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E N LAS EXEQUIAS SOLEMNÍSIMAS

CELEBRADAS

EN LA SANTA IGLESIA CATEDRAL DE MURCIA

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E/ Doctor Don JOSE ESCRICH Ύ MARTINEZ, exami^ nadar Sinodal del Obispado de Cartagena y Cané^ nigo Lectoral de dicha Catedral,

MURCIA:

Imprenta de M. Bellido, calle de Lencería,

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Corona aurea expressa sìgm sanctîtatîs, Eccks, 45.

Ilustnsimo Señor, senado novilísimo, muy distin-guido auditorio.

J E s t e es el término de todas las grandezas humanas, en esto paran el fausto, la opulencia, el brillo y es-plendor de las glorias del hombre. La muerte: este fruto tan amargo, efecto igualmente que pena del pe-cado del primer hombre en quien todos pecamos: la muerte, que con su formidable guadaña siega del mis-mo modo la cabeza del grande, que la del pequeño, y que con paso igual se introduce asi en la cabaña del pastor mas humilde, como en los palaciossobervios de los Reyes^ la muerte es el fin cierto de todos los mor-tales, y el gran libro, dice el espiritu-santo que todos debemos estudiar para conocer lo que somos, y en lo que vendremos á parar. Tal es, Señores, la impresión que debe causarnos hoi este magnífico y fúnebre apa-rato. La Iglesia nuestra Madre, atenta solo al bien es-

piritual de sus hijos no permitiría que se levantaran en los templos epos suntuosos cenotafìos sino quisiera inspirar el alJàtimiento y humillación á sus hijos con los mismos aparatos, y decoraciones de la vanidad: mucho menos consieiïïe~^TëW Ministros abramos la boca interrumpiéndolos mas augustos misterios de la Religion con discursos académicos en alabanza de proezas terrenas, y acciones, tal vez viciosas y crimi-nales. _ Yo no debo, ni quiero desviarme un apice de tan justas, y

sagradas disposiciones^ pero ¿cuai és, sin em-bargo, mi situación dolorosa en este instante ? Yo debo anunciams la mayor desgracia que pudiera acaecer á la espana en las circunstancias presentes: yo debo re-novar vuestro dolor y el mio, desgarrando una llaga, que aún no ha principiado á cicatrizarse. Ah! forzoso es el declararme. Aquel Monarca tan deseado por to-da la nación entera^ aquel Soberano por cuyo asiento en el Trono se sacrificaron tantos millares de españo-les, aquel Rey tan suspirado, tan amadof el objeto de los votos de

once millones de almas, por cuya intere-sante vida se ofrecían sacrificios, y se dirigían fervo-rosas oraciones al cielo un año hace: a y . Señores, el grande, el excelso, el perseguido, y constantemente atribulado Rey de España y de las Indias; el Sr. D. Fernando VII de Borbon, acabó su vida mortai á los 49 años de ella, ( 1 ) y

se ha sumido para siempre en la sima profundísima de la eternidad. Ó Providencia inescrutable cuan incomprehensibles son tus disposi-ciones! Despues de 30 años de infortunios, que succe-diéndose unos á otros, ó agolpándose todos juntos al-guna vez han puesto en el borde del exterminio á esta Nación heróica; asolada por una guerra larga, san-grienta, y destructora, despedazada con divisiones y

('S) p i t i d o s entre sus hijos , acongojada con el hambre y e;.pidemias homicidas, aún le quedaba que sufrir este golpe mortal: todavia no habia apurado el cáliz amar-gö de la tribulación, y tenia que beber hasta las eces. Q Dios mio! Nosotros adoramos con respeto vuestros, decretos, y besamos con humildad la mano que nos añige. Nosotros confesamos con el autor del libro de los Macabeos que todos cuantos males nos han sobre-venido no salieron de vuestra mano con el fin de per-dernos, sino de enmendarnos: non ad ínteritum^ sed ad correctionem generis nostri. ( 2 )

