; que luego debemos habituarnos a soportar,en la contemplación de la naturaleza, la luz todavíadébil de la verdad, como primer indicio del Solnaciente, hasta que, por último, mediante la piedadteológica y el santísimo culto de Dios podamos resistirvigorosamente, como águilas del cielo, el fulguranteesplendor del Sol de mediodía. Éstos son, acaso, losconocimientos matutinos, meridianos y vespertinoscantados primero por David y después explicados másampliamente por Agustín; ésta es la luz esplendenteque inflama directa a los serafines y que a la par iluminaa los querubines; ésta es la razón a la que siempre tendíael padre Abraham; éste es el lugar donde, según laenseñanza de los cabalistas y los moros, no hay sitiopara los espíritus inmundos.

Mas si es lícito manifestar en público algo de losmás secretos misterios, aunque sea en forma alegórica,ya que la súbita caída del cielo ha condenado al vértigola cabeza del hombre, puesto que, según las palabrasde Jeremías, fueron abiertas las ventanas de la muerteque ha contaminado el corazón y el sentimiento delhombre, invoquemos a Rafael, médico celeste, para quenos libre con la moral y con la dialéctica, fármacossalutarios. Albergará entonces en nosotros,restablecidos en buena salud, Gabriel, fuerza de Dios,quien mostrándonos por doquiera, a través de todoslos milagros de la naturaleza, la bondad y la potenciade Dios, nos presentará finalmente a Miguel, sumosacerdote, quien, habiendo militado nosotros en lafilosofía, nos coronará, como con coronas de piedraspreciosas, con el sacerdocio de la teología.

Éstas son las razones, venerados padres, que no sólome alentaron, sino que me impulsaron al estudio de la

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filosofía. No las habría expuesto, por cierto, si nodebiera responder a cuantos suelen condenar el estudiode la filosofía, sobre todo en los príncipes o en aquellosque en general gozan de cierta fortuna. Todo estefilosofar, en efecto, es más bien razón de desprecio yde afrenta (tanta es la miseria de nuestro tiempo) quede honor y de gloria; y esta perniciosa y monstruosaconvicción ha invadido a tal punto la mente de casitodos que, según ellos, sólo poquísimos o nadie deberíafilosofar. ¡Como si investigar y tener siempre ante lamente los problemas de las causas, de los procesos dela naturaleza, de la razón del universo, de las leyesdivinas, de los misterios de los cielos y de la tierra novaliese nada, a menos que se obtenga de ello unautilidad o una ganancia! Hemos llegado a tal punto (¡ybien doloroso!) que no se considera sabios sino aaquellos que hacen del estudio de la sabiduría unafuente de ganancia, de modo que se puede ver a lapúdica Palas, residente entre los hombres por dondivino, expulsada, ridiculizada y vilipendiada. No hayquien la ame, quien la secunde, si no es con un pactode que ella se prostituya y traiga ganancia con su violadavirginidad y, recibido el dinero, que ponga en el cofredel rufián el mal obtenido dinero.

Digo todo esto –y no sin grandísimo dolor eindignación– no ya contra los príncipes, sino contralos filósofos de nuestro tiempo, quienes creen ypredican que no se debe filosofar porque no se hanestablecido premios y recompensas para los filósofos;¡como si con este aserto no mostraran no ser filósofos!Toda su vida, en efecto, estando puesta al servicio dellucro y de la ambición, no abrazan el conocimiento dela verdad por sí misma. Al menos se me concederá, almenos no enrojeceré cuando sea elogiado por ello, que

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nunca he filosofado sino por el amor a la pura filosofía;ni he esperado ni he buscado nunca en mis estudios yen mis meditaciones ninguna merced ni ningún frutoque no fuese la formación de mi alma y el conocimientode la verdad, por mí supremamente ansiada.

He sido siempre amante tan apasionado de la verdadque, dejada toda preocupación de los asuntos privadosy públicos, me he dedicado por entero a la pazcontemplativa. De ésta ni las calumnias de losenvidiosos ni los dardos malignos de los enemigos hanpodido hasta aquí ni podrán nunca apartarme. Ha sidola filosofía quien me ha enseñado a depender de misola conciencia más que de los juicios de los otros yestar atento siempre no al mal que se dice de mí, sino ano hacer o decir algo malo yo mismo. No ignorabapor cierto, venerados padres, que esta discusión míahabría de resultar tan agradable y placentera a todosustedes, promotores de las buenas artes que quisieronhonrarla con su presencia, como gravosa y molesta amuchos otros. Bien sé que no falta quien ha condenadoantes y que ahora condena en muchos modos estainiciativa mía. Siempre ha sido así: las acciones buenasy santas tienen habitualmente críticos no másnumerosos, pero tampoco más escasos, que las inicuasy viciosas.

Hay algunos que desaprueban por completo estaclase de discusiones y esta iniciativa mía de debatir enpúblico cuestiones doctas afirmando que todo estáenderezado más a hacer bella exhibición de ingenio yde doctrina que a obtener conocimiento. Hay otros queaunque no desaprueban esta suerte de ejercicio, no laaprueban en absoluto en mi caso, con el motivo deque yo, a mi edad, esto es apenas veinticuatro años, he

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tenido la audacia de proponer una discusión sobre losmisterios más altos de la teología cristiana, sobre lasdoctrinas más profundas de la filosofía, sobredisciplinas ignotas en una ciudad famosísima, en unaamplísima reunión de hombres doctísimos, ante elsenado apostólico. Éstos, aunque consintiéndome quediscuta, no admiten que yo lo haga sobre novecientosargumentos diciendo que esto es tan superfluo yambicioso como superior a mis fuerzas. A lasobjeciones de éstos me habría pronto rendido si asíme lo hubiese enseñado la filosofía que profeso; mas,por su enseñanza, no respondería si considerara queesta discusión hubiera sido promovida con el propósitode polemizar y altercar entre nosotros. Lejos de nuestroánimo toda intención de litigio y de contienda, lejosesa envidia que según Platón, aparta del consenso delos dioses. Mejor examinemos amigablemente si esadmisible que yo emprendiera esta disputa y discutieseacerca de tantas cuestiones.

A cuantos, en primer lugar, critican esta costumbrede discutir en público, no he de decirles muchas cosas,desde el momento que tal culpa, si culpa se la considera,no sólo es común a todos ustedes, doctores eximios,que muchas veces han asumido esta tarea no sin sumaalabanza y gloria, sino a Platón, a Aristóteles, a todoslos filósofos famosos de todos los tiempos, los cualestenían la convicción de que nada les era más favorableal logro de la verdad que buscaban que el ejerciciocontinuo y frecuente de la discusión. Así como serobustecen, en efecto, las fuerzas del cuerpo con lagimnasia, también, sin duda, en esta especie de palestradel espíritu, el vigor del alma se fortifica y endurece.Me inclino a creer que no otra cosa han queridoentender los poetas con las famosas armas de Palas y

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los hebreos al llamar barzel, es decir, «hierro», alsímbolo de las serpientes, sino la oportunidad de talclase de luchas para obtener la sabiduría, sino lanecesidad de ellas para defenderla. Acaso también poresto exigen los caldeos que en el nacimiento deldestinado a ser filósofo, Marte mire con aspecto trinoa Mercurio, como si removidas estas conjunciones yresueltos estos contrastes, toda la filosofía hubiera deresultar tarda y soñolienta.

Más difícil me es la defensa con aquellos que medicen inferior a la empresa: si, en efecto, me digo a sualtura, seré tal vez digno de la acusación de inmodestoy de presuntuoso; si, en cambio, me confieso inferior,de la de temerario y de inconsulto. Vean, pues, en quéembarazo he caído, en qué situación me encuentro, yaque no puedo dejar de prometer lo que luego no puedodar sin reproche. Acaso podría citar lo de Job: «Elespíritu está en todos» y escuchar a Timoteo: «nadiedesprecie tu juventud». Pero de modo más sincero ysegún mi conciencia diré que en mí no hay nada degrande ni de singular; aun admitiendo ser estudioso yansioso de las buenas artes, sin embargo no pretendoni me arrogo el nombre de docto. Por lo cual, si me heimpuesto una tarea tan gravosa, no ha sido inconscientede mi debilidad, sino porque sabía que ser vencido enesta suerte de batallas doctrinarias es un provecho. Poresto ocurre que el más débil debe no sólo no evitarlas,sino buscarlas con empeño y por propia iniciativa, yaque aquel que sucumbe recibe no un daño sino unaventaja, porque vuelve a casa más rico, esto es, másavezado y docto para futuras batallas. Animado de talesperanza, yo, débil soldado, no he tenido ningúntemor de afrontar tan peligrosa batalla concombatientes aguerridísimos y entre todos los más

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valerosos. Si mi empresa ha sido o no temeraria, podráconsiderársela mejor por el resultado del combate quepor mi edad.