Aprovechémonos pues de e.sta ocasion, y convir-t,iendo en bien nuestro propio mal, hagamosle servir á nuestra utilidad. Con este fin os propondré el modelo de nuestro difunto Rey, que supo adornar la corona que recibió del cielo con el brillo de la Religión, de-fendiendo al mismo tiempo á esta con todo el poder de la soberanía. No intento, católicos, canonizará nues-tro Monarca ;; sé que esto está reservado al juicio in-falible de la Iglesia, y no permita Dios que yo me anti-cipe, y prevenga sus decisiones, pero sin ^er santo, y con las miserias inseparables de un hijo de Adan, pu-do tener, y con efecto tubo virtudes que aunque pro-pias en el modo del Trono, deben servir de exempla á sus vasallos; y esta imitación es el homenaje mas grato, que podemos tributarle. Quedese pues para los discursos de la Academia el desenvolber los secretos delgavinete, el aplaudir su política exterior, sus dis-posiciones para la restauración de una Nación decaí-da y casi moribunda: hablen, en suma, los políticos del caracter y cualidades de un Rey según el mundo; á un Ministro de Dios no le es lícito tratar en la cate-drade la verdad de otra cosa que de virtudes mora-les, y religiosas que nos sirvan de edificación : no es

• ( 6 ) . . decir que omitiré todo esto, pero lo tocaré mui de pa-" so, y animado, vivificado, santificado por el espíritu de Religion: en dos palabras, que forman el plan y division de mi discurso. La corona de Fernando san-tificada por la Religion: La Religion sostenida, y apoyada por la corona. Admirable enlaze, que de-muestra el caracter del amado Monarca que lloramos, y se expresa en las palabras del Eclesiástico que he tomado por tema. Corona aurea super caput eins ex-pressa signo sanctitatís. Lejos, Sres, de vosotros todo espíritu de curiosidad, y de censura, que impide el fru-to de la divina palabra^ y lejos también de mí todo pensamientodeadulacion, y de lisonja, que deshonraría mi ministerio. Recorramos la vida del gran Fernando, ofreciendo antes por su alma un ligero sufragio al mismo tiempo que imploramos la asistencia del Espíri-tu Santo por la intercesión de su castísima esposa.

AVE MARIA.

Corona aurea super caput.

fQue velo tan denso rodea de ordinario el trono de los Reyes durante su vida! Lo es tanto, que ni al Mo-narca le permite ver con certeza lo que pasa en su rei-no^ ni á los vasallos descubrir el corazon, los deseos, Y las acciones del Soberano, Como no puede este ver, y conocer las cosas por sí mismo necesita valerse de informes y noticias, que si no son exacras no puede me-nos de equivocarse la resolución. Por otra parte^ las intenciones, y obras de un Monarca son poco conoci-das según son en sí: la adulación las abulta, las pon-dera, y llega á veces á consagrar por virtudes los vi-cios y extravios mas notables : por el contrario, la r i -

validad. Ia envidia, y otras bajas pasiones apocan, y disminuyen los actos mas heróicos de la Magestad, pintándolos con los colores del desorden, é irregulari-dad. Solo la muerte rasga este velo, y hace callar á las pasiones: solo la muerte pone cierto respeto á los que yacen en el sepulcro, y descubre el caracter del Soberano que espiró. Desgraciadamente nos hallamos en este caso; y yo tengo la satisfacción de no fundar mi proposicion en relaciones secretas, y privadas que pueden ser no creídas: unicamente alegaré por prue-bas hechos públicos, incontestables, que han pasado á las vista de todos, y que no puede morder la maledi-cencia.

Un monasterio fue en donde Fernando vró la pri-mera luz de este mundo (3); y este acontecimiento que para nuestros ojos no pasaba de una casualidad, era en los designios de la Providencia un anuncio que manifestaba la religiosidad del Príncipe desde su na-cimiento. Pero qué digo desde su nacimiento? Antes de nacer dispuso Dios íos sucesos para la consumación de su obra. Tres Príncipes varones precedieron á Fer-nando 5 y el nacimiento de los gemelos que llenó de alborozo á la Península pareció cerrar la puerta á la sala del Trono, pero ni Clemente, ni Cárlos, ni Felipe eran los elegidos en los consejos eternos para la corona de España, como no lo fueron en la familia delsaílos hijos mayores que David para la dejudá.. So-lo Fernando debía empuñar el cetro á pesar de los contratiempos y borrascas que se levantarían contra su vida. Ya en sus primeros años se vió en inminen-te peligro'de perderla runa enfermedad gravísima lo po-ne al borde del sepulcro, mas las oraciones de toda la Nación j las súplicas de sus augustos Padres, y la in-tercesión de San Fernando á quien lo ofrecieron, vo-