Me queda, en tercer lugar, responder a aquellos queestán ofendidos por el número grandísimo de las tesispropuestas, como si el peso de ellas gravitase sobre susespaldas y no fuera yo, en cambio, quien debe soportartal fatiga, por pesada que sea. Pero en verdad, esinconveniente y harto extraño querer poner un límitea la obra ajena y, como dice Cicerón, querer exigir lamediocridad en aquello que tanto mejor es cuantomayor sea. En suma, en una empresa tan grande se meimpone o sucumbir o triunfar. Si me arriesgo, no veopor qué, si es digno de alabanza el acertar en diezargumentos, que se estime una culpa el hacerlo ennovecientos. Si, en cambio, sucumbo, ésos, si me odian,tendrán motivo de acusarme; si me aman, deexcusarme. Que un joven de escaso ingenio y de exiguadoctrina haya fracasado en una empresa tan grande yarriesgada, es más bien un hecho digno de perdón quede condena.

Así dice también el poeta: «Por lo que si me faltarenlas fuerzas, mi gloria estará en mi atrevimiento: en lasempresas grandes basta con haberlas intentado». Si ennuestro tiempo muchos que quieren imitar a Gorgiasde Leontini han solido proponer disputas, no sinalabanzas, no sólo sobre novecientas tesis, sino sobretodos los argumentos de todas las artes, ¿por qué nohe de poder yo, sin incurrir en reproche, discutir sobremuchas, pero bien precisas y determinadas? Pero,replican, esto es superfluo y ambicioso. Yo, en cambio,he comprobado que no sólo no es superfluo, sino quepara mí es necesario hacerlo: si ellos consideran

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conmigo la razón de filosofar, se verían compelidos areconocer tal necesidad absoluta.

En efecto, aquellos que se han sumado a una escuelafilosófica cualquiera, de Tomás por ejemplo, o deEscoto, que ahora son los que reúnen más adeptos,fundan su doctrina en la discusión de pocas cuestiones;yo, en cambio, me he impuesto el principio de no jurarpor la palabra de nadie, de frecuentar a todos losmaestros de filosofía, de examinar todas las posiciones,de conocer todas las escuelas. Por ello encontrándomeen la necesidad de hablar de todos los filósofos, parano parecer sostenedor de una sola tesis específica, comosi estuviera ligado a ella y descuidase las otras, lascuestiones por mí propuestas no podían ser sinomuchas en conjunto, aunque pocas en lo atingente acada una. No se me quiera reprochar que «llego a fuerde viajero a cualquier ribera donde me lleve latempestad». Por todos los antiguos, en efecto, fueobservada esta regla: que los estudiosos de toda suertede escritores no descuidaran ningún escrito. Tal reglala observó en particular Aristóteles quien, por estarazón, era apodado αναγνοστσ [anagnostés), es decir,«lector», y es verdaderamente de mente angostaencerrarse en una sola escuela, sea ella la del Pórtico,sea la Academia. No puede por ello elegir con aciertoentre todas la suya propia quien primero no haexaminado todas a fondo; además, en toda escuela hayalgo de insigne que no le es común con las otras y, paracomenzar con los nuestros, a los cuales ha llegadofinalmente la filosofía, hay en Juan Escoto algo devigoroso y de sutil; en Tomás, de sólido y deequilibrado; en Edigio, de terso y exacto; en Francisco,de penetrante y agudo; en Alberto, de antiguo, amplioe imponente; en Enrique, me parece, algo siempre

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sublime y venerado; y entre los árabes hay en Averroesalgo de seguro e indiscutible; en Avempace y enAlfarabi, de grave y meditado; en Avicena, de divino yplatónico.

Los griegos en general tienen, por sobre todo, unafilosofía límpida y clara: rica y amplia en Simplicio,elegante y apretada en Temistio, coherente y docta enAlejandro de Afrodisia, ponderadamente elaborada enTeofrasto, ágil y agraciada en Amonio; y si uno se vuelvea los platónicos para hablar sólo de pocos, en Porfiriose deleitará con la abundancia de los argumentos y lareligiosidad compleja, en Jámblico venerará la filosofíamás secreta y los misterios primitivos, en Plotino nohay cosa que pueda preferirse, porque todo se muestraadmirable, porque habla divinamente de las cosasdivinas, porque cuando habla de las cosas humanassupera a todos los hombres, a tal punto que conesfuerzo apenas si lo entienden los propios platónicos;y omito los más recientes: Proclo, lujuriante defertilidad asiática, y de quien fluyeron Hermias,Damacio, Olimpiodoro y muchos otros, en todos loscuales brilla siempre aquel το τηειον [to theion], estoes, «lo divino», emblema característico de losplatónicos.

Si hay alguna escuela que combata las afirmacionesmás verdaderas y escarnezca capciosamente las buenascausas de la inteligencia, ella refuerza y no debilita laverdad, como el viento al agitar la llama la alimenta,no la extingue. Movido por esta razón, he queridopresentar las conclusiones, no de una sola doctrina(como hubiera agradado a algunos) sino de todas, demodo que de la confrontación de muchas escuelas yde la discusión de múltiples filosofías ese «fulgor de la

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verdad» del que habla Platón en las Cartas resplandezcaen nuestras almas más claramente como sol nacientedesde el cielo. ¿De qué hubiera valido tratar sólo lafilosofía de los latinos, esto es, Alberto, Tomás, Escoto,Egidio, Francisco, Enrique, omitiendo la de los griegosy de los árabes, cuando todo conocimiento ha pasadode los bárbaros a los griegos y de los griegos a nosotros?Por eso, los nuestros han considerado siempresuficiente en el campo filosófico atenerse a losdescubrimientos de los otros y a perfeccionar elpensamiento ajeno. ¿De qué valdría discutir decuestiones naturales con los peripatéticos sin queinterviniera también la Academia de los platónicos,cuya doctrina de las cosas divinas, según Agustín, hasido siempre santísima entre todas las filosofías y ahorapor primera vez, que yo sepa –que la envidia se apartede estas palabras– ha sido llevada a un público debate?¿De qué valdría, además, haber discutido todas lasopiniones ajenas, sentándonos al banquete de lossapientes como quien no paga escote si yo no hubieseaportado nada mío, nada producido y elaborado pornuestro ingenio?

Es verdaderamente poco digno, como afirmaSéneca, saber solamente por reflejo de los libros, comosi los reflejos de los mayores hubieran cerrado la vía anuestra obra, como si, agotada la fuerza de la naturalezano pudiese engendrar algo que, aunque sin exhibirplenamente la verdad, la vislumbre de lejos; que si elcampesino odia la infecundidad del campo y el maridola de la mujer, cierto es que la Mente divina odiará tantomás a una alma infecunda atada y cautivada a sí mismacuanto más noble sea la prole que de ella se desea. Portales motivos, yo, insatisfecho con haber reunido lascomunes, he puesto a discusión muchas doctrinas de

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la antigua teología de Hermes Trimegisto, muchas delas doctrinas de los caldeos y de Pitágoras, muchos delos más escondidos misterios de los hebreos; hemospropuesto también a la discusión muchísimosargumentos encontrados y elaborados por nosotros,referentes a las cosas naturales y divinas. Hemospropuesto ante todo, el acuerdo entre Platón yAristóteles, ya antes sostenido por muchos, pero porninguno suficientemente probado. Boecio, entre loslatinos, que había prometido hacerlo, no consta quecumpliera lo que quiso hacer siempre. Simplicio, entrelos griegos, que había sostenido lo mismo, ojalá hubieracumplido su promesa; también Agustín, en el libroContra los académicos, escribe que no faltaron muchosque intentaron probar tal cosa en sus sutilísimasargumentaciones, esto es, que la filosofía de Platón yla de Aristóteles son la misma filosofía. lgualmente JuanGramático dice que Platón difiere de Aristóteles sólopara aquellos que no comprenden las palabras dePlatón, pero ha dejado la demostración a los sucesores.

Hemos agregado también varias tesis en las cualesafirmamos que los pareceres considerados discordesde Escoto y de Tomás, de Averroes y de Avicena, son,en cambio, coincidentes; hemos propuesto luego lasconclusiones halladas por nosotros, sea sobre lafilosofía platónica, sea sobre la aristotélica y, de aquí,setenta y dos nuevas tesis físicas y metafísicas que unavez demostradas permitirán a cualquiera, si no meengaño (lo cual pronto me será manifiesto), resolvercualquier cuestión propuesta natural y teológica conmuy otro criterio que el enseñado en las escuelas yusado por los filósofos de nuestro tiempo; y que nadiese maraville, oh padres, de que yo, joven en años y deedad inmadura, en la cual como algunos insinúan

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apenas si se pueden leer las disertaciones de los otros,quiera proponer una nueva filosofía. Más bien, que sealabe si sé defenderla, que se la condene si se la demuestrafalsa. En fin, que aquellos que habrán de juzgar estosdescubrimientos y escritos míos, cuenten no los añosdel autor, sino los méritos y deméritos de la obra.