(8> ßt'ndö" el visititr su, sepulcro en Sevilla salvaron- at ni-. ño Principe, y restituyeron el gozo á todo- el Reino. ElgranCárlosíIÍ, suabuelo, este Monarca dignode la inmortalidad, cuyo nombre jamas se pronuacia por los españoles, sm una particular emocion de gratitud y respeto: el gran Cárlos III cuida muy especialmente ^ue se destinen maestros escogidos, consumados en el aïte de enseñar, que con los conocimientos de la his-tória, de la geografía, de la política, y demás no--ctones propias de un Pvey inspirasen también, y plan-taran en el corazon del joven Príncipe los principios Itrminosos de nuestra Santa Religion, que le fueron despues tan necesarios para santificar la corona , que Bios puso sobre su cabeza. El sábio é Ilustrísimo Pa-dre Scio de las e^cuelas-pias llenó completamente los deseos del anciano Abuelo, y este Señor próximo á la tumba se coin-placia extraordinariamente en el ta-kn to , las disposiciones, los adelantos, é inocencia del jóven nieto.

Pero jayl que escena tan trágica se presenta á mi vista á pocos años de muerto Cárlos l i l . jQue perse-cución tan horrible se levanta contra Fernando cu-bierta con el manto de la justicia! Hablo, señores, ya me entendeis, de la tan célebre como infausta causa del Escorial E l Príncipe de Asturias, el hijo mas amante, y mas respetuoso para con sus Padres es acu-sado del mayor delito que pudiera cometer contra los. íjue le dieron el sér^ arrestado, privado de su servi-dumbre, tratado como un ingrato, examinada su can-sa por un tribunal especial, hecho la expectación de lodala Europa^ que conjunto de circunstancias tan tristes que agolpándose á una oprimían su tierno co-razon, y le ponían á punto de sucumbir y desespe-rar. ¡Oh Religion Sacrosanta! acude con tus máximai

(9) divinas al'ïocorro de Fernando;' recuérdale Ia paciên-cia , Ia conformidad con las disposiciones de la Pro-videncia^ incúlcale el amorá los enemigos, el perdón de las injurias. Fernando oye estas voces, y su cora-ΖΟΠ se presta con docilidad. De aquí aquella constan-cia heróica, aquella serenidad admirable superior á sus años, que aturdió á toda la Nación, esperando ésta con impaciencia el fallo de una causa tan estre-pitosa. Llegó por fin 5 y unos Ministros íntegros y jus-tos, unos magistrados superiores al respeto, al temor yála esperanza, once consejeros, honor de la toga es-pañola , declaran á la faz del mundo la inocencia del Príncipe de Asturias. ¿Y cuál fue la conducta de éste despucs de un triunfo tan glorioso? La que prescribe la Religion. Ni se engríe, ni hace vanaglorioso alar-de de su victoria. E l amor filial contrista su corazOrt por la amargura, que involuntariamente ha ocasiona-do á sus augustos Padres: buena prueba es la humil-de y tierna carta que con este motivo les escribió. La Religion ordenaba á este Principe amar á su enemigo, perdonarlo, hacerle bien: asi lo practicó con el sugeto á quien la voz pública designaba por autor de su per-secución. No me creáis á mi : preguntadlo á tantos mi-llares de personas, que presenciaron la catastrofe de Aranguez el 19 de Marzo de 1808. Ellas os di-rán, que Fernando, el amado succesor del Trono fue el que salvó la vida de aquel que le habia persegui-do, la voz, la presencia, el cuerpo mismo de Fernan-do sirvió de egida para que no fuera despedazado aquel infeliz por eí furor de un pueblo amotinado. Si despues de sentado en el Trono mandó formarle causä fue porque asi lo exigíala justicia, y el honor dela Na-ción, pero su corazon le perdonaba los agravios per-sonales, y siempre estubo resuelto á salvarle la vida,

(10) como Io aseguró el mismo al Emperador cjg los fran-ceses. ( 4 )

Cuándo seguiremos nosotros este ejemplo tan sor-preendeme! La caridad, hermanos mios, es el alma del cristianismo: sin ella todo lo demás no aprove-cha, según la doctrina de San Pablo. Podran hacerse cosas grandes, pero serán virtudes cívicas, virtudes morales, virtudes gentílicas, mas no cristianas y reli-giosas. Si la Religion pues, no es un nombre vanoen-ire nosotros, sino es un pretesto para ocultar nuestras pasiones, y engalanar nuestros desvarios, entendedlo, católicos, debemos amarnos mutuamente, olvidar nues-tras reciprocas ofensas, y perdonarnos de todo cora-zon« Eso de dentem 'pro dentem^ oculum pro oculo era bueno, dice Jesucristo, para los antiguos á quienes no alumbró la luz del evangelio: yo os digo, os mando diligite inimico s vestros^ et benefacite his^ qui oderunt vos. Asi lo cumplió el gran Fernando, honrando con la Religion la corona preciosa que recibió del cielo. Corona aurea super caput ejus expressa signo sanctî-tatîs. Pasemos adelante.

Todavia resonaban por toda espana las aclama-ciones por ia exaltación al Trono á que subió Fernan-do poria abdicación voluntaria de Carlos IV: aún no se habían ni mitigado los transportes de gozo á que se entregó el fidelísimo pueblo de Madrid, cuando se es-taba urdiendo, digo mal, estaba ya tramada la per-fidia mas atroz que vieron los siglos, Embiados enga-ñosos, y falaces cubiertos con el disfraz de la amistad y la confianza seducen al nuevo Rey, y le obligan á salir del Reino, y pasar á Bayona. Tristes recuerdos! Bayona, tu fuisíe testigo del esmalte riquísimo que Fer-nando añadió á su corona con el sufrimiento de los des-precios, y ultrages que recibió en tu recinto: tu pre-

senciaste su situación angustiada: expiado por todas partes, oprimido, rodeado siempre de satélites napoleó-nicos, unas veces se le alaga con promesas üsongeras para que renuncie; otras se le aterra con amenazas: al fin es conducido á la presencia de sus augustos Padres y del Emperador, donde, en pie, como un delincuente es interrogado, ultrajado, erido en lo mas sensible de su honor. ( 5) Santo Dios! Quien sostiene á Fernando en una situación tan humillante? Quién pone en su boca aquellas expresiones tan dignas de su magestad? Quién le dicta aquellas cartas al Rey padre tan lle-nas de solidez, como respetuosas, y sumisas? ( 6 ) La Religion: unicamente la Religion que adornaba mas que nunca su corona. La Religion que le inspiró el amor filial, Ja obediencia, y el sacrificio que debe ha-cerse en obsequio de aquellos, aquienes manda hon-rar el cuarto mandamiento. La Religion, que le pres-cribe el sufrimiento y paciencia para sobrellevar todos ios males de esta vida antes que hacer traición á su conciencia. Ciment'^do el joven Rey en estos infalibles principios triunfó de sus contrarios con su mismo des-tierro, y privación de su libertad, y confinado seis años en Valencey recobra despues su corona brillan-te como el^ol con el sello de la Religion. Corona au-~ rea super caput ejus expressa signo sanctitatis.

En efecto, la libertad de Fernando, suceso bien extraordinario en el orden político, parece que debía terminar todos los padecimientos de nuestro deseado Monarca^ pero ay! estaba destinado este señor á vi-vir continuamente atribulado. Al poner el pie en su reino, ¿cómolo encuentra? todo nuevo, todo mudado, y con un gobierno que le impone leyes. Disimula por entonces con prudencia, y se toma tiempo hasta consultar el libro infalible de la Religion: ésta le enseña que el primee

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(12) deber de los Reyes es el bien del reino^ que k s pasio-nes, los intereses, las opiniones, todo debe cederai bien común, unico objeto de un gobierno acertado. Antes mucho que los Grocios, los Puffendorfios, los Montes-quius, y etilos publicistas que hoy se citan lo habiadi-cho el principe de los teoiogos Santo Tomas en su li-bro de oro de regimine prìncìpìs. El Rey, dice el Santo, está instituido en beneficio del reino, su fín es, que prospere el gobierno con la felicidad de los sub-ditosj y asi como Dios, por cuya virtud mandan los Principes nos rige y nos gobierna por nuestro propio bien, asi lo deben hacer los Reyes. (Γ) Doctrina cer-tísima, que no es otta cosa que el compendio de lo que Dios ordenaba á los Jueces, y Reyes de su pueblo^ de lo que predicaron los Apóstoles, y enseñaron los PP. de la Iglesia : doctrina en fin que Fernando siempre tubo presente en el gobierno de sus estados.