Hay también, además de las nuevas tesis propuestas,otro procedimiento filosófico basado en los números,retornado por nosotros aunque bien antiguo, puestoque fue seguido por los primeros teólogos,especialmente por Pitágoras, por Aglaofemo, porFilolao, por Platón y por los platónicos antiguos. Taldoctrina, como muchas cosas ilustres, se ha extinguidoa tal punto por incuria de los sucesores que apenas sise encuentra traza de ella. Escribe Platón en el Epinomisque la ciencia del numerar es entre las artes liberales ylas ciencias del contemplar excelente y altamentedivina; y, preguntándose por qué el hombre es el mássapiente de los animales, responde: porque sabenumerar; es ésta una sentencia que también Aristótelesrecuerda en los Problemas. Escribe Abumasar que fueopinión de Avenzoar el babilonio que «todo lo sabe elque sabe numerar». Lo cual de ningún modo podríaser verdadero si por el arte de numerar se entendierael arte del cómputo en que ahora son peritos sobretodo los mercaderes; y esto lo confirma también Platóncuando nos amonesta no confundir esta aritméticadivina con la aritmética mercatoria. Después de largasreflexiones, considerando haber examinado a fondoesta aritmética tan exaltada y pronto a afrontar ladiscusión, he tomado el empeño de responderpúblicamente, mediante los números, a setenta y cuatrocuestiones reputadas como principales entre la física yla teología.

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Hemos propuesto también teoremas mágicos, enlos cuales hemos sostenido que la magia es doble,fundándose la una exclusivamente en las obras y laautoridad de los demonios, cosa del todo execrable ymonstruosa; la otra en cambio, si bien se la considera,no es sino la consumación absoluta de la filosofíanatural. Los griegos, teniendo presente la una y la otra,indican la primera, no considerándola de ningún mododigna del hombre de magia, con el vocablo γοετεια[goeteia]; a la segunda en cambio, la llaman con elpropio y peculiar nombre de μαγεια [mageia], comoperfecta y suprema sabiduría. Como dice, en efecto,Porfirio: en lengua persa mago tiene el mismosignificado que entre nosotros «intérprete y cultor delas cosas divinas». Grande entonces y aun grandísima,oh padres, es la disparidad y diferencia entre estas artes.La primera es condenada y execrada no sólo por lareligión cristiana, sino por todas las leyes, por todoEstado bien ordenado. La segunda, en cambio, laaprueban y abrazan todos los sabios, todos los pueblosamantes de las cosas celestes y divinas. Aquélla es másfraudulenta entre todas las artes; ésta es firme, dignade fe y sólida. Cualquiera que practicó aquélla, lodisimuló siempre, porque habría acarreado ignominiay daño al autor; en el ejercicio de ésta, por el contrario,en la Antigüedad y casi siempre después, se buscó sumacelebridad y gloria en las letras. Aquélla no tuvo nuncapor estudioso al filósofo y al hombre deseoso deaprender las buenas artes; para aprender ésta, Pitágoras,Empédocles, Demócrito y Platón recorrieron los maresy a su regreso la enseñaron y la tuvieron como artesuprema en sus misterios. Aquélla en tanto que nogarantizada por razón alguna, no es aprobada porninguna autoridad; ésta, como ennoblecida por ilustres

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genitores, tiene sobre todo dos cultores: Zalmoxis, quefue iniciado por Abaris el hiperbóreo, y Zoroastro, noaquel en quien acaso piensan ustedes, sino el hijo deOromasio. En qué consiste la magia de ellos lo dirá, silo interrogamos, Platón en el Alcibíades: la magia deZoroastro no era sino la ciencia de las cosas divinas,que los reyes persas enseñaban a sus hijos para queaprendieran a regir el propio Estado según el ejemplodel orden del mundo; nos responderá en el Cármidesque la magia de Zalmoxis es la medicina del alma conque se logra la templanza interior, así como con la otra,la salud del cuerpo. En las huellas de éstos perseveraronCarondas, Damigeron Apolonio, Ostanes y Dárdano.La siguió Homero quien, como demostraremos un díaen nuestra Teología poética, simbolizó en el viaje de suUlises lo mismo todas las otras ciencias que ésta. Lossiguieron Eudoxo y Hermipo; los siguieron casi todosaquellos que investigaron a fondo los misteriospitagóricos y platónicos. Entre los modernos que laabordaron encuentro tres: el árabe Alkindi, RogelioBacon y Guillermo de París. La recuerda tambiénPlotino en el pasaje donde demuestra que el mago esministro y no artífice de la naturaleza; aquel hombresapientísimo aprueba tal clase de magia y la sostiene,mientras en cambio, aborrece a tal punto la otra que,invitado a los ritos de los malos espíritus, respondióque era mejor que ellos fueran a él y no él a ellos. Comoque aquélla, en efecto, hace al hombre súbdito y esclavode los poderes del mal, así como ésta lo hace príncipe yseñor de ellos. Aquélla no puede reivindicar ni elnombre de arte ni el nombre de ciencia; ésta, llena demisterios profundísimos, abraza la más altacontemplación de las cosas más secretas y, finalmente,el conocimiento entero de la naturaleza. Ésta, como

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trayendo desde las profundidades hacia la luz lasbenéficas fuerzas dispersas y diseminadas en el mundopor la bondad de Dios, no tanto cumple milagroscuanto se pone al servicio de la naturaleza milagrosa;ésta, perescrutando íntimamente el secreto acuerdo deluniverso, que los griegos llaman de modo mássignificativo σψμπ⟨τηεια [sympátheia], habiendoexplorado el mutuo vínculo de las cosas naturales,adaptando a cada una de las congénitas lisonjas que sellaman ιυνξ [iunx], esto es, encantamiento de losmagos, lleva hacia la luz, como si fuese ella misma elartífice, los milagros escondidos en las profundidadesdel mundo, en el seno de la naturaleza, en los misteriosde Dios; y como el campesino lo hace con los olmos ylas vides, así el mago desposa la tierra y el cielo, esto es,las fuerzas del mundo inferior con las dotes y laspropiedades superiores.

Se infiere que tanto como la primera magia aparecemonstruosa y nociva, tanto la segunda se muestradivina y saludable; sobre todo porque la una, poniendoal hombre a merced de los enemigos de Dios, lo alejade Dios, mientras que la otra lo excita a tal admiraciónde las obras del Señor que de ella derivan seguramentela caridad cautivante, la fe y la esperanza.

Nada promueve más, en efecto, la religión y el cultode Dios que la constante contemplación de susmaravillas: cuando las hayamos examinado bienmediante esta magia natural de la cual tratamos,entonces, más ardientemente animados por el culto yel gran amor del Artífice seremos impelidos a cantar:«llenos están los cielos, llena está la tierra de la majestadde tu gloria». Mas basta ahora de magia, de la cual hehablado tanto porque sé que hay muchos que, como

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los perros que ladran siempre a lo desconocido, asítambién condenan y odian lo que no comprenden.

Paso ahora a las cosas que, tomadas de los antiguosmisterios de los hebreos, he acarreado paraconfirmación de la sacrosanta y católica fe y con el finde que no sean estimadas por aquellos que las ignorancomo vanidades, tonterías o fábulas de charlatanes,quiero que todos sepan a qué llevan, por cuáles ilustresautores son apoyadas y cuán escondidas, cuán divinas,cuán necesarias son tales cosas para defender nuestrareligión contra las importunas calumnias de loshebreos.

Escriben no sólo célebres doctores, sino entre losnuestros también Esdras, Hilario y Orígenes, queMoisés recibió en el monte no sólo aquella ley que dejóa los sucesores puesta en cinco libros, sino tambiénuna secreta y veraz interpretación de ella; y le fueordenado por Dios que publicara la ley pero que lainterpretación no la escribiese ni la divulgase y sólo larevelara a Josué y éste, después, por turno, a los otrossumos sacerdotes sucesivos, bajo absoluto y sagradosilencio. Era suficiente conocer mediante el simplerelato de los hechos ya la potencia de Dios, ya su iracontra los malvados, ya la clemencia para con losbuenos, su justicia para con todos; bastaba ser educadospor medio de preceptos divinos y saludables para unavida buena y feliz, para el culto de la verdadera religión,pero revelar abiertamente a la plebe los misterios mássecretos, escondidos bajo la corteza de la ley y, ocultosbajo la tosca vestidura de las palabras, exponer lossublimes arcanos de Dios, ¿qué hubiera sido sino darel sacramento a los perros y arrojar las perlas a loscerdos? Mantener, pues, todo esto oculto al vulgo,

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comunicarlo sólo a los perfectos, a los únicos entre loscuales afirma Pablo pronunciar palabras de sabiduría,fue obra no de prudencia humana sino divina, y losantiguos filósofos observaron escrupulosamente talcostumbre. Pitágoras no escribió sino poquísimas cosasque al morir confió a su hija Damo; las esfinges,esculpidas ante los templos egipcios, amonestaban quelas enseñanzas místicas debían ser custodiadas con losnudos de los enigmas, inviolables a la multitud profana.Platón, escribiendo a Dionisio sobre las sustanciassupremas, dice: «debo expresarme por enigmas, demodo que si alguna vez la carta cayera en mano ajena,no sea comprendido por otros lo que escribo».Aristóteles decía que los libros de la Metafísica en quetrata de las cosas divinas eran éditos e inéditos. ¿Quémás? Orígenes asevera que Jesucristo, maestro de vida,reveló a los discípulos muchas cosas que ellos noquisieron escribir para que no fueran conocidas delvulgo, lo cual confirma sobre todo Dionisio Areopagita,quien dice que los misterios más secretos fuerontrasmitidos por los fundadores de nuestra religión “eknou eis noun dia meson logon” [ek nou eis noun diameson logon], esto es, «de mente a mente, sin escritos,sin intermediarios del verbo».