Yo me dilataria hasta el infinito, y cansaría con exceso vuestra atención, si me detubiera á desentrariiar las providencias de su reinado monstrandolas anima-das por el deseo del bien público. Si anula las nuevas instituciones, si muda con frecuencia de secretarios y de ministros, si revoca unos decretos por otros, no es inconstancia ni volubilidad^ es el deseo del acierto. To-da vez que las leyes no llenen el objeto del provecho del reino, deben modificarse, ó revocarse^ y es muy propio del hombre sabio, dice el Espiritu-santo el mu-dar de parecer. Sapientis est mutare consilium. La utilidad general es el norte que dirige las operaciones de nuestro difunto Rey. Yo tengo una prueba que va-le por mil: una prueba que no pueden negar sus ma-yores enemigos. Si es conveniente para la felicidad de la españa, decía en Eayona á su Padre, estoy pronto á renunciar mis derechos en vuestra Magestad luego

(13) que ambos nos hallemos en ella con la competente libertad de que aqui carecemos. ( 8 ) Juzgad enemigos de Fernando; ¿qué amaba este mas, la corona, ó el bien de sus vasallos? Ah! cuanta amargura y repug-nancia esperimento su corazon adoptando providen-cias displicentes solo porque contribuían á este fin? cuantas veces sacrificó en su obsequio su gusto, su pa-recer, y hasta su propia seguridad? Madrid, Sevilla, Cadiz::: Olvidemos, Señores, sucesos tan desagrada-bles; bastante tenemos que llorar con lo presente. Los hombres justos y sensatos haran justicia á la memoria de Fernando Vlí. Poco importa la critica de esos cen-sores perpetuos, de esoseternos Aristarcos que creyén-dose dotados del don de la infalibilidad nada tienea por bueno, sino lo que ellos hacen. Los hombres jus-tos, digo, reconocerán en los repetidos decretos de es-te Monarca el deseo insaciable que le devoraba de adelantar, de prosperará su pueblo elevándolo al mas alto grado de gloria. Para esto, no perdona fastigas^ admite cualquiera proyecto que se le presenta útil, de agricultura, de canales, y caminos, de policía, de artes liber-ales, y mecanicas, de fabricas, de industria, de comercio, de me olvidaba, Señores, que estoi en la catedra del evangelio, y que esta materia correspon-de á otra clase de discursos; al mio solo pertenece acordaros, que todo esto, y muchísimo m.as que callo fue animado, gobernado, santificado por la Religion^, que si bien formó el caracter de la corona de Fernan-do, también esta fue el mas firme apoyo de aquella, que es la segunda parte.

La protección que los Principes católicos deben prestar en obsequio de la Iglesia no es un favor vo-luntario, es una obligación, un deber de cuyo cumplí-

(14) miento han de responder áDios. Sepan los Principes de el siglo, decia San Isidorode Sevilla, quehan dere^pon" der á Dios de la Iglesia, cuya defensa les ha encarga-do: porque ó bien florezca y prospere la paz y disci-plina de la Iglesia, ó bien decaiga, aquel que la enco-mendó á su poder les pedirá cuenta muy estrecha. ( 9 ) Esta doctrina de nuestro gran paisanoinsertaen el dere-cho canónico la enseñó antes el P. S. Agustin en su tercer libro contra Cresconio, ( 1 0 ) la misma que inculcaba el Papa San Leon al emperador de su nombre, ( 11 ) y la misma que nuestro malogrado Rey nunca apartó de su memoria. Como sabia que la ley mas obligante es el exemplo procuró inspirar á sus vasallos cl respeto á la Religion primero con sus obras, despues con sus mandatos.