Habiendo sido revelada de este modo por mandatode Dios aquella veraz interpretación de la leycomunicada a Moisés por Dios, ella fue llamada cábala,lo cual entre los hebreos significa lo mismo que paranosotros tradición, y esto por el hecho de que aquelladoctrina era recibida no por medio de documentosliterarios, sino por medio de revelaciones que el unorecibía del otro, como por derecho hereditario. Noobstante, cuando los hebreos, liberados por Ciro de lacautividad babilónica y construido el templo bajo

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Zorobabel, pusieron su empeño en restaurar la ley, elentonces cabeza de la Iglesia, Esdras, después de habercorregido el libro de Moisés y viendo claramente queno se podía mantener la costumbre fijada por lospadres de transmitir oralmente la doctrina debido alos exilios, las penalidades, las fugas y las prisiones delpueblo de Israel, dado que así habrían perecido losmisterios concedidos por Dios de tal celeste doctrina(pues no es posible que dure largamente la memoriade ella sin la interpretación de textos escritos), decidióentonces que cada cual manifestase lo que tenía en lamemoria de los misterios de la ley. Estos misterios,llamados de los escribas, fueron transcritos en setentavolúmenes, tantos cuantos eran entonces los sabios delsanedrín. Mas porque esto deben ustedes creerlo nosólo porque lo digo yo, oigamos a Esdras que dice así:

Pasados cuarenta días el Altísimo habló diciendo: lo

primero que has escrito hazlo público y que lo lean los

dignos y los indignos; pero conservarás los últimossetenta libros para confiarlos a los sabios de tu pueblo;

en ellos está la vena del intelecto, la fuente de la sabiduría,

un río de ciencia. Y así he hecho.

Así dice Esdras palabra por palabra. Éstos son loslibros de la ciencia de la cábala. En ellos con razónproclamó Esdras que estaba «la vena del intelecto», estoes, la inefable teología de la supersustancial Divinidad;«la fuente de la sabiduría», esto es, la exacta metafísicade las formas inteligibles y angélicas, y el «río de laciencia», esto es, la solidísima filosofía de la naturaleza.Estos libros Sixto IV, sumo pontífice, el inmediatopredecesor de Inocencio VIII bajo el cual felizmentevivimos, se esforzó con gran cuidado y celo en quefueran traducidos al latín para pública utilidad de

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nuestra fe, y tres, ya en el momento de su muerte,habían sido traducidos. Estos libros son hoy veneradosentre los hebreos con tan religioso respeto que nopuede tocarlos quien no haya cumplido los cuarentaaños. Me los he procurado con no leve gasto, los heleído con suma diligencia e infatigable estudio: he vistoen ellos -Dios es mi testigo- no tanto la religión mosaicacomo la cristiana; he encontrado allí el misterio de laTrinidad, la encarnación del Verbo, la divinidad delMesías. Sobre el pecado original, sobre la expiación deéste por medio de Cristo, sobre la Jerusalén celeste,sobre la caída de los demonios, sobre las órdenesangélicas, sobre el purgatorio, sobre las penas delinfierno, he leído las mismas cosas que cada día leemosen Pablo y Dionisio, en Jerónimo y Agustín. En lo queconcierne a la filosofía, parece que oímos sin más aPitágoras y a Platón, cuyas afirmaciones son tan afinesa la fe cristiana que nuestro Agustín da grandísimasgracias a Dios por haberle caído en las manos los librosplatónicos.

En suma, no hay ningún argumento controvertidoentre nosotros y los hebreos en que éstos no puedanser combatidos y convencidos con los libros de loscabalistas, hasta el punto de no quedarles ni un rincóndonde esconderse. De lo cual tengo testigoatendibilísimo en Antonio Crónico, varón eruditísimo,quien en su casa oyó en un banquete con sus propiosoídos, a Dáctilo Hebreo, perito en tal ciencia, llegar entodo y por todo a las mismas conclusiones que loscristianos a propósito de la Trinidad.

Pero, para volver al examen de los argumentos demi disputa, he aportado también mi modo deinterpretar los cármenes de Orfeo y de Zoroastro.

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Orfeo se lee en los textos griegos casi integralmente,Zoroastro mutilado, pero más completo en los caldeos.Ambos son considerados padres y autores de la antiguasabiduría. No diré nada acerca de Zoroastro, quien esrecordado frecuentemente por los platónicos y siemprecon suma veneración; Jámblico de Calcidia escribe quePitágoras tuvo la teología órfica como modelo paraplasmar y formar su filosofía; precisamente por esto,por haber derivado de la iniciación órfica, lasenseñanzas de Pitágoras son llamadas sagradas. De lasinstituciones órficas manó, como de su primera fuente,la secreta doctrina de los números y todo aquello quede grande y de sublime tuvo la filosofía griega. Pero,según la costumbre de los teólogos antiguos, Orfeorevistió los misterios de sus dogmas con el velo de lafábula y los disimuló con alegorías poéticas, de modoque quien lee sus himnos puede creer que no pasan defabulillas y divagaciones juguetonas.

He querido decirlo para que se sepa cuál ha sido mifatiga, cuál la dificultad para sacar de la maraña de losenigmas, del velo de las fábulas, los significados de lasecreta filosofía, y esto sin el auxilio de otros intérpretesen una materia tan difícil, tan recóndita e inexplorada.No obstante, esos canes han ladrado que yo heacumulado por mera ostentación minucias y tonterías,como si yo no hubiese propuesto todas las cuestionesmás ambiguas y controvertidas sobre las cuales peleanlas principales escuelas filosóficas, como si yo nohubiese propuesto cuestiones del todo ignoradas ynunca abordadas por esos mismos que me atacan y sereputan príncipes entre los filósofos.

Tan lejos estoy de tales culpas que he tratado dereducir la discusión al menor número posible de

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puntos; pues si hubiese querido, como acostumbranotros, dividir y desmenuzarla en sus miembros, éstahabría alcanzado un número innumerable de tesis. Parano referirme a las demás, ¿quién no sabe que una solade las novecientas tesis, a saber aquélla sobre laconcordancia de la filosofía de Aristóteles y de Platón,yo habría podido dividirla y sin ser mínimamentesospechoso de afectada prolijidad, en seiscientospuntos, para no decir más, enumerandoseparadamente todos los lugares en que los otrosconsideran que contrastan y yo, en cambio, pienso queestán de acuerdo? Diré la verdad aunque no seamodesto de mi parte y contraríe mi índole, y la diréporque los envidiosos me obligan a decirla y me obliganasimismo los calumniadores; yo he querido en estaasamblea mostrar no tanto que sé muchas cosas comoque sé cosas que muchos ignoran.

Y para que esto lo muestren ahora los hechos, ohpadres venerados, para que mi discurso no entretengamás su deseo, excelentísimos doctores que veo, no singran placer, prontos y preparados en espera de lacontienda, con augurio pronto y feliz, como al sonidode la trompa de guerra, vayamos a la liza.

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Cronología

1463 Giovanni Pico nace el 24 de febrero en el castillo de Mirandola

1479 En Ferrara se encuentra con Savonarola

1480 En Padua, Elia del Medigo lo inicia en el aristotelismo y elaverroísmo

1482 Encuentro decisivo con Marsilio Ficino

1484 En Florencia escribe a Poliziano y a Lorenzo de Medici sobrepoesía

1485 Escribe a Ermolao Barbaro sobre retórica y filosofía

1486 Invita a eruditos de toda Europa a un debate público en Roma;redacta la Oratio de hominis dignitate [Discurso sobre la dignidaddel hombre] como perorata inicial a las Conclusiones (900 tesisque integran el saber griego, hebreo, árabe y latino)

1487 Inocencio VIII condena trece de sus tesis y suspende el debate.Pico escribe una Apologia; el papa condena todas las tesis yPico huye a París

1488 Permanece un mes preso en Francia; Lorenzo de Medici loinvita a Florencia

1489 Dedica a Lorenzo su Heptaplus, de septiformi sex dierumGeneseos enarratione

1490 Apoya los sermones apocalípticos de Savonarola

1491 Recorre las bibliotecas de Bolonia, Ferrara, Padua y Veneciaen busca de códices

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1492 Publica De ente et uno, conciliación de platonismo yaristotelismo. En Ferrara estudia manuscritos orientales.

1493 El nuevo papa Alejandro VI lo absuelve finalmente de laacusación de herejía. Escribe una refutación de la astrología(Disputationes in astrologiam)

1494 Muere el 17 de noviembre; algunos piensan que fueenvenenado.