Con efecto, cual fue la exacta observancia que Fernando tubo de los preceptos, del culto, delas prac-ticas piadosas de nuestra divina Religion? No era la de nuestro Rey una de esas devociones tontas, y equi-vocadas, que prefieren la practica de los consejos, y obras de supererogación al cumplimiento de los precep-tos, y desempeño de los cargos de su estado: era una piedad sabia, ilustrada, que sin faltar al despacho de ios gravísimos negocios de un Monarca sabia en-contrar el tiempo necesario para dedicarse á Dios, é implorar fervorosamente su asistencia. Por eso, su pri-' mer cuidado luego que dejaba temprano la cama era dedicarse á la oracion en el pequeño retrete destinado al efecto. Ha! cuantos de mi auditorio no pensarán ni siquiera en persinarse al salir del lecho! estando bue-no, jamás dejo de asistir al santo sacrificio de la Misa que se celebraba en su oratorio^ diligencia que se repe-tia en los dias festivos ydecomunion. Con que aten-: cion, conque respeto no se postraba ante aquel Dios en

(15) cuya maoo están los imperios y ías coronas! Habitan-tes de Madrid decidnos ¿cual fue vuestra admiración al ver á vuestro Rey arrodillado tantas veces sobre el lodo en presencia del santo Viatico, acompañarle, en-trar en la habitación mas pobre, consolar, y socorrer largamente al infeliz enfermo? cual vuestro pasmo mezclado de gozo al verle todos los años seguido de su Real familia y de su corte acompañar á Jesus Sacra-mentado en la comunion pascual á los impedidos, ma-nifestando asi que delante de este Señor, el Rey mas poderoso - solo es polvo y ceniza? enfermos desvalidos colocados en los lechos del dolor de los hospitales ¿no visteis á Fernando repetidas veces al lado de vuestras camas consolaroos, informarse de vuestra asistencia, y encargar estrechamente el mayor esmero en vuestra curación? casas de beneficencia, y de corrección, Hospicios, Monasterios de ambos sexos, pobres parti-culares de todas clases abrid la boca^ ya es tiempo de que descubrais las larguezas del religioso Fernando, pe-ro yo me empeño temerariamente en una empresa im-posible, para contar los actos de la Religion de nues-tro Rey seria menester un año entero.

, ¿Y un soberano tan religioso en sí mismo podría dejar de apoyar su Religion con el poder de su auto-ridad? Esta es otra empresa no menos imposible. Vues-tra atención se fatiga, y para no abusar de ella me es preciso callar. Callaré pues contra mi voluntad, pero hablará por mi ese numero infinito de decretos que sa-lieron de su gavinete en sosten de la Religion. Habla-rá el que manda la reedificación de los templos arrui-nados por la guerra de la independencia, el restableci-miento de esas casas religiosas tan censuradas en nues-tros dias por hombres, que ignorando su instituto, su regimen, el provecho y utilidad que han acarreado á la.

. . C í6) Iglesia y al éSfado se atreben á dilacerarlas, atribu-. yendo conrúna lógica ridicula los defectos de unos par-lieulares á todo el cuerpo, sia advenir que no hay cla-se, ni profesionde quien no pueda decirse otro tanto. Hablará- el decreto que reencarga la reverencia, y res-iSetò en los templos, la prohibición de que ni la tropa de facción se cubra la caveza en ellos, y el que orde-na el cumplimiento del quinto mandamiento de la ïglesia. Hablará el que establece una fiesta solemne én desagravio de los ultrages cometidos contra Jesu-cristo enei Sacramento del altar: hablará.... Que se yó.... Tantos otros que no puede conserbar mi memo-· ria y se contienen en los diversos tomos de decretos.· Testimonios todos, pruebas sin replica de que santifica-da la corona de Fernando por la Religion, fue tam-bién ésta sostenida y apoyada por la soberania. Coro-na aurea super caput ejus expressa signo sancì it at is.

Gran confianza debe inspirarnos esta conducta de Fernando para esperar que su aima habra sido recibi-da en los brazos de un Dios infinitamente misericor-dioso. El Señor ha querido probarlo con una larga, y penosísima enfermedad: hace treze meses que parecio. difunto, pero aún no habia llegado el momento seña-lado desde toda la eternidad: era conveniente que se purificara mas; era necesario que su vida se prolonga-se para qüe acaeciesen entre nosotros sucesos extraor-dinarios que afianzasen, y consolidasen la succesion directa de S. M. O Providencia benéfica para la espa-na! Luego que se cumplieron tus designos en su favor, muere repentinamente Fernando. Ya no le queda de toda su grandeza sino una lámpara sombría y melan-cólica que arde delante de aquella urna que encierra hoy, una porcion de podredumbre, mañana, un puña-do de cenizas restos de sus despojos mortales, A noso-

( I f ) tros si nos queda su memoria siempre grata, y siempr^e respetable: nos q-üedan dos "hermosos vastagos de aquella augusta vid; nos queda una inocente y tierna Keina, la preciosa ISABEL 11 que si por su corta edad no puede desplegar las virtudes de su padre, debemos-prometernos, que heredadas con la sangre se desarro-llarán con el tiempo, Ojála que la segunda sea como la primera de las Isabeles, que haga el honor, la gloria, y la felicidad de la Nación! Que votos tan justos! ¿Y qué esperanzas tan alaguefías no puede ésta concebir estando confiada la tutoría y educación de nuestra jór-ven Reina al celo y esmero de su dignisima madre? de la gran C R I S T I N A , que desde que se sentó en el trono al lado de su llorado esposo no ha pensado en otra cosa que en la prosperidad de los españoles? que asegura á todos bajo su Real palabra, que la Religion inmacula? da que profesamos, su doctrina, sus templos, sus mi-nistros serán el primero y mas augusto cuidado de su gobierno^ que protesta mantener religiosamente lafor-ma, y las leyes fundamentales de la monarquia, siri admitir inovaciones peligrosas, aunque alagueñas, (12) que nos mira á todos sin distinción alguna, como á hi-jos, que no conoce partidos, detesta la discordia, yso· lo manda la union, la paz sincera y de corazon ? Ha! si se habran cumplido los años de nuestra desgracia designados en los decretos eternos! Si habrá llegado ya el tiempo en que esta pobre españa tantos años ha-ce atribulada respire libremente, y florezca con el es-plendor á que la condujo la heroina esposa de Fernan-do el católico ? Quiéralo asi el Dios de las misericor-dias, y quiera conceder al augusto difunto el perdón de sus fragilidades para que libre de las penas de sus pecados reciba la corona de la inmortalidad conia que por siglos eternos. Requiescat in face.

(18 )

Citas del Sermon,

( i ) El Señor Don Fernando V i t nació en 14 de Octubre de 1784^ y murió en 29 de Setiembre de 1833.

( а ) Lib. 1 Machab. c. 6. ν. i i . ( 3 ) Nació S. M. en el Real Monasterio de! Escorial. ( 4 ) Vease el manifiesto que publicó el Excmo. Señor Don Pedro Ce-

ballos, impreso en Madrid año de 1808 á la pag. 91 del apéndice. El mismo manifiesto pag. 37 .

( б ) Cartas del Sr. D . Fernando VII à su augusto Padre fechas en Bayona à 1.® y 4 de Mayo de 1808 que se hallan á las paginas 7a y γρ de dicho manifiesto.

( 7 ) D . Tomas de regimine Principîs c. 11. Regnum ncn est propter Regem, sed Rex propter Regnum. Hic finis Regis est, ut regimen prospe-retur, et hane habet comune bonum cueaíibet Priiicipaius participatio-nem divinae bonitatis ·•, et sicut Deus, cuyus virtute Principes imperant, nos regit, et gubernat propter nostram salutem; ita et Reges, et alii re -rum Domini facere debent.

C 8 ) P o r n o faltar á ias regias de la Oratoria ha reducido aqui el orador á tan pocas palabras cuanto por extenso se contiene sobre el putì" to en las citadas cartas del Señor Don Fernando VII- á su Padre.

( ρ ) Cognoscant Principes sceculi Deo debpre se rationem reddere propter ecclessiani, quam á Christo tuêndam suscipiunt. Nam sive augea tur pax, et disciplina ecclesiae perfìdeles Principes^ sive solvatur, iile ab eis rationem exiget, qui eorum potestati suam ecclesiam credidit. S. Is i-d. lib. 3 sent, de sum. bono, cap. 53.

( i o ) D.August , lib. 3. contra crescon. c. gr. In hoc enim Reges, s i -cut eis divinitus praecipitur, üeo serviunt, in quantum Reges sunt, si in suo Regno bona jubeant, mala prohibeant, non solum quae pertinent ad humanam societatemj verum etiam ad divinam Religionem.

( i r ) S. Leo. epist. 81. Debes incunctanter advertere regiam potesti-tem tibi, non solum ad mundi reginem, sed maxime ad ecclesiae praesi· dium esse collatani, ut ausus nefario^ comprimendo, et quae bene suaC Statuta defendas, et veram pacem his, quae sunt turbata restituas.

( l a ) Manifiesto de S. M. la Reina Gobernídgra de 4 de Octubre de 18 3.

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